Agit-prop de una derecha desnortada y peligrosa
El PP anda desnortado sin saber qué quiere ser, porque le ha
salido una conciencia agitadora a su extremo que viene acompañada de un
panorama mediático insultantemente antidemócrata
Pablo Casado es un dulce bocado para quienes aspiran a tener
un líder blando sin consciencia de su ruta, porque eso hace posible tener un
hombre de paja al que guiar en beneficio propio: una derecha sin rumbo ni
concierto y, por eso, muy peligrosa
Antonio Maestre
El diario.es
Pablo Casado anda
confuso. No sabe si raparse la barba o ponerse gafas. En ocasiones es un
digno heredero de Rajoy y su calma atemporal, y en pocas horas pasa a
ser un furibundo defensor de las esencias ideológicas de lo peor de la
aznaridad.
El PP anda desnortado sin saber qué quiere ser, porque le ha
salido una conciencia agitadora a su extremo que viene acompañada de un
panorama mediático insultantemente antidemócrata.
Un extremo que le urge
constantemente a tomar decisiones extemporáneas y atribuladas y le
obliga a levantar mucho la voz. A ir a rebufo de Vox.
Ruido en las
redes, ruido en las ondas, ruido en las portadas. Mucho ruido para un
líder popular que no sabe bien qué deriva tomar y se siente acomplejado
por su falta de liderazgo.
Pablo Casado es un dulce bocado para quienes
aspiran a tener un líder blando sin consciencia de su ruta, porque eso
hace posible tener un hombre de paja al que guiar en beneficio propio.
Una derecha sin rumbo ni concierto y, por eso, muy peligrosa.
El
agit-prop marxista fue cooptado hace tiempo en España por la extrema
derecha. Está a mandos de Federico Jiménez Losantos, que tiene a sus
cachorros diseminados por todos los medios conservadores españoles
siguiendo sus instrucciones y enseñanzas como pequeños chacales
adiestrados.
Pero hasta para hacer ruido hay que tener cierto talento.
La elección fallida de las guerras culturales de estos días permite
pensar que los discípulos están aún muy lejos del maestro.
La estrategia de agit-prop es constante desde los medios
conservadores con El Mundo a la cabeza, que se ha demenciado (más aún)
bajo la dirección de Francisco Rosell y que, con Jorge Bustos en
opinión, está marcando la pauta de una oposición mediática imbuida del
espíritu del antiguo maoísta Losantos.
El verdadero artífice del corpus
discursivo de todos y cada uno de los representantes del panorama
mediático conservador dirige la orquesta y hace que sientan miedo a que
desde las ondas los tilde de maricomplejines.
Esa estrategia constante
de urgencia, de escándalo, de emergencia crítica que transmiten estos
medios provoca en sus correligionarios una sensación de peligro y
alarma, que es el germen propicio para el odio de los salvapatrias.
Tendemos
a creer que el proceder de nuestra derecha cuando se encuentra en la
oposición, y no maneja a su antojo los resortes del poder, es específico
de nuestro país y que su concepción patrimonial del ejercicio del
gobierno es una enfermedad española. Pese a que nuestro patrioterismo
reaccionario tenga unas especificaciones regionales heredadas del
pensamiento doctrinario del XIX no es una cuestión endémica, sino un
modus operandi habitual en las derechas europeas y allende los mares
cuando el poder es desocupado por los que lo consideran capital propio
por derecho divino.
El odio
Las campañas de
odio y difamación constantes desde los medios al que consideran poseedor
ilegítimo del poder tienen antecedentes en otros países. Con
similitudes y trágicas consecuencias. En el año 1982, Olof Palme
recuperó el poder en las elecciones en Suecia después de haberlo perdido
en 1976. El líder socialdemócrata había conseguido labrarse multitud de
enemigos por una política internacional crítica con el imperialismo de
EEUU y algunas actuaciones de la URSS, sobre todo en Afganistán.
A Olof
Palme se le consideró uno de los principales elementos que buscaban una
tercera vía en la política internacional en el difícil contexto de la
Guerra Fría. Una vez recuperado el poder en Suecia, Palme se encontró
con una oposición muy virulenta liderada por los medios conservadores en
un país en el que la mayoría era de esa adscripción ideológica.
Jan
Stocklassa narra en Stieg Larsson. El Legado: Las claves ocultas del asesinato de Olof Palme la campaña atroz que tuvo que sufrir el entonces líder socialdemócrata y que provocó un ambiente de odio hacia Palme.
Jan
Guillou fue uno de los periodistas que puso en el foco a Olof Palme con
su campaña constante de descrédito. Un periodista que perteneció a la
corriente maoísta y que en la actualidad es un furibundo crítico con el
movimiento feminista y contra el colectivo LGTBI. Las similitudes con
otro locutor en España se aprecian fácilmente. Guillou acusó a Palme de
tener relaciones con prostitutas y diversos escándalos relacionados con
su vida privada. Según Stocklassa, "cuando el odio contra Palme estuvo
establecido en diferentes sectores de la población, ya no se le pudo
poner freno".
La cascada de acusaciones, descrédito y deshumanización
comenzó a ser imparable. Se publicaron caricaturas de Olof Palme con
nariz aguileña, dientes rotos y ojeras exageradas. No hay que ir muy
lejos para encontrar algo parecido en España; la compartió Vox el día de
la investidura. Los diarios conservadores comenzaron a hablar de una
ideología inventada llamada "Palmeísmo", que buscaba establecer el
sentido peyorativo de toda idea emanada del presidente.
En España lo
llaman "Sanchismo". Finalmente, un diario de derechas llamado Contra
vendía dianas con la cara de Olof Palme para que se practicase puntería
con el líder socialdemócrata. A ese punto aún no hemos llegado, puede
que no tardemos en verlo. El odio se hizo concreto y frío el 28 de
febrero de 1986 en Estocolmo. Cuando Olof Palme volvía del cine con su
esposa, un hombre se aproximó por detrás, le disparó por la espalda y le
causó la muerte casi de inmediato. Están a tiempo de parar la escalada,
el agit-prop reaccionario tiene consecuencias imposibles de asir una
vez que se desata.
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