viernes, 7 de febrero de 2020

El madrileñismo político y la construcción de patria.



España invertebrada, España inacabada y España S.L

Sobre el madrileñismo político y la construcción de patria.
Por Dío Espí

¿Qué motivo lleva a España a encontrarse durante décadas a caballo entre el estado unitario y el estado federal? En un modelo autonómico, cuasi-federal pero no del todo. ¿Por qué ese cuasi? Parafraseando a Joan Romero: ¿por qué no se “acaba” España? En política las cosas no ocurren porque sí. Detrás de cada decisión, de cada reforma, subyace la aspiración de satisfacer unos intereses determinados. La cuestión plurinacional y territorial española no es una excepción.

España invertebrada, España inacabada y España S.L (madrileñismo político)

En los años 20 del siglo XX, Ortega y Gasset acuñó el término “España invertebrada” para, entre otras cosas, referirse a la situación social del país en su momento. Casi un siglo después, en un juego de palabras, Joan Romero hizo lo propio con “España inacabada2”. Con este concepto pretendía “dar una idea global, positiva, para superar el desencuentro histórico nuestro que dura tres siglos.” De alguna forma, las ideas de la España invertebrada y la España inacabada atraviesan cardinalmente la obra de Eliseo Aja Estado autonómico y reforma federal. Continuando el juego de palabras, hoy cabría preguntarse si es posible hablar de una “España S.L” para referirse a la infraestructura política, institucional, administrativa y jurídica que -históricamente y adaptándose en el tiempo- sostiene un modelo de país, en efecto, “inacabado”.

Por esta razón, en una paradoja hegeliana, cabe cuestionarse si esta España inacabada- invertebrada no es sino la culminación (España acabada) de un proyecto político determinado. ¿Es cabal interpretar España y su vigente configuración territorial -con todas las taras funcionales que puedan achacársele- como el destino, y no la transición hacia un modelo verdaderamente federal? Probablemente sea ingenuo pensar que el modelo autonómico vigente es la culminación del proyecto político ideal de nadie, ni de ninguna Comunidad Autónoma ni de ninguna clase social. No obstante, vista la complacencia y absoluto desahogo con el que ciertos grupos políticos y poderes económicos abordan esta cuestión, como mínimo, es lícito pensar que hay ciertos sectores en la sociedad que parecen no tener problema alguno con la configuración autonómica actual, especialmente en el ámbito decisional.

Nicolás Bardio (2018) describía España como:
“ese lugar en el que desde Madrid puedes ir a 24 capitales de provincia en AVE y desde Oviedo a ninguna. Y no es que el AVE sea o no sea una prioridad (lo son más las cercanías) o haya que tenerlo a toda cosa. El AVE es sólo un ejemplo más de lo que está pasando en España. Ríos de tinta se han vertido sobre el régimen político en el que estamos y la conveniencia o no de reformarlo: federalismo monárquico, república federal, sistema confederal, independencia, devolver competencias…”

Este fragmento sintetiza dos cosas : en primer lugar, el problema ferroviario que afecta a miles y miles de usuarios residentes en la ‘periferia’ del Reino de España; en segundo, lo que subyace bajo el punto anterior, es decir, el “madrileñismo político” que acuñó Ortega y Gasset, esto es, la cosmovisión política que traza y ejecuta los planes nacionales pensando esencialmente en los efectos que los mismos repercutirán sobre Madrid. En otras palabras, la suposición de que “España no es otra cosa sino un Madrid centrifugado, dilatado hasta los confines de la nación.”

A pesar de ser acuñado durante la primera mitad del siglo pasado, el “madrileñismo político” sigue muy vivo en la cotidianidad política española. Es un elemento que juega un rol fundamental como parapeto anti-federalizador. Por varias razones relacionadas entre sí:
la primera radica en la dimensión cultural o gramsciana. Gradualmente se ha ido inoculando una visión de España que asimila la idea nacional a Madrid, a lo atinente a Madrid. Esto pasa diariamente en los detalles más banales. Basta poner el Telediario de las 15 h para percatarse, la mayoría de las noticias que se dan –a nivel nacional- implican a Madrid. Con las campanadas de Nochevieja ocurre igual: todas las televisiones nacionales emiten desde la puerta del Sol. El progresismo tampoco está libre de madrileñismo: el pasado miércoles, eldiario.es publicaba una noticia en la que, para informar sobre un hecho acontecido en Tarragona, medía una distancia en kilómetros y a continuación lo matizaba diciendo que era “la distancia aproximada entre la plaza Colón y el estadio Santiago Bernabéu, en Madrid”. Así pues, esto es solo una pequeña piedra del inmenso iceberg madrileñista cultural que lleva décadas construyéndose. Se ha conseguido instaurar la creencia de que no es de buen español cuestionar las decisiones que se toman desde Madrid, generando un escenario en el que cada vez más y más ciudadanos de la ‘periferia’ se sienten excluidos del proyecto nacional.

La segunda razón atañe a la decisión. ¿Cómo se puede aspirar a construir nacionalmente-culturalmente un país, una patria, cuando desde su capital se ignoran los reclamos y necesidades de sus regiones? ¿Cómo es posible que en un día laborable salgan 11 AVEs de Madrid a Cuenca (con todo el respeto a esta ciudad) y, sin embargo, no haya un solo AVE que conecte València y Barcelona, las dos ciudades más importantes a nivel económico del litoral mediterráneo? Óscar Pazos (2018), autor de Madrid es una isla, lo resume así:
«Madrid centraliza el poder, lo cierra y lo concentra en las manos de unos pocos. El problema es que Madrid hace un discurso político que usa a los nacionalismos y basado en argumentos antiperiféricos para esconder algo mucho más grave: el monopolio del poder en manos de una poca gente. No quise entrar en esos debates de nacionalismos o antinacionalismos y de agravios regionales comparativos, que Madrid utiliza siempre en su provecho. Se presenta como un poder equilibrador cuando es exactamente lo contrario: Madrid se ha apropiado de la idea de España y parece que todo lo que no es Madrid es antiespañol. Hay un discurso que parece que invalida todo lo que no venga o no pase por la capital.»

De esta forma, el establishment instalado en la capital del Reino se convierte en el principal interesado en no cambiar el actual modelo autonómico, puesto que encuentra en éste un instrumento mercantil extraordinario, como si de una empresa se tratara: España S.L.. Se trata de un modelo que si bien se dice autonómico -y, en efecto, presenta rasgos propios de estados federales-, tiene una cara oculta profundamente centralizadora.

Por un federalismo plurinacional real

“Venceréis, pero no convenceréis” le dijo Unamuno a los fascistas en el paraninfo de la Universidad Salamanca en 1936. La historiografía dice que esta frase iba dirigida personalmente a Millán-Astray; en cualquier caso, la frase en sí, y la coyuntura histórico-política que la envuelve, viene como anillo al dedo para describir la gestión que históricamente se le ha dado a la plurinacionalidad en España (o las Españas). Cómo plantea Charles Taylor, el reto colectivo que afecta a España es cómo conciliar unidad y diversidad. Concretando, esto es, ¿cómo convergen distintas naciones que forman España en un proyecto común? En una relación dialéctica en la que la unidad fuera concebida en tanto que tal como el respeto a la diversidad, o la vindicación de la riqueza cultural como un valor a defender, la respuesta estaría clara. No obstante, el desarrollo de España ha sido muy distinto.

Revisada con perspectiva histórica, además de servir como trampolín clasista- aristocrático, la hegemonía y primacía de Castilla (con Madrid como punta de lanza) como región constructora de la identidad nacional española ha generado gran cantidad de conflictos en muchas regiones que no se identifican con el castellanismo. Por supuesto, esto no es culpa de los castellanos y castellanas de España. El protagonismo de la identidad castellana en la estructuración de la identidad española responde, entre otras cosas, a la necesidad que la monarquía borbónica y las oligarquías tuvieron en su momento de estructurar un proyecto nacional que al mismo tiempo les sirviera como garante de sus intereses.

José Luís Abellán (1998) lo sintetizaba así:
«Todos los españoles que ahora tenemos más de cincuenta años hemos sido educados en una vieja idea de España que ahora está en franca revisión. Es una idea que fue impulsada por el franquismo, pero que en realidad tenía antecedentes muy anteriores. Ésta es la idea que debe ser revisada y quizá el no haberlo hecho en su momento es lo que ha originado la mayoría de las tensiones y conflictos que estamos presenciando. Esta vieja idea de España a la que me refiero tuvo su origen en el principio de centralización que fue impulsado por la Casa de Borbón desde que, a principios del siglo XVIII, ésta empezó a reinar en España; se trata de una idea basada en la unidad y homologación entre las distintas regiones españolas que, bajo el impulso napoleónico y con la división administrativa en provincias, adquirió una dimensión jacobina que, en realidad, era ajena a nuestra tradición secular más profunda.»

Seguidamente, es muy interesante ver cómo ha operado esta reflexión respecto al desafecto que esta forma nacional ha generado:
“[…] esa visión castellanista de nuestra historia constituye una simplificación que, mientras se mantuvo en el puro plano de la historiografía, no creó problemas insolubles. La cuestión se agravó con la utilización política que de esa interpretación hizo el franquismo, llevándola a la extravagancia anacrónica de «por el Imperio hacia Dios». La consecuente negación de la pluralidad española no podía más que provocar una reacción crispada de repulsa, la cual a su vez indujo a un airado rechazo. A los que se negaban a aceptar una visión tan unilateral de la historia española, se les acusó de favorecer la fragmentación y el separatismo, aplicándoles el epíteto de «anti-españoles», a cuya denominación se acogen satisfechos. Desde luego, si ser español es ser castellano de pura cepa o dar por buena la interpretación castellanista de la historia, sin admitir otras alternativas, la reacción por parte de estos otros españoles no puede ser más lógica: «Entonces -dice el catalán o el vasco de turno- yo no soy español». Así nace una pobre y estrecha idea de España, negadora de su esencia más profunda: el de una rica variedad de lenguas y culturas, que ha sido a su vez creadora y forjadora de pueblos y naciones distintas y distantes, aunque unidos todos por una historia y una lengua comunes.”

Si de verdad se aspira a “vertebrar” España, más allá de todas reformas procedimentales y mecanismos nuevos que deban introducirse de cara a constituir el modelo federal, es fundamental ser capaces de ganar el relato. Es muy necesario hacer pedagogía y trabajar para tratar de cambiar –de superar- esta noción hegemónica que tantos problemas ha generado, haciendo inviable la convivencia fraternal entre los distintos pueblos y naciones que componen España: de ahí la vigencia de la frase de Unamuno. El nacionalismo español puede seguir negando la evidencia, esto es, la realidad plurinacional de España, y mantenerse anclado en una idea retrógrada y unidimensional de España.

Al contar con el beneplácito de las oligarquías, de los aparatos de Estado, de los medios de comunicación, de las fuerzas y cuerpos de seguridad, de las Fuerzas Armadas, etc., por la mera correlación de fuerzas, el nacionalismo español podrá vencer continuamente a cualquier Otro interno que se le interponga, ya sean catalanes o los vascos. No obstante, y por muy maquiavélico que uno se declare, la fuerza bruta y el no-diálogo en pocas ocasiones conducen a una solución real. El problema seguirá estando ahí, y los catalanes que sientan y piensen en catalán -al igual que sus homólogos vascos, gallegos, baleares o valencianos- difícilmente concebirán el proyecto español como propio, principalmente porque lo sentirán como ajeno. Por dimensión de fuerzas, vencerán; pero si además no se convence, el problema nunca llegará a solucionarse. Como dijo John Berger:
 

"El futuro que tanto les asusta llegará. Y entonces lo que quedará de nosotros será la confianza inquebrantable que hemos mantenido en la oscuridad. "

Bibliografía

– Aja, E. (2014). Estado autonómico y reforma federal. Madrid: Alianza Editorial.
– Abellán, J. (1994). España invertebrada: estado de la cuestión.
https://elpais.com/diario/1994/02/01/opinion/760057207_850215.html
– Abellán, J. (2020). Las Españas: una idea plural del Estado.
https://elpais.com/diario/1998/01/27/opinion/885855604_850215.html
– EFE. (2020). Una chapa del reactor de Tarragona voló tres kilómetros y mató a
un hombre en su casa. https://www.eldiario.es/sociedad/tapa-reactor-
Tarragona-kilometros-hombre_0_985151835.html
– López de la Vieja, M. (1997). Política y sociedad en José Ortega y Gasset: en
torno a «Vieja y nueva política». España.
– Bardio, N. (2018). El centralismo económico nos está matando.
https://www.lavozdeasturias.es/noticia/opinion/2018/12/24/centralismo-
economico-matando/00031545654474975445145.htm
– Pazos, O. (2020). «Madrid centraliza el poder y lo concentra en las manos de
unos pocos.» https://www.eldiario.es/galicia/Madrid-centraliza-poder-
concentra-pocos_0_135786925.html
– Romero, J. (2006). Joan Romero: «Estamos todavía a mitad de camino de un
Estado federal homologable». https://www.levante-emv.com/comunitat-
valenciana/3076/joan-romero-todavia-mitad-camino-federal-
homologable/177934.html
– Romero, J. (2019). Joan Romero: “Si fuéramos un estado federal, las cosas se
harían mejor”. https://www.elnacional.cat/es/pais-valencia/joan-romero-
estado-federal-cosas-harian-mejor_281763_102.html




 Nota del blog  .- Recordemos que este mismo diseño ya lo tuvo nuestro ferrocarril ajeno totamente  a  economía del país ..y como diseño centralizador  . Y ahora es un tren de viajeros nada que ver   con la economía . Lo político se impone siempre sobre lo económico .Como si Madrid fuera  todo España, como un oasis  para hacer de Madrid por fin la capital económica mas importante de España . Y al mismo tiempo entregar el transporte de mercancias terrestres a  los camiones .

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