El nacimiento de una nación. O dos
Guillem Martínez
“¿Por qué en nuestro país nadie dice la verdad?”. Esta
pregunta, que Josep Pla refiere a Jaume Vicens Vives en una carta, es el lema
de El fill de xofer –El hijo del chófer; Tusquets, 2020–, de Jordi Amat. La
frase aparece como el epígrafe, el tráiler, el copón, la lógica, el momento
fundacional del libro. Es la clave de su lectura y las palabras que le dan
sentido. A través de ese sentido se puede intuir que el libro que empieza, que
avanza, que termina, no es una biografía, sino un estudio sobre la verdad, ese
objeto tan vasto que engloba en sí a la mentira. Es un estudio sobre la
cultura, vamos, ese corpus desde el que se emiten, elegantemente y con permiso
y consenso social, frases no refrendadas necesariamente por la realidad, como
“qué bebé tan bonito”, “el carácter modélico de la transición española”, o
“l’esperit cívic que ens caracteritza”. Es un estudio –agárrense y aparten a
los niños– sobre el momento fundacional de la cultura democrática post-78, de
la cultura nacional cat y esp, dos conceptos que en los años 80 ya estaban
refundados. Cambiaron. Mucho. Tal vez 360 grados. Hace mil años, antes de la
pandemia, en una entrevista, Amat me soltó, un poco mosca, que “no hay una
investigación sobre la Cultura de la Transición –la CT de las narices– Cat, y
quien tenía que hacerlo –aludía al trade-mark Comuns– no lo había hecho”. Pues
bien, Jordi Amat lo ha hecho. A pelo. Desde otra cultura. La suya. El resultado
es sexy, valiente, molesto, operativo y –en nuestro país nadie dice la verdad–
camuflado como libro biográfico. Lo que, por lo que estoy observando en las reseñas,
le ha evitado la primera ronda de capones. Bien por Amat.
El tramo formal del libro es, lo dicho, una biografía. De
Alfons Quintà. Un psicópata que, por cierto, fue mi primer director en un
diario. Por aquel entonces yo era incluso más joven que ahora, por lo que, a
falta de precedentes vitales, no le di importancia. Lo vi como un paisaje o, al
menos, intuí –y la Historia me absolvió– que todo director de diario esp/cat
tenía estadísticamente algo de psicópata. Los psicópatas, en fin y por otra parte,
no son seres importantes. Pero sí útiles. Se cuelan en tu vida, en tu trabajo o
en tu piso para explicarte los límites. Son un límite. Son la brutalidad que la
sociedad les permite. Son, por tanto, un indicador social. Son algo frecuente,
por lo mismo, en el staff informativo y cultural local de un país en el que
nadie dice la verdad, actividad que requiere esfuerzos colectivos continuos y
directores llamativos. El acierto, la novedad, lo brillante de Amat es hacer
coincidir en el hecho biológico de un psicópata –ese río; una persona es un
río– dos momentos históricos que explican la Transición en Cat. Y, con ello, en
Esp –Cat, al cabo, no es una seta, que nace solo del sol y la lluvia; desde los
80 es algo que nunca fue: la prolongación de la cultura política esp por otros
medios; era eso, por todo lo alto, en 2017, por ejemplo, algo que el libro
propone implícitamente–.
El acierto, la novedad, lo brillante de Amat es hacer
coincidir en el hecho biológico de un psicópata –ese río; una persona es un
río– dos momentos históricos que explican la Transición en Cat
Esos dos grandes momentos son, como ya habrán adivinado, A)
y B). Sobre A). Quintà era el hijo del cómplice y chófer de Pla, una labor
fundamental en el ignoto Empordà de la postguerra. Pla, por cierto, es otro
psicópata, con un trato humano, en ocasiones, no muy diferenciado del que
emitirá Quintà. El formulador del fascinante
en-nuestro-país-nadie-dice-la-verdad, fue periodista a sueldo de Cambó desde
los años 20, y espía franquista cuando esa máquina mataba a tutiplén y sus
aliados torpedeaban barcos que venían de Marsella. Desde la postguerra, a
través de Destino, revista falangista fundada por deslocalizados de la Lliga en
Burgos, Pla –hasta que fue despedido por el último propietario de Destino,
Jordi Pujol, por escribir desde posicionamientos proto-fascistas sobre el 25 de
abril portugués– fabricó una nebulosa certera –incomprensible, ilógica hoy sin
la capacidad cultural de descifrar toda aquella nube–, percibida por el lector
de la época como sentido de la vida gourmand, cosmopolitismo, liberalismo y
catalanismo. Algo en todo caso posible en un país en el que nadie dice la
verdad. Pla, en todo caso, fue, y así lo señala Amat, el ¿único? escritor cat
en cuyo entorno se formó una órbita de políticos –hoy lo habitual es lo
contrario: los escritores, el intelectual, son satélites del político–. Amat
denomina a ese grupo, o situación, y es un concepto brillante, el “Camelot de
Pla”. Su núcleo duro son el historiador Jaume Vicens Vives –docente
represaliado, historiador y magister de accesos diametralmente distintos a él
como Vilar o Fontana; destinado a la Presidència de la Gene, murió mucho antes
de ese spring, lo que fue un giro en el destino de Pujol–, Joan Sardà –Enric
Juliana hace de él un perfil imprescindible en su magnífico Aquí no hemos
venido a estudiar–, economista no franquista, próximo a ERC en su juventud, y
creador del Plan de Estabilización, que sacó del hoyo al franquismo en 1959, si
bien también a la sociedad, al límite de su capacidad de sufrimiento. Fabià
Estapé, discípulo de Sardà y creador del Primer Plan de Desarrollo. Y Manuel
Ortínez, una pieza clave, y oscura, en la Transición. En aquel momento era una
suerte de community manager del Cotó –el Algodón, el empresariado textil cat–.
En el postfranquismo lo sería del sector financiero. Ese grupo con chófer, y el
chófer con hijo, en todo caso, son los autores de un plan. Consiste en
asociarse con Tarradellas –Ortínez consigue que el Cotó sufrague su exilio, en
pleno franquismo–, que Tarradellas delegue el Interior en Vicens Vives, y en
fabricar, en torno a la institución Generalitat, una garantía de orden frente a
las izquierdas en un posible proceso de apertura no necesariamente democrática.
Sería, interpreto, una respuesta política al Plan de Estabilización, y desde él
mismo. Desde la idea de que liberalizar la economía comportaría algún tipo de
liberalidad. ¿Era una idea gaseosa? ¿Era un póquer salvaje y en serio? No se
sabe. El grupo se disgregó con la muerte de Vicens Vives, en 1960. Lo
importante, y lo importante del libro, es que ese plan, de la mano de Ortínez,
vuelve en los 70. Es sancionado por Andrés Cassinello, el jefe de los servicios
de inteligencia que también sancionó a los líderes del PSOE y les dio su OK. Es
el plan que se materializa en la Transición en Cat. Es la vuelta de Tarradellas
–sin relación ni contacto con la sociedad o con los partidos cat, pagado en
esta ocasión por el Estado, y ya no por el Cotó, pocho desde 1973–, para
garantizar el orden frente a las izquierdas. El plan es la única pieza de UCD
proveniente del exilio. Algo posible en un país en el que nadie dice la verdad.
Preciosismo: Amat explica cómo UCD le ofreció al PSC ser el gestor y
beneficiario de esa apuesta. El PSC no contestó. Tal vez superado por la
pirueta inverosímil. Es decir, no fue beneficiario. Lo fue, por pasiva, la
derecha nacionalista, otro lenguaje y cosmovisión, beneficiada por Tarradellas.
Con ese silencio PSC, visto lo visto, las izquierdas, y no solo las
rupturistas, dejaron de ser determinantes en Cat en ese momento fundacional que
supone Tarradellas, el orden, el servicio al Estado, el nunca decir la verdad.
Punto para Amat.
Sobre el punto B) la esencia del libro. Se trata del caso
Banca Catalana, que Quintà, delegado de El País en Cat, destapa en 1980 en un
artículo brillante, arriesgado, repleto de sentido democrático y afán de
control sobre el poder político y financiero. No se volverá a repetir uno igual
en la democracia esp desde entonces. En breve, a su vez, Quintà cambia de
bando. Se suma, previo pago, a lo que pretendía fiscalizar, a través de la
dirección de TV3, gran proyecto de la primera legislatura de Pujol, ese
comprador de seres humanos. Amat explica, en ese sentido, cómo Pujol, un
empresario de medios informativos fracasado, triunfa en algo muy parecido, pero
muy diferente. Los medios de comunicación públicos. En el trance de explicarlo,
Amat emite varias perlas. La primera, el momento fundacional de la CT,
disponible en dos libros, pero hasta ahora no ponderado en su desmesura: las
memorias de Cebrián –un ejercicio de no decir la verdad, pero también de la
incapacidad, vía vanidad, de no disimularla del todo–, y las agendas publicadas
de Francesc Cabana –cuñado de Pujol, ejecutivo de Banca Catalana y un hombre
honesto, me dicen, que hizo chiribitas cuando Pujol explicó lo del dinero negro
que tenía en el extranjero–. Se trata de un encuentro en un restaurante MAD
entre Cabana, dos ejecutivos más de Banca Catalana, y Cebrián y Polanco. Van a
pedir que El País deje de publicar información sobre Banca Catalana. En el
encuentro planea la figura de Pujol, accionista de El País y candidato a la
Gene. Cebrián, que les explica que cada día habla no con uno, sino con dos, y
hasta tres ministros, señala que también ha recibido llamadas del Banco de
España al respecto. Que no se dejará presionar, que lo que ha hecho Pujol es,
literalmente, de “impeachment”. El País, en todo caso, dejó de informar al
respecto. La reunión es importante. Un lustro no hubiera existido. El poder
financiero hubiera recurrido al político, y el político hubiera silenciado o
modulado el asunto en la prensa. Ahora es el cuarto poder quién satisface las
llamadas no de uno, sino de dos y hasta tres ministros, un Banco de España y
una banca cat, unidos todos por la percepción de que no se debe juzgar un
delito común, en tanto puede desestabilizar la democracia. Eso es la adaptación
local de la democracia, esa cosa con sensibilidad desmesurada hacia el delito
común cuando es económico. Es, lo dicho, la foto de un momento fundacional de
la nueva cultura, la CT.
Tanto en Esp como en Cat, sólo saldremos de este día de la
marmota si algo cambia en el periodismo y la Justicia .
La segunda perla es la participación de TV3, recientemente
fundada por Quintà, en la lucha novedosa para evitar que ese impeachment, que
finalmente no será efectivo, llegue a ser percibido en la sociedad. En ese
trance, se fabrica, alehop, la cultura nacional cat en democracia. La CT cat.
Quizás son las mejores y más polémicas páginas del libro parapetado tras una
biografía. Amat explica que el nuevo Gobierno socialista no era partidario de
judicializar la cosa –“No es que quieran condenarlo (a Pujol). No lo quieren ni
juzgar”–. Explica cómo todo fue iniciativa de dos fiscales, Mena y Villarejo,
comprometidos con el Estado de Derecho ya en el franquismo, y novatos en la
nueva democracia novata. Explica cómo la cosa finalizó –por todo lo alto– con
la votación de los jueces en BCN, que decidieron no juzgar a Pujol. Cuando hubo
juicio del caso, por cierto, la condena vino a fijar –uala– que no era delito
que un banco contemplara una doble contabilidad. Amat explica ese combate
mediático ganado finalmente, y esa victoria pujolista más allá de lo judicial,
“que no conseguirá una transferencia de poder sino que acabará por modificar el
tablero del juego del Estado de 1978”. “Se trata de crear un momento populista
para refundar el poder” en Cat. A través de la movilización en dos momentos
mágicos. La toma de posesión de Pujol y, cuatro años después, cuando será
exonerado. “El principal motor de la movilización (en la toma de posesión) es
TV3”, en directo y con un reportaje previo, en el que “se entrevistaba al
presidente de Omnium, que apareció como una de las entidades convocantes”. Más
similitudes con el siglo XXI: en esa manifestación se cantó “L’Estaca”, de
Lluís Llach. Ese día Pujol, en un discurso con balcón al uso, proclamó el nuevo
marco de la derecha cat: “A partir de ahora, cuando alguien hable de ética y de
juego limpio, seremos nosotros”. Cat, con un empresariado bancario chungo, y al
uso en Esp, se alejaba culturalmente de Esp para crear el mismo objeto cultural
vertical y político, y ser referente ético para sus consumidores. La inclusión
de un político en un sumario era, por tanto, un ataque de la Esp inmoral y
africana, a la Cat moral y europea. El caso Banca Catalana supuso, en fin, la
mayoría absoluta de Pujol en las siguientes elecciones. Y algo más –lo apunto
yo, que no Amat–, la imposición del marco Cat a las izquierdas. Todo lo que no
sea ese marco es, aún hoy, españolismo, otro nacionalismo, o no-democracia. Es
la normalidad cultural para varias generaciones. Amat explica ese marco –al
usuario de la Cat del siglo XXI le resultará familiar; los subrayados son míos,
así hago algo–: (la propaganda vertida en lo de BC) “ha sido un acto de fuerza
sostenido, cubierto desde el primer momento por el manto de la noble mentira
que siempre es el mito. El mito de la víctima cuyo sufrimiento se funde con el
pueblo. El instante en el que las víctimas se convierten en cómplices para
sentirse parte de una misma comunidad. En ese instante, con la entronización
plena del mito político, se instaura un nuevo orden”. Sobre ese orden: “es el
régimen dentro del régimen. Es democracia y son negocios (...), un subsistema
del sistema. El corazón de la fiesta ha comenzado a latir”. Y no parará. No ha
parado. En otro feliz hallazgo de relaciones, Amat aporta que el día en el que
Pujol accedió al cargo, Juan Carlos I estaba en Arabia Saudí, tomando whisky,
fumando puros de extranjis, y vendiendo armas por la vía no convencional. Es
decir, que estaba haciendo lo mismo que Pujol, en otro ramo. Y que la
exoneración de Pujol coincide con la ampliación de sus negocios. La
coincidencia, en la misma empresa, de Prenafeta –el Manuel Prado y Colón de
Carvajal de Pujol–, de Jordi Pujol Junior, y del joven Artur Mas, y cómo ese
mundo emprendedor, vía Carles Vilarrubí, se relaciona profesionalmente con
empresas de Manuel Prado y Colón de Carvajal. Es decir, el rey. Negocios,
política y un anillo que los une a todos: una cultura para el/los país/países
en los que nadie dice la verdad. Todos los países, todas las culturas
nacionales son así. Se diferencian por la intensidad. En Esp/Cat, absoluta,
asfixiante. Sin la mentira no existirían.
Recordemos, para salir del bucle, que entramos en él no por
un psicópata, sino por un comportamiento patológico del periodismo, de la
política y de la Justicia, al que se agregó la sociedad, que decidió que todo
ello era verdad, incluso la verdad máxima: el sentido común. Lo que indica que,
tanto en Esp como en Cat, sólo saldremos de este día de la marmota si algo cambia
en el periodismo y la Justicia. Hoy, diría, no ha pasado. La de cosas que se
aprenden de una biografía cuando no lo es. Cuando es, verbigracia, una
biografía de la cultura cat, y en ocasiones, de la esp, desde la vuelta de
Tarradellas/1977, hasta esta mañana a primera hora. Y, por el mismo precio, la
sospecha de que la derecha cat y la esp van a intensificar, en el XXI, el juego
con el juguete que crearon a finales del XX, si ningún periodista, o juez lo
remedia. Por lo general, esos dos oficios sólo participan en un sentido de la
partida. La partida, el juego, consiste en que nadie diga la verdad, y sacar
beneficio –económico, honorífico– de ello. Consiste en seguir jugando, otra
generación. Nuestras culturas participan de ese silencio desde hace décadas. Y
varios poderes son, literalmente, eso en su esencia.
Le debemos una copa a Jordi Amat.
https://ctxt.es/es/20201101/Firmas/34217/el-hijo-del-chofer-jordi-amat-banca-catalana-guillem-martinez.htm
Y VER ..
https://rebelion.org/si-hablamos-del-leviatan-catalan-y-de-quinta-es-obligado-hablar-de-pujol/