El PP apuesta por la
extrema derecha como socio para llegar al poder
Pablo Casado ha decidido que la ultraderecha es un socio
legítimo y natural para llegar al poder, alejándose de la defensa férrea de la
democracia liberal hecha por la derecha alemana y francesa
Iñigo Sáenz de Ugarte
Los resultados de las elecciones de Andalucía no deberían
provocar una situación de pánico en la sociedad española, ni tampoco en la
izquierda. Como ya ha recordado mucha gente, se ha puesto fin a la excepción
española. La ultraderecha es una realidad en Europa, lo que no quiere decir que
en estos momentos esté siendo gobernada por la extrema derecha. Perder de vista
eso no es ignorar la amenaza ultra, sino ayudar a entenderla. Porque una cosa
está clara. Si el diagnóstico es equivocado, es muy poco probable que la
estrategia que se haga a partir de ese punto vaya a funcionar.
Lo que sí está confirmado es que el Partido Popular ha
decidido que la extrema derecha es un socio perfecto y legítimo para ganar las
próximas elecciones generales. Nada de cordón sanitario, nada de defender los
principios básicos de la democracia liberal, nada de frenar lo que llaman los
populismos de extrema derecha. Todo eso que han sostenido dirigentes
conservadores en países como Alemania o Francia ha sido depositado en una papelera
de la sede de Génova, 13.
Pablo Casado apuesta por la vía marcada en Austria, donde la
derecha gobierna en coalición con la extrema derecha del FPÖ, un partido
fundado por un nazi que fue miembro de las SS. O por la vía de Italia, donde la
derecha de Berlusconi fue a las elecciones de la mano de la Liga que había
concluido su viaje a la ultraderecha y de otro partido de la misma tendencia.
Es lo que Casado llama unir a "las fuerzas del
centroderecha" (sic).
La apuesta de Ciudadanos es diferente, aunque las primeras
declaraciones de Albert Rivera y de su candidato en Andalucía indican que están
en la misma línea. Han celebrado "la victoria del cambio", y ese sólo
es posible con la suma de los doce diputados de Vox.
Cabe la posibilidad de que Rivera intente en los despachos
–esos sitios horribles donde pactan los demás– un extraño salto mortal que pase
por forzar el apoyo del PSOE y la abstención de Adelante Andalucía para que
Juan Marín sea elegido presidente. Sería algo factible en algún país del norte
de Europa donde la tradición de política de pactos no garantiza de forma
automática al partido más votado la presidencia de un Gobierno de coalición. En
España, sería un cambalache político con un acuerdo entre partidos de muy
diferente ideología que minaría la credibilidad de sus autores.
La otra opción –lo que han llamado "la mayoría del
cambio" desde la derecha– es también envenenada, porque desnudaría la
ideología liberal que atesora Ciudadanos y le dejaría en evidencia ante sus
socios europeos. Todos los valores liberales que dice defender Ciudadanos, a
veces presentados con el adjetivo 'progresistas', son incompatibles con la
extrema derecha, incluida la variante española que apela a la xenofobia y el
desmantelamiento del Estado autonómico español, un elemento fundamental de la
Constitución cuyo aniversario se celebra en unos días.
No toda la ultraderecha es idéntica en Europa. En cada país
se alimenta de realidades políticas propias, aunque su sustento ideológico sea
común. El hecho de que Vox haya sido el partido más votado en El Ejido,
Almería, es uno de los datos menos sorprendentes de la jornada, al menos para
los que recuerdan los ataques racistas del año 2000.
La presencia del racismo es innegable en la sociedad
española. Sin embargo, encuesta tras encuesta queda claro que las ideas
xenófobas cuentan con menos atractivo en España que en países como Francia y
Alemania. Un sondeo reciente afirma que el 44% de los alemanes cree que se
debería prohibir la llegada de musulmanes al país, un porcentaje que ha
aumentado claramente desde otro sondeo similar en 2014. Un 55% dice que el
número de musulmanes les hace sentir extranjeros en su país.
Se calcula que el porcentaje de musulmanes en Alemania es
ahora del 6%.
Las encuestas en España no revelan tal grado de rechazo a
los inmigrantes de esa religión. Es cierto que eso puede cambiar desde el
momento en que Pablo Casado ha enarbolado la bandera xenófoba con amenazas
veladas o no tanto a la población de origen extranjero. Que es el discurso que mantiene
Vox desde hace tiempo, como toda la ultraderecha europea.
Es posible que haya que buscar el indudablemente
espectacular resultado de Vox en Andalucía en factores internos. Como en otros
países de Europa –y fuera de Europa, como demuestra la victoria de Bolsonaro en
Brasil–, la primera razón en el aumento de los votos de la extrema derecha
procede de los que recibe de antiguos votantes de la derecha. El PP venía de
perder medio millón de votos en las anteriores elecciones autonómicas. El
agujero no se ha cerrado, porque ha perdido otros 300.000.
Es un dato que debería preocupar al PP de Pablo Casado de
cara a unas elecciones generales.
El otro factor tiene que ver con un problema también interno
, es decir, la crisis originada por el proceso independentista de Cataluña. Ahí
el PP, desde la victoria de Casado en las primarias, ha optado por legitimar la
solución más radical contra los independentistas, que pasa por un 155 para todo
e incluso por cercenar las competencias de las demás autonomías en educación,
sanidad y justicia, lo que es difícilmente compatible con el modelo
constitucional de 1978.
Ese también es un discurso con el que Vox se siente muy
cómodo. Puede vender a sus potenciales votantes la idea de que apostar por Vox
es un voto útil para presionar en esa línea al Partido Popular.
Ese probable impacto del problema catalán es el que más
debería preocupar a Pedro Sánchez. Necesita los votos de los independentistas
si quiere aprobar unos presupuestos y necesita alejarse de ellos si cree que
eso le perjudicará electoralmente fuera de Catalunya. Ambas cosas son
incompatibles.
La izquierda tiene dificultades para influir en ese corrimiento
de tierras dentro de la derecha con destino a la extrema derecha (como mínimo,
sería bueno que no se extendieran argumentos que legitiman el rechazo a la
inmigración como los que han aparecido en artículos y declaraciones de Julio
Anguita y Manuel Monereo). Puede influir de otras maneras.
El impacto de Vox para la formación del futuro Gobierno de
Andalucía no habría sido el mismo si el PSOE de Susana Díaz no hubiera perdido
tantos votos en favor de Ciudadanos. Tampoco habría sido el mismo si la coalición
de Podemos e IU hubiera recogido una parte del electorado socialista
decepcionado con el PSOE. De hecho, ha ocurrido lo contrario. Ha perdido casi
300.000 votos con respecto a los comicios de 2015 cuando ambos partidos se
presentaron por separado.
Ante este panorama, las apelaciones genéricas al
antifascismo no son irrelevantes, pero no van a influir en los acontecimientos.
Hay que afrontar la realidad. Si una parte de la derecha abandona los
principios de la democracia liberal o pacta con los que quieren destruirla, las
expectativas son muy sombrías.
A la izquierda le queda hacerse fuerte en la defensa de los
derechos políticos y sociales, incluidos los derechos de las mujeres y de las
minorías, y confiar en que al otro lado del espectro ideológico haya el número
suficiente de personas que sean conscientes de que esos logros no son una
conquista sólo de la izquierda, sino de toda la sociedad.
Esa es la gran incógnita que existe ahora mismo en Europa y
que ha llegado a España con toda su crudeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario