La extrema derecha quiere cambiar el mundo. Y mucha gente está convencida de que eso es lo que el mundo necesita. Con combinaciones de nacionalismo, posiciones antiestado, xenofobia, racismo y misoginia, pero también guiños a la comunidad LGBTI y consignas ecologistas, con un aura de incorrección y novedad que atrae a los jóvenes, las llamadas “derechas alternativas” están protagonizando una revolución en la política occidental. Aquí compartimos un fragmento del nuevo libro de Pablo Stefanoni publicado por Siglo XXI editores.
Es más de medianoche de un sábado templado en Buenos Aires en el fin del verano de 2019. En el teatro Regina, un clásico del centro porteño, transcurre una curiosa obra. El “actor” es un excéntrico economista que en los últimos a años viene ocupando los talk shows televisivos en una cruzada antikeyneasiana nunca vista en la Argentina. Envuelto en una bandera de Gadsden (1) y con música de Una Bandita Indie de La Plata, Javier Milei entra al escenario como el “último punk”, el “único que nos puede salvar del socialismo apocalíptico”. Para el público es una salida de sábado: parejas de jóvenes, con curiosidad de ver en persona al economista estrella del momento y sacarse selfies con él, simpatizantes de las ideas libertarias que buscan escuchar discursos contra los políticos (“parásitos adoradores de la religión Estado”), los impuestos, los empresauros (empresarios que viven del Estado) y la decadencia argentina.
La obra se llama “El consultorio de Milei” y cada tanto vuelve a sala llena a diversos teatros del país. En la austera escenografía, evidentemente hecha a las apuradas, se destacan algunos retratos que constituyen el panteón liberal- libertario. John Locke, Milton Friedman, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y Murray Rothbard. Y el propio John Maynard Keynes. Las razones de su presencia, en un extremo del escenario, se develarán pronto: el economista británico recibirá “en persona” los gestos obscenos que le lanzará Milei, que considera que su obra es “pura mierda” escrita para “políticos mesiánicos y corruptos”. Milei es, sin duda, quien puso en circulación, con más fuerza desde 2015, una serie de tópicos libertarios, e incluso anarcocapitalistas, en un país ajeno a semejante desprecio por el Estado. De hecho, los libertarios se quejan de que “Argentina es el país más zurdo del mundo”.
La mayoría de los nombres de los retratos colgados en el escenario posiblemente le dicen algo al lector, al menos quizás los escuchó nombrar alguna vez. Salvo uno: Murray Rothbard. Este libertario estadounidense, con formación en la Escuela Austríaca de economía de Mises y Hayek, es, no obstante, una figura clave para entender los puentes entre libertarios y extrema derecha. Leer a Rothbard –fui descubriendo mientras me documentaba para la escritura de este libro– echa luz sobre lo que a priori parece un mundo de contradicciones y permite ordenar de otro modo las piezas y dar sentido al tablero de ideas. Fue él quien, en los primeros años noventa, bautizó la síntesis libertario-conservadora como “paleolibertarismo”, como una forma de articular ideas libertarias y reaccionarias. De hecho, los libertarios del siglo XXI –en el sentido que la palabra tomó en los Estados Unidos– parecen ubicarse cada vez más a la derecha. Estos son los libertarios de los que nos ocuparemos en este capítulo.
En el caso argentino, sus ideas atraen a muchos jóvenes apenas posadolescentes, que encuentran en Rothbard una fuente de inspiración, incluso accesible en español a partir de las traducciones de la editorial Unión. Estos jóvenes admiran a Donald Trump y a Jair Bolsonaro, defienden la libertad de portación de armas (aunque la mayoría de ellos seguramente apenas sabría apretar el gatillo) y se oponen a la legalización del aborto; muchos de ellos participan del movimiento celeste. Por eso, además de Milei muchos tienen como referente a Agustín Laje, un influencer argentino y producto de exportación, que escribió con Nicolás Márquez el best seller El libro negro de la nueva izquierda (2016) que tiene en la portada una imagen del Che Guevara con los labios pintados. Laje está embarcado en una guerra cultural contra el feminismo y, más en general, contra el progresismo, y aspira a ser una especie de Gramsci de derecha (Elman, 2018). No es el primero que lo intenta –el italiano siempre generó cierta fascinación en la derecha–. Laje también ofrece su pastilla roja para acceder a la verdad ocultada por un sistema controlado por el progresismo. En su caso, la pastilla azul (la de la esclavitud mental) no es sinónimo de Chomsky sino de Judith Butler, expresión máxima de la “ideología de género”, aunque a veces su combate “políticamente incorrecto” se extiende a una revisión prodictadura de los anos setenta (tarea en la que se destaca, sobre todo, Márquez).
Recientemente, aprovechando una estadía en España, Laje se acercó a Vox, al que reivindica como la “derecha de verdad”. Su canal de YouTube tiene setecientos cincuenta mil suscriptores y es invitado con regularidad a dar conferencias en América Latina, de las que participan figuras de primer orden de las derechas “de verdad” de esos países, incluido algún presidente o expresidente. “Recuperar el término ‘derecha’, como hace Vox, es una buena forma de articular distintos conjuntos de ideas que se parecen mucho”, dijo al diario El Español, que presentó de manera sensacionalista al argentino como “El gurú que inspira a Vox”.
Milei y Laje se dividen las tareas: uno vende la red pill económica (para matar el virus keynesiano) y el otro la red pill cultural (para acabar con la “ideología de género”). Muchos jóvenes las compran. Sus conferencias, videos de YouTube o polémicas en Twitter llegan a miles de personas y constituyen, sobre todo, un fenómeno subcultural. Muchos sienten que están en la caverna resistiendo a la “policía del pensamiento”.
Más allá de “los neoliberales de siempre”
Sería cómodo, desde el progresismo, despachar el fenómeno de los libertarios diciendo que “son los neoliberales de siempre”, que los liberales siempre apoyaron dictaduras y defienden la libertad cuando les conviene, por lo que no habría nada nuevo, ni contradicción alguna, en esta “nueva derecha”. Pero también se puede hacer el esfuerzo de captar la novedad y la potencia de este libertarismo contemporáneo para presentarse como “rebelde” frente al statu quo, lo que el progresismo muchas veces ya no logra, y construir una narrativa, aunque a menudo rocambolesca, acerca del mundo actual. Para tratar de entender este fenómeno que recupera ideas libertarias y conservadoras y tiene su base en la cultura política estadounidense hay que llevar la mirada algo más lejos en el tiempo y el espacio, precisar de qué hablamos cuando hablamos de libertarios –y paleolibertarios– y tomar en serio sus ideas aunque tengan una fuerte carga utópica (¿la izquierda puede acusar de utópicos a otros?) y resulten repulsivas en muchos aspectos, dado que no ocultan sus posiciones antiigualitarias. Pero bucear un poco en este (sub)mundo puede ser también productivo para contrastar ideas y prejuicios, y una puerta para descubrir personajes que organizaron su vida en pos de diversas formas de utopía capitalista, a veces tan utópicas que, en caso de plasmarse, quizás ya no podríamos hablar estrictamente de capitalismo, al menos no como lo entendemos hoy en día.
Los libertarios solían combinar su deseo de destruir el Estado con la convicción de que cada uno es dueño de su vida –de consumir o no drogas, de acostarse con quien quiera, etc.–en su ámbito privado. El Estado no tiene por qué meter sus narices ahí. Esto los volvía más o menos progresistas en el ámbito de la cultura. Pero eso cambió. Cada vez más, nos topamos con gente que se autoidentifica como “libertaria” y que repite los discursos de las extremas derechas. Esto llevó al estudiante de la Universidad de Óxford Elliot Gulliver-Needham a formularse de manera explícita el interrogante de por qué los libertarios viran hacia la extrema derecha, en un artículo (2018) que es una de las mejores versiones sintéticas de esa problemática. Se trata, sin duda, de una pregunta muy relevante, ya que hoy resultan notables –y en alguna medida, curiosas– las convergencias entre libertarios y reaccionarios, entre antiestatistas y autoritarios e incluso racistas. El libertarismo es un degradé que va desde liberales clásicos hasta anarcocapitalistas (ancap) o anarquistas de mercado (2). Se trata de una corriente afincada sobre todo en los Estados Unidos, donde se conecta con ciertos valores del “espíritu liberal” de sus fundadores.
En verdad, los libertarios pueden admitir algunas formas protoestatales, pero estas deberían ser siempre locales y voluntarias, es decir, debería ser posible salir de ellas; pero en el mundo actual el éxito del Estado no es posible. Por eso, dado que ya no quedan territorios por fuera de alguna soberanía estatal para “desertar”, esta debería reducirse al mínimo posible. Este tipo de libertarismo se distingue del libertarismo de izquierda en la medida en que abraza una utopía capitalista, aunque, como veremos, en la historia no han sido escasos los puentes entre libertarios de “izquierda” y de “derecha”, sobre todo en los años sesenta y setenta del siglo XX.
Las fronteras son muchas veces difusas, porque el Estado es un enemigo común. El libertarismo navega, así, en aguas movedizas entre la izquierda y la derecha. Se puede defender “libertariamente” el consumo de drogas, el aborto y otras demandas hoy progresistas, o se puede propiciar que el mercado infinito abarque incluso los “mercados incómodos”, como la venta de órganos o la privatización de la seguridad e incluso de la justicia; se pueden rechazar las guerras y el imperialismo, pero también bregar por el fortalecimiento de las iglesias, familias y empresas como contrapeso del poder del Estado. Sí, también esto último, y de hecho es la variante de extrema derecha del libertarismo la que se muestra más dinámica, capaz de tender puentes y armar coaliciones con otras derechas, a diferencia del libertarismo más “puro”, como el del Partido Libertario de los Estados Unidos, que se encuentra cada vez con mayores dificultades para conseguir aliados (3)
No es inusual que las utopías libertarias de derecha –a menudo alimentadas por la ciencia ficción– se mezclen, de manera promiscua, con (retro)utopías conservadoras que buscan regresar a algún tipo de pasado dorado o avanzar hacia futuros antiigualitarios. Aunque a primera vista libertarios y reaccionarios no deberían tener un terreno ideológico en común, existen algunas sensibilidades compartidas que habilitan articulaciones que, solo en apariencia, aparecen como demasiado extrañas. Tanto los libertarios como los reaccionarios odian la “mentira igualitaria” –como hecho fáctico y como valor–, desprecian todo pensamiento “políticamente correcto”, comparten su incomodidad con la democracia e imaginan formas posdemocráticas capaces de evitar la “demagogia de los políticos” y las “supersticiones estatistas de las masas” (Raim, 2017). Tanto unos como otros pueden formar parte de coaliciones populistas, como la que llevó a Trump al poder en 2016, que hablan en nombre del pueblo contra las élites. Y, no menos importante, todos odian, por igual, a los ya mencionados “guerreros de la justicia social”, un término paraguas utilizado en los Estados Unidos para descalificar no solo la lucha por la justicia social en sentido estricto sino la defensa del feminismo, los derechos civiles y el multiculturalismo.
Casi cualquier cosa que orbite en la constelación progre. Pero más allá de los desplazamientos de sentido de este término, el rechazo a la idea de que la justicia social pueda ser posible –y más aún, deseable– tiene un largo recorrido y se aúna con la defensa del laisser faire y el rechazo al Estado: cualquier idea de justicia social tiene como precondición el Estado, el cobro de impuestos y la redistribución de la riqueza. Con el tiempo, el concepto incluyó otras facetas igualitarias en el terreno del género, la “raza” y el ambiente.
Notas
1. La bandera amarilla y negra, hoy usada por los libertarios, es una bandera revolucionaria estadounidense con una víbora y la leyenda “No me pises”.
2. Véase Nozick (2017) sobre el minarquismo y la justificación del Estado mínimo. Vale la pena, también, el libro El capitalismo utópico de Rosanvallon (2006), en el que hace una genealogía de la “ideología de mercado”.
3. Eso le pasó a la guatemalteca Gloria Álvarez: cuando escribió Cómo hablar con un progre, el libro fue un éxito entre los libertarios de derecha; cuando escribió Cómo hablar con un conservador… silencio de radio. Hoy es típico que frente a un comentario racista un libertario diga algo así como “Puedo no estar de acuerdo, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo”, mientras que frente a un progresista, la respuesta será algo así como: “¡Comunista!, hay que acabar con esos ‘guerreros de la justicia social’”.
Fragmento del capítulo 3 (páginas 97 a 103) del libro: ¿La rebeldía se volvió de derecha? Cómo el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda debería tomarlos en serio), Siglo XXI editores, febrero 2021.
Ver más aquí .
Fuente .- https://rebelion.org/que-quieren-los-libertarios-y-por-que-giraron-a-la-extrema-derecha/
Pablo Stefanoni, Jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad. Autor de ¿La rebeldía se volvió de derecha?, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2021.
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