Los Borbones se independizan de España
Tener una monarquía nos servía para dos cosas, le explicaron a mi generación en el colegio, en casa, en el telediario y demás espacios supuestamente libres de adoctrinamiento. La primera era unir a los españoles y la segunda, igual de importante, representarnos ante el mundo, ser nuestra imagen. Esto, claramente, compensaba: no es fácil encontrar a alguien capaz de unir un país mientras se maneja con soltura con el cuchillo del pescado en una cena internacional. Mi generación, la de los años 80, creció al tiempo que crecía una democracia ejemplar,surgida de una transición ejemplar, que tenía como pilar principal una monarquía que, adivinen, también era ejemplar. De lo más ejemplar, de hecho. Consulten la prensa del momento. Eran años dulces en los que todo lo que ahora sabemos no existía. Ni se le esperaba. Transición, democracia y monarquía eran todo uno. Un tridente letal. Bale, Benzema y Cristiano se quedaban cortos ante aquella conjunción. Años de gloria de una monarquía en luna de miel con el país. Es decir, en luna de miel con una prensa que aseguraba que era el país el que estaba en luna de miel con la monarquía. Una monarquía que inauguraba Mundiales de fútbol, Juegos Olímpicos y Exposiciones Universales. Una monarquía cuyo altísimo nivel a la hora de unirnos y representarnos marcaba el nivel del listón de nuestra democracia. Que el nivel democrático del país fuese de la mano del nivel de nuestra monarquía supondría un problema que, con los años, iríamos descubriendo.
Junio de 2020. Ha pasado mucho desde aquellas ejemplares inauguraciones en plena luna de miel y han pasado tres meses desde que Felipe VI decidiese aprovechar el caos provocado por una pandemia mundial para limpiar los trapos sucios de su casa minimizando el ruido. Para anunciar, vía comunicado emitido con festividad, alevosía y pánico al contagio, la ruptura total con Juan Carlos I, su padre. Un padre acusado de, supuestamente, habérselo llevado tanto a diestra como a siniestra –es importante no posicionarse políticamente cuando eres monarca. Un Rey Juan Carlos que ejercía su labor de representarnos internacionalmente, en fin, a su manera. Representación con derecho a propina, lo podríamos llamar por ser benévolos y no hacer más sangre de la que ya ha hecho su propio hijo dejándolo caer. El Rey Juan Carlos, dicen, busca estos días un destino en el que retirarse y ese destino parece que no será España, país demasiado cercano a los hechos investigados. El Rey que mejor nos representó internacionalmente desde Suiza hasta Arabia –ejemplar, ejemplar, ejemplar– busca ahora solución habitacional en algún país en el que eso de la extradición se adapte a sus necesidades. Se habla de la República Dominicana. Como chiste final, que el gran embajador español acabe refugiándose en una república lejana, es insuperable.
Caído el mito de la gran labor monárquica de la representación internacional, nos queda que la monarquía trabaja por la unión de los españoles. Un asunto que, en los últimos meses, también nos deja cierta inquietud. Y varias preguntas. ¿Dónde ha estado Felipe VI durante esta pandemia? ¿Por qué no se le ha visto trabajando, mano a mano, junto al Gobierno? ¿Por qué no ha dado uno de esos discursos institucionales –como aquel posterior al 1 de octubre en Cataluña– para reñir a esos políticos que han apostado por el enfrentamiento en un momento en el que, según sus propias palabras, nos poníamos a prueba como sociedad? Si fue capaz de meterse en política para enfrentarse a los líderes independentistas catalanes porque su actitud “ponía en peligro la convivencia”, ¿no debería haber hecho lo mismo, en nombre de la unidad de los españoles representados en su Gobierno, con quienes han incendiado la convivencia en toda España durante una crisis sanitaria, llegando incluso a insinuar golpes de Estado? Resulta de lo más extraño la actitud del Rey si nos creemos esa labor de pegamento social. No es tan extraño si asumimos que la monarquía española hace tiempo que se metió en política sin pasar por las urnas. Es fácil pedir la unidad de todos los españoles ante un atentado terrorista o durante un conflicto territorial en Cataluña, pero no lo es tanto cuando el conflicto es en Madrid, cuando pedir unidad durante una crisis sanitaria supone tumbar la estrategia política de quienes más y mejor gritan “Viva el Rey”. Es fácil para la monarquía española hablar de la necesidad de crear puestos de trabajo, pero parece no serlo hablar de la necesidad de que los españoles que han perdido su empleo puedan llenar la nevera.
No seamos inocentes. La monarquía es una institución de derechas, con lógicas económicas de derechas y planteamientos sociales de derechas. Pero en el pacto social que nos hemos dado, a la monarquía se le piden discursos y actitudes que lo disimulen, que antepongan ante todo un concepto vacío como el de la unidad. ¿Ni siquiera de eso es capaz Felipe VI en un momento así? Si la actual monarquía española también se independiza de esa obligación con España, como su padre se independizó de la obligación de representarnos decentemente por el mundo, ¿qué hacemos con esta monarquía?
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