No se están haciendo los deberes
A medida que pasan los días tenemos más datos y estimaciones sobre la magnitud del desastre que estamos viviendo.
Se acaba de saber que la economía china ha caído un 6,8% en el primer trimestre del año, el derrumbe más grande sufrido en los últimos cincuenta años. Pronto iremos teniendo noticias de lo que ha ocurrido en las demás economías en estos primeros tres meses del año, aunque, sean los datos que sean, no serán tan malos como los que se registrarán en el segundo trimestre.
El presidente del Banco de la Reserva Federal de St. Louis, James Bullard, declaró hace unos días que prevé que la tasa de desempleo suba al 30% en Estados Unidos y que el PIB caiga un 50% de abril a julio. Sería el gigantesco descalabro que, en mayor o menor medida, se va a producir en todas las economías del mundo y que a mí me parece que no está recibiendo el tratamiento de choque que sería necesario aplicar para evitar que se produzca una hecatombe global.
No he leído a nadie describir la situación tan claramente como lo hizo este último banquero: nos encontramos -dijo- ante "un cierre parcial, planificado y organizado de la economía" y el objetivo general debe ser "mantener a todos, hogares y empresas, enteros con el apoyo del gobierno".
En esta segunda frase es donde a mi juicio se encuentra la clave para saber si se está haciendo lo que hay que hacer para evitar la hecatombe: ¿se están manteniendo a flote las empresas y los hogares? Me parece evidente que no.
En miles de hogares está empezando a faltar la liquidez, no hay dinero para comer y los trámites de las ayudas se retrasan. La única forma de evitar la situación límite en la que pueden estar millones de personas es poner en su bolsillo dinero en efectivo para que puedan salir adelante. Un dinero que, de paso, iría directa e inmediatamente después a la caja de las empresas, ayudando así a que se pueda ir manteniendo el empleo en algunos sectores vitales.
Si se deja que esta situación se deteriore no sólo se va a producir un gran sufrimiento personal –lo que ya de por sí es tremendo– sino el brote de un descontento que antes o después se dejará notar en las calles, en la disciplina social y en la estabilidad política. El conservadurismo a la hora de determinar el modo de prestar ayuda a los hogares y la falta de decisión para recurrir a medidas de endeudamiento inmediatas que pudieran permitir hacerlo de la forma más efectiva posible va a pasar una factura grande en los próximos meses, si no en las semanas inmediatas.
Lo mismo se puede decir de las empresas. Es lógico que algunas tengan un colchón de liquidez más mullido que las familias, pero la gran mayoría de las microempresas, de las pequeñas y medianas y muchísimos trabajadores autónomos están acercándose al límite de lo que pueden resistir.
Como muchos economistas propusimos desde el comienzo de la crisis, la fórmula inteligente, me atrevería a decir que la de sentido común, para hacer frente al cierre forzado de la actividad tendría que haber sido que el gobierno se hiciera cargo de la mayor parte de la carga salarial de las empresas y les permitiese retrasar pagos a hacienda, para mantenerlas "congeladas" durante el periodo de encierro.
Ambas ayudas, a hogares y empresas, deberían de haberse hecho sin más trámite que el preciso para hacerlas efectivas inmediatamente, dejando para después el control y seguimiento de su justificación y uso. En lugar de eso, lo que se está haciendo, no sólo en España y tanto en el caso de los ERTES como de las ayudas familiares, conlleva un retraso demasiado grande que puede dar lugar a que, cuando se hagan efectivas las ayudas, sean todavía más insuficientes que cuando se puso en marcha el proceso para darlas.
Algo parecido está ocurriendo como consecuencia de haber recurrido al crédito de la banca privada para evitar que las empresas se vengan abajo. Los trámites engorrosos y las trabas de todo tipo, la falta de recursos y de eficacia de los bancos, la indecisión y el desconocimiento de muchas empresas, el temor a incrementar una deuda ya demasiado elevada en circunstancias tan desfavorables, la incertidumbre general o, sencillamente, la quiebra total que para miles de autónomos o microempresas supone el quedarse sin actividad solo unos pocos días, están haciendo que la financiación bancaria no resulte una vía efectiva de ayuda para miles de empresas y trabajadores autónomos.
Todo esto está ocurriendo, como he dicho, en toda Europa. Sus dirigentes parece que sólo se dieron cuenta de la gravedad de la situación en la retórica, pero no en la práctica. Y no entendieron, desde luego, que la única institución que puede garantizar que se pongan en marcha el tipo de ayudas inmediatas y efectivas que se necesitan es el Banco Central Europeo, financiándolas completa y directamente, con el apoyo –eso sí– de la Unión Europea en su conjunto, comprendiendo la situación y facilitando que el endeudamiento subsiguiente no se convierta en una losa definitiva para las economías.
El error que ha supuesto no tomar estas medidas de apoyo directo, proporcionando la liquidez suficiente e inmediata que pueda "mantener a todos los hogares y empresas", como decía el banquero de la Reserva de St. Luis, está ya tan admitido que hasta se manifiesta en el lenguaje: se habla de la necesidad de "reconstruir" las economías tras el coronavirus, dando por hecho que van a quedar destruidas. Y, lo que es peor, parece que por Europa se extiende la idea de que, antes que tomar las medidas de "mantenimiento" que deberían tomarse, lo mejor es ir terminando cuanto antes el encierro, minimizando la destrucción, y apostar a que el virus no vuelva a propagarse en una segunda oleada. La ruleta rusa como única alternativa.
Si su apuesta sale mal y la destrucción se generaliza no se deberá olvidar que fue como consecuencia de la incompetencia y de la irresponsabilidad de las autoridades europeas que no supieron hacer frente al sentido común de las cosas.
Yo creo que se está a tiempo todavía de rectificar. La Unión Europea tiene a su alcance medidas de mucha mayor eficacia para actuar, aunque sólo sea permitiendo a los gobiernos nacionales que intervengan con mucha más osadía y contundencia. Y el Banco Central Europeo podría poner en marcha en cuestión de días o incluso de horas programas de financiación, incluso mucho menos costosos que los que ha aprobado hasta ahora, para garantizar de verdad que miles de empresas no cierren y que millones de personas no caigan en la pobreza.
Naturalmente, nada de esto podrá ser efectivo si en el seno de cada país, como ocurre en España, se actúa sin unidad de escuadra, si se carece de solidaridad, si la emergencia simplemente se utiliza para agredirse unos a otros y si la sociedad civil no se moviliza y reclama que se actúe con más eficacia y contundencia.
La orquesta del Titanic nunca tuvo tantos músicos como ahora.
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