El imposible liberalismo español
Ignacio Sánchez-Cuenca
Resulta extraño que en España no haya un verdadero partido liberal, es decir, una fuerza política que defienda la economía de mercado, la globalización, la meritocracia, los derechos y libertades individuales, partidario de un gobierno limitado, y comprometido hasta el final con la democracia representativa. Ha habido varios intentos a lo largo del periodo democrático, pero todos han fracasado: así ocurrió, por ejemplo, con el Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez y con el Partido Reformista Democrático (operación Roca) en los años ochenta; y ha vuelto a ocurrir con Unión, Progreso y Democracia (UPyD) y Ciudadanos en los tiempos más recientes.
Un partido liberal contribuiría a enriquecer el debate público y, además, podría ser decisivo para formar coalición ya fuera con los conservadores, ya fuera con los socialdemócratas, ejerciendo así de fuerza moderadora y centrípeta.
Los liberales españoles constituyen una familia ideológica de tamaño muy respetable que, sin embargo, está huérfana de representación. A pesar de que un buen número de personas se definan a sí mismas como liberales, no hay un partido que represente sus ideas.
Cuando el CIS pregunta por la ideología no en la tradicional escala numérica (de 1 a 10), sino mediante grandes familias políticas, la posición dominante está en la izquierda: según el barómetro de julio del 2018, quienes se definen “progresistas”, “socialdemócratas”, “socialistas” o “comunistas” suman un 35,7 por ciento del total. Quienes se ven a sí mismos como “conservadores” son solamente un 11,7 por ciento. Y, a muy poca distancia, el siguiente grupo en importancia son los “liberales”, con un 10,6 por ciento. El liberalismo es especialmente fuerte entre la gente más joven, alcanza un 17 por ciento de apoyo en el grupo de edad comprendido entre los 18 y los 34 años.
Teniendo la ideología liberal un apoyo tan notable, ¿cómo es posible que en España no haya un partido liberal? Algunos dirán que la pregunta es capciosa, que ya existe un partido así, al que además las encuestan le auguran un brillante futuro, con porcentajes de voto por encima del 20 por ciento: Ciudadanos. Sin embargo, considerar que Ciudadanos, en estos momentos, sea un partido liberal resulta una opinión cuestionable.
Tanto UPyD como Ciudadanos tenían opciones excelentes para romper el bipartidismo imperfecto de PSOE y PP ofreciéndose ante la ciudadanía como partidos liberales críticos con la corrupción del sistema, la concentración de poder económico y los obstáculos a la competencia. Su liberalismo, no obstante, pronto se vio engullido por una pulsión nacionalista muy potente. La exaltación de la nación española, así como la defensa de un modelo territorial centralista y uniformizador, se llevó por delante el credo liberal.
En el caso de UPyD, su toma de posición más reconocible fue la oposición frontal al intento del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero de acelerar el final de ETA mediante un proceso de paz. Dicha oposición les llevó a posturas cada vez más intransigentes y cerriles. Cuanto más débil estaba ETA, más duro (y delirante) se volvía el discurso de UPyD, metiendo en el mismo saco a ETA y al nacionalismo democrático vasco.
Algo similar ha sucedido con Ciudadanos: en sus primeros tiempos se presentó como un partido liberal que podía entenderse en cuestiones socioeconómicas con PP y PSOE. Pero en muy poco tiempo el perfil liberal ha quedado sepultado por un nacionalismo español intolerante y excluyente que supone la negación de los valores liberales más básicos. Ciudadanos ha adoptado un discurso extremista, basado en la confrontación entre los nacionalismos español y catalán. La insistencia en referirse a los líderes independentistas como “golpistas”, el deseo de aplicar de nuevo el 155 (ahora con máxima dureza), la propuesta de ilegalizar partidos políticos (como la CUP) y la retórica joseantoniana de Albert Rivera que tapa los conflictos (generacionales, de clase, de género, ideológicos) con la exaltación de la nación española aleja por completo a Ciudadanos de las coordenadas liberales.
Que Rivera haya calificado el encuentro entre los presidentes Sánchez y Torra como una “humillación” al pueblo español es la confirmación definitiva de que el liberalismo inicial de Ciudadanos era una mera fachada.
No sorprende que la opinión pública haya ido situando a Ciudadanos en posiciones cada vez más derechistas. Como han mostrado algunos colegas académicos (José Fernández Albertos, Lluís Orriols), Ciudadanos es el partido que más ha variado ideológicamente en estos últimos años, moviéndose dos puntos hacia la derecha (en la escala 1-10) entre el 2015 y el 2018. Esa derechización es consecuencia directa del nacionalismo primario que se ha adueñado de su discurso político.
El liberalismo es ante todo tolerancia, defensa radical de las libertades, protección de las minorías y gobierno basado en el consentimiento popular. En este sentido, la incoherencia del liberalismo español es manifiesta: los principios liberales sólo son aplicables a la nación española. Por mucho que se recubra de apelaciones a los derechos ciudadanos, al orden constitucional y a la integración europea, la pulsión intolerante del nacionalismo español es radicalmente incompatible con las esencias del liberalismo clásico.
Lo más sorprendente es que la recusación de los nacionalismos vasco y catalán por parte del nacionalismo español se haga en nombre del “antinacionalismo”. Una contradicción de este calibre sólo es posible por la burbuja intelectual que se ha creado en torno al nacionalismo en España.
Visto desde fuera, el debate público sobre la cuestión nacional produce sonrojo, por la pobreza de los argumentos y su simplismo grosero. Pero como no estamos fuera, sino dentro, sólo cabe insistir y llamar la atención sobre las consecuencias deletéreas que el nacionalismo español ha tenido sobre el liberalismo. Seguimos siendo un país huérfano de liberalismo.
En sus inicios, Ciudadanos atrajo a élites muy valiosas que parecían creer en un proyecto genuinamente liberal. Economistas, juristas, politólogos, altos funcionarios, ex cargos públicos de anteriores etapas de gobierno, se unieron en torno a un proyecto regeneracionista que prometía toda clase de reformas institucionales que aproximarían España a Eldorado danés y nos alejarían definitivamente del infierno bolivariano. Ahora no se les oye. No sabemos si están avergonzados del partido que ellos contribuyeron a lanzar o si han sido también absorbidos por el torbellino nacionalista.
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