El 15M como movimiento desobediente.
Diagonal.
Esta acción, en primer lugar, supuso un desafío al orden policial del espacio y a su gestión por poderes públicos y privados. Posteriormente, la masa ignoró descaradamente e impunemente la muy liberal prohibición de manifestarse en la jornada de reflexión electoral, desplazando la deliberación desde la elección entre un número de papeletas al cuestionamiento de la propia capacidad de los políticos profesionales para representar a la gente.
La permanencia tras el 22 de mayo desbarató todos los pronósticos y expresó el alcance de la crítica del 15M, que no se limitaba a un partido ni a la labor de un gobierno concreto, sino que parecía entonces dirigirse a la raíz del sistema político, cuestionando el carácter real de la democracia, donde el antagonismo político había ido dejando paso a una gestión post-política del Estado.
En su primer año de vida, la desobediencia se convirtió casi en seña de identidad del activismo impulsado a partir del 15M. Tras la disolución de las acampadas, proliferaron las tomas de edificios e instalaciones abandonadas, para su transformación en centros sociales o en vivienda, y no solo en Madrid y Barcelona, también en Cádiz, Sevilla o Zaragoza.
Al mismo tiempo, se multiplicaron las resistencias contra desahucios, organizadas desde la PAH, desde las plataformas locales contra los desahucios o desde las asambleas del 15M. En pueblos y ciudades la gente colapsaba la calle, se encadenaba a las puertas y se tiraba al suelo para evitar que la policía antidisturbios expulsase familias de sus casas. Mención a parte merece el uso táctico de internet. Podríamos hablar de una toma de las redes sociales y otros instrumentos del espacio virtual, que pasaron a ser foros de debate e instrumentos de convocatoria y organización indispensables.
La respuesta del Estado fue la única posible hacia aquellos que lo niegan: la represión. La resistencia a los desalojos o las ocupaciones de edificios fueron contestadas con una fuerte represión policial y penal en el medio plazo, a pesar de muchas pequeñas batallas que se ganaron.
En lugar de realizar concesiones el gobierno optó por profundizar el régimen represivo con una nueva Ley de Seguridad Ciudadana. Esta cerrazón, incluso a las demandas más moderadas de los movimientos, está vinculada al propio marco del que emergen las actuales instituciones del Estado: la Transición. Este momento político excepcional, en el que el orden social constituido pudo ser cuestionado y abierto a múltiples posibilidades, se solucionó precisamente con una ruptura radical entre la política de la calle y la vida cotidiana y la política profesional de las instituciones del Estado.
La protesta y el descontento fueron canalizados a través de iniciativas políticas progresivamente profesionalizadas y ubicadas en una esfera independiente de la sociedad a la que supuestamente representaban. En ese sentido, la fractura entre la política institucional y las masas que se vivió en 2011 se fraguó treinta años atrás.
El impasse al que llegó la protesta y la movilización socio-política a partir de 2012 puede ser explicado por la acción de la represión, pero solo en combinación con las limitaciones propias del movimiento. La realidad es que, ante la falta de avances y logros consistentes, los niveles de confrontación se hicieron poco sostenibles en el tiempo.
La incapacidad para articular estructuras estables y para desarrollar una agenda política propia, favoreció un progresivo declive de la intensidad de la protesta. El elemento más potente en el 15m fue su orientación desobediente, su negación del orden establecido y, si bien superó ampliamente la posición de resistencia y la marginalidad del activismo radical anterior, la vertiente más constructiva y propositiva del 15m se encontró con fuertes e inevitables limitaciones, conduciendo al movimiento a una ubicación en el campo político puramente oposicional.
Cronología del 15M
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