miércoles, 13 de mayo de 2020

Mercenarios imperiales .



Foto en Rebelión(1)

Mercenarios .

Guillermo Cieza

En la madrugada del 3 de mayo se produjo un interno de agresión externa al pueblo y gobierno de Venezuela organizada por Colombia y EEUU y ejecutada por mercenarios reclutados por la contratista militar estadounidense Silvercorp. Esta agresión tuvo dos puntos de incursión que fueron detectados: Macuto en el Estado de Vargas y Chuao en el Estado de Aragua.
Los objetivos terroristas eran la toma del aeropuerto de Marquetía y atentar contra la vida del Presidente Nicolas Maduro. El contingente era de un número reducido, no más de 60 integrantes, pero contaban con armamento sofisticado y esperaban contar con apoyo local. El gobierno bolivariano ha resaltado que la incursión fracasó porque contaban con informes de inteligencia y no fueron sorprendidos.
Sin embargo, resulta muy ilustrativo lo ocurrido en Chuao, donde las fuerzas policiales dispuestas eran muy escasas, apenas 6 efectivos, y pudieron detener a los invasores por la fuerte presencia de las milicias populares. La imagen de los mercenarios desarmados, tirados en el suelo y atados con hilos de pescar, tiene un alto valor simbólico.
La utilización de fuerzas mercenarias en agresiones ejecutadas por EEUU y la presencia de estos contratistas militares, que son la expresión de la guerra privatizada, no son ninguna novedad. Sus antecedentes fueron los llamados "contras" que fueron reclutados para enfrentar al gobierno revolucionario de Nicaragua a finales de los 80, con dinero proveniente del tráfico de cocaína, y del trafico de armas a Irán, en una operación que involucra a las mafias colombianas, la DEA y las altas autoridades del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU como el recientemente despedido John Bolton y el todavía vigente Subsecretario de Estado para asuntos Interamericanos Elliot Abrahms.
Pero lo que por aquellos años llamaba la atención, hoy es parte del paisaje del poder militar estadounidense, que se han convertido en una maquinaria de guerra que combina estructuras rígidas, correspondientes al aparato militar tradicional, con estructuras flexibles que agrupan a los contratistas militares, grupos de acción psicológica y mediática y núcleos operativos oficiales.
Es decir, los gastos militares que representan el 9% de PIB estadounidense y el 60% de los gastos militares en el mundo, ya no se aplican a conflictos puntuales y van a una sola canasta, sino que se distribuyen en función de una guerra global caracterizada como descentralizada y donde crece la utilización de fuerzas militares "no estatales".
Esto incluye a los mercenarios armados reclutados por los contratistas militares y a los mercenarios no armados que desarrollan su labor en el sistema mediático a través de su presencia en medios formales, como son la cadenas monopólicas de multimedios alineados con el imperio, como el ejercito de operadores en las redes sociales. Son ellos los encargados de demonizar a pueblos y países seleccionados como víctimas de futuras agresiones militares, debilitar la confianza en líderes, en luchas y en causas políticas, e ir creando agendas globales y locales favorables para el imperio.
Las transformaciones del poder militar de EEUU no son inocuas para el propio sistema, porque si bien es cierto que los contratistas requieren autorización del gobierno para actuar, al separar el ejercicio de la guerra de su propia población, se van perdiendo controles sociales de sus actos. Los mecanismos de vinculación con el Estado, que combinan el secretismo y la irrupción de intereses privados, promueven que la acciones de guerra caigan en manos de mercenarios y vulgares delincuentes. La privatización de la guerra ahorra al Poder militar estadounidense denuncias públicas como las que protagonizaron muchos veteranos de Vietnam, pero promueve que sus acciones quedan envueltas en marañas mafiosas que finalmente conspiran contra su propio éxito.
Es bastante ilustrativo que, con el aval de Trump, los contratistas militares de Silvercorp hayan realizados acuerdos con personajes como Juan José Rendon y Juan Guaidó. Las disputas hoy públicas entre estos personajes y el titular de Silvercorp, Jordan Goudrow, por el no cumplimiento de los contratos, son lo que parecen: peleas de mafiosos.
En el terreno de los medios, también asistimos a este proceso de degradación y lumpenización. Basta comparar en Argentina lo que ofrecían en la década del '60 periodistas de formación de derecha como lo era Mariano Grondona; con lo que proponen en la actualidad operadores mediáticos como Luis Majul.
Mas allá de esas advertencias, me parece necesario no subestimar el nuevo escenario que crean las acciones del poder imperial en la percepción de la realidad. Resultan muy ilustrativos los dichos de Karl Rove, un asesor de Bush que comentaba en el año 2002 : "La gente cree que las soluciones provienen de su capacidad de estudiar sensatamente la realidad discernible. En realidad, el mundo ya no funciona así. Ahora somos un imperio y, cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras tú estás estudiando esa realidad, actuaremos de nuevo, creando otras realidades que también puedes estudiar. Somos los actores de la historia, y a vosotros, todos vosotros, sólo os queda estudiar lo que hacemos". Es decir, el imperio somos nosotros, nosotros definimos quiénes son los buenos y los malos, nosotros definimos cuál es la realidad y qué se va a discutir.
Cuando en Argentina el Presidente Alberto Fernández incluyó en su análisis sobre la no implementación de la Ley de Medios algunas críticas a su formulación, gesto que fue reforzado por alguna reunión con los altos directivos del grupo Clarín, dejó la impresión de que era muy ingenuo, o que era portador de una astucia cuyos objetivos se nos escapaban. Si pretendió ganar tiempo es evidente que los plazos se agotaron. Escuchar a los epidemiólogos para manejar la cuarentena y la pretensión de hacer pagar algún impuesto a las grandes fortunas, ya fue suficiente para que los grandes medios fogoneen un ataquen con artillería pesada.
Las "brillantes jugadas tácticas", no invalidan preguntas que son incómodas. ¿Se puede gobernar con las intención de defender algún interés popular, con esta concentración de medios de prensa? ¿Se pueden desplegar propuestas de soberanía, sin enfrentar al Imperio? ¿Se puede enfrentar al Imperio con dirigentes como los de la CGT que, por iniciativa propia, proponen pactar una rebaja de sueldos de los trabajadores?
En Venezuela, no alcanzó la inteligencia militar y la astucia de los gobernantes para detener a los mercenarios. Fue necesaria la voluntad popular de resistencia, que encarnaron los humildes pescadores y trabajadores del cacao de Chuao, los milicianos y milicianas populares, para garantizar el objetivo.
Cuando el imperio ataca con sus ejércitos de mercenarios, la experiencia bolivariana nos da pistas para salir adelante.


  

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