martes, 3 de marzo de 2020

El coronacapitalismo .




Marcel Caram

El coronacapitalismo


Carlos Fernández Liria  


El sentido común ha sido tan derrotado en las últimas décadas que vivimos acostumbrados al delirio como lo más normal. Aceptamos como inevitables cosas bien raras. Por ejemplo, que el mayor peligro con el que nos amenaza el coronavirus no es que infecte a las personas, sino que infecta a la economía. Resulta que nuestra frágil existencia humana no resulta tan vulnerable como nuestro vulnerable sistema económico, que se resfría a la menor ocasión. Naomi Klein dijo una vez que los mercados tienen el carácter de un niño de dos años y que en cualquier momento pueden cogerse una rabieta o volverse medio locos. Ahora pueden contraer el coronavirus y desatar quién sabe si una guerra comercial global. Los economistas no cesan de buscar una vacuna que pueda inyectar fondos a la economía para inmunizar su precaria etiología neurótica. Se encontrará una vacuna para la gente, pero lo de la vacuna contra la histeria financiera resulta más difícil.

Para nosotros es ya una evidencia cotidiana: la economía tiene muchos más problemas que los seres humanos, su salud es más endeble que la de los niños y, por eso, el mundo entero se ha convertido en un Hospital encargado de vigilar para que no se constipe. Somos los enfermeros y asistentes de nuestro sistema económico. El caso es que hace cincuenta años aún se recordaba que este sistema no era el único posible, pero hoy en día ya nadie quiere pensar en eso. Por otra parte, los que intentaron cambiarlo en el pasado fueron tan derrotados y escarmentados que todo hace pensar que en efecto la cosa ya no tiene marcha atrás y que cualquier día que los mercados decidan acabar con el planeta por algún infantil capricho o alguna infección agresiva llegará el fin del mundo y santas pascuas. “El mundo comenzó sin el hombre y terminará sin el hombre”, decía Claude Lévi-Strauss. Estaremos aquí mientras así sea la voluntad de la Economía. Lo mismo se pensaba antes de la voluntad de los dioses. La diferencia es que éstos, normalmente, no tenían el carácter de un niño de tres años, ni se contagiaban del virus de la gripe.

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lunes, 2 de marzo de 2020

El dúo sacapuntas .



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Así nos va
Juan Carlos Escudier

Por si no se habían enterado, la democracia está en peligro. No es algo que nos haya contado Ana Blanco en el telediario junto a unas imágenes del Bastión de los Pescadores de Budapest sino un riesgo que nos acecha aquí mismo sin que nos hayamos dado cuenta. Dirán que bastante tenemos con preocuparnos con llegar a fin de mes, con que nos renueven el contrato basura, con poder pagar la hipoteca ahora que los puentes libres escasean, con controlar que a los niños no les den un charla de educación sexual y se nos hagan tolerantes, con rezar para que en quince años siga habiendo pensiones, con que el coche no nos deje tirados y aguante un poco más aunque no tenga pegatina de la DGT y con una retahíla de cosas sin importancia, incluido el dichoso coronavirus por el que hemos puesto en cuarentena al chino del barrio. Hay que reconocer que somos unos despreocupados y que, a la mínima, nos damos a las cañas en esas terrazas de verano del invierno mientras comentamos que algo bueno tiene esto del cambio climático.

Nuestro desahogo ante la gran amenaza involucionaria no tiene disculpa y de ahí que los dos grandes presidentes del Gobierno que hemos tenido, antes declarados enemigos y ahora inseparable pareja de baile en sus bolos como conferenciantes, tengan que dar la alarma constantemente para concienciarnos de que aquello puntiagudo que se divisa a lo lejos no son molinos ni gigantes sino las orejas del lobo. ¿Que qué es lo que ha puesto en ese trance a la democracia con la banda sonora de El exorcista de fondo justo cuando el señor de los infiernos vomita sobre las sábanas? Pues el descrédito de las instituciones, que ahí es nada y por eso parece tan poco.

Las instituciones se desacreditan de muchas maneras pero no como habíamos pensado. No se inmutan, por ejemplo, porque estos dos mismos vigías de la democracia se hayan puesto a sueldo de multinacionales y nos den lecciones mientras continúan cobrando su pensión de expresidentes, que con algo tendrán que entretenerse las criaturas. Tampoco lo hacen porque en los últimos años nos hayamos desayunado a diario casos de corrupción, que han implicado desde la monarquía al concejal de urbanismo del pueblo más remoto, ni porque la Justicia sea, en efecto, un cachondeo que tiene más varas de medir que un sastre, ni porque hayamos tenido que rescatar a los bancos cuando la crisis nos pasaba por encima, ni porque descubramos que el ‘dejad que los niños se acerquen a mí’ de la Iglesia católica era literal, ni porque comprobemos que el empresariado más chic no paga impuestos ni en defensa propia, ni siquiera porque hayamos confirmado que los másteres con los que embellecemos los currículos con tanto esfuerzo y dinero se regalan por la jeró a los políticos más preparados.

Como se decía, las instituciones no se desacreditan porque la separación de poderes sea un chiste o porque la independencia de los órganos arbitrales consista en tener a sus miembros a sueldo, que así es como Ciudadanos regenera la democracia. No sufren lo más mínimo por las arbitrariedades, por los dedazos o porque siempre sean los mismos los que paguen la fiesta o el pato a la naranja.

Lo que en realidad desacredita a las instituciones, tal y como han proclamado Felipe González y José María Aznar en plan Dúo Sacapuntas, es la ruptura de los consensos de la Transición, especialmente el bipartidismo que tanto bien nos ha hecho. Todo por culpa de los extremismos, llámese populismo, nacionalismo o cualquier otra cosa que acabe en ismo menos liberalismo, que esa es una palabra mayor y respetabilísima.

¿Y saben por qué es tan difícil recuperar ese espíritu de diálogo del 78 con su camisita de sentido de Estado y su canesú de acuerdos transversales, y con esa Constitución por montera en la que no hay espacio para amnistías ni autodeterminaciones y donde nadie cuestiona la unidad de la patria, que es mucho más importante que nuestras tres comidas diarias? Pues, esencialmente, porque estas dos valiosas porcelanas chinas ya no están en la pomada aunque sí estén en el ajo, porque nos han gobernado incautos como Zapatero, blanditos como Rajoy o, directamente, traidores como Sánchez, y porque nadie salvo ellos dos se ocupa de repensar España, que es lo que tendríamos que hacer nosotros en vez de darle al tinto de verano con su tapa de oreja a la plancha.

La democracia está en peligro porque hay una mesa de diálogo sobre Cataluña, pese a que eso del diálogo parece rimar en consonante con democracia, y porque los políticos de ahora, por llamarles de alguna manera, van con el cuchillo en la boca, no como antes cuando se besaban públicamente en los morros sin temor al qué dirán y a los contagios. Eso es lo que angustia a Aznar y lo que preocupa a Felipe, que siempre fue algo más relativista, y lo que nosotros, pobres infelices, no vemos porque estamos empeñados en mirar el dedo de la corrupción, de la crisis, del fraude fiscal y de otros tantos atracos que sufrimos en vez de la luna donde habitan estos dos tipos con más cara que espalda.


  Está historia no es de ahora


domingo, 1 de marzo de 2020

La India y la globalización .


India: Desconectarse de la globalización. Entrevista


Prabhat Patnaik

Prabhat Patnaik, nacido en Jatani el 19 de septiembre de 1945, es uno de los principales economistas marxistas de la India. Gracias a una beca, tuvo la oportunidad de estudiar en el Daly College en Indore y luego se graduó en economía en St. Stephen's College en Nueva Delhi. Obtuvo su doctorado en Oxford y luego regresó a su hogar en 1974 para enseñar, hasta su jubilación en 2010, en el Centro de Estudios y Planificación Económicos (CESP) de la Universidad Jawaharlal Nehru en Nueva Delhi. Especializado en macroeconomía y economía política, es uno de los observadores más atentos de la política económica del gobierno indio. Crítico feroz de las políticas económicas neoliberales y del nacionalismo hindú, ha publicado numerosos artículos y libros en varios idiomas.
Entre los más importantes me gustaría mencionar: Una teoría del imperialismo, escrita con su esposa Utsa Patnaik, otra importante economista marxista india, El valor del dinero, Re-imaginando el socialismo y la desmonetización decodificada: una crítica del experimento monetario de la India . Entrevista publicada en italiano en Vox Populi.

 sigue  ..

viernes, 28 de febrero de 2020

No hay vacuna contra la histeria financiera .


El coronavirus y la sociedad de la mentira global

Pedro Luis Angosto 


Fuentes: Nueva Tribuna


Durante el año pasado se registraron en España 277.000 casos de cáncer. La mitad de los enfermos morirán en un plazo inferior a cinco años, sufriendo durante el resto de su vida un calvario indecible de idas y venidas al hospital, de quimio y radioterapia, de dolor y sufrimiento y de miedo indescriptible. En una sociedad avanzada y civilizada, las investigaciones para curar o paliar el cáncer, las enfermedades cardíacas y las degenerativas deberían ocupar un lugar preeminente, dedicándoles todos los medios económicos posibles. Del mismo modo, en un mundo civilizado y justo, la Organización Mundial de la Salud, en vez de callar, debería denunciar los precios altísimos de los tratamientos para esas enfermedades que están arruinando a los sistemas estatales de salud, declarar la libertad de todos los países copiar cualquier medicamento que sirva para mejorar la vida de los enfermos y condenar el reparto mafioso y monopolístico de los nuevos tratamientos por parte de los grandes laboratorios. No lo hace, mira para otro lado, y la curación de esas enfermedades que tanto dolor causan a tantísima gente se pospone hasta que la mafia quiera. 
El año pasado murieron en España por accidente laboral casi setecientas personas, resultando heridos de gravedad o enfermos debido al trabajo varios miles de personas. Las causas están claras, precariedad laboral, jornadas interminables, destajo, escasas medidas de seguridad y explotación. Ningún organismo estatal ni mundial alerta sobre el deterioro de las condiciones de trabajo ni esas víctimas, que podrían haberse evitado con muy poca inversión, abren los telediarios ni ocupan más de su tiempo.
No creo que nada de lo que pasa en el mundo sea por casualidad, ni que los informativos ignoren inocentemente el número de muertos por guerras absurdas que cada año asolan al mundo de los pobres
En 2019, seis mil españoles murieron de gripe, una enfermedad tan común como el sarampión que  mata todos los años a miles de personas en África sin que la OMS exija a los Estados miembros que aporten las vacunas necesarias -que valen cuatro perras- para evitar ese genocidio silencioso. Al fin y al cabo, la mayoría son negros.
En 2018, más de cuarenta mil personas murieron en España por la contaminación ambiental, siendo directamente atribuibles a esa misma causa el fallecimiento de ochocientas mil personas en la Unión Europea y casi nueve millones en el mundo, aparte de los millones y millones que padecen enfermedades crónicas que disminuyen drásticamente su calidad de vida.
En 2017 más de seis millones de niños murieron de puta hambre en el mundo mientras en los países occidentales se tiran a la basura toneladas y toneladas de alimentos. Ese mismo año, más de dos mil millones de personas trabajaron jornadas superiores a 15 horas por menos de 10 euros al día. Ningún informativo, ningún periódico, ninguna radio lleva días y días insistiendo machaconamente en esa tragedia que martiriza a diario a media humanidad y amenaza con llevarnos a todos a condiciones de vida insufribles.
La suspensión del Congreso Internacional de Móviles de Barcelona -Congreso que probablemente no se vuelva a celebrar tal como lo hemos conocido en años sucesivos- no se debió al coronavirus, sino a la exhibición que las grandes tecnológicas chinas iban a hacer sobre sus avances en el 5G
Hace unas semanas surgió en una región de China un virus que causa neumonía y tiene una indicencia mortal menor al uno por ciento. Los medios de comunicación de todo el mundo, acompañados con las redes sociales de la mentira global, decidieron que ese era el problema más terrible que había azotado al mundo desde los tiempos de la peste bubónica del siglo XIV que diezmó la población de Europa en casi un tercio. No hay telediario, portada de periódico por serio que sea o red social en la que el coronavirus no ocupe un lugar preferente y reiterativo hasta la saciedad, como si no tuviésemos bastante con las enfermedades ya conocidas que matan de verdad a muchísima gente después de largos periodos de sufrimiento y tortura vital. No sé como surgió ese nuevo virus, tampoco si es nuevo, carezco de conocimientos científicos para ello, lo único que sé es lo que cuentan los especialistas, y es que apenas mata ni deja secuelas importantes. Pese a ello, a que lo saben, los informativos siguen creando alarma a nivel mundial. ¿Por qué?
No creo que nada de lo que pasa en el mundo sea por casualidad, ni que los informativos ignoren inocentemente el número de muertos por guerras absurdas que cada año asolan al mundo de los pobres. Vivimos un tiempo de relevos, la potencia hegemónica –Estados Unidos– tiene por primera vez desde el final de la Guerra Fría un serio competidor que se llama China. Ese competidor fue alimentado desde los años ochenta por las potencias occidentales debido a su enorme población, a su pobreza y a los salarios bajísimos de sus trabajadores. Han pasado cuarenta años y lo que entonces pareció una decisión magnífica para acabar con los Estados del Bienestar, abaratar costes e incrementar riquezas de modo exponencial, ha tomado otro cariz y ahora esa potencia pobre produce casi el 18% de todo lo que se fabrica en el mundo y está en disposición de dar el gran salto que la coloque en como primera potencia mundial, algo que será inevitable haga lo que haga Trump y sus amigos porque tienen el capital, la tecnología y la mano de obra necesaria. La suspensión del Congreso Internacional de Móviles de Barcelona -Congreso que probablemente no se vuelva a celebrar tal como lo hemos conocido en años sucesivos- no se debió al coronavirus, sino a la exhibición que las grandes tecnológicas chinas iban a hacer sobre sus avances en el 5G. Se trataba de impedir de cualquier manera que los chinos pudiesen demostrar que hay campos en los que ya están por delante de Estados Unidos y, por supuesto, de Europa. No hay otra explicación ni otra razón. Con la cancelación del congreso de Barcelona y la información apocalíptica sobre las consecuencias de la expansión del coronavirus se daba un paso más en la nueva guerra fría que se ha inventado Donald Trump, dejando claro a China que todo vale en la guerra y que su ascenso al primer puesto les va -nos va- a costar sangre, sudor y lágrimas.
El coronavirus es una enfermedad que no arroja datos alarmantes, primero porque no se expande al ritmo de las grandes epidemias que ha sufrido el mundo, segundo porque tampoco los porcentajes de mortandad son equiparables a los de otras plagas como la “gripe española”. Sin embargo, y dentro de un lenguaje medieval, se está intentando crear pánico a escala global y por eso cada día nos cuentan el nuevo caso que se ha descubierto en Italia, Croacia, Malasia o Torrelodones, uno por uno, haya dado muestras de quebranto o no. Se trata de alimentar el bicho del miedo a escala global con fines estrictamente políticos y económicos, y nunca antes como hoy, en la sociedad de la desinformación, han existido tantos medios para imponer las mentiras como verdades absolutas al servicio de intereses bastardos. El coronavirus no es el fin del mundo ni nada que se le parezca, es una enfermedad normal, como tantas y con poca mortandad, pero la manipulación mediática interesada puede llevarnos a una crisis de consecuencias devastadoras.
  y ver  

La epidemia del miedo al coronavirus

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 El Jinete sin cabeza persiguiendo a Ichabod Crane
de John Quidor (1858). Smithsonian American Art Museum.

La epidemia del miedo se extiende por ‎el mundo‎
  
Manlio Dinucci

Red Voltaire.
La exageración sobre la peligrosidad del coronavirus en relación con otras ‎enfermedades así como la preparación de la respuesta de los principales actores, ‎2 meses ante de la aparición de la epidemia, resultan especialmente sorprendentes. Por ‎el momento, parece apresurado tratar de sacar conclusiones. ‎

  
Partiendo del principio que no hay que subestimar el coronavirus y que se deben seguir las ‎‎10 reglas de prevención divulgadas por el ministerio de Salud [italiano], habría que adoptar ‎además una 11ª regla fundamental: impedir también la propagación del virus del miedo. ‎

Sin embargo, los medios de prensa, principalmente la televisión, comenzando por la Rai [1], que está dedicando sus espacios informativos casi enteramente al coronavirus, ‎se dedican precisamente a propagar el miedo, un virus que penetra así en todos los hogares, ‎a través de los canales de televisión. ‎

Pero esas mismas televisoras que siembran la alarma sobre el coronavirus callan el hecho que la ‎gripe invernal, ha resultado mucho más letal que el coronavirus, dejando en Italia, sólo durante la ‎‎6ª semana de este año 2020 –según el Instituto Superior de Salud–, un promedio diario de ‎‎217 muertes, provocadas por complicaciones pulmonares y cardiovasculares derivadas de ‎esa simple gripe. Tampoco dicen que –según la Organización Mundial de la Salud (OMS)– en Italia ‎mueren cada año más de 700 enfermos de SIDA, lo cual representa un promedio de ‎‎2 fallecimientos diarios, de un total mundial de 770 000 muertos por el SIDA. ‎

Al referirse a la campaña alarmista sobre el coronavirus, la directora de macrobiología clínica, ‎virología y diagnóstico de biourgencias del laboratorio del hospital Sacco, de Milán, Maria Rita ‎Gismondo, declara:‎ ‎

«Es una locura. Han convertido una infección a penas más seria que una gripe en una ‎pandemia letal. ¡Miren la cifras! No es una pandemia.»


Pero la voz de esta científica no llega hasta el gran público, mientras que cada día, desde la Rai –‎servicio supuestamente público– hasta los canales de Mediaset y todos los demás, se les inculca ‎a los italianos el miedo al «virus mortal que, desde China, se extiende por el mundo». ‎

El hecho es que esa campaña va en el mismo sentido que lo que declaró el secretario del ‎Comercio de Estados Unidos, Wilbur Ross, en una entrevista transmitida por Fox Business: ‎ ‎

«Pienso que el coronavirus ayudará al regreso de los empleos de China a Estados Unidos. ‎En China hubo, primero el SARS, después la peste porcina y ahora el coronavirus.»‎

Por consiguiente, comenta el New York Times, «lo que China pierde podría ser una ganancia ‎para América» [léase “para Estados Unidos”]. Dicho de otra manera, el coronavirus podría tener un ‎impacto destructor sobre la economía china y, en una reacción en cadena, sobre las economías ‎del resto de Asia, de Europa y de Rusia, ya afectadas por la caída de los flujos comerciales y ‎turísticos, en beneficio de Estados Unidos, económicamente indemne. ‎

Global Research, el centro de investigación sobre la globalización, dirigido por el profesor Michel ‎Chossudovsky, está publicando una serie de artículos de expertos internacionales sobre el origen ‎del coronavirus. Esos expertos estiman que «no se puede excluir la posibilidad de que este virus ‎haya sido creado en un laboratorio», hipótesis que no puede ser simplemente clasificada como ‎‎«complotista» para desacreditarla. ¿Por qué? Porque Estados Unidos, Rusia, China y las demás ‎grandes potencias tienen laboratorios donde se realizan investigaciones sobre virus que, al ser ‎modificados, pueden ser utilizados como agentes de guerra biológica, dirigiéndolos incluso contra ‎ciertos sectores de la población. Estamos hablando de una actividad rodeada del mayor secreto, ‎a menudo bajo la cobertura de investigación científica de tipo civil. ‎

Pero algunos hechos salen a la luz, como la existencia en Wuhan de un biolaboratorio donde ‎científicos chinos realizan, en colaboración con Francia, investigaciones sobre virus letales, ‎entre ellos algunos enviados por el Laboratorio de Microbiología de Canadá. En julio de 2015, el ‎instituto gubernamental británico Pirbright patentó en Estados Unidos un «coronavirus ‎atenuado». En octubre de 2019, el Johns Hopkins Center for Health Security realizó en ‎Nueva York un simulacro de pandemia por coronavirus utilizando un guión que, de convertirse ‎en realidad, provocaría 65 millones de muertos [2].‎
 Pero lo que no se simula es la propagación del virus del miedo, que se extiende, con efectos ‎socioeconómicos devastadores. ‎
Manlio Dinucci
Fuente
Il Manifesto (Italia)

Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange ‎Patrizio.



[1] La Rai ‎‎(Radiotelevisione Italiana) es el ente público de radiodifusión de Italia. Nota de la ‎‎Red Voltaire.




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jueves, 27 de febrero de 2020

El capitalismo español .


Imagen de cubierta: A DONDE VA EL CAPITALISMO

De dónde vienen las élites que lideran el capitalismo español



Fuentes: La Marea

La cercanía entre los propietarios del capital y los dirigentes políticos ha sido decisiva para que, en los últimos veinte años, una treintena de empresas españolas hayan podido convertirse en multinacionales que juegan en la primera división de las grandes corporaciones a nivel global. Y también fue clave para su desarrollo y evolución desde la primera mitad del siglo pasado hasta la entrada de España en la globalización. Para eso resultó fundamental tanto el apoyo del régimen franquista como la colaboración de los sucesivos gobiernos elegidos después de la Transición. Gracias a la conformación de esa gran alianza político-empresarial, sectores estratégicos como las finanzas, la energía, las telecomunicaciones, la construcción o el turismo pasaron a ser controlados por un reducido grupo de empresas. Estas expandirían luego sus negocios a otras latitudes aprovechando las posibilidades que les brindaba la belle époque del neoliberalismo.

Oligarquías nacionales

Según la versión oficial, el empresario gallego Pedro Barrié de la Maza fundó Fuerzas Eléctricas del Noroeste (Fenosa) en 1943. La realidad, sin embargo, es que esta empresa fue el resultado de una fusión entre otras dos compañías: Fábrica de Gas y Electricidad, que ya era de su propiedad, y Electra Popular Coruñesa, que había sido fundada once años antes por el diputado republicano José Miñones. Este último fue detenido por los militares sublevados en julio de 1936. Tras ser condenado a muerte, fue fusilado a finales de ese mismo año. Todos sus bienes fueron confiscados, entre ellos, la empresa que producía y distribuía electricidad a la provincia de La Coruña, que le fue entregada a Barrié de la Maza. El millonario había sido otro de los grandes donantes del golpe militar. Barrié era también propietario del Banco Pastor y llegaría a dirigir un buen número de compañías industriales, hasta el punto de convertirse en el empresario más importante de la época en Galicia. A mediados de los años cincuenta, entre otras muchas condecoraciones recibidas, fue nombrado Conde de Fenosa.
José María de Oriol y Urquijo asumió la presidencia de Hidroeléctrica Española (Hidrola) en 1941. Heredó el testigo de su abuelo y de su padre, que habían fundado esta compañía en la primera década del siglo XX. Jefe provincial de Falange en la Guerra Civil —su familia contribuyó a financiar el bando nacional— y alcalde de Bilbao desde 1939 hasta que entró a dirigir la eléctrica, además de procurador en las Cortes franquistas durante seis legislaturas, el Marqués de Casa Oriol llegó a ser directivo y consejero de más de una veintena de empresas y bancos. Hasta su muerte, en 1985, fue presidente de Hidrola. Unos años después, esta empresa se fusionaría con Iberduero para dar lugar a Iberdrola, que entre 1992 y 2005 sería dirigida por uno de sus hijos, Íñigo de Oriol. Actualmente, aunque ya no tiene la presidencia, la familia Oriol continúa siendo accionista de la multinacional, además de controlar otras compañías como Talgo y poseer numerosos terrenos, inmuebles y fondos de inversión.
Las dinastías empresariales que protagonizan el capitalismo español desde la posguerra hasta nuestros días hunden sus raíces en una estrecha alianza con el régimen de FrancoMuchas de las compañías que se hicieron fuertes con el desarrollismo siguen manteniendo en la dirección a los herederos de sus fundadores. No hay más que recordar apellidos como Entrecanales (Acciona), Benjumea (Abengoa), Del Pino (Ferrovial), Koplowitz (FCC) o Riu y Barceló, propietarios de las empresas que llevan su nombre. Aunque un buen número de las grandes empresas españolas se fundaron antes de 1936, entre las élites económicas del país apenas se encuentran hoy descendientes de los empresarios que pilotaron estas mismas compañías con anterioridad al alzamiento franquista. Una de las contadas excepciones es la familia Botín, que actualmente sigue presidiendo el Banco Santander. Ana Botín es la cuarta generación de los banqueros que han gobernado la entidad desde hace un siglo. Pero el caso de los Botín, también conocidos por las cuentas secretas en Suiza a las que llevaron su dinero al comienzo de la Guerra Civil y por los 200 millones de euros que en 2010 pagaron a la Agencia Tributaria para regularizar su situación, es poco frecuente. Lo más granado del capitalismo familiar español proviene de los triunfadores de la guerra.
En los años cuarenta y cincuenta, los proyectos industriales y la construcción de grandes infraestructuras fueron la vía más directa para favorecer a los dueños de las compañías más allegadas a la dictadura. Además de contar con importantes partidas del presupuesto público para desarrollar las obras, en muchas ocasiones pudieron disponer de mano de obra esclava —los presos republicanos— para construir pantanos, carreteras y líneas férreas. Así es como la familia Entrecanales lideró la construcción de un canal para evacuar los vertidos de los barrios ricos de Sevilla. De esa misma forma, empresas como Dragados (hoy integrada en ACS) y Coviles (OHL) abarataron los costes de la construcción de sendos embalses en Huesca y Murcia. Sin los trabajos forzados de los presos republicanos tampoco se hubiera podido levantar el Valle de los Caídos, la obra emblemática del franquismo, construida por Huarte (OHL) y Agromán (Ferrovial). «El Valle era un gran negocio, los patronos tenían obreros a precio de saldo y disciplinados», recuerda Nicolás Sánchez-Albornoz, quien fue condenado a trabajar en la obra a finales de la década de 1940.
Añadido a unas condiciones laborales muy ventajosas, las grandes empresas contaron con el apoyo del Estado a todos los niveles. Obviamente, con su correspondiente corolario: de los 83 ministros y exministros nombrados por Franco que todavía vivían en 1974, 64 habían participado en consejos de administración de empresas públicas o privadas durante los quince últimos años de la dictadura. La alianza entre el poder político y el poder empresarial se interconectó, en buena medida, con la nobleza del país; bien porque directamente se emparentaron vía matrimonios, bien porque a muchos empresarios les fueron concedidos títulos nobiliarios. La aristocracia española, terrateniente y latifundista, siempre mantuvo una relación excelente con los empresarios que se hicieron de oro con el desarrollismo franquista.
En 1962, las 100 grandes familias financieras de España controlaban 48 bancos, que suponían el 84,8% del capital desembolsado en el país. A principios de los años setenta, 16 de los 20 primeros bancos españoles estaban vinculados entre sí mediante relaciones de parentesco entre sus principales dirigentes. A la muerte de Franco, dos centenares de familias de la aristocracia financiero-empresarial controlaban más de una tercera parte de las acciones de las grandes empresas y bancos españoles. En línea con el estudio sobre el poder de la banca que llevó a cabo Juan Muñoz en los años setenta, se puede concluir que “si las relaciones establecidas entre los bancos a través de consejeros comunes implica un primer carácter monopolista que acentúa la desigual dimensión de las entidades, las vinculaciones familiares refuerzan esa nota añadiéndole otra segunda: el carácter oligárquico”.

Una nueva clase político-empresarial

Con las privatizaciones, los empresarios amigos del gobierno de turno —primero los del PSOE, más tarde los del PP— fueron situados en los consejos de administración y las direcciones de lo que luego serían las mayores multinacionales españolas. En 1992, cuando se creó el IBEX35, entre todas las empresas que componían el recién nacido índice bursátil había 43 consejeros que venían de ser altos cargos en los gobiernos del PSOE, 35 que provenían de las máximas instancias del franquismo y nueve del gobierno de la restauración monárquica.
Poco a poco se estaba conformando una renovada clase político-empresarial, complementaria y bien relacionada con los clanes históricos del capitalismo familiar, que sería llamada a dirigir el proceso de internacionalización a finales del siglo XX y principios del XXI. En permanente y constante sintonía con todos esos ‘políticos giratorios’ que, bien desde los sillones en las instituciones públicas, bien desde sus asientos en los consejos de las grandes compañías, se fueron sumando a recoger los beneficios que este modelo proporcionaba a quienes lograban colocarse en lo más alto de las estructuras del poder político-económico.
Uno de ellos fue Juan Miguel Villar Mir. Antiguo alumno del colegio Nuestra Señora del Pilar, ocupó diversos cargos en la dictadura hasta llegar a ser ministro de Hacienda en el gobierno de Arias Navarro. Recién estrenada la democracia, dejó a un lado su carrera política para pasarse al mundo empresarial. En 1987, tras la adquisición de la Inmobiliaria Espacio y de la Sociedad General de Obras y Construcciones Obrascón —adquirida a Altos Hornos de Vizcaya por una peseta—, puso en marcha el Grupo Villar Mir. Este fue precisamente el éxito de su estrategia de negocio: comprar a bajo precio empresas con estados financieros delicados para luego reflotarlas, contando siempre con la imprescindible ayuda del Estado. Es el caso de Fertiberia: Villar Mir compró esta empresa de fertilizantes en 1995 con un crédito público al 0% de interés y sin plazo de vencimiento. Aprovechando que entre 1989 y 1999 el número de grandes constructoras se redujo de 28 a 11, Obrascón se hizo con Huarte —que estaba en suspensión de pagos— y Laín para conformar el consorcio OHL. “Aquella peseta de 1987 vale hoy en bolsa más de 2.500 millones de euros”, afirmó el empresario años después en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
Villar Mir, como buen símbolo del capitalismo familiar español, acomodó a sus hijos en la dirección de las compañías de su grupo a fin de garantizarse la continuidad dinástica. De la misma forma que otros empresarios se valieron de su cercanía a Franco para conseguir títulos nobiliarios, el presidente de OHL aprovechó su amistad con Juan Carlos de Borbón para obtener importantes contratos en Oriente Medio, al tiempo que era nombrado marqués de Villar Mir. En los últimos años, sin embargo, tanto este empresario como parte de su familia han sido imputados en diferentes casos de corrupción. Su yerno y consejero delegado del grupo, Javier López Madrid, fue condenado por el caso de las tarjetas black de Bankia y actualmente está siendo investigado por aparecer en “los papeles de Bárcenas” como uno de los empresarios que financiaban ilegalmente al PP. También se le investiga por el pago que hizo desde OHL México al entorno del expresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, a cambio de concesiones de obras públicas.
“Yo soy pura y simplemente un empresario”. De esta forma se autodefinía Jesús de Polanco, otro de los grandes triunfadores del periodo de “modernización” de la economía española. Polanco empezó su carrera empresarial en el franquismo con la editorial Santillana. Sus negocios en España crecieron rápidamente a principios de los años setenta, gracias a sus buenas relaciones con el régimen. Luego vino la creación de Promotora de Informaciones, S.A. (PRISA) y el diario El País, cuyo primer número se publicó medio año después de la muerte de Franco. Nombrado presidente del grupo en 1983, Polanco logró situar sus medios como la principal referencia de la Cultura de la Transición.
 En eso tuvo mucho que ver su cercanía al gobierno del PSOE, que le concedió múltiples ventajas para el crecimiento de sus negocios de comunicación. Bajo su mando, PRISA se expandió internacionalmente hasta llegar a ser “un grupo iberoamericano de empresas, antes que español”, tal y como aseguró Juan Luis Cebrián ante su junta de accionistas en 2014. Tras el crash global, dirigido por Cebrián tras el fallecimiento de Polanco en 2007, el grupo se situó al borde de la quiebra por sus elevados niveles de endeudamiento. No tuvo más salida que cancelar su enorme deuda transformándola en capital social, dando entrada a los principales acreedores en el consejo de administración.
Otra historia de éxito empresarial es la de “los Albertos”. Los primos Alberto Alcocer y Alberto Cortina habían entrado a formar parte de la élite económica del país al casarse con las hermanas Esther y Alicia Koplowitz, herederas de Construcciones y Contratas. Después de contraer matrimonio, ambos entraron a formar parte del consejo de administración de la compañía y en 1987 consiguieron la presidencia. Desde la llegada de “los Albertos”, la empresa se fue expandiendo a otros sectores y entró en el accionariado de Portland Valderribas o Fomento de Obras y Construcciones, con la que finalmente se fusionaría para dar lugar a FCC. Con la entrada de España en el “proyecto europeo”, pusieron el foco en el sector bancario y lograron posicionarse como accionistas del Banco Central y el Banesto. Pero su buena racha cambió con su separación de las Koplowitz en 1990: tuvieron que salir de la constructora y se enfrentaron a una demanda por estafa y falsificación por el negocio de esos terrenos en Plaza de Castilla (Madrid) donde luego se edificarían las torres KIO. Aun así, se quedaron con parte de la propiedad de varias empresas y sus amistades políticas siguieron contando con ellos. De hecho, al llegar al gobierno, Aznar nombró a Alberto Cortina presidente de Repsol, justo cuando estaba a punto de completarse su proceso de privatización. Era el año 1996, comenzaba el proceso de expansión internacional de las grandes empresas españolas.
Muchos empresarios afines al gobierno fueron situados en los consejos de administración y las direcciones de las que pronto se convertirían en las mayores multinacionales del país. Esa renovada clase político-empresarial, complementaria y bien relacionada con los clanes históricos del capitalismo familiar, dirigiría el proceso de internacionalización de las grandes empresas españolas. Martín Villa, que había sido ministro primero con Franco y luego con la UCD, fue presidente de Endesa entre 1997 y 2002. Francisco González, nombrado presidente de Argentaria en 1996, pilotó su fusión con los Bancos de Bilbao y Vizcaya y fue el máximo mandatario del BBVA hasta finales de 2018. César Alierta, que en el año 2000 pasó de la presidencia de Tabacalera a la de Telefónica tras la caída en desgracia de Villalonga, dirigió esta compañía hasta que se jubiló en 2016.
Pedro Ramiro y Erika González, investigadores del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL), son autores del libro ‘A dónde va el capitalismo español(1)(Traficantes de Sueños, 2019), de cuyo texto se han extraído algunos fragmentos para componer este artículo


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