La sal de la tierra (2014): Sebastião Salgado y su empatía con la condición humana
¡Qué violenta la calma con la que los empachados nos dicen que agradezcamos las migajas! Nina Ferrari
Si matas una cucaracha eres un héroe. Si matas una hermosa mariposa, eres malo. La moral tiene criterios estéticos. Friedrich Nietzsche
La honestidad es incompatible con amasar una fortuna. Mahatma Gandhi
Al pretender escribir sobre el documental La sal de la tierra, algunas cosas acuden rápido a la mente: una lección de fotografía; una cátedra (involuntaria) de humanismo y búsqueda de la verdad; un mensaje de tolerancia e igualdad. El fotógrafo no es el único autor de la foto; se trata del trabajo de un polímata; su legado y el de su esposa es para toda la Humanidad. Sebastião Salgado (S. S.) es un ser humano, un artista, que se ha cuestionado su labor como fotógrafo social y testigo de la condición humana: con la que tiene una empatía difícil de emularse. Su obra como fotógrafo/reportero puede equipararse a la del polaco Kapuściński, protagonista del filme a caballo entre animación y actuación Un día más con vida. S. S. conoce más de la mitad de países de un planeta que se debate entre heridas, deterioro, maltrato. A lo que él y su esposa han contribuido a mermar con la creación del Instituto Terra.
Aun con el amor que su trabajo refleja, en 2001 recibió la crítica de Susan Sontag y de periodistas del NYT: nada justa, como se verá en este ensayo salido de la bóveda interdisciplinar de La Fábrica de Sueños. Obra que cubre desde el génesis, ver Sierra Pelada, hasta el actual y casi inminente fin de los tiempos, aun con la contradicción que encierra el último trabajo presentado en el documental: “Génesis”, foto/reportaje (2013). No en vano, exclama: “¡Cuántas veces tiré al suelo la cámara para llorar por lo que veía!” Y por lo que ha llorado no es propiamente un melodrama. “Un filme por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado” se inicia con la pregunta del primero: “¿Un filme sobre la vida de un fotógrafo?” Y enseguida recuerda la etimología: del griego ‘photo’, luz, y “graphein”, escribir o pintar. Así, fotógrafo es el que pinta/escribe con la luz. “Alguien que escribe y reescribe el mundo con luces y sombras”, dice W. W., lo que de paso aplica para su propio arte: el cine. Por eso, se dice que las artes son distintas formas de escritura. Y la fotografía es apenas una entre ellas.
Con Sierra Pelada, mina de oro, frente a él, S. S. dice que en segundos vio pasar la historia de la Humanidad: la construcción de las Pirámides; la torre de Babel; las minas del rey Salomón. Solo oía el murmullo de 50.000 personas dentro de un gran agujero. Lo que más impresiona de tales fotos es angulación, encuadre, composición. Si se toma un referente del cine sobre equilibrio de la imagen, distribución de seres y objetos, proporción áurea, ese sería Kubrick. Tal vez, S. S. lo aceptaría. Allí, volvió al génesis: “Casi podía escuchar el murmullo del oro en esas almas”. En picado, los hombres parecen hormigas; en contrapicado, gigantes, ‘héroes’. Nadie piensa en caer de las escaleras, pero ello no deja de ser un reto a la gravedad.
Los trabajadores y él estaban para extraer sacos y sacar fotos, en su orden. Subían 50 o 60 veces al día por la escarpada/resbaladiza superficie. Un mundo muy organizado, “pero en una completa locura”, dice S. S. en francés, su segunda lengua: también es ciudadano francés. Y aparece el símbolo de la codicia entre los obreros, el revólver. Podrían parecer esclavos, pero no había uno solo, aclara: “Si existía alguna esclavitud allí, era el afán de ser rico”. Había de todo: intelectuales, licenciados, empleados de granjas, obreros de ciudad, todos en busca de un chance. Cuando se descubría un filón, todos tenían derecho a un saco. Pero, ese saco contenía la esclavitud, porque podía haber un kl de oro o nada. Ahí se jugaba cada uno la independencia. Cuando los hombres empiezan a tocar el oro, “ya no vuelven”, señala S. S.
W. W. vio la foto de un joven con los brazos cruzados, la espalda contra un palo y hombres bajando y subiendo la mina, por primera vez en una galería c. 1994. Pensó: “Debía ser un gran fotógrafo y un aventurero”. Traía sello y firma de S. S. La compró. El galerista sacó más fotos suyas. Lo visto lo emocionó, en especial una mujer tuareg ciega. Siempre que la ve, así sea cada día, llora. El poder de las imágenes. De ahí que países musulmanes las prohíban. Ya sabía algo de S. S., a quien le importan las personas, lo que significa mucho para W. W.: “Al fin y al cabo, las personas son la sal de la tierra”. De ahí el título. Pasó mucho tiempo para que se conociera con S. S. Habló con él de su vida, de su obra, de dónde provenía todo. Eso se nota en el filme: el profesionalismo del cineasta y el del polímata. La sal de la tierra
S.S. panea sobre su infancia. Puede haber muchos fotógrafos en un mismo sitio y siempre serán fotos muy diferentes. Como un libro leído por mil lectores, mil lecturas distintas. Porque esos fotógrafos provienen de sitios “muy muy diferentes”, señala. Cada uno con su manera de ver, con su propia historia. Y S. S. la aprendió ahí, en el lugar donde está: “Aquí tengo un ideal del planeta”. Producto de largas caminatas con el padre, adonde iban a mirar. Detrás de cada montaña, algo que ver: “Aquí he soñado mucho”. Y en un plano/contraplano, las cámaras del fotógrafo y del cineasta se encuentran para denotar el estudio que cada uno hace del otro y, ante todo, cómo ambos se enriquecen. S. S. quería ir más allá de las montañas, saber qué había detrás de ellas, intuyendo quizás, de contera, la dialéctica de Heráclito: “Una subida es al mismo tiempo una bajada”. Y a fe que lo logró. Un viaje con Sebastião Salgado
La avioneta aterriza en la cordillera de Papúa Occidental, Indonesia, en suelo del pueblo Yalí, en 2011. Panorámicas. Ascensos por la montaña. Fotos de detalle. Aborígenes que juegan con la cámara. La tribu aprueba. Juegos, bailes, comidas comunitarias. Ubuntu: “Soy porque somos”. El sentido de cooperación en estado puro, en un mundo destruido/deteriorado cada día más por el prurito de acumulación del capitalismo. Mujeres con flores en sus cabezas, con su cuerpo desnudo, sin vergüenza alguna: no hay razón para que la haya. Se trata del mundo de la inocencia, sí, en pleno siglo XXI. De la pureza, así suene cursi hoy. Porque hoy todo apena: la decencia, el buen gusto, la honestidad. Los filisteos/falsarios/filibusteros han vuelto. El tapabocas del virus/negocio/apartheidista no es gratuito. Eso lo ha comprobado S. S. Casas en las montañas, como si de arhuacos se tratara. Se siente nostalgia, porque allá los están matando. Aquí, en Fosa Común, también “Nos están matando”, dice el eslogan que ya está hasta en los edificios del barrio donde quien escribe vive en Bogotá. No se cita para que no me busque Luis Carlos Vélez, de la FM. Quien, a propósito, hace poco entrevistó a la alemana Rebecca Linda Marlene Sprößer (Sprösser), una amante de la salsa que pasó a quedarse en Cali y hoy integra la Primera Línea, estigmatizada por la ‘gente de bien’. El 22.jul.2021 un sicario al atentar contra ella disparó en su lugar al joven que, por lealtad, le sirvió de escudo: por cuenta de la ajena lápida al cuello, recibió 13 tiros y hoy agoniza. (1)
Para el padre su hijo era muy bohemio y siempre estaba de viaje, como nadie. El abuelo de S. S. también: “Era como una lanzadera. Así era Tião”, señala. Era dejado para el estudio: dio brega. Pero, estudió economía. Cursó un año de derecho, como quería el papá, pero no… Pasó a economía y le fue muy bien. Juliano dice que su padre se benefició de lo que el abuelo le obligó a cursar. La economía lo dotó de sólido saber sobre mercado/comercio e industria: “Por eso sabía lo que regía al mundo”. Todo comenzó para él en Aimorés, MG, donde nació en 1944. Ahí estaba la finca con vastas selvas atlánticas; también, el río. Por allí pasaban trenes interminables pues se trata de la mayor reserva minera del planeta. Allí creció S. S. el único niño entre siete hermanas más. En el verano, jugaba en el Rio Doce o ‘Río Dulce’.
S. S. no se queda quieto, dice W. W., haciendo de sí mismo: de fotógrafo. Por deformación profesional, reacciona/responde a los aparentes retos del cineasta alemán, usando su arma preferida, la cámara de fotos. “Wim, tengo una foto tuya muy bonita”, dice. “Yo también, y no te lo digo”, responde W. W. En este caso, fotografiaba no solo a una, sino a dos personas: a aquél y a su hijo Juliano, codirector del filme. Quien ya había acompañado a su padre en varios viajes: como a Papúa, Nueva Guinea, 2011. O, como ahora, a una isla remota al norte del mar de Siberia Oriental, viaje del cual W. W. dice que no pudo disfrutar. Padre e hijo invitaron a W. W. a hacer parte de La sal de la tierra, quizás para agregar una óptica externa sobre su aventura, recuerda W. W. mismo. No dudó un segundo: “¿Qué más podía pedir?”
Como seguro pensará el espectador. Haber podido asistir a dos horas de cátedra (libre) fotográfica, de preocupación por el destino del planeta, de empatía con la Humanidad. Por fin, podría llegar a conocer a S. S., sus móviles, por qué su trabajo lo había impactado tanto. W. W. ignoraba lo que había detrás del artista. S. S., tenía solo 15 años cuando tomó el tren y se marchó para siempre de Aimorés para ir al Instituto en Vitória, capital de ES, sudeste de Brasil. A la que el suscrito ha sido invitado desde 2014 por la UFES. Tan joven, no sabía qué hacer con el dinero, ya que hasta entonces no lo había usado. Vivía en un lugar donde lo tenía todo. Al llegar, pasó a no tener nada. En la granja, producían lo necesario para vivir. Así que, al inicio, pasó hambre por miedo a tener que ir a un negocio a pedir algo. W. W., por su lado, asegura que se ignora qué habría sido de S. S. de no haber aparecido Lélia Wanick en su vida.
Tenía 17 años, estudiaba música, luego arquitectura (que es ‘música congelada’) y era “increíblemente bella. Fue amor a primera vista”. Cuando S. S. ganó una beca para hacer un máster en economía en la U. de São Paulo, se mudaron allí y se casaron. Eran los años 60 y ambos hacían parte de movimientos de izquierda, como otros estudiantes lo hacían en París, Berlín o Chicago. Brasil estaba bajo la brutal dictadura militar, la de “el día que duró 21 años” (1964-1985). Así, el riesgo de ser detenido/deportado y torturado era constante. En agosto de 1969 (la época de Garrastazu Médici), Lélia y S. S. salieron en un barco para Francia. Mientras él seguía economía, ella estudiaba arquitectura: un día, compró una cámara para su trabajo. El que la disfrutó fue Sebastião: la primera foto que sacó fue de Lélia, claro.
Entró en la Organización Internacional del Café (OIC) y se mudaron a Londres. Con la idea de hacer carrera en el Banco Mundial (BM), a menudo iba a África para estudiar proyectos de desarrollo. Llevaba la cámara de Lélia y volvía siempre con muchas fotos: como los satisfacían mucho más que los informes económicos, ambos tomaron la decisión de que S. S. abandonara economía para, cual Sísifo, empezar de cero. Volvieron a París e invirtieron todo su capital en un costoso equipo fotográfico. Durante un tiempo S. S. probó fotografiando deportes, hizo retratos, bodas y hasta desnudos, antes de hallar su vocación. Níger (1973)
Mujer negra con tinaja de agua, sonríe. Empatía con S. S. Son sus “primeras fotos”. ¿Lugar?: Tahoua. Otra mujer negra, con su hijo a la espalda. “Dos jóvenes madres que hacían cola para recibir alimentos. Época de gran sequía en Níger. Para Lélia fue más difícil porque estaba embarazada”. La vida privada, siempre, hombro a hombro con su vida de fotógrafo. Y cuenta sobre el morabito que invitó a Lélia a sentarse en sus piernas, por lo que él le salió al corte para decirle que estaba en embarazo: así, terminó por reconocer su falta de ‘sincronía’ en ese momento. Luego se llevaría un kl de azúcar, “tan contento como si se hubiera ido con Lélia”. Cuando alguien moleste a su mujer, dele un kl de azúcar, o menos…, y lío resuelto.
Su hijo Juliano nació en París en 1974. “Ahí está mi futuro colega y codirector”, dice W. W. “Lélia seguía apoyando a S. S. en todo como joven madre”. Trabajó mucho en su propio oficio y en presentar el trabajo de su compañero en todas partes. En revistas, periódicos y agencias. Tras el éxito de algunos trabajos relevantes, hallaron el valor de concebir su primer gran proyecto fotográfico: “Otras Américas”. Que, si se mira bien, contiene una ironía sobre la manera como los gringos designaban (o designan aún) a su país cual si fuera un hemisferio. El mismo proyecto que lo llevó por toda Suramérica e incluso Centroamérica. Juliano se fue acostumbrando a las largas ausencias del padre. Otras Américas (1977-1984).
Foto dividida: a la derecha, arriba, una mujer se asoma por una ventana; a la izquierda, abajo, una niña con bandeja de manzanas con caramelo en su cabeza, come otra de ellas. También, le sonríe al fotógrafo. Lo que insinúa algo que ya sostuvo el propio S. S.: la foto no es solo del autor. Al dejar Brasil en 1969 empezó a “echar mucho de menos a Latinoamérica”. Así decide ir a países vecinos: Ecuador, Perú, Bolivia. Soñaba también con ver Los Andes. Época de profunda agitación social, producto del descontento popular… como ahora, como siempre, a causa de la tiranía comandada por… Simón Bolívar: “Los EEUU parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias, en nombre de la libertad”. Era la época de la Teología de la Liberación: Camilo Torres, Helder Cámara, Pedro Casaldáliga, entre otros. (2)
En Ecuador, S. S. conoce a Gabicho, sacerdote de su misma edad: “Él era el que llevaba la palabra de Dios”, dice, como quien confiesa su ateísmo. Gabicho unía a campesinos en cooperativas, introducía la solidaridad y, con las comodidades a su alcance, pudo realizar viajes que lo impresionaron mucho. S. S. aparece con aquellos a más de 3.000 m de altura. A veces, durante el día, subían a desniveles de 600 o 700 m. Disfrutaba mucho de vivir entre esas comunidades. Y muestra a los Saraguros, etnia del sur de Ecuador. Creyentes/borrachos por igual. El fin de semana, hombres/mujeres están ebrios por completo. Mientras habla, unos niños miran a un hombre que parece muerto, pero solo está ‘perdido de la perra’. Sorprende que su cabello se funde con un tapete que lo cubre y que parece no haberse lavado desde el génesis. Lo que, bueno, no importa porque está por fuera del tiempo. Por eso parece muerto.
Además, de su pecho brota una hierba que parece hervir, quizás por el fuego del alcohol ingerido. Para terminar, el rictus de su boca deja ver el placer del beber cumplido: no del deber… porque alcoholizarse no es ninguna obligación, salvo para el que está harto del otro yugo, el del trabajo. Un claroscuro, a la Rembrandt, muestra tres figuras: dos hombres y una monja, con un grueso libro abierto, especie de Biblia ampliada. El campesino de la izquierda es Guadalupe, ‘Lupe’, gran amigo de S. S. cuando llevaba el pelo y la barba rubios/pelirrojos muy largos. Un día, en la montaña, le dijo: “Mira, Sebastião, yo sé que te han enviado del cielo”. S. S. añade: “Porque según la leyenda de Saraguros, los dioses, a la imagen de Cristo, volverían a la tierra para verlos, para observarlos y notar quiénes merecían el cielo”.
‘Lupe’ en su pieza de adobe cuarteado, sentado en la cama de madera, con su cobija (apenas) dos tigres, con la virgen y otras imágenes en la pared y al lado cuatro sombreros, aparte del que lleva puesto. Cubierto por la típica ruana que le ayuda a soportar el frío de Los Andes. ‘Lupe’, dice S. S.: “Creía firmemente que yo estaba allí para observarlos”. Frase dotada de cierto mesianismo: obvio, del propio S. S. Quien relata que nunca había visto a un pueblo, como el de los Saraguros, “con otro ritmo del tiempo”. El que pasó con ellos, “me parecieron cien años”. Lo que habla de las diferencias entre tiempo natural y cronológico, el de los relojes, el interesado, el del Capitalismo. En suma, el que se corresponde con la frase infeliz de B. Franklin que arrastra el símbolo de la esclavitud para la Humanidad: “El tiempo es oro”. Algo inmaterial, eterno, imposible de asir, vuelto por arte de ma(f)ia quintaesencia de lo material, finito, deleznable. Lo que, de todas formas, se convierte en ruina. Lo que, en todo caso, tarde o temprano, lleva a la ruina, como lo confirma Celia cuando, al fin, se pudre.
Para confirmar lo dicho, S. S. añade: “Todo era tan lento. Era otra manera de pensar, otra velocidad”. Había fatalismo en sus caras. Lo que ilustra la foto del hombre que mira a la cámara y parece revelar las mismas sensaciones que el fotógrafo a su vez ilustra con palabras. Y del Ecuador a México, a Oaxaca o ‘Uajaca’, como dicen los manitos, para mostrar a los campesinos ‘mixes’. Allí, donde todo es medieval, hasta el arado. América Latina profunda. De dicha comunidad, lo más relevante, la música. Gente que la adoraba. El hijo mira al padre y al lado su clarinete. La enseñanza/ilustración por el ejemplo. Todos sus miembros que sabían tocar un instrumento, no necesitaban trabajar. Lo hacían como músicos. La diferencia en la percepción de la cultura. Durante cuánto tiempo, v. gr., en Fosa Común, se ha considerado a la música un oficio de vagos, de quien no sabrá cómo ganarse la vida, como si de partida hacer música fuera igual a perderla. Al respecto, Nietzsche: “La vida sin música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio”. Casi siempre citada “La vida sin música sería un error”, he ahí la frase completa tal cual la escribió a su amigo y confesor Peter Gast.
A fin de probarlo, los Saraguros le ofrecieron una pieza fría, de cemento, “para ver si resistía, si quería quedarme de verdad”. Como resistió, lo sacaron de allí y lo llevaron a una casa. “Nos hicimos amigos y conviví en armonía con la comunidad”, dice S. S. Dos fotos seguidas, lo muestran junto a ‘Lupe’: en la primera, éste sonríe con una cerveza en la mano, mientras aquél parece interrogarse sobre su futuro, no tanto mesiánico, jeje, sino concreto, terrígeno; en la segunda, ambos de espaldas sobre una roca guardan equilibrio frente al porvenir. Luego, va al norte de México para mostrar a los Tarahumaras, esos excelsos corredores de fondo, tanto como lo son etíopes o kenianos. “Caminan corriendo”. Era un reto seguirlos porque no andaban, sino que volaban. Y aquí viene la observación sobre quién es el autor de una foto.
“La fuerza de una foto es que, en esa fracción de segundo, entendemos un poco la vida de la persona que fotografiamos. Los ojos dicen mucho, la expresión de la cara. Cuando haces un retrato, no eres tú solo el que saca la foto. La persona te ofrece la foto”, concluye S. S. Y el campesino con ruana, fotografiado, parece hacerlo con sus brazos y manos. Los viajes, por Otras Américas, fueron claves para él. Poder volver a Brasil, tras años sin pisarlo. “La esencia era la misma, era un continente, estábamos muy cerca”. Con lo que alude a la igualdad, a la convivencia, a la unidad, en fin, a la necesidad de permanecer como unión de países libres que se oponen a la represión, explotación, intervención, violencia y muerte. Al abordar la cercanía, sonríe mientras una niña toca la barba del “enviado del cielo”, como le dijo ‘Lupe’.
Juliano crecía con un padre ausente. Lélia y S. S. se carteaban. Obvio, previo a las actuales formas de ‘comunicación’: más bien, de incomunicación/desinformación. Cada vez que volvía, a su hijo le parecía: “Un superhéroe, más que un fotógrafo”, narra W. W., mientras Juliano exhibe a un supermán/plástico cogido por las piernas, como en un gesto de victoria y a la vez en un acto de nostalgia por la ausencia del padre. “¡Y corten!”, exclama W. W. para que Juliano salte y se presente: “¡Soy yo, 30 años después!”, cuando por fin se une al padre en una de sus misiones. A Wrangel, isla desierta en el Ártico. S. S. esperaba fotografiar la última gran congregación de morsas. Juliano quería descubrir quién era aquél al que conocía apenas como padre. Quería descubrir al fotógrafo, al aventurero, por primera vez.
El oso polar, su mayor predador, impide fotografiar a las morsas. Contrario a lo que haría Treadwell, S. S. no sabe si está bien devenir intruso, para dar rienda suelta a su pasión por registrarlas. “En la duda, abstente”, dijo Confucio, pero Tim no lo oyó, no sabía de su certeza sobre la duda. S. S. piensa que es distinto cuando el oso está cerca, para hacer una foto así. Panorama poco apto: “Tenemos un documento del oso, pero […] ni una foto. Aquí no está bien. No hay nada detrás. […] para encuadrar la foto, embellecer el panorama. No tenemos acción, […] nada”. Ese punto de vista documentado no envidia al que hizo Vigo para revelar que no se trata de descubrir el cine/documental social, sino de buscar despertar la necesidad de ver a menudo buenos filmes sobre la sociedad y sus relaciones con sujetos y objetos. (3)
Los tres observan al oso, hasta que cae dormido. Lo mismo que S. S. El cansancio ha vencido a los combatientes. Ojalá éstos se cansaran más a menudo, para que hubiera menos combates: hasta que se acaben. Los tres cazadores de fotos con morsas se desplazan a ras de suelo, como en una ‘guerra convencional’: de las que ya no hay. Ahora son las guerras por la alimentación, la del hambre, la del agua, todas tras bambalinas del virus/negocio apartheidista y sus vacunas divisionistas que les impiden a los que recibieron determinada marca entrar a otros países en los que la marca es distinta. Pero, pocos lo notan. Solo que aquí, el ir a ras de suelo, es para que el oso que se revuelca no advierta su presencia mientras buscan el modo de fotografiar, por fin, a las morsas. La espalda de Juliano sirve de soporte, para que su padre haga su trabajo.
Las morsas pelean entre sí. La foto en b/n, con su cámara Leica preferida, permite ver el mar plateado por el sol al fondo, mientras aquellas en primer plano muestran sus grandes colmillos, los que les sirven para impulsarse al salir del mar y llegar a tierra firme. Colmillos de entre 50 cm y un m que soportan el peso de entre una Ton y 1.700 kl en determinado momento. Los héroes de la jornada, padre e hijo, en señal de logro, chocan sus manos. Otra vez, el amor cumplido, no el deber cumplido: y sin beber. Y el tercero también choca sus manos con las de Juliano. “La imagen que tenía en el objetivo, son los dientes saliendo; no se podían discernir las formas de las cabezas, ¡impresionante! Parecía que estábamos en el infierno de Dante, con todos esos dientes, todas esas formas… ¡increíble!”, dice S. S.
Al tomar agua pura del Ártico, parece recordarles a los humanos el valor del precioso líquido, por la cual no solo hay guerras y la entrada del ‘oro azul’ en el mercado de ‘valores’; sino, más allá, la privatización de un DDHH, a través de su sectorización/parcelación, para ser cobrado por m3 y según sea la talla del agricultor, como ya pasa en Europa. Juliano le pregunta al padre por el año 1979. Lélia en embarazo espera su segundo hijo, Rodrigo. Nace y todo indica que será ‘Down’, ser al que solo falta descubrirle sus cualidades comunicativas. Eso hace la familia. Cuando el médico confirma el temor, S. S. explota en llanto. Para Juliano, nunca iba a poder estudiar/leer/escribir como él. Rodrigo cual ente de un mundo aparte. De pronto algo pasó: “Gracias al amor, Rodrigo creó su propio lenguaje”. Poco después, viajaron a Brasil. La Dictadura, fuera. De cinco años, Rodrigo no entendía bien el valor de ese viaje.
“El 31 de dic volvía al Brasil”, dice S. S., después de diez años y medio lejos. Pero, Lélia no encontró la Vitória que había dejado. Todo había cambiado. Minas Gerais, también. El reencuentro filial, duro: los había dejado jóvenes/fuertes y ahora estaban viejos/débiles. S.S. deseaba conocer Brasil más a fondo. Para ello, una de sus hermanas le prestó un carro y viajó seis meses por una de las zonas más deprimidas: el Nordeste. Lugar donde se ubica la historia de una novela clave de la literatura brasileña: Vidas secas, de G. Ramos, llevada al cine por Pereira dos Santos. Zona donde la mortalidad infantil es una de las más altas de América Latina. Niños muertos antes del bautismo. Por los oscuros manejos de la Iglesia, a través de los tiempos, se cree que los niños no bautizados que mueren no van al cielo, sino al ‘limbo’.
En esa época, relata S.S., la Iglesia, qué curioso, alquilaba los ataúdes cientos de veces: recuérdese que ella inventó el paraíso para que los empobrecidos (no pobres) se ilusionen con una vida mejor, mientras sobreviven en la miseria. Una zona del orbe donde vida y muerte están muy cerca: como en Fosa Común, desde 2002. Un grupo reza y a la par hace trabajo político. Aquí, mientras los grupos hacen política, rezan para que nadie advierta el timo. Si alguien lo nota, corre el riesgo de desaparecer en ese ‘limbo’ al que van los niños no bautizados. Brasil tiene un gran movimiento de campesinos sin tierra; la mayoría, del Nordeste. Tienen gran fuerza moral y física, pese a su fragilidad porque comen mal. Tierras muy áridas: así, tienen un pedazo de Sahel. Granja Salgado, Minas Gerais, Brasil.
El abuelo Salgado habla de la larga sequía en su región. Tenían mucho ganado, había muchos pájaros, muchas aves: todo, se acabó. Y en lo alto de la montaña, “una mata muy buena”: la Mata Atlántica. Él fue feliz en la hacienda porque sacó adelante a sus hijos: educó a las siete mujeres (seis con carrera) y a ‘Tião’. A todos, con dificultad. En cualquier caso, criados con buena alimentación y buena ropa. Juliano cuenta que desde que llegó al Brasil, las tierras del abuelo son así: yermas/secas. Cuando S. S. a su vez regresó, más que eso le preocupaba otra cosa: el sufrimiento de la gente. Eso lo cambió, al decir de su hijo. Su rol como fotógrafo adquirió un nuevo sentido. De ahí se infiere lo esencial que era para él marcharse: “Le echaba muchísimo de menos, pero lo entendí”, dice Juliano. Sahel, el final del camino (1984-1986)
S. S. comienza a trabajar con Médicos sin Fronteras: Etiopía (1984) Luego, por todo el Sahel en el 85 y 86: un reportaje sobre el hambre. Campo de refugiados. El mayor de la Humanidad hasta entonces. Para él gran parte de ella estaba en la miseria. Un problema de inequidad antes que un asunto de ‘catástrofes naturales’, expresión hija del oportunismo. Región copta, cristiana y humilde. El hambre acabó con millones; el cólera los diezmaba. Jóvenes que no paraban de sufrir. Vacíos, los ojos envejecen primero. El frío mata montones. Allí, la gente se acostumbra a morir: lo que quieren gobiernos indolentes. “Cada persona que muere es un pedazo del mundo que muere”, sentencia S. S. Sobre la retención de alimentos por el Gobierno, señala: “Fue una deshonestidad política brutal”. Región Tigray – Etiopía 1984
S. S. regresó a fines del 84 a Etiopía. La guerrilla entendió el saqueo del Gobierno y mandó a la gente a Sudán. Todos se fueron por Tigray. Mientras dos helicópteros Mil Mi-24 atacan, una mujer huye con una olla a modo de casco, en compañía de su hija. Disparan a los pobladores: como aquí en Cali. S. S. hizo la foto y… a correr. Muchas mujeres embarazadas caminaban con la ilusión de comer algo y beber agua, al llegar a la tierra prometida: la que, por eso, nunca llega, por injerencia de los poderosos. Al dejar Etiopía, debió ir a Sudán, donde tuvo mucho trabajo pues había miles en pésimas condiciones. Había que desmontar ya el puesto de Médicos sin Fronteras, por costoso de mantener, por escasez de agua para su operación y, obvio, para la salud de la gente. Debían desplazarse lo más rápido posible.
Los amontonan en camiones de la ONU: a una mujer famélica le resulta imposible alzar una garrafa con agua. El hombre a su lado, se desentiende. Solo el de arriba le tiende la mano. El fin: llevarlos a otro campamento, “a una tierra hermosa y fértil a orillas del Nilo Azul”, dice S. S., quien hizo 400 km a bordo de esos camiones. Con el agua cerca, muchos mueren por hambre. Por la miseria, no llevan alimento alguno. Malí, 1985. Un niño desnutrido, junto a un árbol seco, otea el horizonte. Ojeras palpables, vientre abultado. Pese a la luz, no tiene casi sombra. Otra gran sequía. La piel de la gente es la de los árboles marcados por viento y arena. Solo mujeres y niños. Los hombres se fueron a Libia a trabajar o a Costa de Marfil por lo mismo, con el anhelo de volver y traer comida para la familia. Muy pocos regresaron.
Mujer flaca, piel cuarteada, da de mamar a sus pequeños, desnutridos como ella. Bofetón al Nuevo Orden económico de toda época; a la avaricia de la Iglesia y en especial al Vaticano; a los 15 ‘filántropos’ que cual avestruces prefieren hundir la cabeza o sacarla para saciar sus vicios. O, peor aún, viajar al espacio a sabiendas del planeta en deterioro que han dejado: como ha hecho Jeff Bezos en su nave espacial New Shepard, una ‘odisea’ que costó USD$ 2.5 millones por minuto para un vuelo de ‘apenas’ diez. Deterioro por recalentamiento global; pésimo uso del agua; extracción de minerales fósiles; explotación de bovinos; quema de bosques para ganadería, siembra de cultivos ilícitos y de otras materias para producir biocombustibles. En fin, cuanto demanda un mundo degradado por el hiperconsumismo, pero antes por drogas y guerras: agua, hambre, virus y vacunas para exterminar a la Humanidad.
Al aparecer el médico belga Luc, amigo de S.S., midiendo/pesando a un niño, viene una de las fotos que con mayor eficacia muestra el horror del mal reparto, la inequidad, la injusticia causados por esos mismos trillonarios, ‘filántropos’, pedófilos del mundo: de una balanza, penden unas cuerdas; de ellas, un niño; de este, apenas se adivina una figura humana. Foto que le trajo muchos líos a S. S. pues algunos intelectuales lo acusaron de una especie de neo/porno/miseria (recuérdese al respecto a Ospina/Mayolo) a inicios de 2000. Periodistas del NYT y la escritora Susan Sontag (autora de Contra la interpretación, ¡qué ironía!) acusaron a S. S. de utilizar de modo cínico/comercial la miseria humana e incluso de exponer bellamente “las situaciones dramáticas corriendo el riesgo de hacer perder su autenticidad”.
Si se miran bien las cosas, detrás de su trabajo no hay afán alguno de lucro, así sus libros y sus actos le hayan permitido vivir y llevar una vida holgada pero no ostentosa. Lo que la foto en particular muestra es el símbolo del desequilibrio entre los humanos y su injusticia: la balanza. Una balanza miserable que sostiene a un niño más miserable aún, ya que no le hace mella por su (falta de) peso. Y que obliga a pensar en la miseria humana de los 50 dueños del mundo, si no exagero, su meimportaculismo, su abyección, su desidia: aspectos que a la vez reflejan su avaricia, su pésima humanidad, el espejo en que ninguno se quiere reflejar. Quizás porque el resultado sería inaceptable: les enrostraría su misantropía, su vanidad, su (infinita) soberbia, en suma, los aniquilaría. A ellos, los invencibles, los poderosos, los eternos.
Otra foto que sacude/conmueve: la del niño de 8 años, de espaldas a la cámara, con su banjito, su camiseta desleída, sin pantalones, palo, olla, y un perro enjuto: que, para S. S. asume una postura única: “La de alguien que sabe adónde va”. O, para completar el sentido, alguien que llegará muy lejos porque no sabe adónde va. En busca de otros grupos, de un pueblo. S. S. se encariñó con la gente de Sahel. Fotos, libro y exposición de Lélia concitaron la atención orbital sobre sequías y muerte de millones de seres: preguntas sin respuesta sobre la causa. Luego, se volcó sobre un tema que le llevó a casi 30 países, de los 100 que conoce con relación a los 194 que reconoce la ONU: excluye a Palestina, pero no al Vaticano, que tiene en Roma el club gay mayor de Europa: nada personal, sino señalado por la prensa global. (4)
Trabajadores 1986-1991
“Quise rendir una especie de homenaje a todos los hombres y a todas las mujeres que construyeron nuestro mundo. La arqueología de la Era Industrial”. Su perspectiva como fotógrafo había cambiado, pero él seguía siendo el mismo: “Empujado por la misma empatía con la condición humana”. Y esto se dio en su transición de economista a fotógrafo, es decir, ya como polímata, por su nuevo viaje a Ruanda. “Trabajadores consiguió unir al Sebastião Salgado economista con el artista en el que se había convertido”. Lo dicho: en polímata, el sincretismo perfecto entre científico (porque la economía es una ciencia y si no que lo diga Marx) y artista, como podrían asentir también Leonardo Da Vinci o Boris Vian. Workers fue el tercer volumen de fotografías que concibió junto a su esposa Lélia, su mejor colaboradora.
Fotografió a obreros del acero de la URSS; vivió con saboteadores de barcos en Bangladesh; navegó con pescadores de Galicia y Sicilia; mostró la producción de carros en Calcuta; observó a agricultores en Ruanda, país ya visitado en tanto economista. Al acabar la I Guerra del Golfo, la tropa iraquí se retiró y “Saddam prendió fuego a miles de pozos de petróleo”, dice W. W. 3.mar.1991: quema de 751 pozos en Kuwait, debido al lío que desató Irak; luego, la ‘coalición’ de 31 países liderada, como siempre, por EEUU. (5) Al ver la TV, S. S. supo que tenía que hacer un reportaje: “Fue como trabajar en un gran teatro”. Una puesta en escena enorme, del tamaño de un planeta. No había control. Se podía ir adonde fuera. Emanaciones de humo denso de petróleo. Tanto que el sol no pasaba. A veces, “era de noche las 24 horas”.
Cada explosión sonaba como un cañón. Era como operar junto a la turbina de un jet: “A día de hoy estoy un poco… Mi sordera comenzó entonces”. Los bomberos de Calgary, tras apagar el fuego, debían lavar todas las noches su bonito camión rojo, sin importar que al otro día en minutos volviera a estar hecho mierda, cubierto de oro negro. “Un trabajo infernal”. Retrasó su viaje tres veces. Salir de allí extrañamente le partió el corazón: “Tener que abandonar un espectáculo tan enorme”, recuerda S. S. En ese paraíso/jardín de la familia real de Kuwait, por las quemas, los caballos resultaron locos. A las aves no las dejaban volar sus alas pegadas. Los kuwaitíes se fueron y encerraron a sus animales, junto a los beduinos, a los que no consideran seres humanos. Workers logró, se dijo, unir al S. S. economista con el foto/artista.
Un nuevo proyecto de S. S. / Lélia surgió, sobre el desplazamiento (forzado) de poblaciones enteras debido a tres factores: 1. Guerras; 2. Hambrunas; 3. Mercado global. Mientras Europa cerraba sus fronteras, S. S. intentaba arrojar luz en la vida de las víctimas de marginación, racismo, xenofobia, tres de los males en toda época. Surgió Éxodo 1993/99. En la Introducción, S. S. expresa una idea que siempre he sostenido: “Más que nunca, siento que hay una sola raza humana. Más allá de las diferencias de color, de lenguaje, de cultura y posibilidades, los sentimientos y reacciones de cada individuo son idénticos”. Despertó el interés orbital sobre refugiados de India, Vietnam, Filipinas, Suramérica, Irak y muchos otros lugares. Pero, volvía una y otra vez al continente que lo había cautivado, quizás porque ha sido el más ultrajado, expoliado, saqueado a través de la Historia: África. Tanzania 1994.
Parte de su proyecto sobre desplazamiento se dio en 1994, cuando el avión del presidente de Ruanda fue abatido: Juvénal Habyarimana (1937-1994), militar y político de la etnia Hutu. Todo, justo, a raíz de la brutal represión contra los Tutsis por los Hutus: a causa, todo hay que decirlo, del callado/hipócrita afán separatista de EEUU, cuyo lema predilecto es: “Divide y vencerás”. Desde la Doctrina Monroe (1823), pasando por el Manifest Destiny (1845), con su ‘América para los americanos’, como si estuvieran solos en el continente, hasta llegar a la Doctrina de Seguridad Nacional (2001), el engendro de Bush padre y sus secuaces, bajo la creación del filósofo político del nazismo Carl Schmitt (1888-1985), a quien extrañamente se reseña como si nunca hubiera salido de Plattenberg, en Alemania, donde nació y murió.
Una catástrofe: gente que cargaba todos sus bártulos en bicicletas. Inseguridad por toda parte. Como en Fosa Común. S. S. fue en sentido contrario a la migración, hacia la frontera. Llegó a Ruanda. Muertos por montones en las carreteras. Ataques con granadas, acababan con mutilaciones a machete. Poco a poco entendió la dimensión del genocidio que veía con sus propios ojos: no como esos ‘reporteros de guerra’ que cubren el conflicto desde sus cómodos apartamentos en Rosales, Country o El Chicó, en Bogotá. Genocidio de marca mayor. 150 km hasta llegar a las afueras de Kigali y 150 km de muertos. Al paraíso Ruanda lo suplantó el infierno. En pocos días, la llanura había dado lugar a una megaciudad de casi un millón de personas. S. S. fue sacudido por una madre con su hijo en las piernas: la sonrisa como producto de la confianza en su madre, aun entre el caos/horror. Yugoslavia 1994-1995.
“La violencia y la brutalidad no son un monopolio de los países lejanos”. Está allá en Europa, en la antigua Yugoslavia. Otra nación subdividida por el prurito/capricho gringo en siete países: Bosnia-Herzegovina; Croacia; Eslovenia; Macedonia; Montenegro; Serbia y Montenegro (a partir de 2003); Kosovo (que desde 2008 declaró la independencia de Serbia). A raíz de los muertos causados por los croatas y aun más por los serbios, lo que más le disgustó a S. S. fue ver hasta qué punto el odio es contagioso: aunque no sea tanto así, sino que los políticos interesados en sacar tajada polarizan a los pueblos vía prensa. No se propaga el odio porque sí: los pueblos entre sí no se odian ni el odio se extiende porque le dio la gana.
La población serbia de Krajina fue expulsada. Así la bosnia por la serbia. Con los Cascos Azules azuzando. Entre vecinos se disparaban a causa de la polarización gringa, del odio de una nación de inmigrantes hacia los del planeta: EEUU contra el resto. Campo de refugiados en Tuzla, Bosnia. Gente que huye del enclave de Zepa, donde los serbios asesinaron a miles de jóvenes. Como hoy, por el Paro, en Ciudad Jardín, Cali, hacen policía y ESMAD y la ‘gente de bien’ con sus armas de corto y largo alcance. Y el ‘gobierno’ que pretende una ‘agenda de equidad’ oculta/miente sobre toda evidencia del genocidio, desoye las sugerencias de la CIDH, reserva cada plaza laboral para funcionarios cuyo CV es más bien un prontuario. En Bosnia solo había ancianos, mujeres y niños: a los jóvenes los habían retenido o asesinado.
“Somos un animal muy feroz. […] terrible, nosotros, los humanos”, afirma S. S. Bueno, si se sacara a los políticos, no serían tan brutales como señala quien, a esta altura ya puede compararse con Kapuściński: ver Un día más con vida (2018), de Raúl de la Fuente y Damian Nenow. “Nuestra historia es una historia de guerras”, recuerda. Una historia sin fin, de represión, de locos. Congo 1994. Ruanda empeora. Los Hutu, en el poder, caen ahora frente a los Tutsi y se retiran al Congo. Éstos habían huido de aquellos; ahora, al revés. En últimas, todos huyeron, lo que quería el interesado: EEUU. En jul.1994, Goma acogió a más de dos millones. El cólera comenzó a propagarse y la gente a caer como moscas. Casi 15 mil muertos al día. Un padre deja a su niño sobre una pila de cadáveres y parte con el amigo que lo espera.
No daban abasto para enterrar a la gente. Una máquina del ejército francés recogía por decenas, echaba al suelo y cubría con tierra. “Todo el mundo debería ver estas imágenes… para que vea lo terrible que es nuestra especie”, enfatiza S. S., como quien de paso responde a los censores de su obra, periodistas del NYT y Susan Sontag, aquélla que escribió ‘contra la interpretación’ y ahora caía en la fosa que había hecho para otro. Tras ver tantos niños entre semisanos y mórbidos, al salir estaba enfermo, no por infección sino porque “mi alma estaba enferma”, dice con tristeza que sobrecoge, obliga a reflexionar, propende por corregir tanto error/mala fe humanos o dolo deliberado. Un año después, fue a Ruanda, para el regreso de los Hutus del Congo que no tenían adónde ir. ONU los obligaba a volver. Ruanda 1995.
El planeta entero parecía una tienda de refugiados, figura S. S. La autoridad Tutsi lo invitó a verificar lo ocurrido. Los que se escondieron en una iglesia, asesinados. Recuérdese Bojayá: los hechos no sucedieron como la historia oficial relata: un alto militar actuó en connivencia con los paras a fin de que el desenlace se le atribuyera a la guerrilla. Congo 1997. De los que dejaron Ruanda, dos millones de personas, una parte volvió allá, pero otra, unas 250 mil personas, temiendo la represión, abandonaron Goma y se escondieron en el bosque del Congo. Más tarde, aparecieron 40 mil: 210 mil seguían perdidas. Seis meses después, empezaron a aparecer por Kisangani. El Alto Comisionado de la ONU llevó allí a S. S.
En medio de tanta muerte, la vida seguía. En la selva, un hombre corta el pelo, en ausencia de la vanidad, quizás porque no cabe allí. Por eso, la siguiente toma estruja no solo a S. S. sino a los espectadores de La sal de la tierra, que son, justo, las personas, los seres humanos. Así, un angoleño, cuya mirada es de judío, recoge los dólares de la gente, sus divisas para cambiarlas. No estaba ahí para otra cosa: “¡En medio de la nada! […] de un bosque aislado de todo”, recuerda S.S. De pronto, la guerrilla de Kisangani, pro-Tutsi, comenzó a echar a toda esa gente. Vagaron otro semestre para volver a Ruanda. Muchos fueron asesinados, otros a delirar, unos más se volvieron locos, como los caballos del jardín monárquico de Kuwait.
De los expulsados no se volvió a oír hablar. Fue su último viaje a Ruanda. Cuando se fue, ya no creía…: “No creía en la salvación de la especie humana”. […] Nadie merecía vivir”. Y: “¡Cuántas veces tiré al suelo la cámara…!” W. W.: “Sebastião se había asomado al corazón de la oscuridad y se cuestionaba su trabajo como fotógrafo social y testigo de la condición humana. ¿Qué le quedaba por hacer después de Ruanda?”, pregunta W. W. Según Juliano, para entonces la salud del abuelo empeoró. S. S. y Lélia volvieron a Brasil y se ocuparon de la granja. “No sabían qué hacer con aquello”, rememora. Pájaros, caimanes y bosques desaparecieron. (6) Los recuerdos de infancia, también. Lélia ideó replantar el bosque que había antes. Algo no intentado: menos, a lo largo de 600 Has. Siguiente década, milagro: el Instituto Terra. Con la primera siembra, Lélia soñaba que de noche se moría todo: la tierra estaba muy degradada; dudaba que las plantas arraigaran. Había 400 especies de Mata Atlántica: ellos tenían 150. De dicha siembra, se perdió el 60%; de la segunda, el 40%. Para entonces, dos millones de árboles replantados: todo depende de ellos, el agua, el oxígeno. (7)
La tierra remedio contra la desesperanza. Ver crecer árboles y bosques hizo renacer su pasión. Nuevo proyecto sobre medio ambiente. Primera idea, denunciar destrucción de los bosques, contaminación de los océanos. Luego: “Hagámosle un homenaje al planeta”. Con sorpresa descubrieron que casi la mitad sigue como el día del… Génesis 2004-2013. Por su fama de fotógrafo humano/social, le advirtieron no meterse en un proyecto de paisajes/animales, por ‘falta de experiencia’, pero él dijo: “Los límites están en la mente”, como en El enigma de Kaspar Hauser, de Herzog. La etapa inicial, Galápagos. S. S. quería seguir a Darwin (8): “Las mismas especies, con ecosistemas muy diferentes, han evolucionado de maneras muy diferentes”. Comprobó que él, el humano, es tan Natura como árbol/tortuga/piedra. Todos, se agrega, son seres vivos, animados por energías diferentes, de variada intensidad y no obstante igualitos. No como dicen los polacos: que hay unos más iguales, para justificar la inequidad/avaricia/soberbia. Al respetar su espacio, de chimpancés v. gr. (y ojalá lo hubiera sabido Treadwell) (9), ellos terminan por aceptar al humano, pero no puede portarse jamás como intruso, porque hasta un animal lo nota, parece bromear S. S. Así lo diga quien escribe.
Génesis lo hizo volver a viajar por casi diez años. Iba a mostrar una visión más optimista de lo que había oteado herido/destruido. Iba a ser su obra magna. Una carta de amor al planeta, dice W. W. Estado de Pará, Brasil, Tribu Zoé, 2009. Sus miembros llevan una especie de tubo en el maxilar. En su estructura las mujeres cobran papel esencial. Único sitio en el que tienen cuatro esposos (cazador, pescador, agricultor y el cuarto ayuda a hacer todo en casa) y ellos otras tantas… ¿La diferencia? Mientras los maridos hacen poco el amor por ocupados, las esposas se cansan de quienes lo hacen mucho, dado que no tienen dichos oficios ni ayudan en casa. Ya en serio, las mujeres tienen gran dominio sobre parte de los hombres. Tras estar con ellos, S. S. vuelve a sus plantas antiguas. Resalta los helechos, planta de sombra que crece en el centro de la selva: el termostato de la Naturaleza, el que conserva la temperatura ambiente y le recuerda el cabello de su ‘bella madre’. Esas eran sus plantas, hasta que murió. Luego, las cuidó su padre hasta que… La tierra del Instituto es clave para su familia, dice S. S. refiriéndose también a sus ‘parceiros’. Así cierran un ciclo, en el que transcurrió ‘nuestra vida’. Hoy vuelven a añadir sus vidas, a todo ello: “Sigue siendo nuestra historia”. Formó parte del ayer y ahora del hoy. “Y el día que yo muera dejaremos aquí la selva que había un poco antes de que yo naciera”. Al hacer este recuento, habla en portugués, ya no en francés.
“El hombre cuyas fotografías nos han contado miles de historias sobre nuestro planeta, nos deja una gran historia y un gran sueño: la destrucción de la Naturaleza se puede revertir. Más de mil fuentes de agua vuelven a regar el ‘Instituto Terra’. Ya hay plantados 2.5 millones de árboles. La fauna regresó, incluso los jaguares. La tierra ya no es de los Salgado, sino Parque Nacional que pertenece a todo el mundo. Se demuestra que las tierras devastadas de cualquier lugar pueden volver a ser bosques”. En conclusión, La sal de la tierra son esos mismos hombres que la devastan y frente a los cuales S. S. pone un espejo en el que deben verse para rectificar su error. Su trabajo no sería tan visible sin el aporte ni la compañía en soledad de su mayor aliado, Lélia Wanick. Igual que por la solidaridad callada, por distintos motivos, de Juliano y Rodrigo, quienes, desde orillas complementarias, no opuestas, han alimentado su pasión por un oficio del cual no pocas veces quiso recular; si no jamás habría exclamado, no preguntado: “¡Cuántas veces tiré al suelo la cámara para llorar por lo que veía!” S. S. demuestra que no hay por qué agradecer las migajas que con violenta calma tiran empachados a empobrecidos; que el criterio estético de la moral es inaceptable frente a la ética de seres que brindaron al Otro lo mejor de sí, mientras esclavos de la avaricia, la mezquindad, la soberbia, se creen dueños de los demás e incluso de la Natura y por eso simulan filantropía, pero eso sí esconden su escarapela de ‘genocidio/pedofilia’, ante el riesgo de ir sin atenuantes a la prisión donde, igual que los sicarios del periodismo, siempre debieron estar; que sin haber amasado fortuna alguna, puede mostrar que dicha fortuna sigue siendo incompatible con la honestidad, la que ha forjado su imperecedera obra. En él ha jugado papel crucial su empatía/compasión con la condición humana, con la Humanidad. Y su ineludible compromiso con la verdad, como el de Mumia Abu-Jamal, Julian Assange, Daniel Hale. (10)
Dedicado a mi hijo Santiago, el mejor fotógrafo que conozco: así haya otros tan grandes como S. S.
Notas:
(2) http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25032007000300002
(3) http://www.catedras.fsoc.uba.ar/decarli/textos/Vigo.htm
(4) https://www.youtube.com/watch?v=yETHK13uc2Y
(5) https://elpais.com/diario/1991/11/07/sociedad/689468409_850215.html
(6) https://rebelion.org/primero-el-exterminio-indigena-luego-el-de-la-amazonia/
(8) Cabe revisarlo frente a Lamarck. Así, recomiendo los libros del colegamigo brasileño Maurício Abdalla: La crisis latente del darwinismo, Darwin, el sapo y la charca, El principio de cooperación.
(9) https://rebelion.org/grizzly-man-2005-un-hombre-muerto-en-peligro-hasta-el-final-uno-ya-sabido/
(10) https://www.democracynow.org/es/2021/7/26/daniel_hale_whistleblower_case
FICHA TÉCNICA: Título original: The Salt of the Earth. En español: La sal de la tierra. País: Francia / Brasil / Italia. Año: 2014. Formato: DVD; color / B/N; 105 min. Género: Documental. Dir.: Wim Wenders / Juliano Ribeiro Salgado. Guion: W. W. / J. R. S. / David Rosier. Fot.: Hugo Barbier / J. R. S. Mús.: Laurent Petitgand. Mon.: Maxine Goedicke / Rob Myers. Narración: W. W. / J. R. S. Prod.: David Rosier. Productora: Decia Films. Dist.: Le Pacte. Premios: Premio Especial del Jurado en Cannes/2014, categoría Un Certain Regard al Mejor Documental (MD). Premio César a MD. Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Premio de la Audiencia en el Festival Internacional de Cine de Tromsø/2015, Noruega. Premio Platino a MD 2015. Idiomas: francés / inglés / portugués.
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en portal Rebelión. E-mail: lucasmusar@yahoo.com
NOTA DEL BLOG . Ver : La sal de la tierra.
https://www.area-documental.com/player.php?titulo=La%20Sal%20de%20la%20Tierra
https://www.area-documental.com/player.php?titulo=La%20Sal%20de%20la%20Tierra
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