Dilemas de la Unión Europea
Autonomía estratégica ha sido uno de los conceptos más repetidos del año, especialmente desde que Pete Hegseth dejó sin habla a los aliados europeos de la OTAN anunciando que el continente ha dejado de ser una prioridad para Estados Unidos y dando la orden de que sean los Estados miembros quienes se hagan cargo del coste de la seguridad y también de la guerra y posguerra de Ucrania. En el tiempo transcurrido desde la toma de posesión de Trump, los países europeos han compaginado la narrativa de toma de control de su propia seguridad, las reivindicaciones vacías de la necesidad de ser un actor geopolítico y de seguridad autónomo y las plegarias a Estados Unidos para que el hegemón no se desentienda del continente ni de la guerra en Ucrania. Centrado en la contención de China y en conseguir el dominio absoluto del continente americano, para lo que indulta, como hizo ayer, a expresidentes condenados por narcotráfico como Juan Orlando Hernández mientras ordena el cierre del espacio aéreo venezolano para bombardear objetivos alegando luchar contra la droga, Estados Unidos ha dejado de mirar a Europa como nada más que un mercado en el que vender su energía, productos agrícolas, tecnológicos y vehículos.
Con una guerra en el continente y sin capacidad para gestionar por su cuenta el suministro de armamento pesado en enormes cantidades, hacerse cargo de una logística que incluso Washington ha tenido dificultades para realizar de forma eficiente ni aportar la inteligencia en tiempo real que proporciona Estados Unidos, los países europeos prefieren no asumir que su aliado a otro lado del charco les ha ofrecido ya esa autonomía estratégica con la que soñaban y espera que actúen de forma independiente. La certeza de que no va a crearse en el continente ningún bloque contrahegemónico, es decir, contrario a los intereses de Estados Unidos, es tal que Trump puede permitirse incluso romper la máxima con la que nació la OTAN –“keep the Americans in, the Russians out and the Germans down”, “mantener a los americanos dentro; a los rusos, fuera y a los alemanes, aplastados”- y ceder en el liderazgo. “Donald Trump quiere que Alemania tome el control de la OTAN”, titulaba el 19 de noviembre The Telegraph en un artículo en el que planteaba que la administración estadounidense desea que Alemania juegue en Europa el papel que históricamente ha jugado Estados Unidos.
Hasta 2025, el reparto de tareas implicaba una división de la inversión prácticamente al 50% entre Estados Unidos y la Unión Europea. Mientras Washington se encargaba fundamentalmente de las armas, Bruselas sostenía al Estado, hacía posible los pagos de salarios y pensiones y acogía a población refugiada. A esa asistencia conjunta había que sumar las aportaciones individuales de los países miembros, entre los que destaca Alemania, segundo proveedor de las Fuerzas Armadas de Ucrania. El sábado, el ministro de Defensa de Ucrania, Denis Shmygal, anunciaba que “Ucrania recibirá una cifra récord 11.500 millones de euros de Alemania para artillería, drones, equipo militar y otros materiales. La cámara baja del parlamento alemán aprobó el presupuesto federal para 2026. Esta asistencia es de vital importancia para mantener nuestras capacidades defensivas”. La financiación estadounidense ha desaparecido y Washington solo aspira a lucrarse de la guerra primero y de la paz armada después a base de vender a los países europeos las armas que posteriormente envían a Kiev. En el imaginario europeo, autonomía estratégica es sufragar los costes para que Estados Unidos siga aportando los servicios.
El problema de los países europeos es que aún no han comprendido que Estados Unidos, a quien ven como su principal aliado es, en realidad, un rival consciente de su superioridad y que no les tiene en cuenta. “Cuando el canciller alemán Friedrich Merz se enteró por primera vez del plan de paz de la administración Trump para Ucrania el jueves pasado, quedó atónito tanto por el contenido como por la forma en que se enteró. En lugar de enterarse por funcionarios estadounidenses, Merz se enteró del plan por un titular de prensa. Su equipo tuvo que comunicarse varias veces para concertar una llamada el viernes por la noche con el presidente Trump para obtener una explicación”, escribía la semana pasada The New York Times en referencia a la publicación del plan de 28 puntos con el que Washington ha reanudado la diplomacia sin avisar a sus socios europeos. Días después, cuando posaba junto a Andriy Ermak, Marco Rubio decía no saber de la existencia de una contrapropuesta europea para enmendar el plan estadounidense, reafirmando así la importancia que Washington da a sus aliados europeos, ninguna. Ayer, en The Atlantic, el teniente general Christian Freuding afirmaba que la comunicación entre Estados Unidos y Alemania, que antes era “día y noche”, “se ha roto, realmente se ha cortado”. Los países europeos no comprenden aún el porqué del silencio de su aliado y alegan mala fe cuando Vladimir Putin afirma, como hizo ayer, que tratan de obstaculizar los esfuerzos norteamericanos por conseguir la paz. En su encuentro con oficiales del ejército, el presidente ruso afirmó que los países europeos tratan de introducir en el acuerdo de paz puntos que saben que Rusia no va a aceptar, una estrategia para evitar la posibilidad de resolución del conflicto.
De forma frenética, inconsistente y, en ocasiones apelando a argumentos francamente extravagantes -como las declaraciones de Kaja Kallas sobre cómo “Rusia ha invadido al menos 19 países en los últimos cien años y ninguno le ha invadido”-, los países europeos han tratado de modificar los términos del plan estadounidense especialmente en tres aspectos. Si para Ucrania las líneas rojas son los territorios y la seguridad, los países europeos añaden una más: los activos rusos retenidos en Occidente. El nerviosismo europeo se debe al punto de la propuesta en el que Washington escribía que 100.000 millones de dólares de esos activos serían utilizados para la reconstrucción de Ucrania, los países europeos aportarían una cantidad equivalente y Estados Unidos se llevaría la mitad de los beneficios generados.
El hecho de que la UE haya acelerado el paso para conseguir hacerse con los fondos rusos retenidos en su territorio y ponerlos en manos de Kiev con el objetivo de continuar adquiriendo armas es ilustrativo de la misión que las autoridades comunitarias han otorgado a esos activos. A ojos de la UE, los activos rusos no están ahí para reconstruir Ucrania, sino para adquirir las armas con las que luchar en esta guerra y preparar la paz armada con la que disuadir a Rusia. Desde la lógica europea, prevenir una futura guerra no pasa por detener la actual, sino por tratar de mantenerla. “No buscamos prolongar la guerra, sino acabarla”, escribía Friedrich Merz en septiembre en una tribuna publicada por Financial Times en la que argumentaba que “Moscú solo acudirá a la mesa a discutir un alto el fuego cuando se dé cuenta de que Ucrania tiene mayor capacidad de resistencia. Nosotros tenemos esa capacidad de resistencia”. Como ha demostrado esta semana dando su aprobación tácita a negociar el documento de Trump, en realidad, Moscú acudirá a negociar cuando se le ofrezca un compromiso de no expansión de la OTAN. No entender ni al aliado estadounidense ni al enemigo ruso se ha convertido en el día a día de la Unión Europea, capaz de mofarse del plan de Estados Unidos el día que se publica y alegar que Rusia rechaza negociar cuando Vladimir Putin afirma explícitamente que el documento puede ser una base para el diálogo.
En el artículo, Merz cifraba esa resistencia europea en 140.000 millones de euros, la cantidad de los activos rusos que el canciller alemán quería poner en manos de Ucrania para “garantizar varios años de su defensa”. Por si quedaba alguna duda, el líder alemán insistía en que “para Alemania, será importante que estos fondos adicionales sean utilizados únicamente para financiar equipamiento militar de Ucrania, no para fines presupuestarios generales”. Por definición, los activos rusos no deben reconstruir Ucrania ni sostener su Estado, sino servir para adquirir armas.
Sin avances durante meses y con la negativa de Bélgica a exponerse en solitario, sin la solidaridad de sus socios, a una posible litigación rusa, las prisas europeas para hacerse con los fondos rusos ya no se limitan a preocupaciones puramente militares sino políticas. No se trata de garantizar que Rusia no pueda recuperar esos activos, sino de impedir que Estados Unidos los comprometa a algo para lo que no estaban destinados. De ahí la renovación de la presión contra Bélgica, el país en el que se encuentra alrededor de dos tercios de los fondos rusos retenidos. “A pesar de la creciente presión diplomática para que Bélgica ceda, De Wever solo aumentó el jueves su hostilidad hacia los planes de la Comisión. Ampliando sus objeciones anteriores, el líder belga argumentó que el plan de la Comisión bloquearía un acuerdo de paz en Ucrania”, escribía el viernes Politico, que informaba de que “el primer ministro belga, Bart De Wever, intensificó el jueves por la noche sus objeciones al plan de la Comisión Europea de utilizar unos 140.000 millones de euros de activos rusos congelados en Bruselas para reforzar Ucrania, frustrando las esperanzas de la UE de lograr un avance en la movilización de los activos”. “En el caso muy probable de que Rusia finalmente no sea oficialmente la parte perdedora, pedirá legítimamente, como ha demostrado la historia en otros casos, que se le devuelvan sus activos soberanos”, afirma De Wever en la carta enviada a von der Leyen.
No solo el Gobierno belga es capaz de observar esa realidad. “En una carta a la que ha tenido acceso Financial Times, el depositario central de valores Euroclear, con sede en Bruselas, argumentaba que el último plan de préstamos para Ucrania se percibiría como una «confiscación» fuera de la UE y asustaría a los inversores en deuda soberana europea. La UE ha congelado unos 210.000 millones de euros en activos estatales rusos tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, de los cuales alrededor de 185.000 millones se encuentran en Euroclear. Las negociaciones de paz en Ucrania han renovado la presión para acordar las condiciones del préstamo de 140.000 millones de euros para Kiev utilizando los activos soberanos rusos inmovilizados”, escribe un artículo publicado por Financial Times. Ayer, el Banco Central Europeo se sumaba a esa postura y rechazaba respaldar el pago de 140.000 millones de euros a Ucrania, duro, aunque no definitivo golpe al esquema de un préstamo -que Ucrania jamás podrá pagar- respaldado por los activos rusos congelados.
Sin embargo, la realidad objetiva y el riesgo evidente que supondría para el sistema financiero europeo apropiarse de los activos rusos retenidos no ha conseguido, de momento, que la UE desista de su intento de que esos fondos continúen financiando la guerra. Ayer, Bélgica volvía a plantear sus exigencias: proporcionar garantías jurídicamente vinculantes e incondicionales para el “préstamo de reconstrucción”, compartir todos los riesgos jurídicos potenciales entre todos los Estados miembros de la UE, garantizar la participación de todos los países donde estén congelados los activos rusos (lo que significa que el préstamo a Ucrania debe estar respaldado por esos activos colectivamente). La UE, se mostró dispuesta a tratar las quejas belgas, pero añadió no estar dispuesta a dar “un cheque en blanco” a las exigencias de De Wever, dando a entender que rechaza las condiciones y seguirá presionando mientras insiste en que no hay ningún riesgo.
Con un chivo expiatorio claro, la UE está dispuesta a presionar a Bélgica poniendo sobre la mesa alegaciones de base más que cuestionable. “Cinco diplomáticos de diferentes países europeos se quejaron de que Bélgica parece tener una agenda paralela al retener el dinero de Rusia gracias a los impuestos generados. Señalaron que Bélgica estaba incumpliendo un compromiso internacional —adquirido el año pasado— de revelar qué estaba haciendo con los impuestos de las reservas congeladas, que se supone que deben destinarse a Ucrania” afirmaba la semana pasada Politico, que añadía que “si Bélgica sigue oponiéndose a enviar los fondos congelados a Kiev, según los diplomáticos, los países miembros de la UE aprovecharán cada vez más las reuniones previas a la cumbre del Consejo Europeo para cuestionar si Bélgica se está beneficiando de los ingresos fiscales o retrasando los pagos a Ucrania. También se preguntan si Bélgica está utilizando los ingresos fiscales ordinarios para apoyar a Ucrania, como hacen otros países europeos, o si simplemente está recurriendo a los impuestos de las reservas rusas”. Cubrir las necesidades militares del ejército ucraniano antes de que aumente el riesgo de paz o de que esos fondos sean utilizados para la reconstrucción en lugar de para la militarización es una prioridad tan importante que los países europeos están dispuestos a acusar a uno de los suyos de tener las manos manchadas de sangre.