Hannah Arendt contra el general Franco
Agustín Serrano de Haro, científico titular en el Instituto
de Filosofía del CSIC, rastrea en su libro 'Arendt y España' un episodio que
define como crucial en la biografía de la pensadora alemana
Lucas Marco
En 1941, Hannah Arendt (Linden-Limmer, 1906 - Nueva York,
1975) visitó el cementerio de Portbou (Girona) buscando infructuosamente la
tumba de su amigo Walter Benjamin. “El cementerio da a una pequeña cala,
directamente al Mediterráneo, y está esculpido en terrazas de piedra; en estas
paredes de piedra es donde se introducen también los féretros. Es con mucho uno
de los lugares más fantásticos y hermosos que nunca haya visto en mi vida”,
escribió a Gershom Scholem en una carta del 17 de octubre de 1941, desde Nueva
York, a donde consiguió llegar a duras penas tras haber sufrido el
internamiento en los campos de concentración franceses y haber conseguido
cruzar los Pirineos, atravesar España y embarcarse en Lisboa hacia el otro lado
del Atlántico. Arendt fue apátrida durante 18 años, desde que el régimen nazi
le negó la ciudadanía en 1933 hasta que consiguió la estadounidense en 1951.
Agustín Serrano de Haro, científico titular en el Instituto
de Filosofía del CSIC, ha reconstruido en Arendt y España, editado por Trotta,
el paso de la pensadora por la dictadura del general Francisco Franco, en una
obra que aporta valiosas claves sobre la trayectoria vital de la protagonista.
Se trata de un “episodio crucial de la biografía de Arendt”, explica el autor a
elDiario.es.
Hannah Arendt —una mujer judía, apátrida y con antecedentes
en Alemania (fue arrestada en 1933 tras pasar semanas en la Biblioteca Estatal
Prusiana documentando el auge del antisemitismo por encargo de la Organización
Sionista Alemana)— consiguió huir con su madre a través de Praga y Ginebra.
Exiliada en Francia, en mayo de 1940 Arendt fue internada
una semana en el Velódromo de Invierno de París tras un decreto del Gobierno
francés a consecuencia de la declaración de guerra a Alemania. Paradójicamente,
la mayoría de alemanes en Francia eran exiliados y perseguidos por el nazismo.
El 23 de mayo fue trasladada, primero en autobús hasta la estación de Lyon de
París y, de ahí, en tren al campo de concentración de Gurs, a los pies de los
Pirineos. “Después de la invasión alemana, el Gobierno francés no tuvo más que
cambiar el nombre de la empresa: tras habernos encarcelado porque éramos
alemanes, no nos liberaron porque éramos judíos”, escribió en Nosotros,
refugiados, un breve texto publicado originalmente en la revista The Menorah
Journal en 1943 y recuperado por la editorial Altamarea.
Construido un año antes y formado por 382 barracones, el
campo de Gurs había albergado en una primera fase a soldados republicanos,
además de brigadistas internacionales, que huyeron de España tras la victoria
franquista en la Guerra Civil. En el campo, según afirma Elisabeth Young-Bruehl
en su biografía canónica, Arendt “se hundió en una de las peores crisis de su
vida”.
En una carta a su exmarido, el filósofo Günther Anders, la
apátrida describe la situación de las mujeres en el campo, “tan apretujadas a
la noche que el más leve movimiento llevaba a caer sobre la vecina, rodeadas
por el alambre de espino en el que se ponía a secar la ropa”.
Tras cuatro semanas de internamiento y aprovechando el caos
propiciado por el armisticio del 22 de junio y la desintegración de la Tercera
República francesa, Arendt se las arregló para abandonar Gurs. “En medio del
caos resultante, nos las compusimos para obtener documentos de libertad, con
los que podíamos abandonar el campo”, relató en una carta publicada en 1962 en
la revista Midstream.
La pensadora aludió poco en sus escritos a su experiencia en
los campos franceses. Sus biógrafos se han guiado por las pistas que dejó en su
abundante correspondencia, disponible en los 'Hannah Arendt Papers' de la
Congress Library, que también custodia los pasaportes que ilustran este
reportaje. Sin embargo, su paso por los campos y su condición de apátrida
fermentó algunos de los conceptos esenciales de su pensamiento y de su obra
posterior.
Certificado de identidad y de viaje expedido en Francia a
Hannah Arendt en 1938. Library of Congress, Manuscript Division, Hannah Arendt
Papers
“Arendt sostenía que había que pensar a partir de la
experiencia, y no sobrevolándola con conceptos o reconstruyéndola con ideas. Y
ella desde luego experimentó las condiciones de vida en los campos de
internamiento de la República francesa, y también, muy significativamente, el
tipo de decisión administrativa y de control solo policial que puso en pie esos
campos”, explica Serrano de Haro.
La mayor parte de los internos que sobrevivieron a las
condiciones del campo fueron deportados a centros de exterminio en 1942 y 1943.
Arendt logró llegar a Lourdes, donde se encontró casualmente con Walter
Benjamin. La exiliada hizo caso omiso a la orden del régimen colaboracionista
de Pétain que obligaba a los judíos a registrarse en la prefectura de Policía.
A principios de julio, se encaminó a casa de una amiga cerca
de Montauban, una localidad occitana que albergaba a numerosos exiliados
republicanos —entre ellos Manuel Azaña, fallecido allí el 3 de noviembre de
1940— y a huidos de los campos de toda Francia, gracias a la ayuda de su
alcalde, el socialista Fernand Balés.
En la calle mayor de Montauban, “por una de esas afortunadas
triquiñuelas de la Historia” se topó con su marido, Heinrich Blücher, con quien
se fundió en un “gozoso abrazo”, según relata Elisabeth Young-Bruehl en su
biografía de Hannah Arendt. Blücher (Berlín, 1899 - Nueva York, 1970), un
antiguo espartaquista reconvertido en crítico con el estalinismo y huido de
Alemania en 1934, había sido evacuado cuando los alemanes ocuparon París y
consiguió huir hacia el sur.
Tras el reencuentro, el matrimonio movió cielo y tierra en
Marsella para superar, con apoyo de organizaciones de auxilio internacional y
de ayuda judía, los complicados trámites legales que les permitirían abandonar
la Francia de Vichy. Todo ello a pesar de ser apátridas y exiliados (Arendt,
además, judía) y probablemente portar documentación falsa.
En Marsella, Walter Benjamin confió a Arendt y Blücher sus
manuscritos, entre ellos las Tesis sobre la filosofía de la Historia, con la
esperanza de que los hicieran llegar al Institut für Sozialforschung de Nueva
York. Fue el 20 de septiembre, durante el último encuentro del matrimonio con
su amigo, seis días antes de su suicidio tras su paso fallido por la frontera.
Benjamin había enviado una copia a Gershom Scholem aunque el
manuscrito nunca llegó a Jerusalén. También había entregado a su amigo Georges
Bataille una segunda copia y ambos la habían ocultado en la Biblioteca Nacional
de París. “Aunque Arendt no estaba al corriente de este hecho y, por tanto,
ella tendría un gran temor por la copia que llevaba y pensaba única”, precisa
Serrano de Haro.
El texto fue entregado en mano a Theodor Adorno en Nueva
York tras haber pasado de forma semiclandestina por España. Sin embargo, el
manuscrito de Arendt bajo el título original alemán de Rahel Varnhagen. Vida de
una judía alemana de la época romántica, que también viajaba en la maleta de la
pensadora, se perdió en las primeras mudanzas en Nueva York y no fue
recuperado, aunque incompleto, hasta que una amiga a la que le había confiado
una copia en París se lo entregó en 1945.
La “lucidez” y el “coraje” de Arendt
El matrimonio, en definitiva, se salvó de milagro: “Todo
pudo acabar de otra manera, o más bien de manera fatal, que era casi la única
alternativa”, dice el autor. ¿Una simple cuestión de suerte? “Es verdad”,
afirma Agustín Serrano de Haro, “que a Arendt la suerte le fue propicia, la que
no tuvo Walter Benjamin; ella misma podía reconocerlo así. Pero junto a esto
debe constar también su lucidez y coraje de no hacerse en ningún momento
ilusiones acerca del curso de los sucesos. Si ella no hubiera abandonado el
campo de Gurs sola y con solo su cepillo de dientes, o si se hubiera registrado
ante las autoridades de Vichy, su suerte habría estado echada, como la estuvo
para quienes siguieron las sugerencias y órdenes de aquellas autoridades, en la
creencia vana de que 'no todo era posible'”.
Su breve etapa española, en pleno proceso de fascistización
del régimen franquista con la Gestapo campando a sus anchas, queda soslayada en
las biografías de Arendt. “El paso por España seguía teniendo algo de azaroso,
de peligroso, por las posibles arbitrariedades de las autoridades policiales,
por sorpresas en los pasos fronterizos, sin mencionar que ella y su marido
debían de contar con alguna documentación falsificada, ya que no se habían
registrado en Vichy”, recuerda Serrano de Haro.
El autor ha reconstruido el paso por España con las pocas
referencias en la correspondencia de Hannah Arendt y con testimonios de
experiencias similares a modo de “fuentes indirectas”, como el de Lisa Fittko
en De Berlín a los Pirineos: Evocación de una militancia, además de
bibliografía especializada. No ha hallado rastro de la filósofa y de su marido
en el Archivo General del Ministerio del Interior (en el Arxiu Històric de
Girona figura una tal Jerzy Arendt, detenida en Blanes en septiembre de 1942
por paso clandestino de frontera).
Con una infraestructura ferroviaria gravemente dañada por la
guerra y billetes que sólo se podían adquirir en cada una de las estaciones de
partida, las escalas y los retrasos en su periplo por la Península debieron ser
largos. “Los detalles del paso por nuestro país (duración, ruta, circunstancias
de las conexiones ferroviarias y esperas en las estaciones, visión de las
ciudades, etcétera) he podido reconstruirlos por testimonios de otras personas
en fuga, de condición muy similar, sobre todo mujeres judías, y en el período
de tiempo próximo, entre octubre de 1940 y diciembre del 1941”, afirma el
autor.
El 22 de mayo de 1941, Hannah Arendt y Heinrich Blücher
llegaron a Nueva York desde Lisboa con 25 dólares en el bolsillo y una
asignación mensual de 75 dólares de la Zionist Organisation of America, según
la biógrafa Elisabeth Young-Bruehl. Poco después llegó su madre, la
socialdemócrata Martha Arendt. En Estados Unidos, Arendt inició una carrera
universitaria, un ámbito que no era precisamente su preferido pero que
estabilizó las condiciones del matrimonio, y se convirtió en una de las más
importantes pensadoras de la filosofía política, siempre con una voz
independiente y crítica, singularmente en relación con la fundación del Estado
de Israel.
En Nosotros, refugiados, Hannah Arendt describe así el fardo
de los judíos europeos supervivientes: “Perdimos la casa: es decir, la
intimidad de la vida cotidiana. Perdimos el trabajo, o sea, la confianza de que
somos de alguna utilidad en este mundo. Perdimos el idioma, o sea, la
naturalidad de las reacciones, la sencillez de los gestos, la expresión
espontánea de los sentimientos. Abandonamos a los parientes en los guetos
polacos, nuestros mejores amigos fueron asesinados en los campos de exterminio,
y esto significa la laceración de nuestras vidas privadas”.
El primer franquismo en los textos arendtianos
La experiencia propia en los campos franceses marcó su
pensamiento político y, especialmente, su obra Los orígenes del totalitarismo,
publicada apenas un lustro después de la caída del nazismo y planteada con un
“método heterodoxo”, según apunta Salvador Giner en el prólogo a la edición
española, que la sitúa “fuera de todas las convenciones de la teoría política
de su tiempo, así como también fuera de la historiografía convencional”. La
propia Arendt reconoce que escribió el ensayo, un rastreo de la innovación política
radical de los regímenes totalitarios y del imperialismo, en un “contexto de
incansable optimismo y de incansable desesperación”.
Su experiencia de apátrida en Europa emerge en la distinción
entre los campos de internamiento y el purgatorio concentracionario del Gulag o
el infierno en la tierra de Auschwitz. “En su pensamiento la experiencia debe
promover distinciones y no subsunciones o identificaciones globales que borren
las diferencias significativas”, matiza Serrano de Haro.
¿Cómo encajaba la tipificación del primer franquismo en los
textos arendtianos? “La tesis de Arendt de que el franquismo es una dictadura
militar, de tipo no totalitario, tiene que ver con su propia determinación
restrictiva de cuáles son en rigor los regímenes totalitarios, que en realidad
no coincide siquiera, o sin más, con la dictadura nazi o con la bolchevique,
sino solo con aquélla en el período entre 1938 y 1945 y con el estalinismo en
el período entre 1937 y 1939, quizá ampliable a la hambruna provocada en
Ucrania en 1930”, explica Serrano de Haro. “En general”, abunda el autor, “su
enfoque es contrario a incluir bajo la rúbrica de totalitarismo la violencia
orientada a la conquista del poder o a la consolidación en él, por cruel que la
represión generada sea, por ejemplo, en contextos bélicos o posbélicos”.
“De hecho, ella misma recomendaba para el caso de España el
escalofriante libro de Georges Bernanos Los grandes cementerios bajo la luna
sobre la represión del bando sublevado en Mallorca”, recuerda el autor de
Arendt y España. Serrano de Haro advierte que “con el acontecimiento
totalitario se trataría siempre de una inflexión o salto, a la vez cualitativo
y cuantitativo, de dictaduras ya terribles y ya consolidadas con vistas a una
reconfiguración global de toda la realidad, sin reconocer límites nacionales ni
europeos, sin atenerse a intereses limitados de poder. La ideología totalitaria
como una suerte de apropiación de la Historia universal a través de esta
violencia sustancial y exponencial no es una cosmovisión que busque estabilizar
un orden social o asegurar una dominación política. No puede tampoco ejercerse
en un Estado jerarquizado, monolítico, sino en uno 'dual', en que el nervio del
poder reside solo en las unidades de élite o en la policía política, no en el
Ejército”.
A Hannah Arendt siempre le sorprendió la persistencia del
antisemitismo en España, a tenor de la expulsión de los judíos, ordenada por
los Reyes Católicos en 1492: “En cambio, lo que sí destaca Arendt son las
virtualidades del antisemitismo para la propaganda ideológica y la movilización
en diferentes contextos políticos; la conspiración judía servía para dinamitar
un Estado de Derecho y para perseguir fines dictatoriales incluso en esos
países donde no quedaba ya población judía, como era el caso de España en los
años treinta”.
El libro de Agustín Serrano de Haro, además del rastro de
Ortega y Gasset en Los orígenes del totalitarismo y las miradas Arendt hacia la
Guerra Civil, dedica un revelador capitulo al papel de la pensadora al frente
de la dirección ejecutiva, entre 1960 y 1967, de Spanish Refugee Aid,
organización estadounidense fundada por Nancy Macdonald y dedicada a la ayuda del
exilio republicano español no comunista, especialmente socialistas y
anarquistas.
La exclusión de la ayuda a refugiados comunistas en los
estatutos de Spanish Refugee Aid se basaba en “motivos prácticos e
ideológicos”. Los refugiados comunistas, recuerda el autor, “sí contaban con
redes de auxilio internacional y, además, la organización norteamericana quería
mostrar con hechos que se podía ser a la vez antifranquista y anticomunista”.
Las actividades de la Spanish Refugee Aid incluían el envío de ropa, dinero en
efectivo o productos de primera necesidad además de atención médica o programas
de reunión familiar.
Arendt encabezó esta organización no gubernamental, que
contaba con Pau Casals y Salvador de Madariaga como presidentes honoríficos, en
un periodo en que ya se había convertido en un referente intelectual de primer
orden (sus crónicas para The New Yorker reunidas en 'Eichmann en Jerusalén. Un
informe sobre la banalidad del mal', con la consiguiente polémica y ruptura más
que definitiva con el sionismo, se publicaron en 1963): “Esta implicación suya
se produce en un momento en que ella había alcanzado ya un muy alto
reconocimiento intelectual, tanto en EEUU como en Alemania”.
En 1957, seis años después de haber obtenido la nacionalidad
estadounidense, la pensadora escribió: “Mientras la humanidad esté organizada
nacional y territorialmente en Estados, una persona apátrida no es simplemente
expulsada de un solo país, de origen o de adopción, sino de todos los países
—pues ninguno está obligado a recibirla y a concederle la ciudadanía—, lo que
significa que en realidad ha sido expulsado de la humanidad”.
De nuevo, la vivencia de la evasión de Europa se asoma en
esta etapa de su vida. Donatella Di Cesare, profesora de Filosofía en la
Universidad de La Sapienza, lo explica en un texto que acompaña a la edición de
Nosotros, refugiados: “La experiencia decisiva para ella fue la de una huida,
atormentada y llena de riesgos, que empezó en 1933, cuando debió abandonar la
Alemania nazi, y se prolongó hasta 1951, cuando finalmente le fue concedida la
nacionalidad americana. Durante dieciocho largos años, los más difíciles de su
vida, fue una judía alemana apátrida, obligada a sufrir la falta de derechos
políticos, y también la ausencia de derechos humanos. Esta condición fue la
base de su pensamiento filosófico”.
También de su acción pública. “Es muy llamativo”, observa
Serrano de Haro, “el período relativamente largo, siete años, en que ella
ejerce esa presidencia ejecutiva de Spanish Refugee Aid, que la obligó a
bastante trabajo de gestión, de recaudación de fondos y de organización de
actividades, dedicaciones que no le eran especialmente gratas”.
Dos años después de cesar en la dirección de Spanish Refugee
Aid, la firma de Hannah Arendt destacaba en un telegrama enviado al secretario
general de las Naciones Unidas en protesta por los desmanes del régimen
franquista. “Toda esta dedicación de Arendt a unos compatriotas nuestros casi
olvidados de todos tiene algo de conmovedor para los españoles”, concluye
Agustín Serrano de Haro.
La “lamentable” pervivencia de la censura franquista en las
traducciones de Arendt
Agustín Serrano de Haro también incluye un capítulo dedicado
a las traducciones en España de las obras de Hannah Arendt, que en muchos casos
no han sido actualizadas y se corresponden con la versión autorizada por la
censura franquista.
“Es muy lamentable el hecho de que se sigan leyendo en
español las versiones de Arendt que fueron censuradas por el franquismo hace
más de 50 años”, dice el autor, que ha rescatado del Archivo General de la
Administración los expedientes de la censura franquista a obras como La
condición humana y Eichmann en Jerusalén.
Sobre este último libro, que Lumen solicitó editar en 1967,
el “anónimo revisor” al que se le encargó tantear la obra por parte de la
sección de ordenación editorial del Ministerio de Información y Turismo pidió
eliminar dos pasajes. Mientras que en la edición original en inglés “la España
de Franco” figura como uno de los regímenes amigos de la Alemania nazi, en la
versión española la referencia desaparece. En un párrafo sobre el campo de
Gurs, la versión de la censura franquista rebaja “enormemente” la cifra de
judíos internados que aporta Arendt y convierte la calificación de “infame” en
la de “conocido”.
“Eichmann en Jerusalén se halla, en particular, en un estado
lamentable, no solo por los fragmentos suprimidos, también por el cúmulo de
errores de traducción que contiene”, lamenta Serrano de Haro, quien considera
“inaudito que no se haga una nueva versión digna”.
La editorial Taurus, por su parte, se saltó a la torera la
petición de la censura de eliminar tres “alusiones directas a España” en Los
orígenes del totalitarismo. Sin embargo, otras traducciones de las obras de
Hannah Arendt con el lastre de la censura franquista persisten hoy en día: “La
razón es únicamente la desidia a la hora de revisar o rehacer las traducciones
existentes, que se siguen vendiendo estén cómo estén y, en general, están mal”.
“Es inaudito que no se haga una nueva versión digna. En
general, las ediciones españolas de los grandes libros de Arendt no están
cuidadas”, lamenta Agustín Serrano de Haro.
https://www.eldiario.es/cultura/hannah-arendt-general-franco_1_10915777.html