Entrevista con Emmanuel Todd. No contento con
disponer del monopolio de la violencia "legítima", el Estado querría
garantizarse el monopolio de las "fake news"
El
mayor productor de “fake news” [“noticias falsas”] no es quien se cree,
responde al semanario francés L´Obs el historiador Emmanuel Todd, que
se inquieta por las tendencias autoritarias en la cima del poder. El gobierno francés ha anunciado una ley de fiabilidad y de
confianza de la información para luchar contra las “fake news”. ¿Qué
piensa usted de ello?
Me siento muy inquieto. Lo que me sorprende en el periodo actual,
cuando se supone que vivimos la apoteosis de la democracia liberal tras
el hundimiento de los totalitarismos, es el encogimiento de los espacios
de expresión y de la libertad de pensamiento.
La libertad, desde la Edad Media, se ha definido en primer lugar
contra la Iglesia y, luego, contra el Estado. Decir que el Estado va a
garantizar la libertad de expresión ¡es un oxímoron histórico! Y me
siento particularmente inquieto en el caso de Francia, en tanto que
historiador, puesta que se muestra ambivalente en su relación con la
libertad: es al mismo tiempo una de las naciones que han construido la
democracia liberal, con Inglaterra y los EEUU, y el país del absolutismo
de Luis XIV, de Napoleón I y Napoleón III, de Pétain y de la ORTF
[Oficina de Radiodifusión-Televisión Francesa, el organismo
radiotelevisivo público de Francia entre 1964 y 1974].
Ahora bien, estamos viviendo una desintegración de los partidos y de
la representación política. Los grupos culturales e ideológicos
antagonistas que garantizaban un pluralismo estructural de la
información (el PC, la Iglesia, el socialismo moderado, el gaullismo…)
han hecho implosión. El pluralismo no está, por tanto, garantizado y los
medios representan cada vez más una masa indistinta. Se trata
típicamente de una clase de situación en la que puede aparecer el Estado
como máquina autónoma y colocarse por encima de la sociedad para
controlarla. La amenaza que veo dibujarse no es la de las “fake news”
sino la del autoritarismo de Estado y su autonomización en tanto que
agente de control de la opinión. Será tanto más autoritario en el plano
de la información en la medida en que se revele impotente en el plano
económico: la sociedad está bloqueada, con una tasa de paro que oscila
en torno al 10%, y cada vez más fragmentada en grupos que se cierran
sobre si mismos (los corsos, los habitantes de Neuillly, lo mismo que
los musulmanes). Las GAFAM [acrónimo que engloba a las cinco grandes de la
Red: Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft ], que son ahora
vehículos primordiales de información, ¿no representan también un
peligro?
Que
las GAFAM no paguen los impuestos que deberían, que tengan estrategias
monopolistas, sí, desde luego. Pero no creo que estos medios de
intercambio entre individuos, por otro lado extraordinarios en lo que
respecta a hacer circular la información, sean los poderes ocultos que
se nos describe. Lo que digo, por el contrario, es que hay países en los
que está controlado el acceso a Internet [como EEUU].
Llamar la atención sobre las GAFAM es desviar la atención del actor
mayor y productor principal de “fake news” en la Historia, que es el
Estado. Como estamos en una economía de mercado, los franceses
sobreestiman el liberalismo intrínseco de su sociedad y subestiman el
poder de desinformación del Estado. La guerra de Irak comenzó, mira por
dónde, por las “fake news” que provenían del Estado norteamericano sobre
las armas de destrucción masiva en Irak, con Colin Powell agitando su
frasquito ante el Consejo de Seguridad de la ONU.
El Estado es que tiene el poder financiero, la ventaja de la
continuidad, el monopolio de la violencia legítima: si es cierto que hay
un productor de “fake news” es el Estado. Y el Estado del propio país,
no los estados exteriores. El principio fundador de la democracia
liberal es, en efecto, que si la colectividad ha de garantizar la
seguridad del ciudadano, el ciudadano debe estar protegido frente a su
propio Estado.
Por ende, las noticias falsas, los delirios y los rumores mentirosos
son el nunca acabar de la vida democrática. Y la idea misma de la
democracia liberal consiste en apostar por que los hombres no son niños
para siempre. Controlar la información es infantilizar al ciudadano. ¿Qué indica una ley sobre “fake news”?
En el fondo, este debate nos hace pensar en clases dirigentes con una
gran desesperación intelectual. Como ya no comprenden la realidad que
han creado, el comportamiento de los electorados, Trumpo, el Brexit…
quieren prohibir. No contento con disponer del monopolio de la violencia
"legítima", el Estado querría garantizarse el monopolio de las "fake
news". L'Obs. Traducción: Lucas Antón para Sinpermiso.
«Miles de
pensionistas en la calle se han convertido en los gansos del capitolio romano,
los que avisaron a la ciudad, dicen, del asalto de los bárbaros»
«Vargas Llosa en
La llamada de la tribu explica su evolución ideológica desde un fundamentalismo,
el comunismo, a otro, el de los mercados que se autoregulan»
«Lo que sostiene
Hayek, y Vargas Llosa le sigue ciegamente, es que la libertad que importa es la
del mercado, la libertad de hacer dinero, y esa libertad condiciona todas las
demás»
El sistema público de pensiones se ha situado en el centro
del debate político en España. Miles de pensionistas en la calle se han
convertido en los gansos del capitolio romano, los que avisaron a la ciudad,
dicen, del asalto de los bárbaros. Aquí, lo que está en peligro es el Estado de
Bienestar. Enemigos no le faltan, empezando por los extremistas del mercado libre,
no regulado, los herederos del radical Friedrich Hayek, la fuente en la que
bebieron Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Cuidado, intentan su
rehabilitación, y ya se sabe, como decía Keynes, “la vida de las personas suele
estar determinada por la teoría de algún fallecido economista”.
El Nobel Mario Vargas Llosa ha publicado un libro, La
llamada de la tribu, en el que explica su evolución ideológica, su aventura
política desde un fundamentalismo, el comunismo, a otro fundamentalismo, el de
los mercados que se autoregulan y el Estado mínimo. De Carlos Marx a Friedrich
Hayek. De una tribu a otra tribu, aunque él le pone un nombre fino a la iglesia
en la que ahora milita: Liberalismo. Tiemblen, pues, los que dependan de una
pensión pública.
«Si el Estado interviene en la economía para organizar un
sistema público de pensiones, por ejemplo, el resultado inevitable, decía
Hayek, será la dictadura»
¿Quién es Hayek? La respuesta corta: representa lo contrario
de Keynes. El duelo entre ambos es bien conocido, pero lo que mejor resume la
doctrina de Hayek es su profecía. Si el Estado interviene en la economía, para
organizar un sistema público de pensiones, por ejemplo, el resultado inevitable
según el economista austriaco será la dictadura. Aunque el gran novelista
peruano despliegue todo su arte para que, al decir intervención del Estado,
pensemos en la planificación estalinista, no cuela, don Mario. El señor Hayek
lo dejó bien claro. Se refería a los que el Nobel denomina, en su libro de
contenido político, “populistas laboristas británicos de posguerra”, a Suecia y
las socialdemocracias nórdicas, a todas las políticas keynesianas. Hoy, si se
hubieran cumplido las previsiones ‘científicas’ de Hayek, el falso profeta,
Suecia sería una horrible dictadura. Ese es el gran Hayek, homenajeado por los
camaradas de don Mario y por él en La llamada de la tribu. Ya pueden intentar
arreglarle el desaguisado al Nobel, pero Hayek es Hayek, y no tiene enmienda.
Se empieza con pensiones públicas y se termina en la dictadura; esa es su
tesis, y la de sus seguidores.
En este libro, se muestra el Vargas Llosa más extremista, el
que unió sus armas ideológicas al Aznar de FAES, quien mejor tradujo el
pensamiento hayequiano en España cuando, harto de vino de Ribera en una bodega
de Fuensaldaña, en Valladolid, dijo aquello de “¿quién es el Estado para
conducir por mí?”. En esas doctrinas bebe el autor de La llamada de la tribu. Y
lo hace con el buen oficio literario que se espera de él. Los derechistas
españoles se lo agradecen, como hace unos días Cayetana Álvarez de Toledo. Eres
“uno de los nuestros”, le susurran.
«Friedrich Hayek prefería un Pinochet “liberal” a una
democracia, en su jerga, “intervenida”. Ni el gran Nobel de Literatura arregla
eso, aunque lo intenta»
Para entendernos: Hayek prefería un Pinochet “liberal” a una
democracia, en su jerga, “intervenida”. Ni el gran Nobel de Literatura arregla
eso, aunque lo intenta. Lo que escribe Vargas Llosa es que las tesis de Hayek
sobre cómo la planificación socialdemócrata llevan a la “instalación de una
dictadura” son de “una acerada lucidez”. ¿Lo de Pinochet? Otro día, otro libro.
No son errores, son la tesis central del sujeto. Lo que sostiene Hayek, y
Vargas Llosa le sigue ciegamente, es que la libertad que importa es la del
mercado, la libertad de hacer dinero, y esa libertad determina todas las demás.
Por eso son unos peligrosos doctrinarios. No es una cuestión de eficiencia
económica, es por ideología.
Son las ideas que ahora llevan a Vargas Llosa a escribir este
libro, pero con trampas para disimular el producto. Ensalza las ideas de Hayek
sobre lo malos que son los Estados intervencionistas, pero al citar a Suecia
esconde que ésta dedica más de la mitad del PIB a gasto público, a pensiones,
sanidad pública y esas cosas. Argumenta con Hayek que mucho Estado lleva a la
corrupción, pero trampea con un Estado tan poco corrupto como Dinamarca que
tiene más Estado que nadie. Hace como si no supiera que su ídolo se refiere a
los Estados socialdemócratas y juega a confundir con las dictaduras comunistas.
No, don Mario, usted es muy hábil con el idioma, pero el conflicto no era entre
Marx y Hayek, sino entre éste y Keynes. En este caso, la trampa consiste en
elegir a un contrincante débil, un profeta tan fracasado como el suyo.
Y la trampa más tramposa. Mezcla en el libro a Hayek con
varios intelectuales que criticaron la dictadura comunista como si todos
estuvieran en la misma causa. Ya el gran historiador Tony Judt advirtió sobre
esta trampa: “Arthur Koestler, Raymon Aron, Albert Camus o Isaiah Berlin,
trataron de subrayar las diferencias entre las reformas socialdemócratas
destinadas al bien común y las dictaduras de partido”. Estos pensadores
denunciaron la dictadura soviética y sus crímenes, pero nada tienen que ver con
las ideas antikeynesianas y antisocialdemócratas de Hayek. Vargas Llosa es muy
libre de apuntarse a la tribu de los radicales del mercado, pero hágalo por
derecho, señor Nobel, sin trampas.
«Si se despoja al Nobel de sus cualidades literarias, ¿qué
queda? Queda un laureado escritor al servicio de la doctrina social más dura e
inmoral»
Nada es ingenuo. Cuando hoy desde la derecha española se
atacan las opciones socialdemócratas del Estado de Bienestar, sean pensiones
públicas u otras, por no sostenibles y negativas para el crecimiento, Vargas
Llosa exhibe la misma doctrina de Hayek y su Camino de servidumbre sobre la que
Thatcher decía “esto es en lo que creemos”. Suma su habilidad de publicista de
calidad a la causa, pero es por pura ideología. En este libro, si se despoja al
Nobel de sus cualidades literarias, ¿qué queda? Queda un simple fundamentalista
del mercado, como tantos. Un laureado escritor al servicio de la doctrina
social más dura e inmoral. Artillería para atacar sistemas públicos como el de
las pensiones, en peligro.
Tiene una gran ventaja: publica su libro doctrinario en un
país en el que la socialdemocracia no tiene quien le escriba. Como señala su
biógrafo Robert Skidelsky, Keynes venció a Hayek en dos momentos clave, en la
Gran Depresión de los años treinta y en la última Gran Recesión: 2-0. Pero lo
importante hoy no es el keynesianismo victorioso del pasado, lo que se espera
es un nuevo keynesianismo que renueve el consenso socialdemócrata. Por lo que
he visto estos días en una de esas típicas conferencias políticas del PSOE, por
ahí, poca esperanza. Si las respuestas no llegan, las viejas tribus volverán a
ocupar el territorio. De momento, Vargas Llosa saca de paseo a la suya.
Nota.-"Según Vargas Llosa ese “fondo torcido y retorcido” que hace que los
varones produzcan literatura en la que la humillación y violencia sobre
las mujeres es convertida en obra de arte, es inherente y característico
de lo humano. De lo humano masculino, obviamente; y por lo mismo
deberíamos asumir que soportarlo, aceptarlo, y quizá hasta gozarlo,
debiera ser inherente a lo humano femenino, ya que según él, comprender
ese “fondo torcido” nos permite “comprender la vida de manera más
profunda y vivirla en su plenitud”. Vargas Llosa, como otros tantos
genios machunos, cree firmemente que la superioridad jerárquica de los
varones es un rasgo natural de la especie. La violencia, la rabia y el
deseo de dominación serían esos “fondos malditos que llevamos dentro”
que necesitarían imperiosamente salir a la luz de una o u otra manera
y, ¡que mejor manera que la cultura! No queda claro si las mujeres
también tenemos esos “fondos malditos” dentro (Vargas Llosa, como todos
los machunos no ha salido del paradigma de lo universal masculino, y
escribe solo para ellos)," VER EN ... http://blogs.publico.es/dominiopublico/25374/la-amenaza-feminista-segun-vargas-llosa/
Represión contra la mujer Antes muertas que esclavas: las mujeres, a la vanguardia de la lucha campesina en Galicia
El caciquismo se cebó con las sublevadas contra la subida arbitraria de impuestos y alimentos. Muchas lo pagaron con su vida
Henrique Mariño
- ¿Será usted alguna de las mujeres de las que
mataron en Osera, Nebra o Sofán?
- No, señor, no —me respondió—. ¡Yo he muerto de tristeza!
Después advertí que en los huesos de la cadera no tenía en
un agujero de bala.
Una tristeza tan honda como los restos del hombre putrefacto
al que llora, en el reverso de la lápida, la enamorada de Castelao, quien
homenajeó a las campesinas acribilladas por el caciquismo no sólo en Un ollo de
vidro (Galaxia), sino también en el álbum Nós y en las portadas del diario
Galicia. Antes del Roto, estaba él. Y antes, Daumier, y antes, Goya.
Simplicísimo: el trazo negro de un ciprés basta para ilustrar el drama.
Un dibujo austero cuya leyenda anticipa la segadora de la
guerra civil, la podadora —por si algo quedaba— del franquismo: Un padrenuestro
pola alma dos que morreron en Osera, Nebra, Sofán e Sobredo e polos que
morrerán aínda. Un verbo suave: morir. Por las que depurarán, por las que
liquidarán, por las que matarán, por las que ejecutarán, por las que
asesinarán… Todavía.Principios del siglo pasado. Restauración borbónica, un
régimen en decadencia. “Yo digo que los caciques no son representantes del
Gobierno; el Gobierno es el representante de los caciques”, reza el pie de otra
viñeta del autor de Sempre en Galiza que estampa el sistema que explotaba a las
labradoras: Gobierno central, capataz autonómico, látigo local.
En femenino, pues a sus padres, hermanos, maridos o hijos se
los había llevado la emigración. Ellas, apenas sin escuela, se quedaron al
frente de la casa, que simboliza —más allá de las cuatro paredes— las tierras,
las bestias, los hijos, el sudor de la frente. “Una unidad económica gestionada
por las mujeres”, concreta el historiador Xosé Ramón Ermida, una de las firmas de
Rebeldía galega contra a inxustiza (Sermos Galiza).
La Restauración no sólo alude a la monarquía de Alfonso
XIII, sino también a un régimen feudal, propio de un tiempo pasado. Un poder
arbitrario que subía los impuestos a su antojo y ahogaba aún más a las
familias, necesitadas de alimento. El horizonte de los varones era América. El
de las hembras, el estómago de sus hijos. “Se quedaron solas a cargo de la
familia y de la explotación familiar”, escribe Lucía Veciño en el citado libro,
que se presenta hoy en la Escola Oficial de Idiomas de Ferrol.
La especialista en historia de género contemporánea esboza
el papel de las mujeres en las revueltas agrarias de la primera mitad del siglo
XX, ejemplo de resistencia donde ellas fueron las protagonistas. La autora
reniega que fuesen simplemente escudos humanos. Claro que iban delante para
evitar que la Guardia Civil descerrajase sus máuseres sobre los rebeldes —como
ocurriría décadas después en As Encrobas—, si bien hay otro motivo de peso que
no debe ser ignorado: eran la vanguardia de la lucha.
“Teniendo en cuenta que siempre fueron las encargadas de
cubrir las necesidades familiares, no es de extrañar, por lo tanto, que fuesen
ellas quienes liderasen este tipo de conflictos. De esta manera, nos
encontramos con dos ejemplos muy dispares en el tiempo, pero con un mismo
objetivo: Barallobre y O Saviñao”, relata Veciño en la primera entrega De Nós.
Monografías con perspectiva galega, la nueva colección con afán divulgativo de
la editorial Sermos Galiza.
También rechaza que las revueltas agrarias protagonizadas
por mujeres entre 1909 y 1922, que se saldaron con diecisiete muertos y casi un
centenar de heridos por disparos, fuesen meros motines de subsistencia. La
historiografía relata la escasez de productos básicos —Galicia, granero de la
Gran Guerra— y la subida de precios debido a la especulación de las élites. Sin
embargo, “los conflictos no se producían tanto cuando la gente estaba
hambrienta, como cuando pensaban que otros las estaban privando injustamente de
alimentos a los que tenían derecho”.
Rebeldía galega contra a inxustiza
le quita la venda a las víctimas de las masacres de Oseira, Nebra,
Trasancos, Sofán, Sobredo y Salcedo, aunque esta última fue un anticipo.
En 1894, la parroquia pontevedresa —que sería pasto de la represión del
36— se alzó contra los agentes recaudadores tras el intento de
embargarle a una familia una vaca y un pote para saldar una deuda de
sesenta pesetas por el impago de dos cédulas.
“Los cobradores cometían toda clase de tropelías y desmanes”, escribe el historiador Xosé Álvarez,
por lo que los paisanos decidieron darles un escarmiento. Durante el
tumulto contra el arriendo, la Guardia Civil mató a tres vecinos.
Manuela Couso recibió un balazo cuando sostenía a un niño en el regazo.
El disparo fue realizado por la espalda. Estaba embarazada de siete
meses. Su hermana María recibió un tiro en la cara. Su hermana Benita,
un culatazo en la cabeza. Su padre la perdió cuando vio correr la sangre
de sus hijas.
También trasciende el marco temporal el conflicto de O Saviñao, municipio que en 1947 alumbraría al dirigente socialista Ceferino Díaz,
quien mantuvo viva hasta su muerte la llama del galleguismo en el
candil del PSdeG. El diputado de Escairón tenía sólo un año cuando las
mujeres del pueblo lucense convocaron una concentración para protestar
por el expolio del grano que habían cultivado con sus manos. La cosecha
había sido mala en la provincia, excepto en las tierras altas, lo que
atrajo a la Jefatura de Abastecimientos.
Sin embargo, el centeno estaba siendo
destinado al estraperlo, por lo que las mujeres de la localidad se
plantaron frente al consistorio y evitaron la partida de un camión. Al
día siguiente, el molinero regresó acompañado de catorce guardias
civiles, quienes cargaron contra ellas. No hubo víctimas mortales, pero
se quedaron sin grano. El ejemplo ilustra el atraso del país, apunta
Veciño: “Pese a que tuvo lugar a mediados del siglo XX, podría
encuadrarse en el contexto político y social del Antiguo Régimen o de la
Galicia decimonónica”.
La historiadora señala que la
desigualdad de género ya se retorcía en la cuna: las niñas cuidaban de
los más pequeños y colaboraban en las tareas del hogar, por lo que iban a
la escuela con poca frecuencia y abandonaban antes las aulas. Esa menor
formación provocaba que sólo ellos hiciesen las Américas, mientras que
ellas se quedaban a cargo de la explotación familiar y la prole. “Su
proyecto de vida eran casarse con un hombre que la hiciese madre de
muchos niños y ama de casa, a no ser que viviesen en la casa de la
suegra, donde por regla general pasarían muchos años como criadas”,
escribe Vecino.
Todo ello explica que fuesen las
mujeres quienes estuviesen en primera línea, encabezando las protestas y
no al rebufo de los hombres, aunque el movimiento agrarista se nutriría
de cuadros e intelectuales varones. O sea, de quienes salen en la foto.
Sin embargo, la lista de víctimas mortales refleja que ellas eran
predominantes en la lucha.
Agrarios de Páramos, en la cárcel de Tui. / EL AGRARIO
En Nebra, parroquia de Porto do Son,
las movilizaciones contra el impuesto de consumos se llevaron por
delante en 1916 —mejor dicho, las balas de los uniformados se llevaron
por delante— a Francisca Carou, a Generosa Vidal, a Ramona Suárez y a
Rosa Cadorniga. A la primera, antes de expirar, le amputaron las dos
piernas. A la segunda, sólo una. Portaban hoces, guadañas y palos, pero
no se registraron víctimas entre los victimarios. Lo cuenta Eliseo Fernández.
En Trasancos, las tripas comenzaron a
rugir contra los acaparadores de harina. “El hartazgo contra la opresión
y el abuso —contra la injusticia— cuajó de forma masiva y tumultuosa
contra los que sin escrúpulos negociaban con el hambre de los pobres,
provocando no sólo escasez en el mercado interno, sino también aumentos
de precios que las subidas salariales en la industria no cubrían,
desatándose una espiral inflacionista mortal para la clase trabajadora”,
expone el filólogo y exdiputado del BNG Francisco Rodríguez.
Marzo de 1918. Las protagonistas, en
este caso, son obreras de la fábrica textil de Xuvia, en el Concello de
Neda. Cuando protestan contra los comerciantes que se enriquecen con la
harina y el pan, son acalladas por hombres armados a sueldo de los
especuladores. Xosefa Noval y Rosa Tenreiro resultan gravemente heridas,
si bien la sangre vertida espolea a las mujeres de la comarca, quienes
cortan las carreteras de acceso a Ferrol. “Aunque caigamos muertas, el
tren no sale de aquí”, responden a la Guardia Civil cuando asaltan un
tren en Maniños.
Una turbamulta vocifera ante la
Alcaldía: “¡Tenemos hambre! ¡Abajo los acaparadores!”. Intentan tomar
comercios y almacenes. Silban las balas. Hinca la rodilla el adolescente
Valentín Dapena. El suelo le queda más cerca a Juan Torres, quien nunca
cumplirá trece años. La policía y el Ejército controla las calles, por
las que discurre una manifestación de cuatro mil mujeres. O un cortejo
fúnebre, pues su destino es el cementerio. Otra marcha, nutrida de
obreros —como el pequeño gran hombre Valentín, diecisiete, obrero en el
arsenal— discurre en paralelo.
Las modistas se solidarizan con la
causa, que es una causa muerta, una sublevación cegada por la pólvora,
una revolución acribillada desde arriba. Las campesinas bloquean la
entrada de alimentos —como otras evitarían, en otras geografías, que se
los llevasen: el pan suyo de cada día sí, cada día tampoco— y exigen que
bajen los precios. Séptimo día en pie de guerra y el grito “¡Mueran los
acaparadores!” en la feria de Sedes, municipio de Narón. Los máuseres
vuelven a calentarse: quizás hubo cinco muertos, tal vez siete, porque
los partes oficiales eluden el recuento. “El cráneo completamente
destrozado”, describe La Voz de Galicia.
Mercado en Carballo. / ARCHIVO XAN FRAGA
Dos mujeres ingresan gravemente heridas
en el hospital —las Marías, Fernández y González, quien moriría poco
después—, mientras que trescientas compañeras se tumban sobre las vías
para detener el tren mixto que había salido de la capital y apoderarse
del polvo que luego es pan. También es una mujer quien lidera el Motín da Fariña
en Barallobre, parroquia de Fene. Pasarían muchos años hasta que el
término cobrase otro significado. Entonces, mandaba la heroína: Aurelia Pedreira, abanderada de la también llamada Guerra das Mulleres, “ejemplo de decisión, autogestión y organización”, según Veciño.
Declarado el estado de sitio, la
protesta se va apagando, sin que se depuren responsabilidades por los
asesinatos de ciudadanos desarmados. Francisco Rodríguez denuncia el
silencio de la prensa y, peor aún, su alineamiento con el sistema. Los
periódicos, por ejemplo, atribuyen las revueltas a la “influencia
insana”, pues “nuestros campesinos, de suyo prudentes”, no harían tal
cosa “como no se les induzca [...], exacerbando su enojo ante
circunstancias críticas no imputables a nadie”. O sea, que los labriegos
gallegos eran unos pánfilos y los propios alimentos especulaban con su
precio.
“El proceso de consolidación del
Antiguo Régimen no fue un proceso pacífico, sino que mereció una
contestación importante de la sociedad, reflejada en la represión, algo
que rompe con la falsa idea de la Galicia sumisa”, declara a Público
Xosé Ramón Ermida. “Y las protagonistas de los levantamientos populares
en el rural fueron las mujeres, no sólo como participantes en los
conflictos, sino como dirigentes destacadas”.
Sin embargo, al autor del ensayo Mortos por amor á Terra
(Sermos Galiza) no deja de sorprenderle que sus razones y sus mártires
cayesen en el olvido: “Precisamente, que no quedase fijado en la memoria
popular ni mereciese mayor atención por parte de la historiografía
demuestra el efecto que tuvo la represión franquista”. Luego, ya en
democracia, se sacudió el manto de silencio que cubría a las caídas en
la guerra civil y en el maquis, si bien ellas permanecieron amordazadas
en un sustrato inferior. Ahora, varios historiadores las devuelven a la
superficie, donde aflora su lucha volcánica.
Para ello, Rodríguez debió bucear en
busca del origen de aquella “amnesia” hasta llegar al fondo de la
desmemoria: el castigo “fue mudando en autocensura social, derivada de
un miedo enquistado con motivo de la continuidad de los poderes que
provocaron la represión y lograron mantenerla a lo largo del tiempo”. En
el caso de Ferrol, añade, la presencia militar era “asfixiante” y el
movimiento obrero y campesino estaba “en expansión”, por lo que
prevaleció la historia oficial escrita desde Madrid, cuya prensa ya
había llegado tarde y mal, calificando las masacres de desórdenes
públicos y los asesinatos, de actos en defensa propia.
La falla macabra recorre Galicia y va
de Ferrolterra a Tui. La huelga contra los foros de 1922 desemboca en la
masacre de Sobredo, narrada por Xosé Manuel Suárez. Los tiros
durante una manifestación acaban con la vida de Cándida Rodríguez,
embarazada. El monumento en memoria de los mártires, erigido un año
después, sería dinamitado tras el golpe de Estado de 1936. Correrían la
misma suerte otras construcciones levantadas en memoria de los
asesinados a lo largo y ancho del país. “Lo primero que hicieron los
fascistas fue derribarlas, como también sucedió en Sobredo y Sedes”,
recuerda Ermida.
Permanecen en pie, sin embargo, los versos de Manuel María:
“Se levantó el pueblo encendido / en favor esperanzado. / ¡Pronto fue
perseguido / reprimido y masacrado!”. El poeta chairego rendía homenaje a
Josefa Bolón, María Caamaño, Carmen Veira y María Serrano, víctimas de
las balas y las bayonetas. Pudieron contarlo Carmen Queijeiro y Manuela
Rodríguez, encarceladas en 1919 junto a siete hombres por oponerse a la
construcción de un nuevo cementerio en Sofán, fértil parroquia de
Carballo.
A Nosa Terra las calificó como
ciudadanas “libres” que le plantaron cara al caciquismo, “rebeldes por
consciencia” ante la injusticia. El historiador carballés Xan Fraga
contextualiza la protesta: la gripe española deja un reguero de muerte
en 1918, contabilizándose 83 vecinos fallecidos en sólo un mes, muchos
de ellos niños. Tanto la Junta Local de Sanidad como la Provincial
deciden construir un nuevo camposanto en un lugar alejado e insalubre,
pero las familias se niegan a separar a sus difuntos y siguen enterrando
de noche a los suyos junto a la iglesia.
Cuatro niños llevan a hombros un
pequeño ataúd. La Guardia Civil quiere evitar el sepelio, mas las
mujeres se interponen. La versión oficial de la época señala que les
comienzan a tirar piedras a los uniformados, cuya respuesta es la
bayoneta calada y el disparo indiscriminado, que revientan el vientre de
María Caamaño, embarazada y madre de siete hijos. Las crónicas
trascienden la región y son publicadas en diarios madrileños como el ABC. Los agraristas y galleguistas de A Coruña se concentran en Sofán. El Ayuntamiento entorpece las muestras de repulsa.
El cura, en cambio, defiende su causa
—aparentemente religiosa—, matizada por Veciño. La iglesia no era sólo
un lugar de culto, sino también de reunión. “No puede negarse la
importancia que poseen como espacios de sociabilidad femenina, a falta
de otros alternativos. Para muchas mujeres, el hábito de acudir a misa
constituía la única salida del ámbito doméstico, por lo que el interés
no era tan devocional o benéfico-asistencial como lúdico”. O sea, no
eran unas beatas que se peleaban por unos nichos, sino contra una
injusticia que encarnaba otras muchas, aunque el ámbito de su lucha en
este caso fuese parroquial.
Fraga insiste en que la Primera Guerra Mundial
había desencadenado la especulación por parte de quienes detentaban el
poder. “En las clases populares, provocó una disminución extraordinaria
en su ya bajo nivel de vida, por la escasez de productos básicos y por
la subida vertiginosa de sus precios. Afectó sobre todo en el campo, con
el aumento de las rentas, pero también en las ciudades. En un contexto
internacional de guerra, de la influencia de la revolución soviética,
del auge de los movimientos sociales, obreros y agraristas, de gobiernos
corruptos tanto liberales como conservadores, de un sistema electoral
fraudulento, los conflictos estallaban por muy pequeña que fuera la
chispa”.
Taller de telares de la fábrica de Xuvia. / SERMOS GALIZA
En este caso, el traslado del
cementerio a un terreno apartado, lleno de tojos, a monte. Antes como
ahora, había una razón oculta: la finca pertenecía a una familia de
caciques de Carballo, por lo que no hubo obstáculo alguno para que las
autoridades provinciales y locales determinasen que el lugar era apto
para sepelios. “Las protestas populares que a veces parece que se dan
por razones atávicas, incluso nimias, responden a la concepción moral de
la multitud que ante algún hecho puntual saca toda su rabia acumulada
ante tanta opresión, ante tanta violencia institucionalizada”, concluye
Fraga.
La imposición de un cura no deseado
también generó protestas en Vicente de Toldaos, parroquia de Láncara. En
1912 mataron a una y encarcelaron a otras. “La Guardia Civil, ni torpe
ni perezosa, disparó sus mortíferas armas contra los amotinados,
cubriéndose el campo de numerosos heridos y de una mujer muerta”,
informaba la revista Suevia desde La Habana. Dos años antes, un
motín de consumos en Noia se había saldado con dos asesinados y ocho
heridos por los “máuseres fatídicos”. El escenario: una manifestación
pacífica en la que participaron tres mil personas.
El adjetivo sale de la garganta del abogado agrarista Juan Amoedo
durante una conferencia en el Ateneo de Vigo sobre los sucesos de
Sobredo. Además de Castelao, también le dedican unas palabras a las
mártires Ramón Cabanillas, Casares Quiroga, Basilio Álvarez y la
prensa gallega en la emigración. La Federación de Sociedades Obreras
convoca en Santiago una Magna Asamblea Regional: “Los fusilamientos
claman justicia desde sus sepulcros; los huérfanos, en el mayor
desamparo, claman venganza. No podemos desoír sus llantos y sollozos sin
traicionar nuestros sentimientos. Exijamos que el Gobierno haga pronta y
severa justicia; queremos que queden en libertad esos malhadados
campesinos procesados por el enorme delito de oponerse a las
malversaciones del caciquismo”.
Recupera la diatriba en solidaridad con las víctimas de Nebra el historiador coruñés Antón Capelán, cuyo artículo panorámico en Rebeldía galega contra a inxustiza
recoge el sentir de la intelectualidad de la época: “El pueblo gallego
no puede consentir, sin baldón, que se dejen en la impunidad esos
crímenes que cometen los tiranos del pueblo; no puede consentirlo porque
si la justicia de arriba no viene, surgirá la de abajo, para que
tiemblen esos seres venales que comercian, como negreros despiadados,
con el sufrido, con el resignado pueblo gallego”.
Ermida subraya la “altísima presencia”
de mujeres en los mítines agraristas y, sobre todo, en los conflictos.
En el de Oseira, motivado por la decisión del obispo de Ourense de
retirar el baldaquino del monasterio, fueron tiroteadas Manuela
González, embarazada de varios meses, y María Paz Fernández, de
apenas catorce años. Tiempo después, fallecería una tercera por heridas
de bala. Iban al frente de una manifestación que pretendía evitar que
desmontasen el conjunto del altar mayor. “En el libro se significan las
protestas sociales con final trágico, que no son más que el síntoma del
estado de movilización que se daba en Galicia, liderado en el rural por
las mujeres”, sentencia el historiador.
“Ha llegado la hora de nuestro
despertar”, se escuchó aquel 19 de noviembre de 1916 en el Teatro
Principal de Santiago. “El máuser no hará callar nuestros labios, porque
la razón está de nuestra parte, y es el arma más formidable que podemos
esgrimir”. Desarmadas iban Manuela Couso, Francisca Carou, Generosa
Vidal, Ramona Suárez, Rosa Cadorniga, María González, Cándida Rodríguez,
Josefa Bolón, María Caamaño, Carmen Veira, María Serrano, Manuela
González y la niña María Paz Fernández, a quien ni le dejaron ser mujer.
1972 .- Documental homenaxe ás mulleres do 72, na que supón a primeira concesión
colectiva do Galardón do Día Internacional das Mulleres do Concello de
Ferrol, que recolle as historias de vida de mulleres que participaron
nos históricos e tráxicos episodios de loita pola