Economía digital
El lado oscuro de los Botín. Ana
Patricia pertenece al consejo de Comercio e Inversión (FSTIB, por sus
siglas en inglés) creado por el ministro británico George Osborne
para promover la industria financiera de la City, el mayor centro de opacidad
fiscal del planeta. David Cameron la califica de superstar de
las finanzas, una glosa que la acompaña hasta la presidencia dinástica del Santander.
Ana Patricia tendrá otras cualidades profesionales, que sin duda las tiene. Pero, lamentablemente, la jefa de Santander UK ha mostrado en la City su buen hacer en la ruta del dinero caliente, un espacio radial que comunica Londres con los principales paraísos fiscales del mundo. La hija del fallecido Emilio Botín ha crecido a la sombra de la excepción británica, un cheque en blanco en medio de una Europa incapaz de armonizar a sus estados miembros. Forbes la sitúa en el penúltimo eslabón de las cien mujeres más poderosas, pero Bloomberg la sube hasta el puesto 50. Y es que la objetividad tiene un precio; no es la vara de medir de estas publicaciones ancladas en la suculenta publicity.
Entre 2002 y 2010 fue la presidenta de Banesto, filial del Santander, y su traslado a Londres se interpretó por muchos como un paso más en la sucesión. Está casada con Guillermo Morenés, el socio de su hermano Javier Botín en JB Capital Markets, una gestora de patrimonios que fue pillada con enormes cantidades de activos sintéticos en 2008 procedentes de la operativa fraudulenta de Bernard Madoff, el financiero encarcelado en Nueva York, tras un escándalo sin precedentes desde los tiempos de la burbuja de los Mares del Sur.
Madoff colocaba activos en España a través de Capital Markets pero, al conocerse el desfalco, todo se tapó con dinero del Santander. Don Emilio cicatrizó la aventura de su yerno, Morenés, y la de su propio hijo, Javier, con la misma destreza con la que antes taponaba hoyos en Pedreña, el golf santanderino que inició a su primer yerno, el gran Severiano Ballesteros.
El de los Botín es un mundo atado y bien atado. Además de financiero, el difunto Emilio ha sido el banquero deportista. Ha patrocinado el básquet o el golf y ha abanderado los bólidos de su amigo Fernando Alonso, piloto en horas bajas en la fórmula 1 de Ron Denis y Bernie Ecclestone, dos filibusteros milagrosamente inmaculados. Los Botín han sabido entrar en el mundo de los patrocinios a gran escala en el que mandan las instancias sin dueños, los drock’s box de los negocios, al estilo FIFA y UEFA, plataformas capaces de impartir normas y dictar leyes sin hacerse responsables de ninguna entidad física y sin practicar ninguna rendición de cuentas. Don Emilio ha sabido ser la sombra de la propiedad sin ser específicamente el propietario único. Ha sido el padre padrone sin ser patrón.
Es el bueno de la familia entre los hijos del mítico Botín Sanz de Sautuola. Ha engrandecido el Santander, mientras que su hermano Jaime Botín (tío de Ana Patricia), navegante solitario en su velero Adix, escamoteó una participación en Bankinter y fue sancionado por la CNMV. Digamos que Jaime, síndrome de Diógenes donde los haya, escogió el mar e hizo méritos ante la familia con algún trabajito indócil. Ana Patricia entra en el selecto grupo de presidentes de empresas del Ibex 35, el sancta sanctorum del poder económico, al que solo pertenecen otras dos mujeres, Ana María Díaz, presidenta no ejecutiva de DIA, y Esther Koplowitz (FCC).
El ranking doméstico de los ricos es ciego ante el dolor social de millones de españoles atrapados en dificultades económicas de una crisis de liquidez provocada por los motores de la oferta monetaria desregulada.
La flamante presidencia de Ana Patricia se debe al voto unitario del consejo de Banco Santander (los estatutos de la entidad establecen una mayoría de dos tercios) al que pertenecen el consejero Javier Marín y la propia Ana Patricia. El Santander tiene su particular puerta giratoria. Su consejo de administración congrega a empresarios de postín, como Rodrigo Echenique o Juan Miguel Villar Mir, a ex ministros abrasivos de la etapa Aznar (Abel Matutes o Isabel Tocino) y también a profesionales de probada virtud, como los hermanos Matías y Juan Rodríguez Inciarte o Guillermo de la Dehesa, ex socialista gallego que señoreó los pazos de la condesa de Fenosa en el puente de mando de Banco Pastor.
No todos los citados están de acuerdo en la herencia de Ana Patricia. Sobre todo si nos atenemos al principio de rigor en la gestión más que al derecho de propiedad accionarial. Pero en los bancos, el voto es una consigna; su cooptación tiene mucho que ver con el número de ceros que figuran en las compensaciones y dietas que reciben los vocales de sus órganos mercantiles.
Ana Patricia tendrá otras cualidades profesionales, que sin duda las tiene. Pero, lamentablemente, la jefa de Santander UK ha mostrado en la City su buen hacer en la ruta del dinero caliente, un espacio radial que comunica Londres con los principales paraísos fiscales del mundo. La hija del fallecido Emilio Botín ha crecido a la sombra de la excepción británica, un cheque en blanco en medio de una Europa incapaz de armonizar a sus estados miembros. Forbes la sitúa en el penúltimo eslabón de las cien mujeres más poderosas, pero Bloomberg la sube hasta el puesto 50. Y es que la objetividad tiene un precio; no es la vara de medir de estas publicaciones ancladas en la suculenta publicity.
Entre 2002 y 2010 fue la presidenta de Banesto, filial del Santander, y su traslado a Londres se interpretó por muchos como un paso más en la sucesión. Está casada con Guillermo Morenés, el socio de su hermano Javier Botín en JB Capital Markets, una gestora de patrimonios que fue pillada con enormes cantidades de activos sintéticos en 2008 procedentes de la operativa fraudulenta de Bernard Madoff, el financiero encarcelado en Nueva York, tras un escándalo sin precedentes desde los tiempos de la burbuja de los Mares del Sur.
Madoff colocaba activos en España a través de Capital Markets pero, al conocerse el desfalco, todo se tapó con dinero del Santander. Don Emilio cicatrizó la aventura de su yerno, Morenés, y la de su propio hijo, Javier, con la misma destreza con la que antes taponaba hoyos en Pedreña, el golf santanderino que inició a su primer yerno, el gran Severiano Ballesteros.
El de los Botín es un mundo atado y bien atado. Además de financiero, el difunto Emilio ha sido el banquero deportista. Ha patrocinado el básquet o el golf y ha abanderado los bólidos de su amigo Fernando Alonso, piloto en horas bajas en la fórmula 1 de Ron Denis y Bernie Ecclestone, dos filibusteros milagrosamente inmaculados. Los Botín han sabido entrar en el mundo de los patrocinios a gran escala en el que mandan las instancias sin dueños, los drock’s box de los negocios, al estilo FIFA y UEFA, plataformas capaces de impartir normas y dictar leyes sin hacerse responsables de ninguna entidad física y sin practicar ninguna rendición de cuentas. Don Emilio ha sabido ser la sombra de la propiedad sin ser específicamente el propietario único. Ha sido el padre padrone sin ser patrón.
Es el bueno de la familia entre los hijos del mítico Botín Sanz de Sautuola. Ha engrandecido el Santander, mientras que su hermano Jaime Botín (tío de Ana Patricia), navegante solitario en su velero Adix, escamoteó una participación en Bankinter y fue sancionado por la CNMV. Digamos que Jaime, síndrome de Diógenes donde los haya, escogió el mar e hizo méritos ante la familia con algún trabajito indócil. Ana Patricia entra en el selecto grupo de presidentes de empresas del Ibex 35, el sancta sanctorum del poder económico, al que solo pertenecen otras dos mujeres, Ana María Díaz, presidenta no ejecutiva de DIA, y Esther Koplowitz (FCC).
El ranking doméstico de los ricos es ciego ante el dolor social de millones de españoles atrapados en dificultades económicas de una crisis de liquidez provocada por los motores de la oferta monetaria desregulada.
La flamante presidencia de Ana Patricia se debe al voto unitario del consejo de Banco Santander (los estatutos de la entidad establecen una mayoría de dos tercios) al que pertenecen el consejero Javier Marín y la propia Ana Patricia. El Santander tiene su particular puerta giratoria. Su consejo de administración congrega a empresarios de postín, como Rodrigo Echenique o Juan Miguel Villar Mir, a ex ministros abrasivos de la etapa Aznar (Abel Matutes o Isabel Tocino) y también a profesionales de probada virtud, como los hermanos Matías y Juan Rodríguez Inciarte o Guillermo de la Dehesa, ex socialista gallego que señoreó los pazos de la condesa de Fenosa en el puente de mando de Banco Pastor.
No todos los citados están de acuerdo en la herencia de Ana Patricia. Sobre todo si nos atenemos al principio de rigor en la gestión más que al derecho de propiedad accionarial. Pero en los bancos, el voto es una consigna; su cooptación tiene mucho que ver con el número de ceros que figuran en las compensaciones y dietas que reciben los vocales de sus órganos mercantiles.