domingo, 17 de septiembre de 2023

Ucrania: pozo negro de la corrupción .

Ucrania: pozo negro de la corrupción

EDUARDO LUQUE

Las finanzas de la guerra se asemejan a una estafa piramidal donde no solo los jerarcas ucranianos se enriquecen, sino también políticos y empresarios de EEUU y la UE

 Hace 153 años finalizaba la mayor carnicería de toda la historia en América Latina. La Guerra de la Triple Alianza [Brasil, Argentina, Uruguay] concluyó con la derrota del Paraguay más progresista de América y la pérdida de la mitad de su población. Prácticamente todos los varones sufrieron las consecuencias de esta matanza. El país se despobló puesto que sólo quedaron vivos adolescentes, ancianos, tullidos y mujeres.

 El régimen de Kiev está repitiendo ese escenario. Como se diría en argot, está “rebañando el barril”. El ex embajador de EEUU en Finlandia, Earle Mack, se ha permitido hacer unas predicciones: según él, Ucrania se acerca a una década de muerte y caos con más de 10 millones de personas que han abandonado el país y 5,5 millones de ucranianos que se han refugiado en Rusia. Ucrania, cuando acabe la guerra, será un Estado fallido o no existirá.

 La imagen del anciano de 71 años entrenando en los campamentos alemanes de la OTAN es una imagen potente. Revela las enormes carencias del Ejército ucraniano en el frente. Las estimaciones de las propias fuentes occidentales sitúan el número de muertos en torno a los 400.000, mientras que heridos y amputados podrían sobrepasar los tres millones.

 Solo en la fracasada contraofensiva han fallecido unos cuarenta mil ucranianos según fuentes de Kiev, 66.000 según fuentes rusas. Es una matanza sin sentido donde para preservar los caros “juguetes bélicos de Occidente” se envían hombres como “carne de cañón” para abrir el paso a través de los densos campos de minas. El dieciocho de julio pasado el propio comandante de las fuerzas terrestres del ejército de Ucrania, general Alexander Sirsk, reconocía en una entrevista a Europa Press que era “prácticamente imposible” lograr un éxito inmediato en la tan cacareada contraofensiva ucraniana. A pesar de las evidencias, la masacre continúa.

 Aunque la ofensiva carezca de viabilidad militar, poco importa, se ha seguir insistiendo. Están en juego enormes flujos de dinero occidental que va ineludiblemente a los bolsillos de las élites ucranianas y de los empresarios occidentales.

 Ucrania, según los estándares internacionales es el segundo estado más corrupto del mundo. Los grandes grupos de poder precisan de un relato que justifique el desvío de dinero público a sus arcas y que, además, convenza a la ciudadanía de la necesidad de sacrificar y privatizar los sistemas sanitarios, de pensiones o la educación por tal de enviar más y más armas a la hoguera ucraniana. Hay que derrotar a Rusia.

 A pesar de tanto sufrimiento, nada satisface a los oligarcas ucranianos, ni a Washington, ni a la UE. Es la guerra de Washington contra Rusia, librada en terreno de terceros. La ofensiva, como ya hemos dicho, es un fracaso. El costo en vidas humanas es inasumible. El ejército ucraniano de Zelenski está tomando medidas desesperadas para rellenar los agujeros en sus filas. Paulatinamente, se recurre a tropas peor entrenadas y motivadas. La movilización total que ahora se promueve recuerda el llamamiento de Hitler a las juventudes hitlerianas (chiquillos de catorce años que debían defender el búnker del Führer).

 La nueva movilización abarca todo lo que queda del espectro de edad, desde los 15 hasta los 60 años. Ucrania no tiene más recursos humanos y es por ello que considera aptos para el servicio hombres que deberían estar en el hospital, en la escuela o en su casa. La violencia en el reclutamiento, la detención de los varones en cualquier lugar y momento, es lo que todavía permite mantener el flujo de soldados hacia el frente.

 El gran negocio

 La guerra en Ucrania es un enorme robo donde todos, desde el propio Zelenski (que según la prensa estadounidense ha comprado otra lujosísima villa en un lugar exclusivo en el Mar Rojo) hasta los altos cargos del gobierno (algunos destituidos por múltiples casos de corrupción) están amasando enormes fortunas. A la llamada de este saqueo han acudido bancos y entidades financieras occidentales que han encontrado un nuevo nicho para su enriquecimiento.

 El periodista de investigación John Hermer ha señalado un hecho sumamente extraño: el Fondo Monetario Internacional ha prestado ciento quince mil millones de dólares al gobierno de Zelensky, suspendiendo al mismo tiempo las auditorías y requisitos de control habituales. Tampoco la UE o el Parlamento Europeo están controlando los flujos financieros de ayuda a Kiev. Periódicamente el Fondo para la Paz dependiente de la UE envía paquetes de ayuda financiera. Nadie ha dado cuenta de en qué se gasta el dinero de la UE.

 Al no existir controles parte o la totalidad de dinero ha acabado en cuentas de paraísos fiscales. El 31 de marzo de 2023 el FMI concedió otros 15.600 millones de dólares en el marco de un nuevo acuerdo de servicio ampliado del fondo para Ucrania al margen del apoyo total de 115.000 millones que fue aprobado con anterioridad. La propia institución financiera afirma que no realizará las inspecciones de supervisión “in situ” antes de finales del 2024 y sólo si “las condiciones lo permiten…”

 Los documentos del Fondo Monetario Internacional respecto a la deuda ucraniana son un conjunto de buenas intenciones. No se penalizará al ejecutivo de Kiev si las promesas no se cumplieran. Funcionarios de este organismo como la primera subdirectora gerente del Fondo Monetario, Gita Geopinath, admiten abiertamente que “los riesgos para el acuerdo del SAF son excepcionalmente altos”.

 En el propio Congreso de los EEUU, por otra parte, hay muy pocas voces que apoyen una auditoría de cuentas y que se cuestione realmente el destino del dinero de los contribuyentes. Es una obviedad decir que muchos de los representantes políticos deben sus campañas electorales a los grupos de poder interesados en mantener viva la crisis ucraniana.

 Las finanzas de la guerra en Ucrania se asemejan a un esquema Ponzi (una estafa piramidal) donde ni el Congreso de los EEUU, ni el Fondo Monetario Internacional ni la Unión Europea son capaces de señalar quién ha recibido el dinero. Tampoco les interesa. El sistema bancario ucraniano está en quiebra puesto que las tasas de interés de los créditos occidentales son del 25%. Pero además, para mantener la ficción económica y poder venderlos o privatizarlos, los activos del país son garantizados con más dinero del propio FMI, creando una situación fallida de “facto”.

 En palabras del periodista norteamericano, no es muy aventurado afirmar que los principales responsables de la toma de decisiones sobre ese dinero (Joe Biden, Jake Sullivan, Antony Blinken, Victoria "Fuck Europe" Nuland, Josep Borrell, Annalena Baerbock, Olaf Schulz, los altos funcionarios del FMI y otros agentes clave del imperio estadounidense) podrían estar entre los grandes beneficiarios de este latrocinio.

 Mientras se pueda mantener este negocio a corto plazo, la guerra tiene visos de mantenerse hasta el último ucraniano vivo.

 Unas elecciones difíciles

 La imagen del malvado autócrata es, evidentemente, la del presidente ruso Vladimir Putin. Su Estado no alcanza, supuestamente, los mínimos estándares que exigiría la “democracia occidental”. Los medios han hecho de ello uno de sus grandes argumentos. Poco importa que el segundo partido en importancia en la Duma sea el partido comunista ruso. En estos días se celebran elecciones locales y provinciales en toda Rusia, incluidas las zonas ocupadas y Crimea, mientras que Zelenski (al que se le acaba su mandato) manifiesta que no tiene intenciones de convocar elecciones presidenciales y exige que se le pague la astronómica cifra de 5.000 millones de dólares para organizarlas.

 La guerra de desgaste que ha impuesto EEUU contra Rusia necesita aún más carne. Biden mira por su reelección. La carrera comienza en noviembre. Necesita alguna noticia positiva del frente ucraniano. Sobre el escenario electoral se alzan, al igual que para Trump, nubes de tormenta. Los turbios negocios de la familia (se acusa a su hijo y al propio presidente de haber recibido más de 5 millones de dólares por sus negocios ilícitos en Ucrania) serán una losa en la campaña.

 Biden necesita desgastar a Rusia tanto como pueda para presentar algún tipo de ticket ganador. El Secretario de Estado Blinken, de visita en Kiev hace unos días, prometió mil millones y más material bélico. Para congraciarse con el funcionario norteamericano, miles de hombres fueron enviados a otra ofensiva fallida y pagaron un altísimo precio por esa futura ayuda.

 La caída en desgracia del anterior ministro de Defensa ucraniano Reznikov por un caso de corrupción, y su sustitución por otro personaje, Rustem Umerov, también investigado por la Justicia por un tema similar, revela que Zelensky descarga su responsabilidad en terceros. Washington no ha dado la orden aún para sustituir al presidente, pero las voces comienzan a alzarse.

 Las transnacionales norteamericanas (Dupont, BlackRock….) que han comprado gran parte del territorio ucraniano, ahora miran con ojos golosos a la propia Polonia. Ucrania, evidentemente, no ha aprendido nada de la tragedia de la Triple Alianza en el siglo XIX. Polonia tampoco parece haber aprendido nada de las lecciones de la II Guerra Mundial.

 En aquel tiempo, como ahora, su oligarquía se creía capaz de vencer al ejército alemán. Los medios de la época fantaseaban con derrotar a las divisiones Panzer y ocupar Berlín. La historia nos enseña cuál fue el resultado, pero nuevamente creen (hundida Alemania en una profunda recesión económica y política) que ha llegado el momento de convertirse en la gran potencia militar europea. Fantasea con crear un estado confederal que agruparía la actual Polonia, Ucrania y Lituania.

 Claramente la oligarquía polaca ha escogido los cañones en lugar de la mantequilla y está llevando al país al precipicio. La retórica belicista de los dirigentes en el gobierno, del partido Ley y Justicia (PiS), camina en esa dirección. En este momento Varsovia afronta una profunda crisis económica, que no le impide invertir, restringiendo los servicios sociales pero inflamando a la población de un belicismo extremo, más del 3,5% del PIB en armamento. Para el viceprimer ministro Jaroslaw Kaczyns esto no es suficiente puesto que espera gastar el 5% anual del PIB en los próximos cinco años.

 Los líderes del PiS quieren convertir a su ejército y a Polonia en una superpotencia militar en 2 años. Para ello se han cerrado tratos para comprar cientos de tanques, aviones y helicópteros, mientras espera crear un ejército que doble al actual y convertirse en el más poderoso de Europa (y los grandes fondos de inversión lo que esperan es que se estrellen). Nuevos conflictos se avecinan en el horizonte.

 https://www.elviejotopo.com/topoexpress/ucrania-pozo-negro-de-la-corrupcion/

miércoles, 13 de septiembre de 2023

El N.Y Times, defiende las bombas de racimo en Ucrania.

 

Las bombas de racimo y la moral

 En visita de propaganda de esta semana a Kiev, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, ha confirmado algo que Reuters había filtrado hace ya varios días: Estados Unidos enviará munición de uranio empobrecido a Ucrania para su uso en los tanques Abrams, cuya llegada al frente se acerca. Kiev dispondrá, para su uso en el frente, de esta más que polémica munición, que ha sido acusada de causar todo tipo de enfermedades y malformaciones en fetos en lugares como Iraq, donde ha sido utilizada por Estados Unidos y el Reino Unido, que también ha enviado proyectiles de uranio empobrecido a Ucrania. Curiosamente, poco se ha hablado de su uso hasta ahora. Es más, en su tuit anunciando el envío estadounidense, The Kyiv Independent se refería a “la primera vez que esa munición va a ser enviada al país”. La propaganda enalteciendo los resultados de su uso y el silencio general sobre el uranio empobrecido británico vuelve a hacer surgir la pregunta de si la enorme explosión que se produjo el pasado mes de mayo a causa de un ataque ruso en un almacén militar del oblast de Jmelnitsky contenía esa munición tal y como afirmó Rusia al comentar el ataque. En cualquier caso, el anuncio de Estados Unidos, unido a la inminente llegada de los tanques estadounidenses Abrams, ha hecho resurgir la idea de las armas milagrosas, una esperanza excesiva en que un tipo de equipamiento o munición vaya ser el punto de inflexión en el desarrollo de la batalla.

La tendencia que se observa en el frente, con ataques constantes y una defensa rusa que hasta ahora ha actuado con solvencia, no anima a pensar que un tipo de munición vaya a cambiar de forma decisiva el curso de la batalla, tal y como han demostrado ya los Leopard o los Challenger. La mayor cantidad o potencia del armamento causa mayor destrucción y posiblemente mayores bajas y obliga al oponente a reforzar sus defensas. En este caso, tras meses de preparación ante una ofensiva que Ucrania había anunciado ya desde el inicio de la planificación, las fortificaciones rusas han demostrado estar preparadas para soportar semanas de presión. Las tropas de Kiev, con su armamento y táctica estadounidense, han necesitado doce semanas para agujerear en un punto la primera línea de defensa rusa, un bagaje peligroso aunque escaso para una ofensiva que ha contado con enormes cantidades de armamento, financiación y horas de preparación.

Igualmente polémica, y prohibida por gran parte de los aliados de Ucrania que han participado en el envío de financiación y armamento para la actual ofensiva, es la anterior wunderwaffe entregada por Washington: las bombas de racimo. “Ahora, dos meses después de que Estados Unidos enviara un paquete inicial de munición a Ucrania, para garantizar que sus tropas no se queden sin munición, según afirmaron tres oficiales estadounidenses, la administración Biden está planeando enviar más y pronto”, afirma esta semana The New York Times en un artículo que pretende tratar los resultados del uso de este tipo de armamento en el frente. Utilizado ya el primer paquete de munición de racimo en las posiciones del frente, Ucrania precisa de su reposición.

El envío occidental de bombas de racimo debió haber causado una seria polémica, no en vano la convención que prohíbe su uso -que no han ratificado ni Ucrania, ni Rusia ni Estados Unidos, aunque sí gran parte de los países del planeta- se firmó en Ottawa, con Canadá como su principal país impulsor. Sin embargo, la guerra común contra Rusia y las dificultades que está sufriendo Ucrania para avanzar sobre las posiciones rusas han conseguido que cualquier medida quede justificada. En ese contexto, artículos como el de The New York Times, que incluyen una única opinión mínimamente escéptica sobre la efectividad de las bombas de racimo en el frente de Zaporozhie, no solo no tratan las consecuencias que la presencia de este tipo de armas causará en el futuro, sino que pueden leerse prácticamente como un reportaje en defensa de su uso.

En saco roto cayeron las advertencias de Hun Sen, cuyo país, Camboya, sufre aún las consecuencias de los bombardeos estadounidenses con este tipo de armas hace ya más de medio siglo. En la guerra contra Rusia, cualquier medida es analizada únicamente por su eficiencia contra el enemigo, no por las consecuencias que vaya a causar para la población civil. Es más, prácticamente toda mención a la población civil es precisamente para insistir en que no se está viendo afectada. Ese es uno de los argumentos del artículo publicado por The New York Times, profundamente legitimador del uso ucraniano -aunque no ruso- de las bombas de racimo. La lógica parte de tener en cuenta únicamente el momento actual y solo las bombas de racimo entregadas por Estados Unidos, que según las fuentes del artículo, han sido utilizadas únicamente contra las tropas rusas en la primera línea del frente y no contra la población civil. La intensidad de la batalla, la concentración de fuerzas y las inmensas dificultades de Ucrania, no para romper el frente, sino para llegar a la primera línea de defensa rusa, hacen creíble esa afirmación.

Sin embargo, incluso aceptando que la munición de racimo estadounidense no esté siendo utilizada contra la población civil, esa información es solo parcial. La República Popular de Donetsk ha mostrado evidencias del uso de munición de racimo, eso sí, de origen soviético, no occidental, contra la población civil, acusaciones ignoradas por la prensa occidental ahora y también en el pasado. El intento de The New York Times de presentar a Ucrania como una fuerza fiable y en cuya palabra se puede confiar olvida que el uso ucraniano de munición de racimo en zonas urbanas no solo se produce ahora, sino que su uso se remonta a los primeros meses del conflicto de Donbass, como el propio medio recogió en aquel momento. La falta de memoria a medio y largo plazo y el borrado general de todo lo referente a  Donbass hace convenientemente sencillo obviar esos detalles. En octubre de 2014, The New York Times informaba de las acusaciones de Human Rights Watch contra el uso de munición de racimo en zonas urbanas, uso que, según la organización, podía ser constitutivo de crímenes de guerra.

Además de esa cuestionable preocupación por la población civil, la justificación del envío de bombas de racimo a Ucrania cuenta con tres tesis principales. La primera es su eficiencia contra las tropas rusas. Y aunque el artículo menciona que no todos los comandantes son tan optimistas, el artículo basa este argumento en adjudicar a esta munición la captura de la localidad de Urozhainoe. “Son súper eficientes”, afirma un marine ucraniano que participó en dicha batalla. Eso sí, el medio matiza que la opinión más extendida entre los comandantes ucranianos es que “las bombas de racimo son utilizadas fundamentalmente en situaciones en las que la infantería enemiga está expuesta y son bastante inefectivas contra las posiciones fortificadas rusas -línea tras línea de trincheras y búnqueres-, que son el principal obstáculo de la contraofensiva”. En realidad, la batalla por Urozhainoe no puede ser la base de ninguna argumentación, ya que no forma parte de esa línea de defensa que Ucrania trata de romper. La ausencia de fortificaciones y el importante desgaste de las tropas que allí luchaban, por ejemplo, el batallón Vostok, cuyos soldados luchan desde 2014, forzaron la retirada en lugar de luchar hasta el último soldado por una posición que no es estratégica. Es representativo que esta batalla sea utilizada como ejemplo del uso y la eficiencia de las bombas de racimo.

El segundo argumento es el de la moral. Prácticamente desde el inicio de la intervención militar rusa, la idea de la baja moral de las tropas rusas se ha generalizado en los medios independientemente de la situación. Con la moral como razonamiento, The New York Times vuelve a citar al marine que participó en la batalla por Urozhainoe alegando que “cuando nuestros chicos ven cómo las usamos contra el enemigo, su moral sube”.

Mucho más importante es el tercer argumento: el de las enormes necesidades de munición de las Fuerzas Armadas de Ucrania, cuyo uso supera las capacidades de reposición de sus socios occidentales. La necesidad de luchar contra Rusia hasta el último ucraniano y el rechazo absoluto a buscar una salida negociada a la guerra implica el mantenimiento de una guerra cuya intensidad supera con creces cualquier conflicto en el que ha participado la OTAN en las últimas décadas. De ahí que sea preciso justificar y normalizar el uso de una munición prohibida en gran parte de los países aliados de Ucrania -que han aceptado ya sin excesivas quejas la realidad en la que se encuentran- y conocida precisamente por causar graves consecuencias para la población civil tanto durante el conflicto como en décadas posteriores.

Ese es el objetivo final del artículo publicado por The New York Times, que indica que “oficiales de Estados Unidos estiman que las fuerzas ucranianas han estado disparando hasta 8.000 rondas de munición al día, entre ellas centenares de bombas de racimo. En conjunto, eso podría llevar a que las bombas de racimo se conviertan en lo que George Barros, del Institute for the Study of War, un think-tank con base en Washington, predijo que puede convertirse en un «elemento permanente dentro del arsenal ucraniano»”.

Perfectamente normalizadas por la prensa de prestigio, que confía ciegamente en la garantía de que están siendo utilizadas únicamente contra las tropas rusas -aunque su eficiencia haya sido mayor en el caso de una batalla liderada por un batallón formado a partir de antiguos miembros de las tropas del Ministerio del Interior de Ucrania-, las bombas de racimo han llegado para quedarse. Atrás quedan los años en los que, al igual que las minas antipersona, que en esta guerra Ucrania ha difuminado indiscriminadamente por el centro urbano de Donetsk, la munición de racimo era condenada y se exigía su erradicación. La guerra contra Rusia lo justifica todo, también condenar el uso ruso de bombas de racimo mientras se defiende, a capa y espada, su uso ucraniano.

https://slavyangrad.es/2023/09/09/las-bombas-de-racimo-y-la-moral/#more-28100


domingo, 10 de septiembre de 2023

La demagogia de Zelensky .

 

Temporada de reproches

 @NSANZO 10/09/2023  

 

Con gran manejo de las formas y capacidad de adaptar la temática del discurso al público al que se dirige para dar la mayor efectividad al servicio de su discurso, las ruedas de prensa y actos públicos de Zelensky se han convertido en una atracción. Instalar el discurso ucraniano como único aceptable fue el objetivo de la comunicación ucraniana en los primeros meses de la guerra rusoucraniana, todo ello al servicio de una narrativa de una simplicidad absoluta: Ucrania necesita armas y más armas, dinero y más dinero. Toda la sofisticada estrategia de Ucrania gira alrededor de esa simple máxima, que ha impuesto con habilidad y prácticamente sin oposición. En esa pelea, en la que en realidad nunca ha querido o podido entrar, el Kremlin tuvo siempre la batalla perdida y ningún argumento sobre, por ejemplo, la guerra en Donbass durante ocho años antes de que las tropas rusas cruzaran la frontera ucraniana ha tenido ningún efecto para matizar el apoyo proucraniano de todo el establishment occidental.

Durante gran parte de la guerra rusoucraniana, el desarrollo de los acontecimientos ha creado unas condiciones favorables al discurso ucraniano. Cuando Rusia avanzaba rápidamente por el sur en las semanas iniciales, Ucrania no necesitó más que la épica de la defensa para conseguir lo que deseaba: el inicio de un flujo constante de financiación y armamento con el que hacer posible la lucha contra el invasor. En los meses en los que Ucrania recuperaba territorio, especialmente cuando preparaba las ofensivas de Járkov y Jersón, que fueron exitosas o que ni siquiera se produjeron ante la retirada rusa, la épica de la defensa se convirtió en la adrenalina de la victoria. Era la cresta de la ola que Kiev ha estirado durante los meses de preparación de una ofensiva que presentaba como potencialmente decisiva.

 La situación actual es mucho más compleja. Ucrania alega grandes progresos en el frente que no se corresponden con la realidad. Dar a Rabotino la definición de ciudad estratégica no va a cambiar la realidad: Ucrania alegó controlar el pueblo hace ya dos semanas, continúa sin control efectivo y sufriendo pérdidas, por lo que no ha conseguido hacer de él una cabeza de puente para hacer derrumbarse la línea de defensa rusa. Y anunciar diariamente grandes avances en la zona de Artyomovsk tampoco modifica la realidad de que Ucrania, que ya en mayo afirmó que la ciudad estaba prácticamente sitiada, no ha podido recuperar las posiciones que perdió en Bajmut.

 Sin la épica de la defensa y el entusiasmo de la victoria, Ucrania se encuentra ante la necesidad de explotar algo diferente. Las constantes referencias de Dmitro Kuleba, ministro de Asuntos Exteriores, a la proliferación de planes de paz, todos ellos inaceptables al no corresponderse al cien por cien a las propuestas de capitulación rusa de Zelensky, denota que Kiev se encuentra ante una temporada de preocupación. La ofensiva corre el riesgo de entrar en la fase de estancamiento, especialmente si las tropas rusas resisten los ataques de Ucrania, que se ha visto obligada a introducir a las brigadas reservadas para el avance profundo hacia Melitopol-Crimea, durante las próximas semanas, últimas en las que la climatología favorece las grandes operaciones en campo abierto.

 La dificultad ante la labor de romper las líneas de defensa rusas en el frente sur, preparadas durante los meses en los que las tropas rusas estaban comandadas por el ahora apartado general Surovikin, está causando un nerviosismo que se traduce en exigencias y reproches. Aunque inicialmente limitados, al menos públicamente, a mensajes en las redes sociales y artículos de prensa en los que mostrar sutilmente algunas críticas, las últimas horas parecen haber generalizado ese discurso, endureciéndolo notablemente. En uno de sus últimos tuits, el presidente Zelensky afirma que “Ucrania es más que un país luchando contra la agresión rusa. Es una elección personal moral sobre lo que verdaderamente tiene valor, en qué crees y cuáles son tus verdaderas prioridades. Esta es una base moral que trasciende fronteras. Tiene que ser humanista. Tiene que prevalecer”. La arrogancia de la guerra hace presentar como moral y humanista a quien durante siete años se negó a cumplir el acuerdo de paz firmado y mantuvo un bloqueo económico y una situación de guerra de forma totalmente innecesaria y artificial. Aun así, la idea del discurso es que “el futuro se decide en Ucrania”. No solo el futuro de Ucrania, sino aparentemente el de la civilización occidental, es decir, el de la civilización. La insolencia de quien, pese a todo lo que está recibiendo, siempre quiere más parece no tener fin. En las últimas horas, Kiev ha fijado tres objetivos para sus críticas: Naciones Unidas, Elon Musk y los países que suministran y financian al Estado de Ucrania.

 “¿Quién habría imaginado que la ONU podría convertirse en el principal lobista de los criminales de guerra?". Un recordatorio. Al imponer sanciones por las violaciones del derecho internacional, los países occidentales enviaron un claro mensaje a las élites rusas: con Putin, Rusia no tiene futuro; Rusia después de Putin tendrá una oportunidad. Haciendo de lobby de la idea de levantar las sanciones contra Rusia para la exportación de grano robado en medio de una guerra a gran escala, el liderazgo de la ONU quiere prolongar la vida del régimen de Putin y reconocer los ataques con misiles como una herramienta efectiva para conseguir objetivos políticos. Una señal interesante en el mundo del siglo XXI. Ninguna de estas absurdas ideas se puede realizar, especialmente en el contexto del terror de misiles contra los puertos ucranianos y las infraestructuras de grano. Sin embargo, es otro recordatorio de que la presencia de Rusia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas está envenenando a toda la organización”, escribió Mijailo Podolyak, cuyos ya de por sí histéricos mensajes en las redes sociales han escalado en intensidad a medida que la realidad ha ido dejando claro que las cosas no están saliendo como se esperaban en el frente de Zaporozhie, que Ucrania esperaba haber roto hace mucho tiempo.

 Podolyak se refiere a las negociaciones de António Guterres, Secretario General de Naciones Unidas, para reactivar el acuerdo de exportación de grano ucraniano cumpliendo con las condiciones que marcaba Rusia, que son en realidad aquellas que hace un año consideró que se le habían prometido: la reconexión de sus bancos al sistema SWIFT para desbloquear sus exportaciones agrícolas. Ucrania ha pasado meses alegando estar salvando al mundo de una hambruna, pero sigue exigiendo el bloqueo de las exportaciones rusas, tan importantes para la seguridad alimentaria mundial como las ucranianas. Lo sorprendente no es es la actual intervención de Guterres en favor de mantener en el mercado los productos rusos y ucranianos, que suponen un peso importante en las exportaciones mundiales de grano, sino la lentitud con la que se ha actuado. No hay argumento alguno que explique por qué no se utilizó el año que hubo de margen mientras el acuerdo del mar Negro estuvo en vigor para lograr esos objetivos. El hecho de que no se haya desconectado del sistema SWIFT al banco que permite que los países europeos sigan adquiriendo gas licuado ruso muestra que es posible mantener en el mercado aquellos productos que son del interés de Occidente. Por algún motivo, el mantenimiento del grano y los fertilizantes rusos en el mercado no ha causado tal interés. En cualquier caso, los movimientos de Guterres parecen aún iniciáticos y no hay garantías de éxito. Aun así, han sido suficientes para causar la histeria en el establishment ucraniano.

 El segundo receptor de la furia ucraniana esta semana ha sido Elon Musk, uno de los hombres más ricos del mundo y dueño de la plataforma que Ucrania más activamente utiliza para marcar el discurso, Twitter/X. Sin esa herramienta, Kiev contaría con más dificultades para marcar la agenda política diaria, ya que cada tuit de asesores como Mijailo Podolyak o del presidente Zelensky se convierten automáticamente en noticia recogida por toda la prensa mundial. La dependencia exterior de Ucrania se ha visto reflejada también en el aspecto de las comunicaciones: Kiev basa sus comunicaciones en el sistema de comunicación por satélite Starlink, propiedad de Elon Musk. Según afirma un libro recientemente publicado, el pasado año, Musk recibió una petición de Kiev de activar los sistemas hasta Sebastopol, con la intención de realizar ataques para acabar con la flota rusa del mar Negro. Según ha afirmado ante la acusación, el rechazo de Musk se debió a las posibles consecuencias, concretamente ante la posibilidad de que la destrucción de su flota pudiera tener como consecuencia un ataque nuclear ruso. Kiev y sus defensores están utilizando ahora el argumento de que Musk tuvo en su mano la posibilidad de acortar la guerra -para dar la victoria a Ucrania, por supuesto- y la rechazó, un argumento falaz teniendo en cuenta que Ucrania no cuenta con la capacidad de destruir de un golpe la flota rusa y que, incluso de haberlo conseguido, Rusia dispone de recursos suficientes para continuar la guerra. El ataque de ira que ha causado esta revelación, que no ha debido sorprender a Kiev, consciente de la negativa a activar los servicios en el momento en el que realizó la petición, es representativo tanto de la dependencia exterior como de la superioridad moral que Ucrania se adjudica para exigir a sus socios y otras instituciones actuar exactamente como se le ordena.

 Las dificultades en el frente militar y también en el informativo, en el que Kiev ha recibido críticas más duras de las que está dispuesta a aceptar, han hecho que Zelensky apunte incluso a sus aliados más fieles en su ataque de reproches. El objetivo sigue siendo el mismo, lograr más sanciones contra Rusia y más armamento para su ejército, aunque el discurso se ha endurecido notablemente. “Ellos están en el cielo”, afirmó Zelensky, añadiendo que “así paran nuestra contraofensiva”. El argumento de Zelensky es que a armamento más pesado, más rapidez en la conquista de territorios. “Cada metro liberado equivale a una vida humana”, afirmó el presidente ucraniano, por lo que “cuanto más tiempo lleve, más personas sufrirán”, un argumento que difícilmente puede encontrar el favor de sus socios. Es más, uno de los reproches de Estados Unidos a su proxy de Kiev ha sido precisamente la reticencia a utilizar la táctica del Pentágono, que implica un mayor número de bajas. El razonamiento de Zelensky no ha cambiado: más armas equivalen a acortar la guerra, aunque el flujo sin precedentes de tanques y armamento y los resultados obtenidos no corroboran la tesis del presidente ucraniano.

 La guerra ha demostrado que el armamento más pesado implica mayor destrucción, crecientes bajas y escalada bélica a ambos lados del frente, algo que se ha observado con la artillería de largo alcance y los tanques occidentales y que previsiblemente se repetirá con los F16 que llegarán el año que viene y los misiles ATACMS cuya entrega valora ahora Joe Biden. Aun así, la supuesta lentitud con la que Occidente está aceptando gradualmente enviar todas aquellas armas de la lista de deseos de Ucrania parece ser el argumento elegido por Ucrania para justificar la lentitud con la que Ucrania está liberando territorio. El reproche no puede ser más claro cuando el presidente ucraniano justifica la lentitud del avance de la contraofensiva alegando que “cuando algunos socios dicen:  ¿qué pasa con la contraofensiva, cuáles serán los siguientes pasos?. Mi respuesta es que actualmente nuestros pasos seguramente son más rápidos que los nuevos paquetes de sanciones”. La voracidad de la guerra  y de su arrogancia precisa de un constante flujo de armamento para Ucrania y sanciones para Rusia. Todo lo demás está sujeto a los reproches de quien se ha adjudicado la superioridad moral de dictar todos los términos.

jueves, 7 de septiembre de 2023

El programa de asesinatos de Kiev desde el 2014.

 

Programa de asesinatos


La guerra ruso ucraniana que comenzó en febrero de 2022 en parte sobre la iniciada en 2014 no solo ha hecho aumentar la extensión y la intensidad de la violencia, sino que ha convertido la cuestión ucraniana en uno de los grandes temas de la agenda política y mediática internacional. Además de causar un enorme flujo de asistencia militar, económica y financiera hacia Ucrania, la invasión rusa ha permitido destapar todo aquello que había que mantener en silencio durante la guerra de Donbass. Es el caso de la actitud ucraniana hacia los acuerdos de Minsk, que durante siete años fueron “la única alternativa” viable para resolver el conflicto. En ello coincidían en sus declaraciones públicas las autoridades rusas, las ucranianas y las europeas.

La llegada de las tropas rusas a territorio ucraniano cambió bruscamente la postura hacia aquellos acuerdos. Aunque durante algunas semanas -concretamente aquellas en las que Ucrania simulaba dialogar con Rusia un acuerdo de paz- se mantuvo la exigencia de regresar a las fronteras del 23 de febrero de 2022 y algún representante internacional exigió el cumplimiento de Minsk, los acuerdos desaparecieron completamente del discurso con la ruptura de las negociaciones en Ankara. Desde entonces, la narrativa ucraniana ha pasado a adoptar el discurso ya existente en el pasado en Estados Unidos, que calificaba los acuerdos de paz como inviables e innecesarios, ya que no resolvían la cuestión clave: Crimea. Sin la presión de sus aliados europeos para mantener la ficción de Minsk, Ucrania admite ahora sin ningún tapujo que nunca tuvo intención de cumplir aquel tratado firmado en la capital bielorrusa en febrero de 2015.

Sin embargo, la cuestión de Minsk no es la única en la que la libertad que ofrece la guerra entre Rusia y Ucrania permite sacar a la luz aspectos que en el pasado se habían mantenido ocultos, en parte gracias a la connivencia de la prensa internacional, que desde la victoria de Maidan ha optado siempre por no hacer preguntas incómodas a las autoridades ucranianas. Uno de los aspectos que ahora tienen cabida en la prensa mundial, que en ocasiones los ha tratado con la trivialidad propia de quien ha ignorado durante ocho años el sufrimiento de la población sometida a una guerra y a un bloqueo económico, es el de los asesinatos selectivos. Desde la recuperación de los territorios de la margen derecha del Dniéper y las partes bajo control ruso de la región de Járkov, varios medios se habían referido ya, en general en términos legitimadores, a los abusos cometidos contra toda aquella persona considerada colaboracionista, un contexto que se presta a todo tipo de venganzas personales y políticas que no parecen molestar excesivamente ni a Ucrania ni a sus defensores.

Recientemente, se ha hablado también, y en este caso con algún matiz de crítica, de los asesinatos selectivos cometidos por Ucrania. Hasta la llegada de las tropas rusas, toda muerte violenta que se producía en los territorios de la RPD y la RPL era calificada por Ucrania de lucha interna entre diferentes facciones terroristas o enfrentamientos con Rusia. Incluso las bajas que se producían a causa de los bombardeos de artillería eran achacadas a Rusia, algo que en el discurso ucraniano no chocaba con la calificación de esos territorios como ocupados ni con las constantes declaraciones sobre cómo Moscú manejaba todos los hilos. Si la prensa no ponía en duda que Rusia bombardeara a sus fuerzas proxy, tampoco era necesario dudar de la palabra ucraniana en los casos en los que las muertes violentas no se producían en el frente. La percepción de que cada palabra procedente de Moscú -y por extensión también de Donetsk y Lugansk- es parte de la propaganda del Kremlin para deslegitimar a Ucrania y que cada declaración de Kiev ha de ser considerada como un hecho probado precede en muchos años a la invasión rusa. Así lo demuestra el caso de los asesinatos selectivos cometidos en los años de guerra en Donbass.

La guerra con Rusia no solo hace justificable -al menos en términos políticos y mediáticos- la política activa de asesinar a oponentes o figuras rusas o prorrusas en los territorios de Ucrania bajo control ruso o en la propia Federación Rusa, sino que permite incluso publicar artículos que contradicen abiertamente el discurso que se mantuvo durante los ocho años de guerra en Donbass. Ya no es necesario ocultar el papel del SBU durante la etapa 2014-2022 ni el del GUR actualmente. Como recuerda un artículo publicado esta semana, el propio Kirilo Budanov, director de la inteligencia militar ucraniana, afirmó recientemente que no es necesario para Ucrania crear una estructura similar a la del Mossad, “porque ya existe”. Budanov, que no ha escondido que utiliza a grupos de la derecha más extrema, posiblemente el sector más movilizado e ideologizado en su odio a todo lo ruso, en sus acciones en la retaguardia rusa, tampoco ha evitado confirmar que Ucrania dispone de listas de personas a liquidar. Sin embargo, hasta esta semana, ningún medio había hablado de la táctica de la venganza de sangre de una forma tan abierta como The Economist, que el pasado lunes escribía que “Evgen Yunakov, el alcalde de Velikiy Burluk, en la región de Járkov, había sido identificado como un colaborador de los rusos. Cáucaso, un comandante de fuerzas especiales ucranianas, y un grupo de oficiales locales recibieron el trabajo. Sus hombres le observaron meticulosamente durante días: cuándo compraba, cuándo y dónde iba, su seguridad. Una vez que detonaron su bomba a distancia, desaparecieron en pisos francos dentro de los territorios ocupados. El grupo no volvería a territorio bajo control ucraniano hasta semanas más tarde, una vez que la localidad fue liberada. El cuerpo de Yunakov nunca ha sido encontrado”.

Sin matiz de crítica por el asesinato de un alcalde de pueblo aplicando la justicia de los servicios de inteligencia, The Economist añade que “en los 18 meses de guerra, docenas de personas como Yunakov han sido blanco de operaciones clínicas a lo largo de la Ucrania ocupada y también dentro de Rusia”. El artículo, legitimador con gran parte de la estrategia ucraniana, da credibilidad a la afirmación de que el presidente Zelensky ha ordenado minimizar las bajas civiles. Esa opción de confiar en la palabra del presidente ucraniano ignora deliberadamente que aquellos artefactos explosivos han actuado de forma tan clínica que han acabado con las familias de las personas señaladas para morir.

El único caso en el que se muestra cierto tono crítico es el de la muerte de Daria Dugina, una civil que no había participado en la guerra y que posiblemente ni siquiera era la víctima seleccionada en un ataque que probablemente estaba destinado a su padre. En cualquier caso, no se pone en duda la continuación esos asesinatos del SBU y el GUR, inteligencia civil y militar respectivamente. En el último año y medio ha sido evidente que en cada ocasión que Ucrania se ha referido a partisanos ucranianos que actúan en la retaguardia ha descrito realmente el trabajo de grupos vinculados a la inteligencia militar, de la misma forma que muchos de los asesinatos de años anteriores o los ataques contra, por ejemplo, los fiscales de Lugansk, se deben probablemente al SBU. Sin embargo, el artículo choca con el discurso que se ha mantenido hasta ahora en relación con esos actos, especialmente con los ocurridos en los años en los que la guerra estaba delimitada geográficamente en Donbass.

Posiblemente lo más sorprendente del artículo publicado por The Economist esta semana es la suma del titular, que se refiere abiertamente a un “programa de asesinatos”, y la imagen con la que se ilustra: el lugar del centro de Donetsk en el que murió de Alexander Zajarchenko, primer líder de la RPD, firmante de los acuerdos de Minsk y asesinado el 31 de agosto de 2018. Una rápida revisión a las reacciones de las partes y de la prensa internacional en aquel momento recuerda que Rusia acusó rápidamente a Ucrania de haber cometido un acto terrorista. Una bomba había explotado al abrirse la puerta del establecimiento en el que Zajarchenko y otros miembros de la organización Oplot se disponían a homenajear al cantante ruso Iosif Kobzon, que había muerto el día anterior. Ucrania, por su parte, veía detrás del asesinato la mano de Moscú, teoría que se trasladó sin grandes dificultades a toda la prensa occidental, que dio voz a quien siempre debió ser considerado uno de los posibles sospechosos del crimen. La BBC, por ejemplo, afirmaba entonces que “una portavoz del servicio de seguridad ucraniano, Yelena Gitlyanskaya, rechazó las acusaciones de Moscú. Afirmó que el asesinato ha sido el resultado de «luchas internas…entre los terroristas y sus patrocinadores rusos».

The Economist cita a Valentin Nalivaychenko, director del SBU durante varios de los años en los que se produjeron muertes violentas en Donbass, describiendo el momento y la lógica del programa de asesinatos. “En la Ucrania moderna, los asesinatos se remontan a, al menos, 2015, cuando el servicio nacional de seguridad (SBU) creó un cuerpo después de que Rusia hubiera capturado Crimea y la región de Donbass. El quinto directorio de contrainteligencia de élite creó una fuerza de sabotaje en respuesta a la invasión. Después se centró en los que eufemísticamente calificó de trabajo mojado”.

No es de extrañar que se mencione la fecha de 2015. Fue entonces cuando, temiendo un colapso de sus fuerzas militares, Ucrania se vio obligada a firmar los acuerdos de Minsk, ese proceso de paz que Kiev admite ahora que jamás tuvo intención de seguir. Las operaciones militares a gran escala habían terminado y con ellas la posibilidad de derrotar militarmente a las Repúblicas Populares. De ahí que Ucrania buscara vías alternativas para destruir la rebelión de Donbass: el mantenimiento de la presión con bombardeos de las zonas del frente, bloqueo económico contra la población civil y asesinatos selectivos contra personas elegidas. “Con reticencias llegamos a la conclusión de que necesitábamos eliminar a gente”, afirma Naliaychenko, en aquel momento director del SBU, que cínicamente afirma que “teníamos que llevar la guerra hasta ellos”. Ucrania había llevado la guerra hasta Donbass la segunda semana de abril de 2014 con el decreto de la operación antiterrorista, que rápidamente se convirtió en una guerra abierta. La población vivió aquel verano sin suministro de agua y pronto vio cómo Ucrania dejaba de pagar salarios, pensiones y prestaciones sociales mientras intentaba sitiar Donetsk, Lugansk y Gorlovka, las tres grandes ciudades aún bajo control de la RPD y la RPL. Nada de eso había conseguido el objetivo de obligar a Donbass a rendirse a Ucrania ni había resulto el problema político.

La decisión organizar asesinatos selectivos “llegó cuando los entonces líderes de Ucrania decidieron que la política de encarcelar a colaboradores no era suficiente. Con ese argumento, Nalivaychenko admite implícitamente algo que Kiev ha negado desde 2014, que existiera una parte de la población favorable a las Repúblicas Populares y contraria a Ucrania. “Las prisiones estaban desbordadas, pero pocas personas eran disuadidas”, afirma The Economist sin explicar la lógica de intentar desalentar a la población de la parte de Donbass bajo control ucraniano por medio del asesinato político de líderes de las Repúblicas Populares.

Frente a las muertes violentas que se produjeron a lo largo de esos años en Lugansk, mucho más inestable y con facciones abiertamente enfrentadas entre ellas, ciertos asesinatos que se cometieron en Donetsk siempre parecieron obra del servicio secreto que más se beneficiaba de esas muertes. Desestabilizar la situación política y económica siempre fue la estrategia de Ucrania desde el verano de 2014, pero especialmente desde la firma de los acuerdos de Minsk. Eliminar a líderes militares favorecía también la desestabilización militar. Entre esos asesinatos destacan tres, que son también los mismos que menciona, aunque sin adjudicar claramente, el artículo de The Economist: Arsen Pavlov, Motorola; Mijaíl Tolstyj, Givi y Alexander Zajarchenko, Batya. En el caso de este último, Ucrania había eliminado a una de las personas con las que se había comprometido a negociar en el formato de Minsk.

Pero si el objetivo de Kiev era disuadir a la población, los actos tuvieron el efecto contrario. Decenas de miles de personas salieron a las calles de Donetsk a mostrar sus respetos a esas tres figuras y, sobre todo, para mostrar su rechazo a Ucrania mientras Kiev insistía en que se trataba de actos terroristas cometidos por Rusia y la prensa legitimaba el discurso publicando sin matiz crítico ni contexto las declaraciones del SBU, al que ahora sutilmente apunta como ejecutor de los hechos.

Programa de asesinatos | SLAVYANGRAD.es.


 Nota del blog

 Entre  el 2014 y el 2020   millón y medio de ucranianos calificados de rusos tuvieron que exiliarse   esta la nota en el CEAR Comisión Española de Ayuda al Refugiado   ,  la mayoría   a la Federación Rusa  y a Bielorrusia  en la  UE ni no los reconocían  ni los admitían ..la represión política en Ucrania fue ya  denunciada


https://rebelion.org/las-personas-que-se-oponen-al-gobierno-actual-estan-detenidas-o-muertas/


sábado, 2 de septiembre de 2023

Wokismo .

 

 

Wokismo: delirios ideológicos y conflictos importados

1 septiembre, 2023

Silvio Salas

 

 «(…) nadie merece derechos especiales, protecciones o privilegios sobre la base de su excentricidad.»  Camille Paglia

 Introducirnos al wokismo exige comprender el contexto histórico que ha propiciado su aparición. El autor se remonta a sus orígenes y rastrea su recorrido para mostrar que, detrás de su exhibicionismo moral, se halla un proyecto político formulado para disgregar la sociedad.

 El wokismo emana de los Estados dominantes, las talasocracias mercantiles y liberales: Estados Unidos principalmente, aunque también es un fenómeno propio en los demás países desarrollados del mundo anglosajón (Canadá, Reino Unido, Australia…). En particular de sus centros académicos y, más específicamente, de figuras como Judith Butler (autora fundacional de la teoría queer), Peggy McIntosh (popularizadora de la hipótesis del «privilegio blanco») o Kimberlé Crenshaw (creadora del concepto «interseccionalidad»). Y aunque haya sido caracterizado como una ideología de subordinación en la medida que está siendo introducido en otras sociedades políticas, lo cierto es que es impulsado con mayor fuerza puertas adentro.

 El wokismo ataca toda noción de frontera; bien sea la que separa biológicamente al hombre de la mujer (negación de las diferencias sexuales), lo público de lo privado (a la manera de la proclama feminista «lo personal es político») y, en sentido más concreto, a unas naciones de otras (cosmopolitismo globalista). En suma, busca establecer la primacía de un individuo aislado, un «sujeto hidropónico» [Alicia Melchor] con raíces débiles y suspendidas en el aire, que no deba nada a la naturaleza y posea la capacidad de «autoengendramiento» [Alain de Benoist].

 Se impone a través del método de la censura o cancelación (cancel culture). Cancelar el pasado, la tradición, los vínculos sociales… Todo con un sentido aparentemente reivindicativo (por ejemplo, derribar una estatua porque al personaje histórico se le atribuyen actitudes racistas, o reescribir una novela para así contener elementos sexistas que puedan ser hirientes para la sensibilidad del lector). Más allá de la reivindicación nominal, su intención es disociar al hombre de toda cultura moral orgánica y natural. Sacarlo de su ser histórico. Un barbarismo ilustrado, si cabe la contradicción, pues su cuerpo militar se encuentra en Oxford, Harvard y Berkley.

 Es el ideario perfecto para una época en la que, como escribió Theodore Dalrymple, parecer bueno es más importante que hacer el bien. Por eso halla su expresión en el «alardeo moral» o «postureo ético» (virtue-signalling): una solidaridad irreflexiva y cuasi automática, mezclada con preocupación impostada, por cualquier causa buenista que domina la agenda noticiosa. Y esa agenda de «causas actuales» puede ser cualquier cosa: el viral Kony 2012, la movida Welcome Refugees, el #StandWithUkraine, etcétera.

 Etimología y significado político

El término woke («despertó») ha tenido un largo periplo desde las luchas en favor de los derechos civiles hasta el actual activismo hashtag. Por lo que, de remontarnos al origen de la expresión, debemos mencionar el discurso titulado Remaining Awake Through a Great Revolution: ante el Oberlin College, el reverendo Martin Luther King instó a sus seguidores a «permanecer despiertos» (stay awake) durante la gran revolución social que estaba «barriendo el viejo orden colonial».

 Más recientemente, en el año 2008, la expresión fue retomada por la cantante de neo-soul Erykha Badu en el coro de su canción Master Teacher. Y luego, en el año 2012, en un tuit que dedicó a la banda rusa Pussy Riot tras la detención de sus miembros. Badu, echando mano de su inglés afroestadounidense vernáculo (un dialecto social conocido coloquialmente como «ebónico»), cambió la palabra awake por woke. Su renovado stay woke adquirió gran relevancia en 2014, con las protestas por la muerte del joven negro Michael Brown a causa de los disparos de un policía en la ciudad de Ferguson, en el estado de Misuri.

 La diferencia entre las versiones de King y Badu no se reducen a la conjugación (stay woke es una incorrección gramatical). El mensaje del doctor King tenía que ver con trascender las aspiraciones individuales y desarrollar una perspectiva mental que estuviera a la altura de las circunstancias históricas, porque, como decía, «estamos atrapados en una red inescapable de mutualidad» (ergo, tenemos un «destino común»). Para Badu, en cambio, «lo despierto» se aplica a muchas facetas de la vida y no es algo explícitamente político. «Se trata de ser consciente, de estar alineado con la naturaleza», dijo al respecto de su aporte lexicográfico, y de forma un tanto divagante, en el canal de televisión MSNBC. Y apostilló: «al estar alineado con la naturaleza, serás consciente de lo que pasa con tu salud, en tus relaciones, en tu casa, en tu coche…».

 Así pues, más que ante una etiqueta política, estamos ante un llamado: permanecer alertas frente a los cambios sociales, no ser indiferentes a las injusticias (sobre todo aquellas dirigidas a las minorías, pues se ha trascendido el componente racial). Incluso en el pico de las protestas Black Lives Matter y grupos afines, pocos activistas se presentaban a sí mismos como woke. Hoy virtualmente ninguno lo hace.

 Entonces, ¿quiénes son los wokes?

No está clara la relación de la nueva izquierda indefinida de matriz anglosajona con su hijo natural: el woke. Parece que prefiere mantenerlo en la discreción de lo implícito, o peor aún, negar rotundamente su vinculación con él. Ya sea porque ser abierta al respecto mancilla su imagen pública, y con ella su credibilidad; o porque, al puro estilo de las ideologías de control social, sirve mejor a sus propósitos si mantiene su verdadera imagen en un segundo plano.

 El wokismo ha llegado a ser uno de esos significantes enemigos que se vuelven útiles porque describen un fenómeno político relevante y con ciertas características novedosas, al margen del número de quienes lo enarbolan como seña de identidad. Por ejemplo, el neoliberalismo no es una mera ficción, aunque el nobel Vargas Llosa asegure, intentando parecer ingenioso, que nunca ha conocido a un neoliberal. Como reza el tópico baudeleriano, «el mayor truco del diablo es hacernos creer que no existe».

 En los entornos de las redes sociales, el woke tiene su contraparte en el based (basado). Basado es aquel que resulta transgresor en tiempos de moralina, aquel que desafía el totalitarismo blando de lo políticamente correcto. Tiende a relacionarse con cierta derecha iliberal, pero también incluye a la izquierda de viejo cuño. Pueden ser considerados «basados» tanto Diego Fusaro –por defender las soberanías nacionales frente al globalismo– como Michel Houellebecq –por advertir contra los efectos de la islamización de Francia–.

 Para los defensores de la «basadez», lo woke da grima (cringe). El clivaje woke-based es, sobre todo, muy propio de Twitter, donde hasta autoproclamados nacionalistas de los más diversos países hacen uso de neologismos internáuticos de inequívoco sello estadounidense. Lo que vemos aquí es que la guerra cultural estadounidense se traslada al resto del mundo, multiplicando su alcance en forma de memes y cacaposteo.

 Palabras que pierden valor y sentido

La noción política de «despertar» aparece, como se ha visto, con un uso bastante legítimo. Transcurrido el tiempo, sin embargo, ha degenerado considerablemente. Ya no remite a la consecución de derechos elementales, sino a un identitarismo fanático. Black Lives Matter, que según el Centro Pew llegó a contar el apoyo de casi tres cuartas partes de los estadounidenses tras la muerte de George Floyd, hoy posee apenas un cincuenta por ciento de valoración favorable. Las olas de vandalismo y saqueos desatadas en su nombre causaron dos mil millones de dólares en daños solo en 2020, y han minado seriamente la imagen de la que gozaba.

 El movimiento Black Lives Matter hacía un llamado a «estar despiertos» ante esa lacra que afectaría a los afroamericanos: los prejuicios raciales, que serían la causa de los encuentros fatales entre policías y civiles negros desarmados. No obstante, este planteamiento ha sido rechazado, entre otros estudios, por las publicaciones de la abogada Heather Mac Donald, quien en su testimonio ante el Congreso de Estados Unidos en 2019 ofreció datos que respaldan este otro planteamiento: el verdadero riesgo para las personas negras no es la brutalidad policial, sino el crimen de negros contra negros (black on black crime), a la vista del casi centenar de heridos de bala que en una ciudad como Chicago se pueden registrar en un fin de semana.

 Nueva Izquierda y guerra fría cultural

Como antecedente directo del wokismo no se puede perder de vista la «oposición controlada», aupada en Occidente en el marco de la Guerra Fría, que condujo a la configuración de una «izquierda» que aceptaba el mercado en el plano económico y se alineaba a los intereses atlantistas en el plano geopolítico.

 La estrategia para combatir el comunismo soviético por parte de Estados Unidos no solamente se sirvió, como es obvio, de medios militares, políticos y financieros. También lo hizo de una gran ofensiva cultural e ideológica. El primer gran esfuerzo en esa dirección se puso en marcha en la era Truman con la denominada «Campaña por la Verdad» (Campaign for Truth) que, en palabras del presidente demócrata, consistía en responder dondequiera que se difundiera «la propaganda comunista» con «información honesta sobre la libertad y la democracia». El ariete encubierto de esta iniciativa fue el Proyecto Troya (Project Troy), una operación que contó con figuras de la talla del físico Edward Mills Purcell, y que cimentó una buena relación entre la naciente CIA y universidades como el MIT y Harvard. Su fin primordial era magnificar el impacto en el bloque del Este de Voz de América (VoA), el más grande órgano de radiodifusión financiado por el Gobierno estadounidense.

 Nadie entendería mejor la importancia del poder blando en el choque bipolar que el sucesor de Truman, el general Dwight Eisenhower. Para «Ike» vencer a la URSS no consistía meramente en «conquistar territorio» o «sojuzgar por la fuerza». La guerra militar era secundaria frente a la «guerra psicológica», a la que definía como una «disputa por las mentes y las voluntades de los hombres».

 En esa peculiar guerra fría ideológico-cultural dentro de la Guerra Fría, el combate contra el realismo socialista se realizó mediante la promoción del expresionismo abstracto en las artes pictóricas y la atonalidad en la música. Incluyó, asimismo, otras manifestaciones y corrientes artístico-culturales. Entes subsidiarios de la CIA y el Departamento de Estado financiaron desde exposiciones de Jackson Pollock hasta giras de Louis Armstrong y Benny Goodman (al respecto de esto existe extensa bibliografía, y algunos de los autores que mejor lo han tratado son Frances Stonor Saunders y Gabriel Rockhill).

 En el año de 1951 se establece formalmente el que quizá sea el órgano más importante de la cruzada cultural de Washington: el Congreso por la Libertad de la Cultura (CCF, por sus siglas en inglés). El CCF fue extraordinariamente hábil en reclutar a la intelligentsia izquierdista desafecta con la URSS, en particular a la bujarinista-trotskista. «Denme cien millones de dólares y mil personas dedicadas, y yo les garantizaré una ola tan grande de agitación democrática entre las masas del imperio de Stalin que todos sus problemas por un largo tiempo serán internos», fue la promesa de su fundador Sidney Hook.

 El CCF y otras organizaciones fachadas mantuvieron a flote revistas de la izquierda anti-estalinista estadounidense como The New Leader, Encounter y Partisan Review, subsidiándolas cuando sus bajas suscripciones las habían hecho económicamente inviables.

 En el ámbito hispánico destacó la publicación Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura. Editada, entre otros, por Luis Araquistaín (quien había sido ideólogo de Largo Caballero), se trataba de un espacio que reunía a intelectuales que habían renegado del marxismo con anticomunistas de toda la vida, como Jorge Luis Borges. Sus artículos exaltaban los valores liberales y el rol de Estados Unidos en el mundo.

 Entre los nombres señeros que recibieron directa o indirectamente fondos de la inteligencia estadounidense están la feminista Gloria Steinem y el gurú de las drogas psicodélicas Timothy Leary. La Nueva Izquierda vendió trasgresión, ruptura y prestigio intelectual sin amenazar demasiado al sistema capitalista. Su objetivo era la desregulación moral por encima de cualquier otra cosa. No abandonó, a contrapelo de una visión muy extendida, a los trabajadores en favor de las minorías. O al menos no inicialmente. Según explica Paul Gottfried en La extraña muerte del marxismo, desplazó su sujeto cliente a las clases medias que, tras la ebullición contracultural de los años sesenta, empezaron a desechar sus viejos valores.

 Sustrato angloprotestante

Podría decirse que la ideología woke no es una deriva orgánica del protestantismo, pero sí se ha aprovechado de una serie de condiciones que están presentes en él. Es decir, toma fuerza dentro del contexto protestante sin ser su corolario inevitable. De hecho, no puede omitirse el amplio apoyo gubernamental y corporativo que recibe el wokismo en las sociedades protestantes.

 Un rasgo evidente del wokismo es su supremacismo moral, clave en la cultura protestante, que mira desdeñosa al «oscurantismo católico». Donde esto se puede observar con mayor facilidad es en la vertiente evangélica literalista, que propugna que cada quien puede interpretar la Biblia por su propia cuenta, aun desprovisto de claves hermenéuticas. Por lo que, en la cultura protestante, el individuo es garante de la fe y tiene una relación directa con Dios, dado que no pasa por ninguna mediación. De igual manera, el woke se basta a sí mismo –a su reivindicación como víctima o como oprimido– para atribuirse la verdad.

 El pueblo estadounidense, y el mundo protestante en general, se siente elegido por la Providencia para llevar un mensaje de «libertad». Dicho mensaje hoy se encarna en la ideología woke que, con el pretexto de emancipar a la liga global de «oprimidos», convierte a todos los partidos de la izquierda genérica en franquicias del Partido Demócrata y del poder blando anglosajón.

 El desmoronamiento de la arcadia feliz progresista

No es fácil reconciliar las aspiraciones de grupos tan dispares como las mujeres, los inmigrantes y la denominada comunidad LGBT. La interseccionalidad –más que una mera herramienta analítica– es el débil pegamento que busca mantener unida a esta coalición, como imbricación de opresiones y convergencia de desigualdades.

 Más allá de cualquier esfuerzo aglutinador, es muy probable que la ideología woke, al estar dirigida a un sujeto político múltiple y fragmentario, acabe descendiendo y dando lugar a una guerra de particularismos, a una guerra fundamentada en intereses particulares contrapuestos. De hecho, ya presenta varias fracturas…

 Se ha evidenciado una enconada enemistad entre grupos feministas surgidos de la nueva izquierda: los colectivos queer y las radfems se han enfrentado dialéctica e incluso físicamente en las marchas del 8M de este año. De igual manera, recientemente se han producido conflictos entre padres musulmanes y transactivistas a cuenta de la enseñanza de «ideología de género» en escuelas de Canadá: ¿Qué reivindicación debe priorizarse, la de las minorías religiosas o la de las minorías no heterosexuales?

 La articulación política y electoral desde lo minoritario a priori parece tener sentido en sociedades occidentales cada vez más diversas. Ocurre, sin embargo, que muchas de las identidades woke, sean colectivas o individuales, buscan un carácter particular, singular, minoritario… No se construyen a partir de la percepción social, sino que emanan de la «cultura nihilista de la autoidentificación ilimitada» [Rusell Reno]. No suman, disgregan.

 Es por ello que el imperio anglosajón contemporáneo es el primer imperio en la historia que promueve lo que podríamos llamar una anticultura, es decir, una cultura basada en la disgregación de los vínculos sociales, en el desarraigo y en el puro presentismo del individuo. Se encuentra en guerra consigo mismo, y arrastra a quienes adoptan sus modas ideológicas junto con él.

 https://www.elviejotopo.com/topoexpress/salio-el-topo-de-septiembre/


jueves, 31 de agosto de 2023

La belicosidad de Biden

 

En camisa de once varas

La amplia y peligrosa belicosidad de Joseph Biden

 Por Ernesto López |

01/09/2023 | 

 En una entrevista concedida a ABC News el 17 de marzo de 2021, Joseph Biden colocó algunos sorprendentes puntos sobre las íes. Entre otras cosas dijo que a fines de enero había tenido una comunicación telefónica con Vladimir Putin, en la que le advirtió que estaba al tanto de la intromisión rusa en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre de 2020, maniobra que había intentado favorecer a Donald Trump. Textualmente le afirmó: “Si establezco que esto ocurrió entonces prepárate”. Su entrevistador le preguntó seguidamente si creía que Putin era un asesino. La lacónica respuesta de Biden fue “sí”. Y agregó que aquel “pagaría un precio por lo hecho”.

 Y así fue. Su embestida contra el premier ruso comenzó el 2 de febrero de 2021, a 13 días apenas de haber asumido la presidencia. Dispuso que dos poderosos cruceros encuadrados en la 7ª Flota –el USS Donald Cook y el USS Porter– ingresaran al Mar Negro. En junios se iniciaron las amplias y potentes maniobras aeronavales denominadas “Sea Breeze”, también en el Mar Negro, en las que participaron más de 30 naves de guerra de la OTAN y de otros países que no la integraban, entre ellos Ucrania. Nada de eso resultaba común y corriente en ese pequeño mar. En septiembre se internaron en el antedicho mar la nave insignia de la flota acompañada por el recién mencionado USS Porter y un barco de abastecimiento. Pero además se realizaron también en 2021 ejercitaciones aeronavales por el Mar Báltico. Estados Unidos y la OTAN apretaban a Moscú por el oeste, a dos bandas.

 Estas actividades condujeron a una situación muy tensa. En enero de 2022 hubo reuniones e intercambios entre las autoridades de ambos países sin que se llegara a algún entendimiento. Moscú, no sin razón, se sentía amenazada. Así las cosas, sin posibilidades de alcanzar algún acuerdo estalló la guerra, finalmente, el 24 de febrero de 2022.

 ¿Era este el “el precio por lo hecho” que pagaría Rusia según lo anticipado por el propio Biden o una decisión elaborada suficientemente por las entidades gubernamentales correspondientes? Quién puede saberlo…

 Si bien es cierto que fue Rusia quien comenzó la guerra contra Ucrania, también lo es que aquella había sido asediada y provocada deliberadamente por la OTAN, encabezada por Estados Unidos durante 2021. Asunto frente al cual Biden y los jefes de Estado europeos hacían la vista gorda. Como quiera que haya sido, hubo entonces una desplegada amenaza que obligó a Rusia a ir a la guerra. Cuestión esta que Moscú tomó no sin cierta precaución: atacó –como respuesta a las presiones occidentales– a Ucrania, que no integra aquella organización atlantista. Evitó así guerrear directamente con la treintena de países que la integran.

 China

La República Popular China se ha ido convirtiendo cada vez más en una antagonista muy significativa para la gran potencia del norte. Pekín ha ido avanzado notablemente en el desarrollo del armamento nuclear. Posee actualmente 350 ojivas nucleares, que son pocas frente a las de Rusia (5.966) y a las de Estados Unidos (5.428), pero suficientes para defenderse y preocupar a sus eventuales contendientes. No está de más decir que trabaja activamente para incrementar el número. En el plano convencional también ha avanzado mucho. Ha desarrollado capacidades para producir lo que necesita: aviones, navíos de guerra, misiles, cañones, entre otros elementos bélicos de alta calidad.

 Por otra parte, su crecimiento económico y su desarrollo comercial han sido también muy intensos.

 

 


El crecimiento promedio es de 6,27% para China y 2,11% para Estados Unidos. Pekín prácticamente triplica a Washington en este rubro. Por otra parte, la positiva balanza comercial china en 2022 es muy superior a la de la gran potencia del norte, que tiene, a la inversa, un saldo negativo de 948.100 millones de dólares. En este rubro China también tiene ventajas.

 Estas dos dimensiones –crecimiento militar y crecimiento económico y mercantil– instalaron un dinamismo y un desenvolvimiento en favor de China, al que tanto Trump como Biden han tratado de salirle al paso, con escaso éxito. El primero buscó aplacar el empuje chino mediante un boicot al comercio recíproco, que sencillamente no caminó. Biden, por su parte, mantuvo ese boicot pero sin mejor suerte. Por otro lado puso en marcha el desarrollo de una política de presencia y actividad militar en el ámbito de la región del Indo-Pacífico, que se encuentra aún en desarrollo, así como la generación de pactos y asociaciones con no pocos países.

Estados Unidos mueve el tablero

En septiembre de 2021 –tres meses después de las mencionadas maniobras aeronavales Sea Breeze– se estableció una alianza estratégica y militar integrada por Estados Unidos, el Reino Unido y Australia (AUKUS, su acrónimo en inglés), cuyo propósito principal es el de contrarrestar la influencia alcanzada por China en la región Indo-Pacífico.

 En mayo de 2022 se creó el Marco Económico del Indo-Pacífico (IPEF, su acrónimo en inglés), iniciativa multilateral que aglutina cerca del 40% del PBI mundial. Sus integrantes son Australia, Brunei, Corea del Sur, India, Indonesia, Filipinas, Malasia, Nueva Zelanda, Singapur, Tailandia y Vietnam. Sus intenciones formalizadas son: establecer una colaboración comercial entre los miembros; apuntalar la estabilidad de las cadenas de suministros; desarrollar infraestructuras y energías limpias; cooperación en materia fiscal; y combate a la corrupción.

 Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos en aquel entonces, realizó un viaje a Taipei a comienzos de agosto de 2022. Rompía así, deliberadamente, un pacto implícito establecido desde mucho tiempo atrás entre Washington y Pekín: que la cuestión de Taiwán quedaba en stand by y no se intervendría sobre ella. La reacción de China no se hizo esperar: durante una semana entera sus naves y aviones de guerra no cesaron de desarrollar ejercitaciones con armamento letal en zonas muy cercanas a la isla.

 La semana pasada se estableció una alianza entre Corea del Sur, Japón y Estados Unidos, impulsada por Biden, que fue acompañada por una declaración tripartita denominada “el espíritu de Camp David”. Esta especifica que se está “en un punto clave de la historia, en el que la competencia geopolítica, la crisis climática, la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania y las provocaciones nucleares nos ponen a prueba”. Y que hay “un comportamiento peligroso y agresivo que hemos presenciado recientemente por parte de la República Popular China, en el mar de la China Meridional”. Respecto de Corea del Norte marca una protesta y la insta a “abandonar sus programas nucleares y de misiles balísticos”. En suma, esta nueva entente tripartita apunta a crear un frente común, que sirva como contrapeso a la hegemonía de China en la región de Asia-Pacífico y a las amenazas de Corea del Norte.

 Final

El Presidente norteamericano se ha metido en camisa de once varas. Generar y apuntalar una guerra con Rusia –una gran potencia en materia de capacidades bélicas, incluidas las nucleares– raya en el desatino, aunque la contienda en curso se circunscriba al modo convencional, como sucede hasta ahora. Pero además, en simultáneo con aquella, su contienda con China campea en el ámbito comercial así como en los de la seguridad internacional y la disputa geopolítica, sin alcanzar hasta ahora nada de nada .

 Un peón de campo le diría a Biden, simplemente, que no se puede domar dos potros al mismo tiempo. Cabría agregarse, por otra parte, que la belicosidad presidencial no parece ser, hasta ahora, ni oportuna ni retribuyente en ninguno de los dos campos de Marte mencionados. Más bien se muestra amplia y peligrosa.

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