jueves, 2 de febrero de 2023

No es nada personal, sólo negocios.

                                                     

Los generosos donantes de armas a Ucrania quieren que alguien pague la factura


En Bruselas crece el resentimiento , aunque las lamentaciones sólo se oyen en los pasillos, cuando no hay micrófonos enfrente. Washington se está llevando la mejor parte de la guerra y Europa paga la factura, decía Político el 24 de noviembre (*). La Unión Europea compra gas estadounidense a un precio cuatro veces superior al que solía comprar a Rusia y tiene los arsenales de armas vacíos, lo que le obliga a comprar armas estadounidenses a un coste extremadamente elevado.

Los altos cargos de la Unión Europea acusan a Estados Unidos de enriquecerse con la guerra. Además, Biden va a conceder subvenciones masivas a las empresas que operen en su suelo. Europa teme que cientos de empresas abandonen el Viejo Continente para instalarse en la otra orilla del Atlántico.

Rusia ha acertado. A finales de octubre Lavrov reveló claramente la estrategia estadounidense: desindustrializar Europa e inundarla de armas estadounidenses. “Cada vez más economistas, no sólo en Rusia sino también en Occidente, han llegado a la conclusión de que Estados Unidos está intentando agotar y desindustrializar la economía europea”, afirmó.

“Los alemanes están deslocalizando gran parte de sus cadenas de producción a Estados Unidos, con todas las consecuencias que ello implica para Europa. A Washington le interesa debilitar militarmente a Europa, obligarla a permanecer en estado de alerta, inundar Ucrania de armas y llenar los arsenales militares europeos con armamento estadounidense”, añadió Lavrov.

Para el diplomático ruso, los europeos son los grandes perdedores de la guerra. “Los europeos sufren mucho más que Estados Unidos las sanciones económicas”.

Al principio Kiev sólo recibió sistemas antitanque y artillería, pero ahora ha conseguido tanques y reclama aviones e incluso submarinos. Europa es incapaz de satisfacer la demanda de armas, mientras Estados Unidos monopoliza el mercado. Cuanto más material de guerra europeo se recicle en Ucrania, más beneficios para la industria militar estadounidense.

No es nada personal, sólo negocios. No hay ninguna solidaridad europea con Ucrania. La ayuda no es desinteresada. Algunos de los países donantes exigen compensaciones a la Unión Europea para comprar nuevas armas, que sólo Estados Unidos puede suministrar.

Polonia exige que la Unión Europea compense el coste de los tanques entregados a Ucrania, según declaró esta semana el Primer Ministro polaco, Mateusz Morawiecki. Varsovia ya ha entregado cerca de 250 tanques T-72 a las fuerzas ucranianas y también tiene la intención de enviar tanques alemanes Leopard 2 de sus reservas. “Sí, pediremos una compensación, por supuesto. Será otra prueba de la buena fe de la Unión Europea”, declaró Morawiecki.

Estonia también pretende que le reembolsen su ayuda militar a Ucrania. Según Katri Raudsepp, representante del Centro Público de Inversiones en Defensa del Ministerio de Defensa, por el momento Bruselas ha aprobado una compensación para Tallin de 156 millones de euros, que se ingresarán en el presupuesto estonio para reforzar el potencial de defensa del país de aquí a 2027. Sin embargo, los estonios esperan recibir un total de 400 millones de euros.

Desde noviembre los arsenales de los países pequeños de Europa han agotado sus existencias de armas y municiones y 20 de los 30 miembros de la OTAN los tienen significativamente mermados.

Eslovaquia fue uno de los primeros en exigir la devolución del dinero gastado en la entrega a Ucrania de sistemas antiaéreos soviéticos S-300 por valor de 130 millones de dólares. La semana pasada, la portavoz del Ministerio de Defensa eslovaco, Martina Koval Kakascikova, declaró que su país estaba dispuesto a suministrar a Kiev tanques T-72 siempre que recibiera a cambio un moderno blindaje occidental. Y el jefe de Defensa, Jaroslav Nad, habló de planes para enviar cazas soviéticos MiG-29 a Ucrania.

El apetito de Kiev no para de crecer. Tras obtener tanques soviéticos y lanzacohetes múltiples estadounidenses Himars, Ucrania quiere tanques modernos para lanzar la ofensiva que la OTAN le exige. El grupo de contacto de la OTAN debatió la semana pasada el aumento de la ayuda militar a Ucrania en la base aérea de Ramstein. Sus participantes no llegaron a un acuerdo sobre la entrega de tanques. Pero esta semana Scholz y Biden anunciaron su decisión de entregar los modelos más modernos, el Leopard 2A6 y el M1 Abrams.

El mismo día Zelensky anunció su reunión con el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg. “Tenemos que desbloquear las entregas de misiles de largo alcance a Ucrania, es importante que ampliemos nuestra cooperación en artillería, tenemos que conseguir que se entreguen aviones a Ucrania. Esto es un sueño. Y ese es el objetivo”, afirmó Zelensky.

Por su parte, el viceministro ucraniano de Asuntos Exteriores, Andrij Melnyk, declaró en una entrevista a NTV que, tras suministrar al ejército ucraniano tanques Leopard 2, Alemania también debería entregar a Kiev cazas Panavia Tornado o Eurofighter Typhoon, buques de guerra y submarinos. “Necesitamos barcos para proteger el litoral, tenemos una costa muy larga. También necesitaremos submarinos para prevenir el peligro de un nuevo ataque desde el Mar Negro”, afirmó Melnyk.

En realidad, el ejército ucraniano nunca podría operar todo ese material de guerra. Es una manera de exigir que los equipos militares lleguen acompañados de los especialistas de la OTAN capaces de manejarlos en un campo de batalla.

A finales del año pasado la embajadora de Estados Unidos ante la OTAN, Julianne Smith, declaró que los miembros de la alianza están escasos de armas y municiones debido a la gran cantidad de ayuda militar entregada a Ucrania. Según ella, la industria militar occidental busca actualmente reactivar e implementar la producción de armas.

Uno de los objetivos de Washington es destruir la industria militar de la Unión Europea y hacer que sus países miembros dependan de los suministros de armas estadounidenses. Es posible que Washington conceda a los europeos un descuento en la compra de material militar, incluidos los Abrams. Lo hará para que Europa tenga más tiempo para comprar esos tanques que para reiniciar la producción de Leopard. El dinero obtenido por los estadounidenses será suficiente para desarrollar un tanque de nueva generación y comenzar su producción.

Estados Unidos también podrá desplegar otros equipos en Europa, que se enviarán a Kiev. Scholz ha declarado que Alemania no suministrará aviones de guerra a Ucrania. Pero lo mismo decía de los tanques. Los aviones de guerra seguirán la misma rutina: los europeos entregarán sus aviones para recibir a cambio cazas F-35, una chatarra de fabricación estadounidense.

Hace años algunos dirigentes europeos hablaron de crear un ejército europeo. Ahora Estados Unidos se está asegurando de que si finalmente se forma algo parecido, nunca dispondrá de armamento propio, sino exclusivamente estadounidense. El ejército europeo seguirá siendo dependiente de Estados Unidos.

(*) https://www.politico.eu/article/vladimir-putin-war-europe-ukraine-gas-inflation-reduction-act-ira-joe-biden-rift-west-eu-accuses-us-of-profiting-from-war/

Los generosos donantes de armas a Ucrania quieren que alguien pague la factura - mpr21

sábado, 28 de enero de 2023

Europa y la legitimación del engaño

 

Europa y la legitimación del engaño


Estados Unidos, que no tiene necesidad ni talento para el arte de gobernar, ha practicado durante mucho tiempo lo que he dado en llamar la diplomacia de la no diplomacia. No se puede esperar mucho de personas tontas como Antony Blinken o Wendy Sherman, la número 2 de Blinken en el Departamento de Estado. Todo lo que pueden hacer es rugir, incluso si son ratones al lado de cualquier diplomático serio.

Pero, ¿han lo seguido ahora las potencias europeas? Temo preguntar porque temo la respuesta. Pero debo hacerlo, dados los recientes acontecimientos.

A principios del año pasado, cuando Petro Poroshenko declaró públicamente que el régimen posterior al golpe en Kiev no tenía intención de cumplir con los compromisos diplomáticos de 2014-15 para una solución pacífica de la crisis de Ucrania, algunas cejas se arquearon, pero no muchas. ¿Quién era el ex presidente de Ucrania, de todos modos? Lo tenía desde el principio como un tonto egoísta que hizo lo que Washington le dijo que hiciera y nada más, ni una pizca de habilidad política en él.

Otra cosa fue cuando, a principios de diciembre, Angela Merkel admitió en entrevistas consecutivas que las potencias europeas estaban tramando lo mismo. El objetivo de las conversaciones diplomáticas a fines de 2014 y principios de 2015, dijo la excanciller alemán a Der Spiegel y Die Zeit, no era, como habían pretendido, un marco para una Ucrania federalizada en aras de una paz duradera entre sus mitades hostiles: se trataba de engañar a los rusos para dar a Kiev tiempo para prepararse para un asalto militar en las provincias de habla rusa en el este, cuyo pueblo se había negado a aceptar el golpe orquestado por Estados Unidos que llevó al poder a nacionalistas compulsivamente rusofóbicos influenciados por los nazis en febrero de 2014.

Las revelaciones de Merkel fueron un shock, por supuesto. Pero me las arreglé para considerar sus comentarios como una indiscreción involuntaria en el otoño de los años de un líder de larga data. Merkel hizo sus comentarios más o menos de pasada. No había jactancia en ellos. No parecía orgullosa de su duplicidad.

Ahora interviene François Hollande. Unos días antes de que terminara el año, el expresidente francés concedió una larga entrevista a The Kyiv Independent. En él dejó perfectamente clara la posición franco-alemana: Sí, Merkel y yo mentimos a los rusos cuando negociamos los Protocolos de Minsk I y Minsk II en septiembre de 2014 y febrero de 2015. No, nunca tuvimos intención de hacérselos cumplir. Fue una farsa desde el principio y, la parte de esta entrevista que realmente irrita, Hollande presentó esto como un sabio y sólido estadista.

Contemos las traiciones que debemos imputar al desventurado Hollande y a la inconstante Merkel.

La traición de Rusia y su presidente ha de hacerse evidente. Es un hecho que Vladimir Putin, que participó directamente en las conversaciones de Minsk, trabajó muchas, muchas horas en un acuerdo que dejaría a Ucrania estable y unificada, una república postsoviética independiente en el suroeste de la Federación Rusa.

Aquí recordaré a los lectores la animosidad que Putin expresó en su discurso de Año Nuevo, tres días después de que Hollande describiera en detalle la operación encubierta franco-alemana:

Occidente nos mintió sobre la paz mientras se preparaba para la agresión, y hoy ya no dudan en admitirlo abiertamente y utilizar cínicamente a Ucrania y su pueblo como un medio para debilitar y dividir a Rusia.

Esto, en clara referencia a las entrevistas de Merkel y Hollande, nos deja con preguntas claras y obvias. ¿Berlín y París dieron a Moscú otra alternativa que intervenir militarmente en Ucrania cuando sabotearon las negociaciones de paz? Si bien Moscú permanece abierto a las conversaciones para poner fin a la guerra, ¿qué tan en serio se supone que debe tomar tal perspectiva? Volodymyr Zelensky siempre está cerrando la puerta a las negociaciones con los rusos, pero el presidente ucraniano llega tarde: los alemanes y los franceses lograron esto hace años.

Traicionar el proceso diplomático como lo han hecho Alemania y Francia es también traicionar la confianza como condición necesaria para las relaciones ordenadas de Estado a Estado. Es posible que las naciones no confíen plenamente unas en otras, pero deben poder confiar en el proceso diplomático: confiar en la palabra dada en el proceso de una negociación. De esta manera, las principales potencias europeas nos han condenado a todos a un mundo inestable y peligroso, y por lo tanto son culpables de traicionarnos a todos: nuestra seguridad, nuestro futuro, nuestro deseo de un orden mundial estable y pacífico.

Están, por supuesto, los ucranianos. La mayoría de ellos quería un acuerdo de paz desde el principio. Poroshenko fue derrotado rotundamente en las elecciones de Ucrania de 2019 porque no pudo alcanzar uno. Nunca sabrías esto por la prensa occidental, pero Zelensky lo sucedió con una mayoría del 70 por ciento de los votos precisamente porque prometió negociar un acuerdo en conversaciones directas con Putin.

Ahora la nación yace en ruinas, su economía se derrumbó en un 30 por ciento el año pasado, 30 millones de sus habitantes fueron desplazados y sus muertos en la guerra se cuentan por decenas de miles. No veo ningún argumento en contra de contar esto como una consecuencia importante del diseño del engaño franco-alemán.

Insto a los lectores a leer detenidamente la entrevista de Hollande con The Kyiv Independent . El socialista de segunda categoría —y tanto, viendo la larga y dilatada tradición socialista de Francia— compite con cualquier diplomático estadounidense engañoso en mentiras, omisiones y lógica al revés.

Según el relato de Hollande, la intención de engañar a los rusos se remonta a las celebraciones del Día D de 2014, unos meses después del golpe de estado en Kiev y el inicio de los ataques de artillería del régimen golpista contra áreas civiles en las provincias orientales. En junio de ese año, Francia, Alemania, Rusia y Ucrania se reunieron en Normandía para iniciar un proceso de negociación cuyo objetivo nominal era lograr un acuerdo de paz y una estructura nacional estable en Ucrania. Esto fue llamado el formato de Normandía.

Este formato produjo el Protocolo de Minsk I en septiembre siguiente. Cuando eso colapsó a principios de 2015, Kiev se negó a dejar de bombardear, las cuatro naciones se reunieron nuevamente. Esta vez, las conversaciones se basaron en un plan que París y Berlín desarrollaron conjuntamente. Le siguió Minsk II. Este protocolo incluía más que un alto el fuego; también preveía una reestructuración de Ucrania de modo que las provincias orientales disfrutaran del grado de autonomía que se consideraba necesario para mantener unida a la nación a pesar de las marcadas diferencias entre su región occidental inclinada hacia Europa y su este inclinado hacia Rusia.

Todo fantástico, sobre el papel. Todo engaño en la práctica. Hollande nos dice ahora: “Putin aceptó el Formato de Normandía, que le exigía informar regularmente sobre el progreso que podría lograrse en la implementación de los acuerdos de Minsk”. En cuanto a lo que realmente sucedió, Hollande ofrece esto, y es aquí donde su relato de los acontecimientos comienza a dar la vuelta:

Los acuerdos de Minsk detuvieron la ofensiva rusa por un tiempo. Lo que era muy importante era saber cómo utilizaría Occidente este respiro para evitar nuevos intentos rusos.

La OTAN aprovechó esta oportunidad para comenzar a entrenar a las fuerzas ucranianas, incluso cuando Putin tomó en serio los términos de los acuerdos de Minsk según el propio relato de Hollande. Es un hecho que la ofensiva en las provincias orientales fue de Kiev, que bombardeó a sus propios ciudadanos. El número de muertos informado por los monitores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, la OSCE, cuenta la historia de los próximos ocho años: 14.000 civiles muertos, más del 80 por ciento de ellos en las provincias orientales conocidas como Donbas.

Las mentiras vienen gruesas y rápidas desde allí. Al principio del intercambio, The Kyiv Independent pregunta: «¿Tuviste la impresión de que Vladimir Putin respetaría los acuerdos de Minsk?» a lo que Hollande responde: «No podíamos saber eso».

Mentiroso. El deseo de Putin de un acuerdo negociado fue perfectamente obvio desde la reunión del Día D en adelante.

“Soñaba con una recreación de la Unión Soviética”, dice Hollande del líder ruso. “Putin adoptó una postura agresiva y esperó a ver cuál sería la reacción de Occidente”.

El primer punto es una perversión común de un comentario de tipo sentimental que Putin hizo hace muchos años: “Cualquiera que apruebe el colapso de la Unión Soviética no tiene corazón, cualquiera que piense que puede revivirla no tiene cerebro”. En cuanto a “Putin el agresor”, ¿qué pasó con los esfuerzos de décadas de Moscú para negociar un orden que funcionara después de la Guerra Fría? ¿Qué pasó con las décadas de subterfugio estadounidense en Ucrania por medio de varios “grupos de la sociedad civil” patrocinados por Estados Unidos? ¿Qué pasó con el golpe de febrero de 2014?

De esto, Hollande no tiene nada que decir. Y sigue y sigue. “Moscú no quería la paz”. “Mariupol ya estaba en su punto de mira [de Putin]”, una referencia al puerto ucraniano que cayó en manos de las fuerzas rusas la primavera pasada. Tonterías y tonterías. Nada de esto resiste el escrutinio lógico o los hechos conocidos.

Y no importa que el incumplimiento de lo acordado en las conversaciones del Formato de Normandía y los dos acuerdos de Minsk condujeran directamente a la guerra que comenzó hace un año. La duplicidad de Europa ha sido un gran éxito, Hollande quiere que lo sepamos. “Ucrania ha fortalecido su postura militar”, afirma. “De hecho, el ejército ucraniano era completamente diferente al de 2014. Estaba mejor entrenado y equipado. Es mérito de los acuerdos de Minsk haber dado esta oportunidad al ejército ucraniano”.

Los méritos de los acuerdos de Minsk: debemos suponer que se refiere a los méritos de su subversión.

¿Cómo, se pregunta Hollande, puede considerarse un éxito la estrategia encubierta que siguió con Angela Merkel en vista de cómo han resultado las cosas? Eso es fácil. Occidente fue blando con Rusia, por lo que le dio a Putin la apertura que estaba buscando. Considera esto:

Ya hemos visto la retirada estadounidense de la escena internacional en Siria con el “laissez faire” [el pase libre] dado a Putin respecto al apoyo que le dio al dictador sirio Bashar al-Assad.

Guau. No sabía que Estados Unidos tenía pases gratis que dar en Siria, donde su intervención fue y sigue siendo ilegal y donde los rusos intervinieron contra el Estado Islámico en septiembre de 2015 por invitación del gobierno de Assad.

Cómo han caído los socialistas franceses, tengo que decirlo.

¿Por qué Hollande eligió hacer estos extraños comentarios? Esta es una pregunta interesante.

Una pista puede estar en su elección de The Kyiv Independent como publicación para conceder esta entrevista. The Kyiv Independent no es, para ir directo al grano, independiente. El gobierno canadiense y el Fondo Europeo para la Democracia, la versión continental del Fondo Nacional para la Democracia, han estado entre sus partidarios desde su fundación hace un año. Parece estar todo mezclado con otras ONG del tipo antirruso. The Kyiv Independent, en otras palabras, era tierra firme para Hollande; haría todas las preguntas correctas y ninguna incorrecta. Entonces, la entrevista fue una especie de ventilación escenificada.

Es inconcebible que Hollande hablara sin el conocimiento de Merkel. Tal vez estaba encubriendo lo que ambos consideraban un error de la excanciller cuando admitió su deshonestidad y la de Hollande ante Der Spiegel y Die Zeit. Difícil de decir.

Cualquiera que sea la motivación específica de Hollande, parece más obvio que su intención era legitimar el engaño como una característica del arte de gobernar del siglo XXI. Mayor cinismo no conoce hombre.

Él y Merkel han dado un paso grave en la dirección equivocada en los últimos nueve años. Han pasado muchas décadas desde que vimos una diplomacia seria por parte de los estadounidenses. Otra cosa es que los europeos abandonen sus largas tradiciones diplomáticas, reconocidamente llenas de viruelas. Cada vez menos naciones toman en serio a los diplomáticos estadounidenses, sabiendo que su palabra simplemente no sirve. ¿Se extenderá esto ahora a todo Occidente, viendo el no-Occidente poco sentido hablar con él?

La duplicidad con la que Francia y Alemania llevaron a cabo las negociaciones de Minsk durante algunos años ahora toma su lugar en la larga historia de la deshonestidad de Occidente en sus tratos con Rusia desde que James Baker, el secretario de Estado de George H. W. Bush, prometió a Mijail Gorbachev en febrero de 1990 –en conversación, no por escrito– que la OTAN no se expandiría hacia el este desde Alemania.

En efecto, Hollande acaba de confirmar que mentir a Moscú sigue siendo perfectamente aceptable entre las principales potencias occidentales. Esto nunca ha llevado al mundo a ninguna parte buena y nunca lo hará.

Fuente: La casa de mi tía.


martes, 24 de enero de 2023

Tanques de Occidente a Ucrania.

Envío de tanques de Occidente a Ucrania: tan inútil como irrisorio .


 Javier Benítez

De risa. Así es la cantidad de tanques en número y en calidad que Occidente anuncia enviar a Ucrania. Ergo, la puesta en escena histérica de reclamos a España o a Alemania por el envío de sus Leopard, no es más que mera propaganda: es imposible cubrir un frente de más de mil kilómetros con las pocas decenas de tanques que dicen que enviarán.

El 'zoológico' occidental

Enviar unos cuántos Leopard, Challenger 2, e incluso Abrams, si se llegara a dar ese extremo, no cambiará nada en el curso del conflicto entre Rusia o Ucrania. Sólo Zelenski y demás secuaces pueden decir eso, aunque no lo piensen, como mero acto propagandístico. Al final, lo único que le queda al actor ucraniano y a Occidente es intentar venderle hielo a un esquimal.
Y es también un zoológico, un verdadero mercadillo de retales, que no será más que una pesadilla logística que acabará hecho un amasijo de hierro.
En este contexto, el director del Instituto Español de Geopolítica, Juan Aguilar, advierte que en el caso de España, tiene un total de 219 carros de combate Leopard 2E, de los cuales, muchos de ellos estarán en mantenimiento, otros son de formación, es decir, están en las academias militares.
Ante este panorama del caso concreto de España, el también analista militar lanza una pregunta retórica: "¿Qué queda?". Y la respuesta es: "Un regimiento de carros de combate en una brigada, y dos batallones en otras dos brigadas. Y luego hay pequeñas cantidades en Ceuta, Melilla y Canarias.

Los números 'cantan'

Entonces, viene la gran pregunta que nadie se hace en Occidente, y si se la hacen, nadie la quiere responder. "¿Qué se puede ceder realmente? Muy poco, muy poco, sin poner en peligro la seguridad nacional [por el posible envío de tanques Leopard por parte de España a Ucrania]. ¿Qué? ¿10 carros, 20 carros? Sería ridículo. Es que, juntando '10 de aquí', '10 de allá', al final ¿a qué llegas? ¿A 50, 60 carros? ¿Eso qué significa en un frente que tiene más de mil kilómetros? Estamos hablando de una capacidad muy pequeña", avisa Aguilar.
"¿Por qué hay que volver a enviar [a Ucrania] un paquetón de armas impresionante? Porque las que se enviaron en los ocho paquetes anteriores ya no están, han sido destruidas. Esa es la realidad. Porque es una guerra de desgaste que van perdiendo. Y cuando se envíe este nuevo paquete, dentro de un mes, o 15 días, o mes y medio, volverán a pedir otro paquete. ¿Y así hasta cuándo? Hasta que la OTAN quiera. Es decir, hasta que EEUU quiera. Pero ellos [EEUU] no van a mandar sus sistemas de armas de alta tecnología, no sea que acaben en el mercado negro o en manos de los rusos, y menudo negocio habrán hecho. Esta es la realidad. Realmente es una especie de gran teatro donde un corrupto payaso dirigiendo una dictadura oligárquica en Kiev, está manteniendo un discurso que está poco menos que el solo allí defendiendo la civilización occidental y cristiana frente a los 'malísimos' dictadores del oriente. Esto es toda una ensoñación enfermiza, y mientras no siguen soltando ese discursito […], intentan mantener un relato que no se corresponde con la realidad", concluye Juan Aguilar.

https://sputniknews.lat/20230124/envio-de-tanques-de-occidente-a-ucrania-tan-inutil-como-irrisorio-1134953859.html

Y ver ..Suministros de tanques Leopard de España a Ucrania: “Es una política chihuahua” | Diario Octubre (diario-octubre.com)

lunes, 23 de enero de 2023

La distorsión de las causas progresistas.

El camuflaje del imperialismo occidental

Christopher Mott,

Perseguir el terrorismo, promover la democracia, proteger a los pueblos…: a Estados Unidos no le falta imaginación a la hora de justificar sus intervenciones militares y sus injerencias en el extranjero, desplegando un nuevo argumentario en cuanto el anterior ha caído en descrédito. Desde hace unos años, Washington ha privilegiado un nuevo registro, el de la justicia social, reciclando luchas sociales en boga en Occidente para legitimar sus intervenciones. Así, los dignatarios del Pentágono y del Departamento de Estado, las cabezas pensantes de los think tanks influyentes, pero también los representantes de las ONG y los editorialistas de los grandes medios de comunicación –en resumen, todos aquellos que tienen algo que decir en materia de política exterior– hablan ahora de luchar contra la opresión de las mujeres, de defender a las minorías étnicas, de los derechos de las personas LGBTi… Al hacerse eco de los temas que mueven a los jóvenes licenciados y a ciertos círculos activistas radicales, desarrollan un nuevo objetivo estratégico, que podrán utilizar para justificar toda clase de injerencias: el “moldeado cultural” (culture forming), basado en las normas y costumbres occidentales.

A primera vista, puede parecer sorprendente que temas en boga en los círculos activistas progresistas –en círculos woke (literalmente ‘despiertos’), según la expresión habitual en los medios de comunicación– alienten y sostengan políticas intervencionistas y expansionistas, en muchos casos fuertemente armadas. Sin embargo, esta tendencia no debería sorprender. Hace mucho tiempo que Estados Unidos recurre al registro moral para enmascarar sus objetivos imperialistas. Desde el siglo XVII, el puritanismo anglosajón, con su idealismo moralista, ha concebido la historia de la humanidad en base a relatos universalistas. En su versión secularizada, dicho puritanismo se encarnó en Thomas Jefferson, el tercer presidente estadounidense (1801-1809), quien concebía Estados Unidos como un “imperio de la libertad”, que guiaba con su ejemplo a las demás naciones del mundo, sumidas en la ignorancia (1). Un siglo después, el presidente Woodrow Wilson (1913-1921) vio en la Primera Guerra Mundial, una vez su país entró en el conflicto, una oportunidad para difundir los valores políticos estadounidenses y establecer un marco de entendimiento universal en las relaciones internacionales (2). Ese intento de remodelar el orden internacional desembocó en la creación de la ­Sociedad de Naciones, en la que finalmente Estados Unidos no participó debido a la intransigencia del Senado, republicano y aislacionista, y la feroz resistencia del presidente Warren Harding (1921-1923).

En los albores del siglo XXI, la moral seguía guiando el intervencionismo estadounidense. Apenas unos meses después de los atentados terroristas del 11 de septiembre, la Administración de George W. Bush ampliaba el alcance de su misión: ya no se trataba solo de perseguir a Al-Qaeda y sus cómplices, sino de iniciar una “guerra contra el terror”. Este proyecto utópico pretendía pacificar varios puntos calientes del planeta a través de operaciones de “cambio de régimen” (regime change) y de “construcción nacional” (nation building). Inaugurado en Afganistán, se extendió a Irak y luego al conjunto de Oriente Medio. Estas expediciones ­armadas a menudo se justificaban ­explícitamente por la necesidad de promover la democracia. También presentaban, como ya había sido el caso bajo otras administraciones, una dimensión religiosa que influía en la definición de prioridades. Por ejemplo, la ayuda al desarrollo y la educación proporcionada a los países africanos en el marco de la prevención del sida estuvo durante mucho tiempo condicionada a la defensa del mero principio de abstinencia, un valor apreciado por la derecha cristiana estadounidense. En conjunto, semejantes programas se demostraron ine­ficaces, incluso contraproducentes.

En enero de 2009, la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca puso fin al evangelismo de la era Bush y marcó el advenimiento de una perspectiva que se pretendía realista. Unos meses antes, mediante su voto, los estadounidenses habían rechazado la visión mesiánica de Bush representada por el candidato republicano ­neoconservador John McCain y decretado que los cambios de régimen no eran la respuesta adecuada a las amenazas del siglo XXI. Sin embargo, en lugar de abandonar las estrategias idea­listas del pasado, la nueva Administración se contentó con redefinir su lógica. A raíz de la Primavera Árabe de 2011, Estados Unidos y sus aliados lanzaron operaciones militares en Libia y Siria aduciendo motivos humanitarios. Esta cobertura ideológica emanaba de la “responsabilidad de proteger” (responsibility to protect o R2P), un concepto acuñado por Samantha Power, cuya presencia en la Administración de Obama marcó el fin del rea­lismo prometido por el presidente y el paso a un enfoque más clásico de la política exterior estadounidense.

 

La distorsión de las causas progresistas

En Libia, las consecuencias de la intervención militar fueron desastrosas. Privado de poder central, desgarrado por una guerra civil entre facciones rivales, lastrado por problemas que antes no existían, como el terrorismo o mercados de esclavos que operan en pleno día, el país es hoy el arquetipo del Estado fallido. En Siria, donde las operaciones se llevaron a cabo por delegación y no a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), grupos yihadistas lograron acaparar gran parte de la ayuda militar inicialmente destinada a las fuerzas opositoras consideradas “democráticas”. Una vez más, una serie de intervenciones militares extranjeras desembocaron en un Estado fallido.

Finalmente, la R2P perpetuó y exacerbó los problemas que se suponía debía resolver, alimentando una violencia sistémica (3). Sobre todo, al precipitar la quiebra de los Estados creó y agravó las condiciones que hacen necesarias nuevas intervenciones humanitarias. De ese modo, estas se convierten en una especie de casus belli perpetuo, desencadenando un círculo vicioso de crisis.

Hoy, mientras se acelera la fusión entre las élites culturales y diplomáticas, la definición de una ideología adecuada para justificar la expansión imperialista es un elemento clave de la competencia interna entre las clases intelectuales. Su objetivo es conciliar sus intereses hegemónicos con su sentimiento de superioridad moral, es decir, hacer alarde de virtud y de sensibilidad hacia las penurias soportadas por las poblaciones marginadas de los Estados que hay que rescatar, y al mismo tiempo engrasar los engranajes de la máquina de guerra.

Esta confluencia en la escena diplomática de justicia social y neoconservadurismo, de defensores de los derechos humanos y partidarios del intervencionismo militar de la OTAN, resultó patente en vísperas de las elecciones presidenciales de 2016, cuando muchos neoconservadores tradicionales comenzaron a darse cuenta de que la demócrata Hillary Clinton probablemente era la candidata más capaz de cumplir sus objetivos, frente a un Donald Trump que propugnaba una especie de aislacionismo. Tras la inesperada victoria del multimillonario neoyorkino, esos diversos acercamientos cristalizaron en una coalición que abarcaba a los dos partidos; ahora, nuevos think tanks reú­nen a exanalistas republicanos y prominentes figuras demócratas (4).

En gran medida, los medios de comunicación estadounidenses secundaron esa realineación política. De ese modo, en diciembre de 2018 el editorialista neoconservador Bill Kristol, gran propagandista de la guerra de Irak durante la era Bush, pudo recibir los elogios de la cadena MSNBC (favorable a los demócratas), que lo calificó de “woke Bill Kristol” (5). Periodistas y activistas recurren ahora al léxico de la justicia social para combatir a naciones presentadas como rivales y apuntalar la hostilidad pública hacia ellas. El North American Congress in Latin America –una organización de orientación izquierdista, pero por lo general favorable a Estados Unidos– interpretó, por ejemplo, que las protestas que sacudieron Cuba en el verano de 2021 estaban motivadas principalmente por la excesiva tolerancia del Gobierno cubano hacia el racismo (6).

El caso boliviano es aún más llamativo. Los medios occidentales a menudo se refirieron en términos elogiosos al Gobierno de extrema derecha que se formó en La Paz en noviembre de 2019 tras un golpe de Estado y con el apoyo de Estados Unidos, y describieron a su líder, ­Jeanine Áñez, como una “activista por la causa de las mujeres” (7). Antes de ser derrotado en las urnas casi un año después, el Gobierno de Áñez tuvo tiempo de tomar medidas extremadamente duras contra las minorías de origen amerindio y los fieles de religiones indígenas tradicionales. Procesada por sedición y por haber provocado la muerte de una veintena de opositores, la “activista por la causa de las mujeres” fue finalmente detenida y encarcelada…

La retórica “progresista” ha permeado aún más el discurso atlantista desde el verano de 2021, con el fin de la intervención de la OTAN bajo mando estadounidense en Afganistán. Hacía tiempo que los medios de comunicación de todo el mundo se desentendían de esa guerra iniciada en 2001. Pero con la caída de Kabul y el regreso al poder de los talibanes, las “mujeres y niñas afganas” repentinamente han vuelto a formar parte de las preocupaciones occidentales; el tema ya estuvo en la agenda mediática hace veinte años para justificar la intervención militar ante los países europeos (8). Siempre prestos a hablar de los problemas afganos a través del prisma de las cuestiones sociales y los temas de actualidad específicos de Norteamérica, los periodistas occidentales también quisieron ver en la eliminación por parte de los talibanes de un mural que representaba a George Floyd (asesinado por un policía estadounidense en Minneapolis en mayo de 2020) un símbolo del retroceso de las libertades provocado por la retirada de las tropas estadounidenses (9). La focalización en esos temas sociales permite presentar la toma del poder por parte de los talibanes como una tragedia que los occidentales deberían haber evitado en lugar de como la conclusión lógica de la guerra más larga de la historia de Estados Unidos.

La distorsión de las causas progresistas en beneficio de la hegemonía estadounidense se basa en conexiones, que datan de antiguo, entre el mundo de la investigación, los contratistas del ejército y las agencias gubernamentales. En la versión inicial de su famoso discurso sobre los peligros del complejo militar-industrial, pronunciado en enero de 1961, el presidente Dwight Eisenhower ya afirmaba que la universidad era la fuerza motriz de esa relación oligárquica (10). También reconocía, con presciencia, que las ideas en boga en los campus proporcionarían fáciles excusas para legitimar la ideología globalizadora y futuros proyectos imperiales en aras de la “liberación”. El nuevo consenso entre los investigadores y el Gobierno pretende promover una teoría política basada en una moral universal que sacrifique los particularismos y la soberanía y favorezca la homogeneización cultural del planeta mediante el empleo tanto del soft power como del hard power.

A medida que gana prestigio en los círculos políticos y diplomáticos, la retórica imperialista progresista se fusiona cada vez más con la imagen internacional de Estados Unidos y su papel como gran potencia. Los sectores ganados a una visión convencional del intervencionismo, heredada de la Guerra Fría, han entendido perfectamente la conveniencia de utilizar con fines estratégicos luchas aparentemente motivadas por la justicia social, ignorando los contextos culturales e históricos que pueden ayudar a comprender otra visión de la cuestión de las minorías: naciones que viven de acuerdo a normas que nos parecen inaceptables pueden ser fácilmente tachadas de “problemáticas” e “intolerantes”, justificando sanciones u operaciones militares.

Esto se observó, por ejemplo, en el discurso pronunciado en marzo de 2021 ante la Asamblea General de las Naciones Unidas por la representante de Estados Unidos, Linda Thomas-Greenfield (11). Al referirse en un contexto de política exterior al “Proyecto 1619” del periódico The New York Times –que insiste en la integración de las consecuencias de la esclavitud en la narrativa nacional–, Thomas-Greenfield tendía a universalizar la experiencia estadounidense y a extraer de ella una posición moralista absoluta con la que interpretar los fenómenos mundiales. Esta forma de estigmatizar a los Estados rivales en base a normas culturales definidas en Occidente también se impuso durante las acaloradas conversaciones sino-estadounidenses celebradas en Alaska en marzo de 2021, durante las que Washington y Pekín se acusaron mutuamente de hipocresía en materia de derechos ­humanos.

Más tarde, en septiembre de ese mismo año, la Administración de Joseph Biden promulgó un decreto que imponía sanciones a cualquier persona implicada en las atrocidades cometidas en Tigré, una región del norte de Etiopía sumida en la guerra civil. El texto mencionaba explícitamente la naturaleza étnica de la violencia y su impacto específico sobre las mujeres para justificar la injerencia estadounidense. La lista no termina ahí: el pasado febrero, la OTAN organizó un “Debate de fondo sobre cuestiones de género y amenazas ­híbridas” (12); al mes siguiente, ­Estados Unidos decidió anular las conversaciones previstas con los talibanes sobre los bienes confiscados, aduciendo que el Gobierno de Kabul había anunciado que no reabriría las escuelas para niñas.

Si esta política continúa, probablemente terminará alumbrando un nuevo método para deslegitimar a ­determinados Estados a ojos de los pueblos occidentales, que comparten costumbres socioculturales similares. Ese viraje ideológico supone también un alineamiento con el tempo mediático, lo que puede dificultar un examen sereno de la validez estratégica de las políticas adoptadas y de sus beneficios para las poblaciones a las que se pretende asistir. Por otro lado, augura la aparición de una nueva generación de decisores políticos mejor integrada en la opinión mayoritaria, en la de los jóvenes en particular, lo que acercará a los activistas de la sociedad civil a los objetivos del Estado.

Este ha sido el caso desde el estallido de la guerra ruso-ucraniana en febrero de 2022. Algunos comentarios han enfatizado el hecho de que, si bien Ucrania realmente no puede presumir de su política hacia las minorías LGBTI, Rusia es aún peor. Ciertamente, esto significa poner el listón muy bajo, pero muestra claramente que segmentos de la prensa inclinados al intervencionismo echan mano de la cuestión LGBTI por su utilidad en términos de soft power (13). Ya existe un mercado mediático para esa clase de análisis. En mayo de 2022, The Atlantic, una publicación generalmente prointervencionista, defendía una “descolonización” de Rusia. La historia multiétnica de este Estado se comparaba con el colonialismo de la época victoriana, lo que justificaba su desmantelamiento a través de una operación de cambio de régimen (14)…

El imperialismo liberal tiene un claro interés en presentar la política exterior estadounidense como progresista y en etiquetar a las naciones hostiles como intolerantes y reaccionarias. Este uso selectivo de las causas progresistas abre la puerta de par en par a las intervenciones en una larga lista de áreas problemáticas del Sur, al tiempo que sustenta una narrativa nacional que presenta esas operaciones como beneficiosas y moralmente legítimas.

Después es fácil afirmar que los rivales extranjeros que critican esas políticas están “en el lado equivocado de la historia”, que son “enemigos del progreso” y “malvados”, palabras de moda en el Pentágono y el Departamento de Estado. En los próximos años, es muy probable que Washington insista en todos esos valores en sus relaciones con Estados que busca debilitar y en las regiones donde quiere expandir su presencia militar. Al mismo tiempo, esos mismos valores serán sin duda sistemáticamente minimizados cuando se trate de naciones amigas, como Arabia Saudí, exponiendo a los estadounidenses y a sus aliados a acusaciones de hipocresía que debilitarán aún más sus pretensiones de virtud moral.

 

El imperialismo de la virtud pretende la sumisión cultural

Desde que al comienzo de la Guerra Fría la Central Intelligence Agency (CIA) apoyó financieramente a artistas para promover los valores liberales asociados al excepcionalismo estadounidense (15), la clase dirigente sabe utilizar a la perfección las corrientes culturales dominantes en Occidente para defender su visión de la política exterior y sus intereses de seguridad haciéndolos pasar por el “interés nacional”. En la práctica, las instituciones estatales manejan la zanahoria de las subvenciones, los ascensos y la formación profesional para favorecer la aparición de un pensamiento de grupo sistémico dentro de la burocracia, alentar el internacionalismo liberal y fabricar consenso en torno al mantenimiento de la supremacía estadounidense en el mundo. En cuanto a las redes de captación y promoción de las élites, su papel es crucial tanto para reforzar el prestigio de las instituciones como para mantener una cultura del consenso estratégica, que luego es perfeccionada y difundida por un ejército de activistas de gran visibilidad expertos en el manejo de los medios de comunicación.

Conceptualizar las políticas (incluida la política exterior) bajo el prisma de la justicia social se ha convertido en un acto reflejo para la clase titulada, que ocupa la mayor parte de los puestos de gestión intermedia en agencias gubernamentales, empresas mediáticas y compañías privadas. No obstante, al igual que los bancos de inversión o los fabricantes de armas no renuncian a sus beneficios cuando enarbolan los símbolos LGBTI o Black Lives Matter (con fines básicamente promocionales), la CIA y el Departamento de Estado pueden exhibir públicamente su compromiso con las causas progresistas más en boga sin renegar de sus ambiciones imperialistas. Y lo que es más: el proceso de profesionalización le permite al personal actual y futuro retomar por su cuenta esa exhibición virtuosa y difundirla. Para aquellos que aspiran a un trabajo o ascenso, es una de las maneras de señalar su identificación con los objetivos de esas instituciones. Pierre Bourdieu llamaba a eso el “capital cultural”, que definía como la “familiaridad con la cultura legítima de una sociedad”. Este se traduce en todo un conjunto de conocimientos, habilidades, costumbres y cualificaciones que subrayan la pertenencia a la clase dominante.

Por el contrario, aquellos que preferirían ver a Estados Unidos emprender una política exterior más realista y prudente solo pueden constatar que el nuevo ethos de justicia social cumple más o menos la función que en el pasado tuvieron la promoción de la democracia o la R2P: legitima todas las acciones militares o diplomáticas emprendidas en su nombre y al mismo tiempo desautoriza las posibles críticas. Sin embargo, el nuevo imperialismo de la virtud quizá es todavía más desestabilizador porque, más allá de la reestructuración política de los países en su punto de mira, trata de obtener su sumisión cultural total, un proceso que, con el tiempo, podría radicalizar aún más a los países del Sur, no solo contra Estados Unidos, sino contra el liberalismo y el progresismo como tal. Ya estamos viendo a naciones con pocos intereses en común, aparte de su hostilidad hacia el intervencionismo estadounidense, coaligarse contra la hegemonía del imperialismo liberal en nombre de su soberanía estatal y civilizatoria (16).

Desde un punto de vista histórico, estos desa­rrollos no son nuevos ni exclusivos de Estados Unidos. En los siglos XVII y XVIII, el Imperio británico alentó el comercio mundial de esclavos por razones tanto financieras como coloniales, antes de que la causa antiesclavista llevara –a consecuencia de los avances de la industrialización durante la era victoriana– a redefinir la expansión imperialista en términos de deber moral (la “misión civilizadora”, la “carga del hombre blanco”). El imperialismo liberal bajo el liderazgo de Estados Unidos parece funcionar con una lógica similar: las acciones humanitarias a menudo tienen lugar en regiones donde ya se han producido intervenciones occidentales, y crean las condiciones de futuras intervenciones, generando una espiral de conflictos enquistados.

Los casus belli motivados por consideraciones de justicia social tienen una evidente utilidad para quienes abrigan deseos expansionistas. En ese sentido, el precedente análisis puede leerse como una advertencia a los activistas progresistas: el complejo militar-industrial es perfectamente capaz de asimilar vuestro lenguaje y de ponerlo al servicio de sus objetivos. Podemos apostar a que si esa pantalla ideológica que hoy permite justificar políticas exteriores agresivas e intervenciones militares en suelo extranjero deja de considerarse funcional, será rápidamente ­reemplazada por una nueva retórica. Y el ciclo volverá a empezar.

 

(1) Robert W. Tucker y David C. Hendrickson, “Thomas Jefferson and American foreign policy”, Foreign Affairs, Nueva York, primavera de 1990.

(2) Milan Babik, “George D. Herron and the eschatological Foundations of Woodrow Wilson’s foreign policy 1917-1919”, Diplomatic History, vol. 35, n.º 5, Oxford University Press, noviembre de 2011.

(3) Léase Anne-Cécile Robert, “Orígenes y vicisitudes del ‘derecho de injerencia’”Le Monde diplomatique en español, mayo de 2011.

(4) Glenn Greenwald, “With new DC policy group, dems continue to rehabilitate and unify with neocons”, The Intercept, 17 de julio de 2017.

(5) The Beat with Ari Melber, “Fat Joe and woke Bill Kristol”, MSNBC, diciembre de 2018.

(6) Bryan Campbell Romero, “Have you heard, comrade? The socialist revolution is racist too”, North American Congress in Latin America, agosto de 2021.

(7) “Women’s activist Jeanine Anez takes the reigns in Bolivia”, The Australian, Sídney, noviembre de 2019.

(8) “CIA report into shoring up Afghan war support in Western Europe”, WikiLeaks, marzo de 2010.

(9) Akhtar Mohammed Makoii, “The soul of Kabul: Taliban paint over murals with victory slogans”, The Guardian, Londres, 7 de septiembre de 2021.

(10) Henry A Giroux, University in Chains: Confronting the Military-Industrial-Academic-Complex, Routledge, Londres, 2007.

(11) Linda Thomas-Greenfield, “Remarks at an UNGA commemoration on international day for the elimination of racial discrimination”, US Mission to the United Nations, Nueva York, marzo de 2021.

(12) “Deep dive recap: exploring gender and hybrid threats”, OTAN, Bruselas, febrero de 2022.

(13) J. Lester Feder, “The fight for Ukraine is also a fight for LGBTQ rights”, Vanity Fair, marzo de 2022.

(14) Casey Michel, “Decolonize Russia”, The Atlantic, Washington DC, mayo de 2022.

(15) Frances Stonor Saunders, La CIA y la Guerra Fría cultural, Debate, Madrid, 2013.

(16) Benjamin Norton, “Venezuela and Iran sign 20-year cooperation plan, Maduro pledges ‘joint anti-imperialism struggle’”, Multipolarista, 11 de junio de 2022.

 

Christopher Mott, enero de 2023, para Le Monde Diplomatique

Investigador asociado del Institute for Peace and Diplomacy (Instituto para la Paz y la Diplomacia); anteriormente investigador y funcionario del Departamento de Estado. Una versión más extensa de este artículo se publicó bajo el título “Woke imperialism: The coming confluence between social justice and neoconservatism” en junio de 2022, https://peacediplomacy.org.