Kurdistán: la pólvora comienza donde termina el petróleo
En el inmenso tablero de juego en que se ha convertido
Oriente Próximo para las potencias que compiten por el control de unos recursos
naturales cada vez más escasos, un petroestado no lograría colmar las viejas
reivindicaciones nacionales del pueblo kurdo
Àngel Ferrero
29/08/2014
El Diario.es
¡Los kurdos necesitan armas y pronto! Quien lleve unos años
viviendo en Alemania no puede más que sorprenderse ante la urgencia del
establishment por armar a los kurdos en el norte de Irak, quienes desde hace
semanas tratan de detener el avance de Estado Islámico. El diario Bild, un
tabloide vinculado a los sectores neoliberales y conservadores del país y
abiertamente proisraelí, dedicó hace un par de semanas una serie de artículos a
la causa kurda, incluyendo una breve entrevista a Massud Barzani, el Presidente
del Kurdistán iraquí. El 14 de agosto, el responsable de la sección
internacional del tageszeitung, diario oficioso de Los Verdes, defendía la
necesidad de una intervención humanitaria –"una amarga necesidad"–
con el fin de evitar un genocidio. A las 06:55 del día siguiente despegaban los
primeros aviones de transporte del Bundeswehr cargados con ayuda humanitaria
con destino a Erbil, la capital del Kurdistán iraquí. La carga llegó un día
después, coincidiendo con la visita exprés del ministro alemán de Exteriores,
Frank-Walter Steinmeier. Ese mismo día, Joschka Fischer –ministro de Exteriores
desde 1998 hasta 2005– se declaraba partidario de enviar armas a los kurdos. El
eurodiputado verde Daniel Cohn-Bendit –abanderado del "intervencionismo humanitario"
desde que promovió la agresión de la OTAN a Yugoslavia en 1999– amonestó
públicamente a los compañeros de su partido más reacios al envío. Tras haber
creado medios de comunicación y gobierno un clima de opinión favorable a la
decisión –más o menos como hizo el gobierno rojiverde en las semanas previas al
bombardeo de Serbia y Montenegro–, la coalición entre socialdemócratas y
conservadores anunció el 20 de agosto su intención de enviar armamento a los
peshmerga. "Armas para la infantería de Occidente", escribía sin
tapujos Berthold Kohler en el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Por ahora sólo
falta que la canciller dé luz verde a la operación.
Tan inusitada muestra de solidaridad hacia los kurdos
iraquíes no puede más que despertar escepticismo, toda vez que el Partido de
los Trabajadores del Kurdistán (PKK), una de sus formaciones políticas más
importantes e influyentes, sigue siendo considerado por la Unión Europea como
"grupo terrorista", mientras que Estado Islámico sigue, a fecha de
hoy, sin serlo oficialmente, aunque la cobertura mediática dé a entender lo
contrario. Este evidente absurdo llevó a que la policía alemana detuviese en
una manifestación el pasado 10 de agosto en Berlín a un kurdo por portar una
bandera con el retrato de Abdullah Öcalan, el presidente del PKK, mientras que
un provocador que desplegó la bandera negra de Estado Islámico pudo hacerlo sin
mayores contratiempos, ya que, según la policía, "se trata de una bandera
legal en Europa". "Es un escándalo que el PKK, que protege y salva a
cristianos, esté prohibido en Alemania mientras que para el ejército asesino de
Estado Islámico no haya ninguna prohibición", declaró indignado el
portavoz del grupo parlamentario de La Izquierda, Gregor Gysi.
Sólo con armas alemanas
Decía Friedrich Engels que, de acuerdo con la hipocresía
protestante, todas las actividades se llevan a cabo por el bien de la decencia.
Es un lugar común decir que Alemania ha sido históricamente un país de mayoría
protestante, y si bien la religión pierde adeptos, su principio moral básico
–la hipocresía– sigue jugando un papel destacado en la política. En el avispero
iraquí convergen numerosos conflictos e intereses, pero la versión más
extendida por los medios occidentales justifica una intervención con el
objetivo de arreglar, irónicamente, los mismos problemas que otra intervención
anterior desencadenó. La política genocida de Estado Islámico es ciertamente
inexcusable, pero a los Estados occidentales que intervienen en Irak no les
mueve precisamente –y a estas alturas debería haber quedado ya sobradamente
claro– la idea de la fraternidad entre los pueblos. Como escribe Heribert
Prantl en el Süddeutsche Zeitung, "parece más fácil tomar la decisión de
entregar un contingente de armas que la decisión de recibir a un contingente de
refugiados."
"Cuando un genocidio sólo puede detenerse con armas
alemanas, entonces tenemos que ayudar", aseguraba la ministra de Defensa,
Ursula von der Leyen, el 14 de agosto, y ese mismo día, casi como una respuesta
refleja a sus declaraciones, las acciones de la alemana Heckler&Koch
–quinto productor mundial de armas de fuego; de su fusil de asalto, el G36, se
calcula que se venden 7 millones de unidades al año (tantas como del M16
estadounidense)– se disparaban tras llevar unos días al alza por los rumores
del envío de armamento y municiones al Kurdistán iraquí, para luego volver a
caer (la compañía salió a bolsa en abril buscando nuevos inversores y mejorar
su situación financiera). El 20 de agosto, con el anuncio ya definitivo de la
coalición de gobierno, subieron como la espuma las acciones de Rheinmetall y
las de ThyssenKrupp se recuperaron ligeramente, ya que habían sufrido días
atrás un brusco descenso por el efecto de las sanciones de la UE a Rusia, y el
mismo efecto puede observarse en las acciones de Krauss-Maffei-Wegmann,
dedicada a la producción de carros de combate y vehículos blindados. Las
noticias de guerra son malas noticias para la población que las sufre, pero
grandes noticias para empresas como Rheinmetall, ThyssenKrupp, Krauss-Maffei-Wegmann
o Heckler&Koch. Otras empresas importantes, como Carl Walther GmbH,
dedicada a la producción de armas cortas, no cotizan en bolsa y, en
consecuencia, no puede evaluarse el impacto del anuncio de la coalición en sus
acciones. Todas las empresas arriba mencionadas realizaron dicho sea de paso
generosos donativos desde el año 2009 hasta el 2011 tanto a los
cristianodemócratas de la CDU como a los socialdemócratas del SPD y los
liberales del FDP. Los resultados hablan por si sólos: según datos del
Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), Alemania
fue en el período 2009-2013 el tercer exportador de armas del mundo y el
incremento constante de su presupuesto militar ha hecho que pase del noveno al
séptimo puesto en un año.
Uno de los temores de los políticos alemanes que se oponen a
la medida es que el envío de armas a una zona de conflicto no está sometido a
ningún tipo de control posterior, por lo que muchas de ellas terminan "en
manos equivocadas" o en el mercado negro. No es necesario ir muy lejos
para encontrar ejemplos: las armas que se enviaron a los rebeldes libios para
derrocar a Gadafi en el 2011 terminaron empuñándolas no sólo los yihadistas de
aquel país, sino también los tuaregs de Malí –que trataron de proclamar su
propio Estado en 2012– y los miembros del grupo Boko Haram en Nigeria. El
propio Estado Islámico se nutre de las armas llegadas por diferentes rutas
hasta el conflicto sirio y las capturadas al Ejército iraquí, que fueron
enviadas por EE.UU. para acabar precisamente con los islamistas que ahora las
emplean. A pesar de este peligro real y conocido, "uno tiene que vivir con
estas contradicciones", según Steinmeier. Algunos diputados del partido de
Merkel incluso quieren enviar al Bundeswehr a combatir en Irak.
No un Estado, sino un petroestado kurdo
Otros de los riesgos que conlleva el envío de armamento,
según señala el semanario Der Spiegel, es el de respaldar indirectamente los
intentos de los kurdos por crear un Estado propio. Lo que escapa a los
redactores de aquella nota es que Washington y Berlín puede que cuenten incluso
con esa opción de antemano, y no sólo porque el Kurdistán iraquí posea una
fuerza militar organizada –los peshmerga– que se ha demostrado más efectiva que
el Ejército iraquí, como se ha comprobado sobre el terreno. Kurdistán ha sido
una de las regiones de Irak que ha mostrado mejores resultados económicos,
atrayendo a numerosos inversores gracias a sus enormes reservas de
hidrocarburos, como recordaba oportunamente hace unos días el New Yorker. Según
Bloomberg, el Kurdistán iraquí podría poseer unas reservas calculadas en 45.000
millones de barriles de crudo y el ejecutivo de Barzani afirma que podría
aumentar la producción hasta exportar unos 400.000 barriles anuales. Si fuese
un Estado independiente, el Kurdistán iraquí ocuparía el décimo lugar en
reservas de crudo. ExxonMobil, Total y Chevron han firmado contratos con el
gobierno kurdo. Poco sorprendentemente, en los comunicados de CENTCOM –el
centro de mando estadounidense responsable de los bombardeos en el norte de
Irak– mencionan, junto al "apoyo a las fuerzas de seguridad iraquíes y
fuerzas de defensa kurdas en su lucha conjunta contra ISIL", la
"protección de infrastructuras".
Parte de ese petróleo se transporta por carretera a Turquía
sin la autorización del Gobierno iraquí. Aquí entra la geopolítica en serio. La
Unión Europea –Alemania, sobre todo– podría estar interesada en la aparición de
lo que sería no un Estado, sino un petroestado kurdo. Erbil podría exportar al continente
no sólo su petróleo, sino también su gas natural a través de Turquía, e incluso
podría dar aliento –modificando ligeramente su recorrido original– al viejo
proyecto de Nabucco, un gasoducto impulsado por cuatro compañías europeas y una
turca del que, por cierto, Joschka Fischer es asesor. Nabucco se consideró en
su día como una alternativa al proyecto South Stream de la rusa Gazprom, cuya
posición dominante en el mercado energético comunitario genera como es sabido
preocupación en Bruselas, que trata de diversificar tanto sus fuentes de
energía como la procedencia de éstas.
Un petroestado kurdo controlado por fuerzas pro-occidentales
podría, además de garantizar el flujo de petróleo a Europa, servir de
contrapeso a los intentos de Irán por aumentar su influencia en la región, aún
al precio de sacrificar la integridad territorial de Irak. (Acaso no esté de
más recordar que EE UU miró hacia otro lado cuando Sadam Husein empleó armas
químicas contra los iraníes y los insurgentes kurdos en la guerra Irán-Irak,
luego que los servicios de inteligencia estadounidenses considerasen al régimen
baasista un mal menor en comparación con una República Islámica fortalecida
tras una hipotética victoria en el conflicto). No sería al fin y al cabo la
primera vez que las potencias occidentales promueven una secesión con fines
propios: es lo que hizo EE UU en Panamá a comienzos del siglo XX para obtener
el control del canal interoceánico –hecho que inspiró Nostromo, la magnífica
novela de Joseph Conrad– y más recientemente EE UU y la UE en Sudán del Sur,
que aloja tres cuartas partes de las reservas de crudo de todo el antiguo
territorio sudanés.
Sin embargo, en el inmenso tablero de juego en que se ha
convertido Oriente Próximo para las potencias que compiten por el control de
unos recursos naturales cada vez más escasos, un petroestado no lograría colmar
las viejas reivindicaciones nacionales del pueblo kurdo. Una crisis entre
facciones podría ser un resultado probable. ¿Cómo podría Erbil sofocar un
intento de rebelión interna, especialmente si el PKK trata de dotarla de
contenido social? Por citar a Ursula von der Leyen: "Sólo con armas
alemanas".
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