Fascismo, narcisismo colectivo y el miedo a la libertad
Jorge Majfud
Fuentes: Rebelión - Imagen: "Narciso",
Michelangelo Merisi da Caravaggio, 1594-1596.
Las investigaciones psicológicas sobre narcisismo en las
últimas generaciones no han llegado a una conclusión clara. Tal vez porque
todas, aunque buscan entender un fenómeno colectivo, se centran en el estudio
de individuos.
La discusión es menos ambigua cuando, por ejemplo,
consideramos los nuevos medios de comunicación que se benefician económicamente
de “la globalización del yo”, aunque sea tan fugaz como una pompa de jabón,
representada en prácticas obsesivas como las selfies y la publicación de hechos
personales e irrelevantes, algo ausente en las generaciones anteriores a
excepción de las vedettes y de algunas pocas celebridades. Si antes un hecho
ocurrido en el barrio no era real si no aparecía en la televisión, hoy la
experiencia de felicidad por un viaje o por el nacimiento de un hijo no es real
(o no es completa) si el individuo no se lo cuenta al mundo entero. Así, al
mismo tiempo que las relaciones comunitarias desaparecen, el ego narcisista se
disuelve en el espejo de una comunidad anónima, inexistente.
Existe un entendido popular de que tanto en el comunismo
como en el fascismo el individuo desaparece. Paradójicamente, la narrativa es
la contraria cuando se refiere al individualismo capitalista. Pero individuo e
individualismo, como libertad y liberalismo no son equivalentes sino opuestos.
El neofascismo tiene más que ver con los segundos. Veamos.
En El miedo a la libertad, Erich Fromm adelantó en 1941 la
idea de que el individuo escapa de la incertidumbre renunciando a su libertad y
poniéndola en manos de una autoridad o de una creencia. Por ejemplo, la
predestinación calvinista como solución a la inestabilidad creada por el
capitalismo. Esta ha sido una práctica común por milenos: el individuo pone su
fe en un profeta o en un sistema religioso y calma así su ansiedad ante la
posibilidad de cometer un error capital, sea en este mundo como en el más allá
(nos detuvimos en esto en Crítica de la pasión pura, 1998). De la misma forma,
el ritual, opuesto a la festividad, es la necesidad de poner orden y
predictibilidad en un mundo impredecible y fuera de control. También la
obsesión fascista sobre el pasado es el miedo al futuro de un presente
inestable.
Los estudios psicológicos actuales no consideran el
narcisismo colectivo, tribal (el neofascismo) que, en cualquier caso, no
trasciende nunca las fronteras nacionales porque se define en su necesidad de
combatir un antagónico que supone una amenaza a la existencia de su tribu. De
ahí su recurrente obsesión a los símbolos y rituales: banderas, escudos,
eslóganes, juramentos, tatuajes, ceremonias de iniciación, de salvación,
gritos, gesticulaciones y todo tipo de lenguaje primitivo, no verbal. Al fin y
al cabo, no dejamos de ser primates caídos de los árboles.
La mayor expresión de narcisismo colectivo en la historia es
el nacionalismo. En sus orígenes no estaba tan definido por fronteras como por
una etnia. Luego, como colección de etnias, por una religión. Todos los pueblos
fundados en el nacionalismo se definieron como elegidos por sus dioses. El más
conocido por la tradición occidental es el pueblo hebreo y, más recientemente,
los imperios modernos, desde el inglés hasta el Destino manifiesto del Estados
Unidos en plena expansión territorial durante el siglo XIX.
Este narcisismo colectivo se agrava en tiempos de crisis,
como ocurrió en Europa hace un siglo: la inestabilidad económica, el orgullo
herido y la propaganda de los nuevos medios conformaron la tríada perfecta y
necesaria para el resurgimiento cíclico del fascismo. El fascismo necesita
mirar hacia el pasado y ver hechos mitológicos que nunca existieron o fueron
magnificados como santos, heroicos y grandiosos. Es la psicología de la
inestabilidad y del miedo en búsqueda de la solidez de un pasado fácil de
manipular por el deseo y la propaganda.
Hoy la propaganda de la radio ha sido sustituida por la
propaganda de los medios digitales, de las redes sociales. Si bien como
principio el fascismo no es ideológicamente consistente con el capitalismo y
menos con el liberalismo clásico, ambos, capitalismo y liberalismo se han
casado, una vez más, con el fascismo como lo hicieron antes con el
imperialismo. Es la conciencia de la decadencia nacional, de la pérdida de los privilegios
simbólicos, como la de un trabajador empobrecido o de un mendigo orgulloso de
su imperio.
Ahora, si consideramos qué relación tienen los dos datos más
duros de la realidad actual, por un lado (1) el surgimiento de la extrema
derecha fascista y nacionalista y (2) la hiper concentración de los capitales y
del poder financiero en grupos e individuos que se cuentan con los dedos de una
mano, creo que es razonable concluir que la popularidad del fascismo no es
necesariamente consistente con la hiper acumulación económica del capitalismo,
pero es la mejor forma de bloquear cualquier cuestionamiento a esa realidad,
demonizando y aplastando cualquier crítica y, sobre todo, cualquier opción
política o social que la amenace.
La concentración de capitales no solo es una característica
fundacional del capitalismo desde el siglo XVII sino que, como cualquier otro
sistema anterior, es concentración de poder. El dinero no es inocente y mucho
menos cuando acumulado en el centro hegemónico global suma más riqueza que
muchos países enteros.
Esta riqueza debe protegerse y expandirse, y para ello
necesita del poder político. Necesita administrar las leyes y los ejércitos más
poderosos del mundo a nivel internacional y los ejércitos criollos a nivel
nacional. Pero este poder político, tanto en las democracias, en las semi
democracias y en dictaduras tradicionales necesita controlar la opinión
pública, tanto para elegir candidatos obedientes detrás de una máscara
histriónica, como para evitar masivas protestas sociales.
Es aquí donde se establece la relación entre fascismo y
medios de comunicación. La dictadura es perfecta. Mientras las plataformas de
“redes sociales” dedican el uno por ciento al pago de salarios y hacen que mil
millones de personas trabajen gratis para unos pocos señores feudales, los
usuarios–usados lo hacen felices, sintiendo que tienen libertad y publican lo
que quieren. Sienten que sus hábitos e ideas son espontáneas, no inoculaciones
de un sistema dictatorial.
La raíz del problema está en la estructura de acumulación de
riquezas, de consecuente y conveniente producción de miedo, deseo e
insatisfacción, una de las industrias más prolíficas del actual sistema
capitalista.
Las opciones a este orden son dos: (1) se revierte de forma
progresiva la hiper acumulación y el paisaje político, social e ideológico
cambia radicalmente o (2) se llega a una crisis total de la civilización
(económica, social, ecológica) y los humanos son obligados a adaptarse y
sobrevivir sobre las ruinas de un sistema hasta que encuentren otra forma de
volver a empezar.
La primera opción, la gradualista, es demasiado racional
para una mentalidad autocomplaciente. Es decir, es la más improbable. La
segunda, la más dolorosa, es la más común en la historia de la humanidad. Es
decir, la más probable.
https://rebelion.org/fascismo-narcisismo-colectivo-y-el-miedo-a-la-libertad/
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