Antes de que la lepenización de Goldman-Sachs nos robe todas las banderas
La política migratoria de la UE es síntoma de una tendencia y reto para una izquierda sin soluciones
En el lento tránsito de la Unión Europa hacia su fragmentada y disgregada inoperancia, asistimos a la coalición del neoliberalismo con la extrema derecha política. Es lo que bauticé como la “lepenización de Goldman-Sachs”. La cumbre de finales de junio adoptó una política de extrema derecha en materia de refugiados: 1-Refuerzo de las fronteras exteriores de la UE vía la ampliación de las competencias y el presupuesto de Frontex, la agencia europea competente, 2 – incrementar la repatriación de emigrantes irregulares estableciendo campos de concentración en África del Norte y en el interior de la UE, instalaciones que llevarán nombres de camuflaje como “centros de control” o “plataformas de desembarco”.
Mientras los jefes de estado europeos alcanzaban -de madrugada e in extremis, como viene siendo habitual- estas resoluciones, la semana se saldaba con por lo menos 220 personas ahogadas en el Mediterráneo, según la estimación de la agencia de refugiados de la ONU. Desde 2014, 16.000 han perdido la vida tratando de alcanzar Europa, unas 35.000 desde el año 2000, según la misma agencia.
Lo peor está por venir
Aunque el actual flujo migratorio hacia Europa no es significativo para un conjunto de 500 millones de habitantes -y comparado con la situación en Líbano o Turquía es francamente insignificante- logra potenciar la “lepenización” política en muchos países a causa del encogimiento del estado social y de la competencia entre pobres autóctonos y pobres foráneos, hasta el extremo de alterar los mapas políticos nacionales.
Lo que comenzó siendo un fenómeno francés con el éxito del Frente Nacional de Le Pen, afecta ahora a muchos países europeos. La novedad es que esta “lepenización” se ha instalado en Alemania. La canciller Merkel, que en 2015 se marcó el brevísimo farol de acoger emigrantes por una mezcla de razones de imagen y de falta de mano de obra, ha visto como en dos años se formaba en su Bundestag el mayor grupo parlamentario de extrema derecha de Europa (92 diputados). La derecha alemana no ha tenido ningún problema en asumir el programa lepeniano, que ha llegado al poder en Italia, en Austria y otros países, bajo el impulso de la retrograda CSU, el partido que gobierna Baviera prácticamente sin interrupción desde antes de que el Partido Comunista Chino llegara al poder en 1949.
Las predicciones y proyecciones del calentamiento global sugieren que el actual problema migratorio dejará de ser anecdótico. Unido a los efectos del belicismo en Oriente Medio, del comercio injusto por doquier y del neocolonialismo bajo otras formas en África y otros lugares, el cuadro es inequívoco.
El vector de esta política apunta hacia una división del mundo en dos categorías, dos castas geográfico-sociales, en la que el estrato superior que podría implicar al 20% de la población del planeta podría vivir en un cuadro de relativa distribución, suficiente para generar un consenso y una fuerza militar capaz de mantener al 80% restante en una posición totalmente subyugada y paupérrima. Evocando este escenario, el sociólogo Immanuel Wallerstein observa con razón que, “el orden mundial que Hitler tuvo en mente no era muy diferente”.
Actuar sobre el conjunto
¿Qué vamos a oponer a eso?, ¿el open arms y el elogio infantil del mundo feliz sin fronteras, versión humanitaria de la mundialización neoliberal del capital? Mantenerse en esa posición ha sido, precisamente lo que ha llevado a millones de ciudadanos europeos a emigrar electoralmente a la extrema derecha, desde la izquierda y la socialdemocracia. En Francia y en Alemania (véase la discusión en el último congreso de Die Linke) se comienza a tomar conciencia de algo banal: por supuesto que es inaceptable la política de campos de concentración y el holocausto mediterráneo, pero el problema -no el actual, sino el que nos garantizan las proyecciones futuras y que conduce a esa especie de reedición del mundo hitleriano- es irresoluble sin actuar sobre el conjunto.
Acabar con el orden desorden neoliberal-belicista, dejar de participar en él y romper con las alianzas que lo promocionan, sería el primer artículo del decálogo para cumplir con el mundo.
El antibelicismo habría que conjugarlo con políticas contra el crecimiento crematístico que está en el origen de tales desastres, con el fin de las políticas comerciales basadas en la rapiña y el abuso así como con los regímenes emplazados en el Sur para garantizarlas, con la práctica del multilateralismo en la esfera diplomática, con la denuncia de los acuerdos y relaciones desiguales, con el coto al extractivismo y a la emisión desenfrenada de gases responsables del efecto invernadero, con el respeto y desarrollo de los acuerdos internacionales en la materia, con el cumplimiento del insuficiente compromiso de la ONU de dedicar el 0,7% del PIB a la ayuda al desarrollo, con la prohibición de la venta de armas y la sanción al colonialismo, con la promoción del desarme de los recursos de destrucción masiva comenzando por las cinco potencias nucleares del consejo de seguridad de la ONU, etc., etc.
Solo desde un programa político reformista y humanista que apuntara en esa dirección, podría un estado nacional cerrar sus puertas a los grandes flujos migratorios que están por venir, alegando su compromiso práctico con un mundo viable y la necesidad de preservar su estabilidad interna, sin la cual se pierde toda posibilidad de acción política.
Solo los gobiernos del Norte que cumplan con el mundo podrían cerrar sus puertas al emigrante sin sentir la vergüenza que suscita la presente política hipócrita de la Unión Europea, hablando por un lado de derechos y valores mientras se organizan centros de detención de emigrantes en África y se alimentan las hogueras globales con un modo de vida inviable para todos y sostenido por el militarismo.
La izquierda debería reflexionar sobre cómo abordar esto y dejar de parapetarse en el “open arms” y el “mundo sin fronteras” que nos vendieron los gringos junto con su globalización, un mundo en el que los estados son sustituidos por ONG´s y la política por la manipulable ideología de los derechos humanos.
De la misma forma en que la solución a la desigualdad no es la caridad, sino la nivelación social y una política fiscal acorde, el problema de los emigrantes debe enfocarse en el marco de programas de cambio general. Antes de que la lepenización de Goldman Sachs nos robe todas las banderas.
En el lento tránsito de la Unión Europa hacia su fragmentada y disgregada inoperancia, asistimos a la coalición del neoliberalismo con la extrema derecha política. Es lo que bauticé como la “lepenización de Goldman-Sachs”. La cumbre de finales de junio adoptó una política de extrema derecha en materia de refugiados: 1-Refuerzo de las fronteras exteriores de la UE vía la ampliación de las competencias y el presupuesto de Frontex, la agencia europea competente, 2 – incrementar la repatriación de emigrantes irregulares estableciendo campos de concentración en África del Norte y en el interior de la UE, instalaciones que llevarán nombres de camuflaje como “centros de control” o “plataformas de desembarco”.
Mientras los jefes de estado europeos alcanzaban -de madrugada e in extremis, como viene siendo habitual- estas resoluciones, la semana se saldaba con por lo menos 220 personas ahogadas en el Mediterráneo, según la estimación de la agencia de refugiados de la ONU. Desde 2014, 16.000 han perdido la vida tratando de alcanzar Europa, unas 35.000 desde el año 2000, según la misma agencia.
Lo peor está por venir
Aunque el actual flujo migratorio hacia Europa no es significativo para un conjunto de 500 millones de habitantes -y comparado con la situación en Líbano o Turquía es francamente insignificante- logra potenciar la “lepenización” política en muchos países a causa del encogimiento del estado social y de la competencia entre pobres autóctonos y pobres foráneos, hasta el extremo de alterar los mapas políticos nacionales.
Lo que comenzó siendo un fenómeno francés con el éxito del Frente Nacional de Le Pen, afecta ahora a muchos países europeos. La novedad es que esta “lepenización” se ha instalado en Alemania. La canciller Merkel, que en 2015 se marcó el brevísimo farol de acoger emigrantes por una mezcla de razones de imagen y de falta de mano de obra, ha visto como en dos años se formaba en su Bundestag el mayor grupo parlamentario de extrema derecha de Europa (92 diputados). La derecha alemana no ha tenido ningún problema en asumir el programa lepeniano, que ha llegado al poder en Italia, en Austria y otros países, bajo el impulso de la retrograda CSU, el partido que gobierna Baviera prácticamente sin interrupción desde antes de que el Partido Comunista Chino llegara al poder en 1949.
Las predicciones y proyecciones del calentamiento global sugieren que el actual problema migratorio dejará de ser anecdótico. Unido a los efectos del belicismo en Oriente Medio, del comercio injusto por doquier y del neocolonialismo bajo otras formas en África y otros lugares, el cuadro es inequívoco.
El vector de esta política apunta hacia una división del mundo en dos categorías, dos castas geográfico-sociales, en la que el estrato superior que podría implicar al 20% de la población del planeta podría vivir en un cuadro de relativa distribución, suficiente para generar un consenso y una fuerza militar capaz de mantener al 80% restante en una posición totalmente subyugada y paupérrima. Evocando este escenario, el sociólogo Immanuel Wallerstein observa con razón que, “el orden mundial que Hitler tuvo en mente no era muy diferente”.
Actuar sobre el conjunto
¿Qué vamos a oponer a eso?, ¿el open arms y el elogio infantil del mundo feliz sin fronteras, versión humanitaria de la mundialización neoliberal del capital? Mantenerse en esa posición ha sido, precisamente lo que ha llevado a millones de ciudadanos europeos a emigrar electoralmente a la extrema derecha, desde la izquierda y la socialdemocracia. En Francia y en Alemania (véase la discusión en el último congreso de Die Linke) se comienza a tomar conciencia de algo banal: por supuesto que es inaceptable la política de campos de concentración y el holocausto mediterráneo, pero el problema -no el actual, sino el que nos garantizan las proyecciones futuras y que conduce a esa especie de reedición del mundo hitleriano- es irresoluble sin actuar sobre el conjunto.
Acabar con el orden desorden neoliberal-belicista, dejar de participar en él y romper con las alianzas que lo promocionan, sería el primer artículo del decálogo para cumplir con el mundo.
El antibelicismo habría que conjugarlo con políticas contra el crecimiento crematístico que está en el origen de tales desastres, con el fin de las políticas comerciales basadas en la rapiña y el abuso así como con los regímenes emplazados en el Sur para garantizarlas, con la práctica del multilateralismo en la esfera diplomática, con la denuncia de los acuerdos y relaciones desiguales, con el coto al extractivismo y a la emisión desenfrenada de gases responsables del efecto invernadero, con el respeto y desarrollo de los acuerdos internacionales en la materia, con el cumplimiento del insuficiente compromiso de la ONU de dedicar el 0,7% del PIB a la ayuda al desarrollo, con la prohibición de la venta de armas y la sanción al colonialismo, con la promoción del desarme de los recursos de destrucción masiva comenzando por las cinco potencias nucleares del consejo de seguridad de la ONU, etc., etc.
Solo desde un programa político reformista y humanista que apuntara en esa dirección, podría un estado nacional cerrar sus puertas a los grandes flujos migratorios que están por venir, alegando su compromiso práctico con un mundo viable y la necesidad de preservar su estabilidad interna, sin la cual se pierde toda posibilidad de acción política.
Solo los gobiernos del Norte que cumplan con el mundo podrían cerrar sus puertas al emigrante sin sentir la vergüenza que suscita la presente política hipócrita de la Unión Europea, hablando por un lado de derechos y valores mientras se organizan centros de detención de emigrantes en África y se alimentan las hogueras globales con un modo de vida inviable para todos y sostenido por el militarismo.
La izquierda debería reflexionar sobre cómo abordar esto y dejar de parapetarse en el “open arms” y el “mundo sin fronteras” que nos vendieron los gringos junto con su globalización, un mundo en el que los estados son sustituidos por ONG´s y la política por la manipulable ideología de los derechos humanos.
De la misma forma en que la solución a la desigualdad no es la caridad, sino la nivelación social y una política fiscal acorde, el problema de los emigrantes debe enfocarse en el marco de programas de cambio general. Antes de que la lepenización de Goldman Sachs nos robe todas las banderas.