lunes, 16 de diciembre de 2024

Una nueva derecha norteamericana .

 

Una nueva derecha estadounidense

Serge Halimi

 En 2008, la elección de Barack Obama para ocupar la Casa Blanca supuestamente anunciaba el advenimiento de un nuevo Estados Unidos más diverso, más inteligente y más justo. Se creyó por entonces que aquella victoria demócrata no constituía una ruptura ideológica y política —habida cuenta de que el primer presidente afroamericano de la historia de su país era un intelectual que detestaba los conflictos—, sino el desenlace de una metamorfosis demográfica y sociológica. Por una parte, la llegada de nuevos inmigrantes no había dejado de diluir la parte de votantes blancos, en su mayoría republicanos. Por otra parte, y simultáneamente, nuevas generaciones más instruidas —y en consecuencia más preclaras— habían sustituido a las antiguas, apegadas a tradiciones obsoletas.El anuncio de tan feliz orden de cosas parecía tanto más providencial por cuanto apenas requirió de esfuerzos ni luchas: la demografía se había elevado a la categoría de destino político. La buena nueva encandiló a la socialdemocracia europea, que estaba pasando por una mala racha. E inspiró en Francia la “estrategia Terra Nova”, expuesta en mayo de 2011 en una nota de la fundación del mismo nombre con la que se trataba de ayudar a Dominique Strauss-Kahn —por entonces director del Fondo Monetario Internacional (FMI)— a ganar las elecciones presidenciales del año siguiente. En exministro socialista de Economía había teorizado largamente, ya en 2002, sobre la pérdida del voto obrero por parte de la izquierda. Y se había resignado a ella (1). Terra Nova propuso entonces que un nuevo bloque constituido por mujeres, jóvenes, titulados universitarios, “minorías y habitantes de barrios populares” –es decir, el equivalente francés de la “coalición Obama”– permitiera a los socialdemócratas europeos superar el desafecto de su electorado popular. “La coalición histórica de la izquierda, basada en la clase obrera, está en declive —analizaba Terra Nova—. Está surgiendo una nueva coalición: la ‘Francia del mañana’, más joven, más diversa, más feminizada” (2). El resto de la historia ya la conocemos.

La desilusión es hoy aún más cruel en Estados Unidos. Si las elecciones del pasado noviembre hubieran enfrentado a Donald Trump con un presidente saliente anciano y con las facultades mermadas, el resultado habría sido más llevadero. Sin embargo, Kamala Harris no solo parecía encarnar el “nuevo Estados Unidos” alegre y multicultural frente a un rival revanchista que pretendía rehabilitar la supuesta grandeza del antiguo (“Make America great again”, un eslogan resumido en las siglas MAGA), sino que, además, la candidata demócrata presentó batalla con el respaldo de un partido unido, una financiación colosal y unos medios de comunicación embelesados. Por si fuera poco, no cometió grandes errores y superó al expresidente en el único debate televisivo en el que se enfrentaron cara a cara. Pese a todo lo anterior, Trump se ha hecho con una victoria indiscutible que los demócratas, esta vez, no pueden achacar a los tejemanejes de Vladímir Putin.

Desde el punto de vista de los demócratas, lo peor no es tanto el aumento de votos recabados por Trump entre 2016 y 2024 —pese a sus insultos, sus juicios, sus condenas y su implicación en el asalto al Capitolio— como el hecho de que esos trece millones de papeletas suplementarias proceden en gran medida del “nuevo Estados Unidos”. Y es que Donald Trump debe menos su reelección a una movilización de sus bastiones tradicionales (poblaciones rurales, evangélicos y blancos) que al vuelco en su favor de un significativo porcentaje de los jóvenes, los hispanos y los negros (léase el análisis de Jerome Karabel “¿Un ‘mandato poderoso y sin precedentes’?”).

Harris, por su parte, solo ha mejorado su posición en comparación con los candidatos demócratas que la precedieron entre dos grupos: los hombres blancos y las personas con ingresos superiores a 100.000 dólares anuales (véase el gráfico “¿A quién han votado?”). Pese a su género y a una campaña que puso el acento en el tema del aborto libre, y pese a la postura considerablemente “masculinista” de su adversario, el hecho es que Harris movilizó menos al electorado femenino —incluido el de entre 18 y 29 años— que Biden cuatro años atrás. Por otro lado, a pesar de los recurrentes reproches de racismo, Trump casi ha doblado sus resultados entre los votantes negros. Y aún más chocante resulta su éxito entre los hispanos: pese a considerar a los inmigrantes latinoamericanos como criminales en potencia, ha consolidado su posición en Florida y ganado en doce de los catorce condados de Texas situados en la frontera con México, entre ellos el de Starr, donde el porcentaje de población hispana asciende al 97%, y donde Hillary Clinton obtuvo el 79% de los votos en 2016. Lo cual desmiente tanto las especulaciones demográficas de Terra Nova como las teorías paranoicas del “gran reemplazo”.

¿Qué lecciones se extraen?

La batalla de interpretaciones está en marcha. Para empezar, en el interior del Partido Demócrata. Al igual que en 2017, algunos se preparan para entrar en modo resistencia desde sus estudios de televisión. La presentadora del canal MSNBC Rachel Maddow —muy influyente entre la burguesía progresista— concluyó la velada electoral suspirando: “Habría estado bien ganar estas elecciones. No ha sido así. Bien. Ahora debemos salvar el país”. No cabe duda de que su explicación será que los blancos de Estados Unidos siguen siendo racistas, que los hispanos son machistas, y que los estadounidenses menos instruidos —los que se dejan engañar por las noticias falsas en vez de leer el diario The New York Times— son de una amoralidad tal que han aceptado, con conocimiento de causa, llevar a la Casa Blanca a un mentiroso, un ladrón, un agresor sexual, un golpista, un agente ruso, un fascista y un nazi. Esas tierras ya han sido labradas hasta la saciedad, pero, tanto en la MSNBC como en muchos otros medios de comunicación, hace tiempo que de lo que se trata no es de informar sobre cambios —a riesgo de sorprender al auditorio—, sino de conservar una clientela fiel y radicalizada ofreciéndole una imagen gratificante de sí misma.

El análisis de las elecciones en otros ámbitos no es que sea siempre mucho más refinado. La derecha demócrata reprocha a Harris haberse escorado demasiado a la izquierda, olvidando que cerró su campaña junto a la neoconservadora Elizabeth (Liz) Cheney con la esperanza de seducir a ciertos votantes republicanos hostiles a Trump. Bernie Sanders considera, por el contrario, que el Partido Demócrata, que depende demasiado de los “poderes económicos y de consejeros muy bien pagados”, se ha mostrado incapaz de “entender el dolor y la alienación política en la que viven decenas de millones de estadounidenses”. No obstante, el pasado 27 de julio, el senador por Vermont recordaba en la MSNBC que Biden había sido “el primer presidente de la historia de  Estados Unidos que se ha unido a un piquete de huelguistas”, y que a él se debía “la agenda y los logros más progresistas de la historia moderna”. De hecho, su plan de reindustrialización —que recibió la desafortunada denominación de Ley de Reducción de la Inflación— buscó favorecer el empleo obrero y ofrecer buenos salarios a los estadounidenses sin titulación superior (3). Pero, habida cuenta de que el éxito de dicho proyecto aún no resultaba lo bastante visible en el momento de los comicios, los discursos demócratas que alababan el “buen balance” económico fueron barridos por el estancamiento del nivel de vida de las capas populares y el brusco aumento de los precios, vinculado a la crisis sanitaria y la guerra de Ucrania.

Análogamente, al otro lado del Atlántico, todos se esfuerzan por extraer de la actualidad estadounidense lecciones que respalden sus análisis. Para la extrema derecha, la victoria de Trump demuestra que el pueblo odia a los inmigrantes y la “ideología woke”, y que no reclama un aumento de impuestos para los ricos. Para los socialistas —que se sienten desamparados cuando su señor feudal no es demócrata—, es la prueba de que hay que construir más Europa. En cuanto a Francia Insumisa, considera que el fracaso de Harris confirma su teoría de la “abstención diferencial”, es decir, la existencia de un electorado de izquierda inclinado a desinteresarse por las urnas a menos que se lo movilice: “Trump no ha progresado, ha perdido dos millones de votos —afirmó el diputado Antoine Léaument—. Lo que pasa es que Kamala Harris ha perdido catorce millones de votos en comparación con Joe Biden” (4). Es cierto que la candidata ha seducido al electorado demócrata en menor medida de lo que lo hiciera Biden hace cuatro años, pero la distancia entre ambos se sitúa en torno a los siete millones de sufragios, no catorce. En cuanto al vencedor, lejos de haber perdido dos millones de votos, los ha ganado. Un poco más, incluso (5).

Impotencia política demócrata

La victoria de Trump rebate a quienes juzgan que la denuncia del racismo, de la violencia policial y de la extrema derecha constituye la clave para despertar a los abstencionistas. Dado que Trump se ha hecho con un inesperado número de votos afroamericanos y, sobre todo, hispanos, está claro que esos temas no definen por sí solos una identidad política ni suscita una conducta electoral en consecuencia. Hace mucho que sabemos que una parte apreciable del electorado popular vota a la derecha debido a sus creencias religiosas, su historia familiar, su círculo social local, etc., y que lo hace por más que vaya en contra de sus intereses económicos. De igual modo, los hispanos pueden elegir a un presidente xenófobo porque le reprochan a su adversario un aumento demasiado acusado de los precios, o porque temen verse arrastrados a una guerra o porque se oponen a una política migratoria liberal.

Es por esa razón por la que la actual coalición electoral del presidente Trump —que no podrá volver a presentarse— es de prever que sea tan frágil como la del presidente Obama. Está en gran medida forjada por una personalidad singular que encarna, simultáneamente, el éxito individual y el odio al “sistema”. La resiliencia, la obstinación y las desmesuras de Trump han hecho de él un candidato popular para electorados heterogéneos que, al igual que él, también juzgan que se les debe una revancha. En un país que desconfía del Estado, de los medios de comunicación, de los abogados y de los cargos electos, este multimillonario tenaz, incontrolable, sin escrúpulos, quedinamita los partidos, colecciona inculpaciones y se ha ganado el odio de los periodistas, gozaba de una considerable ventaja antes incluso de que los dos intentos de asesinarle consolidaran su imagen de héroe irrompible.

Joe Rogan, el presentador del podcast más popular en Estados Unidos, entrevistó a Donald Trump durante más de tres horas unos cuantos días antes del escrutinio (70 millones de visionados). Llegó a la conclusión de que “solo un tío completamente chiflado puede sacar a la luz la corrupción del sistema”. La explicación no es ni profunda ni tiene valor como pronóstico, pero recuerda que, en estas elecciones, el statu quo y el consenso los representaba ella, mientras que el cambio y la lucha los representaba él.

Con el apoyo y los consejos de Elon Musk, su revancha contra el “Estado profundo” puede que acabe convirtiéndose en una pura y simple privatización del Estado. Pero los estadounidenses que se oponen a ello no lograrán su propósito limitándose a repetir una exposición en la que solo cambia el orden en que se incluyen las fórmulas de “robots fascistoides”, “nuevo apartheid”, “masculinidad tóxica”, “puritanismo fanático”, “extractivismo desbocado”, todo ello destinado a “poner fin a una de las más antiguas democracias del mundo occidental” (6). Este género de exorcismo enlatado no es sino la expresión de una impotencia política.

Noticias falsas

El pasado 30 de octubre, seis días antes de las elecciones, le preguntaron a Trump sobre el apoyo activo de Liz Cheney a la candidata demócrata. Explicó que, si la hija del antiguo vicepresidente republicano “ya no podía soportarme, era porque no quiere parar de desencadenar nuevas guerras. Si de ella dependiera, en este momento estaríamos metidos en cincuenta países. Pero pónganla con un fusil frente a nueve cañones disparándole, a ver cómo se siente. Todos son muy halcones belicistas mientras están sentados en un bonito edificio de Washington diciendo: ‘Venga, vamos a mandar a 10.000 soldados derechos a la boca del lobo’”. Esta fue, sin duda, una de las respuestas más comentadas —y deformadas— del final de la campaña electoral. Los diarios The New York Times y The Washington Post, los canales MSNBC y CNN, seguidos de inmediato por numerosos medios de comunicación europeos interpretaron sus palabras tal y como las interpretó la propia Cheney, que había escrito en la red social X: “Así es como actúan los dictadores que destruyen naciones libres. Amenazan de muerte a quienes se oponen a ellos”. Hashtags #Womenwillnotbesilenced (‘Las mujeres no serán silenciadas’) y #VoteKamala.

Así pues, una observación con la que se sugería que algunos de los responsables políticos estadounidenses más belicistas se mostrarían menos arrogantes si tuvieran que ponerse ellos mismos bajo fuego enemigo —un reproche que también hicieron en 2003 a George W. Bush y Richard Cheney, que no lucharon en Vietnam— se convirtió en una “amenaza de muerte” dirigida contra los oponentes de Trump. El comentarista neoconservador de la CNN Jonah Goldberg afirmó: “Ha dicho de una manera totalmente explícita y sin ambigüedad que Liz Cheney debería ser abatida por un pelotón de ejecución. ‘Ejecutemos a un adversario político que resulta ser mujer porque no me gusta’ no es un buen lema de final de campaña”. Más adelante admitió su error, pero no antes de que esta interpretación se hubiera vuelto viral. Y demasiado tarde para evitar que la emisora France Culture no repitiera a su vez la patraña. El 3 de noviembre, Anne-Lorraine Bujon, directora de redacción de Esprit y asesora del programa para América del Norte en el Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI), exclamó en la emisión radiofónica L’Esprit public: “Trump es de una violencia increíble, en particular contra sus adversarias femeninas. […] Ahora nos dice que Liz Cheney debería enfrentarse a un pelotón de fusilamiento”.

Esta deformación —en otras circunstancias se habría hablado de noticias falsas— no es sino la última de una larga serie y atestigua un sobrecalentamiento polémico que se empecina en errar el tiro. Como ahora comprenden algunos cargos electos demócratas, sus prioridades se ciñen demasiado a las de los medios de comunicación progresistas, a menudo localizados en Nueva York y Washington y cuyo principal combustible es la indignación (7). Aun a riesgo de mantener una visión deformada del país y de lo que significa el fenómeno Trump. En materia de política exterior, por ejemplo, el próximo presidente se ha presentado como el que, tras evitar involucrarse en guerras durante su primer mandato, resolverá los conflictos que herede negociando deals con sus adversarios geopolíticos. La elección de algunos de los miembros de su Gobierno —no todos— va en el mismo sentido, en especial la de Tulsi Gabbard a la cabeza de las agencias de inteligencia. Esta exdiputada demócrata se dio a conocer, sobre todo, por su oposición a los neoconservadores de su partido. Y tal vez fuera por el miedo de estos últimos a un cambio de rumbo diplomático por lo que el final de la presidencia de Biden coincide con una escalada de las tensiones internacionales y nuevas entregas de armas a Ucrania. Un poco como si fuera preciso disparar, antes del temido armisticio, los últimos cartuchos de una guerra perdida.

El resultado, ahora que en Estados Unidos se avecina un aluvión de malas noticias en materia de fiscalidad, inmigración, medioambiente y derechos de las mujeres, es que los demócratas casi han logrado impedir que se lamente en absoluto su marcha.

Le Monde Diplomatique en español, diciembre 2024

 

 

(1) Dominique Strauss-Kahn, La flamme et la cendre, Grasset, París, 2002. Véase “Flamme bourgeoise, cendre prolétarienne”, Le Monde diplomatique, marzo de 2002.

 

(2) Terra Nova, “Gauche: quelle majorité électorale pour 2012?”, 10 de mayo de 2011.

 

(3) Véase Rick Fantasia, “La figura del trabajador regresa a la política estadounidense”, Le Monde diplomatique en español, noviembre de 2024.

 

(4) Sud Radio, 8 de noviembre de 2024.

 

(5) El 25 de noviembre, los resultados —todavía incompletos— señalaban que Harris había obtenido 74,5 millones de votos (frente a los 81,3 millones recabados por Biden en 2020), y que Trump había pasado de conseguir 74,2 millones de papeletas en 2020 a 77 millones en 2024.

 

(6) Carine Fouteau, “Et maintenant, un ‘cinglé’ fascisant aux manettes du monde”, 6 de noviembre de 2024, www.mediapart.fr

 

(7) Véase Serge Halimi y Pierre Rimbert, “Un periodismo de guerras culturales”, Le Monde diplomatique en español, marzo de 2021.

 

 Serge Halimi es consejero editorial del director de la publicación. Fue director de Le Monde diplomatique entre 2008 y 2023.

 

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