Wokismo: delirios ideológicos y conflictos importados
1 septiembre, 2023
Silvio Salas
«(…) nadie merece derechos especiales, protecciones o
privilegios sobre la base de su excentricidad.»
Camille Paglia
Introducirnos al wokismo exige comprender el contexto histórico que ha propiciado su aparición. El autor se remonta a sus orígenes y rastrea su recorrido para mostrar que, detrás de su exhibicionismo moral, se halla un proyecto político formulado para disgregar la sociedad.
El wokismo emana de los Estados dominantes, las talasocracias
mercantiles y liberales: Estados Unidos principalmente, aunque también es un
fenómeno propio en los demás países desarrollados del mundo anglosajón (Canadá,
Reino Unido, Australia…). En particular de sus centros académicos y, más
específicamente, de figuras como Judith Butler (autora fundacional de la teoría
queer), Peggy McIntosh (popularizadora de la hipótesis del «privilegio blanco»)
o Kimberlé Crenshaw (creadora del concepto «interseccionalidad»). Y aunque haya
sido caracterizado como una ideología de subordinación en la medida que está
siendo introducido en otras sociedades políticas, lo cierto es que es impulsado
con mayor fuerza puertas adentro.
El wokismo ataca toda noción de frontera; bien sea la que
separa biológicamente al hombre de la mujer (negación de las diferencias
sexuales), lo público de lo privado (a la manera de la proclama feminista «lo
personal es político») y, en sentido más concreto, a unas naciones de otras
(cosmopolitismo globalista). En suma, busca establecer la primacía de un
individuo aislado, un «sujeto hidropónico» [Alicia Melchor] con raíces débiles
y suspendidas en el aire, que no deba nada a la naturaleza y posea la capacidad
de «autoengendramiento» [Alain de Benoist].
Se impone a través del método de la censura o cancelación
(cancel culture). Cancelar el pasado, la tradición, los vínculos sociales… Todo
con un sentido aparentemente reivindicativo (por ejemplo, derribar una estatua
porque al personaje histórico se le atribuyen actitudes racistas, o reescribir
una novela para así contener elementos sexistas que puedan ser hirientes para
la sensibilidad del lector). Más allá de la reivindicación nominal, su
intención es disociar al hombre de toda cultura moral orgánica y natural.
Sacarlo de su ser histórico. Un barbarismo ilustrado, si cabe la contradicción,
pues su cuerpo militar se encuentra en Oxford, Harvard y Berkley.
Es el ideario perfecto para una época en la que, como
escribió Theodore Dalrymple, parecer bueno es más importante que hacer el bien.
Por eso halla su expresión en el «alardeo moral» o «postureo ético»
(virtue-signalling): una solidaridad irreflexiva y cuasi automática, mezclada
con preocupación impostada, por cualquier causa buenista que domina la agenda
noticiosa. Y esa agenda de «causas actuales» puede ser cualquier cosa: el viral
Kony 2012, la movida Welcome Refugees, el #StandWithUkraine, etcétera.
Etimología y significado político
El término woke («despertó») ha tenido un largo periplo
desde las luchas en favor de los derechos civiles hasta el actual activismo
hashtag. Por lo que, de remontarnos al origen de la expresión, debemos
mencionar el discurso titulado Remaining Awake Through a Great Revolution: ante
el Oberlin College, el reverendo Martin Luther King instó a sus seguidores a
«permanecer despiertos» (stay awake) durante la gran revolución social que
estaba «barriendo el viejo orden colonial».
Más recientemente, en el año 2008, la expresión fue retomada
por la cantante de neo-soul Erykha Badu en el coro de su canción Master
Teacher. Y luego, en el año 2012, en un tuit que dedicó a la banda rusa Pussy
Riot tras la detención de sus miembros. Badu, echando mano de su inglés afroestadounidense
vernáculo (un dialecto social conocido coloquialmente como «ebónico»), cambió
la palabra awake por woke. Su renovado stay woke adquirió gran relevancia en
2014, con las protestas por la muerte del joven negro Michael Brown a causa de
los disparos de un policía en la ciudad de Ferguson, en el estado de Misuri.
La diferencia entre las versiones de King y Badu no se
reducen a la conjugación (stay woke es una incorrección gramatical). El mensaje
del doctor King tenía que ver con trascender las aspiraciones individuales y
desarrollar una perspectiva mental que estuviera a la altura de las
circunstancias históricas, porque, como decía, «estamos atrapados en una red
inescapable de mutualidad» (ergo, tenemos un «destino común»). Para Badu, en
cambio, «lo despierto» se aplica a muchas facetas de la vida y no es algo
explícitamente político. «Se trata de ser consciente, de estar alineado con la
naturaleza», dijo al respecto de su aporte lexicográfico, y de forma un tanto
divagante, en el canal de televisión MSNBC. Y apostilló: «al estar alineado con
la naturaleza, serás consciente de lo que pasa con tu salud, en tus relaciones,
en tu casa, en tu coche…».
Así pues, más que ante una etiqueta política, estamos ante
un llamado: permanecer alertas frente a los cambios sociales, no ser
indiferentes a las injusticias (sobre todo aquellas dirigidas a las minorías,
pues se ha trascendido el componente racial). Incluso en el pico de las
protestas Black Lives Matter y grupos afines, pocos activistas se presentaban a
sí mismos como woke. Hoy virtualmente ninguno lo hace.
Entonces, ¿quiénes son los wokes?
No está clara la relación de la nueva izquierda indefinida
de matriz anglosajona con su hijo natural: el woke. Parece que prefiere
mantenerlo en la discreción de lo implícito, o peor aún, negar rotundamente su
vinculación con él. Ya sea porque ser abierta al respecto mancilla su imagen
pública, y con ella su credibilidad; o porque, al puro estilo de las ideologías
de control social, sirve mejor a sus propósitos si mantiene su verdadera imagen
en un segundo plano.
El wokismo ha llegado a ser uno de esos significantes
enemigos que se vuelven útiles porque describen un fenómeno político relevante
y con ciertas características novedosas, al margen del número de quienes lo
enarbolan como seña de identidad. Por ejemplo, el neoliberalismo no es una mera
ficción, aunque el nobel Vargas Llosa asegure, intentando parecer ingenioso,
que nunca ha conocido a un neoliberal. Como reza el tópico baudeleriano, «el
mayor truco del diablo es hacernos creer que no existe».
En los entornos de las redes sociales, el woke tiene su
contraparte en el based (basado). Basado es aquel que resulta transgresor en
tiempos de moralina, aquel que desafía el totalitarismo blando de lo
políticamente correcto. Tiende a relacionarse con cierta derecha iliberal, pero
también incluye a la izquierda de viejo cuño. Pueden ser considerados «basados»
tanto Diego Fusaro –por defender las soberanías nacionales frente al
globalismo– como Michel Houellebecq –por advertir contra los efectos de la
islamización de Francia–.
Para los defensores de la «basadez», lo woke da grima
(cringe). El clivaje woke-based es, sobre todo, muy propio de Twitter, donde
hasta autoproclamados nacionalistas de los más diversos países hacen uso de
neologismos internáuticos de inequívoco sello estadounidense. Lo que vemos aquí
es que la guerra cultural estadounidense se traslada al resto del mundo,
multiplicando su alcance en forma de memes y cacaposteo.
Palabras que pierden valor y sentido
La noción política de «despertar» aparece, como se ha visto,
con un uso bastante legítimo. Transcurrido el tiempo, sin embargo, ha
degenerado considerablemente. Ya no remite a la consecución de derechos
elementales, sino a un identitarismo fanático. Black Lives Matter, que según el
Centro Pew llegó a contar el apoyo de casi tres cuartas partes de los
estadounidenses tras la muerte de George Floyd, hoy posee apenas un cincuenta
por ciento de valoración favorable. Las olas de vandalismo y saqueos desatadas
en su nombre causaron dos mil millones de dólares en daños solo en 2020, y han
minado seriamente la imagen de la que gozaba.
El movimiento Black Lives Matter hacía un llamado a «estar
despiertos» ante esa lacra que afectaría a los afroamericanos: los prejuicios
raciales, que serían la causa de los encuentros fatales entre policías y
civiles negros desarmados. No obstante, este planteamiento ha sido rechazado,
entre otros estudios, por las publicaciones de la abogada Heather Mac Donald,
quien en su testimonio ante el Congreso de Estados Unidos en 2019 ofreció datos
que respaldan este otro planteamiento: el verdadero riesgo para las personas
negras no es la brutalidad policial, sino el crimen de negros contra negros
(black on black crime), a la vista del casi centenar de heridos de bala que en
una ciudad como Chicago se pueden registrar en un fin de semana.
Nueva Izquierda y guerra fría cultural
Como antecedente directo del wokismo no se puede perder de
vista la «oposición controlada», aupada en Occidente en el marco de la Guerra
Fría, que condujo a la configuración de una «izquierda» que aceptaba el mercado
en el plano económico y se alineaba a los intereses atlantistas en el plano
geopolítico.
La estrategia para combatir el comunismo soviético por parte
de Estados Unidos no solamente se sirvió, como es obvio, de medios militares,
políticos y financieros. También lo hizo de una gran ofensiva cultural e
ideológica. El primer gran esfuerzo en esa dirección se puso en marcha en la
era Truman con la denominada «Campaña por la Verdad» (Campaign for Truth) que,
en palabras del presidente demócrata, consistía en responder dondequiera que se
difundiera «la propaganda comunista» con «información honesta sobre la libertad
y la democracia». El ariete encubierto de esta iniciativa fue el Proyecto Troya
(Project Troy), una operación que contó con figuras de la talla del físico
Edward Mills Purcell, y que cimentó una buena relación entre la naciente CIA y
universidades como el MIT y Harvard. Su fin primordial era magnificar el
impacto en el bloque del Este de Voz de América (VoA), el más grande órgano de
radiodifusión financiado por el Gobierno estadounidense.
Nadie entendería mejor la importancia del poder blando en el
choque bipolar que el sucesor de Truman, el general Dwight Eisenhower. Para
«Ike» vencer a la URSS no consistía meramente en «conquistar territorio» o
«sojuzgar por la fuerza». La guerra militar era secundaria frente a la «guerra
psicológica», a la que definía como una «disputa por las mentes y las
voluntades de los hombres».
En esa peculiar guerra fría ideológico-cultural dentro de la
Guerra Fría, el combate contra el realismo socialista se realizó mediante la
promoción del expresionismo abstracto en las artes pictóricas y la atonalidad
en la música. Incluyó, asimismo, otras manifestaciones y corrientes
artístico-culturales. Entes subsidiarios de la CIA y el Departamento de Estado
financiaron desde exposiciones de Jackson Pollock hasta giras de Louis
Armstrong y Benny Goodman (al respecto de esto existe extensa bibliografía, y algunos
de los autores que mejor lo han tratado son Frances Stonor Saunders y Gabriel
Rockhill).
En el año de 1951 se establece formalmente el que quizá sea
el órgano más importante de la cruzada cultural de Washington: el Congreso por
la Libertad de la Cultura (CCF, por sus siglas en inglés). El CCF fue
extraordinariamente hábil en reclutar a la intelligentsia izquierdista
desafecta con la URSS, en particular a la bujarinista-trotskista. «Denme cien
millones de dólares y mil personas dedicadas, y yo les garantizaré una ola tan
grande de agitación democrática entre las masas del imperio de Stalin que todos
sus problemas por un largo tiempo serán internos», fue la promesa de su
fundador Sidney Hook.
El CCF y otras organizaciones fachadas mantuvieron a flote
revistas de la izquierda anti-estalinista estadounidense como The New Leader,
Encounter y Partisan Review, subsidiándolas cuando sus bajas suscripciones las
habían hecho económicamente inviables.
En el ámbito hispánico destacó la publicación Cuadernos del
Congreso por la Libertad de la Cultura. Editada, entre otros, por Luis
Araquistaín (quien había sido ideólogo de Largo Caballero), se trataba de un
espacio que reunía a intelectuales que habían renegado del marxismo con
anticomunistas de toda la vida, como Jorge Luis Borges. Sus artículos exaltaban
los valores liberales y el rol de Estados Unidos en el mundo.
Entre los nombres señeros que recibieron directa o
indirectamente fondos de la inteligencia estadounidense están la feminista
Gloria Steinem y el gurú de las drogas psicodélicas Timothy Leary. La Nueva
Izquierda vendió trasgresión, ruptura y prestigio intelectual sin amenazar
demasiado al sistema capitalista. Su objetivo era la desregulación moral por
encima de cualquier otra cosa. No abandonó, a contrapelo de una visión muy
extendida, a los trabajadores en favor de las minorías. O al menos no
inicialmente. Según explica Paul Gottfried en La extraña muerte del marxismo,
desplazó su sujeto cliente a las clases medias que, tras la ebullición
contracultural de los años sesenta, empezaron a desechar sus viejos valores.
Sustrato angloprotestante
Podría decirse que la ideología woke no es una deriva
orgánica del protestantismo, pero sí se ha aprovechado de una serie de
condiciones que están presentes en él. Es decir, toma fuerza dentro del
contexto protestante sin ser su corolario inevitable. De hecho, no puede
omitirse el amplio apoyo gubernamental y corporativo que recibe el wokismo en
las sociedades protestantes.
Un rasgo evidente del wokismo es su supremacismo moral,
clave en la cultura protestante, que mira desdeñosa al «oscurantismo católico».
Donde esto se puede observar con mayor facilidad es en la vertiente evangélica
literalista, que propugna que cada quien puede interpretar la Biblia por su
propia cuenta, aun desprovisto de claves hermenéuticas. Por lo que, en la
cultura protestante, el individuo es garante de la fe y tiene una relación
directa con Dios, dado que no pasa por ninguna mediación. De igual manera, el
woke se basta a sí mismo –a su reivindicación como víctima o como oprimido–
para atribuirse la verdad.
El pueblo estadounidense, y el mundo protestante en general,
se siente elegido por la Providencia para llevar un mensaje de «libertad».
Dicho mensaje hoy se encarna en la ideología woke que, con el pretexto de
emancipar a la liga global de «oprimidos», convierte a todos los partidos de la
izquierda genérica en franquicias del Partido Demócrata y del poder blando
anglosajón.
El desmoronamiento de la arcadia feliz progresista
No es fácil reconciliar las aspiraciones de grupos tan
dispares como las mujeres, los inmigrantes y la denominada comunidad LGBT. La
interseccionalidad –más que una mera herramienta analítica– es el débil
pegamento que busca mantener unida a esta coalición, como imbricación de
opresiones y convergencia de desigualdades.
Más allá de cualquier esfuerzo aglutinador, es muy probable
que la ideología woke, al estar dirigida a un sujeto político múltiple y
fragmentario, acabe descendiendo y dando lugar a una guerra de particularismos,
a una guerra fundamentada en intereses particulares contrapuestos. De hecho, ya
presenta varias fracturas…
Se ha evidenciado una enconada enemistad entre grupos
feministas surgidos de la nueva izquierda: los colectivos queer y las radfems
se han enfrentado dialéctica e incluso físicamente en las marchas del 8M de
este año. De igual manera, recientemente se han producido conflictos entre
padres musulmanes y transactivistas a cuenta de la enseñanza de «ideología de
género» en escuelas de Canadá: ¿Qué reivindicación debe priorizarse, la de las
minorías religiosas o la de las minorías no heterosexuales?
La articulación política y electoral desde lo minoritario a
priori parece tener sentido en sociedades occidentales cada vez más diversas.
Ocurre, sin embargo, que muchas de las identidades woke, sean colectivas o
individuales, buscan un carácter particular, singular, minoritario… No se
construyen a partir de la percepción social, sino que emanan de la «cultura
nihilista de la autoidentificación ilimitada» [Rusell Reno]. No suman,
disgregan.
Es por ello que el imperio anglosajón contemporáneo es el
primer imperio en la historia que promueve lo que podríamos llamar una
anticultura, es decir, una cultura basada en la disgregación de los vínculos
sociales, en el desarraigo y en el puro presentismo del individuo. Se encuentra
en guerra consigo mismo, y arrastra a quienes adoptan sus modas ideológicas
junto con él.
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