viernes, 19 de septiembre de 2014

España , fin de época .





 









El final de un proyecto político, económico y social

 Suso del Toro .

 Diario.es .

El Partido Popular ha perdido su capacidad para producir una imagen de país con posibilidad de proyectarse hacia el futuro

La desaparición de Emilio Botín e Isidoro Álvarez expresa el declive de un modelo empresarial español nacido en la Transición

Se abre la posibilidad de una nueva cultura económica, política y social


1. La noche del 20 de noviembre de 2011 sucedieron tres cosas importantes: La primera fue el descalabro político de la socialdemocracia española con la derrota del zapaterismo en las urnas después de un abandono masivo de su propio electorado que eligió la abstención antes que votar a cualquier otra opción política. El segundo fue la victoria por mayoría absoluta del Partido Popular y la formación de un gobierno conservador con capacidad de maniobra política aparentemente ilimitada. En tercer lugar, la formación de un doble estado de opinión.

Recuerdo que esa noche muchos amigos me decían que el 15M había dado la victoria electoral al Partido Popular, que el clima de indignación expresado en las plazas apenas seis meses antes no se había traducido en el campo político, en la estructura del poder. Al mismo tiempo esos mismos amigos u otros situaban al espacio de politización social abierto por el propio 15M como la única posibilidad de resistencia ciudadana ante la serie de reformas que vendrían de la mano del gobierno de Rajoy.

2. El proyecto del PP empezó cojo en relación a legislaturas anteriores. Carente de una narrativa propia con capacidad de hacer sociedad. El discurso de la austeridad y la tecnocracia política al servicio del dominio de la economía y la estructura de la deuda no se producía como anteriormente lo hicieron los gobiernos conservadores de Thatcher o Reagan, tampoco con las retóricas de crecimiento económico vinculado a la privatización de las infraestructuras públicas y la posibilidad de emprendimiento/endeudamiento de la época de Aznar.

El proyecto del gobierno de Rajoy se limitaba a traducir una imposibilidad. Al pedirnos sacrificios nos demostraba que las medidas que quería poner en marcha buscaban bienestar, tan solo (si aceptamos su premisa) contendrían la sangría de unas arcas públicas endeudadas. Ese discurso no se ha movido ni un ápice durante estos tres años. Es imposible saber qué país tiene el Partido Popular en la cabeza para nuestro futuro.

En ese sentido, se ha producido una suerte de zapaterismo a la inversa. 

3. Las claves del gobierno de Zapatero y de los coletazos del modelo político socialdemócrata fueron la ampliación de los derechos y libertades ciudadanas sin tocar la estructura de la propiedad, la toma de decisiones colectivas o los mecanismos de producción y extracción de riqueza. Un modelo económico análogo al del PP, que se manifestó con toda su violencia con la reforma del artículo 135 de la Constitución del 78. Epílogo final de una sucesión de despropositos legislativos incapaces de tomarle el pulso al presente.

Quienes votaron al Partido Popular convencidos de que tendría capacidad para enmendar la economía se han encontrado tan solo con una receta acelerada de lo que fue la última legislatura del gobierno de Zapatero, unido a un proyecto político cuya única propuesta política autónoma ha sido precisamente el ataque a las libertades con tres proyectos estrella. La LOMCE, la “Ley Mordaza” y la “Ley Gallardón" sobre el aborto.

De esos tres proyectos, solo uno ha llegado a puerto y no ha sido por lo que tiene de propuesta ideológica conservadora, sino por lo que tiene de traducción neoliberal de medidas de austeridad. La LOMCE ha entrado por los recortes y con ella un aparato ideológico que, en cualquier caso, no ha servido al gobierno para sacar pecho con una nueva (o vieja, pero consistente) concepción de la educación. 

La ley del aborto era el mecanismo del Partido Popular para retener a sus votantes conservadores que se ha encontrado con dos límites. Uno es la enorme contestación social de la ley. El segundo es que sus votantes conservadores podría no ser tantos, o al menos que no les compensara perder a sus votantes liberales por mantener a los conservadores. Una alianza UPyD-Ciutadans les robaría todos esos votos liberales que, en cierto porcentaje, ya se les están yendo a la abstención o incluso a Podemos.

De la "Ley Mordaza" hace tiempo que no oímos hablar y solo en un escenario de segura victoria electoral en las generales de 2015 la pondrían en marcha. La propuesta de reformar de ley electoral para dar mayorías absolutas a los alcaldes mas votados también ha quedado en suspenso.

Como Zapatero en su último año de gobierno, Rajoy se ha quedado sin aire y sin propuesta propia.

4. La muerte sucesiva de los pilares de la banca privada y del comercio en España (Banco Santander y El Corte Inglés respectivamente) proyectan una doble sombra de carácter simbólico sobre el propio proyecto político del gobierno del bipartidismo.

Por un lado, la inquietante sensación de que dichos proyectos empresariales de larguísimo calado en la arquitectura institucional y en la propia crisis son estructuras tan poco democráticas que se heredan a la vista de todo el mundo con una suerte de sucesión no muy diferente a la de la abdicación del Rey. Hay un algo en común en los nuevos representantes de la corona, la banca y el comercio españoles. Todos son una gran nada. Una foto sin recorrido. Son silencio. No se sabe cuál es su idea del país en el que van a vivir y que, supuestamente, deben construir desde sus posiciones de poder. La sensación que queda es que se trata de la simple perpetuación de lo existente desde una mediocridad gestora y, signo de los tiempos, puramente tecnocrática.

La otra sombra es que dichos negocios de banca y comercio han aparecido, por la vía de la muerte de sus responsables, como algo viejo. La cuestión es que al igual que el modelo político del país representado por el bipartidismo se encuentra agotado, el modelo económico representado por esas grandes instituciones de la economía de la transición aparece también como una rémora incapaz de estimular la economía del país y que tan solo se beneficia de esa crisis de sentido político que la mantiene con vida con fondos públicos. 

5. Por último, la sociedad que dicho modelo de país dice representar ya no existe ni cultural ni materialmente.

Culturalmente no está atada a ninguno de esos viejos consensos, ni comparte esas narrativas. No reconoce las figuras culturales que se vuelven, así, autoritarias por imponer un sistema de valores que no da de comer. Materialmente es mucho más claro. El corte generacional y de género de los recortes y la estructura del paro deja fuera de los derechos a la mayoría social empobrecida que ya no puede participar del viejo pacto empleo-salario-capacidad de endeudamiento-consumo-propiedad.

En ese magma social se ha movido la ola de conflictos nacida con el 15M, que lenta pero pacientemente ha ido superando fase tras fase hasta abordar, cuatro años después, un nuevo ciclo electoral.

Ha sido en ese magma en el que se ha producido una narrativa de la crisis y una narrativa de su salida (esta sí, coherente) que pasa por auditar las deudas, recuperar los servicios públicos esenciales, garantizar el acceso a la vivienda y que vislumbra destellos de un nuevo país. Esos destellos se expresan en una suerte de nueva cultura aún en ciernes, que está atravesada al menos por dos elementos. Uno es el deseo de participación y la producción de herramientas para la misma sin negar la delegación y los liderazgos. Otro es una cultura de la colaboración, del compartir, que se traduce en modelos de nueva economía liberal tanto como en la puesta en marcha de nuevas infraestructuras comunes y una redefinición de las instituciones. 

Como todo dispositivo que se centra en la participación y que obtiene su sentido en la interacción con el otro, dicho modelo cultural es, retomando la expresión de Margarita Padilla, un dispositivo inacabado. Algo en proceso que no funciona si se cierra del todo. 

La forma en la que distintas herramientas nacidas en este nuevo magma cultural abordan el ciclo electoral tienen que lidiar con esa tensión entre el desplazamiento del sentido que se produce de forma horizontal, dispersa y multicapa y la capacidad de convertir eso en nuevos ordenamientos comunes y nueva institucionalidad a través de mecanismos que juegan en la pelea de la representación.

Hay algo seguro, pronto viviremos en otro país. Lo que queda saber es en cuál. 

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