lunes, 12 de marzo de 2018

El Ibex 35 con Albert Rivera .

 

 

 

Los presidentes del Ibex 35 se reúnen en secreto con Rivera por el auge de Cs

Agustín Marco
El imparable ascenso de Ciudadanos en las encuestas no ha pasado desapercibido en los despachos de los presidentes del Ibex 35. Según han confirmado varias fuentes, José María Álvarez-Pallete, Borja Prado e Ignacio Sánchez Galán, máximos responsables de Telefónica, Endesa e Iberdrola, han mantenido en las últimas semanas reuniones con Albert Rivera, líder del partido que en los últimos sondeos ha superado claramente al PP y al PSOEcomo la fuerza más votada en España.
El estudio realizado por IMOP Insights para El Confidencial publicado el pasado lunes indicaba que el partido naranja obtendría un 28,5% de los votossi en estos momentos se celebrasen unas elecciones generales. Un estudio que además reflejaba el desplome de los populares y el estancamiento del PSOE —ambos con el 21,5%— y la caída de Unidos Podemos (17%). Cifras similares ha dado la última encuesta de Metroscopia difundida ayer por ‘El País’, según la cual Cs llegaría hasta el 28,9%, dejando atrás al PP, con el 21,5%, y al grupo liderado por Pedro Sánchez, con el 19,4%. El partido de Pablo Iglesias se mantendría en el 17%.

Unos datos que han puesto en guardia a los presidentes de varias de las empresas más relevantes del Ibex 35, algunas de las cuales tienen condicionado un alto porcentaje de sus ingresos al Boletín Oficial del Estado (BOE). Según han confirmado distintas fuentes, Álvarez-Pallete se ha visto en las últimas semanas con Rivera para conocer las líneas maestras de la que sería su política económica.
Aunque el actual presidente de Telefónica ha querido tomar distancia de la clase política para no ser acusado de la complicidad de su antecesor, César Alierta, con el poder, lo cierto es que Álvarez-Pallete se ha visto con el líder de Ciudadanos en la sede oficial de la operadora. Desde la compañía han declinado hacer ningún comentario sobre esta información, al señalar que no hacen pública la agenda de su primer ejecutivo. No obstante, han añadido que Álvarez-Pallete, que ha eliminado todos los consejos territoriales plagados de políticos, recibe a todo aquel que le quiere ver.
 
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Otras fuentes explican este encuentro como un hecho normal dentro de las relaciones institucionales que una empresa como Telefónica debe tener con los distintos partidos políticos, ya estén en el Gobierno o en la oposición. Un argumento similar al que dio recientemente Sánchez Galán en un encuentro privado, cuando fue preguntado por su supuesta relación con Rivera. El presidente de Iberdrola dijo abiertamente que se había visto tres veces con el político catalán, dos de ellas en actos públicos y una en un almuerzo en la sede de la eléctrica.

Acusaciones interesadas

De esta manera, quiso dar normalidad y transparencia a sus encuentros con Rivera para salir al paso de los rumores que aseguraban que Iberdrola financiaba a Ciudadanos. Una supuesta habladuría que desde la compañía energética con sede en Bilbao atribuían a uno de sus competidores para enfrentarlos con el PP y con el ministro de Energía, Álvaro Nadal. Precisamente, su principal rival, Endesa, también se ha sentado recientemente con el representante del partido naranja, según distintas fuentes.
Rivera ha tenido reuniones con más presidentes del Ibex 35 ante la creciente preocupación por la aparición de grietas en la alianza entre el PP y Cs
Borja Prado, presidente no ejecutivo de la eléctrica controlada por la italiana Enel, se vio con Rivera en la sede de la compañía energética en el más estricto secreto para conocer su visión sobre un sector que desde que llegó el PP al poder en 2011 ha sufrido numerosas reformas regulatorias. La última en ciernes tiene que ver con las centrales de carbón y las nucleares, defendidas por el PP y criticadas por Ciudadanos, que no está por la labor de extender su vida útil más allá de su vencimiento actual. Algunas fuentes indican que Rivera subió al despacho de Prado a través del ascensor privado para evitar ser visto.
Otras fuentes indican que el líder de Cs ha tenido reuniones con más presidentes del Ibex 35 ante la creciente preocupación por la inestabilidad política y la aparición de grietas en la alianza entre el PP y Ciudadanos. El hecho de no alcanzar un acuerdo para aprobar los Presupuestos Generales del Estado y las evidentes diferencias entre los dirigentes de ambos partidos han hecho creer en las alfombras de las grandes compañías cotizadas que podría producirse un adelanto electoral, posibilidad que les ha llevado a pedir audiencia con Rivera.

https://www.elconfidencial.com/empresas/2018-03-12/los-presidentes-de-telefonica-endesa-e-iberdrola-se-reunen-con-rivera-ante-el-auge-de-cs_1533762/

sábado, 10 de marzo de 2018

El resurgir del pasado en España.


 El resurgir del pasado en España, de Paloma Aguilar y Leigh A. Payne.



Una democracia impermeable
  • Las autoras proporcionan una síntesis muy valiosa sobre la evolución del problema de la memoria histórica haciendo un diagnóstico riguroso a partir del pacto de olvido
  • La ley no ha resuelto el problema de los desenterramientos ni ha conseguido superar las inercias que se arrastraban, cada vez más anacrónicas

El resurgir del pasado en España. Fosas de víctimas y confesiones de verdugos
Paloma Aguilar y Leigh A. Payne
Madrid
Taurus
2017
 
El asunto de la memoria y el olvido de nuestro pasado se ha convertido en motivo de agria controversia política desde hace ya casi dos décadas. Para algunos, la democracia nació con un vicio de origen: el olvido de las víctimas del anti-franquismo y la impunidad de sus verdugos, fruto de un pacto de silencio entre las fuerzas políticas que querían dejar a un lado la disputa sobre la historia. Según este planteamiento, una izquierda débil y timorata, encabezada por el PCE y su política de “reconciliación nacional”, habría aceptado que los crímenes del periodo franquista quedaran impunes. Para otros, en cambio, no hay nada reprochable en la Transición por lo que toca a la memoria. No hubo nada parecido a un pacto de silencio, ya que los historiadores llevaron a cabo su trabajo, publicando numerosas monografías académicas sobre la Guerra Civil y la represión franquista. Quien quisiera saber, no tenía más que asomarse a aquellos textos. En cualquier caso, se añade, haber reabierto políticamente las heridas del pasado habría puesto en peligro la estabilidad del nuevo sistema democrático.

Lo que subyace a ambas posturas es una cierta visión de la Transición española, una excesivamente crítica y otra demasiado obsequiosa. Paloma Aguilar, una de las coautoras del libro reseñado, lleva desde hace muchos años defendiendo, a través de numerosas publicaciones académicas, una postura más matizada, que la sitúa en tierra de nadie, pues evita tanto la deslegitimación global de la Transición como su sacralización. En El resurgir del pasado en España, escrito junto a Leigh Payne, las autoras proporcionan una síntesis extraordinariamente valiosa sobre la evolución del problema de la memoria histórica, haciendo un diagnóstico riguroso a partir de su elemento originario, el pacto de olvido o silencio que se consuma en los primeros años del postfranquismo.

El capítulo introductorio, de casi 50 páginas de extensión, creo que constituye el texto más acabado que se ha publicado en España sobre la cuestión. Es de lectura obligada. El libro se completa con capítulos más especializados que tratan cuestiones fascinantes y poco conocidas, como las confesiones de verdugos y victimarios de uno y otro bando en la Guerra Civil, o el efecto que han tenido las iniciativas de exhumación de víctimas de la represión en el cuestionamiento del pacto de silencio.

Aun a riesgo de simplificar mucho, me gustaría presentar el núcleo central de la tesis de Aguilar y Payne y mostrar que la patología política que se trasluce en el debate sobre la memoria no es sino un caso especial de un defecto más general que afecta a la democracia española. Defienden las autoras que en la Transición y en los primeros años de democracia hubo un pacto tácito de olvido con respecto a las cuestiones más divisivas y traumáticas de la historia reciente de España. La clase política, así como buena parte de la sociedad civil, entendieron que abordar esos asuntos suponía un riesgo para la convivencia social y la construcción del nuevo régimen. En la medida en que había un acuerdo amplio sobre la necesidad de dejar el pasado fuera del debate público, el pacto se cumplió sin necesidad de vigilancia alguna. Su manifestación institucional más clara fue la primera Ley aprobada por el Congreso de los Diputados tras las primeras elecciones democráticas de 1977, la Ley de amnistía, que permitió la excarcelación de los últimos presos políticos y reos de terrorismo que quedaban en España y, a la vez, consagró la impunidad de los cuerpos y mandos responsables de la represión franquista. Hubo, en los márgenes, iniciativas en sentido contrario, como algunas exhumaciones de primera hora, pero el hecho de que se llevaran a cabo en la mayor soledad política y sin que los medios de comunicación prestaran apenas atención (con alguna excepción como Interviú) es, de hecho, la mejor confirmación de que el pacto fue efectivo.

Por descontado, los historiadores continuaron haciendo su trabajo, como no se ha cansado de señalar Santos Juliá, pero eso no prueba mucho. Políticamente, el pacto se mantuvo activo incluso mucho tiempo después de que los riesgos para la estabilidad de la democracia hubieran desaparecido. Si no he entendido mal, las autoras no condenan el pacto de olvido como tal, ni creen que se pudiera haber hecho algo muy distinto en un momento tan delicado como fue la Transición. Sin embargo, sí juzgan con severidad el hecho de que a medida que la sociedad española fue evolucionando políticamente, el cambio generacional y cultural no haya conseguido romper las prácticas políticas e institucionales que derivan del pacto de olvido.

A finales del siglo XX, la generación de los nietos y biznietos de la Guerra Civil, sobre todo en las familias de descendientes del bando republicano, comenzaron a reclamar un mejor conocimiento de lo sucedido en la época franquista, así como las reparaciones debidas a las víctimas del anti-franquismo, las cuales nunca tuvieron reconocimiento institucional por sus padecimientos. Los miedos de la generación de los hijos de la Guerra Civil, la que protagonizó la Transición, se fueron disipando conforme se consolidaba el sistema democrático. De este modo, la visión del pasado se reconfiguró significativamente.  Lo que hasta entonces había formado parte de la normalidad política, la permanencia de decenas de miles de víctimas en fosas comunes, pasó a ser un motivo de vergüenza.

Las demandas de las nuevas generaciones encontraron una respuesta, tímida y probablemente insuficiente, aunque audaz y rompedora con respecto a lo que se había hecho antes, en la Ley de memoria histórica de 2007 que impulsó el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. La Ley no ha resuelto el problema de los desenterramientos ni ha conseguido superar las inercias que se arrastraban desde tiempo atrás. Esas inercias son cada vez más anacrónicas. El Estado sigue resistiéndose a establecer una verdad oficial sobre lo ocurrido en España durante la Guerra Civil y, especialmente, durante la orgía represiva de los primeros años de franquismo; sin el establecimiento de una verdad oficial, no puede haber reparación. El sistema judicial continúa manteniéndose al margen: los tribunales españoles han renunciado no sólo a juzgar los crímenes del pasado, sino también a esclarecer los hechos. Los jueces ni siquiera cumplen con la obligación legal de personarse cuando se produce un desenterramiento de huesos. No ha habido iniciativas públicas para encontrar las fosas comunes e identificar los restos, ni se han erigido monumentos en honor de las víctimas del franquismo. Y el Valle de los Caídos permanece como monumento de exaltación franquista.

Leyendo El resurgir del pasado en España, da la impresión de que nuestro sistema político se ha quedado congelado en el tiempo. La democracia parece impermeable a las demandas que proceden de la sociedad civil. Una mezcla de “tapón generacional”, rigidez institucional y falta de sensibilidad de la derecha política han impedido que se avance en este terreno, hasta el punto de que, como se señala en el libro, España ha recibido varios toques de atención por parte de diversos organismos de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos por su falta de atención a las víctimas del franquismo.

Por desgracia, esta “impermeabilidad” de la democracia española no se observa solamente con respecto a la memoria histórica. Durante los largos años de crisis hemos comprobado la baja capacidad de respuesta del sistema a demandas ciudadanas en asuntos tan variados como los desahucios, el rescate bancario, la estafa de las preferentes, la pobreza energética, la baja fiscalidad que se aplica a las grandes empresas o la precarización de los trabajadores jóvenes. Los estudios de opinión pública revelan niveles de apoyo muy alto a políticas más ambiciosas y solidarias en todas estas cuestiones, sin demasiado resultado práctico. En la encuesta anual a expertos sobre calidad de la democracia que publica la Fundación Alternativas en el Informe sobre la democracia en España, hay varios ítems en los que los expertos suspenden de forma sistemática a nuestro sistema político: “Los partidos se hacen eco de los problemas e intereses de la gente”, “El acceso de los distintos grupos sociales al poder político es igualitario” y “Los representantes políticos son accesibles a los ciudadanos”. Las bajas puntuaciones medias en estos tres ítems reflejan la “impermeabilidad” de la democracia española. Como muestra el libro imprescindible de Aguilar y Payne, la memoria histórica es uno de esos ámbitos en los que la práctica democrática ha resultado decepcionante. Los deseos de cambio se han visto sistemáticamente frustrados: verdad, reparación y justicia para los represaliados del franquismo sigue siendo un ideal muy alejado de la realidad en España.

*Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid, colaborador de infoLibre y ensayista. Su último libro es La superioridad moral de la izquierda (Lengua de Trapo y CTXT, 2018). 





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viernes, 9 de marzo de 2018

La recuperación de Rajoy no da para subir las pensiones

 
La recuperación de Rajoy no da para subir las pensiones

Juan Torres López
El diario


Si no se pueden subir las pensiones no es porque no haya recursos, sino porque Rajoy y su Gobierno los han venido distribuyendo a favor de los que ya tienen más de por sí. Y lo lamentable es que ni siquiera harían cambios para que las cosas fueran de otro modo.

Manifestación contra el Gobierno por las pensiones ante el Congreso de los Diputados. LAURA OLÍAS

El presidente Mariano Rajoy ha sido sincero respondiendo a los pensionistas que le reclaman mejorar las pensiones que reciben. Les ha dicho que "la recuperación económica no ha llegado a donde todos queremos que llegue y no tenemos los recursos suficientes para poder subirlas más".

El presidente lleva razón pero solo en parte.

Es cierto que ha habido una recuperación de la economía, tal y como reflejan la gran mayoría de los indicadores: el crecimiento del PIB, la inversión y particularmente la que se realiza en bienes de equipo, el consumo de los hogares, las exportaciones e importaciones, el empleo, las ventas y la cifra de negocios, el crédito a familias y empresas, e incluso otros más subjetivos como los de confianza empresarial o de los consumidores.

Negar la evidencia es absurdo. Hemos salido de una situación muy complicada y la economía española se encuentra ahora en una situación muy diferente a la de crisis y recesión de años anteriores.

Lo que ocurre, sin embargo, es que esa recuperación indiscutible se ha producido sobre unas bases que comportan, por decirlo de una manera suave, demasiadas sombras, sobre todo, porque se ha hecho descansar en el privilegio de unos pocos en detrimento de la gran mayoría.

Los principales "puntos oscuros" de la recuperación conseguida por el Gobierno de Rajoy son, a mi juicio, los siguientes:



    Hemos tardado mucho en salir de la crisis (9 años frente a 2 de Alemania, o 3 de Francia e Italia) y aquí ocurre como con una gripe: no es igual tenerla durante un par de días que durante dos meses.

    La recuperación es evidente, como he dicho, pero no semejante en todos los sectores de actividad, ni claramente consolidada: hay actividades que no terminan de despegar y otras que presentan signos de retroceso. Por poner solo dos ejemplos, el consumo privado se ha ralentizado y la inversión no alcanza los niveles precrisis.

    Mantenemos un problema muy grande de deuda que podría ser peligroso si suben los tipos de interés: la pública aumentó en 2017 a un ritmo de 1.200 euros por segundo y el Estado tendrá que colocar en los mercados unos 7.000 euros de deuda cada segundo en 2018, 220.000 millones en todo el año.

    El ahorro está en mínimos históricos y el 58% de los hogares tiene que endeudarse para llegar a fin de mes.

    Efectivamente, se han creado empleos, pero siguen existiendo problemas muy graves en el mercado de trabajo: hay 1,7 millones de empleos, 900.000 afiliados y unos 80 millones de horas semanales menos que antes de la crisis; la tasa de temporalidad es la más alta de Europa y está en el nivel más elevado desde 2008. El 91% de las personas que tienen contratos temporales desearían tener uno indefinido y el 58% de las personas que trabajan a jornada parcial quieren hacerlo a jornada completa. El año pasado se firmaron más de 21 millones de contratos de trabajo (el 91% temporales), es decir, casi 44 por cada nuevo empleo añadido.

    La crisis no se ha utilizado para cambiar el modelo productivo, sino que más bien se han reforzado nuestros grandes defectos estructurales: la debilidad de nuestra industria, el predominio de servicios de bajo valor añadido e intensivos en mano de obra, la especialización en productos de tecnología medio alta y de calidad medio baja, la competencia vía precios, la escasa complejidad en nuestra proyección exterior o exportaciones que recaen sobre las espaldas de muy pocas empresas y con gran componente de bienes importados, entre otros... Y se han hecho los recortes más altos de las economías de nuestro entorno con las que hemos de compararnos en actividades esenciales para el futuro como la investigación, las energías alternativas, la educación o la lucha contra la desigualdad.

    Los beneficios y los costes de lo realizado para lograr esta recuperación se han repartido muy desigualmente. España es el país europeo en donde más ha aumentado la desigualdad y ya somos el tercer país más desigual de Europa: el 79% de los jóvenes (19-30 años) tiene la impresión de que han sido excluidos de la vida económica a raíz de la crisis; el 24,2% de entre 20 y 34 ni trabajaba ni estudiaba en 2015; el salario anual de los jóvenes menores de 26 años que entran al mercado laboral es un tercio inferior al que hubiesen percibido en 2008; el 86,6% de los españoles que obtienen rentas ingresan menos de 30.000 euros al año; el 62,6% dice que su situación económica es igual que hace seis meses, el 23,6% dice que peor y sólo un 13,4% dice que ha mejorado...

    Y, para colmo, esta recuperación se ha producido paralelamente a una crisis institucional sin precedentes en nuestra historia, algo que es muy peligroso también para la actividad económica: la confianza en nuestros representantes políticos disminuye y la unidad nacional se pone en peligro, en gran parte alentada por la torpe y pervertida respuesta que el Gobierno de Rajoy ha dado al independentismo (no se puede explicar de otra manera que haya crecido tanto bajo su mandato).


En definitiva, es totalmente cierto que el Gobierno de Rajoy ha logrado recuperar la economía, pero lo ha hecho favoreciendo a los grupos e intereses económicos ya de por sí más poderosos, concediéndole cada vez más capacidad de decisión y mejores condiciones para obtener beneficios.

Eso es lo que explica que los salarios hayan caído casi 40.000 millones (y no solo por el menor empleo) en la renta nacional, lo que en la práctica significa casi tanto dinero menos de ingresos para las empresas, que el 54% de las horas extraordinarias no se retribuyan, que el 28% de los contratos firmados en julio pasado y los 2/3 de los temporales de agosto duraran menos de una semana y que se hayan disparado los contratos de cero horas.

¿Cómo se va a poder subir las pensiones con esa realidad laboral, con esa precariedad salarial tan extraordinaria?

El Gobierno de Rajoy ha creado las condiciones para que las grandes empresas y los bancos obtengan impresionantes beneficios y que tengan grandes ventajas fiscales, pero a costa de las empresas más pequeñas y medianas y de las familias.

    Como ha señalado hace poco el economista Vicente Clavero, los seis mayores bancos españoles (Santander, BBVA, CaixaBank, Bankia, Sabadell y Bankinter) no han pagado, en conjunto, ni un solo euro por el Impuesto de Sociedades desde el inicio de la crisis económica, pese a haber ganado 84.000 millones mientras tanto (en realidad, han tenido un saldo a su favor con Hacienda de 164 millones de euros). Si hubieran pagado solo el 10% de esos beneficios el Estado podría haberle dado 1.600 euros a los 5,22 millones de pensionistas españoles que tienen una pensión de menos de 1.000 euros.
    Un buen ejemplo de cómo y a costa de quién se ha producido la recuperación que ha promovido el Gobierno de Rajoy es que una sola de las grandes empresas, ENDESA (que antes era de todos los españoles y fue vendida al capital privado por el Gobierno de Aznar) repartió en un solo año, 2014, el mayor dividendo de la historia de España: 14.600 millones de euros. A cambio, en España tenemos la luz más cara de Europa antes de impuestos y doce veces menos energía solar que en Alemania, porque Rajoy entregó la cabeza del sector a la señora Merkel nada más empezar a gobernar.
    El Banco de España ha estimado, muy a la baja, que de los 54.353 millones de euros que se han dado en ayudas a la banca, sólo se habían recuperado 3.873 millones a finales del año pasado y que finalmente no se llegarán a recuperar ni 15.000 millones.
    De 2007 a 2016, la participación en la renta nacional del 10% más pobre de la población española descendió un 17%, mientras que la del 10% más rico creció un 5% y la del 1% más rico, un 9%.

Teniendo en cuenta todos estos hechos, algunos informes afirman, yo creo que sin exagerar, que la recuperación económica en España ha beneficiado cuatro veces más a los grupos de renta más alta que al 90% más pobre de los españoles. Y con una recuperación tan desigual es natural que el presidente Rajoy diga que no se pueden subir las pensiones.

Por si no se pueden subir las pensiones no es porque no haya recursos, sino porque Rajoy y su Gobierno los han venido distribuyendo a favor de los que ya tienen más de por sí. Y lo lamentable es que ni siquiera harían cambios extraordinarios para que las cosas fueran de otro modo (como está ocurriendo, sin ir más lejos, en Portugal):

    Dice Rajoy que no hay dinero para subir las pensiones, pero cada año se destinan casi 5.000 millones de euros a desgravar a los ahorradores que tienen fondos de pensiones privados. No se solucionaría con ello el problema, pero permitiría una subida de unos 2.000 euros anuales a los 2,6 millones de pensionistas que cobran menos de 600 euros al año. Y, por si eso fuera poco, el Gobierno se va a gastar alrededor de otros 5.000 millones de euros en rescatar autopistas de peaje, con las que han ganado miles de millones sus constructores.
    Sin necesidad de subir los impuestos sino solo avanzando en la reducción de la economía sumergida (entre 150.000 y 200.000 millones de euros) o el fraude fiscal (que algunas estimaciones sitúan en 70.000 millones), tratando simplemente de alcanzar el porcentaje del PIB que la recaudación de los grandes impuestos representa en Europa se podrían recaudar unos 25.000 millones anuales adicionales. Y eso, por no hablar de lo que se podría hacer si las grandes fortunas españolas tributaran mínimamente por los 120.000 millones de euros que se calcula que tienen en paraísos fiscales.
    Dice Rajoy que no hay dinero para pensiones pero sí hay para dedicar (en términos reales y sin la ocultación con que los presenta el Gobierno) más de 18.000 millones de euros anuales a gasto militar. Y mientras que Rajoy dice que no hay recursos para las pensiones su Ministra Cospedal se ha comprometido a doblar este gasto en los próximos siete años.

Con una recuperación con cargas y beneficios tan mal repartidos es imposible subir las pensiones. Y si seguimos con un modelo económico al servicio de la banca que gana dinero creando deuda o encareciendo artificialmente la financiación a base de comisiones, y de las grandes empresas que destruyen el mercado interior o que explotan nuestras cadenas de creación de valor, será imposible incluso mantenerlas en el futuro.

Para mejorar y garantizar nuestras pensiones públicas es imprescindible un pacto nacional que modifique las grandes coordenadas en que se viene basando nuestro modelo económico, que alcance acuerdos sobre la distribución de las rentas y las ganancias de productividad, que reparta los esfuerzos para invertir en el futuro, que apoye a las empresas españolas que pueden crear y dedicar su valor añadido a crear empleo y riqueza en nuestro país, que garantice la inversión en I+D+i, que imponga mínimos de justicia fiscal, que sanee nuestro sistema educativo... Sé que son objetivos difíciles porque chocan contra el statu quo político y contra los privilegios de las grandes empresas y bancos pero lograrlos es la única manera de hacer que España no sufra crisis más profundas en un futuro que puede ser inmediato, por ejemplo, si los mercados financieros se ponen feos y comienzan a subir los tipos de interés.