Temporada de reproches
@NSANZO ⋅
10/09/2023
Con gran manejo de las formas y capacidad de adaptar la
temática del discurso al público al que se dirige para dar la mayor efectividad
al servicio de su discurso, las ruedas de prensa y actos públicos de Zelensky
se han convertido en una atracción. Instalar el discurso ucraniano como único
aceptable fue el objetivo de la comunicación ucraniana en los primeros meses de
la guerra rusoucraniana, todo ello al servicio de una narrativa de una
simplicidad absoluta: Ucrania necesita armas y más armas, dinero y más dinero.
Toda la sofisticada estrategia de Ucrania gira alrededor de esa simple máxima,
que ha impuesto con habilidad y prácticamente sin oposición. En esa pelea, en
la que en realidad nunca ha querido o podido entrar, el Kremlin tuvo siempre la
batalla perdida y ningún argumento sobre, por ejemplo, la guerra en Donbass
durante ocho años antes de que las tropas rusas cruzaran la frontera ucraniana
ha tenido ningún efecto para matizar el apoyo proucraniano de todo el
establishment occidental.
Durante gran parte de la guerra rusoucraniana, el desarrollo
de los acontecimientos ha creado unas condiciones favorables al discurso
ucraniano. Cuando Rusia avanzaba rápidamente por el sur en las semanas
iniciales, Ucrania no necesitó más que la épica de la defensa para conseguir lo
que deseaba: el inicio de un flujo constante de financiación y armamento con el
que hacer posible la lucha contra el invasor. En los meses en los que Ucrania
recuperaba territorio, especialmente cuando preparaba las ofensivas de Járkov y
Jersón, que fueron exitosas o que ni siquiera se produjeron ante la retirada
rusa, la épica de la defensa se convirtió en la adrenalina de la victoria. Era
la cresta de la ola que Kiev ha estirado durante los meses de preparación de
una ofensiva que presentaba como potencialmente decisiva.
La situación actual es mucho más compleja. Ucrania alega
grandes progresos en el frente que no se corresponden con la realidad. Dar a
Rabotino la definición de ciudad estratégica no va a cambiar la realidad:
Ucrania alegó controlar el pueblo hace ya dos semanas, continúa sin control
efectivo y sufriendo pérdidas, por lo que no ha conseguido hacer de él una
cabeza de puente para hacer derrumbarse la línea de defensa rusa. Y anunciar
diariamente grandes avances en la zona de Artyomovsk tampoco modifica la
realidad de que Ucrania, que ya en mayo afirmó que la ciudad estaba
prácticamente sitiada, no ha podido recuperar las posiciones que perdió en
Bajmut.
Sin la épica de la defensa y el entusiasmo de la victoria,
Ucrania se encuentra ante la necesidad de explotar algo diferente. Las
constantes referencias de Dmitro Kuleba, ministro de Asuntos Exteriores, a la
proliferación de planes de paz, todos ellos inaceptables al no corresponderse
al cien por cien a las propuestas de capitulación rusa de Zelensky, denota que
Kiev se encuentra ante una temporada de preocupación. La ofensiva corre el
riesgo de entrar en la fase de estancamiento, especialmente si las tropas rusas
resisten los ataques de Ucrania, que se ha visto obligada a introducir a las
brigadas reservadas para el avance profundo hacia Melitopol-Crimea, durante las
próximas semanas, últimas en las que la climatología favorece las grandes
operaciones en campo abierto.
La dificultad ante la labor de romper las líneas de defensa
rusas en el frente sur, preparadas durante los meses en los que las tropas
rusas estaban comandadas por el ahora apartado general Surovikin, está causando
un nerviosismo que se traduce en exigencias y reproches. Aunque inicialmente
limitados, al menos públicamente, a mensajes en las redes sociales y artículos
de prensa en los que mostrar sutilmente algunas críticas, las últimas horas
parecen haber generalizado ese discurso, endureciéndolo notablemente. En uno de
sus últimos tuits, el presidente Zelensky afirma que “Ucrania es más que un
país luchando contra la agresión rusa. Es una elección personal moral sobre lo
que verdaderamente tiene valor, en qué crees y cuáles son tus verdaderas
prioridades. Esta es una base moral que trasciende fronteras. Tiene que ser
humanista. Tiene que prevalecer”. La arrogancia de la guerra hace presentar
como moral y humanista a quien durante siete años se negó a cumplir el acuerdo
de paz firmado y mantuvo un bloqueo económico y una situación de guerra de
forma totalmente innecesaria y artificial. Aun así, la idea del discurso es que
“el futuro se decide en Ucrania”. No solo el futuro de Ucrania, sino
aparentemente el de la civilización occidental, es decir, el de la
civilización. La insolencia de quien, pese a todo lo que está recibiendo,
siempre quiere más parece no tener fin. En las últimas horas, Kiev ha fijado
tres objetivos para sus críticas: Naciones Unidas, Elon Musk y los países que
suministran y financian al Estado de Ucrania.
“¿Quién habría imaginado que la ONU podría convertirse en el
principal lobista de los criminales de guerra?". Un recordatorio. Al imponer
sanciones por las violaciones del derecho internacional, los países
occidentales enviaron un claro mensaje a las élites rusas: con Putin, Rusia no
tiene futuro; Rusia después de Putin tendrá una oportunidad. Haciendo de lobby
de la idea de levantar las sanciones contra Rusia para la exportación de grano
robado en medio de una guerra a gran escala, el liderazgo de la ONU quiere
prolongar la vida del régimen de Putin y reconocer los ataques con misiles como
una herramienta efectiva para conseguir objetivos políticos. Una señal
interesante en el mundo del siglo XXI. Ninguna de estas absurdas ideas se puede
realizar, especialmente en el contexto del terror de misiles contra los puertos
ucranianos y las infraestructuras de grano. Sin embargo, es otro recordatorio
de que la presencia de Rusia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas está
envenenando a toda la organización”, escribió Mijailo Podolyak, cuyos ya de por
sí histéricos mensajes en las redes sociales han escalado en intensidad a
medida que la realidad ha ido dejando claro que las cosas no están saliendo
como se esperaban en el frente de Zaporozhie, que Ucrania esperaba haber roto
hace mucho tiempo.
Podolyak se refiere a las negociaciones de António Guterres,
Secretario General de Naciones Unidas, para reactivar el acuerdo de exportación
de grano ucraniano cumpliendo con las condiciones que marcaba Rusia, que son en
realidad aquellas que hace un año consideró que se le habían prometido: la
reconexión de sus bancos al sistema SWIFT para desbloquear sus exportaciones
agrícolas. Ucrania ha pasado meses alegando estar salvando al mundo de una hambruna,
pero sigue exigiendo el bloqueo de las exportaciones rusas, tan importantes
para la seguridad alimentaria mundial como las ucranianas. Lo sorprendente no
es es la actual intervención de Guterres en favor de mantener en el mercado los
productos rusos y ucranianos, que suponen un peso importante en las
exportaciones mundiales de grano, sino la lentitud con la que se ha actuado. No
hay argumento alguno que explique por qué no se utilizó el año que hubo de
margen mientras el acuerdo del mar Negro estuvo en vigor para lograr esos
objetivos. El hecho de que no se haya desconectado del sistema SWIFT al banco
que permite que los países europeos sigan adquiriendo gas licuado ruso muestra
que es posible mantener en el mercado aquellos productos que son del interés de
Occidente. Por algún motivo, el mantenimiento del grano y los fertilizantes
rusos en el mercado no ha causado tal interés. En cualquier caso, los
movimientos de Guterres parecen aún iniciáticos y no hay garantías de éxito.
Aun así, han sido suficientes para causar la histeria en el establishment
ucraniano.
El segundo receptor de la furia ucraniana esta semana ha
sido Elon Musk, uno de los hombres más ricos del mundo y dueño de la plataforma
que Ucrania más activamente utiliza para marcar el discurso, Twitter/X. Sin esa
herramienta, Kiev contaría con más dificultades para marcar la agenda política
diaria, ya que cada tuit de asesores como Mijailo Podolyak o del presidente
Zelensky se convierten automáticamente en noticia recogida por toda la prensa
mundial. La dependencia exterior de Ucrania se ha visto reflejada también en el
aspecto de las comunicaciones: Kiev basa sus comunicaciones en el sistema de
comunicación por satélite Starlink, propiedad de Elon Musk. Según afirma un
libro recientemente publicado, el pasado año, Musk recibió una petición de Kiev
de activar los sistemas hasta Sebastopol, con la intención de realizar ataques
para acabar con la flota rusa del mar Negro. Según ha afirmado ante la
acusación, el rechazo de Musk se debió a las posibles consecuencias,
concretamente ante la posibilidad de que la destrucción de su flota pudiera
tener como consecuencia un ataque nuclear ruso. Kiev y sus defensores están
utilizando ahora el argumento de que Musk tuvo en su mano la posibilidad de
acortar la guerra -para dar la victoria a Ucrania, por supuesto- y la rechazó,
un argumento falaz teniendo en cuenta que Ucrania no cuenta con la capacidad de
destruir de un golpe la flota rusa y que, incluso de haberlo conseguido, Rusia
dispone de recursos suficientes para continuar la guerra. El ataque de ira que
ha causado esta revelación, que no ha debido sorprender a Kiev, consciente de
la negativa a activar los servicios en el momento en el que realizó la
petición, es representativo tanto de la dependencia exterior como de la
superioridad moral que Ucrania se adjudica para exigir a sus socios y otras
instituciones actuar exactamente como se le ordena.
Las dificultades en el frente militar y también en el
informativo, en el que Kiev ha recibido críticas más duras de las que está
dispuesta a aceptar, han hecho que Zelensky apunte incluso a sus aliados más
fieles en su ataque de reproches. El objetivo sigue siendo el mismo, lograr más
sanciones contra Rusia y más armamento para su ejército, aunque el discurso se
ha endurecido notablemente. “Ellos están en el cielo”, afirmó Zelensky,
añadiendo que “así paran nuestra contraofensiva”. El argumento de Zelensky es
que a armamento más pesado, más rapidez en la conquista de territorios. “Cada
metro liberado equivale a una vida humana”, afirmó el presidente ucraniano, por
lo que “cuanto más tiempo lleve, más personas sufrirán”, un argumento que
difícilmente puede encontrar el favor de sus socios. Es más, uno de los
reproches de Estados Unidos a su proxy de Kiev ha sido precisamente la
reticencia a utilizar la táctica del Pentágono, que implica un mayor número de
bajas. El razonamiento de Zelensky no ha cambiado: más armas equivalen a
acortar la guerra, aunque el flujo sin precedentes de tanques y armamento y los
resultados obtenidos no corroboran la tesis del presidente ucraniano.
La guerra ha demostrado que el armamento más pesado implica
mayor destrucción, crecientes bajas y escalada bélica a ambos lados del frente,
algo que se ha observado con la artillería de largo alcance y los tanques
occidentales y que previsiblemente se repetirá con los F16 que llegarán el año
que viene y los misiles ATACMS cuya entrega valora ahora Joe Biden. Aun así, la
supuesta lentitud con la que Occidente está aceptando gradualmente enviar todas
aquellas armas de la lista de deseos de Ucrania parece ser el argumento elegido
por Ucrania para justificar la lentitud con la que Ucrania está liberando
territorio. El reproche no puede ser más claro cuando el presidente ucraniano
justifica la lentitud del avance de la contraofensiva alegando que “cuando
algunos socios dicen: ¿qué pasa con la contraofensiva, cuáles serán los
siguientes pasos?. Mi respuesta es que actualmente nuestros pasos seguramente
son más rápidos que los nuevos paquetes de sanciones”. La voracidad de la
guerra y de su arrogancia precisa de un
constante flujo de armamento para Ucrania y sanciones para Rusia. Todo lo demás
está sujeto a los reproches de quien se ha adjudicado la superioridad moral de
dictar todos los términos.
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