En el fondo de la crisis económica y de valores que se está dando en estos momentos en Europa sólo está el espíritu de una gran mentira. No es que “Europa” no exista, es que no ha existido nunca. La supuesta defensa de los valores “democráticos y occidentales” se da sobre los cadáveres de 100 millones de europeos en las dos grandes guerras mundiales por dos nacionalismo antagónicos, y, además se hace sobre los estragos de guerras como las de “los Treinta” y los “Cien Años” por un quítame allá esas pajas de un sentir religioso diferente.
La Europa de la “Unión”, del Parlamento, el Banco Central Europeo y el euro es una pura entelequia. La economía hace aguas en las penínsulas del Sur, y al Norte, se le derrumba el mito de la precisión y la eficacia.
El escándalo de la Wolsvagen nos muestra una realidad tramposa, corrupta y chapucera, la agresión continuada a Grecia la existencia de un capitalismo usurero como único argumento y razón. Y un imperio alemán que se comportan como un depredador colonialista y falsificador de la mal llamada idea de “unidad europea”.
Sus supuestos órganos de Gobierno tienen una severidad y contundencia con los problemas de las economías griega, española, portuguesa, italiana o irlandesa que no aparece para nada con la altanería de países como Hungría o Eslovenia en el drama de los refugiados. Y un aliento, millonario y armado, del nazismo en Ucrania.
Estamos ante un caos puro y tangible, con un fascismo estructural creciendo y alimentando sus estructuras. Y caos significa intriga, traición, injusticia, explotación, autoritarismo, despilfarro y latrocinio.
En realidad, Europa ha vuelto a ser raptada por Zeus. Pero un Zeus miserable y capitalista, hecho de mezquindades, mentiras y ombligos de corruptos.
El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, es un imputado por facilitar la evasión fiscal desde Luxemburgo, el presidente del BCE, Mario Draghi, intervino a través de su empresa en la ocultación y manipulación del déficit griego y gentes de la catadura de Timmermans, Arías Cañete, Valdis Dombrovskis u Orbán forman parte de su comisariado o plenario.
Europa es una vergüenza que agoniza en público y antes de fenecer descuartiza pueblos, derechos sociales y deja pudrirse al barro y al invierno a millones de refugiados en medio de una corrupción masiva. Europa era una ficción altanera para quitarse el hambre y los piojos de dos guerras mundiales y la realidad la ha aplastado. El derrumbe del imperio está en los telediarios.
Nadie, ningún politólogo serio, negaría hoy que las dos bombas atómicas arrojadas por los norteamericanos en Japón fueron, no sólo para terminar la guerra, sino para evitar que los soviéticos se adueñaran del imperio de Hirohito.
Y para exhibirles, como modo de amedrentamiento, el devastador poderío nuclear de Estados Unidos. El miedo a la “ola roja”, a su expansión, a sus conquistas, funcionó una vez más. Había que tirar esas bombas: para liquidar a los japos, desde luego, pero –proyectando las cosas hacia el futuro– porque todos sabían que la nueva guerra ya había estallado. La nueva, la verdadera, la que enfrentaba a los auténticos adversarios: occidente y el oriente soviético.
Entonces, ¿qué clase de guerra había sido la llamada “segunda”? Muchos, todavía hoy, no saben responder a esa pregunta. La nebulosa del enfrentamiento entre las democracias de Occidente y el totalitarismo nacional-socialista lo cubre todo, cree y dice ofrecer las respuestas, pero no, miente. Hitler fue, desde un principio, un aliado del occidente capitalista. Pese a su elocuencia, a su oratoria frenética contra la mediocridad burguesa, el Führer, y quienes lo rodeaban, eran enemigos de los bolcheviques. Una cosa eran los delirios de Hitler, sus extravagancias, sus ataques a los judíos, a los minusválidos, a los gitanos y a sus opositores, y otra era una verdad de peso genuino, que encajaba con la lógica de los tiempos: ese Führer tempestuoso era el único, en Alemania, decidido a luchar contra los soviéticos. Sólo él podría detener la amenaza de la ola roja.
Las SA (Sturmabteilung) de Ernst Röhm se enfrentaban en las calles de Berlín con los grupos organizados de los sindicatos socialistas. Eso favorecía a Hitler y al Occidente “democrático”. Nadie decía nada. “Déjenlo al loco. Por ahora lo necesitamos. Cuando haga bien su trabajo, cuando lo complete, nos libraremos de él.” Esto se ve muy bien en una escena de la película Cabaret de Bob Fosse. Es la escena campestre. Un joven empieza a cantar una dulce canción, el sol brilla, los buenos alemanes toman cerveza y acompañan la canción del joven que viste una camisa parda. Poco a poco, casi imperceptiblemente, la canción se encrespa hasta transformarse en un himno de guerra que proclama: El mañana nos pertenece. Un aristócrata de la industria alemana, junto a un amigo que está de paso en Alemania, observa, sonriendo con aire despectivo, irónico pero aprobatorio, al joven y a todos los que lo han acompañado, elevando sus vasos de cerveza como lanzas de la vieja y gloriosa Alemania de los Nibelungos, del Sacrum Imperium, del Primer Reich. Su amigo pregunta: “¿Por qué no los frenan? ¿No son peligrosos?” “Sí”, contesta el aristócrata, “pero, por ahora, los necesitamos. Van a limpiar Alemania de bolcheviques y judíos. Después, nosotros tomaremos el control”. “¿Ustedes?” “Claro, nosotros: Alemania”. Alemania no tomó el control, Hitler se adueñó de Alemania.
En otro film, uno majestuoso que dirigió Stanley Kramer y se estrenó en 1961, Juicio en Nuremberg, se juzga a los jueces nacionalsocialistas, a los que impartieron justicia durante en Tercer Reich. El fiscal los acusa de ser culpables de las crueldades, de los desenfrenos nazis. La defensa, a cargo de Hans Rolfe, un hombre brillante y apasionado, que viste una toga negra y tiene las convicciones de un pelotón entero de SS, es impecable e implacable: “¿Qué hay del resto del mundo? ¿No conocía las intenciones del Tercer Reich? ¿No había oído las palabras de Hitler transmitidas a todo el mundo? ¿No había leído su intención en Mein Kampf, que se publicó en todo el planeta? ¿Dónde quedó la responsabilidad de la Unión Soviética, que en 1939 le ofreció a Hitler el pacto que le permitió hacer la guerra? ¿Dónde quedó la responsabilidad del Vaticano, que en 1933 firmó con Hitler el concordato que le dio su tremendo prestigio por primera vez? ¿Vamos a declarar culpable al Vaticano? ¿Dónde quedó la responsabilidad del líder mundial Winston Churchill, que en 1938, ¡en 1938!, dijo en una carta abierta al periódico Times: ‘Si Inglaterra sufriera un desastre internacional, le rogaría a Dios que nos enviara a un hombre con la inteligencia y la voluntad de Hitler’. ¿Vamos a declarar culpable a Winston Churchill? ¿Dónde quedó la responsabilidad de los industriales estadounidenses que, para ganar dinero, ayudaron a Hitler a reconstruir su armamento? ¿Vamos a declarar culpables a esos industriales? No, su Señoría. Alemania no es la única responsable. Todo el mundo es tan responsable por Hitler como Alemania”.
El defensor Hans Rolfe sabe lo que dice. El fiscal Lawson lo comprueba durante el juicio. Un superior lo invita una reunión privada y ahí, duramente, le dice: “Usted está loco. Deje de maltratar a estos jueces. Los necesitamos para la nueva guerra, la que se inicia ahora. No podemos pisotear el honor de los alemanes”. El fiscal argumenta: “Estos hombres mandaron a decenas de miles a los campos de concentración”. El superior insiste: “Eso ya pasó. Ahora hay que mirar hacia el futuro”. El fiscal Lawson, un liberal, un demócrata de esos que cada vez se encuentran menos en EEUU, llega hasta la puerta y se detiene. Mira a su superior. Dice: “Le voy a hacer una pregunta divertida: ¿para qué fue la guerra?” Abre la puerta y sale.
¿Para qué fue la guerra? Tratemos de ser breves. O sea, resumiendo: el terror a la “ola roja” se fijó en Alemania, la derrotada del Tratado de Versalles, humillante, torpe. El colmo de la diplomacia de la venganza. La República de Weimar no supo crear poder, una alegre negación de la realidad le permitía jugar a la democracia, tomar cerveza, y cantar y bailar como Sally Bowles en el Kit Kat Club. (Ver mi novela La sombra de Heidegger. También ‘La caída de los dioses’ en Siempre nos quedará París: el cine y la condición humana. Y, desde luego, el film de Bob FosseCabaret y el de Bergman El huevo de la serpiente.) La República de Weimar empezó a agrietarse. Los sindicatos bolcheviques, los activistas del socialismo, lucharon en las calles, en las fábricas y buscaron salir del desastre por medio del comunismo y el apoyo de la URSS. El mundo occidental entró en pánico. ¿Quién era el mejor, en esa Alemania derruida, para frenar eso? “Hay uno muy bueno. Adolf Hitler. Pero no es confiable. Creemos que está loco.” “Eso no importa. Mientras frene a los comunistas es nuestro hombre. Después nos ocuparemos de él.” Este fue el diálogo secreto que –no lo dudemos– se habrá sostenido en las principales alturas del poder político y bélico de Occidente. Entonces armaron al “loco”. Así crearon a su más feroz enemigo. El “loco” derrotó a los comunistas, ganó legalmente las elecciones (luego de haber matado a muchos de sus opositores y con las cárceles llenas de obreros, abogados, escritores, políticos disidentes) y se dispuso, sin más, a conquistar el mundo. El “loco” estaba loco y su locura fascinaba a Alemania. “¿Ha visto usted la belleza de sus manos?”, le pregunta Heidegger a Jaspers.
Hitler pacta con Molotov y luego invade Polonia. Empieza la guerra. Esta guerra es visualizada, torpe o deliberadamente, como fruto de la locura del Führer y su entorno de fanáticos. Falso: la guerra tiene lugar porque Occidente armó a Hitler para que frenara a los comunistas. Que nadie se asombre si Henry Ford lo visitó. Si Charles Lindberg se declaró su entusiasta partidario y además antisemita. Si la Ford le vendió autos y aviones. Si la Inglaterra de Churchill le regaló o vendió a bajo precio aviones de la RAF (Royal Air Force), con los que luego Hitler llevaría a cabo sus bombardeos en Londres. ¡Qué paradoja siniestra! El León de Inglaterra, el gran Sir Winston, había entregado aviones al Monstruo que ahora destruía Londres, ciudad que él, también ahora, con gloriosa tenacidad defendía, defensa que le habría de permitir frases que la Historia recogería como ejemplo de coraje ante la adversidad (“Sólo puedo prometerles sangre, sudor y lágrimas”), una adversidad posibilitada por él mismo, por el héroe que ahora protegía a su pueblo de la furia de los aviones alemanes... e ingleses.
En suma, el guerrero anticomunista al que armaron, al que crearon para que impidiera que Alemania, el centro del mundo, el centro de Europa, la maltratada por las negociaciones posteriores a la “Primera Guerra Mundial”, cayera en manos de los comunistas, se les dio vuelta y les mostró la peor de sus caras: él derrotaría a los comunistas y también a los mercaderes norteamericanos, socios del pérfida Albión.
Que nadie se asombre si ahora pasa lo mismo. A Osama bin Laden lo entrenó la CIA; a él y a los talibanes también la CIA los llenó sofisticadas armas, para que lucharan contra los comunistas. Luego, los norteamericanos preguntarían a los ex soviéticos “cómo se pelea contra los afganos”, sin obtener respuestas satisfactorias de militares que habían sido derrotados. Es la misma dialéctica boomerang de la que EEUU había sufrido las terribles consecuencias con Hitler. Arman hasta los dientes a un enemigo de su gran enemigo, y luego su aliado –que sigue armado hasta los dientes– se les vuelve en contra. Occidente creó a Hitler y luego creó a Osama bin Laden. Pareciera existir para crear, una y otra vez, sus peores pesadillas. Ahora, en esas tierras calientes, la CIA está más desorientada que nunca. Sus enemigos, como antes los vietnamitas, son evanescentes, acaso metafísicos, como decía Westmoreland de las guerrillas del Vietcong. Siempre que entro en este tema recuerdo el final de un gran film de John Milius: El viento y el león (The Wind and the Lion, 1975). En la orilla del mar, montados en sus hermosos caballos, dialogan el sheik (Sean Connery, acaso en su mejor papel) y su fiel seguidor, que le pregunta si aún están en peligro, pues los ha perseguido Teddy Roosevelt, nada menos. El sheik arroja una carcajada: “Nunca estuvimos ni estaremos en peligro. Ellos son el león, pero nosotros... somos el viento”.
En una foto, una extraña embarcación hecha de cajas,
cartones y telas está embarrancada en la arena mojada. No viene de navegar, la
playa está llena de refugiados : con una vela encima en la que se lee en
grandes caracteres “Boat’s People”, fue instalada en 2012 en la playa de Calais
por una asociación que auxilia a los emigrantes en el Mediterráneo. Con esta imagen simbólica Boat’s People
afirmaba su convicción de que el derecho de asilo en Europa estaba naufragando.
“Naufragio del asilo”, proclama tres años más tarde, con esta misma foto, la
revista del grupo de información y apoyo a los inmigrantes (Gisti), una asociación
de juristas que milita por la libertad de circulación.
El derecho de asilo, en Europa, ha zozobrado verdaderamente,
al igual que lo hacen, desde hace años, las barcas de migrantes que intentan
atravesar el Mediterráneo? Europa, que
ha inscrito solemnemente el derecho de asilo en su Carta de derechos
fundamentales, ha vuelto la espalda a su historia? Son muchos los que lo creen y no solamente en
el seno de las asociaciones de ayuda a los migrantes. El sistema europeo de
asilo es “desequilibrado y disfuncional”, estima el alto comisario para los
refugiados de Naciones Unidas, Antonio Guterres. Porque contraviene el
principio de solidaridad – hace soportar esencialmente el esfuerzo a los países
del Sur de Europa - pero también el de
igualdad – ofrece a los refugiados niveles de protección muy diferentes en
Suecia y en Polonia.
El asilo nació, sin embargo, hace más de dos mil años, en la
cuenca mediterránea. Introducida en la lengua francesa en el siglo XIV, la
palabra deriva del griego asulon, que designa los espacios inviolables. En la
antigüedad, los griegos y también los hebreos acogían, generalmente en los
templos, a hombres perseguidos por sus enemigos, a veces incluso asesinos. La
tradición continúa al principio de la era cristiana: en 511 el concilio de
Orléans codifica este principio de inmunidad en nombre de la caridad. Esta
hermosa idea es sin embargo enterrada en el siglo XVI por François I: en 1539
la ordenanza de Villers-Cotterêts suprime el asilo en materia civil y lo
subordina al acuerdo de un juez en materia penal.
Hay que esperar a la Revolución francesa para que el derecho
de asilo resurja en Europa. En 1789, la Declaración de los derechos del
hombre y del ciudadano proclama que la
resistencia a la opresión forma parte de los derechos “naturales e
imprescriptibles del Hombre”. Cuatro años más tarde, la Constitución de 1793 va
más lejos: el pueblo francés es el “amigo y aliado natural de los pueblos
libres”, “da asilo a los extranjeros expulsados de su patria por la causa de la
libertad y lo niega a los tiranos”. El asilo tal como es concebido por la
Revolución ya no es una práctica religiosa marcada por la caridad sino una
prerrogativa política del Estado. Solamente quienes son perseguidos debido a su
combate por la democracia pueden beneficiarse del mismo”, señala el historiador
Gérard Noiriel en la revista del Gisti, Pleno derecho.
Después de un ligero eclipse en el siglo XIX, el asilo
vuelve con fuerza en el siglo XX, que se convierte rápidamente en el “siglo de
los refugiados”: los armenios huyen del genocidio de 1915; los rusos, la
revolución de Octubre de 1917; los judíos de Europa del Este, el nazismo en los
años 30; los republicanos españoles, la victoria franquista en 1939… “Los
desplazamientos de población, en Europa, son tan importantes que la Sociedad de
Naciones crea , en los años 1920, el pasaporte Nansen, un titulo que permite
circular a los ciudadanos privados de
nacionalidad”, precisa el geógrafo Olivier Clochard, encargado de investigación
en el CNRS en el seno del laboratorio Migrinter y miembro además de la red
Migreurop. Después de la segunda guerra mundial Europa lleva esta idea a la
escena internacional con la convención de Ginebra de 1951.”
En este año, los delegados de 26 países tan distintos como
los Estados Unidos, Israel, Venezuela, Noruega e Irak firman un texto llamado a
convertirse en “ el amparo de millones de desarraigados”. En un mundo
trastornado por las consecuencias de la segunda guerra mundial y la aparición
de tensiones Este-Oeste, la convención define al refugiado como una persona
“que teme con razón ser perseguido a causa de su raza, de su religión, de su
nacionalidad, de su pertenencia a un cierto grupo social o de sus opiniones
políticas”. A estos perseguidos, la convención les ofrece una protección
internacional: a partir de ahora tendrán derecho a obtener permisos de viaje, a
trabajar, a la educación. Nadie podrá reenviarlos hacia un país donde teman ser
perseguidos.
Los tres principales
países de acogida se encuentran en Asia o en el Próximo-Oriente
Que se ha hecho de esta gran idea actualmente cuando
centenares de miles de emigrantes desafían
los mares en canoas neumáticas para alcanzar las costas europeas?
Si nos atenemos a los textos Europa es una tierra de acogida
para los demandantes de asilo: la Carta europea de derechos fundamentales,
firmada en Niza en el 2000, proclama en efecto que en la Unión el derecho de
asilo está “garantizado”. “ Los 28 países de la Unión Europea han ratificado
todos ellos la convención de Ginebra de 1951 y además el protocolo de New York
de 1967, que extiende la protección a los refugiados no europeos y a las
personas perseguidas después del 1 de Enero de 1951, precisa Olivier Clochard.
Para los últimos Estados miembros, esta ratificación era incluso una de las
condiciones de entrada en la Unión.
Sin embargo, Europa está lejos, muy lejos, de ser el gran
continente de acogida que a veces nos imaginamos. Según el Alto Comisariado de
Naciones Unidos para los refugiados (HCR), la inmensa mayoría de los refugiados
(más del 80%) estaban protegidos, en 2013, no en los países industrializados sino
en los países en desarrollo. Es la tasa más elevada desde hace más de dos
decenios”, precisaba. Los tres principales países de acogida no se encontraban
en Europa sino en Asia o en el Próximo Oriente: se trataba de Pakistán (1,6
millones de refugiados), Irán (857.000) y Líbano (856.000). De los 11,7
millones de refugiados correspondientes, en 2013, a la competencia del
HCR, Europa, a pesar de su riqueza y de sus discursos generosos, acogía apenas
a 1,8 millones de ellos, o sea, alrededor del 15%.
Si Europa asume una parte tan pequeña de la acogida mundial
de refugiados, no es porque los demandantes de asilo la eviten: es
sencillamente porque ella evita de tenderles la mano. “La Unión Europea ha
erigido un verdadero muro para protegerse de los refugiados”, resume Olivier
Clochard. Fin de la inmigración laboral, restricciones al reagrupamiento
familiar, limitación de “visados de asilo”: las puertas de entrada son tan
estrechas que el HCR no cesa de exhortar a Europa que abra “vías legales y
seguras” de acceso al continente. “Los países europeos deben proceder a cambios
fundamentales a fin de aumentar sus cuotas en materia de reinstalación y de
admisión, de ampliar las condiciones de obtención de visados, de
apadrinamientos y de becas así como otros medios de unificar a Europa
legalmente” ha recordado en Septiembre por boca de Antonio Guterres.
A estos muros de papel se han añadido recientemente
kilómetros de alambradas: para impedir a los inmigrantes que invadan su
territorio, Hungría y Bulgaria han erigido vallas a lo largo de sus fronteras.
Como sorprenderse, en estas condiciones, de que Europa de la sensación de
traicionar sus promesas en materia de asilo? “Quienes son victimas en sus
países se ven obligados a poner en peligro sus vidas para hacer valer sus
derechos: esta doble pena es inadmisible, por lo tanto debemos abrir vías de
acceso seguras y legales en Europa para los inmigrantes y los demandantes de
asilo” , afirmaban en Septiembre, en una tribuna común, los diputados europeos
Pervenche Bérès, Sylvie Guillaume, Christine Revault d’Allones-Bonnefoy y
Vincent Peillon.
La primera víctima de
esta crisis es el reglamento de Dublín
Mientras los refugiados llegaban en cuentagotas los
disfuncionamientos de la Europa del asilo pasaban relativamente desapercibidos.
Pero el aflujo de estos últimos años ha puesto a la luz las incoherencias del
sistema. La primera victima de esta crisis sin precedentes es el reglamento de
Dublín, que obliga a los emigrantes a presentar su demanda de asilo en el
primer país que pisan. Presentado desde hace años como el pilar indispensable
de la Europa del asilo, ha sido suspendido provisionalmente por la Comisión
Europea : para luchar contra el increíble caos que reina en Grecia y en Italia
ha adoptado un plan de « relocalización » que entierra el principio de Dublín –
a partir de ahora los demandantes de asilo se repartirán en el conjunto de los
países europeos.
En las asociaciones de ayuda a los emigrantes raros son
quienes defienden este reglamento de 2003 : al obligar a una presentación de
expediente desde el mismo momento de inscripción en el territorio europeo, se
prohíbe de facto a los demandantes de asilo la elección de su tierra de
acogida. « El reglamento de Dublín es una aberración, afirma Catherine Teule,
vicepresidenta de la Asociación europea para la defensa de los derechos humanos
(AEDH). Para reconstruirse, los refugiados deben instalarse en los países donde
ya tienen lazos. La integración es obviamente más sencilla si hablan la lengua
o si tienen familia o amigos en el lugar. No se les puede pedir que se establezcan en un país donde el racismo es
fuerte o el trabajo escaso únicamente porque los azares de la geografía han
hecho que desembarcaran allí. »
La absurdidad del sistema
Según Olivier Clochard, Dublín engendra además varios
efectos perversos. « Complica considerablemente las trayectorias de los
refugiados. Si un demandante de asilo presenta su demanda en Francia pero sus
huellas digitales han sido registradas en Italia, es devuelto a Italia, lo que
crea muchos movimientos secundarios en el seno mismo de Europa. Si se niega, su
petición francesa se pone en stand-by durante seis meses – en este caso, su
situación se precariza y algunos terminan por renunciar. Dublín no tiene en
cuenta los deseos de los emigrantes a pesar de que este deseo es más fuerte que
cualquier reglamento : hay refugiados que prefieren vivir en la clandestinidad
con sus próximos a tener un estatuto protector en un país donde están aislados.
»
Finalmente, Dublín presenta el inconveniente de hacer
soportar un gran peso a los países que controlan las fronteras Sur de la Unión
Europea. Como se puede pedir a los servicios de inmigración italianos que
acojan y registren, con sus escasos efectivos, los 110.000 emigrantes que han
desembarcado desde principios de año en las costas italianas ? Como exigir a
Grecia, cuyo Estado está exangüe, que gestione las demandas de asilo de las
200.000 personas que han llegado en su territorio en 2015? Durante el mes de julio, solamente, este país
llamado “de primera línea” ha acogido a más de 50.000 emigrantes – para medir
la absurdidad del sistema basta saber que Francia, que tiene estructuras de
asilo mucho más solidas que Grecia, ha examinado 64.000 demandas… durante todo
el año 2014.
« Un mosaico de
regímenes de asilo nacionales »
Al agravar el caos que reina en las fronteras del Sur de la
Unión, Dublín no ha podido sobrevivir a la crisis de los refugiados. « El plan
de « relocalización » de la Comisión da acta de fe de que este reglamento no se
sostiene y que penaliza a los países con fronteras exteriores » afirma
Catherine Teule. Pero Dublín no es la única fisura que la crisis ha puesto de
manifiesto : si los refugiados prefieren ciertos países como Suecia o Alemania
en detrimento de otros, como Hungría, es porque saben pertinentemente que la
protección europea es de geometría variable. « La Unión es un mosaico de
regímenes de asilo nacionales entre los cuales las divergencias son a veces muy preocupantes », resume la jurista Joanna
Pétin en una nota del think tank Terra Nova.
Sin embargo hace ya unos cuantos años que se debate sobre la
armonización de los regímenes de asilo europeos. El tema se lanzó en 1997,
cuando el tratado de Amsterdam, que introdujo
el asilo en las competencias de la Comunidad. Dos años más tarde, el
Consejo europeo de Tampere (Finlandia) prometía instaurar “un régimen de asilo
europeo común basado en la aplicación integral y global de la Convención de
Ginebra”. En 2003, 2004 y 2005, tres directivas desarrollaban estos grandes
principios intentando armonizar las condiciones de acogida, los criterios del
estatuto del refugiado y los procedimientos. A lo largo de los años, se crearon
varios instrumentos – el Bureau europeo de apoyo en materia de asilo en 2010,
el fondo Asilo, migración e integración en 2014.
La armonización del asilo dista mucho de estar terminada
Aunque este largo proceso se ha situado bajo los auspicios
del « respeto absoluto del derecho de asilo » está lejos de obtener la
unanimidad. La armonización ha estirado las reglas hacia abajo, afirma Catherin
Teule. El derecho al trabajo, que debería ser inmediato, se concede lo más
tarde al cabo de nueve meses de procedimiento : esto sumerge a los demandantes
en una gran precariedad. La detención de los demandantes de asilo, que debería
debería estar prohibida, está autorizada en ciertos casos, incluso para los
menores : es una extraña forma de concebir la protección internacional. La
instauración futura de una lista común de « países seguros » (países
democráticos) es absurda : va a permitir la exclusión a priori de demandas de asilo – como si en ciertos
países fuera imposible ser perseguido. »
A pesar de que estas directivas sean contestadas, muchas de
ellas han sido trasladadas a las legislaciones nacionales. Sin embargo, la
armonización dista mucho de estar acabada. « Es como la construcción europea :
un proceso en curso, explica el director de la Oficina francesa para la
protección de los refugiados y apátridas (Ofpra), Pascal Brice. La base está
echada pero todavía hay mucho trabajo que hacer : hay que establecer una lista
común de países « seguros » y hacer converger las practicas – nos dedicamos a
ello trabajando regularmente con los alemanes y los belgas, por ejemplo. El
movimiento es lento ya que los países europeos tienen culturas diferentes :
Francia y Suecia tienen una larga experiencia de asilo mientras que en ciertos
países de Europa del Este la demanda era, hasta estos últimos meses, casi
inexistente. »
A pesar de los esfuerzos de la Unión Europea, las
disparidades siguen siendo muy importantes. “La Europa del asilo es una
verdadera lotería”, afirma Catherine Teule. Algunos países conceden ayudas
financieras y viviendas, otros no; algunos exigen largos periodos de procedimiento,
otros examinan los expedientes en pocas semanas. Por razones misteriosas, los
tipos de reconocimiento difieren de un país a otro: mientras que los sirios y los eritreos obtienen fácilmente
el estatuto de refugiados en todos los países, los demás demandantes no son
tratados de la misma forma: en primera instancia, los tipos de reconocimiento
del estatuto varían, de un país a otro, de 13 a 94% para los iraquís y de 20 a 95% para los afganos,
constata en 2014, el informe del Bureau europeo de apoyo en materia de asilo.
Estas disparidades se mantienen una vez que el procedimiento
está terminado. “ En Francia, a los refugiados reconocidos por la Ofpra se les
concede un permiso, llamado “de larga estancia” , de diez años que les permite,
si lo desean, instalarse en Bélgica , en Alemania o en otras partes de Europa,
explica Olivier Clochard. Por lo tanto tienen libertad de movimiento. En
Chipre, la situación es muy diferente, incluso teniendo en cuenta que está
evolucionando: los permisos de residencia no duran más que tres años, lo que
obliga a los refugiados a permanecer en el lugar. Muchos quedan pues atrapados
en la isla, lo que no siempre es una suerte: el trabajo es escaso y los niños
no pueden realizar allí estudios superiores.” Nadie lo duda: queda mucho camino
por hacer hasta que una verdadera Europa del asilo vea la luz. Los más
optimistas esperan que la crisis de los refugiados permita acelerar el
movimiento.
Anne Chemin Periodista del suplemento Culture-Idées del
periódico francés Le Monde
El Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC) se ha
convertido en un campo de batalla político. Por un lado, el Partido Popular, a
través de Carlos Lesmes, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General
del Poder Judicial, presiona al TSJC para que actúe con contundencia contra
Artur Mas y, por otro lado, los convergentes han encontrado en el TSJC un
inesperado aliado, especialmente en su presidente, Miguel Ángel Gimeno, y en el
instructor del sumario, Joan Manel Abril, porque facilitan que Artur Mas saque
rendimiento político de su imputación por la convocatoria de la consulta del
9-N.
Los populares se suben por las paredes por la ocurrencia del
magistrado Joan Manel Abril de citar a declarar a Artur Mas el 15 de octubre,
coincidiendo con el 75º aniversario del fusilamiento del presidente Lluís
Companys por el régimen franquista. En Madrid, en los despachos del PP y en los
de la cúpula judicial, se preguntan si la elección del 15 de octubre se ha
programado intencionadamente y, a estas alturas, pocos creen en las
casualidades.
Como presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas tiene la
prerrogativa de declarar en su despacho, de forma que el juez instructor, el
fiscal y las partes personadas se tendrán que desplazar a palacio para interrogarlo,
pero, según las fuentes consultadas del entorno convergente, no hará falta que
vayan: Artur Mas arrastrará la cruz de la imputación judicial hasta el juzgado
para que todas las cámaras capten su vía crucis.
Según estas fuentes, a primera hora de la mañana del 15 de
octubre, el presidente Mas irá a depositar la ofrenda floral al Cementerio de
la Pedrera, donde está la tumba de Companys, y después hará otra ofrenda en l
Cementerio de Santa Eulàlia del Castillo de Montjuic, donde lo fusilaron.
Posteriormente, acudirá al juzgado para prestar declaración como imputado.
Ante el edificio del TSJC, Mas se encontrará con una concentración
de cargos electos convocada por la Assemblea Nacional Catalana, Òmnium y la
Asociación de Municipios por la Independencia, tres entidades que apoyan a
Junts pel Sí a las que se ha añadido la Asociación de Municipios de Catalunya,
dominada por convergentes y republicanos.
Artur Mas hará el papel de presidente mártir, pero, a diferencia
de Companys, no lo fusilarán, sólo tendrá que declarar como imputado y ello le
permitirá sacar rendimiento político ahora que se juega la continuidad como
presidente de la Generalitat.
Juan Manuel Abril Campoy, instructor de la querella contra Artur
Mas, es un jurista muy técnico que fue director de los Servicios Jurídicos del
Ayuntamiento de Barcelona y profesor de la Universidad Autónoma de esta ciudad,
donde impartía clases de Derecho Civil. Curiosamente, fue elegido magistrado
para el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) en la terna propuesta
por el Parlamento catalán, con el voto favorable del entonces vocal del Consejo
General del Poder Judicial (CGPJ) por CiU Ramón Camp en la etapa de José Luis
Rodríguez Zapatero al frente del Gobierno.
Figuraba en la terna de los tres nombres propuestos por el
Parlamento de Cataluña y contó con el voto a favor de Convergència y su
representante en el órgano de gobierno de los jueces, Ramón Camp.
El País apuesta por la lista de confluencia del Ibex 35. Vota PSOE y Ciudadanos. Te desorinarás.
Suelen alegarse razones económicas, una coyuntura de peso que uno, a su juicio, no debería obviar. Pero ahí es donde entra el centro. A fin de devolvernos la esperanza, la bandera de un nuevo tiempo y de un renacimiento económico general hondea en las portadas, en los titulares. Es el centro: se alza como la única opción digna de crédito, como la auténtica hora de la verdad, mediodía de ensueño eclipsado tan sólo por la particular idiosincrasia del poder. De un poder que no muere, en cualquier caso. Un poder que, a semejanza de las fuerzas naturales, no descansa. Mientras el Partido Popular cae como vicario de lo viejo que es y Podemos, por su parte, como el de lo que aún es demasiado joven para vencer, el centro, defendido por El País, resiste. El centro, en definitiva, parece adquirir así la consistencia de los propios ritmos vitales. Unos deben dejar paso a los otros. Es el orden natural.
El País apuesta por PSOE y Cs El centro como la hora de la verdad
La estrategia propagandística de El País funciona ya a toda máquina para reducir el potencial de Ciudadanos a una ocasional alianza con el PSOE. Ese torpe ejercicio de prendido, en los últimos tiempos, de todo obstáculo imaginable y avanza así, pues, libre de sospecha, en dirección a su única meta: el centro.
Ese centro, que ellos se avienen a identificar con seguridad, con igualdad, con estabilidad, no es sino la vieja y dulce promesa de todos estos Estados-Nación que se hacen llamar demócratas y que, en la historia de su decadencia, no se resignan a abandonar. Su cadáver rebota entre las cámaras, se rememora a menudo en la ONU y, a veces, parece incluso estar apareciéndose en nuestros sueños, signo de un mundo que podría haber llegado a ser.
¿De no ser por qué? Suelen alegarse razones económicas, una coyuntura de peso que uno, a su juicio, no debería obviar. Pero ahí es donde entra el centro. A fin de devolvernos la esperanza, la bandera de un nuevo tiempo y de un renacimiento económico general hondea en las portadas, en los titulares. Es el centro: se alza como la única opción digna de crédito, como la auténtica hora de la verdad, mediodía de ensueño eclipsado tan sólo por la particular idiosincrasia del poder.
De un poder que no muere, en cualquier caso. Un poder que, a semejanza de las fuerzas naturales, no descansa. Mientras el Partido Popular cae como vicario de lo viejo que es y Podemos, por su parte, como el de lo que aún es demasiado joven para vencer, el centro, defendido por El País, resiste. El centro, en definitiva, parece adquirir así la consistencia de los propios ritmos vitales. Unos deben dejar paso a los otros. Es el orden natural.
El País, sabio como la madre naturaleza misma, se arroga pues el don y el privilegio de poder colocar a cada uno en su sitio. A la hýbris de la izquierda no se le perdonará jamás haberse jugado todo a la carta de la novedad. Impertinente soberbia que, para un país decente como el nuestro, no merece sino nuestra más sincera aversión. Y al recalcitrante orgullo de la derecha popular, lo mismo –pero en sentido contrario: apestan a viejo, a enfermo y a podrido.
La igualdad, la estabilidad y la seguridad son supuestos principios ideológicos a los que la opinión pública nos tiene ya acostumbrados. Sin duda, su capacidad de atracción es enorme, pero es eso mismo lo que ha pervertido el discurso, lo que ha conducido a la capacidad crítica de los agentes implicados en el mismo a la debacle, induciendo a la disidencia a su miseria: a creerse en posición de rebatir a tales colosos, de hacerlo en sus mismos términos y en el espacio de sus propias certidumbres.
Baluartes de la burguesía, los principios de los que nos hablan El País y otros medios han de retumbar en nuestras cabezas por mucho tiempo. Hasta diciembre y más allá. Porque el dilema al que el modelo de partido supuestamente transversal se enfrenta: decidir por sí mismo o dejar que las bases decidan, no es un problema para El País. No lo es en absoluto. El País ya ha movido ficha, es una astuta computadora virtual y, por añadidura, tiene pila para rato.
El dit acusador del president de la Generalitat ha impulsat
nombrosos procediments penals contra vaguistes i manifestants els últims anys.
El cas més conegut el trobem en l’acció Aturem el Parlament, però la llista és
llarga.
¿Por qué Francia quiere derrocar la República Árabe Siria?
por Thierry Meyssan
Analizando la historia de la colonización francesa en Siria y comparándola con las acciones de los presidentes franceses Nicolas Sarkozy y Francois Hollande, el analista Thierry Meyssan demuestra que algunos dirigentes franceses pretenden hoy volver a colonizar la República Árabe Siria. Esta pretensión anacrónica y criminal está convirtiendo a Francia en uno de los Estados más odiados del mundo.
RED VOLTAIRE
Nicolas Sarkozy y David Cameron firman los Acuerdos de Lancaster House. Al cabo de 100 años, estos acuerdos reiteran la “Entente Cordiale” que dio origen a los Acuerdos Sykes-Picot.
Francia es en este momento la principal potencia que llama al derrocamiento de la República Árabe Siria. Mientras la Casa Blanca y el Kremlin negocian en secreto sobre la mejor manera de deshacerse de los yihadistas, París se obstina en acusar al «régimen de Bachar» (sic) de haber creado el Emirato Islámico y sigue afirmando que después de la eliminación de ese grupo yihadista habrá que derrocar la «dictadura alauita» (sic). Francia cuenta con el público respaldo de Turquía y de Arabia Saudita y, por debajo de la mesa, con el de Israel.
¿Cómo explicar esa obstinada persistencia en una posición perdedora, sabiendo que Francia no tiene nada que ganar, ni política y ni económicamente, en esta cruzada e incluso que Estados Unidos ya ha decidido renunciar al entrenamiento de combatientes contra la República, además en momentos en que Rusia está aniquilando los grupos yihadistas?
La mayoría de los comentaristas han subrayado, con sobrada razón, los vínculos personales del ex presidente francés Nicolas Sarkozy con Qatar –padrino de la Hermandad Musulmana– y las estrechas relaciones del actual presidente galo Francois Hollande con el propio Qatar y, además, con Arabia Saudita. Tanto Sarkozy como Hollande se las arreglaron para que Qatar y Arabia Saudita financiaran ilegalmente sus campañas electorales y se han beneficiado con todas las facilidades que los gobernantes de esos países árabes han puesto a su disposición. También hay que recordar que Arabia Saudita posee ahora una parte nada despreciable de las empresas más importantes de Francia, lo cual quiere decir que si el reino saudita decidiese retirar bruscamente sus capitales de esas empresas, esa maniobra causaría gravísimos daños a la economía francesa.
Quiero mencionar aquí otro factor que explica la absurda actitud del gobierno de Francia: los intereses coloniales de ciertos dirigentes franceses. Esta hipótesis exige que volvamos atrás en el tiempo.
Los acuerdos Sykes-Picot
Durante la Primera Guerra Mundial, los imperios británico, francés y ruso decidieron en secreto repartirse las colonias de los imperios austrohúngaro, alemán y otomano. Al término de una serie de negociaciones secretas en Londres, el consejero del ministro de la Guerra británico y superior jerárquico del personaje conocido como «Lawrence de Arabia», sir Mark Sykes, y el enviado especial del ministerio francés de Relaciones Exteriores, Francois Georges-Picot, deciden repartirse la provincia otomana designada como la Gran Siria e informan de ello al zar.
Los británicos, cuyo imperio era de carácter económico, se adueñan de las zonas petrolíferas ya conocidas en aquella época y de Palestina, para instalar en esta última una colonia judía. El territorio que se asignaban los británicos se extendía sobre los Estados que hoy conocemos como Palestina, Israel, Jordania, Irak y Kuwait.
Por su parte, el gobierno francés, dividido entre partidarios y adversarios de la colonización, admitía una colonización económica, cultural y política. Francia se apropió, por consiguiente, de los territorios correspondientes al Líbano y a la Pequeña Siria, donde más de la mitad de la población era cristiana y de los que la propia Francia se había declarado «protectora» desde los tiempos del rey Francisco I.
Para terminar, se suponía que los lugares sagrados de Jerusalén y de San Juan de Acre serían internacionalizados, decisión que nunca llegó a aplicarse seriamente porque los británicos ya habían contraído compromisos que iban exactamente en el sentido inverso, pero principalmente porque su verdadero objetivo era crear un Estado judío para continuar su propia expansión colonial.
Las «democracias» británica y francesa nunca debatieron públicamente esos acuerdos, que habrían resultado chocantes para el pueblo británico y habrían sido simplemente rechazados por el pueblo francés. Fueron los revolucionarios bolcheviques quienes revelaron la existencia de los Acuerdos Sykes-Picot, después de descubrir esos documentos en los archivos del zar. La revelación provocó la cólera de los árabes, pero los pueblos del Reino Unido y de Francia no reaccionaron ante las maniobras de sus gobiernos.
La ideología colonial francesa
La sangrienta conquista de Argelia marcó el inicio del avance colonizador de Francia, en tiempos del rey francés Carlos X. Pero se trataba tan sólo de una cuestión de prestigio que nunca llegó a obtener el aval de los franceses y que incluso condujo a la revolución de julio de 1830.
La ideología colonial no apareció en Francia hasta la caída del Segundo Imperio y después de la pérdida de los territorios franceses de Alsacia y Mosela. Dos personajes de izquierda, Gambetta y Jules Ferry, proponen entonces, ante la imposibilidad de recuperar esas tierras, ocupadas por el Reich alemán, partir a la conquista de nuevos territorios en África y en Asia, y se unen así a los intereses económicos de la derecha, vinculados a la explotación de Argelia.
Ante el carácter evidentemente poco glorioso de la conquista de nuevos territorios como sustituto de una justificada liberación del territorio nacional, los amigos de Gambetta y de Ferry se esfuerzan por desarrollar todo un discurso movilizador para justificar la empresa colonizadora. Según ese discurso, el objetivo de la colonización no es satisfacer apetitos expansionistas sino «liberar pueblos oprimidos» y «emanciparlos» de culturas «inferiores», lo cual es mucho más noble que una empresa de conquista.
Los partidarios de la colonización incluso crean el «Partido Colonial», para defender sus tesis en el Senado y en la Asamblea Nacional. Pero no debemos dejarnos engañar por la palabra «Partido», que no designa en este caso una formación política sino una corriente de pensamiento común a miembros de diferentes formaciones políticas francesas, corriente alrededor de la cual se reúnen un centenar de parlamentarios de derecha y de izquierda. A ellos se unen poderosos hombres de negocios, militares, geógrafos y altos funcionarios, como Francois Georges-Picot. Si bien eran muy pocos los franceses que se interesaban por la colonización antes de la Primera Guerra Mundial, su número creció rápidamente antes del segundo conflicto mundial, o sea… precisamente después de la restitución de Alsacia y Mosela a Francia. El Partido Colonial, que ya no era otra cosa que el partido del capitalismo ciego envuelto en un discurso adornado con constantes alusiones a los derechos humanos, trató entonces de convencer a la población a través de la organización de grandes eventos –como la siniestra Exposición Colonial de 1931– y alcanzó su apogeo con el Frente Popular de León Blum, en 1936.
La colonización de la Pequeña Siria
Al término de la Primera Guerra Mundial y con la caída del imperio otomano, el jerife Hussein de las Dos Mezquitas de La Meca y Medina proclama la independencia de los árabes. Conforme a los compromisos que había contraído «Lawrence de Arabia», el jerife se proclama «rey de los árabes»… hasta que la «pérfida Albión» lo llama a capítulo.
En 1918, su hijo, el emir Faisal, proclama en Damasco un gobierno provisional árabe mientras que los británicos ocupan Palestina y los franceses se apoderan de la costa del Mediterráneo. Los árabes tratan de crear un Estado unitario, multiconfesional, democrático e independiente.
El presidente estadounidense Woodrow Wilson reconcilia a su país con el Reino Unido alrededor del proyecto común de creación de un Estado judío, pero se opone a la idea de colonizar el resto de la región. Francia abandona la conferencia de Versalles y fuerza la conferencia de San Remo a otorgarle un mandato del Consejo Supremo Interaliado para administrar su zona de influencia. La colonización había encontrado su coartada jurídica: había que ayudar los pueblos del Levante a organizarse después de la caída del imperio otomano.
El gobierno provisional árabe organiza en Siria las primeras elecciones democráticas, que dan la mayoría en el Congreso General Sirio a una serie de caciques sin verdadero color político. Pero las figuras de la minoría nacionalista dominan la Asamblea, que adopta una Constitución monárquica y bicameral. Al anunciarse el mandato francés, el pueblo se subleva contra el emir Faisal, quien ha decidido colaborar con los franceses y con los maronitas del Líbano que lo respaldan. París envía tropas bajo las órdenes del general Gouraud, un militar miembro del «Partido Colonial». Los nacionalistas sirios enfrentan militarmente al general Gouraud en la batalla de Maysalun, donde son aplastados. Comienza la colonización.
El general Gouraud comienza separando el Líbano –donde dispone del respaldo de los maronitas– del resto de Siria y trata de gobernar esta última sembrando la división entre los diferentes grupos confesionales y oponiéndolos entre sí. La capital de «Siria» es trasladada a Homs, una pequeña ciudad sunnita, antes de ser devuelta a Damasco. Pero el poder colonial francés se mantiene en Líbano, concretamente en Beirut. En 1932, se impone a la colonia una bandera con tres franjas horizontales que representan las dinastías de los Fatimidas (la franja verde), de los Omeyas (la franja blanca) y de los Abasidas (la franja negra). La primera franja es el símbolo de los musulmanes chiitas y las otras dos simbolizan a los sunnitas. Las tres estrellas rojas de aquella bandera representaban las tres minorías que conviven en Siria: cristianos, drusos y alauitas.
Francia pretende hacer del Líbano un Estado maronita, ya que los maronitas son cristianos que reconocen la autoridad del papa de Roma, y hacer de Siria un Estado musulmán. Y seguirá combatiendo a los cristianos de la Pequeña Siria por ser estos mayoritariamente ortodoxos.
En 1936, la izquierda llega al poder en Francia con el gobierno del Frente Popular. Este acepta negociar con los nacionalistas árabes y les promete la independencia. El subsecretario de Estado para los protectorados del Magreb y los mandatos del Medio Oriente, Pierre Vienot, negocia la independencia del Líbano y de Siria, como ya había intentado hacerlo con Túnez. El Parlamento sirio ratifica el tratado por unanimidad, pero León Blum –miembro del «Partido Colonial»– nunca llega a presentar ese documento al Senado francés.
Durante ese mismo periodo, el gobierno del Frente Popular decide separar de la Pequeña Siria la ciudad de Antioquía y propone agregarla a Turquía, lo cual se hará efectivo en 1939. León Blum pretende deshacerse así de los cristianos ortodoxos, cuyo patriarca es titular de la cátedra de Antioquía, que será blanco de la represión turca.
Finalmente, la división de Francia, durante la Segunda Guerra Mundial, vendrá a poner fin a la colonización. El gobierno legal de Philippe Petain [que colabora con la ocupación nazi] trata de mantener el mandato francés mientras que el gobierno legítimo de Charles De Gaulle proclama la independencia del Líbano y de Siria, en 1941.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno Provisional de la República Francesa pone en aplicación el programa del Consejo Nacional de la Resistencia. Pero el «Partido Colonial» se opone a la independencia de los pueblos colonizados. El 8 de mayo de 1945 tiene lugar la masacre de Setif, en Argelia, bajo las órdenes del general Raymond Duval. El 29 de mayo, es perpetrada la masacre de Damasco. Por orden del general Fernand Oliva, la aviación francesa bombardea Damasco durante 2 días. Los bombardeos destruyen gran parte del histórico mercado popular de Damasco. La aviación francesa incluso bombardea el hemiciclo del Congreso del Pueblo sirio.
El ex ministro francés de Exteriores Roland Dumas provoca gran revuelo con una declaración, hecha en vivo a la televisión francesa, que contradice el discurso oficial de Francois Hollande: «los ingleses ya estaban preparando la guerra en Siria 2 años antes de las manifestaciones de 2011». ¡Eso no estaba en el guión! ¡Gracias, señor Dumas!
La ambición colonial de Francia en Siria a partir de 2011
En 2009 y 2010, después de haber invitado en 2008 a su homólogo sirio Bachar al-Assad a participar en las ceremonias conmemorativas del aniversario de la Revolución Francesa y de haber incluso elogiado los pasos de Assad a favor de la democracia, el entonces presidente de Francia Nicolas Sarkozy negocia con Estados Unidos y con el Reino Unido el rediseño del «Medio Oriente ampliado». La secretaria de Estado Hillary Clinton convence a Sarkozy para que reactive el proyecto colonial franco-británico, bajo tutela estadounidense. En eso consiste la teoría del «liderazgo desde atrás».
El 2 de noviembre de 2010 –o sea, antes de la «primavera árabe»–, Francia y el Reino Unido firman una serie de documentos conocidos como los Acuerdos de Lancaster House. La parte pública de esos acuerdos anuncia que Francia y el Reino Unido pondrán en común sus fuerzas de proyección –o sea, sus tropas coloniales–, la parte secreta prevé atacar Libia y Siria el 21 de marzo de 2011. Pero Francia atacará Libia 2 días antes, adelantándose así a su aliado, lo cual provoca la cólera de Londres. En cambio, el ataque contra Siria nunca llegará a concretarse… debido al cambio de opinión del verdadero jefe de la operación: Estados Unidos.
Los negociadores franceses de los Acuerdos de Lancaster House fueron Alain Juppé y el general Benoit Puga. Este último es un ardiente partidario de la colonización.
El 29 de julio de 2011, Francia crea el Ejército Sirio Libre (los hoy llamados «rebeldes moderados»). Contrariamente a lo que se ha divulgado oficialmente, los primeros elementos de esa formación no son sirios sino libios miembros de al-Qaeda. El coronel Riyad el-Asaad, presentado como jefe del Ejército Sirio Libre, no pasa de ser el rostro encargado de darle al grupo un barniz sirio y fue escogido para ese papel únicamente porque su apellido se parece al del presidente Bachar al-Assad, con quien no tiene absolutamente ningún parentesco. Sin embargo, pasando por alto el hecho que los dos apellidos ni siquiera se escriben de la misma manera en árabe, la prensa atlantista presenta a ese coronel como la «primera deserción en el seno del régimen».
El Ejército Sirio Libre (ESL) se halla bajo la dirección de miembros de la Legión Extranjera francesa puestos a la disposición de la presidencia de la República Francesa y, más exactamente, del general Benoit Puga, en aquel entonces jefe del estado mayor privado del presidente Sarkozy. Al ESL se le asigna la bandera, que ya describimos anteriormente, de la colonización francesa.
En este momento, el ESL ha dejado de ser un ejército permanente. Pero su etiqueta sigue siendo utilizada para identificar operaciones concebidas en la presidencia de Francia y ejecutadas por mercenarios de otros grupos armados. Francia persiste en establecer una distinción entre yihadistas «moderados» y «extremistas». Pero en realidad son los mismos individuos, y los comportamientos son también los mismos. Fue el llamado Ejército Sirio Libre el que inició las ejecuciones de homosexuales lanzándolos desde lo alto de edificios. Fue también el ESL el que divulgó un video de uno de sus jefes en pleno acto de canibalismo, comiéndose el corazón y el hígado de un soldado sirio. La única diferencia entre los supuestos «moderados» y los extremistas es la bandera que usan: la bandera de la colonización en el caso de los primeros y, para los segundos, el estandarte de la yihad.
A inicios de 2012, militares de la Legión Extranjera francesa escoltan a los 3 000 combatientes del llamado Ejército Sirio Libre que, intentando convertir Homs –la antigua capital de la colonización francesa– en «capital de la revolución», se atrincheran en el barrio de Baba Amro, donde proclaman… un Emirato Islámico. Allí instauran un «tribunal revolucionario» que condena a muerte más de 150 habitantes que se habían quedado en el barrio y que acaban siendo degollados en público. Bajo el asedio de las tropas regulares del gobierno sirio, el Ejército Sirio Libre mantiene durante un mes el control de Baba Amro, fundamentalmente gracias a las baterías de misiles antitanque Milan proporcionadas por Francia.
En julio de 2012, cuando llega a la presidencia, Francois Hollande mantiene en su cargo –por primera vez en la historia de Francia– al jefe del estado mayor de su predecesor, el general Benoit Puga, y reanuda la guerra contra Siria. Hollande retoma la retórica y la gesticulación de la colonización francesa: declara que la República Árabe Siria es una «dictadura sanguinaria» –lo cual significa que hay que «liberar un pueblo oprimido»– y que la minoría alauita acapara el poder –lo cual implica que hay que «emancipar» a los sirios de esta horrible secta. También hay que prohibir que los sirios residentes en Europa participen en las elecciones convocadas en Siria y Hollande decide –en lugar del pueblo sirio– que su legítimo representante es el no electo Consejo Nacional Sirio. Laurent Fabius, ministro de Relaciones Exteriores de Hollande, declara además que el presidente democráticamente electo por los sirios, Bachar al-Assad, «no merece estar sobre la Tierra».
Las declaraciones de Valery Giscard d’Estaing
El 27 de septiembre de 2015, el ex presidente francés Valery Giscard d’Estaing concedió una entrevista al diarioLe Parisien/Aujourd’hui en France sobre la cuestión de los refugiados y la intervención rusa contra el terrorismo en Siria. En esa entrevista declara:
«Me pregunto si es posible obtener un mandato de la ONU sobre Siria por un periodo de 5 años.»
La ONU nunca ha concedido un «mandato». La sola mención de esa palabra evoca los horrores de la colonización. Nunca antes un líder francés había expresado públicamente la ambición colonial francesa desde la independencia de Argelia, hace 53 años.
Es importante recordar aquí que la hermana de Francois Georges-Picot (el de los Acuerdos Sykes-Picot) se casó con el senador Jacques Bardoux –miembro del «Partido Colonial». La hija de ambos, May Bardoux, se casó a su vez con el presidente de la Sociedad Financiera Francesa y Colonial, Edmond Giscard d’Estaing, padre del ex presidente francés Valery Giscard d’Estaing, quien ahora hace las declaraciones que acabamos de referir.
Así que, según Valery Giscard d’Estaing, pariente del hombre que negoció con los británicos el mandato francés sobre Siria, la solución del problema sirio es… recolonizar el país.