Acostarse rojo y levantarse facha
Juan Carlos Escudier
La gran pregunta que ha dejado las elecciones andaluzas
remite a Kafka y a su metamorfosis. Quienes hayan leído el relato compartirán
que lo más repulsivo no es que alguien se acueste siendo un viajante de
comercio y se levante convertido en un escarabajo, sino la transformación que
sufre su entorno, que acaba siendo mucho más inhumano que el insecto al que
ocultan en su habitación. Nadie entendió las razones por las que Gregorio Samsa
se convirtió en un repulsivo coleóptero ni se preocupó de buscarlas. La
reacción de la familia se limitó primero al espanto y luego a la ira, que tomó
la forma de una manzana incrustada en su caparazón.
Puede que nada de lo anterior venga al caso de Andalucía ni
explique por qué cientos de miles de personas mutaron de repente para
convertirse en votantes de extrema derecha, pero sería un inmenso error no
indagar sus motivos, ya que lo que no cabe esperar es que, como el infortunado
comerciante, los metamorfoseados se recluyan en sus dormitorios para ver si se
les pasa ni, por supuesto, se dejen morir de hambre para aliviar a sus
horrorizados parientes.
Aquí, pese a los sucesivos brotes de racismo vividos, se ha
presumido absurdamente de anticuerpos para un virus que no ha hecho sino
extenderse por Europa con un caldo de cultivo menos favorable incluso que el
nuestro. Nuestra supuesta comprensión hacia los inmigrantes acabó con la crisis
económica y de nada valieron los esfuerzos –muy escasos por cierto- para
hacernos entender que su presencia era la que explicaba buena parte de nuestra
prosperidad anterior y que, sin ella, no hubiera sido posible ni el vertiginoso
acceso de la mujer al mercado de trabajo ni el sostenimiento de las pensiones y
del estado del Bienestar en su conjunto, al que aportaron mucho más de lo que
recibieron.
Tragamos entonces con los inmigrantes pero con condiciones:
que aceptaran los trabajos que nadie quería y si era por la voluntad aún mejor;
que no se dejaran ver mucho por la calle, que eso daba muy mala imagen y esto
no era Casablanca; que no pusieran la música muy alta, que aquí nunca hemos
dado que hablar; que se curaran ellos solos, que bastante teníamos con nuestras
listas de espera para encima soportar más retrasos por culpa de estos muertos
de hambre; y, finalmente, que volvieran a sus países cuando se quedaran en el
paro porque el cupo de la sopa boba ya estaba cubierto.
Los más pudientes apenas si tuvieron conflictos con ellos
porque los inmigrantes con los que se relacionaron solían formar parte de su
servicio doméstico y hasta hablaban tagalo y se lo enseñaban a los niños, como
la criada filipina de Lucía Figar. Los problemas surgieron en los barrios más
humildes, en los rellanos de las escaleras donde la convivencia era inevitable,
especialmente cuando llegaron las vacas flacas y prendió la idea de que el
vecino búlgaro o marroquí eran como termitas que devoraban las ayudas sociales
habiendo españoles con pedigrí tan necesitados. El caso es que fallamos con el
diagnóstico: no era a los inmigrantes a los que había que integrar sino a
nosotros mismos. Y ello sólo era posible con más recursos públicos, justo lo
que sigue faltando, porque la vacuna infalible contra la xenofobia es el
dinero.
Así que ha bastado que alguien dijera públicamente lo que
muchos proferían en los bares, que prometiera muros infranqueables en las
fronteras, deportaciones masivas, restricciones sanitarias y hasta demoliciones
de mezquitas para que decenas de miles, que el día anterior se acostaron siendo
del PP, del PSOE y hasta de Podemos, se sacudieran los complejos y se
levantaran con la papeleta de Vox en la mano dispuestos a cerrar la puerta y echar
el cerrojo.
La recreación de ese imaginario país de españoles muy
españoles tiene como corolario la exaltación de un patrioterismo rancio que
busca la grandeza en la Enciclopedia Álvarez, con sus católicos reyes, sus
colonizaciones y conquistas y sus imperios donde no se ponía el sol ni con el
horario de invierno. Expulsados judíos, moriscos y rumanos, conjurado el
peligro exterior, sólo queda neutralizar al enemigo interno, ese
independentismo que si ha florecido ahora es por ese cáncer de las autonomías
que ha facilitado la división, el despilfarro y la corrupción. Poco importa que
Cataluña siga siendo la locomotora económica del país, la segunda comunidad más
poblada, el primer destino turístico o que represente casi la quinta parte de
la riqueza nacional. No se trata de convencer sino de someter y castigar
ejemplarmente a los sediciosos y a sus seguidores, aunque sean dos millones de
personas.
Quienes han aceptado su conversión a la extrema derecha han
sido convencidos de que la culpa de sus males es siempre de los demás, ya sean
inmigrantes, catalanes o burócratas de Bruselas. Ese orgullo inflamado es el
que les hace aceptar soluciones fáciles a problemas complejos. Lejos de
establecer un cordón sanitario en torno a los propagadores de la enfermedad,
hay partidos dispuestos a intercambiar sus miasmas y extender el contagio.
Vayan preparando las vacunas o habrá muchos más casos de esta explicable
metamorfosis.
ver .
Vox se infiltró en
Jusapol y los sectores ultra de la Policía apoyaron su despegue electoral
y ver ... La conexión de Vox con las supuestas «pantallas» ultracatólicas del Yunque
https://www.eltemps.cat/article/5719/la-connexio-de-vox-amb-les-pantalles-ultracatoliques-del-yunque
ver un trozo del programa de VOX
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