Ignacio Ramonet: “El neoliberalismo destruye la clase media,
que cae hacia la pobreza y alimenta la extrema derecha”
Catedrático de teoría de la comunicación y exdirector del
mensual 'Le Monde diplomatique', Ignacio Ramonet reflexiona en Santiago de
Compostela sobre las múltiples crisis en curso y los pliegues de las nuevas
tecnologías: “La inteligencia artificial añade una dimensión más en términos de
la incertidumbre de la información, pero eso ya existía antes”
Daniel Salgado
A Ignacio Ramonet (Redondela, Pontevedra, 1943) se le deben
no pocas ideas fuerza de la izquierda durante el cambio de milenio. De un
editorial de Le Monde diplomatique, el periódico mensual que dirigió entre 1990
y 2008 y convirtió en uno de los órganos críticos con el neoliberalismo más
respetados, nació ATTAC, que buscaba tasar las transacciones financieras
internacionales. A otro de sus artículos en las mismas páginas corresponde la
popularización de la expresión “pensamiento único” para referirse al paisaje
ideológico de la pos Guerra Fría, dominado, a su juicio, por los intereses del
capital financiero internacional. Autor de libros que alimentaron el movimiento
altermundialista como La tiranía de la comunicación (1999), Cómo nos venden la
moto (junto a Noam Chomsky, 1995) o Propagandas silenciosas (2001), teórico de
la comunicación y catedrático emérito en la Universidad París VII, Ramonet
ofreció el pasado 25 de mayo en Santiago de Compostela una conferencia,
organizada por la universidad, sobre un mundo sometido a crisis. “Estamos en
una policrisis”, advierte, con el cambio climático como condición última. A la
guerra de Ucrania no le ve un final próximo “y lo ha cambiado todo”. La extrema
derecha asciende alimentada por la destrucción de las clases medias. La
manipulación informativa ha entrado en una nueva dimensión debido a los saltos
tecnológicos. Pero, aunque el panorama que dibuja es tenebroso, percibe
esperanza: “La humanidad se está organizando. Siempre hay movimientos que, a la
vez, intentan explicar lo que pasa y resisten a ello”.
En su conferencia en la Universidade de Santiago de Compostela
realizó un diagnóstico del estado del mundo a partir de dos crisis
encabalgadas, la provocada a partir de 2020 por el coronavirus y la desatada en
2022 por el ataque ruso a Ucrania. Pero Europa no había acabado de salir de la
anterior, la iniciada en 2008. ¿Es la crisis constitutiva del capitalismo?
El mundo va de crisis en crisis. Hay una concatenación. La
crisis de 2008, la de las subprime, se prolongó y en Europa se tradujo en el
control de la UE de varios Estados, entre ellos Grecia, pero también Irlanda o
Portugal. No fue el caso de España, pero estuvo muy cerca. Esa fue la crisis
final del neoliberalismo o de la globalización. Las sociedades son incapaces de
ir más lejos por esa vía. Pero como el capitalismo no tiene otro modelo, sigue
esa tendencia. Es inercia. Las tesis de [el economista francés Thomas] Piketty
demuestran cómo el neoliberalismo produce desigualdad de manera estructural.
Con el covid y con Ucrania la globalización no es posible. El mundo ha dejado
de ser uno y se ha vuelto a dividir en varios.
¿Qué síntomas le permiten afirmar que la globalización –o el
neoliberalismo si es que son sinónimos– se ha terminado?
El neoliberalismo ya no funciona. ¿Por qué no funciona?
Esencialmente porque la producción de desigualdad ha sido tal que las
sociedades lo rechazan. El ejemplo más llamativo es lo que pasó en el Reino
Unido en otoño. Boris Johnson, el primer ministro, tuvo que dimitir por
escándalos ligados al coronavirus. Entonces, el Partido Conservador eligió a
una señora que se llamaba Liz Truss. Esa primera ministra presentó un programa
ultraneoliberal para salir de la crisis, con más privatizaciones, más reducción
de los servicios públicos, una brutal bajada de impuestos. ¿Y qué ocurrió? El
Banco de Inglaterra dijo que ese plan era la ruina de Inglaterra. Las empresas,
la propia Bolsa de Londres, dijeron que ese modelo no funcionaba. O sea, los
propios actores fundamentales de la globalización, del neoliberalismo, dijeron:
“No, eso ya no funciona”. Liz Truss duró como seis semanas. Y se eligió al
actual primer ministro [el también conservador Rishi Sunak] con un programa más
moderado. El propio sistema, el propio capitalismo, no quiere el
neoliberalismo.
El bloque dominante ¿tiene un plan para después del
neoliberalismo?
No lo veo. Lo que sí vemos es que este modelo ya no
funciona. La otra evidencia es el exceso de desigualdades. ¿En qué se traduce?
En la desaparición de las clases medias. Están desapareciendo. Nuestros hijos
que han ido a la universidad, cosa que no habían podido hacer nuestros padres,
tienen un nivel de vida inferior al de nuestros padres. Entonces ¿para qué
sirve la universidad, o qué tipo de oportunidades se le proponen a la juventud
de hoy? Hay un problema con la juventud, dicen. No hay un problema con la
juventud, hay un problema con el modelo económico que ha destruido los
servicios públicos y provocado el empobrecimiento de los pobres. Las sociedades
no dan más. ¿Y qué implica en términos políticos? La clase media que desaparece
y que se ve desesperada está votando a la extrema derecha en toda Europa. No
vota a la extrema derecha por pasión neofascista, sino porque ninguna otra
familia política responde a esa desesperación.
¿En Europa hay un giro político reaccionario?
Sí, claro. La interpretación que se le ha dado a la crisis
no es de tipo social o económico, es de tipo identitario. Se dice a la gente:
“No, tus hijos no tienen trabajo, porque el trabajo se lo llevan los
inmigrantes”. La dimensión identitaria, racista, adquiere una gran importancia.
Como en Estados Unidos con Trump. El neoliberalismo destruye las clases medias,
las clases medias caen en un tobogán hacia la pobreza y se desesperan al ver el
desclasamiento del que son víctimas, y ese desclasamiento, interpretado por
algunos como rivalidad con los inmigrantes, se convierte en racismo. De ahí el
voto a la extrema derecha, que está subiendo en todas partes.
El escenario político francés, donde la alternativa
electoral a la Presidencia de la República se reduce a elegir entre el
neoliberalismo de Macron y la extrema derecha de Le Pen, ¿puede extenderse al
resto de Europa?
Francia es un poco especial. En primer lugar, por el sistema
electoral: la doble vuelta hace muy complicado imponerse a menos que tengas una
fuerte mayoría. Es lo que pasa ahora. El Frente Nacional, que ahora se llama
Reagrupamiento Nacional, puede llevarse todo. Ya es el primer partido en la
Asamblea Nacional. Si por ejemplo Macron hubiese disuelto la Asamblea con
ocasión de la crisis de las pensiones, quien iba a salir ganando hubiera sido
la extrema derecha. Sobre todo después de tantas huelgas y tanta violencia, a
la que los medios le dieron mucha importancia. Lo que llamamos la mayoría
silenciosa podía haber reaccionado votando a la extrema derecha como protección
contra el desorden.
No ve posible, entonces, que la disputa electoral en los
Estados europeos se sintetice entre opciones análogas a Macron y Le Pen.
No, no lo creo. Además, la extrema derecha francesa no es
neoliberal, es antineoliberal. Están a favor de la intervención del Estado,
nostálgicos de un Estado fuerte.
¿La izquierda política está a la altura del momento
histórico?
La izquierda carece de teoría. Ha habido muy poca reflexión.
¿Cuál es el gran teórico de izquierda hoy? ¿Varoufakis? ¿Pero en qué medida?
Sacó la lección, según él, de lo que había pasado en Grecia, pero... Quizás Piketty
es el único economista que ha aportado algo en términos de denuncia de las
desigualdades, de reflexión sobre la política fiscal: qué impuestos son
necesarios, cómo corregir las desigualdades mediante una política fiscal. Pero
no hay teoría. Mientras tanto ya van 20 o 30 años de la extrema derecha
subiendo. No basta con decir que algunas masas se portan mal. No se portan mal,
las masas no se portan ni mal ni bien, no se trata de moral, se comportan en
función de lo que creen que les va a permitir sobrevivir como familia, como
categoría social o como grupo.
No existe una alternativa fuerte como en su día fue el
socialismo.
Yo no lo veo. Nosotros lo que podemos decir es que
necesitamos que el Estado sea más redistribuidor, necesitamos que el Estado,
sobre todo después de la covid, tenga más capacidad de tener servicios
públicos, necesitamos que el Estado sea capaz de reindustrializar nuestros
países porque las políticas neoliberales de externalizar la producción han sido
un desastre, como se vio en la covid. Finalmente el modelo Biden, un modelo
tímidamente neokeynesiano, es un poco lo más a la izquierda que puede haber. Y
fíjate lo que es.
De las dos crisis de las que habla, la del coronavirus ha
quedado atrás, pero la guerra de Ucrania continúa. ¿Cómo acabará?
No tenemos la bolita de cristal, ¿verdad? Puede acabar muy
mal, con la utilización de un arma nuclear, que sería catastrófico para la
humanidad. Pero es muy difícil adivinar el final de la guerra de Ucrania.
Mientras esté Putin en Rusia se ve muy difícil que el Gobierno ruso devuelva
Crimea o abandone sus pretensiones sobre Crimea como parte estructural de la
Rusia eterna. ¿Qué es una victoria ucraniana? ¿Detener la invasión donde está?
El discurso de Zelensky no va en esa dirección para nada, sino en recuperar
todo el territorio anexionado por Rusia. Eso incluye el Dombás y también
Crimea. Cuando algunos Estados dicen hay que sentarse en la mesa a negociar
está bien, pero ¿sobre qué bases? Alguno de los dos contendientes va a a tener
que hacer concesiones, así se terminan las guerras. Pero por el momento los
espíritus no están en esa situación.
¿Por qué?
Se habla de contraofensiva, de que la OTAN va a entregar
F–16 a Zelenski. Rusia sigue con su intención de recuperar el conjunto del
Dombás, porque considera que eso es estructuralmente territorio ruso y forma
parte de la patria histórica no sé cómo.... No se ve bien cómo puede terminar
esa guerra. Por el momento no cabe duda de que fracciona el mundo.
¿En qué sentido?
El mundo está hoy dividido por lo menos en tres partes. Por
eso la globalización ya no puede funcionar de la misma manera. Y menos con las sanciones.
Por un lado están Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, unidos contra Rusia.
Por otro, Rusia y sus aliados –Bielorrusia y algunos países de la ex Unión
Soviética. Y por otro, toda una parte del Tercer Mundo que no está ni con uno
ni con otro.
¿Liderados quizás por Brasil?
Claro. La posición de Brasil es una posición bien
constructiva por parte de Lula, aunque sin resultados concretos. Pero le da un
rol a China en términos de capacidad diplomática. Este reencuentro entre Irán y
Arabia Saudí, que estaban separados y prácticamente en guerra en el teatro de
Yemen, ha sido posible gracias a Pekín. ¿Qué rol jugará Pekín en la posguerra
de Ucrania? No cabe duda de que va a cambiar el mundo. El Consejo de Seguridad
no funciona. Habrá que redefinir Naciones Unidas, no está funcionando en este
momento. Muchos países se están posicionando para el después de la guerra de
Ucrania. Será como el después de la Segunda Guerra Mundial, no con esa
dimensión, pero para nuestro tiempo, en cierta medida, sí.
Al final, en todo caso, la globalización económica no
implicó una globalización política.
No, el mundo está fracturado de hecho, en muchos aspectos.
Usted se refiere al entrelazamiento de varias y distintas
crisis, pero ¿existe alguna que sobredetermine a las demás?
Hay una que nos concierne a todos, el cambio climático. Es
decisivo. No es que sobredetermine, pero al cambio climático le da igual la
guerra de Ucrania o no, sigue con su transformación. Cada uno de nosotros lo
puede constatar a su nivel: se encuentre donde se encuentre en el planeta está
viendo desde el punto de vista climático cosas que nunca antes había visto,
tampoco las personas mayores en su experiencia vital. Y hay preocupaciones muy
grandes en torno por ejemplo al agua. ¿Qué va a ocurrir en torno al agua dulce?
Hay países que no van a tener agua, lo que va a provocar grandes migraciones.
Si el cambio climático provoca migraciones en África del Norte, las migraciones
van a venir para Europa. Este fenómeno se sumará a la desaparición de las clases
medias y a cómo esta desaparición alimenta el ascenso de la extrema derecha. Lo
que está pasando con Vinicius en este momento muestra que el racismo es un tema
de actualidad en España. Y no es anecdótico que ocurra en el fútbol.
Los saltos tecnológicos, otro de los temas que está en el
centro de su reflexión, ¿afectan a la calidad de la información? La
manipulación mediática existía antes de las redes sociales o la inteligencia
artificial...
Estructuralmente no es nada nuevo, en efecto. La
comunicación en el último siglo y medio ha avanzado a golpe de innovaciones
tecnológicas: el telégrafo, la radio, la televisión, Internet y las redes
sociales, la propia fotografía cambió la historia de la información... Y otras
tecnologías, la linotipia, la rotativa, el micrófono, el altavoz... La
comunicación está acostumbrada a verse sometida a cambios tecnológicos
brutales, violentos. El problema es que con Internet se ha cambiado de
dimensión.
¿Por qué?
Primero, Internet ha permitido realizar algo que durante
mucho tiempo pareció imposible: la democratización de la información. En los
años 70 el informe McBride –de Seán MacBride, un premio Nobel de la Paz
irlandés– pedía no seguir en un mundo en el que cinco agencias de noticias
dominaban la información y la mayoría de los medios de comunicación reproducían
esas noticias. Había grupos multimedia que poseían la prensa, la radio, la
televisión. Eso se terminó, porque ahora con un teléfono cada uno puede hacer
su información y difundirla en Twitter o en Facebook o en Instagram. La
democratización en la información está hecha. ¿Se ha resuelto el problema? No
se ha resuelto el problema, evidentemente.
Han aparecido otros problemas, quizás más complejos.
La solución de un problema plantea nuevos problemas. Ahora
el tema no es tanto la capacidad de producir información, sino que el uso de
las nuevas tecnologías se ha vuelto tan sofisticado que nadie sabe muy bien ya
de qué estamos hablando. ¿Qué certidumbre tengo de que la información que
recibo es una información verificada? Ninguna. La inteligencia artificial añade
una dimensión más en términos de incertidumbre, pero eso ya existía. Por otra
parte, en qué medida toda esa información en forma de puzzle que estoy
recibiendo me permite tener una visión del conjunto coherente y que me dé una
explicación que me sirva en mi vida cotidiana como ciudadano. Es muy
complicado. E Internet, que apareció como una gran solución, gratuita y sin
límites, hoy día es una trampa para muchísima gente, que tiene la ilusión de
tener información y no está informado. O se informa de cosas que le interesan
–la farándula, el deporte, y ojo, no siento ningún desprecio por estas cosas– y
tiene mucha información sobre eso, pero nada más. Lo que verifica una cosa que
digo desde hace mucho tiempo: la información oculta la información. Mientras,
nadie tiene una idea clara de lo que ocurre en Ucrania. ¿Bajmut se tomó por
completo o no? Nadie lo sabe, ni siquiera el presidente de los Estados Unidos.
Algo que se aprende en sus libros es que con toda tecnología
informativa aparecen también nuevos modos de manipulación. Un debate clásico de
la teoría crítica es si el núcleo del problema reside en la propia tecnología o
en su propiedad.
Claro. Hoy son las redes. Quién posee las redes, y en qué
medida el propietario de las redes ejerce la censura cuando puede.
El panorama que dibuja es oscuro. ¿No intuye luces en el
horizonte?
Sí, por supuesto. La primera, nuestra capacidad de entender.
Todos y todas estamos preocupados por entender este nuevo mundo. Que es
reciente, acaba de ocurrir. La guerra de Ucrania empezó hace un año. Se tardó
mucho tiempo en entender cómo funcionaba la Guerra Fría, cómo funcionaba la
descolonización... Por otra parte, las sociedades están cada día más alerta
sobre estos peligros. El cambio climático es un peligro, pero no ha destruido
aún el planeta ni la humanidad. La humanidad se está organizando. Para cada una
de estas crisis tenemos no solo advertencias, sino movimientos a la vez de
resistencia y de explicación. Esto es lo más esperanzador.
https://www.eldiario.es/galicia/ignacio-ramonet-neoliberalismo-destruye-clase-media-cae-pobreza-alimenta-extrema-derecha_128_10237242.html
Nota del Blog .- Todo esto es aplicable a España visto además el resultado de las elecciones de ayer, si el mundo en crisis tras crisis está fracturado de hecho, en muchos aspectos. lo político solo es una expresión de ello y a pesar de lo políticos. Así que el PSOE haya perdido Aragón . Extremadura , Valencia o Baleares no tiene lógica en incluso en Cantabria .Si bien se entiende que desapareció el Cs y VOX bajo de 52 a 14 . El PP tendría 138. Y Podemos casi ha desaparecido , no así ni Comunes y Compromis pero no fue al PSOE solo- paso de 120 a 121 . La abstención fue importante
Ver una simulación respecto unas generales ya convocadas. De los resultados electorales en Catalunya y Euskadi -en esta
última ha crecido EH Bildu-, demuestran hasta qué punto las élites y los medios
de comunicación configuran realidades diferentes. Y como, en último término,
las posibilidades de competir en las democracias occidentales no son reales.
¿Qué habrán visto los vascos y catalanes que el resto de los españoles no han
sido capaces de percibir?
https://www.eldiario.es/politica/resultados-municipales-28m-si-hubieran-sido-elecciones-generales-pp-gana-izquierda-gobernar_1_10250519.html