jueves, 7 de septiembre de 2023

El programa de asesinatos de Kiev desde el 2014.

 

Programa de asesinatos


La guerra ruso ucraniana que comenzó en febrero de 2022 en parte sobre la iniciada en 2014 no solo ha hecho aumentar la extensión y la intensidad de la violencia, sino que ha convertido la cuestión ucraniana en uno de los grandes temas de la agenda política y mediática internacional. Además de causar un enorme flujo de asistencia militar, económica y financiera hacia Ucrania, la invasión rusa ha permitido destapar todo aquello que había que mantener en silencio durante la guerra de Donbass. Es el caso de la actitud ucraniana hacia los acuerdos de Minsk, que durante siete años fueron “la única alternativa” viable para resolver el conflicto. En ello coincidían en sus declaraciones públicas las autoridades rusas, las ucranianas y las europeas.

La llegada de las tropas rusas a territorio ucraniano cambió bruscamente la postura hacia aquellos acuerdos. Aunque durante algunas semanas -concretamente aquellas en las que Ucrania simulaba dialogar con Rusia un acuerdo de paz- se mantuvo la exigencia de regresar a las fronteras del 23 de febrero de 2022 y algún representante internacional exigió el cumplimiento de Minsk, los acuerdos desaparecieron completamente del discurso con la ruptura de las negociaciones en Ankara. Desde entonces, la narrativa ucraniana ha pasado a adoptar el discurso ya existente en el pasado en Estados Unidos, que calificaba los acuerdos de paz como inviables e innecesarios, ya que no resolvían la cuestión clave: Crimea. Sin la presión de sus aliados europeos para mantener la ficción de Minsk, Ucrania admite ahora sin ningún tapujo que nunca tuvo intención de cumplir aquel tratado firmado en la capital bielorrusa en febrero de 2015.

Sin embargo, la cuestión de Minsk no es la única en la que la libertad que ofrece la guerra entre Rusia y Ucrania permite sacar a la luz aspectos que en el pasado se habían mantenido ocultos, en parte gracias a la connivencia de la prensa internacional, que desde la victoria de Maidan ha optado siempre por no hacer preguntas incómodas a las autoridades ucranianas. Uno de los aspectos que ahora tienen cabida en la prensa mundial, que en ocasiones los ha tratado con la trivialidad propia de quien ha ignorado durante ocho años el sufrimiento de la población sometida a una guerra y a un bloqueo económico, es el de los asesinatos selectivos. Desde la recuperación de los territorios de la margen derecha del Dniéper y las partes bajo control ruso de la región de Járkov, varios medios se habían referido ya, en general en términos legitimadores, a los abusos cometidos contra toda aquella persona considerada colaboracionista, un contexto que se presta a todo tipo de venganzas personales y políticas que no parecen molestar excesivamente ni a Ucrania ni a sus defensores.

Recientemente, se ha hablado también, y en este caso con algún matiz de crítica, de los asesinatos selectivos cometidos por Ucrania. Hasta la llegada de las tropas rusas, toda muerte violenta que se producía en los territorios de la RPD y la RPL era calificada por Ucrania de lucha interna entre diferentes facciones terroristas o enfrentamientos con Rusia. Incluso las bajas que se producían a causa de los bombardeos de artillería eran achacadas a Rusia, algo que en el discurso ucraniano no chocaba con la calificación de esos territorios como ocupados ni con las constantes declaraciones sobre cómo Moscú manejaba todos los hilos. Si la prensa no ponía en duda que Rusia bombardeara a sus fuerzas proxy, tampoco era necesario dudar de la palabra ucraniana en los casos en los que las muertes violentas no se producían en el frente. La percepción de que cada palabra procedente de Moscú -y por extensión también de Donetsk y Lugansk- es parte de la propaganda del Kremlin para deslegitimar a Ucrania y que cada declaración de Kiev ha de ser considerada como un hecho probado precede en muchos años a la invasión rusa. Así lo demuestra el caso de los asesinatos selectivos cometidos en los años de guerra en Donbass.

La guerra con Rusia no solo hace justificable -al menos en términos políticos y mediáticos- la política activa de asesinar a oponentes o figuras rusas o prorrusas en los territorios de Ucrania bajo control ruso o en la propia Federación Rusa, sino que permite incluso publicar artículos que contradicen abiertamente el discurso que se mantuvo durante los ocho años de guerra en Donbass. Ya no es necesario ocultar el papel del SBU durante la etapa 2014-2022 ni el del GUR actualmente. Como recuerda un artículo publicado esta semana, el propio Kirilo Budanov, director de la inteligencia militar ucraniana, afirmó recientemente que no es necesario para Ucrania crear una estructura similar a la del Mossad, “porque ya existe”. Budanov, que no ha escondido que utiliza a grupos de la derecha más extrema, posiblemente el sector más movilizado e ideologizado en su odio a todo lo ruso, en sus acciones en la retaguardia rusa, tampoco ha evitado confirmar que Ucrania dispone de listas de personas a liquidar. Sin embargo, hasta esta semana, ningún medio había hablado de la táctica de la venganza de sangre de una forma tan abierta como The Economist, que el pasado lunes escribía que “Evgen Yunakov, el alcalde de Velikiy Burluk, en la región de Járkov, había sido identificado como un colaborador de los rusos. Cáucaso, un comandante de fuerzas especiales ucranianas, y un grupo de oficiales locales recibieron el trabajo. Sus hombres le observaron meticulosamente durante días: cuándo compraba, cuándo y dónde iba, su seguridad. Una vez que detonaron su bomba a distancia, desaparecieron en pisos francos dentro de los territorios ocupados. El grupo no volvería a territorio bajo control ucraniano hasta semanas más tarde, una vez que la localidad fue liberada. El cuerpo de Yunakov nunca ha sido encontrado”.

Sin matiz de crítica por el asesinato de un alcalde de pueblo aplicando la justicia de los servicios de inteligencia, The Economist añade que “en los 18 meses de guerra, docenas de personas como Yunakov han sido blanco de operaciones clínicas a lo largo de la Ucrania ocupada y también dentro de Rusia”. El artículo, legitimador con gran parte de la estrategia ucraniana, da credibilidad a la afirmación de que el presidente Zelensky ha ordenado minimizar las bajas civiles. Esa opción de confiar en la palabra del presidente ucraniano ignora deliberadamente que aquellos artefactos explosivos han actuado de forma tan clínica que han acabado con las familias de las personas señaladas para morir.

El único caso en el que se muestra cierto tono crítico es el de la muerte de Daria Dugina, una civil que no había participado en la guerra y que posiblemente ni siquiera era la víctima seleccionada en un ataque que probablemente estaba destinado a su padre. En cualquier caso, no se pone en duda la continuación esos asesinatos del SBU y el GUR, inteligencia civil y militar respectivamente. En el último año y medio ha sido evidente que en cada ocasión que Ucrania se ha referido a partisanos ucranianos que actúan en la retaguardia ha descrito realmente el trabajo de grupos vinculados a la inteligencia militar, de la misma forma que muchos de los asesinatos de años anteriores o los ataques contra, por ejemplo, los fiscales de Lugansk, se deben probablemente al SBU. Sin embargo, el artículo choca con el discurso que se ha mantenido hasta ahora en relación con esos actos, especialmente con los ocurridos en los años en los que la guerra estaba delimitada geográficamente en Donbass.

Posiblemente lo más sorprendente del artículo publicado por The Economist esta semana es la suma del titular, que se refiere abiertamente a un “programa de asesinatos”, y la imagen con la que se ilustra: el lugar del centro de Donetsk en el que murió de Alexander Zajarchenko, primer líder de la RPD, firmante de los acuerdos de Minsk y asesinado el 31 de agosto de 2018. Una rápida revisión a las reacciones de las partes y de la prensa internacional en aquel momento recuerda que Rusia acusó rápidamente a Ucrania de haber cometido un acto terrorista. Una bomba había explotado al abrirse la puerta del establecimiento en el que Zajarchenko y otros miembros de la organización Oplot se disponían a homenajear al cantante ruso Iosif Kobzon, que había muerto el día anterior. Ucrania, por su parte, veía detrás del asesinato la mano de Moscú, teoría que se trasladó sin grandes dificultades a toda la prensa occidental, que dio voz a quien siempre debió ser considerado uno de los posibles sospechosos del crimen. La BBC, por ejemplo, afirmaba entonces que “una portavoz del servicio de seguridad ucraniano, Yelena Gitlyanskaya, rechazó las acusaciones de Moscú. Afirmó que el asesinato ha sido el resultado de «luchas internas…entre los terroristas y sus patrocinadores rusos».

The Economist cita a Valentin Nalivaychenko, director del SBU durante varios de los años en los que se produjeron muertes violentas en Donbass, describiendo el momento y la lógica del programa de asesinatos. “En la Ucrania moderna, los asesinatos se remontan a, al menos, 2015, cuando el servicio nacional de seguridad (SBU) creó un cuerpo después de que Rusia hubiera capturado Crimea y la región de Donbass. El quinto directorio de contrainteligencia de élite creó una fuerza de sabotaje en respuesta a la invasión. Después se centró en los que eufemísticamente calificó de trabajo mojado”.

No es de extrañar que se mencione la fecha de 2015. Fue entonces cuando, temiendo un colapso de sus fuerzas militares, Ucrania se vio obligada a firmar los acuerdos de Minsk, ese proceso de paz que Kiev admite ahora que jamás tuvo intención de seguir. Las operaciones militares a gran escala habían terminado y con ellas la posibilidad de derrotar militarmente a las Repúblicas Populares. De ahí que Ucrania buscara vías alternativas para destruir la rebelión de Donbass: el mantenimiento de la presión con bombardeos de las zonas del frente, bloqueo económico contra la población civil y asesinatos selectivos contra personas elegidas. “Con reticencias llegamos a la conclusión de que necesitábamos eliminar a gente”, afirma Naliaychenko, en aquel momento director del SBU, que cínicamente afirma que “teníamos que llevar la guerra hasta ellos”. Ucrania había llevado la guerra hasta Donbass la segunda semana de abril de 2014 con el decreto de la operación antiterrorista, que rápidamente se convirtió en una guerra abierta. La población vivió aquel verano sin suministro de agua y pronto vio cómo Ucrania dejaba de pagar salarios, pensiones y prestaciones sociales mientras intentaba sitiar Donetsk, Lugansk y Gorlovka, las tres grandes ciudades aún bajo control de la RPD y la RPL. Nada de eso había conseguido el objetivo de obligar a Donbass a rendirse a Ucrania ni había resulto el problema político.

La decisión organizar asesinatos selectivos “llegó cuando los entonces líderes de Ucrania decidieron que la política de encarcelar a colaboradores no era suficiente. Con ese argumento, Nalivaychenko admite implícitamente algo que Kiev ha negado desde 2014, que existiera una parte de la población favorable a las Repúblicas Populares y contraria a Ucrania. “Las prisiones estaban desbordadas, pero pocas personas eran disuadidas”, afirma The Economist sin explicar la lógica de intentar desalentar a la población de la parte de Donbass bajo control ucraniano por medio del asesinato político de líderes de las Repúblicas Populares.

Frente a las muertes violentas que se produjeron a lo largo de esos años en Lugansk, mucho más inestable y con facciones abiertamente enfrentadas entre ellas, ciertos asesinatos que se cometieron en Donetsk siempre parecieron obra del servicio secreto que más se beneficiaba de esas muertes. Desestabilizar la situación política y económica siempre fue la estrategia de Ucrania desde el verano de 2014, pero especialmente desde la firma de los acuerdos de Minsk. Eliminar a líderes militares favorecía también la desestabilización militar. Entre esos asesinatos destacan tres, que son también los mismos que menciona, aunque sin adjudicar claramente, el artículo de The Economist: Arsen Pavlov, Motorola; Mijaíl Tolstyj, Givi y Alexander Zajarchenko, Batya. En el caso de este último, Ucrania había eliminado a una de las personas con las que se había comprometido a negociar en el formato de Minsk.

Pero si el objetivo de Kiev era disuadir a la población, los actos tuvieron el efecto contrario. Decenas de miles de personas salieron a las calles de Donetsk a mostrar sus respetos a esas tres figuras y, sobre todo, para mostrar su rechazo a Ucrania mientras Kiev insistía en que se trataba de actos terroristas cometidos por Rusia y la prensa legitimaba el discurso publicando sin matiz crítico ni contexto las declaraciones del SBU, al que ahora sutilmente apunta como ejecutor de los hechos.

Programa de asesinatos | SLAVYANGRAD.es.


 Nota del blog

 Entre  el 2014 y el 2020   millón y medio de ucranianos calificados de rusos tuvieron que exiliarse   esta la nota en el CEAR Comisión Española de Ayuda al Refugiado   ,  la mayoría   a la Federación Rusa  y a Bielorrusia  en la  UE ni no los reconocían  ni los admitían ..la represión política en Ucrania fue ya  denunciada


https://rebelion.org/las-personas-que-se-oponen-al-gobierno-actual-estan-detenidas-o-muertas/


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