Oriente Medio se reconfigura
Eduardo Luque
La guerra en Yemen fue desastrosa para las armas saudíes y genocida para la población yemení. Mohamed bin Salmán, el hombre fuerte en el reino, necesitaba consolidar su liderazgo. Recurrió a dos medidas drásticas. La primera fue la represión interna que tuvo como consecuencia la eliminación, incluso físicamente, de algunos aspirantes al trono. La segunda, la guerra, que pretendía victoriosa contra un rival débil como era Yemen. En paralelo financiaba a grupos que actuaban contra Siria, Irán y se inmiscuía en la política libanesa. Desde 2011 se implicó en la guerra siria y en 2015 iniciaba la agresión contra Yemen para posteriormente, en junio de 2017, invadir Qatar. Todo ha sido un conjunto de fracasos terriblemente costosos.
La guerra en Yemen es también, y sobre todo, una victoria
del eje de la resistencia. Sin la determinación del pueblo yemení de resistir
contra el régimen de Riad, apoyado por EEUU e Israel, no se habrían alcanzado
estos acuerdos. La voluntad de resistencia se ha impuesto a la tecnología y el
dinero. Tal es así que durante 8 años Tel Aviv, Washington y Riad coordinaron
sus acciones militares creando un Estado Mayor conjunto que dirigía las
operaciones. Su fracaso, a pesar de los millares de toneladas de bombas
arrojadas o la destrucción de las infraestructuras, es evidente. Tras la
mediación china Riad se comprometerá a pagar los salarios de los empleados
públicos, a abrir el puerto de Hudeidah y a resolver los problemas monetarios
de Yemen a cambio de la aceptación de la tregua por parte de Sanaa. En paralelo
el reino saudí ha prometido fuertes inversiones a países de la zona como
Turquía, que recibirá unos 7.000 millones de dólares en créditos blandos.
Arabia Saudita ha sido uno (no el único) de los países responsables de la desestabilización en Oriente Medio. Mantenía conflictos de alta/media intensidad con Irán, Siria, Iraq, Yemen y Líbano. La política de Riad de “normalización” con el estado de Israel aseguraba la penetración de la política estadounidense en la zona mientras intentaba debilitar al eje de la resistencia (Siria, Líbano e Irán). Este planteamiento está saltando por los aires. Todo está cambiando. En cascada y de forma más rápida de lo esperado las reacciones políticas se suceden: acuerdo irano-saudí (intercambio de embajadores y cónsules), acuerdo iraquí-iraní (para impedir que los kurdos iraquíes se conviertan en un elemento de desestabilización en la zona), intercambio de embajadores entre Siria y Arabia Saudita, visita del presidente sirio a Emiratos y restablecimiento de nuevos y más fuertes lazos comerciales, reIntegración de Siria en la Liga Árabe con apoyo saudí (su reincorporación se propondrá en el mes de mayo), nuevos acuerdos comerciales ampliados entre El Cairo y Damasco, intercambio de embajadores entre Túnez y Siria, nuevos acuerdos entre Catar y Bahréin (desde el 2017 habían roto relaciones diplomáticas y el 12 de abril acordaron restablecerlas)… también se abre paso a una futura estabilización en Líbano. Por último, las negociaciones entre Irán, Siria, Turquía con la mediación de Moscú están muy cerca de culminar en un acuerdo entre Ankara y Damasco.
El elemento clave
El acuerdo irano-saudí ha sido el elemento clave en la nueva
reconfiguración de Oriente Medio. Es una victoria espectacular de la política
exterior china. El apretón de manos entre los dos antiguos enemigos tiene
también otra significación: el entierro de billones de dólares gastados durante
más de cuatro décadas con la excusa de la Guerra Global contra el Terrorismo.
Pekín es ahora la capital de la paz. La idea se ha impuesto en todo el Sur Global. La procesión de dirigentes políticos visitando Pekín demuestra la importancia del paso que ha dado Xi Jinping. La presentación del plan de paz de 12 puntos para solventar la crisis en Ucrania refuerza esa posición y choca frontalmente con la postura europea y estadounidense de implicarse más y más en la guerra de la OTAN contra Rusia.
El fortalecimiento de Irán, a pesar de las sanciones, y la imposibilidad de derrotar al movimiento Ansarolá en el Yemen, aceleró la necesidad de este cambio de posición por parte de Riad. La derrota en Siria y Yemen de las fuerzas apoyadas por EEUU, Israel y las monarquías del Golfo es el síntoma más evidente del nacimiento del nuevo mundo multipolar. Joe Biden, en un movimiento, que algunos calificaron de desesperado, quiso convertir la cumbre de países árabes celebrada en Jiddah, en julio del 2022, en una alianza contra Irán. El país más proclive a EEUU e Israel que es Marruecos fue excluido de la conferencia por presiones del reino saudí. Ningún país participante se posicionó con EEUU. Lo sucedido en Ucrania pesaba mucho.
El tren de la multipolaridad ha salido de la estación y
cobra velocidad. La transición a este nuevo marco no se improvisa. Es un efecto
buscado; fue en 2008 cuando Brasil, Rusia, India y China comenzaron a
desarrollar enfoques comunes en política internacional. El paso definitivo
posiblemente se dé en agosto. Se pretende que los países BRICS aceleren los
procesos para crear una moneda de reserva al margen del dólar. Es un proceso
que tiene no sólo objetivos económicos sino que define zonas de especial
importancia política tal como es Taiwan para China.
Las consecuencias
El acuerdo irano-saudí dará un fuerte impulso hacia la estabilidad y la cooperación en Oriente Medio y el Golfo Pérsico. Los grandes perdedores de esta nueva realidad son EEUU y el régimen israelí. Durante años han pretendido enemistar a unos países con otros con el objetivo de debilitarlos. El fin último de esta estrategia era preservar la hegemonía del régimen israelí en la zona y acabar con la causa palestina. EEUU e Israel buscaron crear una coalición árabe-israelí contra Irán. EEUU ha usado reiteradamente la supuesta “amenaza iraní” para “proteger” a sus aliados. No ha dudado en exacerbar las rivalidades confesionales entre sunitas o chiitas, como excusa para mantener sus tropas de ocupación en el Golfo. En esta estrategia jugó un importante papel el wahabismo, una doctrina que fue oficial en Arabia Saudí y es la base ideológica de los grupos terroristas Takfiris, como el Daesh y Al-Qaida.
A pesar de todas las presiones los países del Golfo Pérsico no han apoyado las sanciones occidentales contra Rusia. Incluso Arabia Saudí suscribió un acuerdo con Moscú para reducir la producción de petróleo y mantener los precios. Biden quería lo contrario. Otros países como Emiratos Árabes Unidos también han dado un impulso a sus vínculos con Rusia.
La consecuencia más temida por Washington se está haciendo
realidad: Arabia Saudita postulándose como futuro miembro tanto de la Organización
de Cooperación de Shanghai (OCS) como de BRICS+, al igual que Irán. En
diciembre del 2022 el presidente chino en visita a Riad acordó usar monedas
nacionales en sus intercambios comerciales al margen del dólar, lo que es para
Arabia Saudita una demostración de independencia. Por otra parte el reino saudí
ha dado pasos a una cierta “liberalización” de las costumbres; Mohamed bin
Salmán, por puro pragmatismo, se aleja del wahabismo y ha encarcelado a varios
dirigentes de esta corriente. Esto debilita la idea de fragmentar al mundo
islámico utilizando las líneas más dogmáticas de la religión con finalidades
políticas.
Parece ser que Joe Biden dijo, refiriéndose al acuerdo
irano-saudí, “no podemos permitir eso” y se envió al director de la CIA a
Arabia Saudita, en un viaje improvisado. Su objetivo: convencer a los líderes
saudíes de su error. Ha sido un fracaso. Es posible que veamos algunos sucesos
desagradables en el entorno que requieran la “protección” de los EEUU, que
reaccionarán. Los choques en Sudán son
la primera consecuencia. La posibilidad de que Rusia instalara una base en el
país ha animado a Biden a intervenir de la única forma que sabe: Washington
está incrementando sus amenazas. El despliegue de portaaviones y submarinos
atómicos en la zona ha sido la respuesta. Los estrategas norteamericanos
teorizan que EEUU deberá vencer a China antes del 2025. No se habrá cerrado el
conflicto ucraniano cuando se agudizará el conflicto en Taiwán.
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