¿Estado o milicias?
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Los hechos acontecidos en la provincia de Nínive, a saber, la sumisa capitulación de las tropas iraquíes ante el Estado Islámico de Iraq y Siria (EIIS), no hacen sospechar acerca de la existencia de conspiraciones y traiciones. Lo que plantean en cambio son una serie de preguntas respecto a la naturaleza de una estructura política gobernante que ha fracasado a la hora de conseguir un acuerdo de base estatal que posibilitara la existencia de un ejército eficiente o de cualquier otra institución. Para empezar, las milicias armadas son parte esencial de la estructura que trató de establecerse tras la ocupación de Bagdad en abril de 2003. Su influencia continuó aumentando –tanto vertical como horizontalmente- junto con la agravación de las crisis de los sucesivos gobiernos iraquíes. Por tanto, no sólo estas milicias aparecían entrelazadas con los movimientos políticos sino que, en muchos casos, eran la fuerza motriz de esos movimientos, como en el caso de las Brigadas Badr (Failaq Badr) y la Liga de los Justos (‘Asayib Ahl al-Haq), estableciendo ambas sendos bloques políticos que se presentaron a las elecciones municipales y parlamentarias.
Todas quieren “proteger la Revolución”
Las milicias no son simplemente una consecuencia de la etapa posterior a la ocupación, ya que hicieron su aparición en la historia política contemporánea de Iraq con el establecimiento del régimen republicano en 1958. Ese período fue testigo de un intenso conflicto entre el Partido Comunista Iraquí y el Partido Baaz, así como entre otros movimientos nacionalistas. Los comunistas formaron la “resistencia popular” con el objetivo de “proteger la revolución”, convirtiéndose rápidamente en una fuerza de sometimiento del pueblo.
Cinco años después del ascenso al poder de Abd al-Karim Qasim, el Partido iraquí del Baaz maquinó un golpe de Estado contra la naciente república en febrero de 1963. Inmediatamente después de hacerse con el poder, el Partido Baaz formó una milicia de baazistas llamada la “Guardia Nacional” que causó estragos por todo el país, perpetró masacres y violó muchachas bajo el pretexto de “salvaguardar la revolución y combatir a sus enemigos”. Esas prácticas ayudaron a derribar el régimen impuesto por el golpe de 1963 tan sólo ocho meses después, a través de otro golpe de Estado organizado por Abdul Salam Arif, quien disolvió la milicia y procesó a sus miembros.
El escenario se repitió tras el golpe de julio de 1968, asestado por los baazistas contra Abdul Rahman Arif, hermano de Abdul Salam, asesinado en 1966. Con el objetivo de “proteger la revolución”, el nuevo régimen formó una milicia llamada “Ejército Popular”, que no era menos corrupta que las milicias anteriores. Sin embargo, no se limitaba a baazistas organizados, también contaba entre sus filas con jóvenes iraquíes que no procedían del ejército, especialmente durante la guerra de Irán-Iraq, que duró desde 1980 a 1988. Estas fuerzas paramilitares constituyeron las tropas de reserva del ejército durante esa guerra, convirtiéndose más tarde en carne de cañón cuando sus miembros se vieron metidos en ella sin el entrenamiento adecuado.
Durante la década de 1990, Uday Husein, el hijo mayor del expresidente Sadam Husein, formó lo que se denominó “La Legión de los Combatientes de Sadam”. A la formación de esa milicia le siguió la humillante derrota que la Coalición Internacional infligió al ejército iraquí, obligándole a salir de Kuwait tras la invasión de agosto de 1990, junto a las amenazas estadounidenses de derrocar al régimen iraquí. Uday asignó diversas tareas a la Legión, entre ellas la de eliminar a los opositores al régimen de su padre y la de controlar los “fenómenos sociales irregulares”, en referencia, entre otras cosas, a los trabajadores del sexo y homosexuales que fueron decapitados públicamente fuera de sus casas para impulsar la “campaña de la piedad” lanzada por el régimen, confirmando su bancarrota ideológica. A todo esto se unió el golpe que dio el entonces vicepresidente Izzat al-Duri, que estaba, y aún lo está, obsesionado con los sermones de Naqshbandi Sufi.
En medio de la batalla para apropiarse de la causa palestina que involucró a diferentes países árabes de la región, incluido Iraq, se fundó en 2001 el Ejército de Al-Quds. Esta pareció ser una respuesta tardía al establecimiento del Ejército de Liberación de Al-Quds en Irán, cuyo grito de guerra durante la guerra Irán-Iraq era que el camino hacia Jerusalén pasaba por Bagdad. El ejército Al-Quds de Iraq no hizo sino eliminar ciudadanos e imponer vigilancia, convirtiéndose en una herramienta más a disposición de los aparatos de seguridad e inteligencia.
Bremer: La democracia de las milicias
Tan pronto como empezó la invasión de Iraq dirigida por EEUU en marzo de 2003, con fuerzas de ocupación avanzando hacia Bagdad tras apoderarse de las provincias del sur y centro, aparecieron en escena nuevas milicias antirégimen. El Cuerpo Badr, que entró en Iraq a través de las fronteras iraníes, se estableció en Irán en 1982 como ala militar del Consejo Supremo de la Revolución Islámica, y estaba dirigido por Hadi Al-Amiri, el Ministro de Transportes del gobierno Maliki. El núcleo de las milicias estaba compuesto por los iraquíes opositores a Sadam que estaban en Irán, además de exprisioneros del Ejército Iraquí y del Ejército Popular, apodados “Los arrepentidos” (al-Tawabon).
Mientras tanto, las milicias peshmergas kurdas estaban activas en Nínive, Kirkuk y Diala, y, fuera de su control territorial, en Erbil, Duhok y Suleimaniya. Así fue como pronto impusieron una nueva realidad sobre el terreno al apropiarse de la munición pesada y ligera abandonada por el ejército iraquí tras rendirse a las fuerzas ocupantes dirigidas por EEUU.
Otra fuerza paramilitar era el Ejército de Al-Mahdi, el ala militar del Movimiento de Al-Sadr. Establecida un tanto espontáneamente antes del asesinato del Gran Ayatolá Mohammad Sadeq Al-Sadr en 1999, se expandió velozmente a causa de la “indignación popular chií” tras ese asesinato.
El Movimiento Al-Sadr se convirtió en la fuerza con mayor influencia en las calles iraquíes tras la ocupación, al atraerse a la empobrecida juventud chií y al aprovechar del vacío dejado tras la decisión de disolver el ejército y los servicios de seguridad iraquíes nada más producirse la ocupación. Las milicias armadas ganaron legitimidad a causa de la presencia de las fuerzas de ocupación sobre el terreno. Dirigidas por el joven clérigo religioso Muqtada Al-Sadr, el Ejército del Mahdi fue creciendo a finales de 2003, aprovechándose del “poder blando” y actuar como comités populares que se esforzaban en aislar a las comunidades chiíes de las fuerzas de ocupación estadounidenses en Bagdad. Sin embargo, los crecientes abusos y arrestos llevados a cabo por los soldados estadounidenses en Iraq llevaron a Muqtada Al-Sadr a instar explícitamente a los militantes a combatir a las tropas extranjeras.
También se establecieron milicias en Anbar y Nínive a partir de la consigna de combatir a los ocupantes y expulsarlos de Iraq, eludiendo así el Decreto núm. 91 emitido por Paul Bremer, que ordenaba la disolución de todas las milicias pertenecientes a partidos. El “proceso político” puesto en marcha por la ocupación estadounidense a partir de la base de compartir el poder sectario, acabó convertido en una guerra civil en toda regla en un intento de redistribuir el botín después de que las tensiones sectarias hubieran alcanzado su punto álgido.
Una milicia produce otra
A partir de 2006, las milicias se enzarzaron en combates internos para afirmar su control sobre las zonas residenciales. El Ejército de Al-Mahdi se enfrentó regularmente al Consejo Supremo Islámico en la Ciudad Al-Sadr en 2006 y 2007, y algunos elementos dentro del Ejército de Al-Mahdi declararon una insurrección contra sus líderes, como puso de manifiesto la deserción de la Liga de los Justos, además de la de pequeños grupos que se dedicaron a saquear, a secuestrar y pedir recompensas con la excusa de la guerra sectaria. Además, se formaron milicias sunníes y chiíes gracias al apoyo y financiación de actores regionales que buscaban aumentar su influencia en un agotado Iraq.
Sólo un día después del nombramiento de Haidar Al-Abbadi para suceder a Nuri Al-Maliki en la formación de un nuevo gobierno, apareció otra milicia en las calles de Bagdad que se hace llamar “los Soldados del Imán”. Armados hasta los dientes, los miembros de esta milicia desfilaron en coches de propiedad estatal tras eliminar las placas oficiales y proteger a los manifestantes pro-Maliki que tomaron las calles para expresar su apoyo a Maliki y a sus “derechos constitucionales”.
La creencia común era que la Liga de los Justos, la milicia que Maliki ha venido ayudando a defender, potenciar y financiar desde 2009, sería la primera fuerza en apoyarle. Sin embargo, le abandonaron sólo un día después del nombramiento de Al-Abbadi, lo que obligó a Maliki a buscar la ayuda de los “Soldados del Imán”, una milicia desconocida anteriormente, aunque parece ser que el partido Al-Dawa de Maliki tuvo un “movimiento” de nombre parecido durante la década de 1960, que ha tenido que resucitar en vista de sus débiles perspectivas. La mayor parte de las milicias actúan también en los medios de comunicación que cubren sus actividades “sociales” y militares. La frágil situación de la seguridad en Iraq ha contribuido a la aparición de nuevas milicias, que empezaron a ganar cada vez mayor protagonismo a partir de la caída de Mosul en manos del EIIS el 10 de junio de 2014.
Estos hechos desataron el recelo del Consejo Supremo Chií en Nayaf a pesar de que ya había emitido una fatwa (decreto) declarando que la “yihad necesitaba de autorización” (al-jihad al-kifa’i). La fatwa se emitió en un intento de “regular” y organizar los grupos armados bajo el mandato del Consejo Supremo. Este último quería evitar que quienes trataban de expulsar al EIIS de Iraq se convirtieran en parte de una guerra civil cada vez más desbocada en medio de los actuales ataques sectarios en varias ciudades y provincias.
El Consejo Supremo chií reiteró, a través de tres comunicados, el deber de luchar con el ejército iraquí exclusivamente y que los combatientes deberían seguir las órdenes de los comandantes del ejército, pero conseguir tal cosa es una absoluta ilusión. El público chií no ha hecho ningún caso de los llamamientos del Consejo durante los sermones del viernes que precedieron a las elecciones parlamentarias de abril para elegir nuevas caras. Los partidos tampoco cumplieron el llamamiento a llevar nuevos aires al gobierno. Si añadimos a esto las escisiones entre las escuelas religiosas y sus desacuerdos respecto a diversas cuestiones sociales y políticas, está claro que los combatientes sólo van a seguir las órdenes de sus líderes.
Además, hay que considerar también que las milicias son sólo parásitos que se benefician de las crisis. No pueden mantenerse a sí mismas como no sea promoviendo el miedo sectario y no pueden atraerse nuevos combatientes más que a través de las nuevas guerras que emprenden. La atroz situación económica, unida al aumento de la tasa de desempleo entre los jóvenes, juega un papel importante en el aumento de quienes se alistan en las milicias y en la ampliación de su ámbito de actividad tanto en las zonas chiíes como sunníes. Esto se debe especialmente al hecho de que esas milicias reciben financiación internacional, regional y local.
Los sucesivos gobiernos iraquíes no han creado oportunidades de inversión para las corporaciones locales e internacionales fuera del petróleo ni han legislado leyes laborales adecuadas. También han utilizado el sector del empleo público como medio para conseguir votos durante las elecciones, mermando aún más los presupuestos anuales.
Teniendo en cuenta la alta tasa de crecimiento de la población del país (estimada en el 3,1%), Iraq, en un futuro cercano, sigue siendo un terreno fértil para las milicias si el gobierno de al-Abbadi sigue los pasos de gobiernos anteriores. Esto a su vez hará que los iraquíes cualificados, especialmente los jóvenes, abandonen el país convirtiendo Iraq en un Estado gobernado oficialmente por las milicias. En estos momentos, ninguno de los partidos dominantes iraquíes está esforzándose en construir un Estado en el que se respete la constitución y asuma en sus propias manos la seguridad. Todos los partidos prefieren desplegar milicias, y no tropas oficiales, para mantener la seguridad en las zonas de conflicto porque las milicias extienden la influencia de los partidos en la sociedad. Los partidos amplían el ámbito de actividad de las milicias porque estas constituyen la garantía para permanecer en el poder y una herramienta para intimidar a quienes deseen oponérseles, por no mencionar el hecho de que están aumentando las acusaciones de corrupción contra los partidos políticos.
Por detrás de todo esto se propaga una guerra fría –o caliente- por la supremacía en el poder y por las ganancias económicas, todo ello entrelazado. Hay también preocupación ante la posibilidad de perder el poder, o de un golpe militar de los oficiales del ejército porque se sienten marginados o por la existencia de diversas alianzas que al parecer aún existen. A causa de la timidez de las reformas emprendidas por el gobierno para integrar a las milicias en el Estado, la situación actual amenaza con durar aún muchos años.
[Este artículo se publicó originalmente en lengua árabe en el periódico Assafir al-Arabi]
Fuente original: http://www.jadaliyya.com/pages/index/19305/iraq_a-state-or-militias
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
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Solo por comparar las milicias en Libia.
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