EEUU: desmontando el mito de los orígenes
Iñaki Urdanibia
Existe en/sobre el país de las barras y estrellas una
versión consagrada que presenta su origen y el desarrollo como una situación
idílica en la que no existían clases sociales, en la que sus habitantes
avanzaban todos a una, en la que lo dominante era la armonía y el buen rollo,
situación que ha perdurado a lo largo del tiempo. Tal visión escamotea los
enfrentamientos, las flagrantes desigualdades, las violencias de unos sobre
otros, etc. que se dieron desde los inicios y que han permanecido a lo largo de
los siglos Se ignora, en esta versión consagrada por el uso y el abuso, que
Inglaterra se deshizo de delincuentes, de los mendigos y demás personas de los
márgenes, haciendo que bajase la tasa de parados al tiempo que se quitaba de en
medio a los indeseables, considerados mera basura, a los que enviaba al otro
lado del charco con la pretensión de que estos creasen un baluarte de
representación de los intereses británicos; el nombre de algunas cárceles
mencionadas en la obra –la londinense de Bridewell de manera especial-fueron la
reserva que servía para la captación de los nuevos pobladores que iban a ser
enviados al otro lado del Atlántico. Allá se dirigió lo peor de cada portal, y
allá los que llegaron comenzaron a apoderarse de tierras, que desde luego no
eran las propias del paraíso terrenal; los pocos que llegaron no tuvieron una
vida fácil sino perlada de luchas, latrocinio y demás maravillas. Así la
idílica historia de la fusión, y salvación, de John Smith por acto de la
princesa india Pocahontas queda bien para Walt Disney, y sus historias
edulcoradas, pero no para ser fiel con respecto a la realidad, que no
respondía, desde luego, a un encuentro poco menos que fraternal sino a una
empresa de exterminio de los indígenas, aniquilación que algunas historias no
dudan en pintar como una simple aceptación de los nativos de la presencia, el
poder y las ideas de quienes llegaban.
Así pues las historias de los heroicos pioneros, de los
fundadores, de los peregrinos misioneros, que son celebrados con sus respectivas
conmemoraciones y fiestas ocultan el carácter de los nombrados, que no eran
otros que los conocidos como basura blanca, timadores perezosos, comedores de
arcilla y otras lindezas, que constituían la clase blanca, rural y pobre de la
América profunda, que por una parte, con el paso de los años, se consideraba
como figura de la autenticidad, al tiempo que suponían un caladero de votantes
de la derecha extrema, concretamente muchos de los que otorgaron la presidencia
a Donald Trump.
Un sueño común, una empresa de todos con el fin de domar la
tierra, tarea en la que aquel que más trabajase más propiedades tendría, lo que
se traduce en las tan cacareadas mil maravillas de la igualdad de oportunidades
en la que cada cual se hace y asciende en la medida en que trabaje más,
obviando que eran los más desaprensivos, quienes no tenían escrúpulos los que
ascendían a mayores cotas de propiedad y poder.
La tarea de poner los puntos sobre las íes de este falaz
retrato es llevado a cabo con cantidad de datos al apoyo por Nancy Isenberg en
su «White Trash. Los ignorados 400 años de historia de las clases sociales
estadounidenses», editado por Capitán Swing. Ya desde el título se nombra a esa
escoria o basura humana, que no se ha de airear ya que no corresponde a la visión
que del país se quiere vender y que no se corresponde de ninguna de las maneras
con las hazañas de héroes, de seres valerosos, honestos y emprendedores que
retrata y ensalza la historia oficial. La bandera de la libertad y de la
igualdad de oportunidades merece otras figuras, y así se ha mantenido en la
sombra a toda la franja de la población despreciada con una colección de
epítetos de los que da sobrada cuenta la historiadora (mascamazorcas, catetos,
palurdos, paletos, pies de barro, moradores de los pinares, destripaterrones,
gañáne sureños, morralla humana, despojos, y algunos más además de los ya
mentados líneas más arriba). Toda esta categoría social era considerada como
una especie de raza defectuosa, un colectivos compuestos de desechos que no coincidía
con la pretendida identidad americana y que no constituía más que una vergüenza
que se debía ocultar.
El mito fundacional, que todavía es mantenido en alto,
necesitaba, y necesita, además de ser representado con el recurso a seres
normales y valientes dispuestos a la aventura, llevados de la mano de Dios que
dio el privilegio a algunos de pertenecer a ese gran país, cantinelas que son
aireadas por los líderes políticos, por distintos predicadores y, lo que es más
significativo por los propios textos legales que rigen el país del tío Sam; y
es que, según dicen dios está con ellos, y…así cualquiera; mas si los que
llegaban estaban pertrechados de armas para imponer su orden, aunque tal
posesión se disfrazase con el pretendido cuidado de la familia, de enfrentarse
a posibles peligros animales o humanos, su posesión significaba amenaza y
poder. El retrato pone el énfasis en la idea presente en el discurso presentado
de la ausencia de clases sociales, como si éstas fuesen una manía, o
característica, de la abandonada Inglaterra, con sus monarcas, sus
aristócratas, y sus burgueses. La nueva tierra no conocía tales divisiones, ni
jerarquías, sino que era un amplio espacio de igualdad, siempre abierto a la
mejora personal y social, sin reparar en la honda huella británica en lo que
hace a la figura del yeoman, pequeño terrateniente rural. El funcionamiento de
los primeros núcleos establecidos por los colonos ya recurría a sacar provecho
de seres inferiores como los niños, los criados o los mismos esclavos. Tal
dinámica no cesó sino que se consolidó a lo largo de los años, los
cuatrocientos que estudia la obra. El sueño americano era, persiste como, una
verdadera pesadilla para muchos. A los jóvenes, hijos de mendigos, de maleantes
y demás morralla, se les ofrecía la posibilidad de buscar una nueva vida con el
fin de evitar acabar como sus progenitores; facilidades les eran concedidas
para dar el paso, mas a la llegada la igualdad era pura ficción, ya que había
una capa de seres que habiendo llegado con anterioridad habían impuesto sus
normas y condiciones; el desarrollo debía producirse, para resultar
competitivos, en las ciudades y quienes restaban pegados a las labores
agrícolas quedaban sumidos en el atraso, no solo económico sino también en lo
que hacía a oportunidades, acceso a la educación y a la cultura. La flecha del
desarrollo económico iba a caer en manos de grandes comerciantes, agricultores
y ganaderos de alto copete, junto a las de los constructores, y en manos de
todos ellos quedaban las oportunidades, las ventajas y las mejores tierras y
condiciones de vida; así pues, la tierra no era para quien la trabajara sino
para aquellos, terratenientes, que se habían hecho con ella y que necesitaban
mano de obra para cultivarla, mano de obra que era reclutada entre quienes
llegaban en las sucesivas hornadas. Si digo reclutada caigo en un eufemismo de
tamaño XXL, ya que de hecho eran empujados, quitándoseles las pequeñas parcelas
de tierra con las que se habían hecho.
Tres bloques (Partir de cero en un mundo nuevo, La
degeneración de la raza norteamericana, El cambio de imagen de la escoria
blanca) y más de setecientas páginas, con veinte ilustraciones de mapas,
retratos, láminas, paisajes y el reflejo de encuentros de personalidades
políticas con la franja social de la que se habla, componen la exhaustiva obra
de la profesora que combina el rigor con una prosa que convierte la historia,
perlada de datos, nombres, propios, anécdotas, en una obra entretenida como
puede serlo una amena obra de narrativa.
La obra es de gran aliento tanto en lo que hace a la
profundidad con que se tratan los asuntos visitados como por la extensión
temporal abarcada: desde la fundación hasta la actualidad pasando por la Guerra
de Secesión en la que hasta los esclavos corrieron mejor suerte que los white
trash en los que se centra la obra, por la Gran Depresión, con la cantidad de
parados y la falta de expectativas de cara a hallar trabajo se dispararon, y
avanza también por las diferentes contiendas electorales. Se repasan los tiempos
de diferentes presidentes y el hilo conductor que subyace. No carece de
interés, en general nada de lo expuesto, la reconversión u ocultamiento, de sus
orígenes, a la que hubieron de recurrir ciertas luminarias del arte, de la
cultura y de la política, para triunfar como fueron los casos de Elvis Presley,
y otros seres procedentes del medio campesino, como Lyndon B.Johnson, que
hubieron de cambiar de vestimentas, de aspecto y modos de peinarse para colarse
en el circo americano.
La autora llama la atención sobre toda la parafernalia que
acompaña a las campañas electorales, que sirve para ver como los sectores que
son disecados en la obra tragan los mensajes que se les transmiten por
candidatos que con sus camisas de cuadros y en plena elaboración de hamburguesas
en barbacoas ad hoc, aparentan ser uno más entre el común de los mortales. Aquí
no se cumple aquello de el traje no hace al monje, del mismo modo que a este
último no se le ha de juzgar por sus grandes palabras sino por sus hechos; en
el caso más flagrante y último de la representación: el supermillonario Trump.
La imagen señalada, acompañada de incendiarios discursos demagógicos y con
tonos anti-sistema, desvía la atención, más allá de cualquier consideración de
clases sociales, a señalar como culpables a los chupatintas, representados por
las clases medidas urbanas (término engañoso si se parte de la inexistencia de
clases, ya que si no hay clases altas, ni bajas, obviamente tampoco existen
medias), y por toda una tropa de burócratas, periodistas, etc., que no hacen
sino torpedear los planes contra la pobreza que proponen los diferentes
presidentes, al quedarse ellos con los dineros que debían ir destinados a
ellos, que han sido desplazados del sistema originario; tipo de pensamiento y
sentimiento de no ser tenidos en cuenta, que produce oleadas de furia y
descontento que se traduce en reclamaciones para ser tenidos en cuenta, del
mismo modo que lo fueron en los tiempos fundacionales. Pensamiento que en las
clases pobres del sur, en especial, han servido de bandera de enganche en la
lucha contra la población negra y contra otros extranjeros de más al sur.
Los datos cantan acerca de la enorme brecha que separa a los
que más tienen de los que menos, cuyos ingresos se ven estancados a nivel de
los que tenían en los sesenta, desigualdad que se traduce en aspectos como la
salud, la educación o el acceso a la vivienda, situación que provoca
descontento y resentimiento, a la par que el crecimiento del racismo no solo
hacia los negros sino de manera muy especial, en los últimos tiempos, hacia los
latinos, colectivo en el que Trump puso especial énfasis con su muro y sus
delirantes declaraciones que ponía en el disparadero a tales personas como
delincuentes, débiles, enfermos, mentirosos; este humus sembrado y puesto en
marcha por la demagogia de algunos líderes políticos sirve a la descarada
manipulación de los blancos pobres cuya ignorancia, su falta de remordimientos,
su crueldad natural, tiene como único horizonte la reproducción de la identidad
de su modo de vida. Lo decía con absoluto descaro Lyndon B. Johnson: «si
llegáis a convencer al más miserable de los blancos que es superior al mejor de
los hombres de color, no caerá en la cuenta de lo que hacéis en sus bolsillos.
Desde el momento en que le hagáis mirar a alguien de arriba, vaciará incluso
sus propios bolsillos en favor vuestro», clara política de distracción
utilizada de manera descarada por el descarado Trump. Y las promesas de los
Jefferson et alii por paliar la pobreza extendiendo el territorio hacia el
Oeste, promoviendo una esperanza para una nueva vida que de hecho se limitó al
cambio de lugar que no a la modificación de status, ni de clase, y a su
acorralamiento por los poderosos asentados en dichos pagos. Y el individualismo
rampante, el sálvese quien pueda que dificulta cualquier forma de unidad, ya
sea sindical u otra, que siempre se ve afectada por las diferencias entre
trabajadores cualificados y los zoquetes para la producción. No se obvian en la
contundente obra los programas eugenésicos, promovidos por Jefferson,
subrayando las diferencias naturales, adquiridas por medio de la herencia, lo
que hace que, entre otras medidas, haya quienes propongan esterilizar a las
mujeres pobres para que no hagan seres que continúen su miserable linaje…
En fin, no continuaré resumiendo la enormidad de datos y
situaciones que entrega Nancy Isenberg en su obra, que sin lugar a dudas deja
claro como el agua cristalina que en los USA existen diferencias abismales
entre las clases, a pesar de las jaculatorias de los Franklin, Jefferson y
epígonos, y que los orígenes, a pesar de la tan cacareada igualdad de
oportunidades, pesan como una losa que se ha de ocultar/ superar para salir a
flote, y las cifras y los nombres propios cantan.
La apabullante travesía concluye: « por molesto que resulte,
la escoria blanca es uno de los hilos narrativos que integran el núcleo del
relato nacional. La sola existencia de estas personas -prueba que a la sociedad
estadounidense le obsesionan las mutantes etiquetas que signamos a los vecinos
que deseamos ignorar. “No son como nosotros”. Pero sí que lo son; es más, nos
guste o no, constituyen una parte fundamental de nuestra historia», y la
profesora de Historia en la Universidad Estatal de Luisiana levanta sobrada
acta de lo que dice.
https://kaosenlared.net/eeuu-desmontando-el-mito-de-los-origenes/
y ver https://conversacionsobrehistoria.info/2021/02/10/gente-sin-clase/