lunes, 5 de abril de 2021

De la Comuna al Cantón .

De la Comuna de París al cantonalismo popular español

por Jeanne Moisand, abril de 2021

150 años después, la Comuna de París consigue resucitar en Francia la clásica oposición entre izquierda y derecha, supuestamente superada por el presidente Macron. En el consejo municipal de París, liderado por la alcaldesa socialista Anne Hidalgo, los preparativos de celebración de la Comuna despertaron la hostilidad de la derecha parisina (LR) (Le Monde, 19/02/2021). El famoso historiador Pierre Nora adoptó posiciones similares en una entrevista para la radio nacional France Inter el 4 de marzo: mientras juzgaba necesaria la celebración oficial del bicentenario de la muerte de Napoleón (en mayo del 2021), la del 150 aniversario de la insurrección comunalista le pareció más que prescindible. A pesar de la hostilidad de determinados sectores a su conmemoración, la revolución de 1871 apasiona más que nunca tanto a los historiadores como al público lector. En su libro Commune(s). Une traversée des mondes (Seuil, 2020), Quentin Deluermoz abre nuevos caminos para la interpretación del movimiento. Otra publicación, dirigida por Michel Cordillot, aprovecha por su parte la labor acumulada desde décadas por el Diccionario biográfico para la historia del movimiento social (Maitron), para hacer el balance de la producción historiográfica sobre la Comuna y para proponer explorarla a través de biografías y mapas (La Commune de Paris 1871. Les acteurs, l’événement, les lieux, éditions de l’Atelier, 2021). La primera tirada de esta obra colectiva, publicada en enero, ya está agotada.

La intensidad de los debates franceses y de la producción intelectual en torno a la Comuna contrasta con el relativo vacío de memoria sobre la España revolucionaria de los mismos años. En 2018, el 150 aniversario de la revolución septembrina de 1868 pasó casi desapercibido. Se publicó, es cierto, un número especial de una revista sobre la Gloriosa (“Revisitar la Gloriosa”, Ayer, n°112), se celebraron varias jornadas universitarias y se organizó una exposición en el Museo del Romanticismo de Madrid. Pero la comisaria Carmen Linés Viñuales tuvo cuidado de desanimar a cualquier curioso explicando de entrada que “no fue en realidad una revolución como tal” con el argumento de que “no hubo cambios en la estructura social o económica del país, pero sí en el sistema político” (El País, 29/08/2018). Subrayado por el título de la exposición (“La Revolución que no fue”), este juicio tajante recoge el tono de buena parte de la historiografía española desde la Transición, no sólo sobre la Gloriosa sino sobre todas las revoluciones españolas del siglo XIX. Bebiendo de una concepción maximalista de lo que tiene que ser una revolución, cuyo modelo idealizado oscila entre el francés de 1789-1793 y el ruso de 1917, estos juicios deniegan a la vez la percepción de los eventos por los coetáneos, que por algo calificaron la Gloriosa como una “revolución”, como la intensa movilización popular que acompañó el movimiento y que no desarmó en los seis años siguientes. Tan importante y tan rupturista fue de hecho la Gloriosa que, de no haberse producido, tampoco hubieran ocurrido ni la guerra franco-prusiana de 1870, ni la Comuna de 1871.

La revolución cantonal de 1873
Anclada en esta secuencia revolucionaria transnacional, se produjo otra revolución en España algunos años después, muy parecida a la comunalista: la revolución cantonal de 1873, de la que también se suele decir que no fue una revolución auténtica (cómo no). Mientras se había proclamado la República Española en febrero, se constituyeron en julio decenas de juntas revolucionarias en ciudades de Levante, Andalucía y Castilla. Proclamaron sus respectivas Repúblicas Provinciales Autónomas (Cantones), destinadas a federarse las unas con las otras para constituir “desde abajo” la República Federal Española. Las comunas francesas y los cantones españoles apuntaban hacia alternativas comparables. La promesa de emancipación, asociada en ambos casos con la idea de federación de trabajadores y pueblos, movilizó a su servicio a millares de mujeres y hombres de clase popular. Los dos movimientos estaban conectados por amplias circulaciones de ideas, tanto republicanas radicales como internacionalistas, entre Francia y España desde los años 1860.

A pesar de estos rasgos compartidos, la memoria del cantonalismo no ha despertado nunca un interés comparable con el que produjo la Comuna. En París, “capital del mundo” en el siglo XIX (W. Benjamin), los ojos de todas las bolsas y de los periódicos del mundo entero observaron con atención la insurrección y le dieron en seguida un eco global. En la Cartagena que encabezó el movimiento cantonal, puerto secundario de una periferia europea, algunos corresponsales de periódicos internacionales como The Times también informaron al resto del mundo pero sin que el eco fuera comparable. Imbuidos por un sentimiento de superioridad civilizacional y social, describieron el cantón como un movimiento de “ragamuffins” (“granujas”) (The Times, 26/08/1873). Los enemigos españoles del cantón, que agrupaban amplios sectores de las élites sociales y de las clases medias (desde los monárquicos hasta los republicanos moderados), recuperaron con gusto este relato. Represaliados, exiliados y deportados en masa, los cantonalistas no tuvieron la fuerza para rebatirlo. En cuanto al movimiento obrero, dividido después de la escisión de la Internacional entre marxistas y bakuninistas en 1872, no defendió tampoco la memoria del cantón, a pesar de la participación masiva de sus militantes en las insurrecciones.

En el siglo XX, e incluso después de terminada la dictadura franquista, los historiadores no hicieron más que confirmar los antiguos juicios sobre la revolución cantonal, describiéndola como un movimiento localista, romántico y desfasado, liderado por notables burgueses poco atentos a los problemas reales de su tiempo. El fracaso del movimiento y los golpes de Estado de 1874 y 1875 siguieron sirviendo para probar la inadaptación de la República o de la Federación al ser de España. En tal contexto, no puede extrañar que la historia del cantonalismo parezca no tener nada que ver con la de la Comuna.

El comunalismo francés como referente

Sin embargo, los coetáneos no tardaron en comparar el movimiento cantonal con las comunas francesas. “Uno todavía se pregunta si la Junta Revolucionaria de Cartagena quiere y puede imitar fielmente a la Comuna hasta el final”, resumía el periódico francés Le Temps el 6 de septiembre de 1873. La visión del Cantón de Cartagena como una réplica de la Comuna motivó la reacción de las potencias europeas. En nombre de la lucha legítima contra comunistas y rojos, unos oficiales de marina británicos y alemanes tomaron la iniciativa de arrestar, en agosto de 1873, dos de los mayores buques de guerra amotinados en manos de los cantonalistas. La intervención extranjera cambió drásticamente el equilibrio de fuerzas entre republicanos de orden y cantonalistas, impidiendo el rescate de los cantones de València y de Cádiz por el de Cartagena y provocando en gran parte la derrota cantonal. En una España inestable desde 1868, con un ejército indisciplinado, una guerra civil contra los carlistas y una guerra atlántica contra los independentistas cubanos, los grandes imperios de Europa se asustaron de que una insurrección hermana de la Comuna pudiera ganar esta vez. ¿Era este miedo pura fantasía conservadora, o eran efectivamente comparables las dos insurrecciones?

Tanto en París como en Cartagena, las clases trabajadoras se habían insurreccionado para erigir un poder popular. Al contrario de lo que afirma a menudo la historiografía, los datos del exilio cantonalista en Argelia prueban la composición masivamente plebeya del movimiento: numerosos obreros, reclutados principalmente en el arsenal de Cartagena, se quedaron hasta la derrota, al lado de marineros militares, de soldados del Ejército (en un contexto de conscripción desigualitaria) y de presidiarios (un grupo compuesto de desertores, condenados políticos y penados de clase baja). Miles de mujeres de clase popular también se quedaron en el lugar, incluso durante el bombardeo, trabajando en diferentes tareas y a veces tomando las armas. Raras veces se apuntó la velocidad con la que los notables de Cartagena fueron marginados por la dinámica revolucionaria, entre julio de 1873 y enero del 74. En noviembre, en las elecciones a la junta revolucionaria, los líderes plebeyos triunfaron en las urnas.

A través del exilio, de la migración y del contrabando, este movimiento estaba vinculado con las circulaciones del republicanismo radical francés (en particular desde la Argelia colonial) y con las comunas. El communard más importante de los que pasaron por Cartagena fue sin duda el andaluz Antonio de la Calle, exiliado en París después de su participación en la insurrección federal española de 1869, admitido en la milicia parisina durante el asedio prusiano de 1870, y ascendido a capitán durante la Comuna. Refugiado en Madrid después de la derrota del París insurrecto, desempeñó importantes responsabilidades en el Cantón de Cartagena. Fue primero director del periódico revolucionario El Cantón Murciano antes de ser miembro de la junta revolucionaria. Adoptó toda una serie de decretos sobre la instrucción pública, los bienes eclesiásticos, la “emancipación de las mujeres” y la confiscación de la propiedad ilegítima (aunque debió moderar este último después de publicarlo). Como director de la comisión de servicios públicos, De la Calle también tuvo un papel clave en la organización del trabajo femenino, terreno en el que el conocimiento de la potente Union des femmes bajo la Comuna fue seguramente valioso.

Reivindicar su memoria

De la obra social del Cantón, se suele decir que fue inexistente, como se dice también a menudo de la escasa legislación laboral de la Comuna. En La Guerra civil en Francia, Marx recordaba que “la gran medida social de la Comuna” había sido “su propia existencia”. Lo mismo se podría decir del Cantón. La mayor tarea de la revolución cantonal fue la autoorganización de obreros, marineros, soldados, expresidiarios y mujeres para su defensa, en un ejercicio de democracia directa que tuvo ciertamente sus límites, pero del que se encuentran pocos ejemplos en la historia. Bajo el liderazgo de trabajadores y suboficiales ascendidos a puestos de mando en los buques y en el arsenal, estos colectivos trabajaron en la reparación de las fragatas de guerra y su puesta en marcha, en el abastecimiento de la plaza asediada por medio de razzias marítimas y terrestres, en la producción de pan, en la cocina y en la elaboración de sacos de pólvora (siendo estas dos últimas tareas desempeñadas por mujeres) y finalmente, en la defensa de las murallas. Esta organización fue lo suficientemente eficaz para que la lucha durara seis meses a pesar de la intervención hostil de dos marinas extranjeras y del asedio.

Si el 150 aniversario de la Comuna merece toda la atención de los públicos actuales, lo deseable sería que las revoluciones cantonales despertaran el mismo tipo de interés en 2023, lo cual parece poco probable por ahora. Mucho se ha defendido la recuperación de la memoria histórica en la España de las últimas décadas, pero el pasado convocado no remonta casi nunca más allá de 1936. Indagar en las revoluciones del siglo XIX permitiría sin embargo redescubrir las alternativas por las que lucharon tantos españoles y españolas, y a través de ellas, el porvenir de un pasado que se tiende a encerrar en un relato demasiado predeterminado y condescendiente. El hecho de que estas alternativas hayan fracasado no debería ser un motivo suficiente para desanimar a los curiosos o para infravalorarlas. A pesar del fracaso rotundo de la Comuna, el movimiento social mundial se vio reflejado en su historia y la utilizó para pensar su propio futuro. Los cantones españoles forman parte de la misma lucha por la federación de trabajadores y pueblos, y no merecen el desprecio con el que se suele contar su historia.

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