miércoles, 11 de noviembre de 2020

Los sueldos de la casa real .

300.000 euros de sueldo no fue suficiente para los anteriores reyes

 Elena Herrera  


Fuentes: eldiario.es


Los reyes eméritos han cobrado más de tres millones de euros en salarios públicos en la última década, pero su desorbitado tren de vida se cubría con aportaciones de empresarios y líderes de dictaduras, que ahora motivan investigaciones por blanqueo en los tribunales.

Los reyes eméritos, Juan Carlos I y Sofía de Grecia, han disfrutado en la última década de sueldos públicos que superan los tres millones de euros. El cobro de estas cantidades –cuya cuantía la Casa Real solo empezó a hacer pública a partir de 2011, tras el estallido del caso Nóos, la causa de corrupción que llevó a la cárcel a Iñaki Urdagarín– responde al mandato constitucional que establece que «el Rey recibe de los Presupuestos del Estado una cantidad global para el sostenimiento de su Familia y Casa, y distribuye libremente la misma». Este montante bruto, sujeto a retención del IRPF, está incluido por tanto en la asignación pública que recibe la Corona para su funcionamiento, que ronda los ocho millones de euros anuales.

En sus últimos años en el trono, Juan Carlos I cobró un sueldo oficial de alrededor de 300.000 euros anuales. Esta cantidad se redujo apenas un 30% tras su abdicación, cuando empezó a percibir alrededor de 200.000 euros anuales. El pasado marzo Felipe VI intentó aplacar el eco de las sospechas cada vez más fundadas de que su padre se benefició de comisiones millonarias de Arabia Saudí retirándole esa asignación. Tres meses después, la Casa Real reconoció que el dinero que Juan Carlos I tenía pendiente de cobrar durante ese ejercicio –161.034 euros– no se devolvió a Hacienda, sino que fue a engrosar el fondo de contingencia destinado a atender imprevistos de la propia Jefatura del Estado. El dinero no se movía de la Casa Real. Sí sigue cobrando un sueldo público la reina emérita. En 2020 tenía fijada una asignación de 111.854,88 euros.

Las asignaciones que ha recibido Juan Carlos I, dentro y fuera del trono, han estado muy por encima de lo que cobran otras altas autoridades del Estado. Por ejemplo, el presidente del Tribunal Constitucional, el cargo público mejor pagado, recibirá el año que viene 157.576,58 euros, según el último proyecto de Presupuestos. Un sueldo que casi duplica al del presidente del Gobierno, que cobrará 85.608,72 euros en 2021. Pese a ello, estas remuneraciones no han sido suficientes para sufragar el desorbitado tren de vida de Juan Carlos de Borbón, tal y como ponen de manifiesto diferentes investigaciones periodísticas y judiciales.

elDiario.es ha revelado esta semana que la Fiscalía Anticorrupción investiga desde hace más de un año gastos de Juan Carlos I y otros familiares –entre ellos, la reina Sofía y algunos de sus nietos– con tarjetas opacas que se nutrían de fondos no declarados a Hacienda. Se investiga un posible delito fiscal, lo que requiere un fraude superior a los 120.000 euros anuales defraudados, que es el límite a partir del cual se comete este delito. Los gastos bajo investigación corresponden a los años 2016, 2017 y 2018: después de que Juan Carlos I perdiera su inviolabilidad constitucional como jefe del Estado. Y lo que indaga el ministerio público es si en cada uno de esos ejercicios el rey y sus familiares gastaron más de 275.000 euros (no haber declarado esa cantidad implicaría haber defraudado 120.000 euros en impuestos) con cargo a cuentas que no estaban a su nombre.

También se han publicado informaciones, sin haber sido desmentidas, que apuntan a que Juan Carlos I retiró durante cuatro años hasta 100.000 euros mensuales de la cuenta que abrió en Suiza a nombre de la sociedad instrumental panameña Lucum Foundation para camuflar la donación de 65 millones que supuestamente había recibido de Arabia Saudí por las obras del AVE a la Meca. Según publicó El Confidencial, el monarca habría usado el dinero para sufragar gastos no declarados de toda la familia real.

Esas ingentes retiradas de dinero se produjeron al menos entre 2008 y 2012, cuando el país estaba inmerso en una grave crisis económica y el monarca no escatimaba en llamamientos al comportamiento ético de dirigentes y ciudadanos en sus discursos públicos. Los extractos bancarios publicados certifican, por ejemplo, que en 2010 el ahora emérito sacó de esa cuenta de la banca privada Mirabaud 1,5 millones de euros. Ese año, durante su mensaje navideño afirmó lo siguiente: «Nada que valga la pena se consigue sin renuncias y sin entrega. Es preciso fomentar el ejercicio de grandes valores y virtudes como la voluntad de superación, el rigor, el sacrificio y la honradez. Valores y virtudes cuya ausencia no es ajena al origen de la crisis, y que son consustanciales a toda sociedad justa y equitativa».

Los testimonios publicados en medios de comunicación incluidos en la investigación que sigue desde 2018 el fiscal suizo Yves Bertossa ponen en entredicho los «valores» y «honradez» a los que hacía alusión en sus discursos. Arturo Fasana, el abogado al que confió la gestión de la citada cuenta suiza, confesó ante la Fiscalía de ese país que el rey le visitó en su casa de Ginebra el 7 de abril de 2010 para que ingresara en esa cuenta una maleta cargada de billetes. Según contó El País, Fasana relató al fiscal que esa maleta contenía 1.895.250 dólares en efectivo que el rey había conseguido de un ‘donativo’ de su amigo Hamad bin Isa Al Jalifa, el sultán de Baréin. Esos 1,9 millones de dólares suponen alrededor de nueve años del sueldo público que el monarca recibía tras su abdicación.

Opacidad sobre el patrimonio

Aunque Felipe VI presume de que durante su reinado se han dado pasos en pro de la transparencia, lo cierto es que un velo de opacidad sigue cubriendo las cuestiones relativas a su patrimonio. La ley de transparencia aprobada en 2013 incluye a la Casa del Rey aunque los miembros de la familia real –formada por el actual rey y su mujer, sus padres y sus hijas– no están obligados a pormenorizar los gastos de sus numerosas actividades públicas, ni a desvelar los negocios que realicen con las asignaciones que reciben de los Presupuestos Generales del Estado.

Tampoco son considerados altos cargos –como sí ocurre con los miembros del Gobierno, por ejemplo– por lo que no tienen la obligación de presentar declaración de bienes y derechos a pesar de la financiación pública que reciben. Según la Casa Real, la «finalidad» de esta asignación es asegurar que la Jefatura del Estado dispone de una dotación presupuestaria «suficiente» para que el Jefe del Estado pueda desarrollar su labor «con la independencia inherente a sus funciones constitucionales».

Los únicos miembros de la familia real que, a día de hoy, cobran ese sueldo público son Felipe VI (248.562,36 euros anuales, según la asignación de 2020), la reina Letizia (136.701,36 euros) y Sofía de Grecia (111.854,88 euros). Tras la abdicación de Juan Carlos I, sus hijas, las infantas Elena y Cristina, fueron excluidas de la familia real y quedaron como miembros de la familia del rey. Dejaron también de recibir la asignación en gastos de representación en la proporción y cuantías que su padre fijaba en cada ejercicio. Por ejemplo, en 2014, la infanta Elena recibió 25.000 euros. No consta que ese año su hermana Cristina, apartada de los actos públicos por el escándalo de Nóos, recibiera ‘sueldo’ público. Ni su marido Iñaki Urdangarin ni Jaime de Marichalar, cuando estaba casado con Elena de Borbón, recibieron nunca ingresos oficiales de la Casa del Rey.

Los gastos de la Casa del Rey no han estado nunca sujetos a la fiscalización del Tribunal de Cuentas. La institución tampoco está obligada legalmente a auditar sus cuentas aunque voluntariamente decidió suscribir dos convenios con la Intervención General de la Administración del Estado (IGAE) en 2014 y en 2019.

Las últimas sospechas sobre los movimientos del rey, que acumula tres investigaciones en la fiscalía por delitos de corrupción, las ha lanzado el servicio antiblanqueo, la unidad de vigilancia financiera que da la alerta sobre movimientos sospechosos de capitales.

Fuente: https://www.eldiario.es/politica/cuentas-suiza-donaciones-millonarias-tarjetas-opacas-300-000-euros-sueldo-no-suficiente-anteriores-reyes_1_6392714.html


martes, 10 de noviembre de 2020

La izquierda española ante la derrota de Trump .

 La izquierda española ante la derrota de Trump: unas jornadas lamentables

DANIEL BERNABÉ

Mira que lo tenían fácil. No se me ocurre un acontecimiento más propicio para concitar un clima de consenso en la izquierda que la derrota de Trump. Primero por el punto y a parte a un inquietante proyecto de subversión de la democracia liberal que en esencia sería igual de injusto socialmente que el decadente neoliberalismo, pero además empapado de un autoritarismo espectacular: ausencia de derechos y representatividad maridada con gestos gilipollas de youtuber. Y segundo porque el fenómeno Trump ha conseguido soltar sus esporas por el orbe: su deceso presidencial es un duro golpe a Vox, que pierde tanto referente como horizonte. Pues ni con esas.

¿Para qué se ha aprovechado la derrota de Trump? Para montar un circo identitario, un festival de etiquetas punitivas, una feria de presupuestos falsos y obviar las grandes claves del resultado electoral en el corazón del declinante imperio. Lo cierto es que Trump ha conseguido mejor resultado que en 2016, salvo que esta vez su constante atmósfera de polarización ha movilizado aún más a sus detractores que a sus seguidores. Y observen que no hablo de votantes del partido Demócrata o seguidores de Biden, sino norteamericanos más aterrados por un segundo mandato de Trump que esperanzados por el primero del anciano líder demócrata. ¿Cómo articulará el nuevo Ejecutivo ese caudal prestado?¿Aguantará el proyecto del trumpismo sin el presidente naranja?

Lo interesante, al parecer, no han sido estas cuestiones, sino el "fusarismo", que según mi amigo Pedro Vallín, periodista de La Vanguardia, "andaba desconsolado poniendo velas por el agente naranja" en referencia a la derrota de Trump. Entra así en escena nuestro animal mitológico favorito de estos últimos años, eso llamado rojipardismo, un hombre de paja, una tendencia política inexistente en España que ha valido para etiquetar de "nazi" a quien acertada o erróneamente criticaba las derivas actuales de la izquierda perteneciendo a ella. El reflejo inverso del tan socorrido "posmo", salvo que mientras este último funciona como vulgarización descriptiva de tendencias existentes, el rojipardismo es una forma de etiquetar punitivamente a quien defiende que la izquierda se base en planteamientos como la preminencia de la igualdad sobre las diferencias, el universalismo, el análisis de clase, la soberanía o unas políticas económicas expansivas sobre aquellas de índole representativa.

Vallín, un tipo generalmente acertado tanto en sus análisis como en su juvenil combinación de americanas sobre camisetas, patina cuando se piensa que las series de Aaron Sorkin son documentales, no ficción dramática. Es decir, que Vallín piensa que la única forma de la que se puede explicar a Trump, y a sus 70 millones de votantes, es mediante la degradación de un individuo y partido, el GOP, que ha abandonado la vieja buena senda liberal. Por tanto, la única forma de caracterizar a los votantes de Trump es como peligrosos imbéciles y la única manera de combatirles es mediante la vuelta de una serie de valores cívicos, más educación y mejor información. El asunto de fondo es que Trump se explica como un fenómeno final y no como un síntoma de algo preexistente, una sociedad en decadencia que ya había alumbrado el Tea Party.

¿Qué es lo que ocurre cuando alguien analiza que, por muy poco que nos gusten estos brotes reaccionarios, su posibilidad de existencia, presente, pasada y futura, tiene que ver con qué pretenden dar respuestas, a menudo mezquinas, a menudo falsas, a menudo excluyentes, a la incertidumbre neoliberal? Que se le llama rojipardo, que es más fácil que asumir que el liberalismo ha sido padre putativo de los ultras machacando mediante austeridad, globalización y desregulación la estabilidad del pacto de posguerra. Si a eso le sumamos que el progresismo abandonó su búsqueda de la igualdad por la ensaladilla de las diversidades nos encontramos con el caldo de cultivo que hace posible que en media Europa la ultraderecha sea un actor renacido y que el presidente de EEUU haya sido alguien tan peligroso como Trump. Hoy aplaudimos a Merkel por verle las orejas a un lobo que ella misma amamantó generosamente.

Otro que se ha sumado a la fiesta ha sido Nega, Ricardo Romero, que sobre un tuit de Soto Ivars que hablaba sobre la aplastante derrota de Trump en Detroit, ha comentado que "resulta que la clase obrera, esa que estaba harta de lo progre, del LGTBI, del BLM, la ecología y las políticas de la diversidad y que iba a apoyar a Trump y luego a Vox de forma irremediable y masiva, se ha cagado y meado en el partido Republicano. Lo material, Juan!". Romero, que desde que ha pasado de rapero obrerista a predicador moral del brócoli, no pierde oportunidad de dejar claro su arrepentimiento, comete un error, o realiza una manipulación, al repetir la cansina y falsa acusación de contraponer la clase a otros conflictos sexuales o raciales.

Quienes criticamos la articulación actual de la diversidad bajo el neoliberalismo, no a la diversidad en sí misma, lo hacíamos por su carácter competitivo, que tendía a enfrentar sectores en un mercado de representatividad, véase la actual guerra abierta entre el feminismo y el transgenerismo. Reivindicaciones que podrían darse de forma paralela entraban en colisión: para sentirme más representado necesito que el de al lado lo esté menos. De hecho, individuos y grupos naturalmente plurales tienden a ubicarse sólo en un epígrafe de su identidad, aquel que resulte más específico, tendiéndose a una atomización progresiva por encontrar un producto identitario más competitivo. De esta manera, los grandes sujetos políticos del siglo XX, nación, religión y clase, fueron perdiendo importancia respecto a alteridades cada vez más exageradas y artificiales. No se trata de reclamar que el conflicto capital-trabajo sea el único existente, o el que tenga que enfrentarse únicamente o primero, sino de recordar que por su amplia transversalidad y su papel clave en la economía su potencia transformadora es clave, tal y como se vio en el siglo XX. Esta forma de enfocar la cuestión, acertada o errónea, fue el argumento empleado en mi libro La Trampa de la diversidad, no otro.

Bajo este criterio no es que la clase trabajadora esté harta de otros conflictos sociales, en los que muchos de sus miembros se verán naturalmente implicados, sino que el abandono de su articulación política, su paso de existir a hacerlo de forma consciente mirando por sus intereses, fue abandonado por décadas en la izquierda en beneficio de cualquier otro sujeto, cuanto más exótico y minoritario, mejor. De esta manera, grandes sectores de esa clase, ausentes de la lucha obrera y la organización sindical se han sentido marginados por el progresismo y azotados por la precariedad neoliberal, pudiendo ser potenciales votantes de proyectos populistas de ultraderecha que aprovechaban este vacío para enfrentarles contra las minorías sobrerepresentadas.

Si a Trump le han votado 70 millones de personas lo que parece ridículo es pensar que entre ellas, por una mera cuestión estadística, no haya una mayoría de trabajadores. Lo mismo que a Biden, lo que nos indica que estas elecciones, en las que ambos candidatos obtuvieron un récord histórico de sufragios, se han movido en unos ejes diferentes a los de la clase social, por desgracia, claro, para los intereses de los trabajadores, que elegían entre dos proyectos políticos de derecha en lo económico. Romero está en su derecho de pensar, con una envidiable fe del converso, que la línea progresista que premia la diversidad sobre la igualdad es la correcta, no tanto manipular ya de forma habitual la crítica que hace un par de años realicé en La Trampa, que es la que es, acertada o errónea, y no el espantajo inventado para desprestigiar la obra.

Quizá el problema que tiene Romero es de mala conciencia, ya que él en su libro La clase obrera no va al paraíso (Akal, 2016), escrito a la par con Arancha Tirado, sí abogaba por priorizar el conflicto capital-trabajo sobre cualquier otro, afirmando que la izquierda había abandonado a los trabajadores y trazando un retrato de la misma homogéneo y carente de diversidades. De hecho se señalaba que esferas como la raza o el género tenían que ver con invenciones académicas para debilitar a la clase. Además era un libro duro con el feminismo, ya que consideraba que la brecha salarial no era apreciable en sectores no cualificados y que el triunfo de la clase trabajadora en el conflicto con el capital sería el que beneficiaría principalmente a las mujeres trabajadoras. Las personas tienen derecho a cambiar de opinión, pero resulta poco elegante acusar a otros de los que tú afirmabas hasta antes de ayer.

Lo cierto es que parece arriesgado abandonarse a las políticas de la diversidad competitiva, cuando una derechista económica, la próxima vicepresidenta Kamala Harris ya estaba siendo reivindicada ayer por el progresismo en España, desde los creyentes en lo queer hasta algunas feministas despistadas. Parece razonable que sea noticioso el hecho de que una mujer negra llegue a un puesto de tal responsabilidad, parece como poco arriesgado reivindicar a alguien que ha utilizado conscientemente sus características identitarias para encubrir sus postulados políticos, los que al final decidirán sobre el futuro de esas mismas mujeres negras de una clase diferente a la suya. Y aquí se halla una de las consecuencias de fenómenos como el de Trump, que siendo hijos del caos neoliberal, sus presupuestos iliberales acaban por legitimar a la derecha convencional.

La política sin embargo es esto, de ahí que hasta el presidente cubano Díaz Canel haya saludado a la nueva administración de Biden. Oxígeno ante la barbarie inmediata o al menos la posibilidad de que la nueva socialdemocracia estadounidense, el ala izquierda del Partido Demócrata encabezada por Ocasio Cortez, pueda prosperar en este contexto. En el último quinquenio, el progresismo estadounidense ha experimentado un renacer que se ha atrevido a jugar incluso con conceptos tan problemáticos en EEUU, por su asociación con el comunismo, como el de clase trabajadora. Paradójicamente, como ya señalamos algunos hace unos años, el progresismo de EEUU, adicto a las diversidades, lo identitario y las guerras culturales, estaba pasando a recuperar una cierta pulsión igualitarista. Mientras que Carmena en Madrid parecía una sucursal de una charla TED, el alcalde de Nueva York, el demócrata Bill de Blasio, hacía de las working families el centro de su discurso.

¿Qué nos encontramos, para acabar, justo en el lado inverso pero a la vez paralelo de los que celebraban como propia la victoria de Biden? A la izquierda folclórica, ya saben, ese grupo de pesadísimos adolescentes pajilleros con admiración a la Stasi. Los queer del comunismo, ya no como ideología u organización real, sino como una identidad con la que competir en este mercado, siempre tienen una actitud prepolítica y esquemática, siendo incapaces de desarrollar análisis o respuestas más allá de consignas inútiles. Sí, la derrota de Trump es positiva. No, Trump y Biden no son iguales, de hecho se diferencian en multitud de aspectos, lo cual no implica que eso sea afirmar que el demócrata realizará políticas de izquierdas. La salida de Trump del despacho oval es un duro golpe para la siniestra internacional ultraderechista, pero la reactivación de los tratados de libre comercio por parte de Biden puede crear un descontento en los trabajadores que sea aprovechado por los ultras… es decir, que en términos de utilidad política hablar en las mismas coordenadas de Trump y Biden es, una vez más, culpa de la transformación de lo político de algo ideológico y grupal a algo identitario e individual. Entre el progresismo colorín y la izquierda folclórica sólo median los iconos, para unos unicornios y arcoíris y para otros banderas de Korea del Norte y búnqueres albaneses.

De Teresa Rodríguez desconozco su postura al respecto, pero seguro que ha echado la culpa de algo a Madrid y al heteropatriarcado. Los de la Fundación de los Comunes es posible que preparen un curso para conocer la experiencia empoderante de las prostitutas albinas del cinturón del óxido y su papel en el vuelco electoral. Se rumorea que Tania Sánchez y García Castaño podrían obtener asiento en la Cámara de Representantes para la legislatura de 2024.

No se alarmen. Podría ser peor. Miren Herman Tertsch.

https://blogs.publico.es/otrasmiradas/40262/la-izquierda-espanola-ante-la-derrota-de-trump-unas-jornadas-lamentables/


Nota del blog .- Un critica a su libro , La trampa de la diversidad . https://blogs.publico.es/juan-carlos-monedero/2018/08/03/la-trampa-de-la-trampa-de-la-diversidad/

lunes, 9 de noviembre de 2020

EEUU: ¿Vuelta a 2015? .

 EEUU: La era Trump ha terminado. ¿Vuelta a 2015?

Luke Savage  

 Mientras la presidencia de Trump afortunadamente agoniza, Joe Biden y la dirección demócrata están esclavizados por la peligrosa ilusión de que pueden llevar al país de vuelta al mundo político de 2015, como si nada hubiera pasado. Están a punto de descubrir que han obtenido una victoria pírrica.

Incluso antes de que las cifras empezaran a parecer inesperadamente buenas para Donald Trump, supe que algo debía estar mal. La pista fue un cambio sutil pero real en las bromas de las noticias por cable, que en la madrugada del martes por la noche cambiaron su tono inicial de seguridad por una agitación visible. Joe Biden parecía con ventaja en al menos algunos de los lugares correctos, pero ¿dónde estaba la avalancha que tanto los analistas demócratas como los encuestadores habían previsto confiados? Misteriosamente ausentes las señales de la avalancha prometida, los sumos sacerdotes de las noticias por cable gradualmente parecieron optar por una respuesta. Claro, Trump podía ir por delante en estados clave del Medio Oeste, pero este era precisamente el resultado que todos habíamos anticipado. Después llegarían los votos por correo y lo probable es que fueran para Biden.

La narrativa tuvo eco no solo porque era lo que los espectadores anti- Trump querían escuchar, sino porque pronto resultaría ser cierta: el sábado por la mañana, Biden superó el umbral de 270 del colegio electoral necesario para ganar la presidencia gracias a que el recuento tardío de los votos por correo se inclinó decididamente a su favor. Sin embargo, el tono general en CNN a media noche de las elecciones parecía un esfuerzo desesperado por mantener la sensación de que todo iba según el plan. Con el polvo de la batalla finalmente asentado, hay una buena posibilidad de que esta narrativa se mantenga, no solo porque los partidarios liberales (y los consultores demócratas) lo defenderán, sino porque es lo que muchos observadores políticos y gente común hartos de Trump quieren creer desesperadamente.

Baste decir que esta elección nunca debería haber sido tan apretada y las cosas, por decirlo suavemente, no salieron según lo planeado. Aunque el recuento final aún está por llegar, Trump ha sumado millones de votos a su total de 2016. Si hubiera obtenido unos miles de votos más en un puñado de estados indecisos, ahora estaría camino de un segundo mandato. Esto es por no hablar del catastrófico resultado de los demócratas en las votaciones paralelas, en las que varios representantes republicanos en el Senado aplastaron a unos competidores llenos de dinero  en efectivo y aun siendo el partido mayoritario perdió escaños en la Cámara, solo dos años después de su gran victoria en 2018. Dicho y hecho, la semana de elecciones que comenzó con euforia sobre la perspectiva de que los demócratas consiguieran Texas y se asegurasen una mayoría cómoda en el Senado terminó sin resuello mientras todos nos tranquilizamos a nosotros mismos, y a los demás, asegurando que Biden llegaría a  cruzar el primero la línea de meta.

Cada resultado electoral debe ser evaluado en su contexto específico, y es ante todo la dinámica política más amplia de 2020 lo que hace que esta votación sea una victoria pírrica tanto para la campaña de Biden como para el Partido Demócrata. Trump nunca ha sido un presidente popular. Gran parte de los medios de comunicación de EEUU claramente apoyaban una victoria demócrata. A fines del mes pasado, un cuarto de millón de estadounidenses habían muerto por el coronavirus y millones más se hundieron en la pobreza. Y  a pesar de eso, en medio de las dificultades económicas generales y una pandemia que está causando estragos en las vidas y los medios de subsistencia en todo Estados Unidos, un presidente históricamente corrupto, odiado y plagado de escándalos ha recibido millones de votos más en su intento por ser reelegido. Si el virus nunca hubiera golpeado y la situación existente en enero se hubiera mantenido, con el índice de aprobación económica de Trump en niveles que ningún presidente había tenido en dos décadas, no cabe duda de que el ex presentador de televisión de The Apprentice hubiera aplastado al desventurado Biden en su camino hacia un segundo mandato.

En las próximas semanas podemos esperar una avalancha de excusas autosatisfechas, plagadas del mismo tono de tranquilidad defensiva que nos inundó la noche de las elecciones. Pero aunque finalmente se alcanzó el numero necesario de compromisarios en el colegio electoral, quedan muchas preguntas sin respuesta sobre la efectividad de la candidatura de Biden y la estrategia demócrata en general.

En primer lugar, la decisión de cortejar y poner en primer plano a los republicanos, que se exhibió sin cortapisas en la Convención Nacional Demócrata este verano, parece haber fracasado. Los glorificados inspectores de billeteras del Proyecto Lincoln pueden haber estafado con éxito a los liberales decenas de millones, pero sus anuncios no parecen haber sido más efectivos contra Trump que la farsa de campaña  en la retaguardia llevada a cabo por las élites conservadoras durante su ascenso inicial. Según una encuesta a boca de urna publicada por Edison Research, el 93 por ciento de los votantes republicanos finalmente respaldaron a Trump, una proporción aún mayor que en 2016. Hace solo unos pocos meses, se podía escuchar a Rahm Emanuel, el flautista de los suburbios de Applebee, llamando a estas elecciones el "año del republicano de Biden". Evidentemente no ha sido así.

A pesar de su visibilidad especial en este ciclo, la estrategia no fue un éxito, ya que los demócratas centristas están convencidos desde hace mucho tiempo que el país es tan intrínsecamente conservador que mimar a los votantes de derecha con apelaciones a la moderación es una genialidad maquiavélica en lugar de una capitulación ante la inercia post-reaganista. Al igual que en 2016, esa suposición parece haber dado pocos frutos. En todo el país, de hecho, las iniciativas electorales y las encuestas a boca de urna sugieren que los demócratas se colocaron a la derecha de la mayoría electoral en temas clave. Florida, el primer estado donde quedó claro que la avalancha prometida no se produciría, votó por un margen considerable a favor de aumentar su salario mínimo. Las iniciativas electorales para legalizar la marihuana, una idea a la que Biden se opone a pesar de su notable popularidad en los votantes de ambos partidos, fueron aprobadas en cinco estados. Incluso en una encuesta a pie de urna visiblemente sesgada, la cobertura médica universal obtuvo un rotundo apoyo del 72 por ciento, una encuesta encargada nada menos que por Fox News, que también identificó el respaldo de la mayoría a un control de armas más estricto, una reforma migratoria progresista y a los derechos reproductivos.

Aunque probablemente habrá una buena cantidad de revisionismo en las próximas semanas, los partidarios de la estrategia elegida por los demócratas predecían confiados hace solo unos días una avalancha como en 1972. “Esta puede ser la mayor avalancha en este país polarizado,” declaró el encuestador demócrata Stan Greenberg  al Daily Beast el 29 de octubre “Los resultados no van a ser apretados”, declaró James Carville en MSNBC . Aún más efusivo sobre las perspectivas demócratas, el New York Times predijo el 21 de octubre "una avalancha electoral enorme y poco común". Una vez más, los demócratas se apostaron muy convencidos la casa en una campaña centrista que obtendría, según ellos, una victoria de proporciones históricas. Una vez más, no logró los resultados prometidos, perdiendo por medio un número aterrador de votantes no blancos a favor del Partido Republicano.

Esto nos lleva al propio Biden, el candidato que se garantizó con rotundidad a los votantes demócratas en las primarias que era la opción segura y elegible contra Donald Trump. Numerosas voces de la izquierda (incluidas muchas en Jacobin) argumentaron decididamente que un programa popular y mayoritario dirigido a los no votantes tradicionales y que buscara dinamizar la base demócrata tradicional representaba la mejor opción, tanto para derrotar a Trump como para cambiar de rumbo después de décadas de retroceso liberal. Dado que esta teoría nunca pudo ser probada, no podemos saber con certeza si sus supuestos básicos eran correctos (aunque mi propia opinión sobre el tema no debería ser difícil de extrapolar).

Lo que sí sabemos es que el manual demócrata estándar se ha quedado corto más veces que las que ha tenido éxito. Dicho en términos más sencillos, solo ha habido dos presidentes demócratas en los últimos cuarenta años y el que tuvo más exito de los dos se postuló como un populista fuera del sistema y líder de un movimiento de masas que se comprometía a enfrentarse a Wall Street, reducir la participación de Estados Unidos en guerras extranjeras y cambiar el país. Biden, a pesar de su estrecha relación con Barack Obama, desempeñó un papel activo en el afianzamiento de la triangulación como modus operandi demócrata durante la década de 1980 y nunca quiso una campaña de ese tipo.

En contra del espíritu de 2008, el ex vicepresidente y pronto presidente electo se presentó en los términos más modestos: como una figura que atemperaría el caos y la anarquía de los últimos cuatro años y devolvería al país al equilibrio pre-2016. A  pesar de las páginas de opinión malgastadas en especulaciones absurdas sobre si defendería una ambiciosa agenda liberal, la propia retórica de Biden (y la estrategia de los donantes empresariales) siempre ha garantizado lo contrario. Más estado de ánimo que programa, su atractivo descansaba, y aún descansa, en la suposición errónea de que el trumpismo comienza y termina con la ocupación de la Casa Blanca por parte de Donald Trump: que un presidente de estilo más convencional y menos voluble basta para curar cualquier espasmo aleatorio que pueda haber causado temporalmente que una parte del electorado haya perdido el juicio.

Este enfoque conservador, con c pequeña, de liderazgo nacional implicaba inevitablemente evitar o marginar las grandes ideas políticas, incluso cuando un virus mortal invadía el cuerpo político. La opción pública, la supuesta alternativa pragmática de Biden a Medicare para todos, apenas recibió una mención en la campaña. Mientras los incendios forestales ardían con una ferocidad apocalíptica en la costa oeste, ofreció poco más que recitar el vacío mantra liberal de que el cambio climático es real, pero se distanció activamente del programa verde más ambicioso de la historia moderna. Incluso cuando los republicanos tomaron mortíferamente el poder en la Corte Suprema, Biden se cuidó mucho en su primer debate con Trump de hablar amablemente sobre la juez de extrema derecha nominada por el presidente y rechazó una reforma judicial.

Esto por no hablar de las debilidades personales de Biden como candidato, generalmente eludidas por unos comentaristas en su mayoría comprensivos que se contentan con enterrar o pasar por alto  historias o incidentes que podrían poner en peligro sus perspectivas para el futuro. Por lo tanto, incluso la tendencia de Biden  de mantener un perfil bajo y realizar una campaña absentista durante parte de septiembre no pareció provocar ninguna de las preguntas obvias e incluso obtuvo elogios ocasionales. El hecho de que el ex vicepresidente últimamente no se parezca en nada al hombre que debatió tan hábilmente con Paul Ryan en 2012 ha sido eliminado en gran medida de la narrativa oficial.

A pesar de la candidatura de Biden, los deslucidos resultados electorales de los demócratas no fueron inevitables, sino el producto de opciones y cálculos políticos libremente asumidos. Como era de esperar, figuras clave del partido y representantes de los medios ya están trabajando para echar la culpa a otros. La exsenadora Claire McCaskill aparentemente cree que los demócratas hablan en exceso sobre las armas, los derechos reproductivos, el matrimonio homosexual y "los derechos de los transexuales". Con una segunda vuelta para el Senado pendiente en Georgia, el portavoz de la mayoría demócrata de la Cámara, Jim Clyburn,  según se informa declaró en una convocatoria del grupo parlamentario, "[si] vamos a defender Medicare para todos, recortar fondos a la policía [y] una medicina socializada, no vamos a ganar". Nancy Pelosi también advierte a los demócratas que no giren hacia la izquierda. No hace falta decir que se trata de reacciones desconcertantes de personalidades cuya propia estrategia ha fracasado rotundamente a la hora de dar el resultado prometido. A medida que el polvo de la batalla electoral se asiente, inevitablemente seremos obsequiados con un creciente coro de voces de todo el establishment liberal que insistirá en que el único camino a seguir para los demócratas es una nociva mezcla de revanchismo económico y cultural. El centro liberal, siempre convencido de su propia sabia rectitud, paradójicamente descubre tener razón incluso en la derrota moral y táctica.

Este estado de cosas redundará lamentablemente en reforzar los peores instintos de Biden como viejo fetichista de los compromisos bipartidistas y la mediación entre élites. Suponiendo que los republicanos retengan el Senado, Estados Unidos estará dirigido por un gobierno de coalición de facto McConnell / Biden en un período de crecimiento de déficits y cada vez mas frecuentes llamamientos a la austeridad. Aquellos que rezaron por el destierro de Trump y el regreso a la era de Obama pueden, por lo tanto, estar consiguiendo lo que desean, aunque  lo consigan gracias a la magia negra y una pata de mono maldita: un presidente centrista, un Congreso dividido y un Senado obstruccionista. La vuelta a la normalidad, por fin.

Afortunadamente, la presidencia de Trump está a punto de sufrir la muerte patética y farfullante que tanto se merece, dejando tras de sí un legado de mentiras, recortes de impuestos pícaros y una crueldad innecesaria. Sin embargo, a pesar de la anarquía que indudablemente ha provocado, el tema final de la era Trump puede terminar siendo la continuidad más que la ruptura. Cuando superemos la farsa de las últimas semanas de Trump en el cargo, el panorama de la política estadounidense se parecerá mucho a una versión de principios de 2016 con un puñado de contrastes tanto brillantes como sombríos.

Si la semana pasada es un indicio, el cálculo estratégico subyacente en las direcciones de los dos partidos no promete muchos cambios más allá de la estética. Los demócratas vacilarán y ofrecerán concesiones, celebrando cada retirada como una victoria para el "incrementalismo". Mitch McConnell obstruirá y, cuando sea posible, hará las sangrías legislativas que solo él puede hacer. El osificado consenso post-2010 persistirá obstinadamente en la medida que las élites conserven su paralizante adicción a la triangulación y los vicios de la riqueza organizada.

Si el trumpismo una vez prometió romper en pedazos la normalidad política, el presidente Trump dejará el cargo como una criatura convencional del aparato conservador de principio a fin: sus malos modales y su personalidad desquiciada adornan en gran medida la agenda habitual del Partido Republicano de hostigamiento racista y redistribución ascendente a favor de los más ricos. Mientras tanto, los demócratas del establishment han acabado con la auténtica insurgencia, derrotando a Bernie Sanders y disciplinando a su propia base con una efectividad que sería encomiable si no fuera tan despreciable. Con Biden, el gran tranquilizador, listo para ocupar la Casa Blanca, el profundo y perdurable conservadurismo de los liberales más poderosos de Estados Unidos se hará más evidente.

Sin embargo, quedan verdaderos signos de esperanza. Animada por importantes victorias en el Congreso en Nueva York, Michigan, Minnesota y Missouri, la izquierda insurgente cuenta ahora con más cargos electos en sus filas que en cualquier otro momento de la historia moderna. Las históricas protestas de este verano contra la violencia policial, y el apoyo generalizado que recibieron, desmienten la idea de un país irremediablemente conservador, al igual que una gran cantidad de iniciativas electorales y encuestas a boca de urna que sugieren que persiste la necesidad de una alternativa a la mezquina feria bipartidista actual.

La presidencia de Trump está a punto de acabar. Para bien o para mal, la política llegó para quedarse.

Luke Savage  miembro del comité de redacción de la revista Jacobin, EEUU.

Fuente:

https://jacobinmag.com/2020/11/donald-trump-joe-biden-presidency-election

Traducción:Enrique García para Sin Permiso.

domingo, 8 de noviembre de 2020

Lo que espera la izquierda progresista de Biden.

 EEUU: Lo que espera la izquierda progresista de Biden. Entrevista

Alexandria Ocasio-Cortez  

Fuente .  Sin Permiso.

Durante meses, la representante Alexandria Ocasio-Cortez ha sido una buena militante del Partido Demócrata y de Joseph R. Biden Jr. para derrotar al presidente Trump.

Pero el sábado, en una entrevista de casi una hora, poco después de que el presidente electo Biden fuera declarado ganador, Ocasio-Cortez ha dejado claras que las divisiones en el partido de las primarias todavía existen. Y descartó las críticas actuales de algunos miembros demócratas de la Cámara que culpan a la izquierda de la perdida de escaños importantes. Algunos de los miembros que han perdido, dice, se habían convertido en "patos de feria".

Estos son extractos editados de la conversación con Astead W. Herndon para el NYT.

 Ya tenemos una comprensión más completa de los resultados. ¿Cuál es tu interpretación general?

 La principal es que ya no estamos en una caída libre al infierno. Pero si vamos a recuperarnos o no es la cuestión central. Hemos frenado la caída. Y la pregunta es si y cómo nos vamos a recuperarnos.

Sabemos que la cuestión racial es un problema y que evitarla no resuelve ningún problema electoral. Debemos desarmar activamente el potente efecto del racismo en las urnas.

Pero también hemos descubierto que las políticas progresistas no perjudican a los candidatos. Todos los candidatos que copatrocinaron Medicare para todos en un distrito indeciso han conservado su escaño. Además, sabemos que copatrocinar el Green New Deal tampoco ha sido causa de derrota. Mike Levin fue uno de los copatrocinadores originales de la ley y ha conservado su escaño.

 En relación con tu primer punto, los demócratas han perdido escaños en unas elecciones en las que se esperaba que ganasen más. ¿Lo atribuyes al racismo y al supremacismo blanco en las urnas?

Creo que será muy importante cómo trata internamente el partido este tema y si va a ser honesto al realizar una verdadera autopsia y realmente indagar por qué las perdidas. Porque antes incluso de que tuviéramos datos sobre muchas de estas campañas electorales ya había quién señalaba con el dedo a los progresistas y acusaba al Movimiento por las Vidas Negras de tener la culpa.

He comenzado ha analizar en detalle esas campañas. Y el hecho es que he desbancado a otros demócratas en los últimos dos años. He derrotando las campañas dirigidas por el DCCC estos dos años. Así conseguí entrar en el Congreso. Así es como conseguimos que se eligiera a Ayanna Pressley. Así ganó Jamaal Bowman. Así lo consiguió Cori Bush. Así que sabemos cuales son los puntos vulnerables de las campañas demócratas.

Algunos de estos puntos débiles son ilegales. Son malas prácticas. Conor Lamb gastó $ 2,000 en Facebook la semana antes de las elecciones. No creo que nadie que no este en la web de una manera real en este Año de Nuestro Señor 2020 y pierde una elección pueda culpar a nadie más si ni siquiera está en la web.

Y hemos analizado muchos aspectos de estas campañas derrotadas, y la realidad del asunto es que si no estás invirtiendo $ 200,000 en Facebook para recaudar fondos, para convencer, para reclutar voluntarios, para convencer a la gente de que vote … la semana antes de las elecciones, no se está funcionando a toda máquina. Y ni una sola de estas campañas ha estado funcionando a toda máquina.

Bueno, Conor Lamb ganó. Lo qué estás diciendo es que ¿La falta de inversión en promoción digital y campañas han sido una causa más importante de la derrota de los  demócratas moderados que las políticas progresistas?

Esta gente están apuntando hacia los mensajes republicanos que realmente creen que han acabado con ellos, ¿verdad? Pero, ¿por qué son tan vulnerables a estas acusaciones?

Si no haces campaña puerta a puerta, si resulta que no estás en la web, si tus principales instrumentos de campaña son la televisión y el correo, es evidente que no estás haciendo una campaña a toda máquina. Simplemente no veo cómo alguien puede atreverse a hacer estas afirmaciones ideológicas cuando no ha realizado una campaña de verdad.

Nuestro partido ni siquiera esta en la web, no de una manera real que muestre su capacidad. Y así, sí, han sido vulnerables a esos mensajes, porque ni siquiera estaban en los medios donde estos mensajes han sido más potentes. Claro, puedes acusar al mensaje, pero han sido unos “patos de feria”, meros patos sentados de un tiro al blanco.

Barack Obama construyó con razón un equipo completo de campaña a nivel nacional sin depender del Comité Nacional Demócrata. Y cuando dejó de utilizarlo perdimos la mayoría de la Cámara. Porque el partido, por sí mismo, no tiene la capacidad mínima para ello, y no hay cantidad de dinero que pueda arreglarlo.

Si pierdo mi elección, salgo y digo: “Es culpa de los moderados. La causa es que no se nos permitió tener una votación sobre Medicare para todos ". Y abren mi caja de campaña y descubren que solo gasté $ 5.000 en anuncios de televisión la semana antes de las elecciones, ¿qué pasaría? Se reirían de mí. Y eso lo que esta ocurriendo cuando intentan responsabilizar al Movimiento por las Vidas Negras de su derrota.

¿Hay algo que te haya sorprendido en este martes electoral? ¿O reconsiderar tus puntos de vista previos?

La proporción del apoyo blanco a Trump. Creía que la votación estaba sellada, sin embargo, simplemente al verla, tenía esa sensación de darme cuenta del trabajo que ahora tenemos que hacer.

Tenemos que hacer mucho trabajo anti-racista, una campaña profunda puerta a puerta en todo el país. Porque si seguimos perdiendo sectores del electorado blanco y simplemente permitimos que Facebook radicalice a más votantes blancos, no hay suficientes personas de color y jóvenes que puedan compensar eso.

Pero el problema inmediato es que  creo que gran parte de la estrategia demócrata es evitar trabajar en ese sentido. Se limita a intentar no despertar al oso. Ese es su argumento con el  recorte de fondos a la policía, ¿verdad? No agitar el resentimiento racial. No creo que eso sea sostenible.

Hay mucho pensamiento mágico en Washington, que estas cosas solo incumben a gente especial que cae desde arriba. Año tras año, rechazamos la idea de que trabajen y lleven a cabo campañas sofisticadas con la excusa de que son personas mágicas y especiales. Quiero que la gente se quite estas gafas y se dé cuenta de cómo hacer las cosas mejor.

Si eres del DCCC y los candidatos titulares están siendo sangrados por los nuevos candidatos progresistas, quizás quiera utilizar alguna de esas firmas consultoras de campaña.. Pero en vez de hacer eso, las prohíbe. El DCCC ha prohibido todas y cada una de las mejoras agencias del país en organización digital.

La dirección y una parte del partido - francamente, gente en algunos de los puestos de toma de decisiones más importantes del partido – están tan cegadas por este sentimiento anti-activista que son ciegas ante los medios y ventajas que proporcionan.

Llevo dos años pidiendo al partido que me dejen ayudarles. Ese es otro de los motivos de mi indignación. He intentando ayudar. Antes de las elecciones, me ofrecí a ayudar a cada uno de los candidatos demócratas en distritos indecisos. Y todos ellos, menos cinco, rechazaron mi ayuda. Y los cinco de distritos vulnerables o indecisas a las que ayudé consiguieron la victoria o están camino hacia una victoria segura. Y todos los que rechazaron mi ayuda están perdiendo. ¡Y ahora nos culpan de su pérdida!

Por eso quiero que mis colegas comprendan que no somos el enemigo. Y que su base no debería ser el enemigo. Que el Movimiento por las Vidas Negras no debería ser el enemigo, que Medicare para todos no debería ser el enemigo. No se trata de ganar un debate. Sino de que si siguen equivocándose, quiero decir, simplemente están demostrando su propia inutilidad.

¿Qué expectativas tienes sobre la apertura de la administración Biden hacia la izquierda? ¿Y cuál es su estrategia para cambiarla?

No sé hasta que punto estarán abiertos. Y no es algo personal. Simplemente, la historia del partido es que las bases son importantes a la hora de ser elegidos, pero son olvidadas después.

Siento que el periodo de transición indicará si la administración Biden adoptará o no una estrategia más abierta y colaborativa, o si será una estrategia de contención y enfriamiento. Porque la transición de Obama marcó una tendencia para 2010 y fue la causa de algunas de las pérdidas demócratas en la Cámara. Fueron muchas de estas decisiones en el periodo de transición, y quién fue nombrado para puesto de dirección, lo que realmente determinó, como era de esperar, la estrategia de gobierno.

¿Y si la administración es hostil? ¿Si adoptan el punto de vista de John Kasich sobre quién debe ser Joe Biden? ¿Qué harás?

Bueno, no estaré muy animada, porque vamos a perder. Y así son las cosas. Estos nombramientos de transición, envían una señal. Determinan una narrativa de a quién atribuye la administración esta victoria. Y será realmente difícil después de que los activistas jóvenes inmigrantes ayudasen probablemente a ganar Arizona y Nevada. Va a ser realmente complicado después de Detroit y de que Rashida Tlaib fuera la que consiguiera los votantes en su distrito.

En realidad, es muy difícil recurrir a los no votantes cuando realmente sienten que nada cambia para ellos. Cuando realmente sienten que la gente no los ve, ni reconoce su participación.

Si después de que el 94 por ciento de Detroit fuera para Biden, si después de que los organizadores negros simplemente duplicaran y triplicaran la participación en Georgia, si después de que tanta gente organizase Filadelfia, el Partido Demócrata cree que fue John Kasich quién ganó estas elecciones, no puedo ni imaginar lo peligroso que eso es.

Estás diagnosticando tendencias a nivel nacional. Quizás eres la voz más conocida de la izquierda en la actualidad. ¿Qué podemos esperar de ti en los próximos 4 años?

No lo sé. Creo que probablemente tendré más respuestas a medida que avancemos en la transición y hacia el nuevo período. Cómo responda el partido influirá mucho en mi estrategia y en lo que siento que es necesario

Los dos últimos años han sido bastante hostiles. Externamente, hemos sido rentables. Externamente, ha habido un montón de ayuda, pero internamente, ha sido extraordinariamente hostil a cualquier cosa que huela a progresista. 

¿Está el partido dispuesto a sentarnos y trabajar colectivamente y pensar cómo vamos a hacer uso de los medios de todos en el partido? ¿O simplemente se van a limitar a doblar la presión en esta estrategia asfixiante? Eso determinará lo que haga.

¿Existe un escenario que sea lo suficientemente hostil como para que estemos hablando de una campaña para el Senado en un par de años?

Realmente no lo sé. Ni siquiera sé si deseo estar en política. Sabes, de hecho, en los primeros seis meses de mi legislatura, ni siquiera sabía si iba a postularme para la reelección este año.

¿De Verdad? ¿Por qué?

Es la tensión. Es el estrés. Es la violencia. Es la falta de ayuda de tu partido. Es tu propio partido que te considera el enemigo. Cuando sus propios colegas filtran de forma anónima a la prensa y luego se dan la vuelta y te acusan de decir lo que piensas con nombre y apellidos.

Decidí postularme para la reelección porque sentí que necesitaba demostrar que esto es real. Que este movimiento es real. Que no fui elegida por casualidad. Que la gente realmente necesita atención médica asegurada y que la gente realmente necesita que el Partido Demócrata luche por ellos.

Pero soy sincera cuando le digo a la gente que las probabilidades de que me presente a unas elecciones más importantes o de que me retire a una granja perdida son probablemente las mismas.

Alexandria Ocasio-Cortez  Miembro de los Democratic Socialist of America, es representante en la Camara por el 14ª distrito de Nueva York.(1)

Fuente:

https://www.nytimes.com/2020/11/07/us/politics/aoc-biden-progressives.html?action=click&module=Spotlight&pgtype=Homepage

Traducción:Enrique García para  Sin Permiso....

Nota del blog .-https://www.cuartopoder.es/analisis/2019/02/28/una-politica-para-todos-el-green-new-deal-de-alexandria-ocasio-cortez/


sábado, 7 de noviembre de 2020

¿Qué piensa hacer Joseph R. Biden en política exterior ?


23 ene. 2020 — Why America Must Lead Again. Rescuing U.S. Foreign Policy After Trump. By Joseph R. Biden, Jr. March/April 2020.


Para un versión en castellano poner este enlace en  google , sino sale aquí al picar ...traducir ..

https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-01-23/why-america-must-lead-again

Nota del blog .- No olvidemos que  Biden  como Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, apoyó las políticas del presidente George W. Bush, y reclamando tropas terrestres adicionales para Afganistán. Aunque se opuso inicialmente a una acción unilateral, no sin antes agotar todas las vías diplomáticas, en octubre de 2002 votó a favor de la resolución que autorizaba al Gobierno a utilizar la fuerza contra Irak. ​ Su apoyo fue crucial desde su condición de presidente del Comité de Relaciones Exteriores. Apoyó la expansión de la alianza de la OTAN en Europa del Este y su intervención en las Guerras Yugoslavas de la década de 1990.  Y utilizar la fuerza militar contra Slobodan Milošević.  Apoyo igualmente la intervención en Libia . Lo cual no quiere decir que no haya que celebrar  la derrota  de  lo que era el trumpismo internacional . Veremos.... 


viernes, 6 de noviembre de 2020

La máquina infernal .

 La máquina infernal

Editorial, por Serge Halimi, noviembre de 2020

La sociedad francesa, que ya se enfrenta a angustias sanitarias, ecológicas, económicas y sociales, está sufriendo una andanada de golpes en forma de atentados terroristas. Debido a ello, se la quiere movilizar para la “guerra”. Una vez más. Pero como el enemigo a menudo es indetectable, su destrucción reclama un arsenal cada vez más potente que el anterior. No –o todavía no– cañones y paracaidistas, sino nuevos ataques contra las libertades públicas. Porque ¿quién se atreve a defenderlas tras un atentado o durante una epidemia? Así pues, se imponen y aceptan restricciones sin debate. Nos dicen que solo se trata de un paréntesis; que lo veremos cerrado en cuanto acaben con el virus, o el terrorismo, y vuelvan los días felices. Pero los días felices no vuelven. Y sometida a ese régimen, una sociedad puede estallar.

 En semejante contexto, el crimen de un islamista fanático que, basándose en un testimonio engañoso difundido en las redes sociales, decapitó a un docente que no conocía, ha aturdido y sublevado a todo un pueblo. Un checheno sin vínculo estrecho con una organización terrorista; cómplices poco numerosos; apoyos casi inexistentes en el país: en otro tiempo, el asesinato de Samuel Paty habría sido una tragedia provocada por un demente. Pero se produce tras numerosos actos de terror islamista que una palabra o dos los relaciona entre sí: Salman Rushdie, 11 de septiembre, Bali, Madrid, Mohammed Merah, Charlie, Bataclan, Niza... Atentados sangrientos o amenazas de muerte dirigidos contra escritores, judíos, caricaturistas o cristianos y que también han acabado con la vida de musulmanes.

 Por ello, resulta palmaria la irresponsabilidad de aquellos que, en cuanto se dio a conocer la decapitación ocurrida en Conflans-Sainte-Honorine, se sobrepusieron rápidamente al horror para pregonar, erróneamente, que en materia de vigilancia y represión “no se ha hecho nada en treinta años”, y exigir que el Estado adopte medidas de excepción contra los musulmanes y los migrantes. La derecha habla de modificar la Constitución; el ministro del Interior se preocupa por “estantes de cocina étnica” en los supermercados; algunos periodistas reclaman que se silencie al Consejo de Estado, al Consejo Constitucional o al Tribunal de Justicia de la Unión Europea para que ya nada pueda obstaculizar las órdenes administrativas arbitrarias y las encarcelaciones motivadas por una simple ficha policial. Estos mismos añaden que hay que prohibir los “discursos del odio” en las redes sociales sin percatarse de que propagan discursos igual de tóxicos, pero en cadenas de información continua.

 El horror de un crimen habría podido favorecer el apoyo por fin unánime de la población a docentes a los que los sucesivos Gobiernos han sometido a recortes presupuestarios y entregado a las presiones de padres de alumnos menos preocupados por sus condiciones de trabajo que por el contenido de sus clases. En lugar de eso, resurge el discurso del “choque de civilizaciones”. Este solo podrá dividir todavía más a segmentos del pueblo francés que son sistemáticamente redirigidos –y no solo los integristas musulmanes o la extrema derecha– a su “comunidad”, su familia, su Dios (1). Es contra esa máquina formal contra la que “no se ha hecho nada en treinta años”.

 (1) Véase “‘Ahmadinejad, mon héros’”, Le Monde diplomatique, París, agosto de 2016. 

Serge Halimi  ...Director de Le Monde diplomatique.

https://mondiplo.com/la-maquina-infernal

jueves, 5 de noviembre de 2020

La cuestión del fascismo .

 La cuestión del fascismo. Bonapartismo y crisis contemporánea de la hegemonía neoliberal

NOAH BASSIL, KARIM POURHAMZAVI, GABRIEL BAYARRI

 Viento Sur

El estallido de la covid-19 ha provocado una nueva serie de debates sobre la naturaleza de la crisis del capitalismo y en lo que puede resultar. Los niveles de desempleo y la escala de la recesión económica son hasta ahora sólo comparables a la Gran Depresión de la década de 1930. Esto ha llevado a múltiples medios de comunicación y revistas occidentales influyentes como The Economist y Foreign Affairs a predecir el declive de la hegemonía estadounidense y, por tanto, la desaparición del orden mundial neoliberal surgido en la época de la crisis mundial de los años setenta. Esto plantea la cuestión de si el declive del orden mundial neoliberal ha surgido de la pandemia o si la crisis de hegemonía se produjo mucho antes de la actual propagación de la Covid-19.

 La noción de crisis de hegemonía o bonapartismo puede entenderse inicialmente a partir de los escritos de Karl Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Según Marx, el bonapartismo es un fenómeno político que pone fin a una época progresiva concreta como la Revolución francesa de 1789. Marx construye inicialmente la idea del Bonapartismo en el fin de una fase jacobina de la Revolución francesa, en el afianzamiento del Estado que representaba el interés de la élite burguesa y en el ascenso de Napoleón Bonaparte I en 1805-1814. El sobrino de Napoleón, Luis Bonaparte, en 1848-1852 pone fin a la revolución de 1848 aplica la “tragedia” original con la repetición de la historia en forma de “farsa”. Otro aspecto de este texto que hemos encontrado influyente es que Marx identifica la crisis de liderazgo de las clases dominantes como la condición crucial en la que se basó el ascenso de Luis Bonaparte. En este vacío, Luis Napoleón supo representarse a sí mismo como paladín ante grandes sectores de la población, especialmente los trabajadores rurales, que consideraban que el sistema político no reflejaba sus intereses.

 Los dos ejemplos de Marx ponen de relieve la forma en que un líder bonapartista se sitúa por encima de las clases y el conflicto de clases en una situación en la que ni la burguesía ni el proletariado pueden establecer un dominio sobre el otro. Es en esta situación, y donde hay una ausencia de equilibrio de poder entre las fuerzas en conflicto, lo que allana el camino para que surja un hombre fuerte como líder bonapartista que eventualmente devuelva el dominio a la burguesía.

 Los ejemplos mencionados anteriormente fueron centrales para otro pensador marxista, Antonio Gramsci. Para Gramsci, una élite gobernante es hegemónica o no hegemónica. La hegemonía para Gramsci implicaba la construcción de un sistema, material, institucional e ideológico que estaba en el interés de la clase dominante pero apoyado por una sección transversal de otras clases a través del consenso. Un sistema capitalista hegemónico es aquel en el que todo un sistema social se construye sobre la base de cómo beneficia mejor a la burguesía, especialmente a la fracción de capital que controla las alturas dominantes de la economía, mientras que presenta los beneficios de los capitalistas como el interés de todos. Cuando la fachada de este sistema se erosiona en momentos en que el sistema ya no puede ofrecer un mínimo de prosperidad o seguridad a las masas, puede surgir una crisis de hegemonía como en los años treinta, setenta y más recientemente, como sostenemos, desde la actual crisis financiera mundial desde 2008.

 La crisis de hegemonía se produce cuando las fuerzas en conflicto son incapaces de establecer un dominio sobre sus rivales. La “crisis”, como explica Antonio Gramsci, es “…lo que se llama “crisis de autoridad”. Si la clase dominante ha perdido su consenso, es decir, ya no es “dirigente” sino sólo “dominante”, ejerciendo únicamente la fuerza coercitiva, esto significa precisamente que las grandes masas se han desprendido de las ideologías tradicionales y ya no creen lo que antes creían, etc.

 La perspectiva de Gramsci sobre la hegemonía y la crisis de hegemonía se ha incorporado en varios campos para explicar los órdenes nacionales y mundiales, y las luchas que impregnan la política nacional y mundial.(Cox, 1982). Nuestra sugerencia aquí es que una combinación de Bonapartismo y Cesarismo proporciona una herramienta teórica útil para entender la actual crisis de hegemonía y la aparición de, lo que argumentamos, son los líderes neo-bonapartistas, siendo notables Donald Trump en EE UU o Jair Bolsonaro en Brasil.

 En los siguientes apartados reflexionamos utilizando como base contextual la crisis de la hegemonía neoliberal. El próximo artículo profundizará en las ideas planteadas en este artículo inicial. Los siguientes artículos examinarán la crisis de la hegemonía neoliberal a nivel mundial, en los EE.UU., en Brasil y en el Oriente Medio.

 Los fenómenos de Trump y Bolsonaro

 Este apartado aborda un tema que surgió en las discusiones de diferentes académicos sobre el lenguaje que se está utilizando para describir a los líderes populistas de derecha contemporáneos en este período de crisis del orden capitalista neoliberal. Un número significativo de académicos, incluyendo académicos marxistas, han etiquetado a Trump y Bolsonaro como fascistas 1/. Ninguno de nosotros llamaría a Trump o Bolsonaro fascistas o proto-fascistas. Esto no se debe a ninguna distinción que hagamos en cuanto a retórica, ideología o actitud. Consideramos que los intentos de definir a Trump, y a otros populistas de derecha de la misma clase, como fascistas o no, no están abordando el punto central. El punto no es si Trump y Bolsonaro son individualistas o colectivistas, o si emplean la demagogia, o que apuntan a las minorías para explicar el declive del pueblo, o volk. En muchos sentidos, tanto Trump como Bolsonaro reúnen suficientes de estas características para ser definidos como fascistas.

 Queremos examinar las condiciones necesarias para que el fascismo emerja plenamente. A pesar de estar en un momento de crisis, las condiciones aún no se han cumplido plenamente. El tema de la crisis es fundamental en este proyecto. La explicación de Gramsci de la crisis, su teorización de la hegemonía, y la articulación del fascismo como una forma de bonapartismo-cesarismo es de inmenso valor para nosotros como investigadores, y de la investigación sobre el actual malestar político.

 Trump y Bolsonaro significan un tiempo de crisis no resuelta donde en términos gramscianos “…lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos”. Por el momento, debemos detallar las razones por las que creemos que ni Trump ni Bolsonaro pueden ser llamados fascistas.

 Hay una tentación comprensible de usar la etiqueta de fascista para cualquier movimiento político o social que emplee el racismo y el miedo para oprimir los derechos de los trabajadores y de las minorías, y que valorice la nación y militarice la sociedad. Sin embargo, la izquierda debe usar la etiqueta juiciosamente y con una comprensión, y una memoria, de lo que enfrenta si se quiere diseñar un desafío viable. Es con esto en mente que invertimos tiempo en examinar este asunto.

 Definiendo el fascismo

 Uno de los análisis marxistas más potentes del fascismo es el de León Trotsky. Primero, en su formulación del fascismo demuestra que no todo líder o dictador de derecha puede ser clasificado como fascista. Trotsky ve a los fascistas como el último recurso de la clase capitalista. En su opinión, las clases dominantes les piden que protejan el orden imperante cuando “los recursos policiales y militares ‘normales’ de la dictadura burguesa, junto con sus pantallas parlamentarias, ya no bastan para mantener a la sociedad en un estado de equilibrio” y según él, ese es el momento en que “llega el turno del régimen fascista”(Trotsky, 2005: 18). Antonio Gramsci, cuya obra es central para conceptualizar el carácter de los líderes contemporáneos y para explicar su ascenso al poder, se refirió al fascismo en Italia como una “reacción capitalista fanfarrona” a los órganos de clase del proletariado” (Gramsci, 1978).

 El análisis de Gramsci sobre el fascismo italiano proporciona dos revelaciones fundamentales. La primera es que los orígenes de los fascistas son independientes de la clase capitalista. En cambio, según Gramsci, el fascismo parece haber sido impulsado por el miedo y el antagonismo de la pequeña burguesía hacia la creciente influencia de los movimientos obreros. En segundo lugar, Gramsci establece que la explotación instrumental del fascismo por parte del capitalismo en la lucha con los socialistas y los movimientos proletarios está en el centro del ascenso de los movimientos de la periferia al centro de la política italiana de manera que “…refuerza el sistema hegemónico y las fuerzas de coacción militar y civil a disposición de las clases dominantes tradicionales”(Gramsci, 1971: 120). Al igual que Trotsky, y antes que él, Gramsci sitúa el ascenso del fascismo en la crisis del capitalismo.

 Al examinar a Donald Trump en el poder, el académico estadounidense Dylan Riley (2019)comparte una posición sobre el fascismo similar a la propuesta por Trotsky y Gramsci. Se abstiene de referirse a Donald Trump como fascista porque a pesar de todo el errático derechismo de Trump no ha habido suspensión de las libertades burguesas. Tampoco ha habido un apoyo explícito y absoluto del Estado para que la derecha ataque violentamente a las movilizaciones anti-establishment de movimientos obreros y otros movimientos revolucionarios progresistas [6]. Riley percibe el fascismo como un último recurso de las clases dominantes capitalistas fatigadas por sus constantes luchas contra la agitación de las masas desde abajo. Estas luchas se intensifican, según Riley, a medida que la crisis de hegemonía se intensifica y puede conducir a una respuesta fascista cuando los intentos de la clase dominante de reformular la hegemonía fracasan. Volveremos a Riley cuando examinemos los aspectos bonapartistas de Donald Trump.

 Crucialmente, ni Trump ni Bolsonaro han suspendido la democracia liberal burguesa o desechado el estado de derecho. Si bien no hay pruebas de que ninguno de estos líderes se erigiera en baluarte de los esfuerzos por destruir la democracia o el estado de derecho si una amenaza significativa de la izquierda pusiera en peligro su riqueza y poder y el de sus aliados, esto no ha ocurrido todavía. Bolsonaro, y Brasil, es probablemente más sensible a desarrollar un régimen con elementos dictatoriales, dados sus antecedentes y sus elogios públicos a la dictadura militar de derecha pro-estadounidense de Brasil (1964-85). Sin embargo, incluso la instalación de una dictadura militar no produciría, por sí sola, un régimen fascista. No tenemos espacio aquí para un análisis en profundidad al respecto; no obstante, es importante señalar que para que surja el fascismo es necesario que se desmantelen otros aspectos del sistema burgués liberal, normalmente de forma violenta, incluidos los militares, la policía y otras instituciones encargadas de proteger los intereses del orden establecido. También es un requisito del fascismo, según Gramsci, que el líder, el partido y el movimiento superen el control de clase en el que se basó en la fase inicial de ascenso al poder. Esto aún no ha sucedido ni en los EE.UU con Trump ni en Brasil con Bolsonaro.

 La suspensión del actual sistema de gobierno burgués dependerá de la profundidad de la crisis hegemónica y de si esta crisis pone en peligro el sistema de las fuerzas contra-hegemónicas. Si esto sucede, entonces la matonería característica del fascismo podría ser desatada con el objetivo de anular a los movimientos revolucionarios. Elementos de esta táctica han sido evidentes en la década siguiente a la GFC (Global Financial Crisis), como demostrarán los siguientes ejemplos.

 En EE UU, tras la GFC y la aparición de los movimientos de Occupy hubo pruebas de que la clase dirigente se preparaba para un enfrentamiento. La creación del Tea Party en 2010 y desde entonces, la continua benevolencia de la clase dirigente hacia los grupos de derecha, de supremacía blanca, muestra que la clase dirigente tiene una estrategia para lidiar con la disidencia masiva de los trabajadores. Los eventos en Charlottesville en 2017 fueron una muestra de armas y en sí mismos probablemente no son una señal de que la ultraderecha sea una fuerza importante en la política de EE UU. Sin embargo, fue la forma en que ciertos segmentos de la sociedad estadounidense, especialmente el Presidente y los miembros del Partido Republicano, presentaron a la ultraderecha como víctimas iguales de la violencia antirracista y antifascista o antifa. Esto marcó el alcance de una alianza taciturna entre elementos de la clase dirigente estadounidense y la ultraderecha. En esta época de covid-19, el continuo apoyo a la derecha alternativa (alt-right) es una señal de que tal estrategia sigue en pie.

 En el caso de Brasil, los temores de la clase dirigente hacia los grupos más vulnerables, principalmente los pobres, los negros, las mujeres y la comunidad LGBTQ se han manifestado en el apoyo a Bolsonaro y a los extremistas de derecha. La retórica de la extrema derecha, en parte legado colonial y en parte influenciada por el programa anticomunista de la derecha de la guerra fría, se hizo más pronunciada en la esfera pública a partir de junio de 2013, cuando estallaron en todo el país una serie de manifestaciones. En el periodo previo a las elecciones de 2018, las manifestaciones reforzaron su carácter ultraconservador, de anticorrupción, pro-militarista y anti-establishment. Individuos e ideologías de extrema derecha existen cerca de la Presidencia y de la clase dirigente. Los que están en el poder no han permitido que los grupos de extrema derecha ejerzan una violencia extrajudicial generalizada para silenciar a los partidos progresistas y obreros, ni hay pruebas de que se haya suspendido el orden público.

 La relación entre la Presidencia y los elementos fascistas de extrema derecha con los militares en Brasil es obvia. Por el momento, como en el caso de Trump en EE UU, el estado de derecho y las instituciones formales del Estado siguen protegiendo los intereses de las clases dirigentes, evitando la necesidad de formalizar a los elementos de extrema derecha como parte del aparato estatal y de desatar la violencia típica del fascismo. Al mismo tiempo, hay elementos sistémicos en la democracia burguesa liberal que impiden a los movimientos de extrema derecha actuar con impunidad. Además, especialmente en EE UU, hay un apoyo significativo de las élites corporativas, especialmente de los partidarios del Partido Demócrata tras la derrota de la figura contrahegemónica de Bernie Sanders, primero en 2016 y de nuevo en 2020, y la reanudación de la política normal como las opciones corporativas preferidas para la Presidencia.

 Mientras algunas de estas fuerzas continúen manteniendo un equilibrio que asegure la salvaguardia de los intereses de la élite y otras instituciones protejan los derechos de los representantes de la clase obrera y las minorías, el orden actual debería estar a salvo de una toma de poder fascista. Es este equilibrio el que, mientras escribimos, significa que ni EE.UU ni Brasil han avanzado abiertamente hacia la solución fascista, incluso existiendo elementos del fascismo, así como pruebas de que tanto Trump como Bolsonaro no sólo tienen simpatías por los agitadores de extrema derecha, sino que se adhieren a muchas de las mismas ideologías y tácticas de los movimientos de extrema derecha. No ofrecemos predicciones sobre si el fascismo llegará en EE UU. o en Brasil. Lo haga o no, el fascismo dependerá del equilibrio de fuerzas, especialmente de la capacidad de las fuerzas antifascistas para unirse y de los acontecimientos que aún están por ocurrir. Por el momento, el líder carismático sigue siendo ascendente y en el próximo artículo exploraremos las condiciones en las que el líder carismático emerge.

 Covid-19: Brasil y el cesarismo regresivo de Jair Messias Bolsonaro

 Era 18 de marzo de 2020, y el presidente brasileño Jair Messias Bolsonaro había convocado una conferencia de prensa, junto con sus ministros, para discutir la situación de la pandemia de covid-19 en Brasil. El Presidente trató de volver a ponerse su mascarilla médica frente a los medios de comunicación. Al no poder hacerlo, Bolsonaro colocó la máscara sobre los ojos, cubriéndoselos, en lugar de la boca y la barbilla. Esta imagen se convirtió en un símbolo que representaba la ignorancia e incompetencia con la que el Presidente de la República estaba manejando la pandemia de covid-19.

 El Presidente demostró una vez más que su lealtad era la de los grandes grupos empresariales del país, aunque fuera a costa de la salud de sus compatriotas. Bolsonaro animó a los brasileños a salir a las playas, a ir de compras y a los bares y restaurantes. Su actitud desdeñosa ante la pandemia mundial era evidente en la forma en que la describía: “El coronavirus es sólo una pequeña gripe”, “debido a mi historia como atleta, si la contrajera no tendría que preocuparme”2/, o “los brasileños deberían ser estudiados. Nunca se infectan. Vemos a la gente nadando en las alcantarillas, y salen y no les pasa nada”.

 A medida que el impacto de la pandemia en Brasil se intensificó, los nombramientos del gobierno de Bolsonaro parecían desmoronarse, perdiendo a sus dos ministros de Salud y Justicia en sólo una semana. ¿Pero cómo había llegado a la presidencia un líder así? Para entenderlo, debemos estudiar el apoyo que dio forma al proyecto de extrema derecha que es el fenómeno conocido como Bolsonarismo.

 Brasil, el mayor país sudamericano con casi 210 millones de habitantes, es también un ejemplo de cómo la clase dirigente ha rediseñado los símbolos del neoliberalismo en los últimos años. A pesar de los altos índices de desigualdad y racismo estructural y de los enormes índices de violencia 3/, los brasileños eligieron al ultraderechista Jair Messias Bolsonaro como presidente de la República en 2018. El proyecto de Bolsonaro de construir una hegemonía consistía en un proyecto cultural, político y económico alineado: la articulación de los grandes terratenientes en el sector agrícola del país, las iglesias evangélicas y el ejército, un bloque de poder capaz de activar mecanismos de barbarie. Sus intereses están muy alejados de los de las clases populares. Se consideran defensores de un proyecto político caracterizado por la privatización de los servicios públicos, el racismo postcolonial, el ataque a las minorías y el uso de la violencia contra las regiones periféricas y las zonas habitadas por las clases populares.

 Sin embargo, la contradicción evidente se justificaba diciendo que Bolsonaro era un “hombre del pueblo”, es decir, un hombre que podía poner “orden en la casa” frente a la corrupción de la clase política. Bolsonaro había sido diputado durante 27 años, pero consiguió transmitir esta imagen de persona normal, y sus defectos y su retórica violenta fueron una reafirmación de que, como hombre normal, era una persona imperfecta. Las características autoritarias de esta figura no se interpretaron como una amenaza a las libertades individuales, sino que sus simpatizantes vieron en él una figura autoritaria contra el enemigo o, en términos gramscianos, como un cesarismo regresivo capaz de superar las partes en conflicto del establishment, siendo una manifestación y supuesta solución a una crisis orgánica. Bolsonaro se presentó como una figura mesiánica, un mesías en el que poner la fe y la esperanza. Bolsonaro había articulado una frontera de identificación política: el “buen ciudadano”, que sería cualquier votante suyo, contra los “bandidos”. Los bandidos serían cualquier persona en su contra que, a través de un proceso de higienización característico del fascismo, no sería una persona con “sustancia moral digna”, es decir, una persona que pudiera ser atacada y eliminada (Cardoso de Oliveira, 2002).

 El cesarismo regresivo de la figura de Bolsonaro se justificaba, por lo tanto, por las clases populares a través de la metáfora de la guerra (Lakoff, 1996): según esta metáfora, Brasil se encontraría en una guerra santa de moralidad y buena ciudadanía, y sólo un héroe, con rasgos estrictos y autoritarios, tendría la capacidad de hacer esa guerra y liberar a Brasil del infierno. Una vez construida esta metáfora, el miedo se apoderó de la población, sometiéndose emocionalmente aún más a la figura autoritaria de Bolsonaro y dando lugar a una falsa nostalgia: nostalgia de los tiempos gloriosos, de los militares del golpe de Estado de 1964 y del “pequeño-gran hombre” (Adorno, 1950) en líderes que, como Hitler o Mussolini, representaban las imperfecciones más cotidianas ligadas a los rasgos mesiánicos construidos desde la época de César.

 ¿Qué hacemos en tiempos de coronavirus?

La actual epidemia de COVID-19 ha sido tratada por los líderes de la extrema derecha mundial como una “pequeña gripe” (en el caso de Bolsonaro), un racismo hacia los asiáticos al llamar a la epidemia el “virus chino” (en el caso de Trump), construyendo una metáfora de la guerra, no contra el virus, sino contra los cuerpos portadores, es decir, principalmente los pobres y/o inmigrantes. Ambos discursos son un ejemplo de cómo estos líderes, construidos sobre la retórica anti-establishment, son en última instancia representantes del orden financiero, de un neoliberalismo moribundo a partir del cual debemos construir alternativas.

 Otros representantes de la extrema derecha, como el presidente indio Narendra Modi o el presidente filipino Rodrigo Duterte, están utilizando castigos físicos, como el encarcelamiento en jaulas para perros o la amenaza de ser fusilados si no cumplen con las medidas establecidas 4/.

 Nos encontramos en un momento histórico en el que los progresistas deben luchar contra la crisis hegemónica del neoliberalismo que representan estas figuras. En este momento, las acciones de cada uno de nosotros pueden tener una trascendencia para las próximas décadas. Tal vez este texto sirva para aclarar los procesos de construcción de estos líderes autoritarios de la extrema derecha, y desenmascararlos, entendiendo en un momento de pandemia los verdaderos poderes fácticos que representan. En estos tiempos se está demostrando que estos líderes representan un cesarismo quimérico, una forma de populismo sin compromiso nacional-popular ni lazos de solidaridad internacional, que abandona a las clases populares al monstruo del neoliberalismo.

 Noah Bassil y Karim Poumhamzavi son profesores e invetigadores del Departamento de Historia Moderna, Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Macquerie de Sydney. Gabriel Bayarri es doctorando en antropología y sociología en la misma Universidad .y en la Universidad Complutense de Madrid. Los tres forman parte del Research into Global Power, Inequality and Conflict (RGPIC) de la Universidad Macquerie de Sydney..

 Se puede consultar este trabajo original en inglés en el blog del RGPIC en:

 https://rgpic.wordpress.com/ Contacto: mecentre@mq.edu.au

 Notas

 1/ Destacamos aquí algunos ejemplos de eminentes eruditos de los que hemos aprendido mucho, y tenemos mucho que aprender, incluyendo a Samir Amin https://monthlyreview.org/2014/09/01/the-return-of-fascism-in-contemporary-capitalism/ ; William E. Connolly, ‘Trump, the Working Class, and Fascist Rhetoric,’ Theory and Event, 20:1, 2017; Manuel Castells, http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=24300 ; John Bellamy Foster, Trump in the White House: Tragedy and Farce (2017).

 2/ Meses después, Bolsonaro contrajo la COVID-19, recibiendo el alta tras varias semanas ingresado.

 3/ En 2017, el número de homicidios en Brasil había aumentado a 63.880 anualmente, un incremento de más del 37,5% con respecto a 2007. Para este año, Brasil tenía un promedio de 175 homicidios por día. Fuente: Brazilian Institute of Geography and Statistics (IBGE).

 4/ Según informes de Human Rights Watch.

 Referencias

 Adorno, Th. W. et al. (1950) The Authoritarian Personality – Studies on Prejudice. New York, Harper & Brothers.

 Algar, H. (2002). Wahhabism: A Critical Essay. New York: Oneonta.

 Cardoso de Oliveira, Luis Roberto (2002). Direito Legal e Insulto Moral – Dilemas da Cidadania no Brasil, Quebec e EUA. Rio de Janeiro: Relume-Dumará.

 Cox, R. (1982). Gramsci, Hegemony and International Relations: An Essay in Method. Millennium – Journal of International Studies. Vol. 12. No. 2, pp 162-175.

 Gramsci, Antonio (1971) Selections from the Prison Notebooks: translated and edited by Quintin Hoare (Lawrence and Wishart: London, 1971)

 Gramsci, Antonio (1978) ‘The Two Fascisms’ in Selections from Political Writings (1921-1926). Londres:Lawrence and Wishart; originalmente publicado en Ordine Nuovo, 25 de agosto de 1921.

 Gramsci, Antonio (1987) Cuadernos de la cárcel. en Portantiero, J. C. y De Ipola, E. Estado y sociedad en el pensamiento clásico. Antología conceptual para el análisis comparado. Buenos Aires, Cántaro. (1ª ed. 1948)

 Hanieh, A. (2018). Money, Markets, and Monarchies: The Gulf Cooperation Council and the Political Economy of the Contemporary Middle East. New York: Cambridge University Press.

 Lakoff, G. (1996). Moral politics. Chicago: University of Chicago Press.

 Riley, Dylan (1919) “¿Qué es Trump?”, New Left Review, 114, pp. 7-36.

 Trotsky, Leon, Fascism: What is it and How to Fight It, edited by A. Banerjee and S. Sarkar (Delhi, India: Aakar Books, 2005), p. 18 [Edición en castellano: La lucha contra el fascismo, Barcelona, Fontamara, 1980].

  Fuente ..

 https://vientosur.info/la-cuestion-del-fascismo-bonapartismo-y-crisis-contemporanea-de-la-hegemonia-neoliberal/?fbclid=IwAR1QQFMZfBPm4Q9j7fFEAjnVw-VW9YYMF3DlvwYEeyrNy0ng

Nota del blog .-Decia en el post anterior ." En  sistema liberal la democracia de masas están privadas a veces  de espíritu democrático. Y busca  un líder  carismático...Eso ya lo sabemos.  ¿A qué viene ocultarlo  ahora? El refinado arte de la mentira y el torcimiento del significado de  las palabras   se llama fascismo y eso  es lo que ha hecho Trump  todo el tiempo mientras muchos lo tomaban por loco, cuando sus  palabras era su recurso del método fascista. Y para no nombrar esa palabra   se utiliza un eufemismo  se   le suele llamar  nacional populismo. El no utilizar el término real es otra formar  de negación  de lo evidente  en este proceso de fascistización de las masas en nombre de la libertad. Y su repetición no es una farsa sino una tragedia ". El proceso del fascismo norteamericano repito  ..es la  fascistización de las masas en nombre de la libertad.  Cosa que  para un liberal se le hace incomprensible . Y lo mismo esta haciendo Vox  aquí .Y uno recuerda las palabras de Thomas Man , "si alguna vez aparece el fascismo en USA lo hará en nombre de al libertad ", cada vez  que un democrata hace una propuesta , los republicanos trumpistas  responden . ¡Libertad !.