Fritz Bauer
(Publicado el 05/04/2010)
Rafael Poch.
Hemeroteca .
2/3/2020 .
Que a usted el nombre de Fritz Bauer (1903-1968) no le diga
nada es comprensible. Más curioso es que este jurista socialdemócrata de origen
judío siga siendo casi un desconocido en Alemania, donde su figura ha tenido
que ser rescatada, con ciertas dificultades, por una biografía editada el año
pasado y una película que se estrenó en el último festival de cine de Berlín.
Ninguna calle alemana lleva el nombre de Fritz Bauer,
ninguna plaza recuerda el lugar donde nació, vivió o murió. Nunca fue
condecorado. Pero, quizá, lo peor sea el desconocimiento de su figura entre los
estudiantes de derecho, un aviso de que el regreso a la historia es un
ejercicio que cada generación debe practicar para no perder la memoria. En la
Alemania de hoy, la memoria del periodo de posguerra en la zona de ocupación
aliada y la posterior RFA, vende mucho menos que la memoria de la dictadura
germano oriental, constantemente recordada y evocada hasta en su más mínimo
detalle policial.
Jurista y socialdemócrata
Resistente antinazi, ex preso, exiliado en Dinamarca y luego
en Suecia, donde editó la revista “Sozialistische Tribüne” con Willy Brandt,
Fritz Bauer fue un jurista suabo nacido en Stuttgart, que fue detenido por la
Gestapo en 1933 por ser miembro del SPD y expulsado de la judicatura por su
origen judío. En 1949 regresó a la judicatura dispuesto a participar en la
reconstrucción, física y moral, del país. Bauer entra en la historia alemana
por tres motivos.
El primero de ellos es por haber sido iniciador del “Proceso
Remer” de marzo de 1952, contra el General nazi Otto Ernst Remer, por
difamación y calumnia contra los conspiradores de la “Operación Valkiria” que
intentaron matar a Hitler el 20 de julio de 1944. Remer los tachaba de
“traidores a la patria” y el gobierno federal parecía estar de acuerdo con
ello, pues negaba la pensión de viudedad a la esposa de Claus von Stauffenberg,
el principal conspirador. Remer fue condenado a tres meses, que eludió huyendo
a España, donde murió en Marbella en 1997 tras un largo historial de negacionismo
del Holocausto. Pero la resistencia fue rehabilitada. Desde entonces ya no se
pudo tachar de “traidores” a sus protagonistas.
El segundo, es por el caso Adolf Eichmann. Fritz Bauer
recibió en 1957 una carta de un antiguo compañero de campo de concentración
residente en Buenos Aires revelándole que el jefe del departamento responsable
de la deportación y aniquilación de los judíos, vivía en Buenos Aires. Su hija,
explicaba el amigo, había conocido a un hijo de Eichmann, que vivía con otro
apellido, y le habían chocado los fuertes juicios antisemitas del chico. El
paradero de Eichmann, que había escapado de Alemania ayudado por el Vaticano,
era conocido por los servicios secretos alemanes y norteamericanos. Bauer sabía
que poner el caso en manos de la justicia alemana significaba perderlo, porque
los jueces alemanes advertirían a Eichmann, y éste desaparecería. Así que se lo
comunicó directamente al Mosad, que secuestró felizmente a Eichmann en Buenos
Aires en 1960 (no había tratado de extradición entre ambos países), y se lo
llevó a Israel, donde fue debidamente juzgado y ejecutado.
El tercer y principal motivo por el que Bauer entra en la
historia es en su calidad de promotor, en 1958, de los Procesos de Auschwitz:
seis juicios celebrados entre 1963 y 1968, contra 27 matarifes responsables
directos del campo de exterminio, oficiales de las SS y la Gestapo. Aquello fue
una proeza.
No hubo desnazificación
En Alemania Occidental, en términos generales, no hubo
desnazificación. Los juicios aliados en Alemania contra los nazis fueron poca
cosa y el nuevo Estado alemán los protegió y amnistió. El tribunal interaliado
de Nuremberg que se proponía llevar a juicio a cinco mil personas, no juzgó más
que a 210. En diversos juicios, norteamericanos, británicos y franceses
condenaron a 5000 personas, de las que apenas 700 lo fueron a la pena capital.
Más del 90% de los miembros de las SS ni siquiera llegaron a ser juzgados.
“No sólo no hubo desnazificación, sino que hubo una
renazificación, no en el sentido de que los ex nazis estuvieran otra vez en su
puesto para construir un nuevo Auschwitz, sino en el de que ayudaron a levantar
esta Alemania conservadora, democrática y capitalista”, me explicó el
Catedrático Ossip K. Flechtheim, en los años ochenta.
Flechtheim, un compañero de Bauer, también de origen judío,
que fue fiscal en varios de los procesos de Nuremberg y falleció en 1998, no
conocía, “ni un solo caso” de juristas de la administración nazi que fuese
juzgado y castigado ante los tribunales. Incluso la mayor parte de los
veinticinco miembros de la comisión de asesores del Consejo Constituyente
(Parlamentarisches Rat) que redactó la constitución alemana de 1949, habían
estado en activo durante el nazismo.
Los intentos de la administración aliada de ocupación por
depurar la justicia, la administración pública y la policía chocaron con
enormes dificultades. Se intentaba evitar un modelo de policía, alejado de las
tradiciones absolutistas que desembocaron en la Gestapo. En julio de 1945 los
aliados emitieron unas directrices en materia de depuración de funcionarios y
de limitación del nefasto poder legislativo que la tradición prusiana ponía en
manos de la policía, prohibiendo los decretos policiales y potenciando una
organización descentralizada, de tipo anglosajón, y desmilitarizada de la
futura policía. El mismo año, el Cuartel General aliado consideraba que, “con
los vigentes criterios de desnazificación, el 75% de los funcionario rasos y el
90% de los oficiales de la policía no serían aptos para el servicio”. Hans
Christoph Seebohm, que tres años después sería Ministro de Transportes con el
Canciller Konrad Adenauer, expresaba en 1946 la mentalidad imperante al exigir
públicamente “respeto” a la cruz gamada, símbolo por el que habían muerto,
“tantos soldados alemanes”.
A medida que los aliados transferían competencias a la
administración alemana, los propósitos democratizadores chocaban con una acción
obstruccionista y restauradora. Los aliados descubrieron, por ejemplo, que en
la primera mitad de 1948 sólo ocho de los diez mil registros domiciliarios
practicados por la policía en once ciudades con administración alemana de
Württemberg-Baden (un Land del suroeste así llamado desde 1945 hasta 1952, que
no coincide del todo con los límites del actual Baden-Württemberg), contaban
con el correspondiente permiso judicial. El Ministro del Interior responsable,
el socialdemócrata Fritz Ulrich, consideraba esta práctica, “una vieja y buena
tradición”. Ese tipo de irregularidades era generalizado en todo el país, y un
documento oficial norteamericano de la época consideraba la “necesidad de
fortalecer la resistencia civil de los alemanes contra las prácticas contrarias
a la ley”, explica el sociólogo e historiador Falco Werkentin.
Cuando en febrero de 1951 se creó una “Guardia Federal de
Protección de Fronteras”, que en realidad era una tropa militarizada dirigida a
la intervención interior, el Bundesgrenzschutz, se constató que el 62% de sus
oficiales eran ex militares de la Wehrmacht y sólo el 7% ex funcionarios de
policías. Otro 31% lo componían ex policías que habían sido transferidos a la
Wehrmacht durante el nazismo. Los manuales de instrucción anti-insurgente de
ese cuerpo tomaban como inspiración las experiencias en ese sentido del periodo
1918-1943, incluida la represión de la “lucha contra el bandidaje” durante la
Segunda Guerra Mundial, lo que se refería al combate contra la resistencia, y
operaciones como el aplastamiento de la insurrección de Varsovia y otras
masacres del frente ruso.
Purga anticomunista
A medida en que se fue entrando en una dinámica de guerra
fría, los aliados fueron abandonando escrúpulos y perspectivas reformadoras en
beneficio de un frente anticomunista
que valoraba más la seguridad y firmeza anticomunista de un
ex nazi que el peligro potencial que éste pudiera representar para un orden
democrático. Es así como en lugar de desnazificación, la administración alemana
procedió a una limpieza de comunistas. En enero de 1948, una investigación
realizada en Baviera contabilizó un 2,9% de miembros del Partido Comunista
Alemán (KPD) y un 5,2% de simpatizantes en la policía municipal. En la policía
regional las cifras eran 0,26% y 0,9%, respectivamente. El mismo año, el
Ministro del Interior socialdemócrata de Renania del Norte-Westfalia informó
que el 56% de los altos funcionarios de su policía procedían del partido nazi
(NSDAP) y de las SS.
La campaña contra los comunistas se mantuvo pese a que la
influencia comunista iba descendiendo claramente en Alemania Occidental. A
partir de 1953, el KPD ya nunca superó el 5% de los votos en las elecciones,
pero los comunistas y sus simpatizantes siguieron siendo objeto preferente de
la policía y la justicia, con cerca de 100.000 sumarios, fiscales y policiales,
abiertos entre 1951 y 1961.
La judicatura ofrecía un panorama similar; en Baviera el 81%
de los jueces tenían un pasado nazi, mientras que en Württemberg-Baden, el 50%.
“En Hesse”, me explicó Flechtheim, “los norteamericanos nombraron a un conocido
mío para que buscara jueces sin antecedentes nazis. Consiguió reunir a una
cuarentena, a los que situó en los puestos más altos. Luego, la administración
de justicia pasó a manos alemanas y después de un año, de aquellos cuarenta
sólo dos permanecían en su puesto: los demás habían sido relegados a puestos de
poca monta, en el registro de propiedad y similares”.
En 1949, las directrices de la Alta Comisión Aliada insisten
todavía, en un tono que ya parece de desesperación, en que, “la organización de
la policía no se centralice de tal forma que suponga una amenaza a la forma
democrática de gobierno”. Pronto se vería que ese propósito, así como en
general el de reformar la burocracia de Estado de la Alemania ocupada, fracasó,
en parte debido a las dificultades de una política desbordada por las urgencias
y prioridades de la reconstrucción de un país que estaba literalmente en
ruinas, en parte por las resistencias del objeto de esa reforma, y en parte
también por la consideración, expresada en una publicación del Departamento de
Estado norteamericano de 1947, de que una enérgica desnazificación habría
tenido, “consecuencias revolucionarias para la vida política y económica del
país”.
Francotirador y humanista
Los procesos de Francfort que Bauer inició, fueron una
pequeña excepción en ese contexto restaurador. Condenar a algunos de aquellos
27 monstruos, aunque fuera a penas leves por prescripción, tuvo una gran
importancia. Para hacerse una idea del ambiente, en los procesos los acusados
fueron saludados militarmente por algunos de los policías cuando pasaban delante
de ellos en la misma sala de la Audiencia de Francfort, y Bauer, que era el
fiscal, recibió amenazas e insultos durante aquellos juicios.
En el contexto de la Alemania de Adenauer, Bauer era un
democratizador genuino, un hombre que no estaba interesado en la venganza sino
en la justicia y el arrepentimiento era un
adversario de la pena de muerte- y que creía
fervientemente en la redención de
Alemania, asunto en el que cifraba todas sus esperanzas en la juventud. El
movimiento de 1968, que en Alemania fue más profundo que en Francia y derribó
culturalmente gran parte de aquella herencia, le dio la razón en lo que tuvo de
ajuste de cuentas generacional con los nazis y la cultura que había hecho
posible el nazismo. Bauer fue un precursor.
En 1962 su ensayo, “Sobre las raíces de la acción nazi”
debía ser distribuido en las escuelas de Renania-Westfalia, pero el Ministro de
Cultura del Land, Eduard Orth, lo prohibió. Emplazado para una discusión
pública con Bauer, Orth declinó acudir, pero envió en su lugar a una joven
promesa de su partido. Se llamaba Helmuth Kohl y en el debate con Bauer, el
joven Kohl defendió la idea de que aun era “demasiado pronto para hacer un
juicio moral sobre el nazismo”.
Una muerte oscura
El jurista distinguía tres sujetos en el origen del nazismo;
“primero, los nazis que propugnaban ideas y actitudes nazis, una minoría
importante. Segundo, la gente autoritaria y cruel educada en el militarismo
prusiano y en la tradición de Lutero. Tercero, la gran masa de obedientes,
conformistas y oportunistas”, decía. Unos y otros, coincidían en que el
humanismo, la compasión y la solidaridad, son síntomas de flojera e ingenuidad
mental, una idea que ahora la nueva derecha hace suya con el concepto
“buenismo”, explica Ilona Ziok, la directora que le ha dedicado a Bauer un
largo documental. Con ese discurso y actitud, Bauer fundó, en 1961, la
“Humanistische Unión”, la organización de derechos humanos más influyente de la
moderna Alemania cuyo objetivo era, “la liberación de las ataduras de la obediencia
automática al Estado”, que llevaron a Alemania a tan funestos resultados.
El Fiscal de Hesse trabajaba a contracorriente. Quien
marcaba la línea era Eduard Dreher, el encargado de la reforma del código penal
en el Ministerio de Justicia a partir de 1954. Fue Dreher quien impuso la
prescripción para los crímenes de “complicidad con asesinato” que liberó de
toda responsabilidad a los nazis y tuvo el efecto de una amnistía. Las medidas
de gracia de los años cincuenta tuvieron por resultado que a final de aquella
década todos los nazis condenados por tribunales de guerra se encontrasen en
libertad sin terminar condena. Nada más lógico si se recuerda el pasado de
Dreher, que en 1943 había sido fiscal especial en Innsbruck, encargado de
revisar sentencias a cadena perpetua para convertirlas en pena capital, lo que
envió a centenares de “delincuentes políticos” a la muerte. Bauer, al
contrario, fue el reformador del derecho penal y de la legislación
penitenciaria alemana y el luchador por una valoración apropiada del
Holocausto. “Por todo eso fue visto como adversario y enemigo”, afirma Ziok,
que dice haber encontrado “muchas dificultades” para financiar su película, dos
veces rechazada por el Ministerio de Cultura.
Fritz Bauer murió a finales de junio de 1968. Encontraron su
cuerpo en la bañera de su casa, en lo que se dijo pudo ser suicidio o
accidente. Que un hombre tan tenaz y voluntarioso cometiera suicidio, es poco
creíble. “Mucha gente cree que fue asesinado, pocos creen que fue suicidio o
accidente”, dice Ziok. No hubo autopsia. “Toda la documentación sobre su muerte
desapareció en el incendio de un archivo jurídico de Francfort”, explica la
directora.
Gracias, sobre todo, a las presiones de abajo del movimiento
de 1968, Alemania emprendió un considerable examen de conciencia sobre su
pasado nazi, que hoy continúa. La ventaja de Alemania respecto a Japón, país
que aun hoy honra como patriotas a sus criminales de guerra, es enorme y
manifiesta. Al mismo tiempo, Alemania y Japón tienen en común el haber
prácticamente anulado la gran ventaja moral que extrajeron de su condición de
derrotados en la Segunda Guerra Mundial, al legalizar hoy la utilización de sus
fuerzas armadas fuera de sus fronteras, que sus respectivas constituciones
complicaba .
y ver ..
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