martes, 25 de octubre de 2022

La lógica del caos .

 

La lógica del caos

  

Estados Unidos se juega el dominio hegemónico del mundo

“El periodo posterior a la Guerra Fría ha llegado a su fin… el desafío no podría ser mayor. Las acciones que nosotros tomemos definirán de ahora en más si esta será una era de conflictos o el comienzo de un futuro más próspero y estable”. Con estas palabras, Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional del gobierno norteamericano, sintetizó la semana el rol de Estados Unidos en defensa del actual orden global amenazado por el avance de potencias “autoritarias”. Según él, China y Rusia creen que la democracia está en decadencia e intentan imponer un orden multipolar acorde con sus intereses. Esto no ocurrirá, afirmó: las democracias y los países aliados a Estados Unidos “saben que somos la mejor apuesta para defender” la libertad en el mundo [1]. Lo que está en juego, pues, es el dominio hegemónico de los Estados Unidos. En este contexto, la política exterior del gobierno de Joe Biden excluye toda negociación y el reconocimiento de errores. El eje de su estrategia es escalar los conflictos sin límites hasta imponer los intereses norteamericanos.

Esta estrategia ignora hechos básicos del pasado. Entre ellos, la crisis de los misiles rusos colocados en Cuba en 1962 cuando el Presidente John Fitzgerald Kennedy negoció un acuerdo con el gobierno ruso, aceptando retirar los misiles que Estados Unidos habían colocado en Turquía e Italia y que llevaron a los rusos a colocar misiles en Cuba [2]. La actual política exterior también omite que el reclamo ruso de fronteras seguras fue reconocido por distintos gobiernos norteamericanos, incluso en plena desintegración de la Unión Soviética. Hoy este reclamo es ignorado y se impulsa abiertamente un “cambio de régimen” político en Rusia para garantizar la seguridad de “Occidente”. Esto implica escalar la guerra en Ucrania, aun a riesgo de un enfrentamiento nuclear. Para la política norteamericana, negociar la paz en Ucrania potencia los riesgos de una catástrofe nuclear porque es sinónimo de “debilidad” [3].

Este vaciamiento del significado de los conceptos no es casual ni inocente. Detrás de esta operación subyace una manipulación de la opinión pública que inocula confusión e información falsa y fomenta el caos, buscando sustituir la capacidad reflexiva y el disenso por la aceptación subliminal y pasiva. Es una forma de ejercer control sobre lo que se piensa, anulando la percepción inmediata de los peligros que se corren y destruyendo la memoria de acontecimientos pasados. Esta narrativa invisibiliza el grado alcanzado en el desarrollo nuclear en las últimas décadas, la relación de fuerza entre potencias nucleares y sus posibles consecuencias para la humanidad. Sin embargo, en la medida en que el relato entra en contradicción con la realidad, se abre el espacio para el cuestionamiento y el cambio.

En la década de los 90 del siglo pasado, Estados Unidos y Rusia consideraban que una guerra nuclear aseguraba la mutua destrucción (MAD= mutal assured destruction [4]). Por ese entonces regía el tratado de misiles antibalísticos (ABM Treaty), firmado en 1972 para poner límites a la carrera armamentista, impidiendo la construcción y despliegue de misiles antibalísticos de defensa. Este descansaba en la premisa de que si una potencia construía una defensa estratégica,  la otra construiría fuerzas nucleares ofensivas para contrarrestarla y la escalada nuclear no tendría límite alguno [5]. En 2001, bajo la presidencia de George W. Bush, Estados Unidos puso fin a su participación en el tratado. De ahí en más, las negociaciones para restituirlo quedaron empantanadas y Rusia profundizó el desarrollo de tecnologías que le permitieron construir un sistema escalonado de defensa nuclear [6]. Según expertos en el tema, este sistema es de gran eficiencia, mientras que los sistemas norteamericanos de intercepción de misiles intercontinentales no pueden impedir un ataque nuclear limitado [7].

Elecciones en Estados Unidos

Encuestas recientes muestran un creciente descontento de la población frente a la situación económica, la inflación y la incapacidad del gobierno para contenerla [8]. Al mismo tiempo, muestran que la candidatura a la presidencia de Donald Trump en 2024 pondría punto final a la aspiración de Biden de renovar su mandato, al tiempo que cunde la preocupación ante el avance del wokismo [9] ( Wokismo (mundiario.comen las escuelas y la falta de interés en la guerra de Ucrania [10]. Estos y otros temas han movido a algunos dirigentes demócratas, entre ellos el ex Presidente Barack Obama, a lamentar el wokismo, sugerir más conexión entre la dirigencia demócrata y los problemas inmediatos de la gente [11] y a considerar la posibilidad de negociar el fin de la guerra en Ucrania [12].

Otros fenómenos indican preocupación en el mundo de las corporaciones y oposición ante algunas políticas del gobierno. En este sentido, la disputa entre monopolios tecnológicos por el control de los mercados y del discurso político empieza a cobrar envergadura. David Oliver Sacks, fundador de Paypal y con fuerte presencia en el mundo de la alta tecnología, publicó recientemente una nota explosiva [13] en apoyo a Elon Musk, quien desde hace un tiempo cuestiona las políticas del gobierno e intenta comprar Twitter. En su nota, Sacks defiende a Musk y acusa al gobierno de expresar una alianza “entre los neocons que dominan la política exterior” y una “izquierda” del Partido Demócrata que fomenta el wokismo. El gobierno y las redes buscan “cancelar el debate de problemas políticos (…) demonizan el disenso, difaman a la oposición y clausuran como ideológicamente inaceptables a los caminos que llevan a desescalar el conflicto y hacia la paz” en Ucrania. Aludiendo a la posibilidad de un conflicto nuclear, Sacks advierte que “la cooperación entre los medios, las redes sociales y la política exterior impide la discusión de alternativas. Nos atrapan en una escalada que lleva a la III Guerra Woke”. El viernes trascendió que el gobierno y los organismos de inteligencia estudian la posibilidad de bloquear la compra de Twitter por parte de Musk y de investigar si sus corporaciones tecnológicas atentan contra la seguridad nacional, en cuyo caso corren peligro de ser expropiadas [14].

Crisis energética y conflictos entre aliados

La relación entre Arabia Saudita y Estados Unidos empezó a deteriorarse entre 2014 y 2016,  cuando la primera se embarcó en una guerra de precios para limitar el creciente poderío de la industria norteamericana del petróleo no convencional [15]. Por estos días, Biden presionó a Arabia Saudita para que aumente la producción de petróleo por lo menos durante un mes, a fin de impedir que estos precios incidan sobre el voto de la población en noviembre. El reino rechazó la propuesta, y junto con la OPEP+ recortaron la producción. Ante esto, Biden tiene que recurrir al fondo de reservas estratégicas de petróleo del país para controlar los precios internos en las semanas previas a las elecciones. El fondo está muy vacío, por lo que esto los coloca en una situación de gran vulnerabilidad ante una posible emergencia.

En represalia, el gobierno de Biden amenaza con eliminar la ayuda militar y aplicar la ley NOPEC [16] contra Arabia Saudita y los países del OPEP+. Esto asestaría un golpe a la economía y a la defensa del reino: el 75% de su equipamiento militar proviene de Estados Unidos. Si se aplica NOPEC, el gobierno norteamericano podría desmembrar a Aramco –la corporación del petróleo de Arabia Saudita– e incautar todos los activos saudíes (y de los países de la OPEP+) que están en dólares.

Todo esto implica una guerra económica contra un aliado estratégico que por décadas se ha comprometido a comercializar sus ingresos del petróleo en dólares a cambio de seguridad militar norteamericana. Este acuerdo dio origen al “petrodólar”, que permitió a Estados Unidos mantener al dólar como moneda internacional de reserva con la garantía del Tesoro norteamericano, luego de que Richard Nixon pusiese fin al respaldo del dólar en el oro. Ahora, y ante el riesgo de que se aplique NOPEC, Arabia Saudita y los países de la OPEP+ podrían desprenderse masivamente de sus tenencias de Letras del Tesoro norteamericano. Si esto ocurriera, se produciría una debacle en el mercado de bonos y en el mercado financiero global, con su consiguiente impacto sobre el valor del dólar y su rol de moneda internacional de reserva.

Por otra parte, las sanciones impulsadas por el gobierno norteamericano contra Rusia desencadenaron un proceso que llevó a concretar el objetivo histórico de sustituir el gas ruso por gas licuado norteamericano más caro [17]. Sin embargo, esta victoria fue pírrica: motivó una respuesta rusa que derivó en una crisis energética no esperada. Hoy, Alemania, el motor económico de Europa, está frente al abismo de la desindustrialización y la importación de gas licuado norteamericano más caro que el ruso acelera los conflictos europeos.

La Comunidad Europea, aliada vital de Estados Unidos, se encuentra corroída por crecientes divisiones internas entre los países que la componen en torno a los subsidios y la financiación de la deuda y la crisis energética. Al mismo tiempo, los gobiernos se ven amenazados por una protesta social contra el encarecimiento de la vida y de la energía, que ya pone en jaque a la estabilidad política en Francia e Inglaterra. También crecen las tensiones políticas entre algunos gobiernos europeos y el gobierno norteamericano en torno a los precios a pagar por el gas licuado importado de Estados Unidos [18].

Por otra parte, si bien el sospechoso atentado a los gasoductos rusos Nord Stream 1 y 2 aumentó el control norteamericano sobre el abastecimiento de gas europeo, Estados Unidos contempla ahora la posibilidad de recortar las exportaciones para controlar los precios domésticos del gas. Esto ocurre en paralelo a la inexistencia en el mundo de gas natural licuado disponible que pueda satisfacer la demanda europea en los próximos años. La decisión de Rusia de reforzar el gasoducto que lleva gas ruso a Turquía ha sido aceptada por esta última, que se convierte ahora en posible punto de distribución de gas hacia Europa. Esto augura una intensificación de los conflictos entre los países europeos y entre estos y la dirigencia de la Comunidad Europea, que responde ciegamente al gobierno norteamericano.

En este contexto, resuenan con fuerza las palabras del Ministro de Defensa de la India: su país no cree en la justicia y viabilidad de un orden global jerárquico donde unos pocos países consideran  que los demás son “sus satélites”. Aspira, en cambio, a un orden global basado en el respeto a la soberanía y al desarrollo de todas las naciones [19].

Artículo completo:https://www.elcohetealaluna.com/la-logica-del-caos/

Notas:

[1] zerohedge.com, 12/10/2022.
[2] “The real cuban missile crisis”, theatlantic.com, enero/febrero de 2013.
[3] Entre otros ejemplos, businessinsider.com, 15/10/2022; https://twitter.com/apmassaro3/status/1580506710443462656, Paul Massaro, funcionario del gobierno norteamericano en la Comisión de Cooperación y Seguridad Europea (Helsinki Comisión); Alexander Vindman, ex director de Asuntos Europeos en el Consejo de Seguridad Nacional durante la gestión de Donald Trump y con destacada participación en la gestión del juicio político contra el ex Presidente: https://twitter.com/AVindman/status/1582004044557869056.
[4] Una estrategia militar de seguridad nacional basada en la premisa de que el uso de armas nucleares por un atacante contra otra potencia nuclear capaz de responder en los mismos términos causará la aniquilación de ambos.
[5] https://www.armscontrol.org/act/2002-07/news/us-withdraws-abm-treaty-global-response-muted.
[6] http://foreignpolicy.com/2018/03/01/putins-nuclear-powered-cruise-missile-is-biggerthan-trumps/, 01/03/2018.
[7] https://radiation.thesocialselect.com/does-the-us-have-an-anti-missile-system.
[8] zerohedge.com, 20/10/2022.
[9] Fenómeno analizado en la última nota.
[10] Harvard CAPS/Harris Poll, zerohedge.com, 17/10/2022.
[11] dailymail.co.uk, 16/10/2022.
[12] https://www.youtube.com/watch?v=m_IOpjrd760, 33:20 a 37:51.
[13] David Oliver Sacks, newsweek.com, 04/10/2022.
[14] bloomberg.com, 21/10/2022; zerohedge.com, 21/10/2022.
[15] reuters.com, 08/10/2018.
[16] Una ley antimonopólica especialmente dirigida contra los países petroleros.
[17] Algo que hemos analizado en varias notas anteriores.
[18] Entre otros, Robert Habeck, cnbc.com, 05/10/2022.
[19] Hindustantimes.com, 18/10/2022.  

Mas allá del jardín


Más allá del jardín

Andrea Zhok
 La superioridad occidental está en entredicho, por mucho que en Occidente nos engañemos aferrándonos a ella

El jefe de la política exterior de la UE, Josep Borrell, explicó en una entrevista cómo en Europa se da «la mejor combinación de libertad política, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad ha sido capaz de construir: las tres cosas juntas», y pasó a comparar a Europa con «un jardín» y al resto del mundo con una «selva que podría invadir el jardín». Por ello, los europeos deben «adentrarse en la jungla», deben «implicarse mucho más en el resto del mundo». Si no, el resto del mundo nos invadirá».

Este discurso, en su contundencia ideológica, revela mucho más sobre las circunstancias en las que nos encontramos que cualquier sutil análisis geopolítico. Por supuesto, habrá estrategas que operen entre bastidores y examinen la realidad con frío realismo en términos de mero poder, económico y militar, pero toda época, toda civilización, siempre se apoya en alguna visión fundamental, a la que se adhiere la mayoría, que opera fuera de la «sala de control».

Las palabras de Borrell nos recuerdan los extremos de esta visión dirigente, que está en el fondo del actual conflicto mundial híbrido (ya estamos en la Tercera Guerra Mundial, pero de forma híbrida por ahora, en la que los componentes económico y de manipulación cognitiva son al menos tan importantes como el militar).

Borrell nos recuerda, sin quererlo, cómo Occidente ha construido su autoconciencia durante los dos últimos siglos de una forma «progresista» (compartida, por supuesto, incluso por los que se autodenominan «conservadores» en política), una forma en la que el mundo «avanza», y los individuos y los pueblos se distinguen en «avanzados» y «atrasados».

Nosotros, los occidentales, como avanzados y progresistas, podemos a nuestros ojos legitimar fundamentalmente cualquier abuso y cualquier prevaricación contra los atrasados, ya que el progreso funciona como dispositivo de justificación moral. El progresismo occidental es, de hecho, una forma de racismo cultural, extraordinariamente arrogante y agresivo, que recubre la primitiva «ley del más fuerte» con adornos ideológicos del más alto barniz moral (derechos humanos, derechos civiles, etc.).

Todo el aparato intelectual y propagandístico orgánico a esta visión produce justificaciones ad hoc para todas las violencias y abusos, adoptando sistemáticamente un doble rasero admirable y sofismas hiperbólicos (del Congo Belga a Wounded Knee, de la Shoah a Hiroshima, de Vietnam a Irak, etc., es un libro de horrores salpicado de apelaciones al progreso). En el fondo de todo esto hay un supuesto sólido como una roca, lo único verdaderamente estable e inflexible: nuestro sentido de superioridad. Cada una de las interminables pruebas del carácter agresivo, depredador y deshumanizador de la civilización occidental contemporánea son leídas automáticamente por el aparato como errores del camino, accidentes inescindibles, daños colaterales en el proceso hacia más, mejor, progreso.

 

Nosotros, los Eloi, vivimos en el jardín, los otros, los Morlocks, en la selva

Es interesante recordar cómo todo el fundamento histórico de este sentimiento de superioridad se basa exclusivamente en la superioridad tecnológica, militar y luego industrial, que ha madurado plenamente en los dos últimos siglos. Es con la revolución industrial y la capacidad de producir en masa grandes cantidades de armas mortíferas cuando la sensación de superioridad y avance se hace plenamente convincente.

Ciertamente, no es en el plano espiritual, ni en el de la armonía de las formas de vida, ni en el de la felicidad, ni en el del refinamiento artístico, ni en ningún otro en el que Occidente ha madurado su autoconciencia de superioridad, nada más que la fuerza apoyada tecnológicamente. Es decir, que no desarrollamos nada comparable a las técnicas de cuerpo y mente que podemos encontrar en la cultura india, china, japonesa, etc., pero nosotros teníamos ametralladoras, ellos no.

De hecho, lo único que nutre y permite un estándar de «progreso» es la acumulación de poder tecnológico. Si la poesía japonesa o la alemana es mejor, «más avanzada», es una cuestión que ninguna persona en su sano juicio debatiría seriamente, pero que la tecnología alemana era superior a finales del siglo XIX era demostrable sobre el terreno, y esto, por ejemplo, impulsó a Japón (a pesar de una gran resistencia) a adaptarse a los estándares europeos.

Occidente es, por tanto, la fuerza histórica que empujó al mundo en la dirección de una competencia interminable e ilimitada, ya que creó un campo de juego en el que no había piedad para los que quedaban «atrás». Occidente indujo al planeta a una «carrera armamentística» sistemática, en el sentido bélico o económico, sobre la base de su visión progresista del avance subyugante.

Al mismo tiempo, desde el principio y con creciente intensidad, Occidente (que no coincide con la cultura europea, o más bien con las culturas) se mostró entrando en crisis recurrentes de autofagia, desestabilización y autodestrucción. Los años que preceden a la Primera Guerra Mundial son culturalmente fascinantes para el estudioso, porque constituyen una extraordinaria e insistente elaboración del tema de la desesperación, la decadencia y el nihilismo (exactamente en paralelo con el simultáneo auge de la alabanza positivista del progreso, la iluminación eléctrica, las nuevas «comodidades»). Las dos guerras mundiales -los acontecimientos más destructivos registrados en la historia de la humanidad hasta la fecha- no hicieron más que retrasar las manecillas del reloj de la historia medio dial: y en la década de los ochenta empezó a surgir la misma dinámica que un siglo antes.

Hoy y desde hace tiempo en el «jardín» occidental, la percepción de precariedad y falta de futuro es generalizada; estamos en la segunda generación que nace y crece en una condición de crisis perenne, de total desorientación, desarraigo, licuación de relaciones, afectos, identidades, e incapacidad de identificarse con cualquier proceso supraindividual, sea histórico o trascendente.

Esta condición de degradación social y antropológica se camufla ideológicamente convirtiendo cada herida en un alarde, cada cicatriz en un adorno: la inestabilidad es «dinamismo», el desarraigo es «libertad», la ruptura de la identidad es alegre «fluidez», etc. El dolor de vivir en las generaciones más jóvenes, aquellas tradicionalmente más dispuestas a la contestación y la protesta, se mantiene bajo control con la disponibilidad de un mercado cada vez mayor de entretenimiento estandarizado, funcional para desviar la mente de cualquier forma duradera de autoconciencia o conciencia general. Lo que antes era ginebra de las destilerías clandestinas para el trabajador de la revolución industrial, ahora se ofrece en forma de entretenimiento doméstico desde diversas pantallas. Esto también es un progreso: así la mano de obra dura más tiempo.

Al situarnos en una posición superior y avanzada, esta visión nos permite deslegitimar de entrada toda queja, ya que por definición, aunque nosotros en primera clase tuviéramos problemas, imagínense todos los demás desgraciados, en otros lugares o tiempos. Así que deja de quejarte y vuelve a trabajar.

Esta concepción global, en la que nos sumergimos hasta una profundidad casi insondable, representa una burbuja más allá de la cual somos incapaces de imaginar que pueda existir ningún mundo que merezca la pena ser habitado (sólo existe la oscuridad de la «jungla»). Es por ello que cuando, por primera vez en dos siglos, aparece en el horizonte la sombra de competidores no fáciles de someter, el reto, para los imbuidos de esta visión, se convierte en algo absoluto, en algo existencial. No podemos ceder porque ceder significaría abrir el camino a una relativización de nuestra mirada, y sólo eso abriría las compuertas del descontento reprimido, del malestar que arde bajo las cenizas, de la desesperación tras mil signos iluminados.

Por eso es un momento especialmente peligroso: Occidente, sacando toda su resistencia psicológica residual de su imagen de superioridad, no está en condiciones culturales de imaginar una forma de vida diferente para sí mismo. Por ello, las oligarquías, que sólo perciben los beneficios de la forma de vida occidental, están dispuestas a sacrificar hasta el último plebeyo para no ceder terreno, para no dejar que crezca ninguna vegetación espontánea dentro del «jardín».

elviejotopo.com

lunes, 24 de octubre de 2022

Cómo la censura alimenta la guerra

 

Cómo la censura alimenta la guerra

El bloqueo informativo es un arma bélica más



Las recientes declaraciones de Josep Borrell afirman sin rubor que el control de la información también es un arma de guerra utilizada por los países beligerantes, algo que hemos podido comprobar en los medios de comunicación desde el comienzo de la invasión de Ucrania.

En los mismos prolegómenos de la invasión rusa a Ucrania pudimos contemplar cómo en un tiempo récord, en España y en toda la UE, se construía un auténtico cerco a la información procedente de medios no comprometidos con el discurso atlantista acerca de este conflicto. En flagrante contradicción con las legislaciones europeas sobre libertad de expresión, se impidió el acceso a los medios de Rusia y otros lugares con discurso afín a las radiofrecuencias televisivas y los servidores de internet europeos. Dada la premura y la falta de obstáculos con la que ello se resolvió, no deja de ser plausible la sospecha de que era una respuesta que estaba prevista de antemano. La cosa no quedó ahí. En todo tipo de medios generalistas de gran alcance, desde entonces y hasta el momento presente, en cualquier información acerca del transcurso de la guerra o análisis de la misma ha estado sistemáticamente excluido el dato, la opinión o el punto de vista que no sea coincidente con la visión que avala el binomio OTAN-UE. Exactamente lo mismo, pero en sentido contrario, sucede con los medios de comunicación de la Federación Rusa (especialmente los que el gobierno de dicho país tiene dedicados a la divulgación internacional de sus puntos de vista).

En tal contexto, centrándonos en nuestro ámbito, la ciudadanía española y europea, a través de los medios de comunicación habilitados, recibe cada día una gran cantidad de noticias y opinión sobre el conflicto de Ucrania, información que está toda ella absolutamente seleccionada, filtrada y, cabe pensar que, en no pocos casos, elaborada, por una de las dos partes que está en conflicto. Resulta natural pensar que dicha información difícilmente pueda ser neutral y objetiva. El bloqueo informativo es de tal magnitud que ni siquiera se hace necesaria su ocultación o disimulo ante la opinión pública. Como bien nos recordaba recientemente Josep Borrell: “la comunicación es un campo de batalla… además de conquistar espacios, hay que conquistar las mentes”.

El factor propagandístico de los crímenes de guerra

Por mucho que existan convenciones internacionales que tratan de delimitar qué tipo de acciones resultan lícitas a los contendientes de un conflicto armado, las y los antimilitaristas (y toda persona de bien) sabemos sobradamente que una guerra, en sí y considerando todos y cada uno de los actos que se cometen bajo su paraguas, es un crimen contra la humanidad. Lamentablemente no todo el mundo lo ve de esta forma y en el contexto de batalla comunicativa que bien definía Borrell, dichos tratados y convenciones que tratan de minimizar el impacto de la acción bélica son empleados como arma arrojadiza para promocionar la propia parte y combatir la contraria.

En toda guerra, y más cuando se trata de una guerra (por ahora) “convencional”, como es la de Ucrania, suceden infinitos actos de “ilegalidad” con respecto a esas legislaciones internacionales. Resulta poco menos que imposible que la acción armada quede restringida a personal y objetivos militares y no afecte a civiles ni a infraestructuras básicas para la vida digna. Tampoco parece posible evitar que en el contexto de odio, violencia sistemática y de desprecio a la vida humana que constituye una guerra de estas características, no se produzcan actos de criminalidad común (robo, asesinato, tortura, violación…) inducidos por el mando respectivo como parte de la estrategia, tolerados o simplemente de carácter espontáneo. Poder acusar a la parte contraria de transgredir dichos límites al tiempo que se defiende que la propia respeta las “convenciones” resulta un arma propagandística de primer orden a la hora de justificar la acción militar e, incluso, en el plano diplomático, lograr la implicación de más estados. Para ello, el control de la información que llega al gran público resulta fundamental.

Como decimos, y hemos comprobado sobradas veces en el pasado, en toda guerra se cometen crímenes; los que quedan dentro de la “legalidad” bélica y los que no. Sin embargo, el público de cada país solo llega a conocer los cometidos por las tropas del bando contrario. Y ni siquiera de forma cabal, puesto que en contextos de control de la información, como los que siempre han sido propios de toda dictadura que se precie y que en la actualidad prosperan también en Occidente, se hace sumamente difícil distinguir el hecho realmente acaecido, de la exageración deliberada, el montaje o la pura invención. Los medios de comunicación dedicados a la guerra de Ucrania frecuentemente nos informan de graves violaciones del derecho internacional y de “crímenes de guerra” (como si, decíamos, la guerra en sí no fuera ya un crimen) cometidos por las tropas rusas. Cabe pensar que pudiendo ser cierta la mayor parte o mucha de dicha información, dada la falta de objetividad y la parcialidad de dichos medios, y la imposibilidad de contrastar los datos con fuentes neutrales a causa del bloqueo informativo, se hace muy difícil verificar qué hay de verdadero o falso en cada caso.

Por otra parte, nada se nos cuenta en dichos mass media, por ejemplo, acerca de los efectos de los bombardeos y acciones de quinta columna ucranianas sobre población civil e infraestructuras en el Dombás, o las represalias que presuntamente sufren los ciudadanos prorrusos en las zonas recuperadas. Ni siquiera llegaron a reflejarse en los medios de masas a que nos estamos refiriendo las recientes declaraciones del presidente de Ucrania solicitando un bombardeo nuclear preventivo de la OTAN sobre territorio ruso (3), hecho escandaloso a todas luces y que debería invitar a una reflexión acerca de a qué agentes se está apoyando militarmente.

Resultados de la estrategia

Esta forma de filtrar y controlar la información que se administra al gran público, como se viene explicando, es un arma más de la guerra. Su función principal es sensibilizar a la opinión pública demonizando al adversario (y santificando a la parte afín) y generando estados de opinión favorables a la intervención y escalada bélica. Podríamos poner numerosos ejemplos de cómo esta táctica comunicativa se empleó en el pasado en persecución y logro de los mismos fines. En el caso español, como en la mayoría de Europa, puede afirmarse que el monopolio informativo impuesto al conflicto de Ucrania está dando los resultados deseados. Por desgracia podemos comprobar cómo el apoyo bélico, que se traduce en un importante trasvase armamentístico y económico de los países de la OTAN-UE al gobierno ucraniano, recibe un gran respaldo popular y apenas genera debate. El logro concreto de ese esfuerzo (batalla) de control comunicativo emprendido por los gobiernos de la UE contra su propia ciudadanía es la constatación del grado de apoyo que hoy se da entre la población europea (y española) hacia una guerra que, en términos prácticos, no dejaba de ser tan ajena a los habitantes de dichos estados como otras que también hay en curso en el planeta. De hecho, y es una gran paradoja, la implicación bélica de los países de la UE en la guerra de Ucrania sí ha terminado acarreando graves consecuencias a su población. Por ello, aún más, se hace necesario mantener la estrategia comunicativa de la que venimos hablando para que personas que ven cómo sus gobiernos respectivos incrementan escandalosamente los presupuestos militares en detrimento de los servicios básicos, cómo los precios se disparan, cómo hay desabastecimiento energético y cómo, en resumidas cuentas, su país y toda la zona se adentra en una peligrosa e incierta crisis económica, continúen dando su apoyo a la guerra.

La tarea antimilitarista

Ante lo dicho, la tarea antimilitarista, en su denuncia de toda guerra, pasa por arrojar luz sobre este tipo de estrategias de control social al servicio del militarismo y el armamentismo. Nuestro discurso, sin dejar de nombrarlos, no debe dirigirse a los aspectos prácticos del apoyo a la guerra: cómo, en este caso, la implicación en el conflicto de Ucrania está poniendo en peligro nuestra economía. Nuestra postura ha de ser siempre eminentemente ética: incluso en la situación de que un conflicto bélico pudiera beneficiarnos de alguna forma, toda guerra es una catástrofe para la humanidad y, nos salpique poco o mucho, nuestro deber es hacer lo que esté en nuestra mano en pro de su cese. Ciñéndonos a la guerra ruso-ucraniana, un conflicto en el que nuestro país participa, nuestro objetivo inmediato precisamente ha de ser presionar a las instituciones para que cese la colaboración española en la alimentación de la contienda. No al envío de armas ni de financiación, no al entrenamiento de militares de los estados beligerantes. También contribuir a que la presión de la OTAN, una organización de la que España forma parte, sobre Rusia disminuya y, en resumidas cuentas, que se lleve a cabo todo esfuerzo posible para que las partes en conflicto se sienten a una mesa de negociación y puedan dirimir sus intereses mediante la vía diplomática.

Pablo San José, Grup Antimilitarista Tortuga.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/planeta-desarmado/el-bloqueo-informativo-es-un-arma-belica-mas-como-la-censura-alimenta-la-guerra-

viernes, 21 de octubre de 2022

La bravuconería selectiva de la Comisión Europea nos sale cara .



             La bravuconería selectiva de la Comisión Europea nos sale cara 

 

 

Juan Torres López 

 

 

 

Cuando nos señalan algo con el dedo y lo que hacemos es mirarlo, en lugar de aquello a lo que apunta, lo normal es que nos perdamos lo mejor, lo más importante. 

Desde la invasión de Ucrania, los medios de comunicación y los políticos occidentales, con especial mención de los europeos, no han parado de distraernos para lograr que nos fijemos en el dedo y no en lo que realmente es importante. 

Nos han hecho creer que la invasión era el origen de todos los males, que Rusia es el infierno antidemocrático y Putin un loco dispuesto a acabar con el resto de la humanidad. Yo creo, sin embargo, que hay algo más que tratan de ocultarnos. 

No defiendo, ni mucho menos, la invasión; la condeno sin contemplaciones. Pero condeno todas, a diferencia de quienes han defendido y están defendiendo hoy mismo hechos similares en otros lugares del mundo. Creo en la democracia, pero no puedo aceptar que se presente a Ucrania como su defensora frente al totalitarismo ruso porque, puestos a comparar, su régimen dejaba y deja mucho más que desear que el de Putin desde el punto de vista del respeto a la libertad y los derechos civiles. Tengo la seguridad de que hay que hacer frente a la invasión, pero no con el cinismo y la torpeza con la que están actuando los dirigentes occidentales, claramente más interesados en enquistar un conflicto que en imponer la paz en todos los rincones del planeta y en Ucrania en particular. Y me parece que la invasión es un hecho de suma importancia histórica, pero no más relevante que lo que verdaderamente hay detrás, un proceso seguramente ya imparable de desglobalización teledirigida desde Estados Unidos. 

Cualquier persona que haya venido leyendo los documentos que definen la estrategia internacional estadounidense ha podido comprobar su cambio de posición en los últimos años y la clara reorientación de todas sus políticas comerciales, tecnológicas y militares para comenzar a hacer frente a China como un nuevo y principal adversario global. 

Lo que está ocurriendo en Ucrania es una de las necesarias trastiendas de ese proceso, vital para Estados Unidos si quiere seguir manteniendo su posición de primera potencia mundial. 

Lo que están buscando los norteamericanos en esa trastienda es un doble objetivo. Por un lado, envolver a Rusia en una guerra de desgaste que, a ser posible, acabe con el régimen de Putin, no solo para poner su extraordinaria fuente de recursos estratégicos a disposición de un nuevo orden comercial sino, sobre todo, para desengancharla lo más radicalmente posible de China. El segundo objetivo también es claro: acabar con cualquier margen de autonomía estratégica de Europa, sometiéndola a una dependencia comercial, tecnológica, financiera y militar de la que no pueda escapar durante décadas. De ahí que Alemania haya estado y vaya a seguir estando en el centro de la diana y que hasta haya sufrido el sabotaje del Nord Stream, una de sus infraestructuras estratégicas (por cierto, sin que los bravos dirigentes europeos hayan hecho algo distinto a disimular y mirar a otro lado). 

Nada de eso es sorprendente porque esa estrategia se ha expresado en documentos que están a la vista de todo el mundo o incluso en declaraciones públicas de líderes políticos y estrategas militares. Lo que era algo más impensable que se produjese era una respuesta de los dirigentes de la Unión Europea tan esclava de los intereses de Estados Unidos y completamente ajena a la definición de una posición propia, autónoma y en favor de la paz mundial. 

No sé si por incompetencia o por deshonestidad, pero lo cierto es que las decisiones que vienen tomando los responsables de la Comisión Europea están produciendo ventajas y beneficios de todo tipo a Estados Unidos (y, lo que es todavía peor, incluso a Rusia y China) y unos costes abrumadores para la ciudadanía europea, para nuestras empresas y para el propio proyecto de integración. 

Sirvan como un simple ejemplo de ello los últimos datos sobre comercio exterior publicados la semana pasada por Eurostat. 

Las compras (importaciones) a Rusia de la Unión Europea en su conjunto aumentaron un 60,9% de enero a agosto de este año y las ventas (exportaciones) bajaron un 34,3%. En estos primeros ocho meses de 2022, la UE ya había gastado en compras a Rusia 150.000 millones de euros, prácticamente lo mismo que en todo 2021 (160.000 millones). 

Y algo parecido ha ocurrido con China (las compras de la UE subieron el 42,6% de enero a agosto de 2022 respecto al mismo del año pasado y las exportaciones solo aumentaron el 2,2%); o con Estados Unidos (nuestro superávit comercial bajó de 109.400 millones de euros a 100.000 millones). 

El aumento de esos déficits tiene detrás población que sufre penurias y miles de empresas al borde del cierre, y eso está ocurriendo como efecto de las medidas erróneas (o quién sabe si algo peor que erróneas) que vienen tomando las autoridades europeas. 

Han establecido sanciones económicas a Rusia que ni son sinceras (seguimos comprando combustible nuclear a Rusia), ni inteligentes (porque nos cuestan mucho y a Rusia incluso le benefician), ni efectivas para detener la invasión (como casi nunca lo han sido las sanciones), ni realistas (como los topes al precio del petróleo ruso). Aunque, eso sí, han reforzado nuestra dependencia con Estados Unidos. 

Y, por otro lado, padecemos los efectos de situación de guerra (de la que Europa no es parte formalmente pero sí de facto) sin tomar las medidas económicas extraordinarias que sería necesario adoptar para evitar que, tal y como está sucediendo, unos pocos se aprovechen y multipliquen su poder y patrimonio a costa de la mayoría. Única forma, entre otras cosas, de frenar las enormes subidas de precios que se están registrando. En lugar de eso, como acaba de señalar Joseph Stiglitz, se está respondiendo con un neoliberalismo que "está basado en ideas simplistas sobre cómo deberían operar los mercados que (...) no funcionó ni siquiera en tiempos de paz". 

Los dirigentes europeos están acostumbrados a recurrir a la bravuconería cuando disciplinan a los débiles y ahora han hecho de ella una expresión retórica de guerra que en realidad oculta el silencio cobarde ante los auténticamente poderosos. Son bravucones selectivos que imponen costes tremendos a los de abajo mientras se someten ante los que de verdad están imponiendo sus intereses de guerra y muerte al resto del mundo. 

Europa solo tiene una apuesta que le proporcione rédito, libertad y garantía de futuro, la de la paz. O, si me apuran, la de la guerra bien hecha; no la que consiste en renunciar a ser ella misma y esconderse con cobardía tras el escudo de la gran potencia. Quien, además, ha mostrado hasta la saciedad que tiene y defiende intereses muy diferentes a los nuestros. 


La bravuconería selectiva de la Comisión Europea nos sale cara – La tramoya (publico.es)