Desinformación, propaganda y la voluntad de informar
@NSANZO
29/09/2023 ⋅
La verificación de la información es, sin necesidad de crear
categorías profesionales imaginarias como los fact-checkers, una característica
fundamental de cualquier trabajo que aspire a calificarse como periodístico. La
guerra supone todo tipo de dificultades para las y los profesionales del
periodismo. El peligro que implica la cercanía al frente, la niebla de la
guerra, las informaciones que, pese a ser ciertas en el momento de su
publicación, dejan de serlo minutos después al precipitarse los acontecimientos,
la dificultad para encontrar fuentes fiables y, sobre todo, la abundancia de
desinformación de las partes en conflicto y sus aliados externos son solo
algunos de los aspectos que dificultan la tarea periodística sobre el terreno.
Esa dificultad puede extenderse también al análisis que se realiza desde la
seguridad de países lejanos, donde dejan de ser factor relevante el peligro del
frente y las exigencias de censura o autocensura de las partes. Sin embargo, la
mayor dificultad para ofrecer a la audiencia una información o análisis
riguroso sobre un conflicto bélico es la falta de voluntad para intentarlo.
La cobertura informativa de la actual guerra rusoucraniana,
de la misma forma que la guerra de Donbass en años anteriores, ha mostrado que
la voluntad informativa queda supeditada siempre a los intereses políticos y
comunicativos del bando defendido. La autocensura ha sido una gran parte de la
forma en que grandes y pequeños medios han cubierto durante años la información
política y militar relacionada con el conflicto ucraniano. Ocultar los hechos
para evitar dar una mala imagen del proxy de Kiev ha sido la norma a lo largo
de la guerra, ya fuera para borrar de la memoria colectiva el enaltecimiento de
personas y grupos que lucharon contra la Unión Soviética de la mano de la
Alemania nazi, olvidar que las autoridades ucranianas nunca tuvieron intención
de investigar el asesinato masivo de Odessa o que fue Ucrania y no Rusia quien
comenzó la guerra en el lejano abril de 2014 con el decreto de inicio de la
operación antitterrorista. Solo así puede asumirse, como está haciéndose de
forma generalizada en Occidente, que lo ocurrido en Canadá con el homenaje a un
veterano de las SS fue un error puntual, que la cantidad de símbolos de extrema
derecha en las imágenes de las Fuerzas Armadas de Ucrania son una anécdota o
que hay una unidad del pueblo ucraniano que incluye a todo el territorio contra
las fuerzas rusas.
A lo largo de la última década, la labor de la prensa, de la
que se han desmarcado un más que limitado número de profesionales, generalmente
en momentos concretos, ha sido colaborar en la presentación de Ucrania como un
país democrático con aspiraciones euroatlánticas. Evidentemente, Ucrania se ha
beneficiado de la solidaridad causada por el ataque ruso del 24 de febrero de
2022, pero la justificación de sus actos en nombre del objetivo común precede a
la intervención militar. En el tiempo transcurrido entre el irregular cambio de
gobierno de febrero de 2014 y el reconocimiento ruso de las Repúblicas
Populares de Donetsk y Lugansk el 22 de febrero de 2022, la prensa ha
colaborado activamente con las autoridades políticas en la justificación del
golpe de estado, la manipulación de lo ocurrido en Maidan en febrero de ese
año, el inicio de la operación antiterrorista, el uso de la extrema derecha
para amenazar y hostigar a la oposición prorrusa, la nula investigación de la
masacre de Odessa, el impago de pensiones y prestaciones sociales en Donbass,
el incumplimiento activo de los términos de los acuerdos de Minsk, el
enaltecimiento de personas y grupos colaboracionistas nazis durante la Segunda
Guerra Mundial o la prohibición de medios de comunicación o partidos
opositores. Todo ha quedado justificado en nombre de los valores europeos, la
lucha contra Rusia o el conflicto entre democracia y autoritarismo. En estos
años, y quizá en cierto sentido aún actualmente, la única excepción ha sido la
cuestión de la corrupción, eso sí, generalmente utilizada para justificar la
creación de organismos formalmente anticorrupción que, en realidad, formaban
parte de toda una estructura de control externo público-privado con el que
avanzar en el objetivo principal.
La actual guerra ha dado a Ucrania una incluso mayor
facilidad para colocar su narrativa como única e indiscutible, en esta ocasión,
no solo en la prensa nacional o regional, sino en las grandes portadas y las
secciones de opinión de los medios más importantes del mundo occidental.
Consciente de la importancia de presentarse, a la vez, como víctima inocente de
un ataque no provocado y ejército cuya victoria segura depende únicamente de
que sea bien armado y financiado por el mundo libre, Ucrania ha hecho del
frente informativo uno tan importante como el militar. “Ucrania ha utilizado
hábilmente el desvío de atención”, afirma un artículo publicado por The New
York Times esta semana en el que intenta defender su política hacia las
declaraciones rusas y ucranianas ante lo que parece un nuevo ejemplo de
desinformación por parte de Kiev.
El medio defiende el uso de los intentos de desviar la
atención para amagar, por ejemplo, con un ataque en Jersón -que terminó con
centenares de soldados ucranianos heridos en los hospitales de Nikolaev- para
dar la sorpresa y ejecutar la ofensiva real en la región de Járkov. Sin
embargo, The New York Times pone al mismo nivel la forma en la que Ucrania
desvió la atención, por no decir que mintió abiertamente, en el momento en el
que anunció la muerte heroica de los soldados que habían rechazado rendirse
ante las tropas rusas en la isla de las Serpientes en las primeras horas del
ataque ruso. Los marineros retaron a las tropas rusas tal y como afirmó
entonces Zelensky, aunque se rindieron segundos después y fueron tomados
prisioneros, trasladados a Crimea y posteriormente intercambiados como
prisioneros de guerra. Para entonces, la heroica hazaña imaginaria de los
marineros ucranianos era ya leyenda, había sido contada por los grandes medios
y abiertamente justificada ante la necesidad de elevar la moral del país y de
sus tropas.
La necesidad de crear una victoria exagerada es también la
razón por la que The New York Times ha creído ver la necesidad de escribir un
artículo para justificar su política de fuentes, que es similar a la de otros
grandes medios occidentales y puede resumirse en publicar cualquier alegación
de Kiev como hecho que no precisa de verificación y asumir que cualquier declaración
de Moscú es desinformación, propaganda o intento de confundir a la población.
El lunes, utilizando misiles Storm Shadow británicos, las
Fuerzas Armadas de Ucrania alcanzaron a plena luz del día uno de los cuarteles
generales de la flota rusa del mar Negro en la ciudad de Sebastopol en el que
posiblemente fuera el ataque más espectacular realizado en la ciudad hasta
ahora. Las imágenes del humo negro sobre el edificio blanco, donde el trabajo
más relevante posiblemente haya sido evacuado a lugar seguro hace mucho tiempo,
era una victoria lo suficientemente mediática para que Ucrania la utilizara
como argumento para lograr más misiles de largo alcance de sus socios. Sin
embargo, un parte de guerra que no acarrea más que daños materiales y carece de
bajas de personal es una victoria menor y Ucrania quiso maquillar los hechos,
como ha sido su modus operandi desde 2014, con una alegación de grandes bajas.
El Comando de Fuerzas Especiales de Ucrania, es decir, la inteligencia militar,
afirmó haber liquidado a 34 oficiales de la flota del mar Negro, entre ellos su
comandante, Viktor Sokolov. Toda la prensa, incluido The New York Times, dio
por buena la noticia y la publicó sin matices, sin querer caer en la cuenta de
que toda información presentada por los servicios de inteligencia es, por
definición, propaganda de uno de los bandos en conflicto. En la actual guerra,
esa máxima es aplicada únicamente a Rusia.
Como recordaba el reportero de The Wall Street Journal
Yaroslav Trofimov, hace unos meses, las fuentes rusas -aunque no Rusia de forma
oficial como sugiere el periodista- difundieron rumores sobre el estado de
salud de Zaluzhny, supuestamente herido o incluso muerto, en un ataque. Semanas
después, la rutina se repitió con Kirilo Budanov, jefe de la inteligencia
militar ucraniana. Ambos reaparecieron un tiempo después poniendo fin a los
rumores. En ese tiempo, a diferencia del caso de Sokolov, ningún gran medio dio
credibilidad a la noticia. En esta ocasión, sin embargo, el problema no ha sido
la voluntad de los medios de comunicación de publicar cualquier alegación
-verdadera o falsa- de la inteligencia civil o militar de Ucrania como hecho
que no precisa de verificación ni matización, sino la rapidez con la que su
información ha sido refutada. “Hasta ahora, Ucrania había tenido un récord más
sobrio”, afirma Trofimov, que parece haber olvidado los centenares de
terroristas que Ucrania decía liquidar a diario en 2014 o las veces en las que
los ataques ucranianos acabaron con Motorola o Givi antes de que fueran
asesinados -muy probablemente por el programa de asesinatos del SBU- y entonces
fueran declarados víctimas de las luchas internas de los territorios ocupados.
Por no hablar de los actuales partes de guerra, con unas cifras de bajas
increíbles incluso para quienes las publican como hecho. “Pocos analistas creen
en los optimistas cálculos diarios de bajas rusas dadas por los militares
ucranianos y que se cuentan en centenares, aunque son reportados ampliamente en
la prensa ucraniana”, admite The New York Times, que como el resto de la prensa
se basa también en esos informes que reconoce que carecen de credibilidad para
presentar una imagen de debilidad de las tropas rusas.
Horas después de la alegación ucraniana, presentada como
noticia por toda la prensa, Dmitry Peskov rechazó responder a la pregunta de
cuál era el estatus de Sokolov, algo que los medios entendieron como una
confirmación de los hechos sin caer en la cuenta de que gran parte del trabajo
del portavoz del Kremlin es precisamente no saber nada. Al día siguiente,
Sokolov aparecía en la videoconferencia con el Ministro de Defensa Sergey
Shoigu, aunque sin que se realizara un comunicado oficial. En lugar de un
desmentido, Rusia ofrecía una imagen sobre el estatus del comandante de la
flota del mar Negro, con lo que comprometía la situación de los medios de
comunicación que habían dado por hecha la noticia. Pese a tratarse de una
rutina habitual -la propaganda es una realidad de la guerra y Ucrania tiene
casi diez años de experiencia en ella-, la prensa continúa sorprendiéndose en
cada ocasión que Kiev le obliga a justificar haber publicado una noticia
presumiblemente falsa a causa de esa excesiva voluntad de admitir como verdad
absoluta cualquier comunicación procedente del proxy ucraniano. Cuando horas
después de las primeras imágenes, Sokolov emergió en una entrevista afirmando
que la flota del mar Negro continúa realizando sus labores asignadas y
añadiendo que “la vida sigue”, los medios no tuvieron más opción que revisar su
cobertura del episodio, aunque no para comprender que confiar ciegamente en una
fuente oficial de un país en guerra no es lo más recomendable en términos
periodísticos, sino para acusar a Rusia de desinformación.
“Ahora, Ucrania y Rusia están ofreciendo narrativas
contradictorias sobre si un oficial naval de alto rango ruso, el comandante de
la flota del mar Negro, está vivo o muerto”, afirma el medio sobre la base de
alegaciones ucranianas e imágenes rusas. “Ucrania ha afirmado estar
clarificando si murió, lo que deja abierta la cuestión de por qué los militares
parecían estar tan seguros el día anterior”, añade el artículo, que parece no
querer comprender la sencillez de la respuesta a su pregunta: era propaganda,
por lo que su importancia no recaía en la veracidad de los hechos sino en su
capacidad de lograr que fuera difundida en los medios.
Pese a todo, la base del argumento de The New York Times es
la idea de que “lo que está claro es que el desvío de atención, desinformación
y propaganda son armas regularmente desplegadas en la guerra de Rusia en
Ucrania para mejorar la moral en casa, desmoralizar al enemigo o dirigir a sus
oponentes de una trampa”. Que esa oración describe perfectamente la actuación
de Ucrania desde el inicio de la operación antiterrorista no pasa por la cabeza
de los reporteros, que a juzgar por su argumentación seguirán dando más
credibilidad a cualquier afirmación ucraniana que a una prueba rusa.
La voluntad de proteger a Ucrania de la realidad no se
limita únicamente a no hacer preguntas incómodas sobre el nivel de bajas o los
daños que está sufriendo el país, sino que se extiende también a aceptar como
verdadera cualquier alegación e instalar como única realidad posible el bien
cocinado relato ucraniano. “A menudo es difícil saber cuándo los informes son
falsos o por qué pueden haber sido diseminados”, se queja el medio solo en
referencia a aquello que procede de Moscú. En el caso de Ucrania, la duda
simplemente no existe. Sin voluntad de verificación y sin admitir que la
comunicación de uno de los bandos en conflicto pueda contener enormes dosis de
propaganda, no puede haber información mínimamente objetiva sino la
reproducción de la narrativa del bando escogido como propio. La verdad es
víctima en cada guerra y no puede dejar de serlo si los profesionales de la
información, en completa dejación de sus funciones, han decidido colocarse una
venda que impide ver incluso las falsedades más flagrantes de los
propagandistas de su bando. El resultado son rectificaciones a medias que se
utilizan para criticar a quien ha ofrecido una prueba -que también hay que
verificar- en lugar de a quien ha presentado una alegación que parece, a todas
luces, un burdo ejercicio de desinformación.
https://slavyangrad.es/2023/09/29/desinformacion-propaganda-y-la-voluntad-de-informar/#more-28239
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