Hacia una crisis de régimen en Francia
Rafael Poch de Feliu
Blog personal
Si el fuego prende finalmente en las banlieues, entonces sí
que estaremos en la estela de las grandes insurrecciones sociales francesas que
tanto oxígeno han proporcionado a la libertad y el progreso social en Europa
desde 1789.
En junio de 2017, cuando Macron ganó las presidenciales,
pronostiqué una crisis de régimen en Francia. Desde que llegué a ese país, en
2014, hasta mi despido como corresponsal en París hace un año, nunca cesó de
rondarme la impresión de materia inflamable a la espera de chispa. Muchos
observadores franceses de la izquierda respondían en positivo a mis preguntas
en esa dirección, pero, seguramente llevados por el miedo que todo intelectual
tiene a ser acusado de tomar sus deseos por realidad, no pasaban del, “sí, es
posible que ocurra algo”.
Llegaron las protestas contra las leyes laborales de
Hollande (Macrón era entonces consejero del presidente, luego ministro de
economía) y la nuit debout el particular movimiento cívico-juvenil de la Place
de la Republique de París que no cuajó como 15-M francés. Más tarde, ya con Macron presidente, nuevas
protestas contra la reforma laboral a partir de otoño de 2017. En ambos casos,
la impresión era la misma: el descontento en Francia era general, pero pasivo.
La gente que salía a la calle era la de siempre; la izquierda política (es
decir lo que queda a la izquierda del Partido Socialista), militantes, algunos
estudiantes y bachilleres (que en Francia son un factor político) y algunos
sindicatos pequeños más la CGT, la única gran central sindical aún no
descafeinada. No había relación entre descontento y movilización. Y aun más
importante: los más desfavorecidos, los barrios periféricos urbanos,
dormitorios de la Francia desempleada y de origen emigrante, brillaban por su
ausencia. “¿Dónde están las banlieues?”, nos preguntábamos.
En la victoria presidencial de Macron las cosas no
cuadraban. Había una sensación de producto precocinado por los poderes fácticos
en la sombra, un fast food político más propio de la otra orilla del Atlántico
que de Francia. Una victoria que se impuso sobre la sospechosa eliminación, vía
el kompromat del “Penelopegate”, el inocente escándalo de la mujer del
candidato de la derecha tradicional, François Fillon, quizá demasiado gaullista
y demasiado poco antirruso para algunos (para acertar en estas materias es
siempre aconsejable pensar mal). Y la victoria de Macron planteaba tanto una
crisis de legitimidad -muy poca gente le votó por convencimiento, la mayoría
para eludir a Le Pen y con una abstención récord- como una crisis de
representatividad: la victoria explosionó la divisoria izquierda/derecha, dejó
fuera de juego a los partidos tradicionales y logró un dominio elitario en la
Asamblea Nacional sin precedentes y sin la menor correspondencia con la
realidad de la sociedad francesa.
Si a eso se le sumaba la personalidad del Presidente, un
jovencito tecnócrata triunfador hecho a sí mismo y apadrinado por los poderes
fácticos -el medio del que salen los reaccionarios más peligrosos- el cóctel
resultaba explosivo. Pero un cóctel Molotov (o “Molokotov”, como decía la abuela
de un amigo cuando Franco) es algo que no se enciende si no hay chispa. Los
chalecos amarillos son la chispa.
Ahora en la calle se ven caras nuevas. No es la izquierda
política, es la gente normal, la mayoría perjudicada por la macronía y ofendida
por la impertinente incontinencia verbal de este “presidente de los ricos”.
Gente que está más allá de la política, que no vota, o que vota al Frente
Nacional, o a la France Insoumise. Una revuelta social de los de abajo, de la
Francia mayoritaria que ha visto su vida deteriorarse en los últimos veinte o
treinta años, pero… mayoritariamente blanca.
Siguen ausentes los barrios periféricos de origen emigrante.
Si eso cambia, si el fuego provocado por esta chispa prende finalmente en las
banlieues, entonces sí que estaremos en la estela de las grandes insurrecciones
sociales francesas que tanto oxígeno han proporcionado a la libertad y el
progreso social en Europa desde 1789.
Hay que estar bien atento a Francia. Las reivindicaciones se
han ido ampliando. En su última expresión ofrecen un catálogo bastante completo
de un radical rechazo a la austeridad, la privatización y la creciente
desigualdad social. Los políticos se quejan de que es muy difícil negociar con
esto (y ahí está la gracia y la fuerza del asunto):
-Más justicia fiscal
-Salario mínimo de 1300 euros netos
-Favorecer al pequeño comercio de los pueblos y los centros
urbanos, cesar la construcción de grandes centros comerciales alrededor de las
grandes ciudades que matan el pequeño comercio.
-Más aparcamientos gratuitos en los centros de las ciudades.
-Un plan de aislamiento de viviendas para hacer ecología
mediante el ahorro de las economías domésticas.
-Más impuestos a las grandes empresas
-Mismo sistema de seguridad social para todos.
-No a la reforma de las pensiones. Ninguna pensión por
debajo de los 1200 euros.
-Salarios indexados a la inflación
-Salario máximo de 15.000 euros
-Proteger la industria nacional. No a las deslocalizaciones.
-Limitar los contratos temporales.
-Promoción industrial del automóvil de hidrógeno (más
ecológico que el eléctrico).
-Fin de la política de austeridad. Cese del pago de los
intereses ilegítimos de la deuda y combate al fraude fiscal.
-Que los peticionarios de asilo sean bien tratados y que se
actúe contra las causas de las emigraciones forzadas.
-Limitación de precios de los alquileres.
-Prohibición de la venta de bienes de la nación (presas,
aeropuertos….).
-25 alumnos por clase como máximo.
-Favorecer el transporte ferroviario de mercancías
-Tasar el fuel marítimo y el keroseno.
Claro que faltan muchas cosas. Tal como está comportándose
el complejo mediático francés ante esta crisis, no tardará en aparecer alguna
reivindicación fundamental para democratizar y desmonopolizar medios de
comunicación que hoy están en un 80% en manos de grandes corporaciones
bastardas y multimillonarios lógicamente hostiles a los intereses de la mayoría
social.
Pero, si se negocia esto, o algo parecido a esto, podemos
echar el telón sobre la política de austeridad europea: La suma de una Francia
en pié, más un Reino Unido fuera de la UE, mas el fin del merkelato, dejará a
la agenda austeritaria de la derecha alemana fuera de combate en la UE.
Si por el contrario no se negocia y se opta por la
represión, o por dejar que el movimiento se pudra -ese es el cálculo de las
pequeñas concesiones de Macron- habrá que ver cual es la reacción social, y, en
cualquier caso, no se habrán remediado otras futuras chispas, pues la presencia
de materia inflamable ya no es una hipótesis, sino un hecho constatado. En
cualquier caso todo el régimen de la V República podría verse sometido a una
seria prueba. Hay que estar bien atento a Francia, pues el cambio en la UE
depende de ella .
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