Una lección de materialismo histórico: Engels y la guerra de
los campesinos alemanes
Jürgen Pelzer
17/06/2025
"Toda la estructura social pesaba sobre el
campesino". El "árbol de los estamentos", xilografía de 1532
Hace 175 años, Friedrich Engels escribió el estudio «La
guerra de los campesinos alemanes». En él, Engels explicó por primera vez el
origen y desarrollo de los levantamientos campesinos de la década de 1520
aplicando el materialismo histórico.
Friedrich Engels volvió repetidamente sobre la guerra de los
campesinos alemanes de 1525. Para él, como también, por ejemplo, para Bertolt
Brecht o Ernst Bloch, fue un acontecimiento clave de la historia alemana. En el
prólogo a la edición de 1870, Engels relató las circunstancias en las que
surgió su estudio, escrito en Londres en 1850 «todavía bajo la impresión
inmediata de la contrarrevolución recién concluida» (MEW 7, 531). Engels, que
inicialmente había permanecido en Suiza y en el norte de Italia, llegó a la
metrópoli inglesa a finales de noviembre; Karl Marx ya se había trasladado allí
en agosto de 1849. Entre los proyectos en los que ambos trabajaron durante los
meses siguientes se encontraba la continuación de la Neue Rheinische Zeitung.
Politisch-ökonomische Revue (Nueva gaceta renana. Revista político-económica),
en cuyos números 5 y 6 apareció «La guerra de los campesinos alemanes». El
recurso a la historia pretendía demostrar que también en Alemania existían
tradiciones revolucionarias que merecía la pena recordar. De este modo, Engels
quería contrarrestar el temido «infeliz desánimo» tras el fracaso de la
revolución de 1848/1849. Además, la guerra de los campesinos permitía estudiar
ciertas constelaciones de clases bastante similares a las de la década de 1840.
Aunque habían transcurrido más de trescientos años y muchas cosas habían
cambiado fundamentalmente durante ese tiempo, la guerra de los campesinos «no
está tan lejos de nuestras luchas actuales, y los enemigos a combatir son
todavía en gran parte los mismos» (MEW 7, 329), afirmaba en el prólogo.
En cuanto a la exposición de la guerra de los campesinos o,
mejor dicho, de la ininterrumpida serie de levantamientos, a menudo
espontáneos, que se extendieron por una amplia zona geográfica, pudo Engels,
que no disponía de fuentes originales en Londres, recurrir a la exposición muy
detallada en varios volúmenes del teólogo, historiador y diputado de la
Asamblea Nacional de Fráncfort Wilhelm Zimmermann. Sin embargo, como Engels
señaló en 1870, esta obra carecía de «coherencia interna». Se limitaba a
registrar los acontecimientos, pero, al contrastar esquemáticamente a opresores
y oprimidos, buenos y malos, no proporcionaba una «visión real de las
condiciones sociales», sin la cual no se podía comprender ni el estallido ni el
desarrollo de la revuelta. Para comprender el origen y la dinámica de la guerra
de los campesinos, Engels quiso por tanto abordar las condiciones de vida de
las clases sociales y su interacción, las condiciones políticas generales del
conjunto de los territorios del sacro imperio de la época, el estado del
desarrollo económico y las teorías y conceptos ideológicos de los partidos.
Solo un análisis llevado a cabo desde una posición materialista-histórica del
desarrollo prometía arrojar luz sobre los acontecimientos de 1525, que a
historiadores como Leopold von Ranke todavía les parecían un “fenómeno natural”
que no podía explicarse racionalmente. Marx había analizado de manera similar a
Engels la Revolución Francesa de 1848/1849 y el ascenso de Napoleón III. Los
artículos de Marx también se publicaron en la Neue Rheinische Zeitung.
La «masa explotada»
Engels comienza su análisis con la situación económica y la
estructura social estratificada de los territorios alemanes a principios del
siglo XVI. La expansión, que ya había comenzado en los siglos XIV y XV, impactó
en la formación social en la medida en que la industria local feudal rural fue
reemplazada por el sistema gremial urbano, que producía también para mercados
más lejanos.
Esto se aplica, por ejemplo, para la producción y
distribución de tejidos de lana y lino. Ciudades como Augsburgo se convirtieron
en importantes núcleos. También experimentaron un auge otras ramas de la
artesanía. La Liga Hanseática, gracias a su monopolio marítimo, que por otro
lado estaba en proceso de declive, había tenido un efecto positivo en el
desarrollo del norte de Alemania. La minería y la extracción de materias primas
experimentaron un auge. Sin embargo, el hecho de que los territorios alemanes
se quedaran atrás con respecto al desarrollo de otros países europeos, como
Holanda, Inglaterra o Italia, se debió principalmente a que el país estaba
fragmentado, las vías de comunicación entre las ciudades estaban poco
desarrolladas y no existía un centro real. A diferencia de Francia o
Inglaterra, en el marco político de la estructura confederativa del [Sacro]
Imperio alemán no se produjo una centralización política, sino «solo una
agrupación de intereses por provincias», lo que finalmente llevó a la exclusión
de Alemania del comercio mundial. Con el desmoronamiento del poder feudal del
Imperio, se reforzó el poder de los príncipes, que en su día habían surgido de
la alta nobleza y ahora poseían la mayoría de los derechos soberanos. La fuerte
posición de los príncipes tuvo sobre todo repercusiones negativas internas, ya
que recaudaban impuestos de forma arbitraria para mantener sus propios
ejércitos y financiar los crecientes gastos de mantenimiento de la corte.
Mientras que las ciudades pudieron protegerse en cierta
medida del constante aumento de los impuestos y la presión fiscal, la mayoría
de los campesinos, que constituían la clase social más numerosa, no pudieron
hacerlo, independientemente de si eran Hörige [no libres, pero con ciertos
derechos], Leibeigene [siervos sin derecho alguno, ligados al señor, no a la
tierra], Tagelöhner [jornaleros muy pobres] o Zinsbauern [campesinos
arrendatarios]. Otras clases, como la baja nobleza, en particular la
Ritterschaft [baja nobleza caballeresca con posesión de feudos], se encaminaban
hacia la decadencia, en la que la difícil satisfacción de sus necesidades
económicas y la precaria relación con los demás estamentos jugaron un papel.
Los cambios económicos también afectaron al clero, que se dividía en dos
fracciones: la jerarquía feudal eclesiástica, cuyos representantes —Engels
habla principalmente de «prelados»— explotaban a sus subordinados con la misma
crueldad que la nobleza y los príncipes, y la fracción plebeya, los
predicadores del campo y las ciudades. A la cabeza del clero católico se
encontraba el Papa, con residencia en Roma, para quien se recaudaban los
impuestos eclesiásticos, destinados principalmente a satisfacer las necesidades
de lujo del Vaticano. En las ciudades existía además el patriciado, conocido
como la «Ehrbarkeit» (honorabilidad), que se enfrentaba a una oposición cada
vez más numerosa, aunque todavía minoritaria. Engels distingue entre una
oposición burguesa, una fracción «moderada» que compara con los liberales
contemporáneos, y una oposición plebeya, reclutada entre las capas periféricas
de la burguesía, que incluía también a aquellos que más tarde se denominaron
«lumpenproletariado». Ambas fracciones desempeñarán un papel importante en el
transcurso de la Guerra de los Campesinos. En las ciudades de Turingia fue
sobre todo el lumpenproletariado el que constituyó la base social de las
aspiraciones revolucionarias de Thomas Müntzer.
Los campesinos eran la gran «masa explotada de la nación»:
«Sobre el campesino pesaba toda la estructura de clases y estratos de la
sociedad: príncipes, funcionarios, nobles, clérigos, patricios y burgueses
(...). En todas partes se le trataba como a una cosa, como a un animal de
carga, y aún peor» (MEW 7, 339). El campesino tenía que pagar innumerables
impuestos y, en la mayoría de los casos, también prestaba servicios y trabajos
obligatorios. Además, los campesinos estaban a merced de la arbitrariedad de
sus «señores», que no dudaban en tomar las medidas más brutales ante cualquier
delito. Sin embargo, durante mucho tiempo no hubo ninguna resistencia
organizada. El campesinado estaba fragmentado y marcado por «la larga costumbre
de la opresión transmitida de generación en generación». Solo habría podido
defenderse gracias a una alianza con otros estamentos, pero «¿cómo habría de
unirse a otros estamentos, si todos lo explotaban por igual?» (MEW 7, 340).
Bajo un manto religioso
Si finalmente se produjo en un período relativamente corto
una sublevación de los campesinos que se extendió geográficamente a casi toda
la zona del sur y centro de Alemania, en la que participaron muchas decenas de
miles de personas, fue porque se formaron grandes agrupaciones opositoras,
principalmente de carácter religioso, que trascendían las estrechas fronteras
regionales.
El primero en dar el paso fue Martín Lutero, orientado hacia
la reforma, al que siguió Thomas Müntzer, mucho más radical. Lo que a menudo se
considera una disputa o confrontación puramente teológica, siempre tuvo bases
materiales y sociológicas definibles. Las confrontaciones de la década de los
años veinte tuvieron sus precursores en los llamados movimientos heréticos de
décadas anteriores. Bajo el «manto religioso» siempre se escondían disputas
políticas o sociales. La religión o los conceptos relacionados con ella eran el
marco de comunicación dentro del cual se negociaban los intereses, las
reivindicaciones o las necesidades propias.
Las «herejías de las ciudades» remiten una y otra vez a la
por notoria tensa relación con la Iglesia y sus instituciones, a las que las
ciudades contrapusieron desde muy temprano una sencilla constitución
eclesiástica. Aún más lejos fueron las «herejías» de la oposición
campesino-plebeya, que compartían las críticas burguesas a la Iglesia, pero
además exigían una relación de igualdad inspirada en el cristianismo primitivo,
lo que tenía implicaciones revolucionarias y a menudo desembocaba en
misticismos milenaristas que proclamaban un fin de los tiempos apocalíptico y
un reino milenario. Es esta tradición la que se encarna en Thomas Müntzer.
Según el análisis de Engels, el estallido de la guerra de
los campesinos se debe, entre otras cosas, a que entre 1517 y 1525 se formaron
tres campos socialmente representativos que traspasaban las fronteras
territoriales: además del campo católico conservador, que contaba con el apoyo
de los príncipes eclesiásticos, una parte de los príncipes seculares, la
nobleza más rica, los prelados y el patriciado urbano, se juntaron los
«elementos propietarios de la oposición», la masa de la baja nobleza, la
burguesía e incluso una parte de los príncipes seculares bajo la bandera de la
reforma luterana burguesa moderada. Los campesinos y los plebeyos se unieron en
el «partido revolucionario», cuyas reivindicaciones fueron expresadas con la
mayor dureza por Thomas Müntzer.
Traicionada en favor de los príncipes
Lutero y Müntzer son, por tanto, los representantes
centrales de sus respectivos partidos al estallar la Guerra de los Campesinos.
Entre 1517 y 1525, Lutero recorrió una evolución que Engels compara con la de
los «constitucionalistas» liberales alemanes que estuvieron a favor de una
constitución después de 1846 y asumieron un papel de liderazgo, pero que muy
pronto fueron superados por grupos más radicales. Lutero había representado
inicialmente a la oposición urbana contra la Iglesia católica en un amplio
frente y, en su lucha contra «toda la turba de la Sodoma romana», había utilizado
un tono ciertamente marcial. Aunque este «primer fervor revolucionario» no duró
mucho, «el rayo que había lanzado Lutero impactó con fuerza»: «Todo el pueblo
alemán se puso en movimiento» (MEW 7, 348). A raíz de ello, se formaron dos
grupos principales: el «moderado», aquel que quería romper con el poder de Roma
y del propio clero, y aquel que entendía los llamamientos de Lutero como una
señal de lucha contra toda forma de opresión.
Lutero tuvo que tomar una decisión y finalmente, en su
escrito «A la nobleza de la nación alemana» de 1520, abogó por un transcurso
pacífico y la resistencia pasiva. Con ello, se convirtió en el representante
declarado de la reforma burguesa, cuyas perspectivas de éxito a nivel nacional
eran grandes. Cuando comenzaron las primeras revueltas campesinas, sobre todo
en las zonas predominantemente católicas, Lutero intentó primero mediar y, por
ejemplo, responsabilizó a los gobiernos respectivos de los «abusos», pero
también condenó cualquier forma de rebelión como «impía». Cuando, a pesar de
estas bienintencionadas propuestas de mediación, las revueltas continuaron
extendiéndose y se propagaron también a las zonas dominadas por príncipes o
ciudades luteranas, Lutero cambió de rumbo: Los ataques contra Roma cesaron y
Lutero se lanzó contra las «bandas de campesinos asesinos y saqueadores», a las
que había que «aplastar, estrangular y apuñalar, igual como se mata a golpes a
un perro rabioso». No había lugar para la misericordia. «Roguemos por que
obedezcan; si no, no habrá mucha compasión» (MEW 7, 350). Si la traducción de
la Biblia de Lutero había servido a los campesinos como herramienta contra la
jerarquía feudal eclesiástica y secular, ahora Lutero buscaba utilizar la
Biblia para sancionar la autoridad y la servidumbre. La Reforma había sido,
como constata Engels, «traicionada en favor de los príncipes».
El ideal en esta vida
El adversario de Lutero es el revolucionario plebeyo Thomas
Müntzer, cuyo año de nacimiento Engels sitúa en 1498, mientras que hoy día se
considera mayormente que fue en 1489. Müntzer mantuvo el tono marcial hacia la
jerarquía feudal católica que Lutero había adoptado en su etapa inicial, e
incluso reforzó aún más esta tendencia influido por los escritos de místicos
medievales y los escritos milenaristas que profetizaban un juicio final contra
la Iglesia degenerada. Müntzer, que durante años ejerció como predicador en
diferentes ciudades, comenzó a reformar el culto, por ejemplo, suprimiendo el
latín en los servicios religiosos y haciendo que se leyera la Biblia en alemán
en la mayor medida posible. Esto le valió una amplia aceptación. En lugar de
optar por un debate tranquilo o un progreso pacífico, Müntzer continuó con los
discursos amenazantes de los primeros tiempos de Lutero y llamó, por ejemplo, a
los príncipes sajones a intervenir armados contra el clero romano. Había que
«arrancar la mala hierba del viñedo de Dios» y «romper los altares de los
idólatras»; había que hacer añicos sus imágenes y quemarlas (MEW 7, 352).
Müntzer pronto apareció como un agitador político que no
solo atacaba el catolicismo, sino también el cristianismo, o lo redefinía, por
ejemplo, poniendo en duda la revelación de la Biblia y viendo en su lugar a la
razón como la verdadera revelación, la expresión del Espíritu Santo. A través
de una fe entendida de esta manera, el ser humano se deifica y alcanza la
felicidad. El cielo no era algo del más allá, sino un estado ideal que debía
buscarse en esta vida. Cristo había sido un hombre como todos nosotros; la
Eucaristía se entendía como una comida conmemorativa sin ningún misticismo. Sin
embargo, estas ideas heréticas se seguían expresando todavía en el lenguaje
teológico al que su público estaba habituado.
La concepción religiosa se correspondía finalmente con la
política: el reino de Dios debía establecerse devolviendo a la Iglesia a sus
orígenes. Müntzer entendía por reino de Dios un estado de la sociedad basado en
la igualdad. Para ello era necesario establecer una alianza que garantizara
dicha igualdad y, en caso necesario, la impusiera por la fuerza de las armas.
Müntzer se centró en su comunidad de Allstedt, pero al mismo tiempo envió
numerosas cartas y estableció contactos por toda Alemania. Describió el «poder
de la espada» como autodefensa en una sociedad que sancionaba el robo y el
pillaje, que consideraba «propiedad suya a todas las criaturas» y al mismo
tiempo exigía a los pobres renuncia y abstinencia.
La ruptura con la reforma de Lutero ya se había consumado
hacía tiempo. No se llegó a ninguna disputa entre ambos. Ridiculizado por
Müntzer como «la mansa carne que vive en Wittenberg», Lutero se declaró
abiertamente enemigo de Müntzer y de su «espíritu insurrecto» en 1524, llegando
incluso a demonizarlo como «Satanás». Müntzer, expulsado de Turingia, extendió
su influencia a otras zonas, como Núremberg, Franconia y hasta en Alsacia,
donde su influencia fue considerable en las revueltas que estallaron en 1525.
Engels no vuelve a mencionar a Müntzer hasta el último capítulo de su estudio.
Que «La guerra de los campesinos alemanes» anteponga el
enfrentamiento entre Lutero y Müntzer tiene una buena razón. Engels pone así de
manifiesto los frentes ideológicos de aquellos años, que a su vez tenían su
causa en los abusos sociales, políticos y clericales, concretamente en la
enorme carga que soportaban los campesinos, que, como «animales de carga» de la
sociedad, apenas podían hacerse oír, y, por otra parte, en el papel
justificador que asumía el cristianismo. La controversia entre Lutero y
Müntzer, que muy pronto se extendió a cuestiones fundamentales, también pone de
manifiesto la creciente intensidad con la que se luchaba por el futuro de la
sociedad y del cristianismo. Al tratarse de posiciones ideológicas, las
emociones también se intensificaron. Además, gracias a los panfletos publicados
rápidamente y a los contactos personales de los adversarios, casi todos los
estratos de la población se vieron involucrados en los debates por primera vez.
El segundo capítulo de «La guerra de los campesinos» muestra que ya antes de
1525 hubo intentos de rebelión con un barniz religioso. También participaron en
la Guerra de los Campesinos parte de la nobleza, que quería aprovechar la
oportunidad para imponerse a los príncipes, pero, como subraya Engels,
renunciaron a una posible alianza con los campesinos rebeldes, a quienes
habrían tenido que sacrificar sus privilegios.
Engels dedica dos capítulos a los verdaderos enfrentamientos
bélicos del año 1525, basándose en la descripción en tres volúmenes de Wilhelm
Zimmermann, dedicados a las luchas en Suabia y Algovia, así como el
enfrentamiento decisivo en Turingia. En Suabia, el tono ideológicamente
acalorado disminuyó en ocasiones: aquí, los campesinos, que se unieron por
miles y establecieron conexiones suprarregionales, a menudo intentaron negociar
con los representantes de la jerarquía feudal secular y eclesiástica para
obtener alivios concretos, pero una y otra vez se encontraron con que solo se
accedía en apariencia a atender sus demandas, que en su mayoría consistían en
la retirada de cargas impositivas u otras medidas represivas, para luego, a la
primera oportunidad, eliminar militarmente a los campesinos. La crueldad
terrorista con la que se procedió tenía como objetivo servir de escarmiento.
Una derrota de largo alcance
El sexto capítulo de «La guerra de los campesinos» está
dedicado nuevamente a Müntzer, quien desde finales de febrero o principios de
marzo se encontraba en la ciudad imperial libre de Mühlhausen, uno de los
centros del movimiento, con el fin de influir desde allí en el norte de
Alemania. Aquí, aún antes de los levantamientos en el sur de Alemania, se
produjo la caída del antiguo consejo patricio y la instauración de un nuevo
«consejo eterno», cuyo presidente fue Müntzer. Sin embargo, Engels subraya
inmediatamente lo precario y problemático, incluso trágico, de semejante toma
del poder. «Lo peor que le puede pasar al líder de un partido extremista es
verse obligado a asumir el gobierno cuando el movimiento aún no está maduro
para el dominio de la clase a la que representa». A pesar de su considerable
influencia, Müntzer solo podía apoyarse en determinados estratos sociales, que
además siempre eran minoritarios. Esto limitaba de manera decisiva su margen de
maniobra: «Lo que puede hacer no depende de su voluntad, sino de la magnitud a
la que se ha llevado el antagonismo entre las diferentes clases. Lo que debe
hacer, lo que su propio partido le exige, no depende de él (...) está ligado a
las doctrinas y demandas que se deducen de una mayor o menor comprensión de los
resultados generales del movimiento social y político» (MEW 7, 400).
En esta fase, Müntzer solo podía contar con el apoyo de las
clases marginales urbanas o plebeyas, que estaban muy lejos de poder provocar
una transformación de toda la sociedad. Sin una amplia alianza, Müntzer también
era impotente desde el punto de vista militar. Cuando en mayo de 1525 los
príncipes se unieron en Turingia para proceder contra Mühlhausen, a Müntzer
solo le quedó una desesperada maniobra defensiva contra las tropas que
avanzaban con cañones y rompían sin escrúpulos el alto el fuego acordado.
Müntzer fue capturado, torturado y decapitado, Mühlhausen fue tomada y perdió
su estatus de ciudad libre del imperio.
Tras amainar los últimos intentos de rebelión, la guerra de
los campesinos alemanes terminó con una derrota que tuvo repercusiones durante
mucho tiempo, el castigo de los campesinos y un endurecimiento de los
impuestos. Las guerras de religión que siguieron y la Guerra de los Treinta
Años tendrían consecuencias aún más catastróficas. Los ganadores fueron, en
todos los casos, los príncipes, que ampliaron su poder y aseguraron una mayor
fragmentación del país. Pero precisamente esta fragmentación o aislamiento
—según la enseñanza que Engels aplica a la situación de 1850— debe superarse
mediante la formación de alianzas, con el fin de crear así las mayorías
necesarias para una transformación de la sociedad.
Jürgen Pelzer
es un académico, filósofo y germanista alemán, estudioso de
la cultura y la literatura. Colabora con el diario alemán jungeWelt
Fuente:
https://www.jungewelt.de/artikel/500775.marxismus-lehrst%C3%BCck-bauernkrieg.html
Traducción: Jaume
Raventós.
https://sinpermiso.info/textos/una-leccion-de-materialismo-historico-engels-y-la-guerra-de-los-campesinos-alemanes
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