En Toros de Guisando . Ávila 1934 . Al fondo sentada junto al filósofo Xavier Zubiri y delante la primera sentada la pintora Maruja Mallo y delante de ella de pie Remedios Varo?
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El filósofo
Texto de María Zambrano
El ser del filósofo parte de no tener un ser determinado y
si lo tiene debe abandonarlo, es el que lo deja todo. No puede ser sacerdote,
poeta, sabio, legislador, porque no se puede ser ni esto ni aquello. Así va a
parar a ese limbo, a esa tierra de nadie, tierra virgen. Luego, cuando aparece,
su figura es indecisa y confusa, despierta sospechas.
El filósofo ha ido en busca del ser. No eran solamente los
dioses quienes no tenían ser, era él mismo el que no lo tenía. Y al ir en busca
del ser lo iba cobrando, mas en modo diferente, inédito, nuevo, originario. De
manera que el ser se arraigara en el, que su vida se conformara por él, que su
vida se fuera llenando de ser, confundiéndose con él y borrándose como vida,
oscureciéndose a medida que la luz del ser le ganaba.
Buscando el ser atravesaba el no-ser, el suyo propio y el de
todo lo que se le mostraba. Descubridor del no-ser, de la carencia en todas sus
formas: del no-ser de la verdad, del no-ser del conocimiento, del no-ser del
amor. Pues que de esto se trataba, allá en la profundidad última de su ser no
empeñado, no entregado a nadie, ni a los dioses, para que la verdad y el ser
penetraran en la vida suya y en la de todos, en la del hombre.
Como la filosofía obedece a su interna ley constitutiva de
la visibilidad, de la visibilidad en el modo de la diafanidad, pide al
filósofo, su sostenedor y artífice, que borre su presencia, no que la oculte.
La ocultación queda para el que vive o se dispone a vivir el mismo y, si es
preciso, él solo, en la completa manifestación, ubicuidad, no diferenciación de
las dimensiones de la temporalidad, igualación entre vida y muerte, tal como a
los iniciados se les ofrece vivir. Y lo han de pagar callando y ocultándose al
menos en tanto que individuos, perdiendo su nombre o no dándose a conocer.
La filosofía es para todos, para el hombre en cuanto tal.
“Todos dos los hombres tienen por naturaleza deseo de saber”. Un saber diáfano
por inequívoco, por transmisible sin recurrir a nada más que a él mismo. Y así,
el filósofo ha de borrar su presencia, al propio tiempo que la mantiene para
corroborar lo que dice, para responder si le preguntan, para comparecer ante la
ciudad cuando ya haya celebrado su simbiosis con ella. Con la ciudad propia,
realidad y representación de la ciudad de todos los hombres.
Anónimamente transitará el filósofo, mezclado con todos los
hombres a partir de su ingreso en la ciudad tras haber pagado la prenda con
Anaxágoras y el sacrificio con Sócrates. Un maestro a lo más. Un simple
profesor en la tardía
Europa. Un monje que enseña. Uno siempre. Uno y sin más. Y
más que la persecución, el desconocimiento será su séquito. El desconocimiento,
hasta llegar a la soledad de Nietzsche, en quien se proclama la imposibilidad
del maestro de filosofía. Muerte que rozara a todos los que después de él
vinieron. Pues o bien apartarán de sí la sombra del discípulo (aunque no la
colaboración, el hacer común que no borra la soledad) como Benedetto Croce, que
tuvo ciudad y patria, o se verterán en la nación entera como Ortega, sin soñar
tan siquiera con la llegada del discípulo. Era la sociedad entera y de ella su
factora, la élite, la verdadera receptora del quehacer filosófico. Más apegado
a la enseñanza universitaria, el alemán Heidegger señala a su modo el término
del discipulado. Pues en Filosofía, y quizás en todo, la existencia del
discípulo se hace vigente con la fundación de la Escuela. Sin la Escuela el
discípulo tiene carácter de adventicio, voluntario, ambiguo.
El filósofo, lejos de ser un bienaventurado que vive sin
cautela, está siempre rodeado de cautelas como las que acabo de citar. No le
bastan los discípulos, por el contrario huye de ellos. Y el final de Nietzsche
lo sabemos: loco, escuchando de su madre la Ética de Spinoza o la música que
para él interpretan sus hermanas; solo, con un aire feliz únicamente
interrumpido por alguna desesperación que la madre sabe apaciguar. Qué carrera
esta del filosofo que nació para enseñar en continuidad y acaba así, mas allá
del bien y del mal, que no puede dejarnos de recordar más allá del ser y de la
esencia de Plotino; quién lo diría, más allá siempre de ella misma o en otro
lugar inasequible. ¿Cuál acaba siendo entonces, para el futuro, el lugar de la
filosofía? Tal vez uno de sus lugares privilegiados no haya sido el estoicismo
sino el cinismo, el inquietante y desconocido cinismo.
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