martes, 14 de abril de 2015

La identidad judía por Shlomo Sand.







He dejado de ser judío
Shlomo Sand · · · · ·
12/10/14

 

Shlomo Sand, uno de los más audaces intelectuales de Israel (al que considera una "etnocracia liberal"), ofrece aquí un extracto editado de su How I Stopped Being a Jew [Cómo dejé de ser judío], que acaba de publicar en Londres la editorial Verso.

A lo largo de la primera mitad del siglo XX, mi padre abandonó la escuela talmúdica, dejó de ir de modo permanente a la sinagoga, y expresó de modo regular su aversión a los rabinos. En este punto de mi propia vida, siento a mi vez la obligación moral de romper definitivamente con el judeocentrismo tribal. Hoy soy plenamente consciente de no haber sido nunca un judío genuinamente secular, al entender que esa característica imaginaria carece de toda base específica o perspectiva cultural, y que su existencia se basa en una visión vacua y etnocéntrica del mundo. Antes creía erróneamente que la cultura yiddish de la familia en la que crecí era la encarnación de la cultura judía. Poco después, inspirado por Bernard Lazare, Mordechai Anielewicz, Marcel Rayman y Marek Edelman, todos los cuales combatieron el antisemitismo, el nazismo y el estalinismo sin adoptar una visión etnocéntrica, me identifiqué como parte de una minoría oprimida y rechazada. En compañía, por así decir, del dirigente socialista Léon Blum, del poeta Julian Tuwim y muchos otros, seguí siendo obstinadamente un judío que había aceptado esta identidad a causa de las persecuciones y los asesinos, los crímenes y sus víctimas.

Hoy, al haberme vuelto dolorosamente consciente de haber experimentado la adhesión a Israel, de haber sido asimilado por ley a un ethnos ficticio de perseguidores y de partidarios suyos, y de haber aparecido en el mundo como alguien de ese exclusivo club de los elegidos y sus acólitos, deseo renunciar y dejar de considerarme judío.

Aunque el Estado de Israel no esté dispuesto a transformar mi nacionalidad oficial de "judío" a "israelí", me atrevo a esperar de los generosamente filosemitas, de los comprometidos sionistas y exaltados antisionistas, todos ellos tan frecuentemente nutridos de concepciones esencialistas, que respeten mi deseo y dejen de catalogarme como judío. El hecho es que me importa poco lo que piensen, y todavía menos lo que piensen los idiotas antisemitas que queden. A la luz de las tragedias históricas del siglo XX, estoy decidido a no seguir siendo más una pequeña minoría en un club exclusivo en el que otros no tienen ni la posibilidad ni las cualificaciones para entrar.

Por mi negativa a ser judío, represento a una especie en trance de desaparición. Sé que al insistir en que sólo mi pasado histórico era judío, mientras que mi presente cotidiano (para bien o para mal) es israelí, y finalmente que mi futuro y el de mis hijos (al menos el futuro que deseo) debe guiarse por principios universales, abiertos y generosos, voy en contra de la moda dominante, que se orienta hacia el etnocentrismo.

Como historiador de la era moderna, adelanto la hipótesis de que la distancia cultural entre mi bisnieto y yo será tan grande o mayor que la que me separa de mi bisabuelo. ¡Mucho mejor! Tengo la mala suerte de vivir hoy entre demasiada gente que cree que sus descendientes se les parecerán en todos los sentidos, porque para ellos los pueblos son eternos…a fortiori una raza-pueblo como los judíos.

Soy consciente de vivir en una de las sociedades más racistas del mundo occidental. El racismo está presente en cierto grado en todas partes, pero en Israel existe profundamente inserto en el espíritu de las leyes. Se enseña en colegios y universidades, se propaga en los medios de comunicación y, por encima de todo y lo más espantoso, en Israel los racistas no saben lo que están haciendo y, debido a esto, no se sienten en modo alguno obligados a disculparse. Esta ausencia de una necesidad de justificación ha convertido a Israel en un punto de referencia particularmente preciado para muchos movimientos de extrema derecha en todo el mundo, movimientos cuya pasada historia de antisemitismo es sobradamente conocida.

Vivir en una sociedad así se ha vuelto cada vez más intolerable para mí, pero debo reconocer también que no es menos difícil hacer mi hogar en otra parte. Yo mismo soy parte de la producción cultural, lingüística e incluso conceptual del empeño sionista, y no puedo deshacer esto. Pero por mi vida cotidiana y mi cultura básica soy israelí. No estoy especialmente orgulloso de esto, del mismo modo que no tengo razón alguna para sentirme orgulloso de ser un hombre de ojos pardos y estatura mediana. A menudo me siento avergonzado de Israel, sobre todo cuando soy testigo de la evidencia de su cruel colonización militar, con sus débiles e indefensas víctimas que no forman parte del "pueblo elegido".

Tiempo atrás en mi vida tuve el fugaz sueño utópico de que un palestino israelí debería sentirse en casa en Tel Aviv como un judío norteamericano en Nueva York. Luché y busqué que la vida civil de un musulmán israelí en Jerusalén fuera semejante a la de una persona judía francesa en París. Quería que los niños israelíes de inmigrantes cristianos africanos fueran tratados como lo son los hijos británicos de los inmigrantes del subcontinente indio en Londres. Esperaba con todo mi corazón que todos los niños israelíes fueran educados juntos en las mismas escuelas. Hoy sé que mi sueño es escandalosamente exigente, que mis demandas son exageradas e impertinentes, que el mismo hecho de formularlas es considerado por los sionistas y sus partidarios como un ataque al carácter judío del Estado de Israel y, por lo tanto, como antisemitismo.  

Sin embargo, por extraño que pueda parecer, por contraposición al carácter cerrado de la identidad secular judía, tratar la identidad israelí como político-cultural en lugar de "étnica" parece ofrecer el potencial de lograr una identidad abierta e inclusiva. De acuerdo con la ley, de hecho, es posible ser ciudadano israelí sin ser un judío "étnico", participar en su "supra-cultura" a la vez que se preserva la propia "infra-cultura", hablar el lenguaje hegemónico y cultivar en paralelo otro lenguaje, mantener formas variadas de vida y fusionar otras diferentes. Para consolidar este potencial político republicano, sería necesario haber abandonado desde hace mucho el hermetismo tribal, aprender a respetar al Otro y recibirlo, a él o a ella, como igual y cambiar las leyes constitucionales de Israel para hacerlas compatibles con principios democráticos. 

Lo más importante, si se ha olvidado momentáneamente: antes de que presentemos ideas para cambiar la política de identidad de Israel, debemos liberarnos primero de la maldita e interminable ocupación que nos lleva camino del infierno. De hecho, nuestra relación con quienes son ciudadanos de segunda está inextricablemente ligada a nuestra relación con los que viven con inmensa aflicción en lo más bajo de la cadena de la operación de rescate sionista. Esa población oprimida, que ha vivido bajo la ocupación durante cerca de cincuenta años, privada de derechos políticos y civiles, en tierra que el "Estado de los judíos" considera propia, sigue abandonada e ignorada por la política internacional,. Hoy reconozco que mi sueño de un final a la ocupación y la creación de una confederación entre las dos repúblicas, una israelí y otra palestina, era una quimera que subestimaba el equilibrio entre las dos partes.

Cada vez más parece que es ya demasiado tarde; todo parece ya perdido y todo enfoque serio de solución política parece estar en punto muerto. Israel se ha acostumbrado a esto, y es incapaz de deshacerse de su dominación colonial sobre otro pueblo. El mundo exterior, por desgracia, no hace tampoco lo que es necesario. Sus remordimientos y mala conciencia le impiden convencer a Israel de que se retire a las fronteras de 1948. Y tampoco está dispuesto Israel a anexionarse oficialmente los territorios ocupados, puesto que supondría otorgar igual ciudadanía a la población ocupada y, sólo mediante ese acto, transformarse en un Estado binacional. Es más bien como la serpiente mitológica que se traga una presa de gran tamaño, pero prefiere ahogarse antes que soltarla.

¿Significa esto, también, que debo abandonar la esperanza? Vivo en una profunda  contradicción. Me siento como un exiliado frente a la creciente etnicización judía, mientras que al mismo tiempo la lengua en que hablo, escribo y sueño es abrumadoramente hebrea. Cuando me encuentro en el extranjero, siento nostalgia de este idioma, vehículo de mis emociones y pensamientos. Cuando estoy lejos de Israel, veo la esquina de mi calle en Tel Aviv y siento ansias del momento en que pueda volver. No voy a las sinagogas para disipar esta nostalgia, porque en ellas se reza en un lenguaje que no es el mío, y la gente que me encuentro en ellas no tiene interés en absoluto en comprender lo que significa para mí ser israelí.

En Londres son las universidades y sus estudiantes de ambos sexos, no las escuelas talmúdicas (en las que no hay estudiantes femeninas) las que me recuerdan el campus en el que trabajo. En Nueva York son los cafés de Manhattan, no los enclaves [judíos] de  Brooklyn los que me invitan y atraen, como los de Tel Aviv. Y cuando visito las bulliciosas librerías de París, lo que me viene a la cabeza es la semana del libro hebreo que se organiza cada año en Israel, no la literatura sagrada de mis antepasados.

Mi profundo apego por el lugar sólo sirve para alimentar el pesimismo que siento hacia él. Y así caigo con frecuencia en el abatimiento por el presente y el temor por el futuro.  Estoy cansado y siento que las últimas hojas de la razón van cayendo de nuestro árbol de acción política, dejándonos yermos frente a los caprichos de los hechiceros sonámbulos de la tribu. Pero no puedo permitirme ser del todo fatalista. Me atrevo a creer que si la humanidad consiguió salir con éxito del siglo XX sin una guerra nuclear, todo es posible, hasta en Oriente Medio. Deberíamos recordar las palabras de Theodor Herzl, soñador responsable del hecho de que yo sea israelí: "Si lo quieres, no es leyenda".

Como vástago de los perseguidos que emergieron del infierno europeo de los años 40 sin haber abandonado la esperanza de una vida mejor, no tengo permiso del aterrado arcángel de la historia para renunciar y desesperar. Que es la razón por la cual, con el fin de apresurar a un mañana distinto, y sea lo que fuere que digan mis detractores,  seguiré escribiendo.

Shlomo Sand (1946), nacido en Linz (Austria), emigró a Jaffa (Israel) en 1948. Profesor de la Universidad de Tel Aviv, ha enseñado en Berkeley y París, donde se doctoró con una tesis sobre Jean Jaurès. Célebres libros suyos como La invención del pueblo judío (Akal, Madrid, 2011) y La invención  de la tierra de Israel: de tierra santa a madre patria (Akal, Madrid, 2013) han revolucionado de modo crítico la visión del judaísmo y el moderno Israel.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

















Acerca del libro de Shlomo Sand "Cómo dejé de ser judío"
La cuestión de la identidad judía




How I Stopped Being a Jew (en español Cómo dejé de ser judío de próxima aparición en Buenos Aires, editorial Canaan [N. de T.]),  el "símpatico" libro de Shlomo Sand en su versión en inglés, trata acerca de una pregunta que muchos se han hecho, pero han tenido miedo de hacerla: ¿qué hace que alguien sea judío? Si bien ha sido un enigma desde tiempo inmemorial, es más relevante en cuanto que Israel da la bienvenida a todos los que considera judíos independientemente de su nacionalidad o creencias religiosas (o la falta de ellas). Por otro lado los no judíos (25% de los israelíes), aunque nacidos y residentes en Israel no son ciudadanos plenos del Estado judío.
"Si Estados Unidos decidiera mañana que no es el Estado de todos los ciudadanos estadounidenses, sino que es el Estado de las personas de todo el mundo que se identifican como anglosajones protestantes, tendría un sorprendente parecido con el Estado judío de Israel“, (pág. 82).
Sand es israelí y judío laico, definido por su ascendencia judía como tal por el Estado de Israel. Es profesor de la Universidad de Tel Aviv, especializado en Historia de Francia. Es más conocido como autor de dos libros controvertidos, La invención del pueblo judío (2009) y La invención de la Tierra de Israel (2012).
Su argumento principal es que la afirmación de que los judíos de hoy son descendientes de los antiguos israelitas es simplemente un mito de gran utilidad para la causa sionista. Las teorías de Sand están hábilmente expuestas en un artículo de Paul Atwood publicado en CounterPunch en la edición del 14 a 16 febrero de 2014.
En pocas palabras Sand sostiene que los judíos europeos, e incluso muchos de los de Oriente Medio, son descendientes de conversos al judaísmo, sin conexión biológica con los antiguos israelitas. Sin embargo los fundadores del sionismo, en su mayoría judíos seculares y ateos, al tiempo que rechazaban los aspectos sobrenaturales y milagrosos del Antiguo Testamento tomaron sus leyendas como la historia verdadera.
"Para justificar la colonización de Palestina el sionismo apeló sobre todo a la Biblia, señalándola como el título de propiedad legal de la tierra. Se procedió entonces a representar el pasado de diversas comunidades judías no como un fresco denso y variado de los grupos abigarrados que se convirtieron al judaísmo en Asia, Europa y África, sino más bien como una historia lineal de personas de una raza, supuestamente exiliadas por la fuerza de su tierra natal y que aspiraron durante 2.000 años a volver a ella". (p. 48)
Esto proporcionó una dudosa justificación para el "retorno" a la "tierra prometida", la ya habitada Palestina, pero fue suficiente para convencer a las grandes potencias, que se sentían culpables del destino de los judíos en la Segunda Guerra Mundial y también estaban ansiosas por encontrar un lugar alejado de sus costas al que los sobrevivientes pudieran emigrar.
Además proporcionó una identidad y razón de ser a los judíos seculares y ateos de EE.UU. y otros lugares que los instaba al "retorno" a Israel para ayudar a desarrollar y defender la tierra, uniéndose a las granjas colectivas y al ejército.
Sand, que se autoidentifica israelí y desearía que esta fuera la única forma de identidad nacional para todos los habitantes de ese Estado, rechaza las bases históricas, culturales, raciales, étnicas y biológicas del hecho de ser judío. Se cuestiona la definición ortodoxa de un judío: una persona nacida de madre judía, ella misma nacida en ese origen desde tiempos inmemoriales. "Tengo la creciente impresión de que, en ciertos aspectos, Hitler fue el vencedor de la Segunda Guerra Mundial... su ideología perversa infiltrada y resurgida". (p. 5)
Sand explota la idea de una cultura judía común separada de la creencia religiosa, pero no encuentra ninguna evidencia convincente. Los judíos de Europa occidental, África y Oriente Medio pueden haber practicado su religión, pero en la vida cotidiana compartían la cultura y el vecindario con sus compatriotas. (Pág. 35) Por el contrario los de habla yiddish de Europa del Este tenían una cultura propia en el vestir, la comida, el idioma y el fundamentalismo religioso. (Pág. 36) Cierto número de hijos de estos judíos que a menudo se convertían en socialistas ateos en rechazo a la cultura de sus ancestros fundaron el movimiento sionista.
"Los colonos de cultura yiddish [en Israel], de hecho, fueron muy rápidos en descartar su despreciada lengua materna. La primera cosa que necesitaban era un lenguaje que uniera a los judíos de todo el mundo y ni Theodor Herzl ni Edmond de Rothschild podían comunicarse enyiddish. Más tarde los primeros sionistas aspiraron a crear un judío nuevo que rompiera con la cultura popular de sus padres y antepasados, así como con los miserables pueblitos que habitaban". (P. 41)
Sand sostiene que las fiestas judías solo son nostalgia para los judíos seculares y no honran su cultura universalista. Por ejemplo la Hagadátradicional del Séder de Pésaj incluye una "demanda explícita de exterminar a todos los pueblos que no crean en el Dios de los judíos y se atrevan a atacar a Israel... "(Pág. 67). En el Libro del Éxodo (23:23), Dios promete “exterminar a todos los habitantes de Canaán con el fin de hacer espacio en la tierra prometida para los hijos de Israel."(P. 72) En el Libro del Exodo (23:23) el Antiguo Testamento ordena amar a tu prójimo como a ti mismo, que se aplica sólo a los correligionarios judíos. (Pág. 70) El Talmud dice: "Vosotros seréis llamados hombres, pero los idólatras no serán llamados hombres" (Pág. 71).
Sand ofrece una larga lista de judíos que adoptaron una moral universalista (desde Karl Marx a Naomi Klein) y también se distanciaron de la tradición religiosa judía. (P. 73).
El autor refuta a los que dicen que lo que une a todos los judíos es su historia de víctimas exclusivas de las persecuciones: "la retórica sionista [insiste en que] hay ejércitos de asesinos como Hitler y en que nunca ha habido ni habrán víctimas como los judíos" (Pág. 63). Sin embargo, millones de no judíos fueron asesinados por los nazis; persecuciones, genocidios y limpieza étnica han sido y continuarán siendo infligidos a muchos pueblos.
Algunos críticos de Sand argumentan que un motivo para seguir siendo judío a pesar de no disfrutar nada de su cultura o de su religión es la legitimidad para criticar las políticas israelíes, pero esta es una base meramente pragmática para una decisión importante.
Sand concluye: "Deseo renunciar y dejar de verme a mí mismo judío" (Pág. 97). A pesar de que considera a Israel "una de las sociedades más racistas del mundo occidental" y perpetrador de una "colonización militar cruel [de] víctimas débiles e indefensas que no forman parte del 'pueblo elegido'", Sand sigue siendo un israelí en su vida cotidiana y cultural (P 98-99).
Otros han renegado del judaísmo en protesta por la política israelí. Sand sostiene que el motivo principal de la identidad judía es la religión. Los conceptos contemporáneos de la libre elección de la religión y la ideología están consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, calurosamente defendida por los judíos seculares. Entonces, ¿por qué una persona no puede ser capaz de renunciar a cualquiera o todas las religiones y sistemas de creencias? Por el contrario no se puede renunciar a los antecedentes étnicos. Sand reconoce que los suyos son austriacos.
Aunque no tengo la experiencia necesaria para evaluar las afirmaciones históricas de Sand, la postura de los judíos seculares tienen un significado personal y es una cuestión independiente de los exilios, la wmigración y las conversiones de sus antepasados. Uno de los problemas de la elección de Sand es que las autoridades israelíes, los líderes religiosos judíos, el público en general y los antisemitas no van a dejar que él o los demás se aparten de sus antecedentes tan fácilmente. Unirse a otra religión hace la renuncia más convincente, incluso se reconoce legalmente en Israel, pero Sand no quiere hacer esto.
Otra cuestión son las celebraciones, bodas, funerales, compartir cenas, grupos de juventud, comunidades de valores compartidos, etc., si se evitan las instituciones judías. La religión ha sido una fuente de activismo por la justicia social y de consuelo, a pesar de sus defectos. Muchos judíos seculares siguen en la fe sin fe por estas razones. Una solución es unirse a una de las religiones (que brinda lazos grupales) que acojan ateos, como el Unitarismo Universalista, o las florecientes iglesias ateas de Inglaterra.
El sutil y accesible libro de Sand es susceptible de provocar polémica. Y debería hacerlo.
Joan Roelofs es profesora emérita de Ciencias Políticas, en Keene State College, New Hampshire. Ella es la traductora de   Principles of Socialism de Victor Considerant (Maisonneuve Press, 2006), y autora de Foundations and Public Policy: The Mask of Pluralism (SUNY Press, 2003) Greening Cities (Rowman and Littlefield, 1996). www.joanroelofs.wordpress.com ; Contacto: [email protected] 
Fuente: http://www.counterpunch.org/2015/04/06/the-question-of-jewish-identity/

Nota . Hay ya también , edición en castellano en la editorial Bellaterra
........


Traducido del inglés para Rebelión por J. M.










rCR

No hay comentarios: