lunes, 22 de septiembre de 2025

La crisis del modelo ario de historia universal .

 El sistema-mundo más allá de 1492: modernidad, cristiandad y colonialidad, aportes para unas historias globales de/ desde el sur1

Resumen:
En este artículo se propone valorar las limitaciones de la historiografía decolonial que derivan de la herencia recibida del programa de investigación desarrollado por Immanuel Wallerstein. Se trata de un ejercicio al interior de giro decolonial, un intento por ir más allá del momento de criticidad, porque los límites de los marcos categoriales justo aparecen en el momento constructivo. Aportes para unas historias globales de/desde el sur, se propone retomar las cuestiones abiertas por el primer giro decolonial, presentando el programa de las historias globales del sur como un segundo momento necesario para ir en pro de historias decoloniales de la humanidad.



La negación del otro «medieval»

La terminología eurocéntrica de la historiografía heredera del modelo ario de historia universal (Bernal, 2003), ha sido reproducida por todo espectro del pensamiento occidental, es el relato mítico que alza los estandartes de su supuesto e inevitable triunfo secular, la narrativa fundante del mito moderno de la cristiandad que constituye uno de los más duros vigilantes de lo que Sirin Adlbi Sibai (2016) llama la cárcel epistémico-existencial.


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https://www.redalyc.org/journal/396/39666192011/html/#redalyc_39666192011_ref2

domingo, 21 de septiembre de 2025

Eurocentrismo: modernidad, religión y democracia, de Samir Amin.


Geografía de  las mentiras , Samir Amin  y  el asesinato del eurocentrismo  


  Prince Kapone 


13/09/25

 Una reseña revolucionaria de Eurocentrismo: modernidad, religión y democracia, de Samir Amin. El eurocentrismo no es un defecto, es el software del capitalismo global. Samir Amin detona su núcleo ideológico, exponiendo cómo sirve al imperio, blanquea la historia e infecta incluso la tradición marxista. Esta revisión no es solo una crítica, es una insurgencia.

El imperio piensa en mapas, no en mitos
El eurocentrismo no es un sesgo. Es un sistema operativo. Una lógica planetaria de guerra, riqueza y supremacía blanca codificada en el lenguaje de la modernidad. Samir Amin no lo aborda como un malentendido cultural o un narcisismo euroamericano que olvidó revisar sus privilegios. Lo aborda como un revolucionario que examina la arquitectura del amo, rastreando cómo Occidente construyó su cosmovisión para justificar una estructura global de robo. Porque esto es lo que es el eurocentrismo: la cobertura ideológica para la conquista imperial. Es el mapa que dibuja el imperio para convencerse a sí mismo de que descubrió el mundo que robó.
Desde el principio, Amin nombra a su enemigo. No es Europa como continente ni los europeos como individuos, sino el sistema de pensamiento que coronó a Europa como sujeto de la historia mundial y relegó al resto de la humanidad a mero ruido de fondo. Este eurocentrismo no es solo académico. Es activo. Nos dice quién inventó la razón. Quién descubrió la democracia. Quién tiene cultura y quién solo tiene tradición. Quién merece la soberanía y quién debe ser educado con ataques con drones. Cada vez que un periodista occidental explica la pobreza de África citando el tribalismo en lugar del ajuste estructural, o un historiador trata 1492 como el amanecer de los tiempos, o un marxista occidental da lecciones al Sur Global sobre las etapas históricas, están haciendo el trabajo del eurocentrismo. A veces con chaquetas de tweed. A veces con chalecos antibalas.
La intervención central de Amin es destruir la ilusión de que la desigualdad del mundo tiene su origen en el atraso cultural. Él llama a esta mentira “culturalismo”: la idea de que Occidente se levantó porque era racional, inventivo, progresista, y que los demás se quedaron atrás porque eran estancados, místicos, irracionales. ¿Te suena familiar? Debería. Es la columna vertebral de todos los informes del FMI, todas las epopeyas históricas de Hollywood y todas las campañas de recaudación de fondos de las ONG liberales. El culturalismo es la forma en que el capitalismo elude su propia historia manchada de sangre. Sustituye la conquista por la competencia, el saqueo por el progreso. Y la izquierda occidental, como muestra Amin, ha repetido a menudo estos mitos, disfrazándolos de dialéctica, pero sin abandonar nunca el mapa.
El eurocentrismo no es solo un conjunto de ideas. Es una infraestructura. Ha dado forma a la universidad, al museo, a la agencia de desarrollo, a la sala de redacción y, sí, al grupo de lectura marxista. Nos ha enseñado a ver a Europa como el centro de todo: la primera en razonar, en rebelarse, en industrializarse, en teorizar. La ironía, señala Amin, es que gran parte de la riqueza y el poder que hicieron posible esta imagen de sí misma no procedían del genio de Europa, sino de sus genocidios. Sin el oro de América, los cuerpos de los africanos y las especias y el opio de Asia, no habría habido Ilustración. No habría habido Europa. Solo hay imperio.
Para Amin, la lucha contra el eurocentrismo no es un proyecto de recuperación cultural. Es una guerra política. Porque el mapa trazado por la ideología eurocéntrica sigue siendo impuesto por ejércitos, sanciones, regímenes comerciales y filántropos multimillonarios. Y la tragedia es que incluso aquellos que dicen luchar contra el imperio, incluidos muchos marxistas, siguen tratando este mapa como si fuera la realidad. Analizan la clase sin el colonialismo. Teorizan el capitalismo sin la conquista. Hablan de las clases trabajadoras como si la historia hubiera comenzado en Manchester, y no en los campos de azúcar de Barbados o las plantaciones de algodón de Misisipi.
Por eso Amin es importante. Porque no se limita a criticar el eurocentrismo, sino que lo desmembra. Nos da un método, un bisturí y una visión del mundo que no nace en los cafés de París ni en los seminarios de Berlín, sino en las trincheras revolucionarias del Tercer Mundo. Su marxismo no se centra en Europa. Se centra en la periferia. En los colonizados. En los superexplotados. No escribe para reformar la mentalidad occidental, sino para armar al Sur Global.
La cuestión, camarada, es sencilla: no se puede desmantelar la casa del amo utilizando el atlas del amo. Hay que quemar el mapa, escuchar a las personas que nunca fueron dibujadas en él y empezar a trazar el mundo desde las ruinas del imperio. Samir Amin trazó las primeras líneas. El resto depende de nosotros.
La invención de la modernidad, el robo del mundo
Hay una historia que a Occidente le encanta contarse a sí mismo. Es algo así: un día, en algún momento entre el Renacimiento y la Ilustración, Europa despertó. Se sacudió el polvo de la superstición, encendió una antorcha llamada Razón y marchó con confianza hacia la modernidad. Todo, desde el capitalismo hasta la democracia, desde la industria hasta la ciencia, nació de este despertar interno. ¿El resto del mundo? Durmiendo. Soñando. Esperando a ser descubierto, civilizado e introducido en la historia por la mente europea. Este es el mito de la modernidad europea, y Samir Amin lo lleva a juicio sin piedad y sin disculpas.
Amin da la vuelta al guion. La modernidad no surgió de un suelo europeo singularmente racional, sino que fue fertilizada por el robo global. La llamada Ilustración no solo iluminó, sino que expropió. El auge del capitalismo en Europa no fue una evolución interna, sino una acumulación imperial. La riqueza que financió la industria occidental procedía de los barcos negreros y las plantaciones coloniales. La teoría del valor-trabajo no era solo abstracta, estaba escrita con azúcar, algodón y sangre. Cuando Occidente inventó la modernidad, lo hizo desmembrando el mundo. Amin lo llama por su nombre: integración violenta en un orden global capitalista, orquestada desde la metrópoli e impuesta en la periferia.
Aquí es donde Amin golpea con más fuerza tanto a la ideología burguesa como a sus variantes marxistas. El liberalismo nos dice que el capitalismo triunfó porque era eficiente, racional y moralmente superior. Algunos marxistas occidentales se hacen eco de esto, sustituyendo la “superioridad moral” por la “inevitabilidad histórica”, pero siguen trazando el desarrollo como si Europa fuera el epicentro del movimiento mundial. Amin derriba esta arrogancia. Muestra cómo el capitalismo surgió no solo a través de la lógica del mercado, sino también a través de la guerra, el saqueo y la desarticulación estructural de otras civilizaciones. Europa no se levantó, sino que secuestró la trayectoria del desarrollo global y se autoproclamó impulsora.
Y aquí es donde recae la acusación contra el marxismo occidental. Demasiados socialistas occidentales siguen hablando del capitalismo como si hubiera evolucionado en el vacío. Tratan el comercio transatlántico de esclavos, la colonización de Asia y el saqueo de América como incidentes históricos, trágicos, sí, pero no esenciales para la lógica central del desarrollo capitalista. Amin nos obliga a enfrentarnos a esta cobardía. No hay capitalismo sin colonización. No hay proletariado sin plantaciones. No hay plusvalía sin mundos robados.
El mito de una Europa que rompió racionalmente con el feudalismo a través de la Ilustración y la investigación científica no es más que una narrativa edulcorada para limpiar la sangre de las paredes del imperio. Amin insiste en que dejemos de medir el desarrollo por lo mucho que una sociedad imita a Europa. En cambio, debemos preguntarnos: ¿desarrollo para quién? ¿A través de qué medios? ¿A qué precio? Lo que parece progreso en Londres a menudo parece genocidio en el Congo. Los ferrocarriles del imperio no transportaban libertad, sino soldados, cadenas y cuotas de caucho.
Amin no rechaza la modernidad, sino que se la arranca de las manos de la burguesía. Insiste en que la modernidad no es un regalo de Europa, sino un campo de batalla moldeado por contradicciones. Si hay un futuro por el que vale la pena luchar, no se encontrará siguiendo los pasos del imperio. Lo construirán las personas que fueron pisoteadas bajo esas botas, aquellas que nunca pudieron escribir sus propias modernidades porque estaban demasiado ocupadas sobreviviendo a la de Europa.
Esta sección del libro es una bofetada a todas las teorías que ven a Europa como una linterna del progreso y al resto del mundo como oscuridad. Es una llamada a las armas para los revolucionarios que están dispuestos a dejar de suplicar por entrar en la modernidad y empezar a definirla en sus propios términos. La Ilustración no es nuestra herencia. Es nuestro botín. Y Amin nos ha mostrado cómo recuperarlo.
Las civilizaciones borradas y el silenciamiento de la historia
Antes de que Europa afirmara haber inventado la historia, el mundo ya la estaba escribiendo. Las civilizaciones florecieron desde Tombuctú hasta Tenochtitlán, desde Bagdad hasta Pekín, dando forma a sistemas de conocimiento, gobernando vastas sociedades y produciendo riqueza sin capitalismo. Pero cuando Europa lanzó su ofensiva colonial, no solo conquistó tierras y mano de obra, sino que reescribió el pasado. Samir Amin llama a esto por su nombre: una destrucción sistemática de la memoria histórica, una limpieza historiográfica. Occidente no solo robó el futuro. Enterró el pasado.
En la cosmovisión eurocéntrica, las civilizaciones no occidentales son invisibles o están congeladas en el tiempo. África es presentada como “sin historia”. Asia como estancada. Las Américas como bárbaras. Amin analiza cómo funciona esta lógica: permite a Occidente enmarcar su dominación como un rescate. Si los demás no tienen historia, entonces la conquista no es un robo, es filantropía. Si los demás no tienen desarrollo, entonces la colonización no es violencia, es ayuda. Este es el juego de manos ideológico que convierte el genocidio en gobernanza y la guerra en bienestar.
El contraataque de Amin se basa en el análisis materialista del modo de producción tributario. Se niega a dejar que Occidente defina la historia como una marcha unilineal hacia el capitalismo. En cambio, insiste en una pluralidad de lógicas históricas. Los imperios, las ciudades-estado, las redes comerciales y las sociedades agrarias de todo el mundo no occidental desarrollaron formas complejas de organización social y extracción de excedentes mucho antes de que Europa saliera del útero feudal. No se trataba de versiones subdesarrolladas del capitalismo. Eran caminos alternativos por completo. Y precisamente por eso tuvieron que ser destruidos.
La tradición marxista occidental, a pesar de todas sus pretensiones de radicalismo, a menudo cae en la misma trampa. Al tratar a Occidente como la locomotora de la historia y al mundo no occidental como su furgón de cola, reproduce la misma jerarquía que dice rechazar. Demasiados marxistas siguen hablando de sociedades “atrasadas” que deben ponerse al día, o de “vestigios feudales” que deben eliminarse para que surja el socialismo. Esta teleología huele sospechosamente a destino manifiesto con bandera roja. Amin la aplasta. Demuestra que estos supuestos vestigios a menudo no fueron aplastados por la historia, sino por la artillería europea.
La obra de Amin insiste en que tomemos en serio la idea de que otros mundos eran posibles —y de hecho se estaban haciendo realidad— antes de que el capitalismo los abortara. El Imperio de Malí tenía universidades cuando Europa todavía quemaba brujas. Los incas utilizaban sistemas de contabilidad relacional que rivalizaban con la infraestructura logística contemporánea. El mundo islámico conservó y amplió el conocimiento clásico, mientras que Europa lo ahogó en la ignorancia clerical. Pero la historiografía occidental convirtió todo esto en ruido de fondo. Y el marxismo occidental, ebrio de categorías eurohegemónicas, a menudo ayudó a escribir la banda sonora.
Este borrado no fue pasivo. Fue el ala ideológica activa de la conquista militar. Y sus secuelas aún nos acompañan. Cuando los tecnócratas del Banco Mundial prescriben la “modernización”, se están parando sobre la tumba de la historia. Cuando los economistas del desarrollo citan los “valores tradicionales” como barreras para el crecimiento, están citando el guion colonial. Y cuando los marxistas occidentales exigen que los movimientos revolucionarios sigan el modelo “universal” de la lucha de clases europea del siglo XIX, están diciendo a los colonizados que imiten a sus antiguos amos.
La intervención de Amin es clara: debemos recuperar la multiplicidad histórica. No como una celebración de la diferencia cultural por sí misma, sino como una necesidad estratégica en la guerra contra el capitalismo global. Porque cuando la historia se aplana, la lucha queda desarmada. Pero cuando la historia se reconstruye a partir de las ruinas, cuando los borrados se reinscriben como agentes, como constructores, como rebeldes, entonces la historia vuelve a convertirse en un campo de batalla. Y Occidente pierde su monopolio sobre el futuro.
El código cultural del capitalismo y el adoctrinamiento de Occidente
El capitalismo no es solo un sistema económico, es un proyecto de civilización. Samir Amin lo deja brutalmente claro. El auge de la modernidad capitalista no solo transformó los mercados, sino que reconfiguró la cultura. Fabricó una visión del mundo en la que la codicia es racional, el individualismo es sagrado y Europa es el destino. No fue un efecto secundario. Fue una estrategia. Para dominar el mundo, el capital no solo necesitaba armas y barcos, sino también historias, símbolos, hábitos y ética. Necesitaba una cultura de conquista disfrazada de sentido común.
Amin apunta al andamiaje ideológico que el capitalismo construyó para sí mismo: el culto al individuo, el mito del progreso, la celebración de la racionalidad. Demuestra que estas no eran verdades eternas a la espera de ser descubiertas, sino inventos burgueses, forjados en los hornos de la clase capitalista emergente de Europa. El llamado “declive de la metafísica” no fue una liberación del dogma, sino la sustitución del absolutismo religioso por los dogmas seculares del beneficio, la productividad y la propiedad. El viejo sacerdote fue sustituido por el economista. El altar, por el banco.
Esta revolución cultural no fue neutral. Trajo consigo una antropología particular: el hombre como homo economicus, la sociedad como mercado, la libertad como elección del consumidor. Y detrás de todo esto estaba Europa, el sujeto autoproclamado de la civilización, que se presentaba a sí misma como la portadora natural de los valores modernos. El protestantismo, el racionalismo secular y el liberalismo fueron elevados como los estándares universales del desarrollo humano. ¿Y todos los demás? Seguían atrapados en la tradición, la emoción, el misticismo. Seguían esperando a que los sacaran a la luz.
El marxismo occidental, como muestra Amin, a menudo bebió del mismo pozo envenenado. A pesar de que atacaba al capitalismo económicamente, con frecuencia interiorizaba su cosmovisión cultural. Pensemos en cuántos marxistas rinden culto al altar de la historia europea, citando 1848, 1871 y 1917 como las únicas revoluciones que importaron, mientras tratan la Revolución Haitiana, la Rebelión Taiping, los zapatistas o la Conferencia de Bandung como notas al pie. Pensemos en cuántos siguen tratando la democracia liberal como una etapa natural, o el socialismo como una mejora técnica de la modernidad occidental, en lugar de una ruptura con su esencia.
La cuestión no es que el marxismo sea intrínsecamente eurocéntrico. Es que, en manos de intelectuales europeos que se negaban a romper con su entorno imperial, el marxismo a menudo se veía despojado de su fuerza, descolonizado solo de nombre. Amin no rechaza a Marx, lo purifica. Devuelve el materialismo histórico a sus raíces antiimperialistas. Nos recuerda que la cultura no es un telón de fondo de la lucha de clases, sino su terreno. El aula, la iglesia, el periódico, la familia, el museo... todos se convirtieron en campos de batalla para moldear al sujeto capitalista.
Y ese sujeto era europeo, incluso cuando lo encarnaba alguien en Lagos o Lahore. El capitalismo no solo saqueó el mundo, sino que trató de rehacerlo a su imagen y semejanza. Las lenguas, las costumbres y las cosmologías indígenas fueron aplastadas no solo por los misioneros, sino también por los economistas, los antropólogos y los “expertos en desarrollo”. El sur global no solo fue colonizado, sino que fue reprogramado. El imperialismo cultural fue el software que permitió al capital funcionar en hardware extranjero.
El llamamiento de Amin no es a volver al tradicionalismo, sino a una insurgencia cultural arraigada en el antiimperialismo. Nos desafía a construir una conciencia revolucionaria que se niegue a universalizar la experiencia burguesa europea. Porque mientras el capitalismo escriba el guion de lo que significa ser moderno, los colonizados siempre desempeñarán papeles secundarios. Para derrocar el sistema, también debemos derrocar su cultura. Y eso significa expulsar el eurocentrismo de la revolución, junto con sus apologistas marxistas.
De Weber a Huntington: el culturalismo recargado
Cuando el imperialismo bruto pasó de moda, el imperio se volvió más inteligente. Cambió los cañoneros por think tanks, los misioneros por campañas mediáticas y los gobernadores coloniales por becarios de Harvard. Pero la función siguió siendo la misma: explicar la desigualdad global de manera que se borre el colonialismo y se culpe a las víctimas. Ahí es donde el culturalismo volvió a ser el centro de atención, renombrado para la sociedad educada. Samir Amin no solo critica este juego de manos, sino que expone todo su linaje. Desde Max Weber hasta Samuel Huntington, desde economistas del desarrollo hasta gurús de la sociedad civil, Amin muestra cómo Occidente construyó un arsenal intelectual para naturalizar su supremacía global. Y nombra a los marxistas que miraron para otro lado.
Empecemos por Weber, el favorito de los sociólogos liberales y un referente en las notas al pie del marxismo occidental. ¿Su argumento principal? Que el capitalismo surgió en Occidente gracias a los valores protestantes: disciplina, ahorro y gratificación diferida. En otras palabras, Europa no solo inventó el capitalismo, sino que se lo ganó. Este mito, revestido de ropajes académicos, es pura guerra ideológica. Convierte el violento auge del capitalismo en una fábula moral. Transforma los barcos de esclavos en metáforas de autocontrol. Y presenta a los colonizados no como los robados, sino como los perezosos, los irracionales, los desprevenidos.
Amin lo desmonta. Demuestra que la tesis de Weber no solo es históricamente errónea, sino que es estratégicamente útil para el imperio. Al situar los orígenes del capitalismo en la cultura, Weber traslada la culpa de la desigualdad global al Sur Global. Si tuvieran los valores adecuados, según esta historia, ellos también se habrían desarrollado. Y cuando los marxistas occidentales adoptan acríticamente estos marcos —o peor aún, construyen teorías enteras en torno a ellos— se convierten en cómplices ideológicos. Cambian el materialismo histórico por cuentos morales históricos.
Entra Huntington. Su “choque de civilizaciones” no fue una ruptura con la teoría liberal, sino su punto final. Donde Weber utilizó la sociología, Huntington utilizó la geopolítica. ¿Su mensaje? Occidente es racional, secular y democrático. El resto del mundo es tribal, autoritario y peligroso. Por lo tanto, la guerra permanente es inevitable. Amin muestra cómo esta lógica no se quedó solo en las revistas académicas. Saltó a la política. Justificó el bombardeo de Irak, las sanciones a Irán, la invasión de Afganistán y el cerco a China. El culturalismo, en manos de Huntington, se convirtió en una doctrina de guerra. Y el marxismo occidental, al negarse a cuestionar su propio eurocentrismo, se encontró sin una narrativa contraria, solo con el silencio o la incómoda defensa del “mal menor”.
Lo devastador de la crítica de Amin es cuántos “izquierdistas” no ven la continuidad entre Weber y Huntington. Uno lleva traje, el otro uniforme. Uno cita las escrituras, el otro cita los “valores occidentales”. Pero ambos dictan el mismo veredicto: Occidente merece gobernar. Todos los demás deben ponerse al día o ser disciplinados. El culturalismo no es un marco neutral. Es un arma de clase que se maneja en el terreno de la ideología. Y cada vez que un marxista lo repite, ayuda a cargar el cargador.
Las ONG hablan de “creación de capacidad”. El FMI advierte sobre los “déficits de gobernanza”. El Banco Mundial financia libros de texto que borran la historia colonial. Esto no es apolítico. Es la continuación del imperio por medios pedagógicos. El culturalismo permite al imperio fingir que está ayudando mientras estrangula. Permite a la izquierda fingir que está educando mientras reproduce la jerarquía. Amin arranca la máscara de todo ello. Pide una ruptura, no una revisión. No un marco culturalista mejor. Un rechazo total.
Porque si el marxismo quiere ser revolucionario en el siglo XXI, debe enterrar a sus antepasados eurocéntricos. Debe dejar de citar a Weber y empezar a citar a los trabajadores y campesinos de la periferia. Debe dejar de diagnosticar al Sur Global y empezar a escucharlo. El tiempo de la traducción ha terminado. El tiempo de la solidaridad —en el método, en la teoría, en la lucha— hace tiempo que ha llegado. Amin no nos pide que critiquemos el culturalismo. Nos pide que lo destruyamos. Y que reconstruyamos el marxismo desde los cimientos que el imperio intentó pavimentar.                                                              
Universalismo desde abajo: romper el monopolio de la modernidad
Samir Amin nunca rehuyó la palabra “universal”. Simplemente se negó a dejar que Occidente se adueñara de ella. Para él, la batalla nunca fue entre universalismo y particularismo, sino entre universalismos rivales: uno forjado en el fuego de la conquista, el otro en el crisol de la resistencia. El primero habla con la voz del imperio, los derechos humanos de las ONG y los consultores de desarrollo. El segundo habla en el lenguaje de Bandung, de los médicos cubanos en África, de los campesinos vietnamitas que derribaron un imperio con bambú y fuego. Amin exige que recuperemos un universalismo desde abajo, arraigado no en el excepcionalismo europeo, sino en las luchas compartidas de los oprimidos para rehacer el mundo.
El Occidente liberal reclama la universalidad por defecto. Su cultura se convierte en “cultura”. Sus valores se convierten en “valores humanos”. Su sistema político se convierte en “democracia”. Todos los demás se convierten en locales, tribales, regionales, atrasados. Amin denuncia este engaño. Muestra cómo la versión occidental del universalismo es en realidad profundamente provinciana: un provincialismo inflado con pasaporte global y drones depredadores. Su humanismo excluye a la mayor parte de la humanidad. Su democracia se sustenta en dictaduras. Su secularismo está empapado de sangre. Lo único universal es su alcance, no su ética.
Pero Amin tampoco cae en la trampa del relativismo cultural. No sostiene que los valores de todas las sociedades sean igualmente válidos. Ese es el tipo de cobardía posmoderna en la que se refugia el marxismo occidental cuando quiere eludir la cuestión colonial. En cambio, Amin insiste en un universalismo materialista, arraigado en las condiciones reales de la emancipación humana. Un universalismo basado en la igualdad, la soberanía y la abolición de la explotación. Uno que no comienza en París o Londres, sino en Uagadugú, La Paz, Ramala y Nueva Orleans.
Aquí es donde la izquierda occidental comienza a retorcerse. Porque el universalismo de Amin expone sus propios fracasos. Mientras los marxistas occidentales debaten si la modernidad es una “construcción eurocéntrica” en sus burbujas de titularidad, los movimientos antiimperialistas reales del Sur Global llevan décadas luchando por definir una modernidad en sus propios términos, una que no requiera imitar a Occidente ni rechazar la modernidad por completo. Amin se pone de su lado. Se niega a permitir que Occidente mantenga secuestrada la modernidad. Demuestra que la posibilidad misma de un mundo moderno justo solo nacerá a través de la ruptura del actual. A través de la revolución, no de la reforma. A través de la desvinculación, no de una mejor integración. A través del internacionalismo proletario, no de los “estudios globales” académicos.
Al hacerlo, Amin traza una línea en la arena. O bien se cree que la emancipación humana universal puede lograrse mediante una transformación socialista del sistema mundial, o bien se está jugando a favor del imperio. No hay una tercera vía. No hay zona neutral. No hay un multiculturalismo educado que permita que el capital viva y que la gente muera. Y cualquier marxismo que no entienda esto no es marxismo en absoluto, es euro-liberalismo con el logotipo de la hoz y el martillo.
El universalismo de Amin no habla desde arriba. No proviene de las bibliotecas de Berlín ni de las salas de conferencias de Londres. Surge de la experiencia vivida por los colonizados, los rebeldes, los trabajadores a los que se les niega incluso el derecho a ser contados. Es el universalismo de la Revolución Haitiana, de la firmeza palestina, de la reforma agraria china, de las guerrillas mozambiqueñas, de las Panteras Negras y los zapatistas. No pretende que Occidente sea irrelevante, simplemente se niega a convertir a Occidente en el centro.
La tarea que tenemos ante nosotros, insiste Amin, no es elegir entre la modernidad eurocéntrica y el repliegue culturalista. Es crear un nuevo universalismo a través de la lucha. Uno que no sea ni una exportación occidental ni un retorno nostálgico al pasado, sino un sistema mundial en el que la mayoría pueda finalmente hablar, actuar y determinar su futuro sin permiso. Esa es la única modernidad por la que vale la pena luchar. Y el único marxismo que vale la pena conservar.
Quemar el mapa: la urgencia política del antieurocentrismo
La lucha contra el eurocentrismo no es un debate académico. Es un frente de batalla en la guerra de clases global. Samir Amin no solo ofrece críticas, sino también munición. Porque el eurocentrismo no flota en las nubes de la teoría, sino que está incrustado en todas las instituciones que disciplinan al Sur Global. Justifica los ataques con drones y las sanciones. Respalda las condiciones del FMI y las ocupaciones de la OTAN. Es la lógica tácita detrás de los muros fronterizos, los regímenes golpistas y el ajuste estructural. Es la gramática del imperio. Y dejarlo sin cuestionar es traicionar la revolución antes de que comience.
En el siglo XXI, la supremacía ideológica de Occidente se está derrumbando, pero sus armas permanecen. El tecnofascismo no es solo una actualización digital del antiguo orden, es una recalibración del imperio en crisis. A medida que la clase dominante estadounidense fusiona Silicon Valley con la guerra de vigilancia, y la UE se pone una máscara liberal mientras expande la Fortaleza Europa, el eurocentrismo muta para sobrevivir. Se renueva con nombres como “intervención humanitaria”, “orden basado en normas” y “desarrollo responsable”. Pero sigue nombrando a los colonizados como problemas y a Occidente como la solución.
Por eso la obra de Amin es ahora más relevante que nunca. Él entendió que el antieurocentrismo no es una cuestión secundaria, sino el núcleo ideológico del antiimperialismo. No se puede construir un mundo descolonizado sobre cimientos eurocéntricos. No se puede derrotar al imperio pensando con sus categorías. Occidente siempre reclamará el derecho a hablar en nombre del mundo, hasta que el mundo le retire ese derecho.
Gran parte del marxismo occidental sigue a la defensiva. Trata el eurocentrismo como un defecto teórico que hay que corregir, no como un enemigo político que hay que destruir. Se aferra a los marcos del siglo XIX para explicar las contradicciones del siglo XXI. Sitúa a europeos muertos en el centro de un mundo en llamas. Exige “rigor” mientras ignora la revolución. Domina a Marx, pero guarda silencio sobre Fanon. Domina a Lenin, pero es alérgico a Lumumba. Samir Amin no les deja escapar. Les acusa de complicidad.
Porque la batalla por la historia es una batalla por el poder. Quien narra el pasado controla el futuro. Amin entendió que Occidente se escribió a sí mismo en la historia borrando a todos los demás, y que el primer paso hacia la liberación es deshacer ese borrado. Nombrar a los colonizados como sujetos, no como víctimas. Centrar el Sur Global no como un lugar de crisis, sino como el corazón de la revolución mundial. Dejar de esperar a que Europa caiga y empezar a construir lo que vendrá después.
Ese es el reto que lanza Amin. A los revolucionarios. A los intelectuales. A los organizadores. A todos aquellos que hablan en nombre del pueblo, pero siguen pensando con la mente del imperio. No hay anticapitalismo sin antieurocentrismo. No hay internacionalismo sin desvinculación. No hay futuro socialista sin la destrucción del sistema ideológico que hizo posible el colonialismo, el fascismo y el neoliberalismo. Ese sistema se llama eurocentrismo. Y debe ser aniquilado.
La obra de Amin nos da la teoría. El resto es praxis. Derribad sus mapas. Quemad sus libros de texto. Romped sus líneas temporales. Pronunciad los nombres que enterraron. Y escribid la historia en el lenguaje de los desdichados. No como una crítica, sino como un grito de guerra.
 
Prince Kapone  es un escritor revolucionario, expreso político y fundador de Weaponized Information, un proyecto mediático radical dedicado a exponer el imperio y organizarse para el socialismo. Basándose en el marxismo, la lucha anticolonial y su propia experiencia vivida dentro del sistema carcelario de los Estados Unidos, Kapone desarrolló la teoría del tecnofascismo para explicar la fusión del capital monopolista, las grandes tecnológicas y el poder estatal en la crisis actual del imperialismo.
Fuente:
Weaponized Information: https://weaponizedinformation.wordpress.com/2025/08/28/the-geography-of-lies-samir-amin-and-the-assassination-of-eurocentrism/
 
Traducción:
Antoni Soy Casals



https://www.sinpermiso.info/textos/la-geografia-de-las-mentiras-samir-amin-y-el-asesinato-del-eurocentrismo

sábado, 20 de septiembre de 2025

El lenguaje de la guerra .

                                                                                      

Lenguaje y guerra

 Nevio Gambula......



El lenguaje precede a la guerra, la prepara y la hace posible. Hoy, como en el pasado, políticos y periodistas construyen un marco narrativo que transforma la posibilidad de conflicto en una certeza inminente. La amenaza atribuida a Rusia y, en general, a las autocracias, se presenta no solo como un hecho geopolítico, sino como una imagen implacable, que se repite hasta convertirse en el telón de fondo natural e incuestionable del debate público.

En esta representación, el «nosotros» se identifica con el bloque occidental, retratado como el único bastión de la libertad y la democracia. Se contrasta con un «ellos», una entidad autoritaria definida únicamente por la barbarie y la amenaza. Esta retórica, amplificada por los medios de comunicación, desarma el pensamiento crítico y normaliza la idea de que la guerra es la única solución viable.

Así, incluso antes de que las armas hablen, el conflicto ya se ha librado en el plano lingüístico, mediante simplificaciones, etiquetas y la supresión de todo matiz. Es en esta gramática del conflicto donde se sientan las verdaderas bases de la guerra real.

La retórica del «nosotros contra ellos» también establece una jerarquía moral en la que el Otro se reduce a la pura barbarie. El «nosotros» occidental se proclama la medida de toda virtud, definiendo a otras civilizaciones como inferiores y transformando una presunta supremacía ética en un derecho de dominio. En esta visión, los bienes, los mercados e incluso los ejércitos se convierten en instrumentos de una misión universal: todo lo existente debe someterse a este poder abrumador, mientras que el lenguaje mismo se convierte en una herramienta para armar a los Estados y absolver a las oligarquías occidentales.

Este mecanismo no solo limita, sino que destruye la universalidad de los derechos. El derecho internacional, por ejemplo, se convierte en una balanza manipulada que pondera los crímenes basándose en alianzas. Un dron ruso que viola una frontera es un casus belli que provoca indignación mundial; sin embargo, un bombardeo israelí contra un Estado soberano corre el riesgo de convertirse en una simple nota a pie de página.

En el primer caso, se alza el grito de agresión, evocando la intervención militar; en el segundo, todo se reduce al «derecho a la defensa». Es el lenguaje el que decide la culpabilidad y la inocencia, transformando los cadáveres en «daños colaterales» y las violaciones de la ley en legítima defensa. La guerra, por lo tanto, no se libra solo con armas, sino con las palabras que las justifican.

La guerra solo se puede entender entendiendo cómo se habla de ella. La guerra solo se puede evitar dejando de hablar de ella como se habla. Esta reflexión de Karl Kraus debería ser la base de cualquier pensamiento crítico que realmente busque evitar el conflicto.

Sin embargo, para ser eficaz, este enfoque requiere construir un «nosotros» alternativo, distinto del de las élites que promueven un lenguaje militarista. Un «nosotros» que afirme, desde sus palabras, un principio de «humanidad común» y aspire a la democracia entre los pueblos, no a la hegemonía de unos sobre otros.

Estamos perdidos.

Fuente: Contropiano

martes, 16 de septiembre de 2025

La militarización ucraniana .

 

Militarizar el Estado

“Habiéndose erigido en líder en tiempos de guerra, volver a ser un presidente en tiempos de paz equivaldría a un descenso de categoría”, escribe Politico para defender que la guerra de Ucrania no solo no va a terminar pronto, sino que se dirige a una nueva escalada. Pese a que ha sido Zelensky quien se ha erigido claramente como presidente de guerra, ha adecuado su vestimenta al rol y militarizado todos los aspectos de la vida del país, el medio se refiere, por supuesto, a Vladimir Putin. Rusia, que mantuvo durante años la ficción de la operación militar especial, ha realizado un esfuerzo por evitar mencionar la palabra guerra que los medios occidentales han llegado a afirmar falsamente que el término estaba prohibido. Mientras Rusia ha realizado estos años un tremendo esfuerzo para dar un aspecto de normalidad, mantener la guerra lejos de la vida diaria de su población e impedir que el conflicto bélico se convirtiera en todo su discurso, la narrativa ucraniana se ha apropiado de la guerra, razón de ser del Estado desde mucho antes de la invasión rusa, para promover una reconstrucción nacionalista del Estado.

Esa militarización de todos los aspectos de la vida se ha magnificado desde la invasión rusa, pero comenzó mucho antes de que los tanques rusos violaran las fronteras ucranianas el 24 de febrero de 2022. Desde ocho años antes, la guerra era ya el centro del discurso ucraniano. Aunque inicialmente se trataba fundamentalmente de una herramienta con la que justificar el inicio de una serie de reformas económicas privatizadoras que buscaban eliminar los últimos reductos del Estado social que Kiev heredó de la República Socialista Soviética de Ucrania cuando se produjo la independencia en 1991. Perdida Crimea sin que el nuevo Gobierno de facto pudiera hacer nada al respecto, Ucrania optó por luchar en el momento en el que otras dos regiones -Donetsk y Lugansk- iniciaron una serie de protestas y flirtearon con la secesión. En aquel momento, las conversaciones de Ginebra, en las que participaban los gobiernos ruso y ucraniano además de los países europeos y Estados Unidos, abogaron por el intercambio de detenidos, la devolución de los edificios ocupados -no solo el edificio administrativo de Donetsk, tomado por los manifestantes de Donbass, sino también, por ejemplo, las sedes del Partido Comunista ocupadas por la extrema derecha por toda Ucrania- y el inicio de un diálogo nacional inclusivo a través del cual resolver una situación que amenazaba con ser revolucionaria.

La imagen de ese diálogo inclusivo fue la de un Gobierno de Maidan negociando consigo mismo y con los sectores que le habían aupado al poder. Ese monólogo de la opinión oficial se produjo, eso sí, en diferentes ciudades de Ucrania. La inclusividad de ese proceso liderado por Arsen Yatseniuk, el hombre de Victoria Nuland, fue un argumento más para que la población de Donbass ratificara su percepción de un Gobierno nacionalista, hostil a todo aquello que no lo fuera y, sobre todo, completamente desinteresado por escuchar a la población que había visto en lo que Kiev presentaba como revolución de la dignidad un burdo golpe de estado. Antes de finalizar la primavera, el escenario ucraniano era ya una realidad bélica que Ucrania nunca trató de evitar, ya que prefirió inventar, como años después admitiría el recientemente asesinado Andriy Parubiy, una operación antiterrorista para justificar el uso de las fuerzas armadas en territorio nacional. Fue entonces cuando se produjo otra de las imágenes icónicas de este conflicto: la población de Slavyansk deteniendo con sus propios cuerpos a los blindados enviados por Kiev. La no menos impresionante fotografía de los jóvenes reclutas entregándose sin ofrecer resistencia a la población organizada y que comenzaba a armarse de forma rudimentaria, obligó a Kiev a tomar medidas de impacto. Apenas unas horas después de la aparición del grupo de Strelkov en Slavyansk, Ucrania decretaba su operación antiterrorista, que comenzaba con una gran redada del Ministerio del Interior en Kramatorsk y Slavyansk, las dos principales ciudades del norte de Donetsk, aún hoy bajo control ucraniano.

Siguiendo la experiencia de la ciudad de Járkov, dividida entre población pro y anti-Maidan, con gran presencia prorrusa, pero también de grupos de extrema derecha nacionalista ucraniana vinculados a las organizaciones que habían marcado el desarrollo del nacionalismo radical ucraniano desde la independencia, fundamentalmente Patriota de Ucrania, la opción preferida fue la introducción de esos grupos paramilitares como batallones policiales. Así lo describió años después Anton Gerashenko, asesor del todopoderoso ministro del Interior Arsen Avakov. Acudieron a aquella reunión Andriy Biletsky y Dmitro Korchinsky, hoy líderes del Tercer Cuerpo de las Fuerzas Armadas de Ucrania y de Bratstvo, una de las bases de las tropas de la inteligencia militar de Kirilo Budanov en el GUR. Empobrecido desde la independencia,  en proceso de desindustrialización y en crisis perpetua, el ejército no había sido una prioridad para Ucrania en sus primeras dos décadas de existencia. Y aunque todo se achacó a la corrupción, hubo en 2014 un factor añadido: el ejército era reticente a disparar contra su propia población, armada, en muchos casos, con rifles de caza y protegida por barricadas creadas a base de neumáticos. La diferencia con el escenario de Crimea no podía ser más evidente.

Superar esas reticencias iniciales fue simple para Ucrania, que apeló a aquellos grupos que tanto en Maidan como en la represión posterior habían demostrado estar dispuestos a cooperar con las autoridades y a derramar la sangre que fuera necesaria. De esa forma nacieron los batallones voluntarios como avanzadilla de un ejército que, poco a poco, fue incorporándose también a las operaciones ofensivas una vez que comenzaron las batallas. El aumento del gasto militar, siempre a costa del gasto social, que nunca fue prioritario, pero fue aún más sencillo de recortar alegando el peligro existencial de la guerra, y la asistencia occidental mejoraron las condiciones de las Fuerzas Armadas, que volvieron a ser el grueso el esfuerzo bélico. Sin embargo, incluso entonces, grupos como Azov, batallones como Donbass, Kiev o incluso el Praviy Sektor mantuvieron el protagonismo mediático. Fueron sus líderes los que adquirieron presencia, aunque esta no siempre se tradujo en buenos resultados electorales, como pudo comprobar Andriy Biletsky, que obtuvo su escaño en 2014 gracias a que el Frente Nacional de Yatseniuk retiró a su candidato para otorgar el premio al líder espiritual de Azov. En 2019, en una candidatura de unidad en la que participaban Azov, Svoboda y Praviy Sektor, Biletsky no obtuvo el 2% de los votos, resultado que habitualmente se utiliza para alegar que no existe un problema de presencia de la extrema derecha en Ucrania.

Pese a esos resultados, el acceso al poder tanto del sector radical del nacionalismo como de figuras militares fue evidente mucho antes de la invasión rusa. Militares y paramilitares, en muchos casos con ideologías de extrema derecha, obtuvieron escaños al ser repartidos por los partidos generalistas, con lo que comenzó el proceso de aumento de la influencia de esos discursos belicistas y nacionalistas de extrema derecha en formaciones que eran equiparadas a sus equivalentes europeas. Solidaridad Europea, el partido de Poroshenko, por ejemplo, era equiparado al Partido Popular Europeo pese a que una de sus principales figuras, el presidente del Parlamento Andriy Parubiy, contaba con un pasado paramilitar del que nunca renegó. La guerra, la presencia militar en la política y el peso de la extrema derecha en la institucionalización de su discurso como nacional ha tenido consecuencias que se han traducido en un viraje hacia la derecha y una creciente militarización de la política de memoria e incluso de ministerios importantes. Más allá del Ministerio de Veteranos, feudo absoluto de la militarización, el Ministerio de Juventud funcionó también como herramienta de financiación de grupos de militares o paramilitares de extrema derecha para proyectos en sectores tan sensibles como la educación, instrucción militar y campamentos de infancia.

La invasión rusa vistió de verde a Volodymyr Zelensky, convirtió en héroe del país y portada de la revista Time a Valery Zaluzhny y es ya la razón de ser del Estado de Ucrania, que desde 2022 emplea más de la mitad de sus gastos en la guerra y el mantenimiento de los soldados y veteranos. El enaltecimiento de las figuras militares no se limita ya a su papel en la defensa de la patria en una guerra en la que Kiev asegura que Ucrania se juega su soberanía y su existencia, sino que las encuestas de intención de voto muestran la relevancia de personas vinculadas directamente al esfuerzo bélico entre las más populares del país. Por delante de políticos como Poroshenko o Timoshenko, y en algunos casos también de Zelensky, están personas como Budanov, Biletsky o, sobre todo, Zaluzhny, fijos en los puestos iniciales.

Necesitada de protección, como se pudo ver con las protestas lideradas por la sociedad civil vinculada a organizaciones e instituciones occidentales tras el error no forzado del movimiento contra el entramado anticorrupción creado por y para Occidente, la Oficina del Presidente, único Gobierno efectivo que actualmente existe en Ucrania, ha querido adaptarse a las circunstancias. Continúe o no la guerra, el apoyo del sector militar es imprescindible para cualquier aspirante a gobernar Ucrania, ya que a su poder militar se une ahora el crédito político que ha supuesto la batalla. La guerra, que durante once años ha sido una herramienta útil para Ucrania a la hora de justificar una austeridad social para sostener el derroche militar, no va a dejar de serlo incluso en caso de alto el fuego, ya que el estamento militar, y especialmente una serie de figuras selectas, han obtenido un estatus que les hará personas muy relevantes en la política de los próximos años.

Después de militarizar la vida civil y dar más peso a los sectores militares en aspectos clave de la política, la Oficina del Presidente, posiblemente para ganarse el favor de un grupo de población que será clave en el momento en el que vuelva a haber elecciones en Ucrania, ha optado por dar el siguiente paso, la militarización del Gobierno. “Hoy propuse al Presidente de Ucrania reformar la Oficina del Presidente. La idea es que una parte significativa del personal de la Oficina esté compuesta por militares en activo con experiencia de combate confirmada en la guerra a gran escala o veteranos de operaciones de combate. Esto aplica a empleados de todos los niveles y departamentos, sin excepción. El presidente Volodymyr Zelensky apoyó esta idea. Es justo. Porque estas personas son un referente de honor, moralidad y lealtad hacia Ucrania. Sé bien cómo cambia el ritmo cuando tienes a tu lado a quienes han pasado por la guerra. No buscan excusas, sino soluciones para lograr resultados”, escribió Andriy Ermak hace unas semanas en un mensaje que ha pasado totalmente desapercibido. Tras ignorar y restar importancia al creciente peso de la extrema derecha a nivel político y social, tampoco va a resultar problemático que Ucrania llene la Oficina del Presidente y dé orden de que lo hagan también todos los departamentos del Gobierno, de veteranos de la guerra contra Rusia y de la operación antiterrorista contra Donbass, la culminación de los cambios que comenzaron en 2014 y que han creado una Ucrania militarizada, nacionalista, cada vez más escorada a la derecha. Militarizar el Gobierno e incluir en él a representantes de esos sectores que han abogado por el reclutamiento forzoso o castigar, incluso con un tiro por la espalda, a quienes tratan de evitar la guerra huyendo del país es el siguiente paso.

 https://slavyangrad.es/2025/09/15/militarizar-el-estado/

Nota del blog ..-

La censura de  Kiev  https://www.diario-red.com/articulo/internacional/ucrania-censura-webs-diario-junge-welt-portal-nachdenkseiten-gobierno-aleman-hace-ni-triste-comentario/20250915113236054273.html

lunes, 15 de septiembre de 2025

Los once motivos del ataque de Israel a Catar.

Hamás no es ninguno de los once motivos del ataque de Israel a Catar

  • El contexto, la dimensión y las consecuencias del ataque de Israel, coordinado con EEUU, contra el lugar de reunión de los líderes de Hamás, el 9 de septiembre, muestran que la "Operación Cumbre del Fuego" tenía como objetivo al propio Catar, en el marco del proyecto del Nuevo Oriente Próximo que impulsa Israel.
Lo raro de este escenario no es la agresión militar israelí a otro país de la región, sino que un partido-gobierno que afirma estar perseguido por el Estado Judío, celebre su reunión de jefes en un país “aliado de la OTAN”, que alberga la sede del CENTCOM, el Comando Central de EEUU (del que Israel es uno de sus integrantes), y la mayor base militar del Pentágono en Oriente Próximo (Al-Udeid) desde donde ha atacado a Afganistán, Irak, Siria y Libia, que acoge a 110.000 soldados, y a pocos metros de la embajada de EEUU. Es también donde Hamás tiene su oficina principal y sus dirigentes viven desde 2012.
Los islamistas a) no entienden el concepto del “imperialismo”. Son anti-israelíes porque el Estado judío ha ocupado la mezquita Al Aqsa. De hecho, Hamás es el acrónimo del Movimiento de Resistencia Islámica, que no Palestina [a Israel], y por esta misma razón denominó Tormenta Al Aqsa a su operación del 7 de octubre del 2023, b) aún no se han percatado que Israel, desde la caída del Sha de Irán en 1978, y por catorce razones, se ha convertido en el estado número cincuenta y uno de EEUU. Los emires cataríes, también por esos motivos, no salen de su asombro- A pesar de firmar contratos comerciales y de armas milmillonarios con EEUU, e incluso regalar a su presidente un avión Boing de lujo, el Pentágono había desactivado durante el ataque los sistemas antimisiles THAAD y Patriot de Catar. 
Cuando alguien habla de “operaciones secretas” en Oriente Próximo (como la de Hamás del 7 de Octubre), significa que son secretas para el pueblo llano, que no para el Pentágono, la CIA, el Mossad, o el MI6, que además de tener a cientos de infiltrados en los gobiernos de la zona, cuentan con 19 bases militares, equipadas con la tecnología más puntera de espionaje, con satélites que detectan hasta el movimiento de las hormigas en el subsuelo, 40.000 soldados y decenas de miles de mercenarios camuflados. De hecho, Netanyahu conocía el plan de asalto de Hamás del 7 de octubre meses antes, y que no lo sabotease y permitiese que los islamistas mataran a alrededor de 1.200 personas y secuestrara a 250, para lanzar el proyecto de “solución final” para los palestinos, muestra no sólo su desprecio absoluto hacia la vida de otros, sino su victoria en ocultar este detalle.
La reunión trampa había sido convocada por Donald Trump y con el permiso de Israel para estudiar su última propuesta de alto el fuego. Trump hizo lo mismo con el régimen, también islamista, de Irán: dos días antes de bombardear el país, en junio pasado, y matar a cerca de 1300 civiles y una treintena de generales y científicos nucleares, afirmaba que “las negociaciones van bien”, anestesiando a los ayatolás que con la Sharia en mano, se creían más listos, al copiar los métodos de guerras de Mahoma del siglo VII. En ambos casos, los ataques habían sido preparados meses antes.
La semana anterior, Israel atacó a Yemen, que lleva bajo incesantes bombardeos desde 2015. Asesinó al Primer Ministro y a seis miembros de su gabinete para mantener un foco de guerra en las fronteras de Arabia Saudí, aprovechando las útiles acciones del yihadismo hutí. También destruyó las posiciones militares de Turquía en el sur de Siria, huérfana y sin Estado, a la vez que Trump cambiaba el nombre del "Departamento de Defensa" a "Departamento de Guerra", y amenazaba a Venezuela, integrante en la alianza Sur Global, liderada por China.
Motivos estratégicos de Israel
¿Por qué Israel no bombardeó el hotel de los lideres de Hamás en Turquía, donde se alojaban antes de volar hacia Catar? ¡No digan que fue porque “Turquía podría invocar el artículo 5 del Tratado de la OTAN para que castigara al atacante”! Nadie en su sano juicio creerá que EEUU, que mandó en esta Alianza, sancionaría a Israel para salvar la reputación de un tal Erdogan .
1.     La israeilización de Oriente Próximo: imponer el mandato de Tel Aviv sobre otras capitales, y conseguir su obediencia a golpe de bombas y balas, mientras avanza en ocupar los territorios ajenos para cumplir, en un futuro lejano, con el sueño de un Gran Israel. Por el momento, se ha hecho con más tierras palestinas y el veinte por ciento del suelo sirio. Tocaba a Catar porque:
2.     Se trata de un diminuto país, gobernado por la monarquía absoluta de la familia Al Thani, hasta hace poco un puerto pesquero, y ahora una potencia no sólo regional sino mundial, el más formidable de los adversarios para Israel, gracias a: 
3.     Ser la tercera reserva mundial del gas, tras Rusia e Irán, y el tercer mayor exportador del gas licuado, detrás de EEUU y Australia, compitiendo con la tecnología de energías renovables de Israel. Es más ¿Por qué sus dueños son unos jeques beduinos si están los asquenazis protegidos por Yahweh para gestionarla?, se habrá preguntado Tel Aviv.
4.     Poseer una tecnología de energía renovable, ocupando los mercados de Israel.
5. A pesar de no tener un ejército como el israelí, con sus miles de mercenarios yihadistas, ha sido  capaz de desmontar y montar Estados (en Siria, Libia, Irak, Sudán o Túnez).
6. Que ha encontrado en el “poder blando” la clave de su éxito, en tres terrenos:
a) La compra de influencia en las principales capitales del mundo, sobornando a los políticos, periodistas y comprando clubes deportivos, universidades de élites etc. Catar ha sido, junto con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, elegido para la primera visita internacional del presidente Trump, tanto en su primer mandato como el actual (¡y sin ir a Israel, a unas horas en avión!), algo inaudito en la política exterior de los presidentes de EEUU. 
b) La propaganda, mediante el canal estatal Al Jazeera. De habla árabe e inglesa, y contratando con salarios envidiables a una serie de profesionales y “tertulianos” ha creado una imagen amable de la dictadura medieval en el mundo, mientras destroza a su rival: Israel. Gran parte de las denuncias del Genocidio palestino, que ha creado un impresionante movimiento global anti-israelí, se debe a este medio. Ni Israel, ni Turquía, ni Irán, ni Arabia Saudí cuentan con un instrumento de propaganda tan poderoso, respaldado por los demócratas de EEUU, que lo utilizan contra el wahabismo y sionismos apoyados por los republicanos. Las victorias militares de Israel han sido derrotadas por la pantalla de Al Jazeera. Hace exactamente lo que hizo el régimen israelí con el Holocausto judío con las imágenes, documentales y películas. Este canal, durante la agresión militar de EEUU y sus aliados para ocupar Afganistán, el país más estratégicos del mundo, convirtió al agente de la CIA Osama Ben Laden en el héroe Anti-Bush, confundiendo al mundo “musulmán”. Nadie preguntó cómo sus reporteros conseguían las “entrevistas exclusivas” con aquel monstruo en la Cueva de Ali Babá; y  cómo su mensajería rápida las pasaba al canal catarí, sin ser rastreada por la CIA. Luego las vendía a precio de oro a otras agencias. Hoy, sigue desinformando sobre lo que sucede en la región con su elegante y sofisticada narrativa ultraderechista.
c) La religiosa, a través de la Hermandad Musulmana, la organización islamista de extrema derecha integrista más grande del mundo (parecido al Opus Dei). Abortó, en colaboración con Barak Obama, la revolución laica y democrática de Tharir egipcia, colocando en el poder al hermano Muhammad Mursi, asegurando un capitalismo dictatorial, mafioso, medieval y tercermundista, o mantener la Turquía de Erdogan, otro hermano, en su órbita.
7. Ser la sede del CENTCOM. Israel desea que EEUU lo traslade a la “Tierra Prometida” .
8. Ser un país turístico (comparando con otros regímenes islamistas como Arabia Saudí e Irán), y ha organizado (a golpe de talonario) los Juegos Asiáticos de 2006 y la Copa Mundial de Fútbol de 2022. Si no desparece del mapa, será la sede de los Juegos Asiáticos de 2030.
 9. Se ha convertido en otro desafío para Israel en Siria, por el reparto del botín manchada de la sangre de millones de sirios. Catar ha prometido invertir en la reconstrucción del país hoy gobernado por Al Qaeda, al que Israel planea también robar, pero vía su fragmentación. Los jeques consiguieron que Trump levantara las sanciones contra Damasco, recibiera al terrorista-presidente Ahmed al-Sharaa, y además le llamara “joven atractivo“.
 Israel es consciente de que la única manera de neutralizar el poder y la influencia de Catar es  destruir a la familia Al Thani (¡ y a sus miles de príncipes!) y devolver el país a la Edad Media.
Motivos personales de Netanyahu
10. Huir de la justicia, una vez más. El genocida de Gaza compareció, el día anterior, en el juzgado por el caso de Catargate. El jefe del Pueblo Elegido ha sido acusado de conexiones con agentes extranjeros, lavado de dinero, soborno y fraude por recibir unos 50 millones de dólares de los jeques cataríes a cambio de promover en sus medios una imagen positiva, como mediador y pacífico, en perjuicio de otra dictadura, cómplice en la masacre de los palestinos, que pretende jugar el mismo papel: la egipcia.
11. Sabotear las negociaciones. Desde que en 1948 la Banda terrorista israelí Stern asesinó a Folke Bernadotte, el primer mediador de la ONU para la guerra israelí-árabe, hasta hoy, Israel ha eliminado a todos los que se han opuesto a sus crímenes y su expansionismo. Nunca va a permitir un Estado Palestino pues si lo hiciera la coalición de su gobierno caería, y él acabaría en la prisión, al perder la inmunidad.
Israel en el pulso entre los NeoCon y los MAGA
Desde que los demócratas, dirigidos por Barak Obama, se percataron en 2014 de que la verdeara amenaza a su hegemonía mundial es el avance económico y tecnológico de China, y no los regímenes prehistóricos de Talibán y los ayatolás de Irán, la política exterior del establishment de EEUU (y Europa) se rompió en dos partes: la NeoCon que cree que Rusia es el principal enemigo e Israel su principal aliado, y la de la doctrina de “regreso a Asia” para contener a China, que ha intentado, sin éxito, parar a esta facción, sacar a EEUU del pantano de Oriente Próximo para centrarse en Asia Pacífico.
De hecho, los NeoCon- Israel promovieron la guerra entre los “Yihadistas” chiítas y sunnitas de Irán y de los países árabes y Turquía, -desde que los instalaron en Irán y Afganistán en 1978-, en el suelo de terceros para debilitarlos a todos.
Todo indica que también esta vez, el gobierno de Trump, lleno de sionistas (como el Subsecretario de Defensa Stephen Feinbergsu), será secuestrado por el lobby israelí, derrotando a los MAGA.
Ha nacido el Yihadismo judío
Primero fueron los Acuerdos de Abraham, que en 2020 le permitieron a Israel entrar no sólo en los Emiratos Árabes Unidos, sino en todos los países árabes del Golfo Pérsico por la puerta trasera, infiltrándose en sus entrañas, y después el traslado de Israel del Comando de EEUU para Europa (USEUCOM) a CENTCOM, en 2021 por Trump; dos pasos decisivos para que el Estado Judío se encargara de realizar el “trabajo sucio” (en palabras del canciller alemán Friedrich Merz) que Occidente no puede hacer, por su coste moral y económico, en esta vital región para sus intereses. Hace cuarenta y seis años, los G4 crearon el Yihadismo para desmontar Estados nacionalistas y semilaicos (Afganistán, Irak, Siria, Irán, Yemen, Yugoslavia, entre otros), y para que cumplieran otras cinco misiones. Ahora, parece que está reemplazando a este actor por el ejercito israelí y el Mossad, que en una misión divina, harán de buldócer para las tropas del imperialismo, masacrando a los pueblos, destruyendo Estados, cometiendo atentados con total impunidad, con la diferencia de que para este actor no habrá Guantánamos.
El proyecto de EEUU-Israel del "Nuevo Oriente Medio", reemplaza al acuerdo secreto de Sykes-Picot entre Francia y Gran Bretaña del 1916, para repartirse la zona. Gran parte de la tarea ya está hecha: Irak, Afganistán, Siria, Libia, Sudán, Irán, han sucumbido. Sólo quedan unos cuantos.
EEUU-Israel necesita a los grupos islamistas
Israel no quiere que desparezca Hamás: la extema derecha judía e islámica se retroalimentan, destruyendo a las fuerzas laicas y progresistas, arrasando a los que se oponen a sus ideas apocalípticas. Fue por la “recomendación del Shin Bet y el Mossad”, afirma Netanyahu, que se permitió a Hamás recibir la financiación por Catar: “Porque queríamos mantener divididos a Hamás y a la Autoridad Nacional Palestina” afirma, ¡aunque gracias a la propaganda de Al Jazeera, Hamás es el progresista y la resistencia y la OLP la corrupta y colaboracionista! Fue el dinero catarí que cubrió la campaña electoral de Hamás, expulsando a la OLP del poder en 2007. Y no fue el único al que patrocinó: el propio Netanyahu recibió al menos 50 millones de dólares del jeque Al Thani, en 2012.
Lo que dijo el jefe de Hamás, Khalil al-Hayyah, explica las razones de Israel: Planeamos el 7/10 porque necesitábamos "cambiar la ecuación por completo y no solo tener un conflicto", y "hemos logrado volver a poner la cuestión palestina sobre la mesa y ahora nadie en la región está en paz". ¿Sacrificando a cerca de 60.000 palestinos, sólo por eso? ¡Muera yo con los filisteos! [dijo Sansón], y se inclinó con todas sus fuerzas y el edificio se derrumbó sobre los príncipes y sobre todo el pueblo que estaba en él” (Jueces 16:30, Biblia).
Se vio el primer día que el beneficiario de la operación iba a ser Israel. Si un Estado palestino no es para la felicidad de su gente ¡con vida!, ¿para qué se debe fundar?
¿Qué más da para un palestino oprimido ser asesinado por los suicidas islamistas o los genocidas judíos? La presión de la idea primitiva, manipuladora y clasista de “Dios-Patria- Tierra-Bandera” impide que las fuerzas progresistas palestinas se libren de las vacías consignas de “resistencia hasta el martirio” y del “río al mar” sin estrategia viable. Hay una necesidad urgente de pensar en las iniciativas valientes e ingeniosas para salvar la vida de los palestinos de los campos de exterminio de Gaza y Cisjordania, organizados por los mercaderes de la muerte.
¿En qué parte del proyecto del Nuevo Oriente Próximo serán colocados los palestinos?
Y los árboles siguen impendiendo ver el bosque.
Analista política y traductora persa y dari

Miembro de Grupo de Pensamieno Laico.
Nota delo blog .- Recordemos  que  el gobierno de Israel ha estado matando periodistas cataríes de Al Jazeera    en   Gaza 
Los líderes del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG-integrado por los países árabes ribereños del Golfo Pérsico) han “ordenado al Consejo de Defensa Conjunto la celebración de una reunión urgente en Doha, precedida por una del Comité Militar Superior” para “evaluar la postura de defensa de los Estados miembros y las fuentes de amenaza” después de un ataque fallido llevado a cabo por Israel el pasado martes contra una reunión de la delegación del Movimiento de Resistencia Islámica de Palestina (HAMAS) en Doha.ñLa cumbre árabe-islámica en Doha condena el ataque israelí a Catar, respalda la paz en Gaza y llama a revisar las relaciones diplomáticas y económicas con Israel. En su declaración final, la cumbre árabe-islámica extraordinaria celebrada este lunes en Doha, bajo la presidencia del emir catarí Tamim bin Hamad Al Thani, ha emitido un contundente comunicado final condenando el ataque israelí del 9 de septiembre contra Catar, que afectó áreas residenciales, escuelas, guarderías y sedes diplomáticas, causando víctimas mortales y heridos. 
Fuente: Hispan .TV .