Justicia Patriarcal (II)
Venganza judicial
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Sobre el machismo estructural que domina la vida interna de la jurisprudencia española ejemplificado en el caso de Juana Rivas. |
La sentencia dictada por el juez Manuel Piñar contra Juana Rivas
ha mostrado, una vez más, cómo el poder patriarcal tiene su arma más
eficaz en la judicatura. Esa sentencia no sólo se ha dictado porque,
según relata, él no crea que Juana ha sufrido violencia de género, sino
fundamentalmente para vengarse de la desobediencia de una mujer que se
ha atrevido a enfrentarse a las sacrosantas resoluciones judiciales, y
que llegó, en el colmo de su soberbia, a desaparecer durante el largo
espacio de tiempo de un mes, en el que ni las fuerzas de seguridad
pudieron dar con ella.
La venganza se ha cumplido, aunque el juez no lo expresa de tal
manera. Redacta una sentencia en la que las pruebas aportadas por la
defensa no tienen ninguna presencia. Ni la condena por violencia de
género en 2009 que le acarreó a Francesco Arturi, el marido, perder la
custodia del hijo mayor Gabriel, ni la nueva denuncia presentada en
Granada hace dos años que no ha sido tramitada nunca, aparecen
mencionadas en la sentencia. Simplemente el juez se limita a afirmar que
los hechos alegados por Rivas “son inexistentes”, “no son
creíbles” y “responden a una estrategia para conseguir la guardia y
custodia de sus hijos “explotando el argumento del maltrato”.
El caso de Juana le ha servido a Piñar para volver a aplicar su
convicción de que las mujeres son mentirosas, astutas y abusan de los
hombres. Como en el caso de una sentencia que dictó en 2011, por la que condena a una mujer por denuncia falsa. En ella Piñar se explaya contra la fiscalía y contra la propia ley integral contra la violencia de género.
Mientras la fiscalía pedía la absolución, el juez acabó condenando a la
mujer a año y medio de cárcel por denuncia falsa y presentación de
falsos testigos. Afirmó que la mujer actuó de mala fe y sabiendo que lo
que denunciaba no era cierto, con el propósito de “inferir un mal a su exmarido amparándose en el rigor tuitivo de la legislación de protección de violencia de género“. Esta frase puede leerse casi textualmente ahora en la sentencia de Rivas.
En la sentencia, Piñar llega incluso a relacionar lo que considera como “excesivo celo ideológico de proteger a la mujer” con “el principio de oportunidad que legislaciones autoritarias atribuían a fiscales” que estaban “al servicio de Hitler o Stalin”.
Obsesionado con lo que denomina el rigor tuitivo de la legislación de protección de violencia de género“,
frase que repite en diversas sentencias desde 1999, Piñar no solo
manifiesta su misoginia sino que tiene la satisfacción de poder cumplir
su ansia vengativa con el poder que le concede nuestra Constitución.
Y ciertamente hay que defender y mantener la independencia del poder
judicial, que ya hemos sufrido bastante cuando estaba sometido al poder
político, pero la ciudadanía debería exigir también que hubiera un
control eficaz sobre las personas que van a sentarse en el estrado de la
magistratura y a disponer de la vida, la felicidad y los bienes de los
justiciables.
He repetido que la Escuela del Poder Judicial es la Escuela del
machismo. Allí, a los recién llegados de las oposiciones cuya dureza y
exigencias corresponden únicamente a las que se celebraban en el Imperio
Chino, y por tanto obsesionados con conocer todos los vericuetos de la
ley y repetirlos como mecaninfos, se les explica que las mujeres
presentan denuncias falsas de maltrato y es preciso investigarlas antes
de proceder a admitirlas.
El examen psicológico no es más que un test propio de un libro de
autoayuda. Insertos en el sistema patriarcal para el que les ha
preparado la escuela, la familia, la enseñanza religiosa, los medios de
comunicación, la organización social, aquellos y aquellas que se
preparan para jueces llevan a tan excelsa actividad el bagaje que señala
a la mujer como la causante de todos los males del hombre y de la
familia, a tenor de lo que predicaban los Padres de la Iglesia.
Si a ello agregamos, ¡y cómo no hacerlo!, la nefasta tradición de
prepotencia, alejamiento e indiferencia por las necesidades humanas a
que el sistema franquista les troqueló y nos acostumbró a los sufridos
ciudadanos, la judicatura de nuestro país se está ganando la peor fama
de las instituciones. En ella no entraron las reformas que incompletas
pero definitivas se hicieron en el poder político y el militar.
Pero no podremos avanzar en construir una democracia creíble, no voy a
decir feminista, mientras la judicatura no haga las reformas
imprescindibles para estar al servicio de la ciudadanía a la que se
debe.
Y mientras no aprenda que las mujeres también somos ciudadanas y no esclavas.
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