sábado, 8 de diciembre de 2018

El error del PSOE en Andalucía





Carteles electorales de la candidata del PSOE, Susana Díaz, en las elecciones autonómicas de Andalucía. REUTERS/Jon Nazca

Vox: el error del PSOE en Andalucía

----------- Autores ....................
Rubén Pérez Trujillano
Es profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla y Premio Memorial Blas Infante. Es autor de Andalucía y reforma constitucional (Córdoba, Almuzara, 2017). @Ruben_PerezT

Francisco Miguel Fernández Caparrós
Graduado en Filosofía por la Universidad de Murcia y estudiante de Derecho de la Universidad de Granada. Cuenta de Twitter: @FcoFern
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En el otoño de 2015 nuestra vida política vivió un punto de inflexión tan importante como el que había representado el 15M. Las elecciones al Parlamento de Cataluña, que habían tenido lugar el 27 de septiembre, arrojaron una mayoría parlamentaria decidida a iniciar la senda del independentismo. Pocas personas comprendieron el acontecimiento. Uno de ellos fue José Luis Serrano, por entonces presidente del grupo parlamentario de Podemos Andalucía. Ese mismo otoño, unos meses después de que el PSOE renovara por enésima vez su mandato en Andalucía, Serrano aprovechó una sesión de control de la presidenta de la Junta para proponerle una alianza.

“Creo que voy a sorprenderla, señora presidenta”, dijo al comenzar. Y no era para menos: le propuso un “pacto de Estado” para sentar las bases de una reforma constitucional que evitase el torbellino independentista y toda la basura que, sin duda, iba a remover. Los cambios en el panorama catalán habían dejado un hueco en la dirección política de España que llamaba a Andalucía: “en el momento en que Cataluña ha dejado el espacio de la vanguardia, el espacio de la vanguardia le corresponde a Andalucía. Vamos a liderar esto”.




Serrano tendió la mano a Susana Díaz para hacer frente al desafío independentista y la tentativa centralista. Y  añadió: “cuenta con nuestro apoyo total” si Ciudadanos le abandona, si se materializa “su carácter jacobino, asimétrico”, que busca la “unificación por abajo”. Serrano se refería a lo que Ciudadanos heredaba de una de las primeras formaciones en solicitar tanto la reabsorción de las competencias de educación y sanidad como la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña: UPyD. Y precisamente por eso Andalucía debía poner la sanidad y la educación al resguardo: porque entre independentistas y centralistas la autonomía corría peligro. Y la salida era el sistema federal.

Susana Díaz rechazó el guante con la altivez que ha caracterizado su trato hacia Podemos Andalucía. Aunque se le hablaba de federalismo, ella contraatacó con la acusación de que eso era independentismo: había tomado la decisión de emprender la vía españolista; de contrarrestar el nacionalismo catalán con nacionalismo español; el independentismo con centralismo. Aquel otoño de 2015, el PSOE cometió un error histórico de graves consecuencias que han tardado tres años en cristalizar.

Susana Díaz adelantó al rey Felipe VI en eso de dar mensajes institucionales en la televisión pública para meter en vereda a los independentistas. Jugar al españolismo siempre es peligroso, porque este tipo de nacionalismo es esencialista por naturaleza. Rara vez adopta convicciones cívicas y, cuando lo hace, es como si muriera por implosión. Pese a la retórica “constitucionalista” –que comienza y acaba en el término, ¡qué lejos estamos del “patriotismo constitucional”!–, el españolismo es una autopista por la que rugen sin control las nociones xenófobas, excluyentes y preconstitucionales con toda la fiereza de que son capaces unas ideas que se curten en mitos, no en consensos.

La aventura españolista del PSOE tuvo un reflejo inmediato en el ruedo político. Por un lado, se puso en marcha un discurso espurio de la Constitución. El PSOE accedió a señalar, como ya lo hacían las fuerzas conservadoras, la existencia de un bloque de partidos “constitucionalistas”. Para ello usaban como único criterio la homogeneidad compartida en cuanto a cierta visión de España y el modelo territorial. No importaba nada que una fuerza estuviera en contra de la libertad de expresión si defendía a puñetazos la unidad de la patria, ni si anhelaba fulminar los derechos sociales reconocidos en la Constitución y desarrollados en estatutos de autonomía como el de Andalucía. Por el contrario, todo lo que no coincidiera con esa manera de pensar y sentir España quedaba desplazado y estigmatizado como separatista. Los partidos “constitucionalistas” se distinguían por oposición a los “otros”: los “populistas”. Ante la indisposición de asumir el debate para edificar un proyecto federal, se optó por estigmatizar a quienes así lo intentaban. El tiempo ha demostrado que mantener cerrado el debate sobre la organización territorial del poder y los derechos se lo pone fácil a quien quiere abrirlo a patadas. Cerrarlo a cal y canto ha terminado significando introducir un agujero negro en la racionalidad necesaria para encarar el problema territorial sin traumas.

Por otro lado, el propósito de revestir con ropajes constitucionales el discurso españolista ha cuarteado la Constitución y relegado el Estatuto al limbo de los inocentes. Este enfoque comunicativo y cultural ha pifiado la pedagogía constitucional de la que tanto se benefician los pueblos, pues no ha hecho ascos a la apropiación sectorial y partidista del ordenamiento constitucional con el pretexto de su defensa contra los “otros”.

Era uno de los riesgos que se asumían al poner el énfasis en el carácter obligatorio de ciertas cláusulas y relativizar hasta límites insospechados el valor normativo de otras tantas. En la percepción popular, esto ha redundado en una banalización del conjunto. La Constitución fue bastardeada porque pasó a darse supremacía absoluta a algunos de sus aspectos institucionales y orgánicos (la unidad de la patria, los símbolos nacionales, el Estado de derecho…) ignorando los demás pilares (el pluralismo, la participación política, el Estado social…).  Si algo demuestra la historia es que las constituciones están en vigor o no lo están; si sólo rige un fragmento de la Constitución, se la condena al fracaso. Los discursos que a esto contribuyeron incluso con la mejor de las intenciones terminan codeándose con discursos autoritarios. Y éstos, que al principio te llevan a su terreno y te contaminan con las trampas demagógicas del “pensamiento fácil”, poco a poco, impregnan el sentido común.

Como consecuencia de este proceso, el PSOE cayó en la pendiente inclinada del españolismo. Sería elogiable que hubiera intentado sumarse a la ola para evitar la capitalización íntegra del sentimiento españolista por parte de la derecha de no ser porque, más bien, la maniobra ha infundido buena parte de la energía necesaria para que el tsunami derechista se produzca. El objetivo del PSOE era comprensible después del susto de las elecciones autonómicas de 2015 que dieron a Susana Díaz los peores resultados conseguidos en Andalucía. Había que ingeniar una estrategia para retomar la confianza del electorado. Sin embargo, el PSOE se propuso conseguirlo por medio del monopolio de la izquierda andaluza (algo que IU le había puesto fácil y el extinto PA facilísimo). Para esto necesitaba vencer a quienes estaban a su izquierda. Pero el PSOE no quería una victoria temporal ni tampoco un poder compartido en un marco de competencia limpia. Quería una derrota total y definitiva.

La estrategia para alcanzar ese objetivo fue doble. Lo primero consistió en someter a Podemos a una minoría de edad perpetua: como los niños, Podemos (y después toda Adelante Andalucía) eran irresponsables. Necesitaban un tutor que conociera cómo funciona el mundo de los adultos. Este tratamiento condescendiente presentaba a Podemos e IU como la representación de un infantilismo ingenuo al que no se podía tomar en serio. Este mensaje de frivolización de la izquierda que escapase a la órbita socialista fue calando poco a poco con una eficacia atronadora.

Al mismo tiempo, la identificación arbitraria de Podemos con el “populismo”, o con la propia Le Pen incluso, trató de escandalizar a la opinión pública día tras día. Junto a la frivolización de toda alternativa izquierdista al PSOE, éste creyó conveniente ir practicando su demonización. El estigma de “populista” (lo que venía a decir inútil y a la vez peligroso) se iba sedimentando a cada propuesta y posición que adoptaba Podemos en el Parlamento de Andalucía, con todo paso que daba o dejaba de dar. Al final, escandalizar a una sociedad atenazada por la inseguridad con la gramática españolista y seudo-constitucional llevó a deshumanizar por completo al adversario de izquierda: inútil, peligroso y, por extensión, separatista.

Se le situaba como algo ajeno al consenso constitucional y por ello sin derecho a pronunciarse sobre él (“aquel 4 de diciembre Podemos ni estaba ni se le esperaba”, llegó a reprochar Susana Díaz a José Luis Serrano). Paulatinamente se le fue presentando, a diestra y siniestra, como un caballo de Troya que el independentismo catalán (cuando no ETA) había colocado en el interior de las instituciones andaluzas. Así se hizo del rival político todo un enemigo del sistema. Y esta lógica sofista ha marcado la legislatura entera, de tal forma que, si tras la victoria de 2015 Susana Díaz celebró haber superado al “populismo”, en el descalabro de 2018 ha apelado al diálogo con las fuerzas “constitucionalistas” para frenar a Vox,  marginando en todo momento a la formación morada de los esquemas de la legitimidad.

A día de hoy, es palmario el éxito del discurso españolista: la invalidación y anulación de Adelante Andalucía como interlocutor válido y como sujeto político representativo y digno de respeto era un paso imprescindible. La frivolización de sus integrantes llevó a la estigmatización y esto, en un ambiente de banalización de los valores constitucionales, degeneró en la deshumanización de Adelante Andalucía y, en general, toda izquierda que no se tradujera en el PSOE.

Por el camino han ocurrido tres cosas. En primer lugar, el PSOE, lejos de salirle al paso con críticas pertinentes, lejos siquiera de imponer matices, ha alimentado una atmósfera de radicalización españolista propicia para la derecha hooligan y Varón Dandy. Si es cierto, como recuerda Ignacio Sánchez-Cuenca, que “la crisis catalana ha activado el lado más excluyente e intolerante del nacionalismo español”, quien más ha avivado ese fenómeno ha sido el PSOE. Ha sido el partido de Susana Díaz, antes que Ciudadanos o el Partido Popular, quien mejor ha contribuido a la emergencia de Vox.

En segundo lugar, presentándolo como el enemigo interno que el independentismo catalán había introducido en Andalucía, de una parte, y como el ensimismamiento izquierdista condenado a la inanidad y la derrota, de otro lado, el PSOE no sólo ha fulminado el potencial transformador de Adelante Andalucía. Literalmente, ha apestado a Podemos con tal de negar el derecho a existir a toda izquierda no afincada en el PSOE. Nada que no sepan los supervivientes del PA y los veteranos de IU.

Correlativamente, ambas consecuencias han desplegado una tercera, inesperada en los cálculos del PSOE y, qué duda cabe, en los de Adelante Andalucía. En un contexto de españolismo agresivo, las izquierdas siempre terminan desacreditadas y situadas en el punto de mira. El españolismo ha producido la transmutación derechista del espacio público y las ideas sobre lo común. Ninguna fuerza progresista podía salir bien parada. El temor a un enemigo absoluto como Podemos, certificado por el PSOE, no ya por Jiménez Losantos u otros portavoces usuales de la ultraderecha, llevó al envalentonamiento de la derecha y a que las costuras del centrismo saltasen por los aires.

La desesperanza inoculada entre las corrientes de opinión progresista en relación a las posibilidades e intenciones reales de Podemos antes y Adelante Andalucía después, en torno a su capacidad, desembocó en algo insólito en la historia de la democracia española pero muy común en Europa desde hace años. Nos referimos a la vasectomía entre partidos hegemónicos de izquierda (PSOE en este caso) y otras opciones de izquierda minoritarias o más jóvenes. En otras palabras: la inexistencia de vasos comunicantes entre PSOE y Adelante Andalucía obedece, fundamentalmente, a la anulación de esta última por el primero. El votante progresista y crítico con los gobiernos socialistas ha ignorado las urnas en el preciso instante en que el fantasma de la extrema derecha ha aparecido en el ascensor, en el tajo y en las redes sociales. Descontento con el PSOE, había interiorizado paradójicamente lo que éste (y no sólo la derecha) tanto le animó a creer: que fuera del PSOE no había nada.

El PSOE cometió un error en el otoño de 2015. Andalucía, lo hemos dicho muchas veces, es quien marca la norma en el resto del Estado; no al revés. Por eso era crucial que, tras el camino emprendido por el independentismo, Andalucía encabezara un proceso de reforma territorial de signo federal. Sin embargo, al menospreciar esta opción, infantilizar a Podemos Andalucía y, por último, abrazar los discursos y maneras de la extrema derecha, el partido de Susana Díaz emprendió un camino que ha terminado conectando a Andalucía y, como seguramente veremos en unos meses, a España con la ultraderecha europea.

Nota  del blog .- Podemos , formo una coalición con IU  y  formo Adelante  Andalucía ,   le resultó fallido como la    formación  de UP  en la generales;  IU en Andalucía tiene implantación , y en vez de sumar así resta , la derecha al ser tres opciones les dio más posibilidades , como si dijéramos extrema derecha , derecha y centro . Está claro además  que la cuestión catalana si a alguien perjudico  fue a ellos. pero al igual debido a  que   el PSOE  andaluz  haciendo frente anti catalanista   también al  PSOE , el debate del  PSOE  debía ser sobre la defensa  de los derechos sociales y civiles , revertir las políticas de austeridad    en sanidad  y educación y luchar contra el paro  y la precariedad   laboral   y  no sobre lo nacional español o catalán  , así su  bajón no es culpa del PSOE nacional  , sino del PSOE andaluz
Y las maniobras de Susana , primero rompió con IU en  el 2015  y le salió mal  ,luego pacto con la derecha o sea el CS  , este bloqueo  su programa  y  al final la dejo colgada ,y fue  incapaz de  pactar con Podemos  ,convoco elecciones y le salió    peor , de nuevo ,  y debía haber dimitido  ya . Como es lógico sus votantes  se abstuvieron o pasaron a otros bajo ese mismo discurso  nacionalista español .  Lo  de Susanita no es un error , es que es nefasta,  ya se vio  cuando intento descabalgar a Pedro y casi destroza el PSOE.. ya se  ve que  no es nacionalismo español el que le va dar votos en Andalucía.  Ni es ese el  eje  de debate que debe tener el  PSOE. Y más al convertirse en susanismo ( véase el cartel de arriba ) . De todos modos no es  el problema en Cataluña lo que  definió tanto el voto ,  ni provoco el surgimiento de Vox ya que el tanto el PP como CS  pedían igual ,  volver a aplicar ahora el articulo 155 a Cataluña  por un periodo más largo .
En un artículo en el País, preguntaban a dos  catedráticos  de políticas  si Vox era fascista, y respondían que no, pero además, lo que en ningún momento decían es que es  nacionalista   español, era como un lapsus , y tampoco entre las razones que daban  explicaban  que el fascismo  no dejaba de ser  una derecha revolucionaria –( cosa que indudablemente VOX NO  lo es) - y por lo tanto social donde el  nacionalismo  de  estado era fundamental ni llegaban a mencionar el nacional populismo     lepenista donde  el racismo  la  xenofobia y el  anti islamismo    es fundamental  ,es como si hubiera un intento por todos lados de  lavarlos y hacerlos presentable  como están haciendo toda la  prensa  de la caverna - Ok diario , ABC , Mundo , Razón -  y  el PP y Cs  para  poder  pactar con el . por eso lo importante  les  es  decir que  lo provoca  Cataluña  y no la   xenofobia o incluso la felicitación  de no solo de la Lepen  sino  del K.K.K .  Y como si no fuera además bien  actual .
Y como se puede ver  el nacional catolicismo  fundamentalista de la época anticomunista de papa  Wojtyla esta bien presente en él .  Como el componente no liberal sino neocon . Como si intentaran ser una Polonia del Sur .

 El nacionalismo es usado como sedante de las clases populares para que éstas, a diferencia de las opulentas, no ejerzan la lucha de clases. 

 Y cuando uno entra en una batalla con los métodos del enemigo, tiene todos los boletos para perderla.


Francia en cólera..


Resultado de imagen de contra macron


Hacia una crisis de régimen en Francia
Rafael Poch de Feliu

Blog personal


Si el fuego prende finalmente en las banlieues, entonces sí que estaremos en la estela de las grandes insurrecciones sociales francesas que tanto oxígeno han proporcionado a la libertad y el progreso social en Europa desde 1789.

En junio de 2017, cuando Macron ganó las presidenciales, pronostiqué una crisis de régimen en Francia. Desde que llegué a ese país, en 2014, hasta mi despido como corresponsal en París hace un año, nunca cesó de rondarme la impresión de materia inflamable a la espera de chispa. Muchos observadores franceses de la izquierda respondían en positivo a mis preguntas en esa dirección, pero, seguramente llevados por el miedo que todo intelectual tiene a ser acusado de tomar sus deseos por realidad, no pasaban del, “sí, es posible que ocurra algo”.

Llegaron las protestas contra las leyes laborales de Hollande (Macrón era entonces consejero del presidente, luego ministro de economía) y la nuit debout el particular movimiento cívico-juvenil de la Place de la Republique de París que no cuajó como 15-M francés.  Más tarde, ya con Macron presidente, nuevas protestas contra la reforma laboral a partir de otoño de 2017. En ambos casos, la impresión era la misma: el descontento en Francia era general, pero pasivo. La gente que salía a la calle era la de siempre; la izquierda política (es decir lo que queda a la izquierda del Partido Socialista), militantes, algunos estudiantes y bachilleres (que en Francia son un factor político) y algunos sindicatos pequeños más la CGT, la única gran central sindical aún no descafeinada. No había relación entre descontento y movilización. Y aun más importante: los más desfavorecidos, los barrios periféricos urbanos, dormitorios de la Francia desempleada y de origen emigrante, brillaban por su ausencia. “¿Dónde están las banlieues?”, nos preguntábamos.

En la victoria presidencial de Macron las cosas no cuadraban. Había una sensación de producto precocinado por los poderes fácticos en la sombra, un fast food político más propio de la otra orilla del Atlántico que de Francia. Una victoria que se impuso sobre la sospechosa eliminación, vía el kompromat del “Penelopegate”, el inocente escándalo de la mujer del candidato de la derecha tradicional, François Fillon, quizá demasiado gaullista y demasiado poco antirruso para algunos (para acertar en estas materias es siempre aconsejable pensar mal). Y la victoria de Macron planteaba tanto una crisis de legitimidad -muy poca gente le votó por convencimiento, la mayoría para eludir a Le Pen y con una abstención récord- como una crisis de representatividad: la victoria explosionó la divisoria izquierda/derecha, dejó fuera de juego a los partidos tradicionales y logró un dominio elitario en la Asamblea Nacional sin precedentes y sin la menor correspondencia con la realidad de la sociedad francesa.

Si a eso se le sumaba la personalidad del Presidente, un jovencito tecnócrata triunfador hecho a sí mismo y apadrinado por los poderes fácticos -el medio del que salen los reaccionarios más peligrosos- el cóctel resultaba explosivo. Pero un cóctel Molotov (o “Molokotov”, como decía la abuela de un amigo cuando Franco) es algo que no se enciende si no hay chispa. Los chalecos amarillos son la chispa.

Ahora en la calle se ven caras nuevas. No es la izquierda política, es la gente normal, la mayoría perjudicada por la macronía y ofendida por la impertinente incontinencia verbal de este “presidente de los ricos”. Gente que está más allá de la política, que no vota, o que vota al Frente Nacional, o a la France Insoumise. Una revuelta social de los de abajo, de la Francia mayoritaria que ha visto su vida deteriorarse en los últimos veinte o treinta años, pero… mayoritariamente blanca.

Siguen ausentes los barrios periféricos de origen emigrante. Si eso cambia, si el fuego provocado por esta chispa prende finalmente en las banlieues, entonces sí que estaremos en la estela de las grandes insurrecciones sociales francesas que tanto oxígeno han proporcionado a la libertad y el progreso social en Europa desde 1789.

Hay que estar bien atento a Francia. Las reivindicaciones se han ido ampliando. En su última expresión ofrecen un catálogo bastante completo de un radical rechazo a la austeridad, la privatización y la creciente desigualdad social. Los políticos se quejan de que es muy difícil negociar con esto (y ahí está la gracia y la fuerza del asunto):

-Más justicia fiscal

-Salario mínimo de 1300 euros netos

-Favorecer al pequeño comercio de los pueblos y los centros urbanos, cesar la construcción de grandes centros comerciales alrededor de las grandes ciudades que matan el pequeño comercio.

-Más aparcamientos gratuitos en los centros de las ciudades.

-Un plan de aislamiento de viviendas para hacer ecología mediante el ahorro de las economías domésticas.

-Más impuestos a las grandes empresas

-Mismo sistema de seguridad social para todos.

-No a la reforma de las pensiones. Ninguna pensión por debajo de los 1200 euros.

-Salarios indexados a la inflación

-Salario máximo de 15.000 euros

-Proteger la industria nacional. No a las deslocalizaciones.

-Limitar los contratos temporales.

-Promoción industrial del automóvil de hidrógeno (más ecológico que el eléctrico).

-Fin de la política de austeridad. Cese del pago de los intereses ilegítimos de la deuda y combate al fraude fiscal.

-Que los peticionarios de asilo sean bien tratados y que se actúe contra las causas de las emigraciones forzadas.

-Limitación de precios de los alquileres.

-Prohibición de la venta de bienes de la nación (presas, aeropuertos….).

-25 alumnos por clase como máximo.

-Favorecer el transporte ferroviario de mercancías

-Tasar el fuel marítimo y el keroseno.

Claro que faltan muchas cosas. Tal como está comportándose el complejo mediático francés ante esta crisis, no tardará en aparecer alguna reivindicación fundamental para democratizar y desmonopolizar medios de comunicación que hoy están en un 80% en manos de grandes corporaciones bastardas y multimillonarios lógicamente hostiles a los intereses de la mayoría social.

Pero, si se negocia esto, o algo parecido a esto, podemos echar el telón sobre la política de austeridad europea: La suma de una Francia en pié, más un Reino Unido fuera de la UE, mas el fin del merkelato, dejará a la agenda austeritaria de la derecha alemana fuera de combate en la UE.

Si por el contrario no se negocia y se opta por la represión, o por dejar que el movimiento se pudra -ese es el cálculo de las pequeñas concesiones de Macron- habrá que ver cual es la reacción social, y, en cualquier caso, no se habrán remediado otras futuras chispas, pues la presencia de materia inflamable ya no es una hipótesis, sino un hecho constatado. En cualquier caso todo el régimen de la V República podría verse sometido a una seria prueba. Hay que estar bien atento a Francia, pues el cambio en la UE depende de ella .









viernes, 7 de diciembre de 2018

Sombras en la caverna de Platón .

Sombras en la caverna de Platón



«Represéntate hombres en una morada subterránea en forma de caverna (...). En ella están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza. (...) ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?».
(Platón: República, libro VII)

En una democracia cada vez más emocional y con menos espacios para el ponderado ejercicio de la racionalidad, los grandes manipuladores de sombras en la caverna platónica, los vehementes retóricos del rencor y el resentimiento, triunfan en la lucha sin cuartel por ganar la atención de los alienados, que confunden la realidad con la apariencia, y acaban por perder pie a la hora de buscar un suelo estable en el que sustentarse para ejercer un juicio responsable.
Las sombras en el fondo de la caverna frente a la realidad. El símbolo frente a lo que representa. Un cómico finge limpiarse los mocos en una bandera. El sentimiento patrio enardece ciertos espíritus y nubla sus razones. Un actor sufre un calvario judicial por expresar su desprecio por vírgenes y procesiones. Se ofenden los que dicen tener sentimientos religiosos, que –lo que quiera que sean– tienen por más valiosos que el derecho constitucional a la libertad de expresión, dejando claro que nuestro estado aconfesional es, como poco, minusválido. Distracciones para los alienados que se hallan sin esperanza mirando las sombras del fondo de la caverna, encadenada su atención a fruslerías que, por ser su principal objeto, alcanzan la importancia necesaria para que adquieran el peso ontológico que, por naturaleza, no les corresponde.
¡Qué grande Platón! Cuán sugerente su eterno texto conocido como «el mito de la caverna», en verdad una alegoría plagada de símbolos, preñada de sugerencias significativas sin fin, tan vigente como el mismo día en que Platón la escribió hace ya prácticamente 2500 años. La habré leído como poco un centenar de veces, y con cada lectura se me revelan nuevos detalles; pero es que, conforme ha ido pasando el tiempo y el mundo en el que me ha tocado vivir ha ido cambiando, este pasaje clásico de la historia de la filosofía ha acrecentado su poder de ofrecer ideas a través de las cuales pensar críticamente. No importa cuánto haya innovado el ser humano, cuánto haya ganado en recursos tecnológicos, en lo esencial el mensaje del gigante del pensamiento sigue siendo verdad. Verdad, una palabra maltratada por la posmodernidad y que actualmente se adultera de mil formas a cual más sofisticada, quedando relegada en aras de una posverdad situada en la cresta de la ola política. No hay verdad; hay intereses. ¿Platón perdió la batalla contra los sofistas entonces?
Tiene uno la tentación de responder que sí cuando ve en los medios (¿la pared del fondo de la caverna?) las sombras y comprueba que se cae en la confusión, que se muestra una y otra vez un debilitamiento del juicio que permite discernir realidad de apariencia. Ésta ha creado su propio mundo diríase más potente que la realidad misma. Hay síntomas; demasiados. Si un cómico representa un gag en el que hace como que se suena los mocos en la bandera del Reino de España no ocurre de verdad; no es la realidad. Ahora bien, mediante esa representación sí que puede denunciar algo real, a saber, la falta de respeto que muestran ante el ordenamiento legal que constituye la realidad institucional del Estado aquellos que, mediante acciones –estas sí ocurridas de verdad–, contravienen los valores democráticos que constituyen el fundamento sobre el que se asienta y que afectan a la vida de los ciudadanos concretos, y no a animales metafísicos como la nación o la patria. Lo dijo Dani Mateo, camino de convertirse en el mártir español del humor, cuando declaró en una entrevista radiofónica que estamos poniendo a los símbolos por encima de las personas. Les hemos dado vida autónoma, desvinculada de los hechos; les estamos convirtiendo en monstruos que nos exigen de forma insaciable más y más idolatría. Fascinados por las sombras, encadenada nuestra atención a las imágenes de las mil y una pantallas de las que vivimos cotidianamente rodeados, la realidad queda literalmente apantallada, suplantada –como advirtió Baudrillard hace algún tiempo– por el simulacro. Simulacro de la transparencia. Éste es capaz de generar su propia lógica, que es la lógica inconexa del tuit, la del fogonazo que es más potente cuanto más emocional es su efecto. Ni el contexto, ni la memoria, ni la estructura argumentativa tienen especial relevancia en ese discurso, perdiéndose incluso la exigencia de aplicar el juicio de realidad y el cuestionamiento intelectual. Y así, como ya mostrara Platón, confundimos las cosas y personas con su representación, nuestro modelo del mundo con el mundo mismo, lo que determina nuestra relación con él. Esto vale para la política; especialmente para la política, en la cual gana peso progresivamente su dimensión virtual amenazando con fagocitar la realidad política en su totalidad.
El ya fallecido Carlos Castilla del Pino, en la linde entre la psicología y la filosofía y ejerciendo más de intelectual que de psiquiatra –que es lo que era de formación–, se detuvo en este asunto en su libro titulado El delirio, un error necesario. En él analiza los presupuestos lógicos del juicio de realidad que se definen en la aplicación de lo que llama «predicado diacrítico», la cual se traduce en la resolución correcta de dos interrogantes (los dos momentos del juicio de realidad); primero: ¿es el objeto cuya existencia afirmo percepto o representación? Dicho de otra manera, ¿del espacio exterior o del espacio íntimo (mental)?; segundo: la interpretación que suelo hacer con el reconocimiento de ese objeto, ¿la considero subjetiva en todo momento o, por el contrario, en alguno que otro la estimo propiedad del objeto? Del análisis de estos presupuestos lógicos concluye Castilla del Pino: «El predicado diacrítico correcto de los dos momentos del juicio de realidad da, pues, a la realidad externa lo que es de ella y a la realidad interna lo que le pertenece. Pero si la barrera diacrítica (una metáfora de la frontera virtual que separa ambos espacios, externo e interno) se permeabiliza para determinados objetos internos (uno de ellos, la interpretación), éstos emergen en el exterior y pasan a formar parte de los objetos externos y se los trata con la lógica que les corresponde». El trasunto político de este craso error conlleva difuminar la frontera entre el espacio público y el íntimo, lo que tiene como consecuencia el debilitamiento de la capacidad para distinguir lo que es representación de lo que es hecho. Así, los sentimientos, que son elementos propios del espacio íntimo y que dentro de sus límites han de gestionarse –pues en gran medida son producto de una interpretación subjetiva–, irrumpen en el escenario político, el de los derechos y libertades, y se entienden legitimados para condicionarlos. Es lo que ocurre con el nacionalismo y la religión.
¿O cómo si no de delirio pueden ser calificados el llamado proceso independentista de Cataluña y la concesión de medallas y otros reconocimientos institucionales a imágenes religiosas? Porque la clave está en la suspensión del juicio de realidad, aplicado tanto a la realidad de los nudos hechos materiales como la que se construye institucionalmente, que comparten por igual el ámbito extramental. Al respecto es muy revelador lo que en estos días está aconteciendo en el territorio en el que no parece importar más que la exhibición de esteladas y lazos amarillos; ¿son las huelgas y manifestaciones de médicos, bomberos y demás funcionarios del maltrecho estado de bienestar un rayo de esperanza realista? He ahí la plasmación concreta e ineludible de lo que importa: el bienestar concreto de los ciudadanos, que como seres humanos, como seres vivos, requieren una atención sanitaria como es debido, y los profesionales que se ocupan de ella, unas condiciones dignas de trabajo. Pero siempre están esos que mueven las sombras, que las nutren, ya representados por Platón en su aludida alegoría, a los que podríamos calificar de engañadores, probablemente ellos mismos engañados. Repárese como ilustración en las recientes declaraciones de Eduard Pujol, portavoz de Junts per Catalunya en el parlamento autonómico, que califica de «cuestiones no esenciales» las que llevan a protestar a los trabajadores públicos. Según él, nos distraen de lo esencial, que es promocionar por doquier una república inexistente invirtiendo todos los recursos que sean menester. Habrá quienes asientan a sus palabras; son los que miran las sombras que él proyecta en el fondo de la caverna.
El juicio que se celebra en Cádiz por la concesión de la medalla de oro de la Ciudad a la Virgen del Rosario es sencillamente un atentado contra los sentimientos ilustrados (qué pena que tal delito no exista en nuestro Código Penal) y que muestra otro exponente de ese fenómeno de delirio no patológico –pero no por ello menos alienante– que constituye el denominador común del caso del cómico Dani Mateo y de la ya aludida situación político-social en Cataluña. La concesión de la dichosa medalla por parte del ayuntamiento gaditano nos enfrenta a la otra categoría de delirio quizá más común y más potente: el religioso(-folclórico). Al analizarlo ingresamos en el reino del absurdo, en esa lógica que sólo puede compartir y entender quien ha abandonado la exigencia de coherencia racional y el respeto por los hechos objetivos, y que hunde sus raíces en la más oscura sentimentalidad tribal (intimidad colectiva, al fin y al cabo), pero que tiene un efecto pernicioso cierto que no debemos despreciar, y que no es otro que el debilitamiento de la democracia, la rendición del poder político, el representado por el ayuntamiento (para más inri de gobierno de izquierdas supuestamente laicista) ante la trampa que le tendió el sector más rancio de la sociedad gaditana. Aquí ni se respeta la evidencia empírica (se trata de un fenómeno de idolatría), ni la institucional, con base en la cual Europa Laica planteó su demanda; pues la Virgen no es persona física ni jurídica, como exige la norma, la cual ordena el ámbito institucional otorgándole objetividad y poniéndolo a salvo de interpretaciones subjetivas y exabruptos sentimentales, da igual que sean de mayorías o de minorías.
Debido a los hechos que aquí he escogido para mi reflexión, y a otros que no mencionaré porque no hacen sino abundar en lo mismo, temo que la barrera diacrítica a la que antes me he referido y que permite el sano ejercicio del juicio de realidad se halle en una coyuntura de debilidad; prestamos una atención inmerecida a las sombras, es decir, a los símbolos y demás representaciones a los que otorgamos así la importancia y densidad ontológica que no les corresponde. ¿Pudiera ser que la explicación de este fenómeno resida en el modo en que se relaciona con la verdad la que el filósofo Byung-Chul Han llama «sociedad de la transparencia», o sea, la nuestra? De ella se habría desterrado toda negatividad, es decir, toda resistencia que opone el ser material para que, así, todos quedáramos libres de la disciplina racional y de la exigencia de indagación de la verdad. En ella está justificada la mordaza al librepensamiento si éste hiere aquellas sensibilidades socialmente sacralizadas, así como la protección a toda costa de los símbolos, pues éstos absorben toda la gravidez de la realidad al tiempo que, paradójicamente, levantan un muro de sombras que obstaculiza la tan humana búsqueda de sentido.

jueves, 6 de diciembre de 2018

Francia al borde de la insurrección.



Dibujo ..Vasco Gargalo en Rebelión .
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  Cincuenta años después del mayo del 68, Francia vive una revuelta inaudita
Francia: la cólera en marcha

Nueva Tribuna

El movimiento de los gilets jaunes puede apagarse, como le ocurrió a la protesta de la Sorbona y Nanterre hace cincuenta años, pero el General tuvo que marcharse a casa un año después, arruinado su capital político


Cincuenta años después del mayo del 68, Francia vive una revuelta inaudita, sin duda muy distinta, en forma, fondo, significación y probablemente alcance, cargada de inquietudes y temores para algunos, pero también de esperanza y aliento según otros.
La protesta de los gilets jaunes (los chalecos amarillos con que se identifican los conductores en ruta) ha dejado en llamas muchas calles y plazas de París y de numerosas ciudades y pueblos de esa Francia interior tan decisiva para comprender la verdadera dimensión del país y tan desconocida para el exterior. Algunos edificios emblemáticos han resultado dañados y señalados como símbolos heridos o testigos de una cólera ciudadana largo tiempo incubada.
Nadie sabe adónde conducirá este movimiento (así ha sido definido por la mayoría de los analistas), carente, al menos hasta ahora, de líderes, de programa, de estrategia más allá de forzar cierta rendición de las autoridades (1). De momento, los gilets jaunes han doblegado el brazo del Eliseo. El gobierno ha suspendido el incremento del impuesto sobre los combustibles, motivo inicial de la protesta.
Se trata de una derrota política y personal del presidente, Emmanuel Macron , quien dijo que no cedería ante la presión de la calle. No lo hizo, no al menos de manera tangible, como en este caso, cuando lo desafiaron los sindicatos por la reforma laboral. No lo hizo con la movilización de profesores, estudiantes y trabajadores de la enseñanza. Ahora, sí. A pesar de una esperable resistencia inicial, de una firmeza con aires de arrogancia, al ausentarse del frente de combate (viaje a Argentina para asistir a la cumbre del G-20), para demostrar que la calle no lo intimidaba (2).
El presidente ha rectificado con visible malestar. Seguramente, con temor, más que con respeto, hacia la expresión de cólera. Sin perder la cara, en todo caso, advirtiendo a través de su pálido primer ministro que no se tolerarán actos de violencia como los registrados el pasado 1 de diciembre y en jornadas anteriores. Una línea roja de manual que podría ser rebasada, complicando la posición política del jefe del Estado. El 18 amenaza a Macron como el 68 lo hizo con De Gaulle.
El movimiento de los gilets jaunes puede apagarse, como le ocurrió a la protesta de la Sorbona y Nanterre hace cincuenta años, pero el General tuvo que marcharse a casa un año después, arruinado su capital político. Macron el reformista no tiene el ascendiente ni el liderazgo de su antecesor, obvio es decirlo, aunque estos tiempos de gaseosa mediática le hayan conferido una altura ficticia.
Con un índice de popularidad en torno al 25%, se encuentra seriamente fragilizado. Y, lo que es peor, su proclamado proyecto de cambiar Francia y dinamizar Europa, de hacer frente al populismo de derechas y de izquierdas, se ve seriamente cuestionado. Macron ha dejado de ser la esperanza del orden liberal, de los demócratas de academia, de la Europa complaciente de despachos y gabinetes. La revuelta le ha arrojado al panteón de líderes en derribo, como Merkel o May.
Cuesta explicar el fenómeno de los gilets jaunes. Es muy fuerte la tentación del deslumbramiento ante la espontaneidad aparente de su explosión. Por lo demás, sería una ingenuidad ignorar los intentos de utilización por parte de los extremos. La violencia asusta, pero también seduce. La humillación del poder excita. Sin olvidar el oportunismo de la oposición convencional, que saca ventaja del debilitamiento gubernamental.
El movimiento refleja, en todo caso, la insatisfacción, la frustración, en realidad, de esa Francia del interior y de la periferia de las grandes ciudades, agobiada por la carestía de la vivienda, por la precariedad del trabajo, por la incertidumbre de la renta, por la fragilidad de los pequeños negocios. La subida del impuesto que ha encarecido el combustible golpea hasta lo insufrible la economía doméstica de estos sectores de la población, que abarca a las clases medias y medias-bajas . La carencia de una red de transportes ajustada a las necesidades cotidianas ha acrecentado la dependencia del vehículo particular. La ecotasa con la que Macron quería blindar la respuesta a la amenaza del cambio climático, uno de los emblemas de su elegante discurso reformador, se ha convertido en la espita de la revuelta (3).
Le Monde  ha analizado las reivindicaciones del movimiento y concluye que son compatibles en sus dos terceras partes con el ideario de La Francia insumisa, mientras la mitad coincide con las propuestas de la extrema derecha. Nada que ver con los programas liberales del centro derecha o de Macron (4).
Hay en un sector de los gilets jaunes un aire de resistencia al cambio, de ejemplo lacerante de esa Francia anclada en los viejos hábitos que se resiste a morir. Pero es muy fácil decir eso desde las atalayas de la comodidad o al menos de la falta de agobio que produce la vida difícil. Que Marine Le Pen salude el movimiento no necesariamente lo deslegitima. El oportunismo de la extrema derecha no le otorga carta de naturaleza.
Desde la orilla opuesta, la izquierda radical, insumisa, externa al sistema, se trata de comprender y encuadrar el fenómeno, de canalizar la insurrección. Es una pretensión tradicional del espíritu revolucionario francés. Los jacobinos intentaron hacerlo con los enragés durante los primeros años convulsos de la República. Sin éxito. Ahora, ciertas figuras emergentes, como el diputado-periodista por la Somme François Ruffin(el Desmoulins de este tiempo), sintonizan su discurso con los revoltosos en un intento de conferirle sentido y propósito constructivo, de edificar sobre él una alternativa política. Algunos han querido ver en ello una lucha encubierta por el poder frente a una perdida de vigor de Jean-Luc Mélenchon, el líder de la Francia insumisa (5). Como también ocurriera en el 68, a la izquierda francesa le pilla esta explosión social en plena descomposición, en una especie de agujero negro en el que agoniza el socialismo y se desliza fantasmal el comunismo.
Conviene ser cauteloso sobre el futuro inmediato de la crisis. El gobierno pretende apaciguar las cosas con la retirada del impuesto, pero la falta de un liderazgo estructurado de los revoltosos impide anticipar qué ocurrirá ahora. De momento, se mantienen las convocatorias de protesta. Es muy posible que surjan divisiones y fracturas. De eso hay también abundantes ejemplos históricos. Macron y su entorno esperan precisamente eso para desactivar el movimiento y recuperar el control.
Sea como fuere, este brumario francés, este otoño convulso ha dejado muy tocado el proyecto gubernamental (6). Macron se ha dejado muchas plumas en este año y medio. Su proyecto de una República en marcha hacia un futuro coloreado se ha visto frenado por una República en cólera, que se niega ya a dejar seducirse por discursos grandilocuentes y quiere soluciones inmediatas.
NOTAS:
(1) “’Gilets jaunes’, la colére sans intermédiaires”. WILL HUTTON. THE OBSERVER, 25 de noviembre.
(2) “Après les violences, le gouvernement tente de rebondir”. LE MONDE, 2 de diciembre.
(3) “France’s yellow vest protests: the movement that has put Paris on edge”. ALISSA RUBIN. THE NEW YORK TIMES, 3 de diciembre.
(4) “Sur une axe de Mélenchon à Le Pen, ou se situent les revendications des ‘gilets jaunes’”. LE MONDE, 4 de diciembre.
(5) “Derrière les ‘gilets jaunes’, François Ruffin, omniprésent mais insaisissable”. LE MONDE, 27 de noviembre.
(6) “’Gilets jaunes’, le point de bacule du quinquennat” Editorial. LE MONDE, 4 de diciembre.
Fuente: https://www.nuevatribuna.es/articulo/europa1/francia-chalecosamarillos-macron-mayo68-giletsjaunes/20181205102112158144.html

miércoles, 5 de diciembre de 2018

3-D.- La metamorfosis


Acostarse rojo y levantarse facha

Juan Carlos Escudier


La gran pregunta que ha dejado las elecciones andaluzas remite a Kafka y a su metamorfosis. Quienes hayan leído el relato compartirán que lo más repulsivo no es que alguien se acueste siendo un viajante de comercio y se levante convertido en un escarabajo, sino la transformación que sufre su entorno, que acaba siendo mucho más inhumano que el insecto al que ocultan en su habitación. Nadie entendió las razones por las que Gregorio Samsa se convirtió en un repulsivo coleóptero ni se preocupó de buscarlas. La reacción de la familia se limitó primero al espanto y luego a la ira, que tomó la forma de una manzana incrustada en su caparazón.

Puede que nada de lo anterior venga al caso de Andalucía ni explique por qué cientos de miles de personas mutaron de repente para convertirse en votantes de extrema derecha, pero sería un inmenso error no indagar sus motivos, ya que lo que no cabe esperar es que, como el infortunado comerciante, los metamorfoseados se recluyan en sus dormitorios para ver si se les pasa ni, por supuesto, se dejen morir de hambre para aliviar a sus horrorizados parientes.

Aquí, pese a los sucesivos brotes de racismo vividos, se ha presumido absurdamente de anticuerpos para un virus que no ha hecho sino extenderse por Europa con un caldo de cultivo menos favorable incluso que el nuestro. Nuestra supuesta comprensión hacia los inmigrantes acabó con la crisis económica y de nada valieron los esfuerzos –muy escasos por cierto- para hacernos entender que su presencia era la que explicaba buena parte de nuestra prosperidad anterior y que, sin ella, no hubiera sido posible ni el vertiginoso acceso de la mujer al mercado de trabajo ni el sostenimiento de las pensiones y del estado del Bienestar en su conjunto, al que aportaron mucho más de lo que recibieron.

Tragamos entonces con los inmigrantes pero con condiciones: que aceptaran los trabajos que nadie quería y si era por la voluntad aún mejor; que no se dejaran ver mucho por la calle, que eso daba muy mala imagen y esto no era Casablanca; que no pusieran la música muy alta, que aquí nunca hemos dado que hablar; que se curaran ellos solos, que bastante teníamos con nuestras listas de espera para encima soportar más retrasos por culpa de estos muertos de hambre; y, finalmente, que volvieran a sus países cuando se quedaran en el paro porque el cupo de la sopa boba ya estaba cubierto.

Los más pudientes apenas si tuvieron conflictos con ellos porque los inmigrantes con los que se relacionaron solían formar parte de su servicio doméstico y hasta hablaban tagalo y se lo enseñaban a los niños, como la criada filipina de Lucía Figar. Los problemas surgieron en los barrios más humildes, en los rellanos de las escaleras donde la convivencia era inevitable, especialmente cuando llegaron las vacas flacas y prendió la idea de que el vecino búlgaro o marroquí eran como termitas que devoraban las ayudas sociales habiendo españoles con pedigrí tan necesitados. El caso es que fallamos con el diagnóstico: no era a los inmigrantes a los que había que integrar sino a nosotros mismos. Y ello sólo era posible con más recursos públicos, justo lo que sigue faltando, porque la vacuna infalible contra la xenofobia es el dinero.

Así que ha bastado que alguien dijera públicamente lo que muchos proferían en los bares, que prometiera muros infranqueables en las fronteras, deportaciones masivas, restricciones sanitarias y hasta demoliciones de mezquitas para que decenas de miles, que el día anterior se acostaron siendo del PP, del PSOE y hasta de Podemos, se sacudieran los complejos y se levantaran con la papeleta de Vox en la mano dispuestos a cerrar la puerta y echar el cerrojo.

La recreación de ese imaginario país de españoles muy españoles tiene como corolario la exaltación de un patrioterismo rancio que busca la grandeza en la Enciclopedia Álvarez, con sus católicos reyes, sus colonizaciones y conquistas y sus imperios donde no se ponía el sol ni con el horario de invierno. Expulsados judíos, moriscos y rumanos, conjurado el peligro exterior, sólo queda neutralizar al enemigo interno, ese independentismo que si ha florecido ahora es por ese cáncer de las autonomías que ha facilitado la división, el despilfarro y la corrupción. Poco importa que Cataluña siga siendo la locomotora económica del país, la segunda comunidad más poblada, el primer destino turístico o que represente casi la quinta parte de la riqueza nacional. No se trata de convencer sino de someter y castigar ejemplarmente a los sediciosos y a sus seguidores, aunque sean dos millones de personas.

Quienes han aceptado su conversión a la extrema derecha han sido convencidos de que la culpa de sus males es siempre de los demás, ya sean inmigrantes, catalanes o burócratas de Bruselas. Ese orgullo inflamado es el que les hace aceptar soluciones fáciles a problemas complejos. Lejos de establecer un cordón sanitario en torno a los propagadores de la enfermedad, hay partidos dispuestos a intercambiar sus miasmas y extender el contagio. Vayan preparando las vacunas o habrá muchos más casos de esta explicable metamorfosis.

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 La guerra de Vox contra el feminismo



 ver .
  Vox se infiltró en Jusapol y los sectores ultra de la Policía apoyaron su despegue electoral
  y ver ... La conexión de Vox con las supuestas «pantallas» ultracatólicas del Yunque 


  ver  un trozo del programa de VOX
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lunes, 3 de diciembre de 2018

2-D .- Ya somos europeos.


sábado, 1 de diciembre de 2018

El problema es Alemania, no Italia .




Entrevista a Sergio Cesaratto
"El problema es Alemania, no Italia"

El Viejo Topo

Resultado de imagen de Sergio Cesaratto



 Enemigo del euro, el economista Sergio Cesaratto arroja aquí un poco de luz sobre el conflicto que enfrenta a los mandatarios europeos con el gobierno italiano. Cesaratto (de quien El Viejo Topo publicará en breve su exitoso Seis lecciones de economía) imparte clases en la Universidad de Siena sobre Crecimiento económico y Políticas fiscales de la Unión Europea.
—El Comisario de Asuntos Económicos, Moscovici, y el responsable de Estabilidad Económica de la UE, Dombrovskis, han declarado que el gobierno italiano va abierta y conscientemente en contra sus compromisos consigo mismo y con otros Estados miembros. Le acusan de violar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento.
—Pero ese es un pacto absurdo, porque durante la fase de depresión los presupuestos públicos tienen el deber de entrar en déficit y apoyar la economía. Lo que sí es necesario es reducir los intereses de la deuda, y el BCE dispone de los medios para intervenir y facilitarlo.
—Dombrovskis reprocha al gobierno italiano que pretenda resolver el déficit incrementando la deuda, en vez de presentar un presupuesto equilibrado.
—Gastamos 65.000 millones al año en intereses –el mismo dinero que damos a la educación– nos dice Moscovici. Bien, ¿queremos reducir la deuda para reducir los intereses? Hagámoslo, pero con cuidado, porque esta es la receta que en los últimos años ha matado a la economía italiana. En lugar de reducir la deuda, primero reduzcamos el tipo de interés, de modo que liberemos recursos para apoyar la demanda, y así también lograremos reducir la deuda.
—¿Y cómo reducir el interés?
—Los tipos de interés no los deciden los mercados, sino los bancos centrales cuando quieren hacerlo. Si no quieren, dejan que lo hagan los mercados. Y ese es precisamente el problema de nuestra deuda, que ha empeorado desde que los mercados tomaron el relevo del banco central. Si el BCE quiere, puede hacerlo. Ya lo hizo en 2010-2012, comprando bonos del Estado de unos pocos países, valores griegos, irlandeses, portugueses, españoles e italianos… Si el BCE empezara a comprar valores, los mercados recuperarían la confianza en la deuda pública de Italia y los tipos de interés caerían. Y el gobierno podría usar lo que se ahorre en el pago de intereses para implementar su programa electoral.
—¿Cree que el BCE lo hará?
—No, no lo hará. Para empezar, porque Draghi está acabando su mandato. En segundo lugar, porque primero debería convencer a los alemanes. En 2012 pudo pronunciar el famoso discurso de “lo que sea necesario” solo porque convenció a Merkel de que, de lo contrario, el lunes siguiente ya no existiría el euro.
—Japón tiene un ratio deuda/PIB del 250%; Grecia del 180% e Italia del 132%. ¿Por qué se preocupan tanto los inversionistas en el caso italiano?
— Al evaluar la sostenibilidad de la deuda pública hay que tener en cuenta dos factores: 1) Si está denominada en moneda nacional o extranjera; 2) Si está principalmente en manos de acreedores nacionales o extranjeros.
Una deuda denominada en moneda nacional y en manos de residentes se considera generalmente segura. Este es el caso de Japón. En particular, en Japón, los principales tenedores de bonos del Estado son su banco central y el sistema financiero nacional, que no se espera que vayan a especular contra su propio gobierno. El hecho de que la deuda pública japonesa se mantenga a nivel nacional no es sorprendente. Dado que Japón tiene tradicionalmente superávit de comercio exterior, la economía no depende de préstamos externos. Además, su deuda está denominada en yenes y el gobierno puede confiar en el Banco de Japón como comprador final, lo que tranquiliza a los inversores privados. Esto también significa que los tipos de interés –y el rendimiento de los bonos– están bajo control. Este círculo virtuoso mantiene estable la relación deuda/PIB. Si la deuda de Japón estuviera denominada en moneda extranjera y en manos de no residentes, la economía estaría expuesta a oleadas de pánico financiero. En el caso de Grecia, España e Italia, no existe ningún banco central que pueda actuar como comprador de último recurso.
El problema de la deuda pública italiana es su denominación en moneda extranjera (el euro) y la falta de un banco central nacional, cosas que van de la mano con la ausencia de control de los flujos de capital. Pero, a diferencia de España, Italia no tiene una exposición significativa con países extranjeros.
—¿Cómo llegó Italia a este nivel de endeudamiento? ¿Es por despilfarro o es un asunto más sistémico?
—El gran salto de la deuda pública italiana tuvo lugar en los años ochenta. Los setenta fueron un período de conflicto social que condujo a la inestabilidad de los precios. Sin embargo, un tipo de cambio flexible mantuvo la competitividad exterior, mientras que la política del Banco de Italia impidió el aumento de la deuda pública. A finales de la década, la élite italiana eligió un nuevo régimen de política económica basado en el tipo de cambio fijo y un banco central independiente.
Sin embargo, la pérdida de competitividad exterior provocó problemas de demanda agregada y, como dijo Stiglitz, los países con déficit por cuenta corriente persistentes o en expansión a menudo se ven obligados a contraer déficit fiscales para apoyar la demanda agregada. “Sin déficit fiscal, tendrían un alto nivel de desempleo”, escribió Stiglitz en 2010. Estos déficits fiscales y los elevados tipos de interés necesarios para mantener la paridad de los tipos de cambio en el SME provocaron la explosión del ratio deuda pública/PIB. El intento de imponer una “restricción externa” está en la base del problema de la deuda italiana.
Aunque Italia ha recuperado el aliento desde que dejó el SME en 1992, ha repetido el error de atarse las manos con su participación en la Unión Monetaria Europea. En la primera década del euro, Italia utilizó los tipos de interés más bajos y una política fiscal restrictiva para reducir el ratio deuda/PIB de alrededor del 125% al 100%, al precio del estancamiento de la demanda interna, que ha frenado la inversión y el crecimiento de la productividad.
La pérdida de competitividad externa –también debido a las políticas neomercantilistas alemanas– no ha ayudado. Como consecuencia de la crisis financiera y, sobre todo, del retraso en la intervención del Banco Central Europeo y de la imposición de la austeridad, el ratio deuda/PIB volvió a aumentar hasta el 130%.
Italia necesita desesperadamente una reactivación de la demanda interna a través de una política presupuestaria expansiva. Esto requiere que los tipos de interés se mantengan comparables a los niveles franceses. Italia ha sido rigurosa en sus cuentas públicas desde 1991, mucho más que Alemania, por lo que merece un apoyo. Por supuesto, se debe firmar un pacto de sangre para estabilizar la relación deuda/PIB, o para reducirla lentamente de manera compatible con el crecimiento.
—Sin embargo las agencias de calificación y los mercados internacionales están ejerciendo cada vez más presión. Y la Comisión Europea pide más disciplina fiscal.
—El problema de la economía europea es Alemania, no Italia. Es la mentalidad de la élite alemana, caracterizada por un modelo mercantilista que insiste en la moderación fiscal y salarial. Sostengo que la disciplina europea (o alemana) es la principal responsable del aumento de la deuda pública, el estancamiento económico y el declive. Los mercados financieros están asustados porque los inversores temen que Italia pueda descarrilar como resultado de la expansión fiscal sin el apoyo europeo.
—Usted reprocha a Alemania haber violado las reglas del juego, no solo las que recogen los Tratados, sino también las no escritas pero reconocidas por la disciplina económica como necesarias para el funcionamiento de un sistema de tipo de cambio fijo como el euro. ¿Qué reglas viola Alemania?
— Una economía excedentaria necesita llevar a cabo políticas económicas expansivas; exactamente lo contrario de lo que está ocurriendo ahora con Alemania y sus políticas mercantilistas, que dan como resultado un superávit desproporcionado y adopta una política fiscal restrictiva con superávit presupuestario. En concreto, Alemania viola dos reglas básicas: durante años ha tenido un superávit comercial muy superior al 6% establecido por el Six Pack, un reglamento europeo; se niega a abandonar la moderación salarial para impulsar la demanda interna y, por lo tanto aumentar las importaciones, y al hacerlo también viola dos reglas que de hecho no están escritas: la de la convergencia, en la zona euro, de las tasas de inflación cercanas al 2%, y la de mantener el crecimiento de los salarios nominales en línea con la productividad.
—En su último libro se habla de “doble moral”, un concepto, el de moral, que generalmente tiene muy poco que ver con la economía. A menos que se esté refiriendo al ordoliberalismo, un pensamiento económico germano vinculado a la economía social de mercado…
—Sí, por supuesto me refiero al ordoliberalismo, una ideología –me resulta difícil llamar a esta mezcolanza de palabras una economía– que impregna la forma de pensar de las élites alemanas. El pensamiento ordoliberal se ha convertido en portador de un juicio moral en la economía a través del “principio de responsabilidad” y el consiguiente concepto de “culpa”, y todo lo que no es un presupuesto equilibrado se ha convertido en inmoral: la deuda es inmoral, etc… Pero como suele suceder, el moralista es el mayor pecador. El Estado alemán ha ayudado a los bancos alemanes con cientos de miles de millones, y eran bancos especulativos que estaban en crisis porque fueron los protagonistas de la crisis financiera estadounidense. La deuda de guerra alemana fue en parte perdonada y en parte aplazada, pero la benévola Berlín no tuvo la misma actitud con Grecia. Y con la crisis, Alemania se ha sobreequipado: el euro débil ha favorecido aún más sus exportaciones, la fuga de capitales de los países periféricos a sus bonos del Estado ha conllevado enormes ahorros en los gastos de intereses. Se ha calculado que entre 2010 y 2015 el Estado alemán ha tenido un ahorro de intereses de 100.000 millones de euros, ¡equivalente al 3% del PIB!
—La Lega Norte parece estar empujando a la economía hacia un modelo orientado a dar facilidades a las empresas, fomentando una generosa reducción de los costes empresariales: un impuesto fijo con dos niveles (15-20%) y ningún aumento del IVA. El Movimiento 5 Estrellas piensa en un estímulo impulsado por la demanda, con un ingreso mínimo garantizado (780 euros) y una revisión de las reformas de las pensiones. ¿Puede Italia hacer todo eso y mantener un déficit presupuestario inferior al 3%, o incluso al 1,6%, como afirma el Ministro de Economía Giovanni Tria?
— Si Italia tuviera que hacer frente a las mismas tasas de interés que Francia en la deuda pública, podría permitirse una política fiscal expansiva moderada, consistente con la estabilización de la relación deuda/PIB.
En mi opinión, la posición del Gobierno italiano debería ser la siguiente: Italia ha mantenido un buen nivel de disciplina fiscal desde 1991 (superávit primario); si no fuera por las políticas equivocadas de la UE y del BCE, el ratio deuda/PIB se situaría en el nivel francés (100%). En cualquier caso, un 130% no es muy diferente. ¿Por qué Italia no debería obtener apoyo europeo a cambio de un compromiso para estabilizar el ratio deuda/PIB al nivel actual? Eso es razonable.
Desafortunadamente, Berlín dirá nein. Con el cambio en la gestión del BCE y un gobierno alemán más a la derecha, las cosas podrían incluso empeorar. Italia debería entonces prepararse para la salida. El principal problema de una salida sería la posible represalia franco-alemana. Demasiado para los sueños europeos del presidente Mattarella.
—Como economista, ¿qué políticas cree que ayudarían más al crecimiento italiano?
— Italia no necesita un impuesto fijo, sino una campaña contra la evasión fiscal. Por supuesto, siempre que sea posible, sería deseable que los impuestos fueran más bajos, pero esa no es la prioridad. La economía debe dar prioridad a las familias que se encuentran por debajo del umbral de pobreza. Sin embargo, preferiría un plan de empleo en lugar de una renta básica generalizada. La infraestructura y la educación también son prioridades.
—Los bancos italianos, griegos y españoles tienen una gran cantidad de préstamos morosos. Esto se debe en parte a las personas que no pueden pagar sus préstamos y en parte a que las pequeñas y medianas empresas ya no son rentables. ¿La disciplina fiscal está ayudando a los bancos a reducir sus préstamos en mora?
—La morosidad es claramente el resultado de la austeridad. Por tanto, continuar con las mismas políticas no ayuda. La ausencia de un banco central que cubra la deuda pública y el aumento de los tipos de interés también afectan al coste del crédito para las empresas y los hogares italianos. Los bancos italianos cumplen con su trabajo de apoyar la economía. Los grandes bancos alemanes son instituciones especulativas, y están entre los protagonistas de la crisis financiera estadounidense. Todavía están repletos de activos tóxicos. La opinión pública alemana debería estar mejor informada al respecto. Como señala Adalbert Winkler, los economistas alemanes se quejaron cuando Draghi se movilizó para apoyar la deuda pública italiana, pero no dijeron nada cuando el gobierno alemán salvó a sus bancos atrapados en la crisis estadounidense. La actual caída del valor de los títulos del Estado italiano también ha tenido un impacto negativo en los balances de los bancos italianos. Por supuesto, forzarlos a deshacerse de ella sería un suicidio.
—El Banco Central Europeo pondrá fin a su programa de adquisición de valores en diciembre de 2018. ¿Cómo afectará esto a la economía italiana?
— No cambiará mucho, los bonos del Tesoro italiano ya están fuertemente penalizados, injustificadamente. Por supuesto, si se produjera un ataque especulativo a la deuda italiana, tener un Draghi o un Trichet marcaría una diferencia. En este sentido, parece que Alemania también quiere evitar un nuevo presidente polémico como Weidmann. Sin embargo, las reformas de la gobernanza económica europea propuestas por Berlín son desestabilizadoras. La intención es privar a la Comisión Europea del poder de controlar y sancionar el cumplimiento de las normas fiscales, entregándolas a un Fondo Monetario Europeo y finalmente a los mercados. Esto deja poco espacio para la negociación política, y en última instancia es suicida. Ningún gobierno italiano puede sumarse a estas reformas.
—¿Italia destruirá la zona euro?
— Mi respuesta espontánea sería: “Eso espero”. Creo que la zona euro es una jaula antidemocrática. Hasta cierto punto, esto también se aplica a la UE, que es una institución neoliberal. Por ejemplo, la UE ha prohibido las políticas industriales patrocinadas por el Estado y ha obligado a Italia a privatizar sus empresas públicas, principalmente vendiéndolas a empresas extranjeras, que a menudo las han desmantelado.
Italia destruirá la zona euro si Bruselas empuja al país a su destrucción a través de la especulación del mercado y las políticas de austeridad. ¿Quién está destruyendo la Eurozona y el comercio mundial, Italia o los superávits fiscales y exteriores de Alemania? Mi temor es que, aunque se vea expuesta a un ataque financiero y a una troika, Italia no se rebelará contra los dictados y permitirá que un nuevo Mario Monti masacre el país en nombre de Europa. Desafortunadamente, la tragedia griega nos enseña que la resiliencia de la gente ante las dificultades económicas (y a la estupidez) es infinita.
—En cualquier caso, el hecho de que no existan normas para la salida del euro pone a todos los países ante un salto en el vacío en el caso del eurexit o de la ruptura del sistema del euro, una posibilidad que no debe excluirse en caso de que se produzca una nueva crisis financiera. ¿Qué significaría la salida del euro para Italia?
— La perspectiva de una reforma progresiva de la zona euro es más bien negra. La lógica alemana impulsa a que nos alimentemos en los mercados hasta que seamos disciplinados (¡como si realmente fuéramos indisciplinados!). En el caso de una crisis financiera y un ataque de los mercados a la deuda pública italiana, las hipótesis son: a) Troika más un nuevo Monti (ya hace tiempo que está preparado: Enrico Letta, con quizás Draghi como Presidente de la República). b) Salida. La salida implica problemas formidables tanto a corto como a largo plazo. Mucho depende de si hay o no represalias europeas. En resumen, a corto plazo, los “amigos” europeos pueden desconectar Target 2, el sistema de pago electrónico en el que viajan nuestras operaciones bancarias. Sería una parálisis, pero también un acto de guerra contra nosotros. A medio plazo, existe el problema de la deuda externa no renegociable. Se trata de abrir negociaciones. Menos preocupante es el frente devaluación/inflación, sobre el que se están pronosticando los catastrofismos más tontos. La devaluación de la lira sería limitada. La inflación debe ser controlada por una política de ingresos estricta. Los salarios aumentarán a medida que aumente la productividad. Sería importante que con el espacio que nos diera la devaluación se pudiera proceder a una expansión fiscal para que el empleo y la productividad se reanuden de inmediato. Pero el punto clave sería la actitud de Francia y Alemania.
Fuente: http://www.elviejotopo.com/articulo/el-problema-es-alemania-no-italia/


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