El PSOE en su paradoja: obedecer al régimen bloqueando al mismo tiempo el normal funcionamiento del régimen
Kaosenlared
El bloqueo actual que vive la situación
política española hunde sus raíces en eso que desde el 15M en adelante
hemos venido a definir como “crisis de régimen”. Ante la nueva realidad
política instalada en el estado tras los resultados de las pasadas
elecciones del 20D, expresada en un parlamento que ha dejado atrás el
orden político tradicional (bipartidismo + apoyo oscilante sustentado en
las fuerzas vascas y catalanas conservadoras), la institucionalidad
propia del régimen del 78 se enfrenta a su propia trampa: un modelo
que, en tanto parlamentarista, debería estar preparado para funcionar
mediante mayorías parlamentarias diversas y plurales, pero que estaba
diseñado en la práctica para operar, a partir de gobiernos monocolores
uniformes, como sustento de un régimen bipartidista y ahora,
consecuentemente, se muestra incapaz de resolver la situación por sí
misma y en última instancia se expresa como una realidad totalmente
dependiente de la voluntad de unos partidos que, cada cual por sus
propios motivos, no parecen dispuestos a ponerse de acuerdo.
Crisis de institucionalidad y crisis en la capacidad del régimen para imponer sus lógicas
Así, ni la actual constitución ni la
actual ley electoral tienen capacidad para responder a la grave crisis
de gobernabilidad que estamos viviendo. Tanto que incluso la
convocatoria de una sesión de investidura por parte del candidato a
presidente del gobierno mandatado por el Rey parece estar sujeto a
interpretación. Cuando la aritmética parlamentaria no sirve por sí
misma para dar un gobierno al estado, el sistema debería estar preparado
para dar una pronta respuesta a la situación, pero en el caso del
estado español vemos que ocurre todo lo contrario. El sistema no está
preparado para responder a una situación como la actual y ello ya es en
sí mismo un reflejo de que, ante la nueva realidad política y electoral
presente, el régimen del 78 se encuentra en una profunda crisis. Una
institucionalidad que ya no es capaz de dar respuesta a las necesidades
básicas del sistema político establecido es una institucionalidad que
necesita urgentemente una regeneración y profundas reformas capaces de
adaptar ese sistema a la realidad del momento. Se exprese en forma de
reforma constitucional o se exprese en forma de proceso constituyente,
refundar un modelo anacrónico y caduco, incapaz de responder a los retos
de época, parece ya algo más que una evidencia a los ojos de todo el
mundo. Urge pues adaptar el sistema político español tanto a la nueva
realidad multipartidista como a la realidad plurinacional que le es
inherente y que se expresa a través de ella, así como a las expectativas
de las nuevas generaciones de electores que demandan cambios en
profundidad. El poder de decisión debe volver urgentemente a manos del
pueblo y dejar de estar secuestrado en manos de los partidos políticos y
sus circunstancias. No es democráticamente aceptable que el voto de la
ciudadanía sea incapaz de dar un gobierno al estado y que esta situación
se pueda prolongar indefinidamente en tanto aquellos partidos a los que
votan sean incapaces de ponerse de acuerdo.
Aunque en realidad tal crisis de
institucionalidad no es más que el reflejo de que el orden político que
emergió de la “transición” se encuentra irremediablemente en decadencia:
falla su capacidad institucional porque ha dejado de operar su
capacidad para construirla. En una situación de normalidad política
cabría esperar que aquellos partidos tradicionalmente vinculados al
régimen fueran capaces de llegar a un acuerdo que facilitara el
desbloqueo de la situación, pero si algo caracteriza a las situaciones
de “crisis de régimen” es, precisamente, como estamos viendo también,
que las “lógicas de régimen” dejan de operar. Los diferentes actores
políticos piensan y actúan en función de la defensa de sus propios
intereses y se “autonomizan” de los mandatos que tales lógicas de
régimen deberían imponer. El “sálvese quien pueda” se convierte entonces
en la pauta central del comportamiento de aquellos mismos que hasta
entonces habían respondido obedientemente a las demandas del sistema.
Solo en caso de que estos intereses converjan en una misma alternativa
capaz de dar respuesta a la situación de bloqueo se puede esperar una
solución. Y en la situación actual los actores del régimen solo parecen
coincidir en un punto: en la obediencia a la orden dada por los poderes
fácticos del estado para impedir que Unidos Podemos pueda llegar a
formar parte de un gobierno. Algo que PP, PSOE y Cs comparten y en lo
que sí son capaces de ponerse de “acuerdo”, pero que, en sí mismo, no
sirve para poder dar una salida al bloqueo imperante.
Para alcanzar esa solución tales
partidos no solo deben impedir que Unidos Podemos forme parte de un
gobierno (algo que hasta ahora están sabiendo hacer con eficiencia)
sino, además, va de suyo, deberían ser capaces de encontrar puntos
comunes de acuerdo que permitan la formación de un gobierno sin la
presencia de la formación morada. Si lo primero resulta un mandato
relativamente sencillo de obedecer tanto por PP, como por PSOE y por Cs,
incluso desde la aplicación de la lógica del “sálvese quien pueda” en
la que se mueven actualmente cada uno de ellos, lo segundo ya parece
bastante más complicado. PP, PSOE y, en menor medida, Cs, luchan por su
propia supervivencia y en esa lucha los acuerdos cruzados encuentran
dificultades. El PP no pudo apoyar en su momento un gobierno de PSOE y
Cs, como era deseo de los poderes fácticos y así lo expresaron
ejerciendo todo tipo de presiones contra Rajoy, porque corría riesgo de
caer en cierta irrelevancia política que pondría a muchos de sus
principales dirigentes, cercados por la corrupción, en una situación
complicada y al propio partido abocado a una incertidumbre que podría
hacer estallar todo tipo de tensiones internas. Además Rajoy se sentía
ganador de las elecciones y no estaba dispuesto a ceder su puesto a una
“coalición de perdedores”. De la misma forma ahora el PSOE no parece
dispuesto a facilitar un gobierno del PP en tanto que siente la amenaza
de Unidos Podemos como partido capaz de disputarle la hegemonía
tradicional que ha tenido en la izquierda y que ello podría conducirlo
al temido proceso de “pasokización” que tratan de evitar a toda costa.
Además, el partido se ve envuelto en luchas internas de poder que llevan
a Sánchez a no poder ceder, esto es, a no querer ser quien, como
máximo responsable de la formación, entregue el partido al PP con su
abstención y perder por ello, como consecuencia directa, su cargo de
Secretario General en el próximo Congreso del partido. Esa dinámica se
acentúa además con el relevo de la vieja guardia del partido arrastrada
por su debacle post 15M. Las nuevas élites socialistas, en su
mayoría jóvenes cuadros forjados en el aparato del partido, se
cultivaron en la lógica de las disputas internas entre las diferentes
familias del partido, caracterizada precisamente por la autonomía
política frente a las exigencias del sistema (el partido es lo primero).
Así, entre unos intereses y otros,
partidistas y personales, nos vemos arrastrados todos y todas a un
teatrillo de las élites donde lo que ya parece estar dirimiéndose es,
finalmente, saber cuántas veces hará falta pasar por las urnas antes de
que las matemáticas hagan posible un gobierno sin la presencia de Unidos
Podemos en él, independientemente de quién esté al frente.
Paradójicamente, la “crisis de régimen” puede acabar llevando a una
recomposición temporal de dicho régimen por vía de una sucesiva
repetición de elecciones hasta que, en el peor de los casos, se imponga
una matemática capaz de hacer posible que los intereses de todos los
partidos del régimen, y en especial los intereses de PP y PSOE, salgan
indemnes, o, en el mejor, hasta que el desafío real de Unidos Podemos
ejerciera tanta fuerza por sus resultados electorales que ello forzara a
PP y PSOE a alcanzar un acuerdo de aquellos en los que deben asumir
ciertos costes comunes y compartidos. De momento no nos encontramos en
ninguna de ambas situaciones y, por tanto, la repetición de elecciones,
por segunda vez en pocos meses, empieza a vislumbrase como una
posibilidad bastante real, en tanto y cuanto nadie parece querer asumir
el coste que le supondría variar su posición original y quedar así
señalado como el principal “dañado” en el posible acuerdo de
investidura.
La paradoja del PSOE y su proyección hacia el futuro
En todo este entramado de intereses
cruzados entre los intereses propios y los intereses de régimen aparece
el PSOE una vez más, como partido del régimen por excelencia que es, en
una posición central y decisiva. En sus manos estaría la posibilidad de
ofrecer una salida a la situación de bloqueo explorando la formación de
un gobierno en coalición junto a Unidos Podemos. Pero tanto su visión
tradicional de la política como su obediencia debida al régimen y sus
mandatos lo siguen impidiendo. El PSOE ni quiere, ni puede, ni le dejan
formar este tipo de gobierno “alternativo”, capaz de desbloquear la
situación con apoyo de las fuerzas vascas y catalanas en la investidura,
sobre la base de un acuerdo de gobierno proporcional y sustentado en
las partes programáticas compartidas por ambas formaciones. No por
casualidad desde el PSOE se inventan cada día una excusa diferente para
no tener que sentarse a negociar en serio un gobierno de coalición. Si
Podemos toma la iniciativa y propone un gobierno de coalición, es porque
tomó la iniciativa y exigió “sillones”, si no la toma, es porque no la
toma y “no es el momento”, y así un largo etcétera. En cambio sí que
pudo sentarse a negociar con Cs un acuerdo de gobierno que contó con el
visto bueno de las élites mediáticas y económicas españolas.
El PSOE se expresa con ello actualmente como el principal responsable de un doble bloqueo: por
un lado como responsable de que no se abra la posibilidad de explorar
una alternativa que permitiese pensar en un gobierno distinto a los que
hemos venido teniendo durante las últimas décadas y, por otro lado, como
responsable de que sea imposible dar una salida, desde las lógicas de
régimen propias del modelo moribundo, a la situación actual. Es
decir, aunque por un lado se expresa como el principal garante de los
intereses del régimen (pues de él depende que se pudiera explorar una
alternativa y se niega), por otro se expresa también como la principal
resistencia a que el régimen pueda seguir operando con normalidad (según
lo que las urnas dijeron hasta por dos veces en relación a los
resultados de los diferentes partidos que son necesarios para un acuerdo
de régimen). Una paradoja perversa que tiene paralizado al sistema
político español y que agudiza la crisis de régimen imperante.
No obstante el PSOE haría bien en pensar
que la partida real no se está desarrollando sobre la bases del duelo
electoral entre partidos a corto plazo, sino sobre la necesaria
evolución del sistema político español hacia un modelo capaz de recoger
con eficiencia las necesidades actuales de la realidad política en el
estado español. Como después del 20D y como antes del 26J, el PSOE tiene
ante sí un dilema que, antes o después, tendrá que resolver: o formar
parte del nuevo bloque de cambio progresista y plurinacional que se está
fraguando en el estado, o seguir formando parte de lo “viejo” y, en
última instancia, facilitar la consolidación y avance de un nuevo bloque
conservador del que formaría parte junto al PP y a un Cs más o menos
importante y/o debilitado en función de los tiempos políticos.
Apoyar al PP o forzar unas terceras
elecciones con su doble negativa (no al PP y no a Unidos Podemos), en
última instancia sitúan al PSOE en la misma posición “conservadora”,
vinculada a lo que muere y no a lo que nace en la izquierda, que, antes o
después, lo castigará con fuerza ante su propio electorado tradicional.
La crisis de régimen no va a desaparecer y el PSOE está totalmente
preso de ella. Entre las opciones que manejan como decisión a corto
plazo los diferentes sectores con poder en el partido, todas ellas le
llevan a situarse, como decisión a medio plazo, en el bloque conservador
que se verá confrontado duramente, y ya veremos si superado, por el
empuje de una alternativa política plurinacional y progresista que,
apoyada en fuerzas diversas, quiere facilitar la emergencia de lo
“nuevo”, haciendo posible un cierre de la actual crisis de
régimen, expresado como ruptura y como nacimiento de un nuevo orden
político y constitucional, que responda a las necesidades reales del
momento y no al “cierre por arriba” que intentan las élites. El PSOE
sigue echando guiños para el lado de lo viejo.
Este teatrillo, por suerte, no va con Unidos Podemos
Y eso que gobernar en coalición con el
PSOE bajo la presidencia de Pedro Sánchez sería poco menos que un
martirio televisado para Unidos Podemos. En el fondo el No a la
“alternativa”, en este contexto actual, es el mejor regalo que Pedro
Sánchez puede hacerle al futuro a medio y largo plazo de Unidos Podemos,
aunque ahora mismo tanto él como su equipo piensen lo contrario. Mejor
incluso que lo que se pueda derivar irremediablemente de una posible
abstención para dejar gobernar a Rajoy un tiempo determinado. Debemos
estar contentos por ello: este teatrillo del régimen sigue sin ir con
nosotros.