Máscara africana . Costa de Marfil.
Cosas del capitalismo cuando llega el coronavirus
Pascual Serrano
El pasado 27 de febrero Carlos Fernández Liria escribía
sobre el capitalismo y el coronavirus en cuartopoder. Destacaba que la epidemia
estaba mostrando la debilidad de nuestra economía y la paradoja de que, tras
revoluciones industriales y tecnológicas, debemos seguir trabajando las mismas
horas o más que antes, algo que no preveían los analistas del siglo pasado. Yo
también quisiera detenerme en algunas otras curiosidades que la epidemia del
coronavirus ha sacado a la luz.
En un sistema político y económico medianamente social, si
surge una epidemia global, aunque sea leve, los métodos y sistemas de
prevención se hacen llegar a los ciudadanos de un modo más barato y eficaz de
lo habitual. En cambio en nuestro capitalismo hemos visto cómo, según informaba
Efe, el gel desinfectante pasó de un precio de 3 euros a 22,5 por internet, una
subida del 650%. Y las mascarillas subieron de 10 céntimos a 1,8 euros, 1.700%
más. Con los primeros casos del brote en España el 25 de febrero, la demanda de
mascarillas en Amazon se disparó y algunos vendedores, como el propio Amazon,
que compra productos a los fabricantes para ofrecerlos a la venta, se quedaron
sin producto tras haber subido cerca de un 20% el precio de sus últimas
unidades. La única manera de comprarlas
era ahora pagar por encima de un 100% más. Es decir, en sólo un día, el
paquete de diez mascarillas pasó de estar disponible en Amazon a través de
diversos vendedores en una horquilla de 20 a 35 euros a, en cuestión de
minutos, ofertas limitadas a precios que superaban los 159 euros.
El 28 de febrero por la tarde, tres días después de
reconocerse varios casos de coronavirus en España, los únicos dos vendedores
que ofrecían los paquetes diez mascarillas desechables de 3M en Amazon eran
Xtrem Place, un vendedor francés, y Gigant, un alemán. Su precio de venta 350 y
499 euros, más 13 euros de gastos de envío.
Y mientras tanto, algunas personas que tenían familiares
ingresados en el hospital y debían visitarles utilizando batas, guantes y
mascarilla denunciaban que estas últimas habían desaparecido porque las
robaban.
Eso sí, recuerden, esto es el capitalismo. Firmas de moda
como Louis Vuitton y Fendi han decidido crear sus propias máscaras de lujo con
su logo y terciopelo, y entre las celebrities se ha vuelto popular compartir
fotos en las redes usando esas mascarillas de firma.
Sigamos nuestro paseo por el capitalismo. Muchas personas
creen que disponer de un seguro de salud privado es el mejor mecanismo para
evitar colas y listas de espera en la sanidad pública y disfrutar de las
comodidades hoteleras e un hospital privado. Pues bien, los seguros privados de
salud no cubren el coronavirus ni las enfermedades producidas por éste por
tratarse de una epidemia que puede convertirse en pandemia. Tampoco estarán
cubiertos quienes hayan contratado un seguro de viaje. Según los especialistas,
las epidemias como el Covid-19 están excluidas expresamente en el apartado
exclusiones generales de una gran mayoría de las aseguradoras, esa letra
pequeña del contrato que nunca leemos ni ponen en los folletos. Ya se sabe los
seguros cubren las cosas que no suceden, no las que suceden de forma masiva.
Vayamos ahora al paraíso del capitalismo. En Estados Unidos,
un ciudadano de ese país ha denunciado que debe pagar 3.200 dólares por hacerse
las pruebas tras volver de China para descartar estar infectado por el
coronavirus. Parece que la sanidad privada le colocó hasta una resonancia
magnética. Imaginen el interés que pondrán los estadounidenses en hacerse
pruebas para saber si pueden infectar a sus vecinos si tienen que pagar eso. Y
lo complicado que puede resultar para impedir el avance del virus.
Allí, el senador por Florida, Marco Rubio, nos muestra en un
tuit las preocupaciones de la élite política del país ante una epidemia:
“Dependemos de China para el 80% de nuestros ingredientes farmacéuticos
activos. El potencial de interrupción de coronavirus nos recuerda lo peligroso
que es para nosotros depender tanto de un país para nuestros medicamentos”.
Para el senador el peligro no es el virus, es que los chinos producen las
medicinas. Como señaló la corresponsal de la televisión RT, Helena Villar,
“para la mentalidad liberal estadounidense la preocupación sobre la propagación
del coronavirus no reside en la salud pública, sino en que es China la que
produce principalmente los fármacos que luego en Estados Unidos se venden a
precios especulativos”.
Otra cosa destacable es que nuestro capitalismo a las tres
investigadoras italianas de la Universidad de Milán y del Hospital Sacco. que
lograron aislar la cepa del coronavirus les paga menos de 1.200 euros al mes,
según informó el diario La Reppublica. Basta comparar con lo que cobra un
futbolista, un broker de Bolsa o un youtuber para comprobar las escalas de
valor de nuestro mercado laboral.
Fue curioso también observar cómo algunas medidas que
comenzamos a ver en China al principio de la epidemia, del tipo de policías
obligando a la gente a ponerse la mascarilla o controles militares bloqueando
el acceso a las zonas donde más se concentraba la enfermedad se interpretaban
como represivas y típicas de una dictadura comunista. Algo impensable en
nuestro paraíso de libertades. Todo ello, cuando la enfermedad ha llegado a
nuestros países, y por la cuenta que nos traía, nos ha parecido lógico y
razonable, incluido las lógicas cuarentenas y aislamiento de personas sospechas
de infección.
La última paradoja es que, gracias al coronavirus, el medio
ambiente del planeta está mejor porque la contaminación de China por la
industria y los viajes, ahora restringidos, ha caído en picado. Así lo muestran
las últimas imágenes publicadas por la NASA, que se centran en los niveles de
dióxido de nitrógeno, el gas emitido por vehículos y en instalaciones
industriales.
Acostumbrados como estamos a la dinámica cotidiana
capitalista, algunas situaciones excepcionales como esta epidemia pueden
sacarnos de la vorágine diaria y darnos la perspectiva adecuada para comprender
todo lo contranatural, absurdo y egoísta que puede ser este sistema económico.
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