martes, 24 de junio de 2025

Engels y la guerra de los campesinos alemanes .

 

Una lección de materialismo histórico: Engels y la guerra de los campesinos alemanes

Jürgen Pelzer 

17/06/2025                                                  


"Toda la estructura social pesaba sobre el campesino". El "árbol de los estamentos", xilografía de 1532

 

Hace 175 años, Friedrich Engels escribió el estudio «La guerra de los campesinos alemanes». En él, Engels explicó por primera vez el origen y desarrollo de los levantamientos campesinos de la década de 1520 aplicando el materialismo histórico.

 Friedrich Engels volvió repetidamente sobre la guerra de los campesinos alemanes de 1525. Para él, como también, por ejemplo, para Bertolt Brecht o Ernst Bloch, fue un acontecimiento clave de la historia alemana. En el prólogo a la edición de 1870, Engels relató las circunstancias en las que surgió su estudio, escrito en Londres en 1850 «todavía bajo la impresión inmediata de la contrarrevolución recién concluida» (MEW 7, 531). Engels, que inicialmente había permanecido en Suiza y en el norte de Italia, llegó a la metrópoli inglesa a finales de noviembre; Karl Marx ya se había trasladado allí en agosto de 1849. Entre los proyectos en los que ambos trabajaron durante los meses siguientes se encontraba la continuación de la Neue Rheinische Zeitung. Politisch-ökonomische Revue (Nueva gaceta renana. Revista político-económica), en cuyos números 5 y 6 apareció «La guerra de los campesinos alemanes». El recurso a la historia pretendía demostrar que también en Alemania existían tradiciones revolucionarias que merecía la pena recordar. De este modo, Engels quería contrarrestar el temido «infeliz desánimo» tras el fracaso de la revolución de 1848/1849. Además, la guerra de los campesinos permitía estudiar ciertas constelaciones de clases bastante similares a las de la década de 1840. Aunque habían transcurrido más de trescientos años y muchas cosas habían cambiado fundamentalmente durante ese tiempo, la guerra de los campesinos «no está tan lejos de nuestras luchas actuales, y los enemigos a combatir son todavía en gran parte los mismos» (MEW 7, 329), afirmaba en el prólogo.

 En cuanto a la exposición de la guerra de los campesinos o, mejor dicho, de la ininterrumpida serie de levantamientos, a menudo espontáneos, que se extendieron por una amplia zona geográfica, pudo Engels, que no disponía de fuentes originales en Londres, recurrir a la exposición muy detallada en varios volúmenes del teólogo, historiador y diputado de la Asamblea Nacional de Fráncfort Wilhelm Zimmermann. Sin embargo, como Engels señaló en 1870, esta obra carecía de «coherencia interna». Se limitaba a registrar los acontecimientos, pero, al contrastar esquemáticamente a opresores y oprimidos, buenos y malos, no proporcionaba una «visión real de las condiciones sociales», sin la cual no se podía comprender ni el estallido ni el desarrollo de la revuelta. Para comprender el origen y la dinámica de la guerra de los campesinos, Engels quiso por tanto abordar las condiciones de vida de las clases sociales y su interacción, las condiciones políticas generales del conjunto de los territorios del sacro imperio de la época, el estado del desarrollo económico y las teorías y conceptos ideológicos de los partidos. Solo un análisis llevado a cabo desde una posición materialista-histórica del desarrollo prometía arrojar luz sobre los acontecimientos de 1525, que a historiadores como Leopold von Ranke todavía les parecían un “fenómeno natural” que no podía explicarse racionalmente. Marx había analizado de manera similar a Engels la Revolución Francesa de 1848/1849 y el ascenso de Napoleón III. Los artículos de Marx también se publicaron en la Neue Rheinische Zeitung.

 La «masa explotada»

 Engels comienza su análisis con la situación económica y la estructura social estratificada de los territorios alemanes a principios del siglo XVI. La expansión, que ya había comenzado en los siglos XIV y XV, impactó en la formación social en la medida en que la industria local feudal rural fue reemplazada por el sistema gremial urbano, que producía también para mercados más lejanos.

 Esto se aplica, por ejemplo, para la producción y distribución de tejidos de lana y lino. Ciudades como Augsburgo se convirtieron en importantes núcleos. También experimentaron un auge otras ramas de la artesanía. La Liga Hanseática, gracias a su monopolio marítimo, que por otro lado estaba en proceso de declive, había tenido un efecto positivo en el desarrollo del norte de Alemania. La minería y la extracción de materias primas experimentaron un auge. Sin embargo, el hecho de que los territorios alemanes se quedaran atrás con respecto al desarrollo de otros países europeos, como Holanda, Inglaterra o Italia, se debió principalmente a que el país estaba fragmentado, las vías de comunicación entre las ciudades estaban poco desarrolladas y no existía un centro real. A diferencia de Francia o Inglaterra, en el marco político de la estructura confederativa del [Sacro] Imperio alemán no se produjo una centralización política, sino «solo una agrupación de intereses por provincias», lo que finalmente llevó a la exclusión de Alemania del comercio mundial. Con el desmoronamiento del poder feudal del Imperio, se reforzó el poder de los príncipes, que en su día habían surgido de la alta nobleza y ahora poseían la mayoría de los derechos soberanos. La fuerte posición de los príncipes tuvo sobre todo repercusiones negativas internas, ya que recaudaban impuestos de forma arbitraria para mantener sus propios ejércitos y financiar los crecientes gastos de mantenimiento de la corte.

 Mientras que las ciudades pudieron protegerse en cierta medida del constante aumento de los impuestos y la presión fiscal, la mayoría de los campesinos, que constituían la clase social más numerosa, no pudieron hacerlo, independientemente de si eran Hörige [no libres, pero con ciertos derechos], Leibeigene [siervos sin derecho alguno, ligados al señor, no a la tierra], Tagelöhner [jornaleros muy pobres] o Zinsbauern [campesinos arrendatarios]. Otras clases, como la baja nobleza, en particular la Ritterschaft [baja nobleza caballeresca con posesión de feudos], se encaminaban hacia la decadencia, en la que la difícil satisfacción de sus necesidades económicas y la precaria relación con los demás estamentos jugaron un papel. Los cambios económicos también afectaron al clero, que se dividía en dos fracciones: la jerarquía feudal eclesiástica, cuyos representantes —Engels habla principalmente de «prelados»— explotaban a sus subordinados con la misma crueldad que la nobleza y los príncipes, y la fracción plebeya, los predicadores del campo y las ciudades. A la cabeza del clero católico se encontraba el Papa, con residencia en Roma, para quien se recaudaban los impuestos eclesiásticos, destinados principalmente a satisfacer las necesidades de lujo del Vaticano. En las ciudades existía además el patriciado, conocido como la «Ehrbarkeit» (honorabilidad), que se enfrentaba a una oposición cada vez más numerosa, aunque todavía minoritaria. Engels distingue entre una oposición burguesa, una fracción «moderada» que compara con los liberales contemporáneos, y una oposición plebeya, reclutada entre las capas periféricas de la burguesía, que incluía también a aquellos que más tarde se denominaron «lumpenproletariado». Ambas fracciones desempeñarán un papel importante en el transcurso de la Guerra de los Campesinos. En las ciudades de Turingia fue sobre todo el lumpenproletariado el que constituyó la base social de las aspiraciones revolucionarias de Thomas Müntzer.

 Los campesinos eran la gran «masa explotada de la nación»: «Sobre el campesino pesaba toda la estructura de clases y estratos de la sociedad: príncipes, funcionarios, nobles, clérigos, patricios y burgueses (...). En todas partes se le trataba como a una cosa, como a un animal de carga, y aún peor» (MEW 7, 339). El campesino tenía que pagar innumerables impuestos y, en la mayoría de los casos, también prestaba servicios y trabajos obligatorios. Además, los campesinos estaban a merced de la arbitrariedad de sus «señores», que no dudaban en tomar las medidas más brutales ante cualquier delito. Sin embargo, durante mucho tiempo no hubo ninguna resistencia organizada. El campesinado estaba fragmentado y marcado por «la larga costumbre de la opresión transmitida de generación en generación». Solo habría podido defenderse gracias a una alianza con otros estamentos, pero «¿cómo habría de unirse a otros estamentos, si todos lo explotaban por igual?» (MEW 7, 340).

 Bajo un manto religioso

 Si finalmente se produjo en un período relativamente corto una sublevación de los campesinos que se extendió geográficamente a casi toda la zona del sur y centro de Alemania, en la que participaron muchas decenas de miles de personas, fue porque se formaron grandes agrupaciones opositoras, principalmente de carácter religioso, que trascendían las estrechas fronteras regionales.

 El primero en dar el paso fue Martín Lutero, orientado hacia la reforma, al que siguió Thomas Müntzer, mucho más radical. Lo que a menudo se considera una disputa o confrontación puramente teológica, siempre tuvo bases materiales y sociológicas definibles. Las confrontaciones de la década de los años veinte tuvieron sus precursores en los llamados movimientos heréticos de décadas anteriores. Bajo el «manto religioso» siempre se escondían disputas políticas o sociales. La religión o los conceptos relacionados con ella eran el marco de comunicación dentro del cual se negociaban los intereses, las reivindicaciones o las necesidades propias.

 Las «herejías de las ciudades» remiten una y otra vez a la por notoria tensa relación con la Iglesia y sus instituciones, a las que las ciudades contrapusieron desde muy temprano una sencilla constitución eclesiástica. Aún más lejos fueron las «herejías» de la oposición campesino-plebeya, que compartían las críticas burguesas a la Iglesia, pero además exigían una relación de igualdad inspirada en el cristianismo primitivo, lo que tenía implicaciones revolucionarias y a menudo desembocaba en misticismos milenaristas que proclamaban un fin de los tiempos apocalíptico y un reino milenario. Es esta tradición la que se encarna en Thomas Müntzer.

 Según el análisis de Engels, el estallido de la guerra de los campesinos se debe, entre otras cosas, a que entre 1517 y 1525 se formaron tres campos socialmente representativos que traspasaban las fronteras territoriales: además del campo católico conservador, que contaba con el apoyo de los príncipes eclesiásticos, una parte de los príncipes seculares, la nobleza más rica, los prelados y el patriciado urbano, se juntaron los «elementos propietarios de la oposición», la masa de la baja nobleza, la burguesía e incluso una parte de los príncipes seculares bajo la bandera de la reforma luterana burguesa moderada. Los campesinos y los plebeyos se unieron en el «partido revolucionario», cuyas reivindicaciones fueron expresadas con la mayor dureza por Thomas Müntzer.

 Traicionada en favor de los príncipes

 Lutero y Müntzer son, por tanto, los representantes centrales de sus respectivos partidos al estallar la Guerra de los Campesinos. Entre 1517 y 1525, Lutero recorrió una evolución que Engels compara con la de los «constitucionalistas» liberales alemanes que estuvieron a favor de una constitución después de 1846 y asumieron un papel de liderazgo, pero que muy pronto fueron superados por grupos más radicales. Lutero había representado inicialmente a la oposición urbana contra la Iglesia católica en un amplio frente y, en su lucha contra «toda la turba de la Sodoma romana», había utilizado un tono ciertamente marcial. Aunque este «primer fervor revolucionario» no duró mucho, «el rayo que había lanzado Lutero impactó con fuerza»: «Todo el pueblo alemán se puso en movimiento» (MEW 7, 348). A raíz de ello, se formaron dos grupos principales: el «moderado», aquel que quería romper con el poder de Roma y del propio clero, y aquel que entendía los llamamientos de Lutero como una señal de lucha contra toda forma de opresión.

 Lutero tuvo que tomar una decisión y finalmente, en su escrito «A la nobleza de la nación alemana» de 1520, abogó por un transcurso pacífico y la resistencia pasiva. Con ello, se convirtió en el representante declarado de la reforma burguesa, cuyas perspectivas de éxito a nivel nacional eran grandes. Cuando comenzaron las primeras revueltas campesinas, sobre todo en las zonas predominantemente católicas, Lutero intentó primero mediar y, por ejemplo, responsabilizó a los gobiernos respectivos de los «abusos», pero también condenó cualquier forma de rebelión como «impía». Cuando, a pesar de estas bienintencionadas propuestas de mediación, las revueltas continuaron extendiéndose y se propagaron también a las zonas dominadas por príncipes o ciudades luteranas, Lutero cambió de rumbo: Los ataques contra Roma cesaron y Lutero se lanzó contra las «bandas de campesinos asesinos y saqueadores», a las que había que «aplastar, estrangular y apuñalar, igual como se mata a golpes a un perro rabioso». No había lugar para la misericordia. «Roguemos por que obedezcan; si no, no habrá mucha compasión» (MEW 7, 350). Si la traducción de la Biblia de Lutero había servido a los campesinos como herramienta contra la jerarquía feudal eclesiástica y secular, ahora Lutero buscaba utilizar la Biblia para sancionar la autoridad y la servidumbre. La Reforma había sido, como constata Engels, «traicionada en favor de los príncipes».

 El ideal en esta vida

 El adversario de Lutero es el revolucionario plebeyo Thomas Müntzer, cuyo año de nacimiento Engels sitúa en 1498, mientras que hoy día se considera mayormente que fue en 1489. Müntzer mantuvo el tono marcial hacia la jerarquía feudal católica que Lutero había adoptado en su etapa inicial, e incluso reforzó aún más esta tendencia influido por los escritos de místicos medievales y los escritos milenaristas que profetizaban un juicio final contra la Iglesia degenerada. Müntzer, que durante años ejerció como predicador en diferentes ciudades, comenzó a reformar el culto, por ejemplo, suprimiendo el latín en los servicios religiosos y haciendo que se leyera la Biblia en alemán en la mayor medida posible. Esto le valió una amplia aceptación. En lugar de optar por un debate tranquilo o un progreso pacífico, Müntzer continuó con los discursos amenazantes de los primeros tiempos de Lutero y llamó, por ejemplo, a los príncipes sajones a intervenir armados contra el clero romano. Había que «arrancar la mala hierba del viñedo de Dios» y «romper los altares de los idólatras»; había que hacer añicos sus imágenes y quemarlas (MEW 7, 352).

 Müntzer pronto apareció como un agitador político que no solo atacaba el catolicismo, sino también el cristianismo, o lo redefinía, por ejemplo, poniendo en duda la revelación de la Biblia y viendo en su lugar a la razón como la verdadera revelación, la expresión del Espíritu Santo. A través de una fe entendida de esta manera, el ser humano se deifica y alcanza la felicidad. El cielo no era algo del más allá, sino un estado ideal que debía buscarse en esta vida. Cristo había sido un hombre como todos nosotros; la Eucaristía se entendía como una comida conmemorativa sin ningún misticismo. Sin embargo, estas ideas heréticas se seguían expresando todavía en el lenguaje teológico al que su público estaba habituado.

 La concepción religiosa se correspondía finalmente con la política: el reino de Dios debía establecerse devolviendo a la Iglesia a sus orígenes. Müntzer entendía por reino de Dios un estado de la sociedad basado en la igualdad. Para ello era necesario establecer una alianza que garantizara dicha igualdad y, en caso necesario, la impusiera por la fuerza de las armas. Müntzer se centró en su comunidad de Allstedt, pero al mismo tiempo envió numerosas cartas y estableció contactos por toda Alemania. Describió el «poder de la espada» como autodefensa en una sociedad que sancionaba el robo y el pillaje, que consideraba «propiedad suya a todas las criaturas» y al mismo tiempo exigía a los pobres renuncia y abstinencia.

 La ruptura con la reforma de Lutero ya se había consumado hacía tiempo. No se llegó a ninguna disputa entre ambos. Ridiculizado por Müntzer como «la mansa carne que vive en Wittenberg», Lutero se declaró abiertamente enemigo de Müntzer y de su «espíritu insurrecto» en 1524, llegando incluso a demonizarlo como «Satanás». Müntzer, expulsado de Turingia, extendió su influencia a otras zonas, como Núremberg, Franconia y hasta en Alsacia, donde su influencia fue considerable en las revueltas que estallaron en 1525. Engels no vuelve a mencionar a Müntzer hasta el último capítulo de su estudio.

 Que «La guerra de los campesinos alemanes» anteponga el enfrentamiento entre Lutero y Müntzer tiene una buena razón. Engels pone así de manifiesto los frentes ideológicos de aquellos años, que a su vez tenían su causa en los abusos sociales, políticos y clericales, concretamente en la enorme carga que soportaban los campesinos, que, como «animales de carga» de la sociedad, apenas podían hacerse oír, y, por otra parte, en el papel justificador que asumía el cristianismo. La controversia entre Lutero y Müntzer, que muy pronto se extendió a cuestiones fundamentales, también pone de manifiesto la creciente intensidad con la que se luchaba por el futuro de la sociedad y del cristianismo. Al tratarse de posiciones ideológicas, las emociones también se intensificaron. Además, gracias a los panfletos publicados rápidamente y a los contactos personales de los adversarios, casi todos los estratos de la población se vieron involucrados en los debates por primera vez. El segundo capítulo de «La guerra de los campesinos» muestra que ya antes de 1525 hubo intentos de rebelión con un barniz religioso. También participaron en la Guerra de los Campesinos parte de la nobleza, que quería aprovechar la oportunidad para imponerse a los príncipes, pero, como subraya Engels, renunciaron a una posible alianza con los campesinos rebeldes, a quienes habrían tenido que sacrificar sus privilegios.

 Engels dedica dos capítulos a los verdaderos enfrentamientos bélicos del año 1525, basándose en la descripción en tres volúmenes de Wilhelm Zimmermann, dedicados a las luchas en Suabia y Algovia, así como el enfrentamiento decisivo en Turingia. En Suabia, el tono ideológicamente acalorado disminuyó en ocasiones: aquí, los campesinos, que se unieron por miles y establecieron conexiones suprarregionales, a menudo intentaron negociar con los representantes de la jerarquía feudal secular y eclesiástica para obtener alivios concretos, pero una y otra vez se encontraron con que solo se accedía en apariencia a atender sus demandas, que en su mayoría consistían en la retirada de cargas impositivas u otras medidas represivas, para luego, a la primera oportunidad, eliminar militarmente a los campesinos. La crueldad terrorista con la que se procedió tenía como objetivo servir de escarmiento.

 Una derrota de largo alcance

 El sexto capítulo de «La guerra de los campesinos» está dedicado nuevamente a Müntzer, quien desde finales de febrero o principios de marzo se encontraba en la ciudad imperial libre de Mühlhausen, uno de los centros del movimiento, con el fin de influir desde allí en el norte de Alemania. Aquí, aún antes de los levantamientos en el sur de Alemania, se produjo la caída del antiguo consejo patricio y la instauración de un nuevo «consejo eterno», cuyo presidente fue Müntzer. Sin embargo, Engels subraya inmediatamente lo precario y problemático, incluso trágico, de semejante toma del poder. «Lo peor que le puede pasar al líder de un partido extremista es verse obligado a asumir el gobierno cuando el movimiento aún no está maduro para el dominio de la clase a la que representa». A pesar de su considerable influencia, Müntzer solo podía apoyarse en determinados estratos sociales, que además siempre eran minoritarios. Esto limitaba de manera decisiva su margen de maniobra: «Lo que puede hacer no depende de su voluntad, sino de la magnitud a la que se ha llevado el antagonismo entre las diferentes clases. Lo que debe hacer, lo que su propio partido le exige, no depende de él (...) está ligado a las doctrinas y demandas que se deducen de una mayor o menor comprensión de los resultados generales del movimiento social y político» (MEW 7, 400).

 En esta fase, Müntzer solo podía contar con el apoyo de las clases marginales urbanas o plebeyas, que estaban muy lejos de poder provocar una transformación de toda la sociedad. Sin una amplia alianza, Müntzer también era impotente desde el punto de vista militar. Cuando en mayo de 1525 los príncipes se unieron en Turingia para proceder contra Mühlhausen, a Müntzer solo le quedó una desesperada maniobra defensiva contra las tropas que avanzaban con cañones y rompían sin escrúpulos el alto el fuego acordado. Müntzer fue capturado, torturado y decapitado, Mühlhausen fue tomada y perdió su estatus de ciudad libre del imperio.

 Tras amainar los últimos intentos de rebelión, la guerra de los campesinos alemanes terminó con una derrota que tuvo repercusiones durante mucho tiempo, el castigo de los campesinos y un endurecimiento de los impuestos. Las guerras de religión que siguieron y la Guerra de los Treinta Años tendrían consecuencias aún más catastróficas. Los ganadores fueron, en todos los casos, los príncipes, que ampliaron su poder y aseguraron una mayor fragmentación del país. Pero precisamente esta fragmentación o aislamiento —según la enseñanza que Engels aplica a la situación de 1850— debe superarse mediante la formación de alianzas, con el fin de crear así las mayorías necesarias para una transformación de la sociedad.

Jürgen Pelzer

es un académico, filósofo y germanista alemán, estudioso de la cultura y la literatura. Colabora con el diario alemán jungeWelt

Fuente:

https://www.jungewelt.de/artikel/500775.marxismus-lehrst%C3%BCck-bauernkrieg.html

 

 Traducción: Jaume Raventós.

https://sinpermiso.info/textos/una-leccion-de-materialismo-historico-engels-y-la-guerra-de-los-campesinos-alemanes

 

 

 

 

 

 

 

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