Annual y la cuestión marroquí .
Rafael Núñez Florencio
Partamos de una obviedad: los países no pueden elegir su ubicación. Cada uno está donde está y, precisamente por ello, se ve forzado a asumir por las buenas o por las malas, los condicionantes de su situación geográfica. En la historiografía tradicional esta era una cuestión, no ya importante sino absolutamente fundamental, hasta el punto de que se hablaba de determinantes que afectaban no solo a las relaciones exteriores del país en cuestión sino hasta su cultura y el carácter de los naturales (así, las famosas teorías sobre el influjo del clima en Montesquieu y otros muchos autores). La revolución de las comunicaciones de la época contemporánea -y no digamos ya la que se viene produciendo en esta nuestra época de globalización- ha contribuido a desacreditar el determinismo geográfico y ha relativizado la trascendencia del emplazamiento físico, sin que en todo caso se pueda llegar a ignorar su importancia cuando se abordan estudios geoestratégicos. Muy al contrario, algunos teóricos, como Robert Kaplan, han llamado la atención sobre la persistencia de este factor en el mundo actual, que en su planteamiento concreto ha tomado la sugestiva fórmula de la venganza de la geografía (título, como saben, de su impactante best seller).
En el caso de nuestro país no hace falta sustentar viejas teorías metafísicas o esencialistas para reconocer que su situación en el extremo occidental de Europa –recuerden el famoso poema de Auden, España 1937– explica muchas cosas de su historia remota y próxima, desde los tópicos más rancios –el «África empieza en los Pirineos», que se atribuye a Dumas- hasta las elucubraciones apesadumbradas –el ensimismamiento orteguiano-. Sin irnos por los cerros de Úbeda, es innegable que una España inserta en el corazón geográfico de Europa jamás se habría planteado la «integración europea» -¡qué significativa acuñación!- como aquí se ha hecho a lo largo de los siglos. Pero si la historia es la que es, la geografía no lo es menos y, en función de ella, la península ibérica, tras una barrera natural como los Pirineos, linda al norte con el Occidente más desarrollado; en la vertiente atlántica, España tiene a sus espaldas, casi literalmente hablando, un pequeño país al que desdeña clamorosamente, como es Portugal, mientras atisba en el sur, tras un pequeño brazo de mar, otro continente del que apenas sabe nada, pero del que quiere diferenciarse con vehemencia. Y es precisamente aquí, en el extremo norte de este continente ignoto, donde se halla una nación que los españoles preferirían no tener como vecina. Pero ahí está y, por más que la política hispana pretenda obviarlo, la vecindad comporta problemas que hay que afrontar.
Seamos sinceros: de Marruecos solo se habla en España o, más claramente aún, de Marruecos solo se ocupa la política española, cuando hay un conflicto a la vista o, más frecuentemente aún, cuando este se desencadena, llámese cuestión del Sahara, problema pesquero, paso del Estrecho, presión migratoria en alguno de los pasos fronterizos o, como ha sucedido hace unas semanas en Ceuta, la “invasión” de menores propiciada por el gobierno marroquí como represalia por la acogida en España de un líder del Frente Polisario. Marruecos viene a representar en este contexto la consabida china en el zapato de la modernidad o la europeidad española, la molestia que nos recuerda cada tanto donde estamos, aunque nunca queramos mirar hacia ese lado. Aunque no siempre, o no todo, el pensamiento español haya sido refractario al africanismo –de hecho, hubo una importante corriente de tal signo, entre otros momentos, a fines del siglo XIX y primeras décadas del XX-, forzoso es reconocer que los afanes y aspiraciones españolas, sobre todo en la época contemporánea, se han distinguido precisamente por establecer una especie de cordón sanitario que pasaba por el estrecho de Gibraltar. No hace falta subrayar, en fin, que históricamente hablando, la identidad española se ha sustentado en la diferenciación categórica con nuestros vecinos sureños.
Y, pese a todo, África, Marruecos o, más específicamente, el Rif –depende del grado de concreción que establezcamos- ha sido más importante de lo que a menudo nos gustaría reconocer en la historia española, sobre todo desde mediados del siglo XIX. Es entonces, por esas fechas, en pleno período isabelino, cuando tiene lugar la famosa «guerra de África» (1859-60), que se convirtió en una expedición legendaria inmortalizada en varios cuadros de época, una campaña que encumbró al catalán Prim como héroe nacional español y que fue minuciosamente descrita por alguna de las grandes plumas del momento, como Pedro Antonio de Alarcón. Desde aquel momento cambiaron las tornas y nunca más Marruecos volvió a ser escenario de hazañas bélicas para las fuerzas españolas, sino permanente hontanar de decepciones y sinsabores, que fueron haciéndose gradualmente más amargos, hasta desembocar en sucesivas hecatombes. Ya el incidente de 1893, que pasó a la historia como «la vergüenza de Melilla», marcó la impronta de lo que vendría luego. Un ejército escaldado por la debacle finisecular en las Antillas y Filipinas quizá se hizo ilusiones en un primer momento de hallar en el nuevo siglo por el norte africano la gloria perdida. El difícil equilibrio entre las grandes potencias coloniales dejaba a España (Conferencia de Algeciras, 1906) un pequeño resquicio para una intervención político-militar en la zona que pronto se reveló como una trampa o, al menos, una fuente inagotable de reveses que se vivieron, prolongando la estela del 98, como insondables desastres. Se dibuja así un arco temporal de tragedias nacionales, desde el Barranco del Lobo (1909) hasta Annual (1921).
Se cumple ahora el centenario de esta última catástrofe, la más renombrada de todas ellas, sin duda la más trágica en términos humanos y militares, la que desató más controversias políticas y dejó más secuelas. Como suele suceder en tales ocasiones, se publican en estos días, con ocasión de la efeméride, diversas obras que hacen balance de lo ocurrido, diseccionan causas y consecuencias y tratan, en definitiva, de arrojar más luz o simplemente trazar un cuadro de época desde la atalaya actual. Antes de entrar en el análisis de estas novedades, conviene recordar que el episodio en cuestión ya había merecido una singular atención de la historiografía militar -y hasta de la historiografía a secas- e incluso de la novelística hispana, pues ha sido uno de los sucesos más estudiados y recreados del intervencionismo militar español en el siglo XX. Hacer aquí una recopilación de obras sobre Annual sería por tanto excesivo: me limito a recordar que desde finales del siglo pasado -Juan Pando, Historia secreta de Annual, Temas de Hoy, Madrid, 1999- o comienzos de este -Pablo La Porte, La atracción del imán. El desastre de Annual y sus repercusiones en la política europea (1921-1923), Biblioteca Nueva, Madrid, 2001- hasta hace relativamente bien poco –Julio Albi de la Cuesta, En torno a Annual, M. Defensa, Madrid, 2016, 2ª ed.; Luis Miguel Francisco, Morir en África. La epopeya de los soldados españoles en el desastre de Annual, Crítica, Barcelona, 2017- han ido apareciendo libros que de manera directa o indirecta trataban un suceso cuyos perfiles trágicos ya habían constituido una valiosa materia prima para el reportaje periodístico -Manu Leguineche, Annual, 1921. El desastre de España en el Rif, Alfaguara, Madrid, 1996-, para la recreación biográfica –insoslayable La forja de un rebelde (1941-46), de Arturo Barea- e incluso para la ficción novelística, desde las clásicas El blocao de José Díaz-Fernández (1928) e Imán de Ramón J. Sender (1930) hasta la más reciente El nombre de los nuestros (2001; nueva ed. revisada, 2021) de Lorenzo Silva.
Dije antes, un poco de soslayo, que Annual fue más importante de lo que a primera vista pudiera parecer para la trayectoria histórica española del siglo XX, afirmación que en rigor debía matizarse –o, más exactamente, ampliarse- sustituyendo Annual por campañas marroquíes en su conjunto, en la medida en que dichas operaciones militares conformaron la mentalidad y el modus operandi de las fuerzas armadas españolas. Primo de Rivera y su dictadura por un lado, pero también, y sobre todo, Franco, los militares africanistas, Millán Astray y la Legión y hasta el mismo curso de la guerra civil no pueden explicarse adecuadamente sin tener en cuenta la impronta rifeña. No quiero extenderme de modo abusivo en la relación bibliográfica, pero en este punto es inevitable traer a colación estudios tan importantes y esclarecedores como La guerra que vino de África, de Gustau Nerín (Crítica, Barcelona, 2005) y Franco «nació en África»: Los africanistas y las Campañas de Marruecos, de Daniel Macías Fernández (Tecnos, Madrid, 2019). Para no hacer más extensas estas referencias, remito al lector interesado a lo que señalé en estas mismas páginas de Revista de libros a propósito de esta última obra: «El ejército que nació en Marruecos».
Si le he dedicado un espacio mayor de lo acostumbrado a todas esas consideraciones previas es sencillamente para que se pueda entender, sin menoscabo alguno para las obras que ahora nos van a ocupar, la afirmación poco menos que inevitable con que debo preludiar mi comentario: sobre Annual se ha escrito tanto, se han escudriñado de modo tan prolijo sus entresijos, se han analizado sus causas próximas y remotas y se han desgranado hasta tal punto todas sus consecuencias en la política española que es difícil a estas alturas aportar algo nuevo más allá de lo meramente circunstancial o anecdótico. Quizá el que más se acerca a esa originalidad en el enfoque o las aportaciones novedosas sea el volumen de Jorge M. Reverte (recientemente fallecido; esta es su obra póstuma) y no tanto por la, por otra parte estimable, labor documental del veterano periodista cuanto por incluir en sus páginas la perspectiva marroquí, el aspecto para nosotros más desconocido y postergado del episodio bélico. Esta visión de Annual desde el encuadre rifeño, aportada por M’hamed Chafih, no hace más que poner de relieve esa distancia abisal que separa a españoles y marroquíes en todos los órdenes –desde el político hasta el cultural- según especificábamos al comienzo de este artículo. El lector no puede por menos que acordarse en este punto del famoso y ya clásico ensayo de Amin Maalouf Las Cruzadas vistas por los árabes. Por lo demás, el público fiel de Reverte –que lo tiene, pues ha sabido aunar el rigor investigador con el pulso narrativo en sus múltiples obras de trasfondo histórico- encontrará aquí un enfoque muy parecido al que presentaban los libros sobre las grandes batallas de la guerra civil: La batalla del Ebro, La batalla de Madrid y La caída de Cataluña.
Me refiero, como bien pueden colegir, a que todo lo que firma Reverte tiene un sello característico, ese tono no muy usual entre nosotros que se propone, por encima de todo, entretener al lector sin despreciar su inteligencia y, hasta donde sea posible, informar adecuadamente al aficionado en los asuntos históricos sin devaluar los contenidos. Quizá en el caso de Reverte sea excesivo o muy pretencioso hablar de alta divulgación porque, tan inteligente como consciente de sus limitaciones, él siempre procuró ir a lo concreto y no meterse en camisa de once varas. Pero los variados temas que abordó –desde los bélicos a la huelga asturiana de 1962 o la biografía de Bill Aalto- siempre fueron expuestos con una saludable mezcla de exigencia documental y amenidad. Lo que sí puede chocar a algunos lectores españoles con anteojeras ideológicas o, simplemente, con los típicos prejuicios frente al moro, es la patente voluntad de Reverte de superar el planteamiento eurocentrista, con su maniqueísmo anejo. Muy crítico con el colonialismo europeo, el autor no halla civilizadores y salvajes sino naciones con intereses enfrentados y, en términos más concretos, «hombres jóvenes, españoles y rifeños, envueltos en una guerra colonial sin ningún sentido para los españoles y con todo el sentido para los rifeños, que defendían su casa, su tierra y querían volver a su independencia, discutible como todas, pero suya». ¿Atrocidades delirantes, salvajismo inconcebible, borracheras de sangre? Por supuesto, casi como en cualquier contienda bélica. Y, más aún, en estas guerras coloniales, que eran lo peor de lo peor. Pero las crueldades hasta extremos paroxísticos las cometieron todos: no solo las tribus miserables y primitivas sino también los supuestamente refinados y cultos europeos, españoles en este caso.
Como en el caso de Reverte, tampoco Gerardo Muñoz Lorente es historiador profesional. Autor de amplio espectro –ensayista, reportero, novelista-, Muñoz Lorente se acerca a la comprensión de Annual poniendo su punto de mira a ras de tierra, es decir, trata de captar el latido humano, hasta concretarlo en los nombres y apellidos de los españoles que fueron a batallar o sucumbir en aquellas tierras del norte africano. En esto coincide bastante con el planteamiento de Reverte, aunque el resultado final sea un libro muy distinto. A ello habría inmediatamente que añadir que otra diferencia clara con respecto a Reverte estriba en lo que se explicita desde el propio título. Me refiero a que su centro de atención son «los españoles que lucharon en África» o, dicho con otras palabras, que se sitúa inequívocamente en una de las trincheras de combate. Menos politizado que El vuelo de los buitres, El desastre de Annual de Lorente coincide otra vez con el libro de Reverte en su férreo sometimiento a la cronología: tras exponer de manera muy sucinta los antecedentes, se entra en materia ya en el capítulo segundo –«avances del ejército español»- para dedicar luego la práctica totalidad del estudio a los avatares del año fatídico, 1921, a veces de mes en mes y en ocasiones día a día. Estructurado en capítulos cortos, hasta un total de veintiocho, que se pliegan, como he señalado, al orden de los acontecimientos, lo que caracteriza formalmente esta aproximación a la tragedia de Annual es, sin embargo, otra cosa distinta: la inserción de múltiples notas biográficas que interrumpen la narración lineal de los hechos, desde la correspondiente al futuro general José Riquelme –la primera de ellas- hasta la del empresario Horacio Echevarrieta, la última. Entre una y otra, varias decenas de personajes bajo el epígrafe de «protagonistas». Tantos, que a veces la lectura de sus recorridos biográficos puede distraer al lector del asunto principal. Pero, sin duda, esa es la impronta que singulariza el volumen de Lorente.
El tercer libro que consideramos en este artículo –A cien años de Annual, Daniel Macías, editor- es el de mayor extensión y densidad, pero sus grandes rasgos diferenciales con respecto a las obras anteriores son otros dos: el primero y más obvio es que estamos no ante una monografía de tono personal o carácter individual, como las comentadas hasta ahora sino, muy por el contrario, ante un volumen colectivo en el que participan nada menos que catorce autores. Como es inevitable en estos casos, lo que se gana en precisión científica y rigor analítico se pierde en perfil característico. En segundo lugar, no menos trascendental, es que la inmensa mayoría de los mencionados participantes son historiadores profesionales y, más aún, grandes especialistas en el tema o en las cuestiones anejas, de manera que el resultado es una obra muy distinta de las anteriores, tanto en el fondo como en la forma. Aun así, como está excelentemente escrita y editada, también puede leerla con provecho el mero aficionado, aunque debe saber que ahora sí podemos hablar de alta divulgación. Dicho de otro modo, en sus páginas hay mucho más análisis que narración. Basta ojear el índice para constatar que los once capítulos que integran el volumen pretenden abarcar los principales aspectos, no ya solo de Annual, sino del conflicto marroquí en su conjunto. En este sentido hay, pues, que subrayar que el libro utiliza la tragedia del año 1921 casi como pretexto o, si se prefiere, como punto de referencia, pero va mucho más allá. Como indica su subtítulo, La guerra de Marruecos, esta obra proporciona un panorama general de la «cuestión marroquí», entendiendo esta incluso en su sentido más amplio, es decir, abarcando un arco temporal que va de 1859 a 1927.
Si ya de por sí es tarea compleja dar cuenta adecuada en este breve repaso del contenido de estas tres obras dispares, el mismo abanico de temas que despliega por sí solo este volumen colectivo supone un desafío para quien quiera simplemente reflejarlo con cierta fidelidad. Para que se hagan una idea, comienza con una visión de conjunto de la política exterior de España desde mediados del siglo XIX (Pereira y Aránguez), sigue con una presentación de los contendientes, el ejército español (Herrero y Puell) y las harcas rifeñas (Madariaga), continúa con las escaramuzas anteriores a Annual (Escribano) y luego con el desastre propiamente dicho (Albi), seguido de la reacción española (Muñoz) y el episodio de Alhucemas (Díez). Aún falta por dar cuenta de los últimos capítulos: las miserias de la guerra para el soldado de a pie (Macías), las consecuencias políticas en la metrópoli (Cabrera), las percepciones y memoriales de las campañas (Iglesias) y, en fin, el papel de la fotografía en la guerra rifeña (Vigil). Como bien puede apreciarse con esta relación casi telegráfica, estamos ante una obra de gran calado y notable ambición. Por descontado, es imposible destacar una línea interpretativa única o un denominador común en esa diversidad. Cada autor se ciñe a su parcela específica y desmenuza en cada caso los elementos que le parecen pertinentes para el análisis específico que tiene encomendado. A falta de un prólogo unificador –la introducción del editor es muy escueta y no sirve para esos fines- o de un capítulo de conclusiones, me tendrán que permitir que utilice lo más parecido a esto último, el epílogo que firma Lorenzo Silva, para pergeñar unas breves líneas, ya para terminar, acerca de lo que significó Marruecos en general y Annual en particular en la política española contemporánea.
Hay una vertiente, que podría considerarse menor, pero que a la postre resulta muy significativa. Estima Silva que «ni Annual ni Marruecos han generado en la ficción un eco a la altura de la trascendencia que tuvieron». Aunque la afirmación pueda aceptarse por sí misma, debería ponerse en un contexto más amplio, la conflictiva relación de este nuestro país con su historia, tanto para los fracasos que magnifica como para las hazañas que desdeña. Lo que no ofrece duda alguna, como he tratado de subrayar, es que Annual y Marruecos marcaron decisivamente el siglo XX español, hasta el punto de que estas líneas que ahora escribo apenas pueden dar un pálido reflejo de su trascendencia en todos los órdenes. Decía Reverte en su libro que, desde el punto de vista político, «lo que Annual puso en solfa fue el sistema, la pulsión colonialista europea». La estimación también me resulta en este caso demasiado unilateral o categórica, porque lo mismo podría decirse de otros muchos fiascos coloniales de otros países. El matiz diferencial en el caso español es que esos fracasos se vivieron como grandes sacudidas en la conciencia nacional, cuando no como profundas humillaciones que mancillaban el honor de la raza. Complementariamente, desde la perspectiva militar, Annual desnudó la incompetencia e irresponsabilidad de algunos mandos del ejército español, merecedores por ello –es decir, por las trágicas consecuencias en forma de miles de víctimas- de las más duras sanciones. Pero, por encima de todo –transcribo la valoración de Reverte- «esta es una historia triste, porque acumula miles de historias tristes». Aunque el libro de Muñoz Lorente es más parco en calificaciones, esa es también la impresión que transmite su austero relato. Por abundar en el mismo matiz, el antes citado Lorenzo Silva considera que «lo más triste del caso», después naturalmente de las ingentes pérdidas de vidas humanas, fue su condición de episodio colonialista absurdo, llamado al fracaso inevitable desde su propia concepción.
«Catástrofe no solo predecible, sino meticulosamente predicha», entre otros, por Ángel Ganivet en su Idearium, ¡antes incluso de que se consumara la capitulación del 98! Las palabras premonitorias de Ganivet no sirvieron de advertencia disuasoria sino que se convirtieron en profecía para un país que ansiaba desquitarse de la humillación antillana con una nueva aventura colonial, tan impracticable o más que la que acababa de dejar atrás. La Conferencia de Algeciras fue, en ese contexto, el señuelo o trampantojo por el que el país se vio abocado a una aventura para la que no estaba preparado desde ningún punto de vista. Sirviéndose de distintos testimonios políticos y militares que advertían en su momento de forma documentada de los desastres que se avecinaban en el norte africano, Silva acumula «nuevos motivos para la melancolía». Se habla en algunos casos de «insigne locura» para caracterizar la penetración por el Rif. Algunos dirán, con orgullo digno de mejor causa, que este país ha hecho gala en múltiples ocasiones a lo largo de la historia de su pulsión quijotesca. En este caso, bien dura fue la caída de la ensoñación. Y aún peor fue que la única lección práctica de las campañas marroquíes la aprendió el ejército español que luchaba en aquellas tierras. Y lo que aprendió en aquel escenario de violencia desatada –fiereza, crueldad y barbarie- lo puso en práctica a partir del 18 de julio de 1936 en el propio territorio español.
Reseña de:
El vuelo de los buitres. El desastre de Annual y la guerra del Rif. Jorge Martínez Reverte, en colaboración con Sonia Ramos y M’hamed Chafih. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2021.
448 p.
El desastre de Annual. Gerardo Muñoz Lorente. Almuzara, Córdoba, 2021. 380 p.
A cien años de Annual. La guerra de Marruecos. Daniel Macías Fernández, ed.
Desperta Ferro, Madrid, 2021. 560 p.
Fuente: Revista de Libros 17 de junio de 2021
Portada: la cuesta de la subida a Monte Arruit en enero de 1922 (foto del libro de Muñoz Lorente El desastre de Annual: Los españoles que lucharon en África)
https://conversacionsobrehistoria.info/2021/07/20/annual-y-la-cuestion-marroqui/
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