Víctimas de las grandes mentiras (y 2) |
Gregorio Morán · · · · · |
14/09/14 |
Cuando
las sociedades tienen mucho pasado y oscuro presente, como nos ocurre a
nosotros, suceden cosas tan insólitas como festejar una derrota cual si se
tratara de una efeméride -véase por ejemplo la descarada manipulación de 1714
que tan buena rentabilidad está dando a la generación intelectual más corrupta
e incompetente de la Catalunya contemporánea-. Porque cuando los “clérigos”,
que diría Julien Benda, eligen los aniversarios que desean promocionar para que
los poderes políticos los respalden y los subvencionen dadivosamente, siempre
aparecen las huellas de las grandes mentiras con absoluto desdén a sus
víctimas, convertidas ahora en anónimos patriotas antes de que existieran las
patrias.
No
hay caso más evidente en nuestra historia como el de la Primera Guerra Mundial
(1914-1918). Porque en otras, la Segunda (1939-1945), por ejemplo, aparecen
ideologías; ya están presentes el fascismo y el nazismo, el comunismo y la
socialdemocracia, el exterminio de civiles por motivos de raza: el holocausto
judío, los gitanos, los homosexuales… En la Primera no, y por eso constituye
uno de los objetos de estudio más difíciles. Un relato somero de cómo comenzó
descubre la frivolidad de responsabilizar al asesino del príncipe heredero
austriaco por un nacionalista ¡serbio-bosnio!, Gavrilo Princip, un espécimen
más interesante en el campo psiquiátrico que en el político.
¿Acaso
las grandes potencias imperialistas europeas querían la guerra? No todas, ni de
la misma manera. El instinto suicida, tan proclive a la política y que suele
enmascararse bajo formas diversas como defensa de los valores patrióticos, el
honor, la dignidad de la nación, etcétera, ha tenido en España excelsos
valedores, aún antes de la aparición del psicoanálisis. Bastaría recordar 1898
y la crisis de Cuba para entender que las víctimas de las grandes mentiras
siempre fueron las mismas: la tropa y la evidencia. Mientras que los líderes,
sacando pecho, observados con mirada contemporánea, podrían ingresar en un psiquiátrico.
Me
fascina la Primera Guerra Mundial, que empieza siendo una brutal, torpe e
irresponsable guerra imperialista para transformarse a lo largo de cuatro años
en una puja de nacionalismos que convertirá a las clases populares en carne de
cañón de una matanza absurda por interminable -la guerra de trincheras- que
nunca nadie logró explicar. Porque de la Primera Gran Guerra nació todo.
Comunismo y fascismo, capitalismo monopolista e imperialismo desfachatado;
bastaría decir que ninguna otra guerra cambió tanto el mapa del mundo. Se lo
repartieron con un cartabón, un compás y un tiralíneas.
Pero
si me interesa especialmente esa Primera Gran Guerra es porque rompe todos los
esquemas y dibuja una situación nueva que se consolidará hasta hoy. Los
intelectuales se convertirán por primera vez y de una manera inequívoca en
portavoces del poder; unos aliadófilos y otros germanófilos. Por supuesto, como
se diría ahora, “sin ánimo de lucro”; es decir, cobraban dietas y regalías. La
paradoja intelectual más llamativa es que si bien esa Gran Guerra europea dio
pie para obras notables de la cultura crítica -bastaría ese Buen soldado Svejk
de Hasek-, lo mejor estaba por llegar. El cine aportaría dos piezas maestras:
Rey y patria (1964), de Joseph Losey, y la demoledora Senderos de gloria
(1957), de Stanley Kubrick, una obra maestra basada en una novela del
norteamericano Humphrey Cobb, voluntario guerrero, que acaba de ser publicada
en castellano (Capitán Swing), y que en mi opinión es superior al filme aunque
sea menos eficaz que una película.
Desconozco
si hay un gran ensayo sobre el siniestro papel de la intelectualidad durante
esa Primera Gran Guerra, donde aparezcan las vulgaridades del exquisito Thomas
Mann en su deleznable dietario ideológico “de un apolítico”, por señalar lo más
llamativo y emergente de la alta cultura de la época. Pero sí puedo decir que
hay un libro magnífico, publicado en España tal que ayer, ninguneado con ese
silencio que se gasta el sector académico de presuntos historiadores, porque
probablemente se trate de un chaval sin padrino. Se titula 1914. Aliadófilos y
germanófilos en la cultura española (Cátedra).
En
apenas 250 páginas el autor, Andreu Navarra Ordoño, hace una pasada por la
intelectualidad española y sus posiciones ante la Gran Guerra que podría
resumirse de una manera cruel: la frivolidad irresponsable de nuestros
intelectuales de la época. No hay ni uno que desenmascare el carácter
imperialista primero y nacionalista luego de esa guerra de rapiña, fabricada
por asesinos profesionales, sin complejos, como demuestra con una claridad
meridiana el libro de Humphrey Cobb y el filme de Stanley Kubrick. Entre la
notable inteligencia de entonces, que algún bendito llegó a denominar nuestra
“edad de plata”, no hay ningún pacifista, ni neutralista siquiera. Es verdad
que no se refiere a los partidos políticos ni a los grupos radicales sino a la
intelectualidad establecida y algún político con ambiciones literarias.
Mientras
en Francia, implicada en la guerra hasta las cachas y con una ofensiva nacionalista
que no le haría ascos al asesinato de los disidentes, había un Romain Rolland,
cuyo Más allá de la contienda, recién editado también en castellano (Nórdica),
tiene un valor y una audacia incontestable quizá atenuada por la prosa engolada
del autor, que no obstante recibió el Nobel de Literatura en 1915.
Nosotros
no disponemos de ninguno. O aliadófilos como Unamuno, Blasco Ibáñez… y
germanófilos tan singulares como Jacinto Benavente, Pío Baroja o Eugenio d’Ors,
y de vez en cuando alguna genialidad radical que rondaba el crimen como las
opiniones de Ramiro de Maeztu o de Azorín, ya metido en la tarea insistente de
ganarse a un poderoso para sobrevivir en buen estado, en este caso De la
Cierva, la extrema derecha de los conservadores. ¿Qué decir de la frase de
Francesc Macià, francófilo pagado, un militar al que la candidez popular, tan
heredera del carlismo, llamaba l’Avi (el abuelo), que escribió en La Publicidad
de Barcelona y en plena contienda que se habría de cobrar 9 millones de
muertos: “¡Qué maravilla de guerra!”?
Pero
de todos los personajes que intervinieron, aunque fuera en sus prolegómenos, el
que más me ha impresionado siempre, el que para mí conserva un vigor de viejo
luchador, de socialista impecable -entonces los había- es Jean Jaurès. Líder
indiscutible del socialismo francés, orador arrebatador, con una cultura de
profundidad. Tuvo claro desde el primer momento que esa guerra europea que se
perfilaba en el horizonte podía ser el final de la Internacional Socialista
como organización obrera; no lo vivió, pero acertó. La II Internacional se
acabaría con él o más bien con lo que él significaba. El socialismo como
hermandad de la clase obrera frente al capital, eso que suena en este momento
más viejo que La Santa Espina, aunque a la gente le cueste creerlo, murió con
él.
Fue
acosado como una alimaña por la derecha de su país e incluso un intelectual
como Léon Daudet sugirió sobre papel de prensa su condena a muerte, por delito
de lesa patria y traición al nacionalismo emergente. Hay quien desde la
perspectiva tertuliana asegura que no es importante el personaje que lo mató.
¡Vaya si lo es! Ese patriota que le disparó era un nacionalista acérrimo de la
Francia profunda (Reims), para quien el líder socialista representaba todo lo
que debía ser borrado de la realidad. Se llamaba Raoul Villain, y fue absuelto
del crimen en 1919 por un tribunal tan nacionalista y desfachatado que condenó
a la viuda de Jaurès a pagar las costas. El asesino se retiró a Eivissa donde
vivió muchos años, hasta que un grupo militante lo ajustició en el año 1936.
En
ese libro magnífico que escribió Humphrey Cobb y que sedujo a Stanley Kubrick
figuran unos versos de Thomas Gray que dan sentido a todo: “Los senderos de
gloria no conducen sino a la tumba”.
Gregorio Morán es un columnista habitual en el
diario barcelonés La Vanguardia. Amigo de SinPermiso y veterano
resistente y luchador político en el clandestino Partido Comunista de España
bajo el franquismo, Morán es un periodista de investigación que ha
escrito, entre otros de aguda critica cultural, libros imprescindibles para
entender el proceso que llevó en España de la dictadura franquista a la
monarquía parlamentaria actual. Está a punto de aparecer en la editorial
Planeta de Barcelona un gran libro suyo de investigación crítica de la cultura
española del último tercio del siglo XX: El Cura y los Mandarines. Cultura y política
1962-1992.
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domingo, 14 de septiembre de 2014
Los senderos de gloria no conducen sino a la tumba ,
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