Para seguir con la guerra eterna .
Patrick Cockburn .
La intervención de la
OTAN en tierra afgana terminó en una debacle. Mientras se desmorona el régimen
instalado por los ocupantes, la ofensiva islamista pone en vilo a las mujeres y
las minorías religiosas.
Familias afganas abandonan su hogar, en el distrito Enjil de
la provincia de Herāt, durante el conflicto entre talibanes y fuerzas de
seguridad afganas, el 8 de julio Afp, Hoshang Hashimi
A mediados del mes pasado, pude ver cómo los talibanes
recorrían el norte de Afganistán, tomando lugares que había visitado por
primera vez en 2001, al comienzo de la guerra iniciada por Estados Unidos. Los
combatientes talibanes se apoderaron del principal puente hacia Tayikistán en
el Amu Daria, un río que yo había cruzado en una balsa difícil de manejar pocos
meses después de que empezara el conflicto.
El último comando estadounidense de la gigantesca base aérea
de Bagram, al norte de Kabul, que había sido el cuartel general de 100 mil
soldados estadounidenses en el país, se retiró en plena noche, a comienzos de
julio, sin informar siquiera a su sucesor afgano, quien dijo que se había
enterado de la evacuación final de las tropas estadounidenses dos horas después
de que se produjera.
La principal causa de la implosión de las fuerzas
gubernamentales afganas fue el anuncio del presidente Joe Biden, el 14 de abril
de 2021, de que las últimas tropas estadounidenses abandonarían el país el 11
de setiembre (véase «Yankee, come home», Brecha, 21-V-21)(1) . Pero los reclamos de
los generales estadounidenses y británicos sobre el carácter precipitado del
retiro, lo que no les dejaría tiempo para preparar a las fuerzas de seguridad
afganas para que puedan valerse por sí mismas, son absurdos, ya que pasaron dos
décadas sin conseguirlo.
Ahora que la intervención militar occidental llega a su fin,
cabe preguntarse qué hay detrás de esta vergonzosa debacle. ¿Por qué hay tantos
talibanes dispuestos a morir por su causa, mientras que los soldados del gobierno
afgano huyen o se rinden? ¿Por qué el gobierno afgano de Kabul es tan corrupto
e inoperante? ¿Qué pasó con los 2,3 billones de dólares que Estados Unidos
lleva gastados en un intento fallido por ganar una guerra en un país que sigue
siendo terriblemente pobre?
De una manera más general, ¿por qué la que hace 20 años fue
presentada como una victoria decisiva de las fuerzas antitalibanes apoyadas por
Estados Unidos se convirtió en la actual derrota? Una de las respuestas es que
en Afganistán –al igual que en Líbano, Siria e Irak– la palabra decisiva no
debería utilizarse para describir una victoria o una derrota militar. No hay
ganadores ni perdedores, pues hay demasiados actores, dentro y fuera del país,
que no pueden admitir una derrota ni aceptar la victoria del enemigo.
Las analogías simplistas con el Vietnam de 1975 son
engañosas. Los talibanes no tienen en absoluto el poderío militar del Ejército
norvietnamita. Además, Afganistán es un mosaico de comunidades étnicas, tribus
y regiones difícil de gobernar para los talibanes, cualquiera que sea el futuro
del gobierno de Kabul.
La desintegración del Ejército y de las fuerzas de seguridad
afganas precipitó el ataque de los talibanes, que, en general, encontraron poca
resistencia, lo que les permitió obtener avances territoriales espectaculares.
Estos rápidos cambios en la situación del campo de batalla en Afganistán son
tradicionalmente alimentados por individuos y comunidades que se pasan
rápidamente al bando ganador. Las familias envían a sus jóvenes a luchar tanto
por el gobierno como por los talibanes, como una forma de asegurarse. Las
rápidas capitulaciones de ciudades y distritos evitan las represalias, mientras
que una resistencia demasiado prolongada desembocaría en una masacre.
LA AYUDA PAKISTANÍ Y LA RESISTENCIA A LA INVASIÓN
En 2001 se produjo una situación similar. Mientras
Washington y sus aliados locales de la Alianza del Norte (conocida oficialmente
como Frente Islámico Unido por la Salvación de Afganistán) se felicitaban por
su fácil victoria contra los talibanes, estos últimos regresaban indemnes a sus
pueblos o cruzaban la frontera con Pakistán en espera de tiempos mejores. Y los
tiempos mejores llegaron cuatro o cinco años después, cuando el gobierno afgano
había hecho todo lo posible para desacreditarse a sí mismo.
La gran fuerza de los talibanes radica en que el movimiento
siempre contó con el apoyo de Pakistán, un Estado con armas nucleares, un
poderoso Ejército, una población de 216 millones de habitantes y una frontera
de 2.600 quilómetros con Afganistán. Estados Unidos y Reino Unido nunca
lograron realmente entender que si no estaban preparados para enfrentarse a
Pakistán, no podrían ganar la guerra.
Los talibanes cuentan, además, con un núcleo de comandantes
y combatientes fanáticos y experimentados, implantados en la comunidad pastún.
Los pastunes representan el 40 por ciento de la población afgana. Un coronel
pakistaní al mando de tropas irregulares pastunes al otro lado de la frontera
afgana me preguntó cuáles eran los esfuerzos hechos por Estados Unidos y Reino
Unido para «ganarse los corazones y las conciencias» en el sur de Afganistán,
densamente poblado por pastunes. Para él, las posibilidades de éxito eran
mínimas, porque la experiencia le había enseñado que un rasgo central de la
cultura pastún es el «odio profundo a los extranjeros».
La propaganda sobre la «construcción de la nación» gracias a
los ocupantes extranjeros en Afganistán e Irak ha sido siempre condescendiente
e irrealista. La autodeterminación nacional no es algo que pueda ser promovido
por fuerzas extranjeras, por muy bien intencionadas que sean. Son fuerzas que
siguen, invariablemente y por encima de todo, sus propios intereses. La
dependencia del gobierno afgano con respecto a estas lo desacreditó ante los afganos,
privándolo de arraigo en su propia sociedad.
EL DESCRÉDITO DEL RÉGIMEN COLONIAL
Las cantidades enormes de dinero disponibles gracias a los
gastos estadounidenses engendraron una elite cleptocrática. Estados Unidos
gastó 144.000 millones de dólares en desarrollo y reconstrucción, pero
alrededor del 54 por ciento de los afganos viven por debajo de la línea de
pobreza, con ingresos inferiores a 1,9 dólares por día.
Un amigo afgano que trabajó en el pasado en la Agencia
Estadounidense para el Desarrollo Internacional me explicó algunos de los
mecanismos que permiten que prospere la corrupción. Me dijo, por ejemplo, que
los responsables de la ayuda estadounidense en Kabul pensaban que era demasiado
arriesgado para ellos visitar personalmente los proyectos que financiaban. Así,
en lugar de verlos directamente, se quedaban en sus oficinas fuertemente
protegidas y como toda referencia tenían fotografías y videos que les mostraban
el avance de estos.
Notas del blog .-(1) https://brecha.com.uy/estados-unidos-se-va-de-afganistan-yankee-come-home/
Nota del blog . -(2) https://brecha.com.uy/la-corrupcion-afgana-derrota-estados-unidos/
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