La cuestión del fascismo. Bonapartismo y crisis
contemporánea de la hegemonía neoliberal
NOAH BASSIL, KARIM POURHAMZAVI, GABRIEL BAYARRI
Viento Sur
El estallido de la covid-19 ha provocado una nueva serie de
debates sobre la naturaleza de la crisis del capitalismo y en lo que puede
resultar. Los niveles de desempleo y la escala de la recesión económica son
hasta ahora sólo comparables a la Gran Depresión de la década de 1930. Esto ha
llevado a múltiples medios de comunicación y revistas occidentales influyentes
como The Economist y Foreign Affairs a predecir el declive de la hegemonía
estadounidense y, por tanto, la desaparición del orden mundial neoliberal
surgido en la época de la crisis mundial de los años setenta. Esto plantea la
cuestión de si el declive del orden mundial neoliberal ha surgido de la
pandemia o si la crisis de hegemonía se produjo mucho antes de la actual
propagación de la Covid-19.
La noción de crisis de hegemonía o bonapartismo puede
entenderse inicialmente a partir de los escritos de Karl Marx en El 18 Brumario
de Luis Bonaparte. Según Marx, el bonapartismo es un fenómeno político que pone
fin a una época progresiva concreta como la Revolución francesa de 1789. Marx
construye inicialmente la idea del Bonapartismo en el fin de una fase jacobina
de la Revolución francesa, en el afianzamiento del Estado que representaba el
interés de la élite burguesa y en el ascenso de Napoleón Bonaparte I en
1805-1814. El sobrino de Napoleón, Luis Bonaparte, en 1848-1852 pone fin a la
revolución de 1848 aplica la “tragedia” original con la repetición de la
historia en forma de “farsa”. Otro aspecto de este texto que hemos encontrado
influyente es que Marx identifica la crisis de liderazgo de las clases
dominantes como la condición crucial en la que se basó el ascenso de Luis Bonaparte.
En este vacío, Luis Napoleón supo representarse a sí mismo como paladín ante
grandes sectores de la población, especialmente los trabajadores rurales, que
consideraban que el sistema político no reflejaba sus intereses.
Los dos ejemplos de Marx ponen de relieve la forma en que un
líder bonapartista se sitúa por encima de las clases y el conflicto de clases
en una situación en la que ni la burguesía ni el proletariado pueden establecer
un dominio sobre el otro. Es en esta situación, y donde hay una ausencia de
equilibrio de poder entre las fuerzas en conflicto, lo que allana el camino
para que surja un hombre fuerte como líder bonapartista que eventualmente
devuelva el dominio a la burguesía.
Los ejemplos mencionados anteriormente fueron centrales para
otro pensador marxista, Antonio Gramsci. Para Gramsci, una élite gobernante es
hegemónica o no hegemónica. La hegemonía para Gramsci implicaba la construcción
de un sistema, material, institucional e ideológico que estaba en el interés de
la clase dominante pero apoyado por una sección transversal de otras clases a
través del consenso. Un sistema capitalista hegemónico es aquel en el que todo
un sistema social se construye sobre la base de cómo beneficia mejor a la
burguesía, especialmente a la fracción de capital que controla las alturas
dominantes de la economía, mientras que presenta los beneficios de los
capitalistas como el interés de todos. Cuando la fachada de este sistema se
erosiona en momentos en que el sistema ya no puede ofrecer un mínimo de prosperidad
o seguridad a las masas, puede surgir una crisis de hegemonía como en los años
treinta, setenta y más recientemente, como sostenemos, desde la actual crisis
financiera mundial desde 2008.
La crisis de hegemonía se produce cuando las fuerzas en conflicto
son incapaces de establecer un dominio sobre sus rivales. La “crisis”, como
explica Antonio Gramsci, es “…lo que se llama “crisis de autoridad”. Si la
clase dominante ha perdido su consenso, es decir, ya no es “dirigente” sino
sólo “dominante”, ejerciendo únicamente la fuerza coercitiva, esto significa
precisamente que las grandes masas se han desprendido de las ideologías
tradicionales y ya no creen lo que antes creían, etc.
La perspectiva de Gramsci sobre la hegemonía y la crisis de
hegemonía se ha incorporado en varios campos para explicar los órdenes
nacionales y mundiales, y las luchas que impregnan la política nacional y
mundial.(Cox, 1982). Nuestra sugerencia aquí es que una combinación de
Bonapartismo y Cesarismo proporciona una herramienta teórica útil para entender
la actual crisis de hegemonía y la aparición de, lo que argumentamos, son los
líderes neo-bonapartistas, siendo notables Donald Trump en EE UU o Jair
Bolsonaro en Brasil.
En los siguientes apartados reflexionamos utilizando como
base contextual la crisis de la hegemonía neoliberal. El próximo artículo
profundizará en las ideas planteadas en este artículo inicial. Los siguientes
artículos examinarán la crisis de la hegemonía neoliberal a nivel mundial, en
los EE.UU., en Brasil y en el Oriente Medio.
Los fenómenos de Trump y Bolsonaro
Este apartado aborda un tema que surgió en las discusiones
de diferentes académicos sobre el lenguaje que se está utilizando para
describir a los líderes populistas de derecha contemporáneos en este período de
crisis del orden capitalista neoliberal. Un número significativo de académicos,
incluyendo académicos marxistas, han etiquetado a Trump y Bolsonaro como
fascistas 1/. Ninguno de nosotros llamaría a Trump o Bolsonaro fascistas o
proto-fascistas. Esto no se debe a ninguna distinción que hagamos en cuanto a
retórica, ideología o actitud. Consideramos que los intentos de definir a
Trump, y a otros populistas de derecha de la misma clase, como fascistas o no,
no están abordando el punto central. El punto no es si Trump y Bolsonaro son
individualistas o colectivistas, o si emplean la demagogia, o que apuntan a las
minorías para explicar el declive del pueblo, o volk. En muchos sentidos, tanto
Trump como Bolsonaro reúnen suficientes de estas características para ser
definidos como fascistas.
Queremos examinar las condiciones necesarias para que el
fascismo emerja plenamente. A pesar de estar en un momento de crisis, las
condiciones aún no se han cumplido plenamente. El tema de la crisis es
fundamental en este proyecto. La explicación de Gramsci de la crisis, su
teorización de la hegemonía, y la articulación del fascismo como una forma de
bonapartismo-cesarismo es de inmenso valor para nosotros como investigadores, y
de la investigación sobre el actual malestar político.
Trump y Bolsonaro significan un tiempo de crisis no resuelta
donde en términos gramscianos “…lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede
nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos”. Por
el momento, debemos detallar las razones por las que creemos que ni Trump ni
Bolsonaro pueden ser llamados fascistas.
Hay una tentación comprensible de usar la etiqueta de
fascista para cualquier movimiento político o social que emplee el racismo y el
miedo para oprimir los derechos de los trabajadores y de las minorías, y que
valorice la nación y militarice la sociedad. Sin embargo, la izquierda debe
usar la etiqueta juiciosamente y con una comprensión, y una memoria, de lo que
enfrenta si se quiere diseñar un desafío viable. Es con esto en mente que
invertimos tiempo en examinar este asunto.
Definiendo el fascismo
Uno de los análisis marxistas más potentes del fascismo es
el de León Trotsky. Primero, en su formulación del fascismo demuestra que no
todo líder o dictador de derecha puede ser clasificado como fascista. Trotsky
ve a los fascistas como el último recurso de la clase capitalista. En su
opinión, las clases dominantes les piden que protejan el orden imperante cuando
“los recursos policiales y militares ‘normales’ de la dictadura burguesa, junto
con sus pantallas parlamentarias, ya no bastan para mantener a la sociedad en
un estado de equilibrio” y según él, ese es el momento en que “llega el turno
del régimen fascista”(Trotsky, 2005: 18). Antonio Gramsci, cuya obra es central
para conceptualizar el carácter de los líderes contemporáneos y para explicar
su ascenso al poder, se refirió al fascismo en Italia como una “reacción
capitalista fanfarrona” a los órganos de clase del proletariado” (Gramsci,
1978).
El análisis de Gramsci sobre el fascismo italiano
proporciona dos revelaciones fundamentales. La primera es que los orígenes de
los fascistas son independientes de la clase capitalista. En cambio, según
Gramsci, el fascismo parece haber sido impulsado por el miedo y el antagonismo
de la pequeña burguesía hacia la creciente influencia de los movimientos
obreros. En segundo lugar, Gramsci establece que la explotación instrumental
del fascismo por parte del capitalismo en la lucha con los socialistas y los
movimientos proletarios está en el centro del ascenso de los movimientos de la
periferia al centro de la política italiana de manera que “…refuerza el sistema
hegemónico y las fuerzas de coacción militar y civil a disposición de las
clases dominantes tradicionales”(Gramsci, 1971: 120). Al igual que Trotsky, y
antes que él, Gramsci sitúa el ascenso del fascismo en la crisis del
capitalismo.
Al examinar a Donald Trump en el poder, el académico
estadounidense Dylan Riley (2019)comparte una posición sobre el fascismo
similar a la propuesta por Trotsky y Gramsci. Se abstiene de referirse a Donald
Trump como fascista porque a pesar de todo el errático derechismo de Trump no
ha habido suspensión de las libertades burguesas. Tampoco ha habido un apoyo
explícito y absoluto del Estado para que la derecha ataque violentamente a las
movilizaciones anti-establishment de movimientos obreros y otros movimientos
revolucionarios progresistas [6]. Riley percibe el fascismo como un último
recurso de las clases dominantes capitalistas fatigadas por sus constantes
luchas contra la agitación de las masas desde abajo. Estas luchas se
intensifican, según Riley, a medida que la crisis de hegemonía se intensifica y
puede conducir a una respuesta fascista cuando los intentos de la clase
dominante de reformular la hegemonía fracasan. Volveremos a Riley cuando
examinemos los aspectos bonapartistas de Donald Trump.
Crucialmente, ni Trump ni Bolsonaro han suspendido la
democracia liberal burguesa o desechado el estado de derecho. Si bien no hay
pruebas de que ninguno de estos líderes se erigiera en baluarte de los
esfuerzos por destruir la democracia o el estado de derecho si una amenaza
significativa de la izquierda pusiera en peligro su riqueza y poder y el de sus
aliados, esto no ha ocurrido todavía. Bolsonaro, y Brasil, es probablemente más
sensible a desarrollar un régimen con elementos dictatoriales, dados sus
antecedentes y sus elogios públicos a la dictadura militar de derecha
pro-estadounidense de Brasil (1964-85). Sin embargo, incluso la instalación de
una dictadura militar no produciría, por sí sola, un régimen fascista. No
tenemos espacio aquí para un análisis en profundidad al respecto; no obstante,
es importante señalar que para que surja el fascismo es necesario que se
desmantelen otros aspectos del sistema burgués liberal, normalmente de forma
violenta, incluidos los militares, la policía y otras instituciones encargadas
de proteger los intereses del orden establecido. También es un requisito del
fascismo, según Gramsci, que el líder, el partido y el movimiento superen el
control de clase en el que se basó en la fase inicial de ascenso al poder. Esto
aún no ha sucedido ni en los EE.UU con Trump ni en Brasil con Bolsonaro.
La suspensión del actual sistema de gobierno burgués
dependerá de la profundidad de la crisis hegemónica y de si esta crisis pone en
peligro el sistema de las fuerzas contra-hegemónicas. Si esto sucede, entonces
la matonería característica del fascismo podría ser desatada con el objetivo de
anular a los movimientos revolucionarios. Elementos de esta táctica han sido
evidentes en la década siguiente a la GFC (Global Financial Crisis), como
demostrarán los siguientes ejemplos.
En EE UU, tras la GFC y la aparición de los movimientos de
Occupy hubo pruebas de que la clase dirigente se preparaba para un
enfrentamiento. La creación del Tea Party en 2010 y desde entonces, la continua
benevolencia de la clase dirigente hacia los grupos de derecha, de supremacía
blanca, muestra que la clase dirigente tiene una estrategia para lidiar con la
disidencia masiva de los trabajadores. Los eventos en Charlottesville en 2017
fueron una muestra de armas y en sí mismos probablemente no son una señal de
que la ultraderecha sea una fuerza importante en la política de EE UU. Sin
embargo, fue la forma en que ciertos segmentos de la sociedad estadounidense,
especialmente el Presidente y los miembros del Partido Republicano, presentaron
a la ultraderecha como víctimas iguales de la violencia antirracista y
antifascista o antifa. Esto marcó el alcance de una alianza taciturna entre
elementos de la clase dirigente estadounidense y la ultraderecha. En esta época
de covid-19, el continuo apoyo a la derecha alternativa (alt-right) es una
señal de que tal estrategia sigue en pie.
En el caso de Brasil, los temores de la clase dirigente
hacia los grupos más vulnerables, principalmente los pobres, los negros, las
mujeres y la comunidad LGBTQ se han manifestado en el apoyo a Bolsonaro y a los
extremistas de derecha. La retórica de la extrema derecha, en parte legado
colonial y en parte influenciada por el programa anticomunista de la derecha de
la guerra fría, se hizo más pronunciada en la esfera pública a partir de junio
de 2013, cuando estallaron en todo el país una serie de manifestaciones. En el
periodo previo a las elecciones de 2018, las manifestaciones reforzaron su
carácter ultraconservador, de anticorrupción, pro-militarista y
anti-establishment. Individuos e ideologías de extrema derecha existen cerca de
la Presidencia y de la clase dirigente. Los que están en el poder no han permitido
que los grupos de extrema derecha ejerzan una violencia extrajudicial
generalizada para silenciar a los partidos progresistas y obreros, ni hay
pruebas de que se haya suspendido el orden público.
La relación entre la Presidencia y los elementos fascistas
de extrema derecha con los militares en Brasil es obvia. Por el momento, como
en el caso de Trump en EE UU, el estado de derecho y las instituciones formales
del Estado siguen protegiendo los intereses de las clases dirigentes, evitando
la necesidad de formalizar a los elementos de extrema derecha como parte del
aparato estatal y de desatar la violencia típica del fascismo. Al mismo tiempo,
hay elementos sistémicos en la democracia burguesa liberal que impiden a los
movimientos de extrema derecha actuar con impunidad. Además, especialmente en
EE UU, hay un apoyo significativo de las élites corporativas, especialmente de
los partidarios del Partido Demócrata tras la derrota de la figura
contrahegemónica de Bernie Sanders, primero en 2016 y de nuevo en 2020, y la
reanudación de la política normal como las opciones corporativas preferidas
para la Presidencia.
Mientras algunas de estas fuerzas continúen manteniendo un
equilibrio que asegure la salvaguardia de los intereses de la élite y otras
instituciones protejan los derechos de los representantes de la clase obrera y
las minorías, el orden actual debería estar a salvo de una toma de poder
fascista. Es este equilibrio el que, mientras escribimos, significa que ni
EE.UU ni Brasil han avanzado abiertamente hacia la solución fascista, incluso
existiendo elementos del fascismo, así como pruebas de que tanto Trump como
Bolsonaro no sólo tienen simpatías por los agitadores de extrema derecha, sino
que se adhieren a muchas de las mismas ideologías y tácticas de los movimientos
de extrema derecha. No ofrecemos predicciones sobre si el fascismo llegará en
EE UU. o en Brasil. Lo haga o no, el fascismo dependerá del equilibrio de
fuerzas, especialmente de la capacidad de las fuerzas antifascistas para unirse
y de los acontecimientos que aún están por ocurrir. Por el momento, el líder
carismático sigue siendo ascendente y en el próximo artículo exploraremos las
condiciones en las que el líder carismático emerge.
Covid-19: Brasil y el cesarismo regresivo de Jair Messias
Bolsonaro
Era 18 de marzo de 2020, y el presidente brasileño Jair
Messias Bolsonaro había convocado una conferencia de prensa, junto con sus
ministros, para discutir la situación de la pandemia de covid-19 en Brasil. El
Presidente trató de volver a ponerse su mascarilla médica frente a los medios
de comunicación. Al no poder hacerlo, Bolsonaro colocó la máscara sobre los
ojos, cubriéndoselos, en lugar de la boca y la barbilla. Esta imagen se
convirtió en un símbolo que representaba la ignorancia e incompetencia con la
que el Presidente de la República estaba manejando la pandemia de covid-19.
El Presidente demostró una vez más que su lealtad era la de
los grandes grupos empresariales del país, aunque fuera a costa de la salud de
sus compatriotas. Bolsonaro animó a los brasileños a salir a las playas, a ir
de compras y a los bares y restaurantes. Su actitud desdeñosa ante la pandemia
mundial era evidente en la forma en que la describía: “El coronavirus es sólo
una pequeña gripe”, “debido a mi historia como atleta, si la contrajera no
tendría que preocuparme”2/, o “los brasileños deberían ser estudiados. Nunca se
infectan. Vemos a la gente nadando en las alcantarillas, y salen y no les pasa
nada”.
A medida que el impacto de la pandemia en Brasil se
intensificó, los nombramientos del gobierno de Bolsonaro parecían desmoronarse,
perdiendo a sus dos ministros de Salud y Justicia en sólo una semana. ¿Pero
cómo había llegado a la presidencia un líder así? Para entenderlo, debemos
estudiar el apoyo que dio forma al proyecto de extrema derecha que es el
fenómeno conocido como Bolsonarismo.
Brasil, el mayor país sudamericano con casi 210 millones de
habitantes, es también un ejemplo de cómo la clase dirigente ha rediseñado los
símbolos del neoliberalismo en los últimos años. A pesar de los altos índices
de desigualdad y racismo estructural y de los enormes índices de violencia 3/,
los brasileños eligieron al ultraderechista Jair Messias Bolsonaro como
presidente de la República en 2018. El proyecto de Bolsonaro de construir una
hegemonía consistía en un proyecto cultural, político y económico alineado: la
articulación de los grandes terratenientes en el sector agrícola del país, las
iglesias evangélicas y el ejército, un bloque de poder capaz de activar
mecanismos de barbarie. Sus intereses están muy alejados de los de las clases
populares. Se consideran defensores de un proyecto político caracterizado por
la privatización de los servicios públicos, el racismo postcolonial, el ataque
a las minorías y el uso de la violencia contra las regiones periféricas y las
zonas habitadas por las clases populares.
Sin embargo, la contradicción evidente se justificaba
diciendo que Bolsonaro era un “hombre del pueblo”, es decir, un hombre que
podía poner “orden en la casa” frente a la corrupción de la clase política.
Bolsonaro había sido diputado durante 27 años, pero consiguió transmitir esta
imagen de persona normal, y sus defectos y su retórica violenta fueron una
reafirmación de que, como hombre normal, era una persona imperfecta. Las
características autoritarias de esta figura no se interpretaron como una
amenaza a las libertades individuales, sino que sus simpatizantes vieron en él
una figura autoritaria contra el enemigo o, en términos gramscianos, como un
cesarismo regresivo capaz de superar las partes en conflicto del establishment,
siendo una manifestación y supuesta solución a una crisis orgánica. Bolsonaro
se presentó como una figura mesiánica, un mesías en el que poner la fe y la
esperanza. Bolsonaro había articulado una frontera de identificación política:
el “buen ciudadano”, que sería cualquier votante suyo, contra los “bandidos”.
Los bandidos serían cualquier persona en su contra que, a través de un proceso
de higienización característico del fascismo, no sería una persona con
“sustancia moral digna”, es decir, una persona que pudiera ser atacada y
eliminada (Cardoso de Oliveira, 2002).
El cesarismo regresivo de la figura de Bolsonaro se
justificaba, por lo tanto, por las clases populares a través de la metáfora de
la guerra (Lakoff, 1996): según esta metáfora, Brasil se encontraría en una
guerra santa de moralidad y buena ciudadanía, y sólo un héroe, con rasgos
estrictos y autoritarios, tendría la capacidad de hacer esa guerra y liberar a
Brasil del infierno. Una vez construida esta metáfora, el miedo se apoderó de
la población, sometiéndose emocionalmente aún más a la figura autoritaria de
Bolsonaro y dando lugar a una falsa nostalgia: nostalgia de los tiempos
gloriosos, de los militares del golpe de Estado de 1964 y del “pequeño-gran
hombre” (Adorno, 1950) en líderes que, como Hitler o Mussolini, representaban
las imperfecciones más cotidianas ligadas a los rasgos mesiánicos construidos
desde la época de César.
¿Qué hacemos en tiempos de coronavirus?
La actual epidemia de COVID-19 ha sido tratada por los
líderes de la extrema derecha mundial como una “pequeña gripe” (en el caso de
Bolsonaro), un racismo hacia los asiáticos al llamar a la epidemia el “virus
chino” (en el caso de Trump), construyendo una metáfora de la guerra, no contra
el virus, sino contra los cuerpos portadores, es decir, principalmente los pobres
y/o inmigrantes. Ambos discursos son un ejemplo de cómo estos líderes,
construidos sobre la retórica anti-establishment, son en última instancia
representantes del orden financiero, de un neoliberalismo moribundo a partir
del cual debemos construir alternativas.
Otros representantes de la extrema derecha, como el
presidente indio Narendra Modi o el presidente filipino Rodrigo Duterte, están
utilizando castigos físicos, como el encarcelamiento en jaulas para perros o la
amenaza de ser fusilados si no cumplen con las medidas establecidas 4/.
Nos encontramos en un momento histórico en el que los
progresistas deben luchar contra la crisis hegemónica del neoliberalismo que
representan estas figuras. En este momento, las acciones de cada uno de
nosotros pueden tener una trascendencia para las próximas décadas. Tal vez este
texto sirva para aclarar los procesos de construcción de estos líderes
autoritarios de la extrema derecha, y desenmascararlos, entendiendo en un
momento de pandemia los verdaderos poderes fácticos que representan. En estos
tiempos se está demostrando que estos líderes representan un cesarismo
quimérico, una forma de populismo sin compromiso nacional-popular ni lazos de
solidaridad internacional, que abandona a las clases populares al monstruo del
neoliberalismo.
Noah Bassil y Karim Poumhamzavi son profesores e
invetigadores del Departamento de Historia Moderna, Política y Relaciones
Internacionales de la Universidad Macquerie de Sydney. Gabriel Bayarri es
doctorando en antropología y sociología en la misma Universidad .y en la
Universidad Complutense de Madrid. Los tres forman parte del Research into
Global Power, Inequality and Conflict (RGPIC) de la Universidad Macquerie de
Sydney..
Se puede consultar este trabajo original en inglés en el
blog del RGPIC en:
https://rgpic.wordpress.com/ Contacto: mecentre@mq.edu.au
Notas
1/ Destacamos aquí algunos ejemplos de eminentes eruditos de
los que hemos aprendido mucho, y tenemos mucho que aprender, incluyendo a Samir
Amin https://monthlyreview.org/2014/09/01/the-return-of-fascism-in-contemporary-capitalism/
; William E. Connolly, ‘Trump, the Working Class, and Fascist Rhetoric,’ Theory
and Event, 20:1, 2017; Manuel Castells,
http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=24300 ; John Bellamy Foster,
Trump in the White House: Tragedy and Farce (2017).
2/ Meses después, Bolsonaro contrajo la COVID-19, recibiendo
el alta tras varias semanas ingresado.
3/ En 2017, el número de homicidios en Brasil había
aumentado a 63.880 anualmente, un incremento de más del 37,5% con respecto a
2007. Para este año, Brasil tenía un promedio de 175 homicidios por día.
Fuente: Brazilian Institute of Geography and Statistics (IBGE).
4/ Según informes de Human Rights Watch.
Referencias
Adorno, Th. W. et al. (1950) The Authoritarian Personality –
Studies on Prejudice. New York, Harper & Brothers.
Algar, H. (2002). Wahhabism: A Critical Essay. New York:
Oneonta.
Cardoso de Oliveira, Luis Roberto (2002). Direito Legal e
Insulto Moral – Dilemas da Cidadania no Brasil, Quebec e EUA. Rio de Janeiro:
Relume-Dumará.
Cox, R. (1982). Gramsci, Hegemony and International
Relations: An Essay in Method. Millennium – Journal of International Studies.
Vol. 12. No. 2, pp 162-175.
Gramsci, Antonio (1971) Selections from the Prison
Notebooks: translated and edited by Quintin Hoare (Lawrence and Wishart:
London, 1971)
Gramsci, Antonio (1978) ‘The Two Fascisms’ in Selections
from Political Writings (1921-1926). Londres:Lawrence and Wishart;
originalmente publicado en Ordine Nuovo, 25 de agosto de 1921.
Gramsci, Antonio (1987) Cuadernos de la cárcel. en
Portantiero, J. C. y De Ipola, E. Estado y sociedad en el pensamiento clásico.
Antología conceptual para el análisis comparado. Buenos Aires, Cántaro. (1ª ed.
1948)
Hanieh, A. (2018). Money, Markets, and Monarchies: The Gulf
Cooperation Council and the Political Economy of the Contemporary Middle East.
New York: Cambridge University Press.
Lakoff, G. (1996). Moral politics. Chicago: University of
Chicago Press.
Riley, Dylan (1919) “¿Qué es Trump?”, New Left Review, 114,
pp. 7-36.
Trotsky, Leon, Fascism: What is it and How to Fight It,
edited by A. Banerjee and S. Sarkar (Delhi, India: Aakar Books, 2005), p. 18
[Edición en castellano: La lucha contra el fascismo, Barcelona, Fontamara,
1980].
Fuente ..
https://vientosur.info/la-cuestion-del-fascismo-bonapartismo-y-crisis-contemporanea-de-la-hegemonia-neoliberal/?fbclid=IwAR1QQFMZfBPm4Q9j7fFEAjnVw-VW9YYMF3DlvwYEeyrNy0ng
Nota del blog .-Decia en el post anterior ." En sistema liberal la democracia de masas están privadas a veces de espíritu democrático. Y busca un líder carismático...Eso ya lo sabemos. ¿A qué viene ocultarlo ahora? El refinado arte de la mentira y el torcimiento del significado de las palabras se llama fascismo y eso es lo que ha hecho Trump todo el tiempo mientras muchos lo tomaban por loco, cuando sus palabras era su recurso del método fascista. Y para no nombrar esa palabra se utiliza un eufemismo se le suele llamar nacional populismo. El no utilizar el término real es otra formar de negación de lo evidente en este proceso de fascistización de las masas en nombre de la libertad. Y su repetición no es una farsa sino una tragedia ". El proceso del fascismo norteamericano repito ..es la fascistización de las masas en nombre de la libertad. Cosa que para un liberal se le hace incomprensible . Y lo mismo esta haciendo Vox aquí .Y uno recuerda las palabras de Thomas Man , "si alguna vez aparece el fascismo en USA lo hará en nombre de al libertad ", cada vez que un democrata hace una propuesta , los republicanos trumpistas responden . ¡Libertad !.